Santiago Escuain
El ateísmo y el testimonio de la existencia de Dios
La cuestión se puede reducir en estos términos:
Datos a tener en cuenta:
1. Estamos ahí.
2. La Biblia está ahí.
3. La nación de Israel está ahí.
4. La Iglesia está ahí.
¿Cómo explicamos el origen nuestro, nuestra
existencia, la existencia del mundo de lo viviente? ¿Nuestra
consciencia de nosotros mismos, del lenguaje, de nuestras capacidades
creativas, inventivas? ¿De nuestra conciencia moral?
¿Cómo explicamos el origen de la Biblia, de la
nación de Israel, de la Iglesia Cristiana?
Los individuos que huyen de Dios, todo el colectivo llamado Mundo,
en su hostilidad íntima contra la misma idea de que deban ser
responsables ante Dios, de que Dios haya hablado, han inventado dos
grandes explicaciones generales para nuestro origen y el de la vida y
del universo en general, y para el origen de la Biblia, de la
Nación de Israel y de la Iglesia Cristiana.
Ambas explicaciones tienen como principio, no como
conclusión, la negación de la existencia de Dios
y de que Él se haya revelado.
Este es el principio metodológico: No hay Dios.
Y todas las explicaciones deben conformarse a este principio.
Naturalmente, aplicado al origen del hombre, de la vida y del
universo en general, es necesario recurrir a especulaciones
continuistas del desarrollo de la vida en la tierra, desde una
fortuita aparición de la vida microscópica en un
océano primitivo. Son las especulaciones popularmente
conocidas como Teoría de la Evolución.
Aplicando este principio metodológico de negación de
Dios, se niegan asimismo los milagros y la profecía,
así como la posibilidad de toda irrupción de Dios en la
historia de los hombres.
No se trata de una conclusión tras un estudio
desapasionado de los hechos: Se trata del principio en base
del que se examinan todas las evidencias.
Por tanto, ya de entrada, antes de ningún examen abierto de
los hechos, se descarta toda posibilidad de que haya una
revelación de Dios.
Pero nuestra existencia, y la de la Biblia, de Israel y de la
Iglesia Cristiana permanecen.
El Origen y desarrollo de la vida
Las especulaciones acerca del origen y desarrollo de la vida por
evolución, en contra de toda la propaganda ideológica
que se difunde, están en bancarrota científica:
Los fósiles, como lo reconocen muchos expertos
paleontólogos evolucionistas, y entre ellos
Stephen Jay Gould de Harvard, no
demuestran una evolución transformista, sino una
variación dentro del ámbito de cada forma de vida.
Naturalmente, los paleontólogos, como el citado Gould, creen
que la evolución es un hecho. Y apoyan su creencia en otras
disciplinas, como la genética, la anatomía comparada,
etc. Pero la realidad es que en las publicaciones de los expertos en
estos campos, las conclusiones han sido tales que estos
últimos ¡se apoyan el el registro fósil para creer
en la evolución, porque, por ejemplo, <<la
genética es la ciencia de la conservación del
patrimonio específico, y sus relaciones con la teoría
de la Evolución no se conocen más que a través
de teorías, lo que es bien poco>>, como reconoce
Pierre P. Grassé.
Por lo que toca a la anatomía comparada, después de
las superficialidades pronunciadas desde el siglo pasado, ha hecho
frente a enormes problemas, en realidad a barreras insuperables para
una perspectiva evolucionista, tanto a nivel embriológico como
a nivel de bioquímica molecular. Literalmente, los
profesionales se están pasando la patata caliente unos a
otros, porque cada científico que cree en la evolución
lo hace apoyándose en las divulgaciones e impresiones
recibidas en los años jóvenes y sin un examen
crítico, creyendo que se han descubierto en otros campos de
investigación aparte del suyo aquellos datos que apoyan su
creencia. Y naturalmente interpreta sus estudios a la luz de esta
creencia que tiene, y los presenta dentro de este marco
ideológico.
Tretas Metodológicas de la
<<Crítica Literaria>>
La perspectiva atea niega de entrada que Dios exista. Por lo
tanto, Dios no podría haberse manifestado a Adán, ni
pudo haberse revelado a Noé, ni a Abraham, ni a Moisés.
Es necesario entonces inventar una historia plausible acerca de
cómo pudo haberse originado el Pentateuco, y como se
forjó la nación de Israel, todo ello negando la
verdadera historicidad de la estancia de Israel en Egipto, de la
peregrinación de Israel en el desierto, de la Conquista de
Canaán, y del tiempo de los Jueces, lo cual se nos relata en
el Pentateuco y el libro de Josué.
Estos libros son entonces asignados a una redacción muy
posterior, y son considerados como leyendas, por cuanto los
acontecimientos milagrosos de que se hacen eco son considerados de
antemano como imposibles.
Todo análisis literario se hace desde la premisa de que no
puede haber profecía. Por tanto, los pasajes proféticos
de Pentateuco (Génesis 49, Deuteronomio 32, 33, etc.) son
necesariamente asignados, debido a esas
presuposiciones, a períodos muy tardíos.
Lo mismo sucede con los pasajes predictivos de Isaías y
Daniel. Al examinar esos libros desde una postura atea, los
críticos <<disciernen>> diferentes fuentes
para Isaías, con un primer, segundo y tercer autores, o
más, en distintos tiempos de la historia. Se considera que la
profecía fue dada después del acontecimiento,
para concordar con el mismo. Todas las justificaciones literarias de
este proceder son ad hoc y totalmente arbitrarias. El
ateísmo es la causa de esta crítica, no su
consecuencia. Con una premisa atea, no es de extrañar que
salgan tamañas conclusiones.
Con respecto al Nuevo Testamento, que da testimonio de la Persona,
dichos, milagros y resurrección de Cristo, la postura atea
conlleva una negación de entrada de la sola posibilidad de
todo lo dicho. Naturalmente, se ha de dar una explicación al
origen del Nuevo Testamento, cuya sola existencia es uno de aquellos
hechos tercos de la historia. Para hacerlo desde una perspectiva atea
se procede a la negación de que los escritos del Nuevo
Testamento sean un verdadero testimonio ocular de los hechos. Se
asignan los evangelios a la <<reflexión de la comunidad
cristiana>> acerca de <<situaciones vitales>> en
que se encontraban, y a la invención de milagros y dichos de
Jesús para aplicarlos a sus situaciones vitales concretas.
Así, hacia el segundo siglo estarían circulando
historias en <<formas>> concretas que finalmente fueron
refundidas, y que constituyen un testimonio histórico de una
fe mítica de la iglesia, pero en manera alguna el testimonio
fidedigno acerca del verdadero Jesús de Nazaret.
De nuevo, la realidad es que las evidencias niegan la anterior
especulación. Se ha llegado a ella por la negación
de principio de que lo milagroso, lo divino, pueda ser
realidad.
Pero la evidencia histórica, los
datos arqueológicos y la misma estructura interna de los
relatos no permiten llegar a estas conclusiones. Lo mismo que con
el evolucionismo, en el que un examen cándido de los hechos
hace surgir todas las dificultades e imposibilidades de la
pretensión evolucionista, los datos de la revelación se
resisten a la manipulación crítica. Estas conclusiones
son necesarias sólo si se mantiene
dogmáticamente, de entrada, la imposibilidad de que Dios haya
creado al hombre, le haya revelado Su voluntad, y que el hombre haya
caído realmente; que a continuación, Dios se haga
hombre, se revele, manifieste Su trascendencia sobre todo lo creado,
y sobre la vida y la muerte.
¡Esta postura pretende ser intelectualmente abierta! En
realidad, es de una total cerrazón metodológica. Niega
en principio lo que luego pretende negar como conclusión. No
hace un examen de toda la evidencia, sino que descarta
selectivamente, de entrada, toda evidencia de lo sobrenatural, de lo
milagroso, al no cuadrar con el previo principio metodológico
escogido de negación de Dios, el Naturalismo.
Con esta postura se niega toda la esperanza que Dios realmente ha
dado a todo ser humano que acuda a Él, echando a un lado su
soberbia y sus cojas excusas pretendidamente intelectuales.
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