Este libro de Charles Thaxton, Walter Bradley y Roger Olsen es
uno de los pocos trabajos creacionistas que han sido publicados por
editoriales seculares, concretamente por la prestigiosa publicadora
Philosophical Library. Está escrito con un estilo cauto y
erudito que lo hace recomendable para la audiencia no creacionista, y
es una contribución modélica tocante al estilo que
debería presidir el debate Creación/Evolución.
The Mystery of Life's Origin es un libro claramente
dirigido a los lectores académicos y profesionales, aunque con
un estilo notablemente lúcido.
Por cuanto The Mystery of Life's Origin promete ser
una contribución enormemente significativa para el debate
Creación/Evolución, hemos contactado con su primer autor,
Charles Thaxton, y le hemos pedido que recapitule sus temas principales
a un nivel de divulgación. Damos la entrevista que le hizo Nancy
Pearcey:
N.P.: Díganos, ante todo, cuál fue su
propósito al escribir The Mystery of Life's Origin.
C.T.: Nuestro tema es un examen de la teoría
aceptada acerca del origen de la vida, o evolución
química. Hemos observado que muchos de los conceptos para
justificar ante el público la exploración espacial de
finales de los 60 y comienzos de los 70 se basaban en la esperanza de
encontrar vida extraterrestre, quizá incluso vida inteligente.
Si la evolución química es cierta, se razonaba
en base de este argumento, deberíamos encontrar evidencias
corroborativas de esto en Marte. Las mismas fuerzas físicas que
condujeron a la vida aquí debieran haber actuado allá y
en los otros planetas. Y, claro, el costo del aterrizaje en Marte era
una prenda sustanciosa acerca de la confianza que sentían los
científicos espaciales —confianza esta que quedó
frustrada. No se encontraron sustancias orgánicas ni evidencia
alguna de ningún proceso de evolución química en
marcha.
De lo que el público no se enteró mucho fue de
las graves objeciones teóricas y experimentales a la
evolución química.
Nuestra meta es exponerle al lector los poderosos argumentos
en contra de una evolución química. Para esto
introducimos unos nuevos argumentos en la literatura acerca del origen
de la vida. También reunimos en un volumen una extensa
presentación de los desarrollos críticos a lo largo de
los últimos treinta años de investigación acerca
del origen de la vida, desarrollos que nunca han sido presentados
siquiera a los científicos profesionales de una manera
sistemática.
N.P.: En cierto sentido, su obra es más
fundamental que la actual controversia acerca de si Darwin tuvo
razón o de si la evolución pudo tener lugar de alguna
otra forma.
C.T.: De la forma en que yo lo veo, cada viaje comienza
con el primer paso. De modo que si vamos a formular una teoría
de la evolución, tanto si es darwinista como neodarwinista como
de otro carácter, se ha de comenzar con el origen del primer ser
vivo.
N.P.: La vida comenzó por pura casualidad
-¿no es así como lo ven los evolucionistas?
C.T.: No, hoy día la tendencia es rechazar el
azar puro en el origen de la vida. Hemos visto unirse el reconocimiento
de dos realidades. Lo primero es la apreciación que ha ido
creciendo con el paso de los años de cuán
increíblemente complejas son en realidad las estructuras de los
seres vivos. Lo segundo es que nos estamos dando más y
más cuenta de que las reacciones químicas al azar no
podrían producir jamás nada significativo dentro del
tiempo disponible. Al menos, no es razonable esperar que fuese
así.
La ciencia, a fin de cuentas, ha de proceder en base de lo
razonable. Y lo mires como lo mires -tanto si se hace mediante un
análisis con ordenador de alta velocidad o sencillamente
mediante un análisis de los procesos químicos
involucrados- el origen de la vida al azar es increíble.
Honradamente, no conozco a una sola personalidad importante en los
estudios del origen de la vida que dé crédito alguno al
surgimiento de la vida por azar, aunque se siga enseñando en
institutos e incluso en textos de universidad.
La apelación al azar ha funcionado frecuentemente como
una versión naturalista de el «Dios de los
vacíos». En su forma cristiana significaba que se invocaba
la actividad divina siempre que los investigadores no podían
explicar algún fenómeno. Luego, al avanzar el
conocimiento, Dios fue siendo excluido más y más de los
«vacíos». Entre los científicos seculares, la
tendencia ha sido invocar el azar cada vez que la ciencia no
podía hallar una respuesta. Pero al hacerse más profundo
nuestro conocimiento de la ciencia y de la química, la
mayoría de los investigadores en el campo del origen de la vida
han abandonado el azar.
El Origen de la vida: Repetición de la jugada
N.P.: Una parte principal de Mystery trata
acerca de los experimentos de simulación -experimentos de
laboratorio que intentan hacer una repetición del origen de la
vida. Explique por favor su crítica de estos experimentos.
C.T.: El propósito de los experimentos de
simulación es intentar duplicar, en condiciones de laboratorio,
las condiciones de la tierra primitiva. Naturalmente, el primer
problema es que en realidad no sabemos cómo era la
tierra primitiva. Podemos seguir especulando, claro, y luego ver si lo
que sucede en nuestras retortas concuerda con lo que hemos predicho que
sucedería. Si es así, podríamos estar en el buen
camino.
De modo que en los experimentos de simulación
intentamos duplicar las condiciones atmosféricas, tipos de gases
y de reactivos químicos presentes, temperatura, presión,
etc. Luego añadimos varios tipos de fuentes de energía:
empleamos luz ultravioleta para simular la luz solar, una descarga
eléctrica para simular rayos, calor para simular un
volcán.
N.P.: ¿Y cuáles han sido los resultados
de estos experimentos hasta la fecha?
C.T.: Los científicos sí han
podido comenzar con gases simples, como el metano, el amoníaco,
el vapor de agua, el hidrógeno, y han podido conseguir
compuestos biológicos significativos, como aminoácidos.
Pero los experimentos de simulación han fallado de manera
consistente en lo que respecta a producir moléculas complejas,
como proteínas y ADN.
En realidad no es nada sorprendente conseguir un cierto
rendimiento de aminoácidos incluso a base de reacciones
químicas al azar, porque son cosa bastante sencilla en
comparación con las proteínas. Pero en el momento en que
se llevaron a cabo estos experimentos, allá en los años
50, los investigadores quedaron muy impresionados por poder conseguir
siquiera aminoácidos y otros sencillos materiales
orgánicos. Ésta fue la zanahoria que atrajo a los
experimentadores a proseguir con esta clase de experimentos.
Pero creo que, mirando retrospectivamente a los últimos
treinta años de trabajo, muchos de estos científicos
admiten ahora que en realidad no se trataba de nada insólito. El
verdadero obstáculo a salvar es la producción de las
moléculas complejas cruciales para la vida, como las
proteínas y el ADN.
N.P.: En su libro critica los experimentos de
simulación por no ser realistas. En muchos casos, se da al
experimento una serie de ventajas que no están en realidad
disponibles en la naturaleza.
C.T.: Sí, es así. El problema principal
que se pasa constantemente por alto es el papel crucial que juega el
investigador. Ahora bien, es evidente que no se puede hacer un
experimento sin un investigador. Pero el quid está en
diseñar un experimento en el que el papel del investigador sea
legítimo, que no viole lo que sucedería realmente en la
naturaleza.
En otras palabras, sería legítimo que un
investigador combinase reactivos químicos en una retorta, que
hiciese pasar una energía por la mezcla, y ver qué
sucede. Pero en realidad en la mayoría de los experimentos de
simulación el investigador hace mucho más que esto. Y
muchas de las cosas que hace determinan en realidad el resultado del
experimento.
N.P.: ¿Podría usted dar algunos ejemplos
de qué es lo que usted considera como interferencia
ilegítima?
C.T.: Pienso ahora mismo en un caso clásico. Al
reconstruir la atmósfera de la tierra primitiva, muchos
investigadores han empleado luz ultravioleta para simular luz solar. Se
supone que la luz solar fue una importante fuente de energía
para inducir a los reactivos químicos a enlazarse y formar
materias orgánicas. Pero los investigadores, en sus
experimentos, emplearon sólo las longitudes de onda más
cortas de luz UV. Filtran las longitudes de onda más largas
-porque si no lo hiciesen, destruirían los mismos materiales que
están tratando de conseguir.
Ahora bien, emplear sólo las longitudes de onda
más cortas es «hacer trampa», si lo quiere llamar
así. No se corresponde con lo que era verdaderamente la tierra
primitiva según la misma teoría del investigador. En la
naturaleza están presente todas las longitudes de onda
de la luz. Es necesario seleccionar sólo algunas
longitudes de onda para que el experimento tenga éxito, pero no
es realista. Así, que, ¿qué es lo que los
resultados nos dicen realmente acerca de la tierra primitiva? Es por
eso que consideramos que se trata de una interferencia ilegítima.
Escenario destructor
N.P.: ¿Qué otros ejemplos hay de
interferencia ilegítima?
C.T.: Uno de los problemas más ampliamente
reconocidos es el empleo de una trampa de frío. Se precisa de
una trampa de frío en los experimentos de simulación de
atmósferas a fin de extraer aminoácidos y otros productos
acabados de formar del área donde tiene lugar la
reacción. Sin esta trampa, los gases seguirían
arrastrando estas sustancias. Los aminoácidos formados
volverían a la cámara de chispas, donde serían
destruidos. La misma energía que los produce también los
destruiría.
Para que el experimento sea realista, se tiene que encontrar
un reflejo de ello en la tierra primitiva, algo que pudiese servir como
trampa natural. Se solía decir que el océano era una
trampa. Los aminoácidos serían formados en la
atmósfera y caerían en el océano, donde
quedarían protegidos de las radiaciones destructivas. Pero se ha
llegado a reconocer que el océano no es meramente una trampa
-hay en él muchas maneras en que los aminoácidos
también serían destruidos en su seno.
N.P.: Así, desde su punto de vista, ¿el
uso de una trampa es ilegítimo, porque en realidad no simula
nada en el mundo real?
C.T.: Eso mismo. En el océano, por ejemplo, las
reacciones químicas necesarias para la vida pueden ir en
cualquier dirección -las sustancias se combinarán para
hacer materiales orgánicos, pero estos mismos productos
orgánicos se volverán a disgregar con gran facilidad.
Habrá al mismo tiempo reacciones integradoras y desintegradoras.
Sin embargo, las reacciones que tienen a predominar son las
destructivas. Y esto nos lleva a un segundo problema tocante al
océano como la «sopa química» primordial -los
reactivos químicos esenciales estarían demasiado
diluidos. Debido a que los materiales precisos para la vida se
disgregan en realidad mucho más fácilmente que lo que se
forman, la concentración de estas sustancias se
mantendría muy baja. Los aminoácidos en un océano
primordial no estarían más concentrados que lo que
están en la actualidad en el Océano Atlántico.
Una ley muy básica de la química -la ley de
acción de masas- enuncia que en una solución diluida, las
sustancias reaccionan con lentitud. Pero cuando los reactivos se
concentran, la reacción se acelera. De modo que ahora los
investigadores proponen la idea de que la vida surgió en
estanques más pequeños, más concentrados.
La idea es que en un estanque cercano al océano, las
sustancias químicas penetrarían en él desde el
océano, el agua se evaporaría, y el resultado
sería una mayor concentración de sustancias
químicas. Esto llevaría a una velocidad más alta
de reacción, haciendo mucho más probable que tuviesen
lugar las reacciones necesarias -y en cantidad suficiente- para el
surgimiento de la vida.
Todo esto suena muy plausible, hasta que se cae en la cuenta
de que se acelerarían todas las reacciones -no
sólo las adecuadas. La velocidad de las reacciones destructivas
aumentaría en proporción a las constructivas al
irse concentrando más este estanque. No hay manera de
seleccionar sólo aquellas reacciones que queremos. Las mismas
reacciones destructivas que mantienen el océano demasiado
diluido destruirían cantidades enormes de compuestos
orgánicos esenciales con la misma eficacia en un estanque
concentrado.
N.P.: Éste es uno de aquellos argumentos que le
hace decir a uno: «¡Claro! ¿Y eso por qué no
lo he pensado yo mismo?» Si una clase de reacción se
acelera, lo mismo sucede con las otras.
C.T.: Al leer la literatura sobre experimentos del
origen de la vida, me he sentido asombrado al ver lo bien que
concordaban unas críticas con otras. Comenzó a surgir un
escenario diferente de la tierra primitiva, caracterizado por la
destrucción, y que concuerda mucho mejor con lo que conocemos de
la química. Parece que la tierra primitiva habría sido
dominada por procesos destructivos y no creativos.
N.P.: El problema, dice usted en su libro, no es de
concentración, sino de selección.
C.T.: Así es. Lo que necesitamos es un medio de
seleccionar compuestos orgánicos y aislarlos de otros reactivos
químicos con los que podrían interactuar
destructivamente. Pero no hay nada que sugiera que existiese un
mecanismo de selección de este tipo en este planeta.
Escala de interferencia
N.P.: Una de las contribuciones originales de su libro
es la sugerencia de una escala de interferencia legítima e
ilegítima -una escala de actividades que el investigador lleva a
cabo en un experimento, y que hacen que el mismo sea más o menos
realista.
C.T.: Sí; vimos la necesidad de algunos
criterios formales para juzgar qué clases de experimentos de
simulación son realistas y cuáles están, en cierto
sentido, «trucados». Al aumentar el grado de interferencia,
los experimentos se vuelven menos y menos plausibles.
Permita que le dé otro ejemplo. En los experimentos de
simulación, los investigadores emplean en cada caso reactivos
puros. Ahora bien, la ejecución de un experimento exige
esto -si no, no se puede saber qué ingredientes están
realmente reaccionando entre sí. Pero en una tierra primitiva no
se encontraría en realidad ninguna situación con
reactivos puros.
En una situación real, los reactivos estarían
todos mezclados, y estarían en marcha todo tipo de reacciones en
competencia. Las sustancias A y B pueden reaccionar maravillosamente
bien cuando están aisladas en el laboratorio; pero cuando se
mezclan con C, D y E en la naturaleza, podría ser que no
pudiesen reaccionar entre sí al reaccionar en reacciones
competitivas. Una mezcla química nunca es sencillamente la suma
de reacciones individuales aisladas.
Este uso de reactivos químicos puros y seleccionados en
los experimentos de simulación es sumamente artificial. Aunque
consigas resultados en el laboratorio, si tu experimento no tiene su
contrapartida en la tierra primitiva, tus resultados tienen poco valor.
La escala de interferencia aceptable que proponemos es provisional,
pero tenemos la esperanza de que constituya un punto de partida para
elaborar criterios que se puedan emplear para evaluar las varias clases
de experimentos acerca del origen de la vida.
N.P.: ¿Qué relación tiene la
termodinámica con el origen de vida?
C.T.: La termodinámica presenta dos problemas.
El más mencionado es que la mayoría de las reacciones
críticas para el origen de los seres vivos son reacciones
«cuesta arriba» -esto es, que sus productos son
energéticamente más ricos que los materiales iniciales.
Esto significa que necesitas una fuente de energía para
conducirlas cuesta arriba: no se forman de manera espontánea.
Esto es comunmente designado como la «barrera
termodinámica», y constituye un problema colosal para
cualquier teoría de evolución química. La
única manera en que los científicos han podido conseguir
que se formase una cantidad significativa de aminoácidos ha
sido, por ejemplo, evitando las reacciones cuesta arriba. Los
investigadores comienzan ahora sus experimentos con compuestos
ya energéticamente ricos, como metano y amoníaco, y luego
las reacciones químicas van cuesta abajo en lugar de cuesta
arriba.
La dirección en que van las reacciones de manera
espontánea es cuesta abajo, lo que significa que se pierde
energía en el proceso. Es como el agua -llevar agua a la cumbre
de un monte exige un trabajo, como el que proporciona una bomba. Pero
cuando está allá arriba, corre cuesta abajo de manera
bien natural por sí misma. Comenzar con compuestos ricos en
energía es como comenzar con agua en la cumbre del monte. En
realidad, no es sorprendente que la reacción vaya cuesta abajo
para formar aminoácidos.
La mosca en el perfume es que lo más probable es que
estos compuestos ricos en energía no estuviesen
disponibles en cantidades significativas en la tierra primitiva. En
otras palabras, aunque el experimento tiene éxito, no es muy
realista.
N.P.: Ha dicho usted que la termodinámica
presenta dos problemas. ¿Cuál es el segundo?
C.T.: Hay una segunda clase de barrera
termodinámica que pocas veces se menciona en la literatura
acerca de los orígenes, aunque en realidad constituye un
problema mucho mayor. No se trata sólo de que las reacciones han
de ir cuesta arriba, sino también que han de conducir a un
producto muy determinado.
Resolver el problema de la energía es sólo el
primer paso. Es lo mismo que hacer un viaje. Para llegar a cualquier
sitio, no es suficiente con tener la energía disponible en forma
de un depósito lleno de gasolina. También necesitas un
conductor al volante, que seleccione esta carretera y aquella otra -y
que rechace todas las demás -hasta que llegas al destino deseado.
De la misma manera, para conseguir una molécula
apropiada para sustentar la vida necesitas algo más que la mera
energía. Además, necesitas algo para seleccionar
las piezas apropiadas y luego codificarlas en la secuencia
apropiada. Si no es así, no consigues moléculas capaces
de una función biológica.
Lo que estamos intentando hacer en estos experimentos es
fabricar los componentes de un motor metabólico, algo muy
similar a construir el motor de un automóvil. Para conseguir que
las piezas funcionen, han de ser montadas de una manera muy concreta.
N.P.: Muchas personas dicen que la luz solar es una
fuente de energía adecuada para impulsar la evolución
adelante. ¿Es cierto?
C.T.: No, la luz solar no es en realidad la
solución al problema del origen de la vida, porque no puede
atravesar esta segunda barrera termodinámica. Puede impulsar una
reacción química «cuesta arriba» y hacer que
los reactivos químicos se enlacen. El problema es que estos
productos son todos secuencias aleatorias.
No hay suficiente con conseguir que se formen moléculas
al azar. Lo que se necesita es moléculas específicas.
La estructura de una proteína o de una molécula de ADN es
una secuencia específica que comunica información, como
las palabras de un libro. No puedes escribir un libro poniendo las
letras en secuencias al azar: de esta manera no significan nada. Y
tampoco puedes conseguir moléculas biológicas funcionales
combinando los constituyentes químicos en secuencias al azar.
La luz solar, o ultravioleta, es sólo una fuente de
energía general. No puede seleccionar secuencias
específicas. Lo mismo sucede con el calor, las ondas de choque y
las descargas eléctricas -todas las fuentes de energía
que se han propuesto para impulsar la evolución química
hacia adelante. Todas ellas son fuentes de energía generalizada.
Una fuente de energía generalizada podría forzar
la unión de componentes, pero no puede seleccionar las piezas
correctas y disponerlas en una serie determinada. Es como si pusieses
unos electrodos a cada extremo de un depósito de chatarra y
soldases todo el metal de desecho. De esta manera aplicas
energía al sistema y consigues unir cosas. Pero la probabilidad
de que consigas algo útil es bien pequeña.
N.P.: ¿Han propuesto los científicos
algún medio natural para conseguir secuencias específicas?
C.T.: Sí, se han presentado varias propuestas,
pero todas ellas adolecen de un fallo fundamental: en su
búsqueda de una alternativa al azar, los científicos se
vuelven a ejemplos de orden. Pero tampoco es orden lo que se necesita.
Lo que necesitamos es una cierta clase de complejidad.
Mucos científicos sugieren que el origen de la vida fue
conducido, en cierto sentido, bien por tendencias inherentes en los
reactivos químicos mismos, o bien por condicionamientos del
medio ambiente. El problema con estas sugerencias es que todas ellas
conducirían al orden. El orden es regularidad. Las ondulaciones
en una playa, por ejemplo, presentan un orden. Lo mismo con la
estructura de un cristal. Una estructura ordenada es aquella que se
repite a intervalos regulares, como el diseño de un papel
decorativo.
En cambio, la complejidad es irregular. Las cosas vivientes no
son ordenadas -en el sentido de que la proteína y el ADN
no están constituidos por una misma pauta repetida una y otra
vez. Más bien, se trata de secuencias irregulares que
están dispuestas de una manera específica para comunicar
información. Están caracterizadas por lo que llamamos
complejidad específica.
Es la teoría de la información la que nos ha
dado estas distinciones. Ahora sabemos que no hay relación
alguna entre el origen del orden, con su repetición de pautas, y
el origen de la complejidad específica, como las
proteínas y el ADN. No se puede establecer una mera
analogía entre la formación de un cristal y el origen de
la vida, como muchos lo hacen, y decir que debido a que las fuerzas
naturales pueden dar cuenta de un cristal, que las fuerzas naturales
pueden dar cuenta también de la estructura de los seres vivos.
Estas dos cosas no son analógicas.
N.P.: Esta es una interesante distinción, porque
los creacionistas tienden a emplear la palabra «orden» en
un sentido mucho más general. En el argumento común del
designio argumentamos que el orden en el mundo ha de ser producto de un
Diseñador.
C.T.: Aquí ha suscitado usted una de las partes
más significativas y entusiasmantes de toda la discusión:
la cuestión del designio.
El argumento del designio para demostrar la existencia de Dios
se centra a menudo en el orden. La gente arguye desde la existencia del
orden en el mundo para deducir la existencia de un Diseñador
inteligente.
Pero el orden es algo que podemos explicar mediante leyes
naturales. Podemos explicar las ondulaciones en la arena de la playa
como el resultado de la acción de las olas al incidir en la
arena. Esto es orden, sí, en el sentido de regularidad, y no hay
necesidad de apelar directamente a la Inteligencia divina para
explicarlo. De modo que no podemos argumentar directamente en base de
ejemplos de orden para deducir la necesidad de un Creador. En lugar de
ello, iríamos un paso atrás y argumentaríamos que
Dios ha creado las leyes mismas y que estas funcionan como
«causas secundarias».
Pero en el caso de los seres vivos, no argumentamos en base
del orden. Con la teoría de la información, ahora vemos
que los seres vivos no son ordenados sino complejos.
Las secuencias de aminoácidos en la proteína y
de los nucleótidos en el ADN son exactamente como mensajes -o
más bien, son mensajes. Representan información
en la célula.
La consecuencia de esto es que ahora tenemos la oportunidad de
reformular el argumento del designio. La cuestión no es tanto
cómo explicamos la existencia de orden, sino la existencia de la
información.
Naturalmente, la mayoría de científicos siguen
abrigando la esperanza de explicar la formación de las
moléculas complejas de secuencias específicas por medio
de causas naturales. Pero en toda nuestra experiencia las causas
naturales conducen o bien a secuencias aleatorias, como ya he
mencionado antes, o al orden -pero no a la complejidad
específica, no a la información.
En cambio, el científico en el laboratorio puede
sintetizar proteínas. En tal caso, naturalmente, su origen no se
debe a fuerzas naturales, sino a la manipulación inteligente de
los reactivos químicos. El éxito del experimento depende
de los condicionantes impuestos por el investigador sobre la
reacción. Este investigador representa la inteligencia.
Esto es una evidencia observacional de que las
moléculas portadoras de información, como las
proteínas, pueden ser producidas por la inteligencia. En cambio,
no tenemos evidencia observacional de que puedan ser producidas por
medios naturales.
Dos clases de ciencia
N.P.: En su libro usted introduce dos nuevos
términos: «ciencia de los orígenes» y
«ciencia operativa». ¿Qué significan estos
dos términos?
C.T.: En los primeros siglos de la ciencia moderna, los
científicos, la mayoría de los cuales daban la
creación por supuesta, estudiaban sólo las operaciones
regulares y recurrentes del mundo que podemos observar en el presente.
Esto es lo que significo yo por ciencia operativa.
Para explicar estos acontecimientos regulares, repetibles,
sólo es necesario invocar causas naturales. Esto dio origen a la
idea de que la ciencia es filosóficamente neutral -que un
hindú, un budista, un cristiano o un ateo pueden ir al
laboratorio, emplear el método científico y alcanzar los
mismos resultados. Tanto los teístas como los no teístas
acuerdan limitarse a las causas naturales en el dominio de la ciencia
operativa.
Pero un cierto tiempo después, los científicos
asumieron la tarea de intentar dar respuesta a las cuestiones acerca de
los orígenes, a las cuestiones acerca de cómo las cosas
llegaron a existir. Debido a que ya habían aceptado en la
ciencia operativa la restricción de que la ciencia había
de limitarse a causas naturales, se dio por supuesto de que para actuar
científicamente en la cuestión de los orígenes, se
debía también explicarlo todo mediante causas naturales.
Si alguien apelaba a la inteligencia -por ejemplo a un Creador- esto,
por definición, ya no era ciencia. Era religión o
filosofía.
Pero hay otra manera de ver las cosas. Los orígenes son
una clase diferente de acontecimiento que aquellos con los que tratamos
en la ciencia operativa. No se trata de acontecimientos recurrentes,
sino de acontecimientos singulares. Tampoco pueden ser observados,
porque sucedieron en el pasado. De modo que hemos de emplear
métodos diferentes para conocerlos. Y no debería
sorprendernos de que en ocasiones se precisa de diferentes causas para
explicarlos.
El objeto de nuestro estudio es lo que da origen a la
metodología. Es a causa de esto que los orígenes
pertenecen a un dominio distinto de la ciencia. De modo que lo que
decimos en nuestro libro es que hay dos clases de ciencia, la ciencia
operativa y la ciencia de los orígenes. Tanto la perspectiva
creacionista como la evolucionista de los orígenes pertenecen a
la categoría de ciencia de los orígenes.
N.P.: ¿Qué diferencia de
metodología hay entre la ciencia operativa y la ciencia de los
orígenes?
C.T.: La ciencia operativa trata acerca de
acontecimientos recurrentes que podemos observar, bien directa, bien
indirectamente. En este dominio, una teoría es considerada
científica si es falsable, es decir, si puede ser puesta a
prueba mediante experimentos sobre fenómenos repetibles. Por
ejemplo, la ciencia operativa estudia la oscilación del
péndulo, la trayectoria de la bala de un cañón, el
movimiento de los planetas, la cristalización de la sal, la
migración de las mariposas Monarca. Si nuestra teoría
acerca de tales comportamientos es falsa, debemos (al menos en
principio) poder eliminarla mediante pruebas empíricas.
Por otra parte, a lo largo del tiempo ha habido muchos
acontecimientos singulares, y uno de ellos es el origen de la vida. A
esto se le podría llamar ciencia histórica, por cuanto
trata de acontecimientos del pasado. Pero por cuanto nuestro
interés principal en nuestro libro es el origen de la vida, lo
llamamos ciencia de los orígenes.
En este dominio de la ciencia, no podemos falsar nuestras
teorías como en la ciencia operativa. Esto se debe a que los
acontecimientos acerca de los que queremos saber no son recurrentes ni
observables. De modo que lo que tenemos que hacer es construir un
escenario plausible en base de pistas posteriores al acontecimiento,
exactamente como lo hace un detective cuando investiga un caso de
asesinato.
Para ello, empleamos la lógica de la analogía,
lo que los científicos llaman el principio de la uniformidad.
Esto es, tomamos acontecimientos presentes y sus causas, y en
base de ellos inferimos lo que pudo haber sucedido en el pasado.
Si vemos en el pasado efectos similares a lo que está sucediendo
hoy día, llegamos a la conclusión de que hubo causas
similares. Esta es la clase de argumento empleado por Charles Lyell
cuando estableció la geología histórica: el
presente es la clave del pasado.
Los creacionistas han tendido a ser muy críticos contra
el principio de la uniformidad, pero creo que es una actitud
innecesaria. De hecho, podemos aprender a emplearlo dentro de este
ámbito de la ciencia de los orígenes con tanta eficacia
como lo emplea el evolucionista cuando argumenta en favor del
naturalismo.
N.P.: ¿Y cómo podemos hacerlo?
C.T.: Lo acabo de usar en lo que he dicho antes.
Actualmente conocemos bastante bien los límites de lo que
sucederá si la materia y la energía son dejadas a
sí mismas. Las fuerzas naturales pueden producir orden
(pautas regulares) pero no pueden producir una complejidad
específica (información). En toda nuestra experiencia no
hemos visto fuerzas naturales que condujesen a esta clase de
complejidad.
Pero sí hemos visto inteligencia humana
producir moléculas específicas y complejas en el
laboratorio. Por ello, si hemos de emplear el presente como clave del
pasado, hemos de llegar a la conclusión de que también en
el pasado se necesitó inteligencia para producirlas.
Permita que le dé otro ejemplo de esta clase de
razonamiento. Carl Sagan ha anunciado que si descubrimos un solo
mensaje de radio codificado del espacio exterior, tendríamos
prueba de que existen inteligencias extraterrestres ahí fuera.
Pero se puede decir que nos vienen señales de radio del espacio
continuamente: ¿cómo podemos saber si una procede de un
ser inteligente? Con las herramientas de la teoría de la
información podemos decir si las señales tienen la
estructura de un mensaje codificado. Si fuese así,
concluiríamos con Carl Sagan que tienen que haber sido enviadas
por un agente inteligente.
Aunque nunca hemos visto ninguna inteligencia extraterrestre,
estableceríamos una analogía entre el código de
radio y nuestros propios sistemas de comunicación para llegar a
la conclusión de que habría de existir alguna clase de
inteligencia allá fuera que lo envió. Por la misma
razón, cuando contemplamos la información en el
código ADN, razonamos por analogía que ha de existir un
agente inteligente «allá fuera» que la creó.
Causas primordiales
N.P.: Bien, usted ha dicho que la ciencia de los
orígenes tiene una metodología diferente de la que tiene
la ciencia operativa, porque tiene que ver con acontecimientos
singulares en el pasado. También ha dicho que puede apelar a
diferentes causas. ¿Podría explicar esta segunda parte?
C.T.: La ciencia operativa se limita a causas
naturales. Esto se debe a que todo lo que uno necesita para dar
cuenta de acontecimientos repetitivos son causas naturales. En el
lenguaje de los antiguos científicos, se trata de «causas
secundarias», o lo que Charles Lyell denominó
«causas actuantes continuas».
No se puede imponer esta limitación a las causas de
acontecimientos singulares. A veces pueden ser el resultado de una
conjunción inusual de causas secundarias -como en el caso de una
formación rocosa singular. Pero también pueden ser
resultado de «causas primarias» -como una herramienta de
hierro hallada por un arqueólogo. Lo que querían decir
los primeros científicos por una causa primaria era una
inteligencia, bien humana o divina, que pueda poner en movimiento una
nueva serie de causas secundarias.
Cuando lanzas una pelota, por ejemplo, inicias una nueva serie
de acontecimientos, que no habrían sucedido
espontáneamente. Tú eres una causa primaria. Los
acontecimientos que siguen a esto -la pelota sigue una trayectoria,
rebota, golpea el muro, y finalmente se detiene- pueden ser explicados,
todos ellos, por causas secundarias. Pero el acontecimiento original
que lo inició todo ha de ser explicado por la inteligencia -la
tuya.
Así que cuando damos paso a una ciencia tocante al
origen de las cosas -ciencia de los orígenes- no hay
justificación alguna para cerrar la puerta a las causas
primarias, a la inteligencia. Obsérvese que una causa primaria
no tiene que ser divina. Puede ser humana, o puede ser una inteligencia
suprahumana dentro del mismo universo. Esta clase de causa primaria
sería inmanente o naturalista.
N.P.: ¿Qué quiere decir con esto?
C.T.: Permítame un ejemplo. Los creacionistas,
en el juicio en Arkansas sobre una ley de «tratamiento
equilibrado», usaron a un budista como testigo a favor de ellos.
Lo que estaban haciendo era usar a alguien que sostenía una
primera causa natural -alguien que cree que el ser inteligente
responsable del origen de la vida es sencillamente una inteligencia
más elevada dentro del universo, no un Dios trascendente. Pero
los creacionistas vieron lo valioso que era el testimonio de este
budista, porque al menos veía la necesidad de apelar a una causa
primaria para dar cuenta del origen de la vida.
En la ciencia operativa sólo podemos apelar a causas
naturales o secundarias. Pero en ciencia de los orígenes podemos
apelar bien a causas secundarias, bien a causas primarias, considerando
como la más plausible aquella que se conforma mejor al principio
de la uniformidad.
N.P.: Gracias, doctor Thaxton, por dar su tiempo tan
gentilmente para esta entrevista. Sólo querría haber
podido hablar más acerca de otros importantes conceptos en su
libro, como la ausencia de evidencias geológicas de una
«sopa química» primordial, y del problema del
oxígeno sobre esta tierra primitiva. Pero, ya que no podemos,
sólo querría recomendar una vez más su libro a
nuestros lectores, y esperar que consiga la amplia atención que
merece.
El doctor Charles Thaxton es Director de Currículos
para la Fundación para el Pensamiento y la Ética,
Richardson, Texas. Para más información acerca de este
grupo, escriba a:
Foundation for Thought and Ethics
- P.O. Box 830721
- Richardson, TX 75083-0721
- Estados Unidos de Norteamérica
Fuente: BSN,
Vol. 23/10, Oct. 1985, págs. 7-9.
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