El Famoso DISCURSO DEL OBISPO STROSSMAYER(1815-1905) pronunciado en el Primer Concilio Vaticano (año1870)


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INTRODUCCIÓN

La Iglesia Católica Romana no aprecia el discurso que elobispo Strossmayer pronunció en el Primer Concilio Vaticano en1870, cuando la infalibilidad papal se promulgó como dogmaoficial. En realidad, hay autoridades católicas romanas yalgunos apologistas que niegan su autenticidad. ¿Por qué?Porque socava la primacía de Pedro como la Roca del fundamentodel papado.

Para los católicos romanos que cuestionan la genuinidad delsiguiente mensaje por el Católico Romano Strossmayer, hay unaseria necesidad de considerar la información que ofrecemos:

Se trata del texto del discurso de Jossip Strossmayer en elConcilio Vaticano I (1870) contra la postura ultramontana quefinalmente impuso el dogma de la infalibilidad papal, segúnuna versión italiana del mismo publicada en Florencia en laepoca. La genuinidad de este discurso ha sido rechazada porinstancias vaticanas. Sin embargo, permanece el hecho documentado dela oposición de Strossmayer, lo mismo que la de Döllingery otros católicos, a la novedad que constituía el dogmade la infalibilidad papal, oposición basada de todas formas enargumentos como los expuestos en este contestado discurso. Aunque, ycomo se detalla en la revista The Bible Treasury de octubre de1872, pág. 160, «Se debe decir que el Obispo Strossmayerescribió recientemente a la publicacion Français[1872] repudiando el discurso en el Concilio Vaticano [I] contra lainfalibilidad papal que se le atribuía en muchas publicacionesinglesas así como extranjeras», hay otros factores aobservar aquí. Por ejemplo:

La Enciclopedia Católica (propiedad literaria 1913, tomoXIV, p. 316) da un relato del Obispo Jossip Strossmayer (1815-1905)en el Primer Concilio Vaticano en 1870, del cual citamos: «En elConcilio Vaticano él era uno de los más notablesoponentes de la infalibilidad papal, y se distinguió así mismo como un orador. El papa alabó »ellatín extraordinariamente bueno», de Strossmayer. Undiscurso en el cual él defendía el Protestantismocausó una gran sensación... Después del concilioStrossmayer mantuvo su oposición por más tiempo que losotros obispos y mantuvo una conexión con Johann J. Ignaz vonDöllinger, el más grande historiador católicoromano en Alemania. Sus libros imponían respetouniversal.» Esto fue «hasta octubre de 1871. Entonces[Strossmayer] le notificó a von Döllinger y a Reinkensque él intentaba ceder "al menos exteriormente".»

Esto justifica las sospechas expresadas por el editor de TheBible Treasury en la misma nota, en la que añade:«Él [Strossmayer] declara que nunca dijo nadamenospreciativo de la Sede Romana. Si no se conociera lacasuística de la religión mundana, estoparecería decisivo en contra de que este discurso hubiera sidopronunciado por él. Pero es probable que, si fue pronunciado,puede haber sido interpolado por otros de modo que dé pie apoder negar su genuinidad una vez se dio aprobación al dogma yse desvaneció la fuerza de la oposición. Es dificilcreer que el obispo Strossmayer no dijera nada en este sentido anteel rumor general.»

Von Döllinger y otros nunca cedieron, y rompieron con Roma,en el cisma de los llamados "Viejos Católicos". Por otraparte, los razonamientos expuestos en el discurso de Strossmayer sonválidos tanto desde la historia como desde la doctrinabíblica, y lo presentamos tanto por su evidente interéshistórico como doctrinal, ofreciendo como ofrece ampliaspruebas de la falta de base para el papado y sus falsas pretensiones.

Corresponde a la Iglesia Católica Romana probar queStrossmayer no habló en el Primer Concilio Vaticano y que nohabló contra la infalibilidad del papa. Sin embargo, lahistoria es explícita, tanto por su propia enciclopedia, quees perfectamente clara y explícita en dicho asunto, como portestimonios coetáneos. Por otra parte, sería deseableque la Iglesia de Roma diera a luz todos los documentos de esecontrovertido Concilio.

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PRÓLOGO

La Voz de Dios testifica en contra

El día 18 de julio de 1870 fue el día en que el papaPío IX reivindicó públicamente la Infalibilidadpara sí mismo—un atributo del mismo Dios. El largo tiempodurante el que se estuvo debatiendo el dogma de la infalibilidad dioamplia oportunidad al Papa, y a sus amigos los Jesuitas paraproyectar hacer un milagro en el momento en que el Papa lopromulgara. Su plan consistía en colocar varios espejos en eltejado del Salón del Concilio, y colocarlos de tal manera queesos espejos pudieran ser accionados a voluntad, para derramar sobrela cabeza del Papa un brillantísimo reflejo de los rayos delsol, al tiempo que las cabezas y caras del gentíoestarían a la sombra de aquel gran edificio.

Este proyecto, en circunstancias ordinarias, hubiera dado buenresultado, porque en el mes de julio el cielo de Roma estádespejado, sin nada de nubes, y los rayos del sol están a ladisposición de cualquiera que quiera dirigirlos por medio deespejos. Estando todo arreglado, hicieron a la gente saber que seesperaba ver un milagro en el día en que el Papa se declararainfalible.

El siguiente párrafo lo tomamos del boletín del muyconocido periódico inglés, The Times, deLondres, fecha del 25 de julio de 1870:

«Los cortesanos del Papa le prometían la ayuda delcielo en aquel día propicio. El Salón del Concilioestaba arreglado de tal manera, que en el mismo día y hora deltriunfo, cuando los padres de la asamblea estuvieran metidos en lasombra del vasto edificio, brillase de repente un rayo de gloriacelestial sobre el trono papal...

»Pero, desgraciadamente, esta gloria no había deaparecer, como lo prueba el desenlace, y la inauguración delnuevo rey quedó destinada a ser señalada con truenos yaguas como en el tiempo de la siega del trigo en los días deSamuel, en lugar de tener las sonrisas del cielo.»

El corresponsal de The Times—que, como ya se sabe,fue Lord Acton, católico inteligente, y catedrático enla universidad de Cambridge—escribiendo desde Roma con fecha del19 de julio, el día después de la promulgacióndel dogma, dice así:

»Comenzaré con la fiesta. Hubo truenos yrelámpagos toda la noche, y a la mañana amaneciólloviendo; en lugar de tener el hermoso cielo de Roma, el brillante yardiente sol, tuvimos lo que se puede llamar la tempestad de laestación. Los negocios del día comenzaron con lalectura del dogma, y el gentío en la puerta del 'Baldacchino'fue inmenso. Consistía, mayormente, de sacerdotes, monjes,hermanas de la caridad y estudiantes de varias escuelas, y por estarazón hubo grande apretura en el Salón, todos esperandover el prometido milagro. La lectura del dogma fue seguido por larevista de los padres, y se oía plácet trasplácet, aunque no muy seguido.

»La tempestad que se cernía toda la mañanaestalló ahora con terrible violencia, e hizo a muchos creerque era una demostración de la ira Divina; hasta un oficial dela 'Guardia Palatina' dijo: 'sin duda muchos lo interpretaránasí'. Y de esta manera, cada 'plácet' de los padresluchaba con la tempestad: los truenos estallaban arriba y los rayospenetraban por las ventanas y las bóvedas, dividiendoasí la atención de la muchedumbre. ¡Plácet!gritaba Su Eminencia, o Su Gracia, y el estruendo de los truenosseguía como respuesta, y los relámpagos jugabanalrededor del 'Baldacchino' y en todas partes de la Iglesia yConcilio, como para anunciar la contestación. Y asícontinuó a lo largo de casi hora y media; durante ese tiemposiguió la revista; y una escena más imponentejamás he visto. ... La tempestad llegó a lo másfuerte de su furor cuando llevaron el resultado de la decisiónal Papa; las tinieblas eran tan densas que fue necesario colocar uninmenso cirio a su lado para poderse leer las palabras que leinvestían de poderes Divinos, y mientras el Papa leía,brillaban incesantemente los relámpagos y los truenosretumbaban».



El Famoso
DISCURSO DEL OBISPO STROSSMAYER SOBRE LA INFALIBILIDAD PAPAL
Pronunciado en el mismo Concilio Ecuménico que lapromulgó



»Venerables padres y hermanos: No sin temor, pero con unaconciencia libre y tranquila, ante Dios que vive y me ve, tomo lapalabra en esta augusta Asamblea. Desde que me hallo sentadoaquí entre vosotros, he seguido con atención losdiscursos que se han pronunciado, ansioso de que un rayo de luzdescendiendo de arriba ilumine mi inteligencia y me permitiese votarrespecto a los cánones de este santo Concilio Ecuménicocon perfecto conocimiento de causa.

ESTUDIO DEL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO

»Compenetrado del sentimiento de responsabilidad por el cualDios me pedirá cuentas, me he dedicado a estudiar conescrupulosa atención los escritos del Antiguo y NuevoTestamentos, y les he pedido a estos venerables monumentos de laverdad que me permitiesen saber si el Santo Pontífice queaquí preside es ciertamente el sucesor de San Pedro, Vicariode Jesucristo e infalible doctor de la Iglesia.

»Para resolver esta grave cuestión, me he vistoobligado a prescindir del estado actual de las cosas, y a transportarmi mente, con la antorcha del Evangelio en las manos, a los tiemposen que no existían ni el ultramontanismo ni el galicanismo, yen los cuales la Iglesia tenía por doctores a San Pablo, SanPedro, San Juan y Santiago, doctores a quienes nadie puede negar laautoridad divina sin poner en duda lo que la Santa Biblia, que tengodelante, nos enseña, y que el Concilio de Trentoproclamó como Regla de fe y de moral.

»He abierto, pues, estas sagradas páginas, y ¿meatreveré a decirlo? nada he encontrado que respaldepróxima ni remotamente, la opinión de losultramontanos. Aun es mayor mi sorpresa por no encontrar en lostiempos apostólicos nada que haya sido motivo decuestión sobre un papa sucesor de San Pedro y Vicario deJesucristo, como tampoco sobre Mahoma, que no existíaaún.

»Vos, monseñor Maning, diréis que estoyblasfemando; Vos, Monseñor Fie, diréis que estoy loco.¡No, Monseñores, no blasfemo ni estoy loco! Habiendoleído todo el Nuevo Testamento, declaro ante Dios, con mi manoelevada al gran crucifijo, que ningún vestigio he podidoencontrar del papado tal como existe ahora.

»No me rehuséis vuestra atención, misvenerables hermanos, ni con vuestros murmullos e interrupcionesjustifiquéis a los que dicen, como el padre Jacinto, que esteConcilio no es libre, porque nuestros votos han sido de antemanoimpuestos. Si esto fuese cierto, esta augusta Asamblea, hacia la cualestán dirigidas las miradas de todo el mundo, caería enel más profundo y vergonzoso descrédito. Si deseamosque sea grande, debemos ser libres Agradezco a su Excelenciamonseñor Dupanloup el signo de aprobación que hace conla cabeza. Esto me alienta, y prosigo.

JESÚS NO DIO LA SUPREMACÍA A PEDRO

»Leyendo, pues, los santos libros con toda la atenciónde que el Señor me ha hecho capaz, no encuentro un solocapítulo o un versículo en el cual Jesús otorguea San Pedro la jefatura de los apóstoles, sus colaboradores.

»Si Simón, el hijo de Jonás, hubiese sido loque hoy día creemos que es su santidad Pío IX, esextraño que Él [Jesús] no les hubiera dicho:"Cuando haya ascendido a mi Padre, debéis todos obedecer aSimón Pedro, así como ahora me obedecéis amí. Lo establezco como mi vicario en la tierra." No solamentecalla Cristo sobre este particular, sino que piensa tan poco en daruna cabeza a la Iglesia, que cuando promete tronos a sus doceapóstoles para juzgar a las doce tribus de Israel (Mateo19:28) les promete doce, uno para cada uno, sin decir que entredichos tronos uno sería más elevadoy—pertenecería a Pedro. Indudablemente, si tal hubiesesido su intención, lo indicaría. La lógica nosconduce a la conclusión de que Cristo no quiso elevar a Pedroa la cabeza del colegio apostólico.

»Cuando Cristo envió a los apóstoles aconquistar el mundo, a todos igualmente dio la promesa delEspíritu Santo. Permitidme repetirlo: si él hubieraquerido constituir a Pedro como su vicario, le hubiera dado el mandosupremo sobre su ejército espiritual.

»Cristo,—así lo dice la Santa Escritura—prohibió a Pedro y a sus colegas reinar o ejercerseñorío o tener potestad sobre los fieles, como lohacen los reyes de los gentiles (Lucas 22:25, 26). Si San Pedrohubiera sido elegido papa, Jesús no hubiera habladoasí, porque según nuestra tradición el papadotiene en sus manos dos espadas, símbolos del poder espiritualy del temporal.

»Hay una cosa que me ha sorprendido muchísimo.Agitándola en mi mente, me he dicho: Si Pedro hubiera sidoelegido papa, ¿se permitirían sus colegas enviarle conSan Juan a Samaria para anunciar el Evangelio del Hijo de Dios?¿Qué os parecería, venerables hermanos, si nospermitiésemos ahora mismo enviar a su santidad Pío IX ya su eminencia monseñor Plantier al Patriarca deConstantinopla para persuadirle a que pusiese fin al cisma deOriente?

»Mas he aquí otro hecho mayor de importancia. Unconcilio ecuménico se reúne en Jerusalén paradecidir cuestiones que dividían a los fieles.¿Quién debiera convocar este concilio, si San Pedro erapapa? San Pedro. Bueno. nada de esto ocurrió. Elapóstol asistió al Concilio como lo hicieron losdemás, y sin embargo él no fue el que resumiólas cosas sino Santiago. Y cuando los decretos fueron promulgados,fue en el nombre de los apóstoles, los ancianos y los hermanos(Hechos 15).

»¿Es esta la práctica de nuestra Iglesia?Cuánto más examino ¡oh venerables hermanos! tantomás me convenzo de que en las Sagradas Escrituras el hijo deJonás no parecía ser el primero.

PABLO Y LOS APÓSTOLES GUARDARON SILENCIO CON RESPECTO ALPAPADO

»Ahora bien: mientras nosotros enseñamos que laIglesia está edificada sobre San Pedro, el apóstol SanPablo (de cuya autoridad no existen dudas), dice en suEpístola a los Efesios 2:20, que está edificada sobreel fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principalpiedra del ángulo Jesucristo mismo. Y el mismo apóstolcreía tan poco en la supremacía de San Pedro, queabiertamente culpa a los que dicen, somos de Pablo, somos de Apolos(1 Corintios 1:12), y a los que dicen, somos de Pedro. Si esteúltimo apóstol hubiera sido el vicario de Cristo, SanPablo se hubiera guardado bien de censurar con tanta violencia a losque pertenecían a su propio colega.

»El mismo apóstol Pablo, al enumerar los oficios de laIglesia, menciona apóstoles, profetas, evangelistas, doctoresy pastores... ¿Debemos creer, mis venerables hermanos, que SanPablo, el gran apóstol de los gentiles, se olvidó delprimero de estos oficios, el papado, si el papado fuera deinstitución divina? Ese olvido me parece tan imposible, comoel que un historiador de este concilio no hiciere mención desu Santidad Pío IX. [Varias voces: "¡Silencio, hereje,silencio!"]

»Calmaos, venerables hermanos, que todavía no heconcluido. Si me impedís que prosiga, os mostráis almundo dispuestos a la prevaricación, cerrando la boca al menormiembro de esta Asamblea.

»Continúo. El apóstol Pablo no hacemención de la primacía de Pedro en ninguna de susepístolas a las diferentes Iglesias, . Si esta primacíahubiera existido; si, en una palabra, la Iglesia hubiera tenido unacabeza suprema dentro de sí, infalible en enseñanza,¿podría el gran apóstol de los gentiles olvidarsede mencionarla? ¡Que digo! Más probable es que hubieraescrito una larga epístola sobre esta importante materia.Entonces, cuando se erigió el edificio de la doctrina¿podría olvidarse, como lo hace, de la fundación,o sea de la clave del arco? Ahora bien, a menos que mantengáisque la iglesia de los apóstoles fue herética (lo cualninguno de nosotros desearíamos ni nos atreveríamos adecirlo), estamos obligados a confesar que la Iglesia nunca fuemás bella, más pura, ni más santa que en lostiempos en que no hubo papa. ... [Gritos: ¡No es verdad, no esverdad.] No diga monseñor di Laval, no; alguno de vosotros,mis venerables hermanos, se atreve a pensar que la Iglesia que hoytiene un papa por cabeza, es más firme en la fe, máspura en la moral que la Iglesia apostólica, dígaloabiertamente ante el universo, puesto que este recinto es un centrodesde el cual nuestras palabras vuelan de polo a polo.

»Prosigo. Ni en los escritos de San Pablo, ni de San Juan, nide Santiago, descubro traza alguna o germen de poder papal.

»San Lucas, el historiador de los trabajos misioneros de losapóstoles, guarda silencio sobre este importantísimopunto. Y el silencio de estos hombres santos, cuyos escritos formanparte del canon de las divinamente inspiradas Escrituras, nos parecetan difícil o imposible, si Pedro fuese papa, y taninexcusable, como si Thiers, escribiendo la historia deNapoleón Bonaparte, omitiese el título de emperador.

»Veo delante de mí un miembro de la Asamblea, que diceseñalándome con el dedo: "¡Ahí estáun obispo cismático, que se ha introducido entre nosotros confalsa bandera!". No, no, mis venerables hermanos; no he entrado enesta augusta Asamblea como ladrón, por la ventana, sino por lapuerta, como vosotros; mi título de obispo me dio derecho aello, así como mi conciencia cristiana me obliga a hablar ydecir lo que creo sea la verdad.

»Lo que más me ha sorprendido, y se puede demostrar,es el silencio del mismo San Pedro. Si el apóstol fuese lo queproclamáis que fue, es decir, Vicario de Jesucristo en latierra, él, seguramente lo hubiera sabido. Y si lo hubierasabido, ¿cómo es que ni una sola vez actuó comopapa? Podría haberlo hecho el día dePentecostés, cuando predicó su primer sermón, yno lo hizo: como tampoco lo hace en las dos epístolas quedirige a la Iglesia. ¿Podéis concebir tal papa, misvenerables hermanos, si Pedro era papa?

»Resulta, pues, que si queréis mantener que fue papa,la consecuencia natural es que él no lo sabía. Ahorapregunto a todo el que quiera pensar y reflexionar: ¿Sonposibles estas dos suposiciones? Digo pues, que mientras losapóstoles vivieron, la Iglesia nunca creyó quehabía papa. Puesto que para mantener lo contrario seríapreciso entregar las Sagradas Escrituras a las llamas, o ignorarlaspor completo.

PEDRO EN ROMA, UNA «RIDÍCULA LEYENDA»

»Mas oigo decir por todos lados: "pues qué ¿noestuvo San Pedro en Roma? ¿No fue crucificado con la cabeza paraabajo? ¿No se conocen los lugares donde enseñó, ylos altares donde dijo misa en esta ciudad eterna?" Que San Pedrohaya estado en Roma, reposa, mis venerables hermanos, sólosobre la tradición; pero suponiendo que hubiese sido obispo enRoma, ¿cómo podéis probar su episcopado por supresencia? Scaligero, uno de los hombres más eruditos, novaciló en decir que el episcopado de San Pedro y su residenciaen Roma deben clasificarse entre las leyendas ridículas.[Repetidos gritos: ¡Tapadle la boca; hacedle descender de esacátedra!].

»Venerables hermanos: estoy pronto a callarme; mas ¿noserá mejor, en una asamblea como la nuestra, probar todas lascosas como manda el apóstol, y creer sólo lo que esbueno? Porque mis venerables amigos, tenemos un dictador ante el cualtodos debemos postrarnos y callar, hasta su santidad Pío IX, einclinar la cabeza: ese dictador es la Historia, la cual no es unaleyenda que se puede amoldar al modo que el alfarero modela su barro,sino como un diamante que esculpe en el cristal palabras indelebles.Hasta ahora me he apoyado sólo en ella, y no encuentrovestigio alguno del papado en los tiempos apostólicos; lafalta es suya y no la mía. ¿Queréis quizáscolocarme en la posición de un acusado de mentira? Hacedlo sipodéis. Oigo de la derecha estas palabras: "Tú eresPedro, y sobre esta Roca edificaré mi iglesia." (Mateo 16:18).Contestaré a esa objeción luego, mis venerableshermanos, antes de hacerlo deseo presentaros el resultado de misinvestigaciones históricas.

NO EXISTIÓ PAPA EN LOS PRIMEROS CUATRO SIGLOS

»No hallando ningún vestigio del papado en los tiemposapostólicos, me dije a mí mismo: "Quizáshallaré en los anales de la Iglesia lo que ando buscando."Bien, lo diré abiertamente: busqué al papa en loscuatro primeros siglos, y no he podido dar con él.

»Espero que ninguno de vosotros dudará de la granautoridad del santo obispo de Hipona, el grande y bendito SanAgustín. Este piadoso doctor, honor y gloria de la IglesiaCatólica, fue secretario en el Concilio de Milevi. En losdecretos de esta venerable Asamblea se hallan estas significativaspalabras: "Todo el que apelase a los de la otra parte del mar, noserá admitido a la comunión por ninguno enÁfrica." Los obispos de África reconocían tanpoco al obispo de Roma que castigaban con excomunión a los querecurriesen a su arbitraje.

»Estos mismos obispos en el sexto Concilio de Cartago,celebrado bajo Aurelio, obispo de dicha ciudad, escribieron aCelestino, obispo de Roma, amonestándole que no recibieseapelaciones de los obispos, sacerdotes o clérigos deÁfrica, que no enviase más legados o comisionados, yque no introdujese el orgullo humano en la Iglesia.

»Que el patriarca de Roma había, desde los primerostiempos, tratado de arrogarse toda autoridad, es un hecho evidente,como es otro hecho igualmente evidente que no poseía lasupremacía que los ultramontanos le atribuyen.

»Si la hubiera poseído, ¿hubieran osado losobispos de África, San Agustín, primero entre ellos,prohibir las apelaciones a los decretos de su supremo tribunal? Yreconozco, sin embargo, que el patriarca de Roma ocupaba el primerpuesto. Una de las leyes de Justiniano dice: "Mandamos, conforme a ladefinición de los cuatro Concilios, que el santo papa de laantigua Roma sea el primero de los obispos, y su alteza el arzobispode Constantinopla, que es la nueva Roma sea el segundo."Inclínate, pues a la soberanía del papa, mediréis.

»No corráis tan presurosos a esa conclusión,mis venerables hermanos, pues la ley de Justiniano lleva escrita alfrente: "Del orden de las sedes patriarcales." Precedencia es unacosa y poder de Jurisdicción es otra. Por ejemplo: suponiendoque en Florencia se reuniese una Asamblea de todos los obispos delreino, la precedencia se daría naturalmente al primado deFlorencia como entre los orientales se concedería al patriarcade Constantinopla y en Inglaterra al arzobispo de Canterbury; pero niel primero, ni el segundo, ni el tercero podrían deducir de laasignada posición una jurisdicción sobre sus colegas.

»La importancia de los obispos de Roma procedía, no desu poder divino, sino de la importancia de la ciudad dondeestá su sede. Monseñor Darboy no es superior endignidad al arzobispo de Aviñón, y, no obstante,París le da una consideración que no gozaría sien vez de tener su palacio en las orillas del Sena, se hallase sobreel Ródano. Esto es verdadero en las jerarquíasreligiosas, como lo es también en materias civiles ypolíticas. El prefecto de Roma no es más que unprefecto como el de Pisa; pero civil y políticamente, es demayor importancia.

»He dicho ya que desde los primeros siglos, el patriarca deRoma aspiraba al gobierno universal de la Iglesia, y desgraciadamentecasi lo alcanzó; pero no consiguió, por cierto, suspretensiones, pues el emperador Teodosio II hizo una leyestableciendo que el patriarca de Constantinopla tuviera la mismaautoridad que el de Roma (leg. cod. de sacr., etc.).

»Los padres del Concilio de Calcedonia colocan a los obisposde la antigua y nueva Roma en la misma categoría en todas lascosas, incluso las eclesiásticas (Canon 28). El sexto Conciliode Cartago prohibió a todos los obispos que se arrogasen eltítulo de pontífice de los obispos u obispos soberanos.

»En cuanto al título de Obispo universal que los papasse arrogaron más tarde, Gregorio I, creyendo que sus sucesoresnunca pensarían en adornarse con él, escribióestas palabras: "Ninguno de mis predecesores ha consentido en llevarese título profano, porque cuando un patriarca se arroga elnombre de universal, el carácter de patriarca sufredescrédito. Lejos esté de los cristianos, pues, eldeseo de darse un título que cause descrédito a sushermanos."

»San Gregorio dirigió estas palabras a su colega deConstantinopla, que pretendía hacerse primado de la Iglesia:"No se le importe del título de universal que Juan ha tomadoilegalmente, y ningunos de los patriarcas se arroguen ese nombreprofano, porque, ¿cuántas desgracias no deberíamosesperar, si entre los sacerdotes se suscitasen tales ambiciones?Alcanzarían lo que se tiene predicho de ellos: 'El es rey delos hijos del orgullo'.". El papa Pelagio II (lett. 13), llama aJuan, obispo de Constantinopla, que aspiraba al sumo pontificado,"impío y profano".

»Estas autoridades, y podría citar cien más yde igual valor: ¿no prueban con una claridad semejante alresplandor del sol al mediodía, que los primeros obispos deRoma no fueron reconocidos como obispos universales y cabezas de lasIglesias, sino hasta tiempos muy posteriores? Y por otra parte,¿quién no sabe que desde el año 325, en que secelebró el primer Concilio Ecuménico de Nicea, hasta580, el año del segundo Concilio Ecuménico deConstantinopla, que de entre más de 1109 obispos queasistieron a los primeros seis concilios generales, no se hallaronpresentes más que 19 obispos del Occidente?

»¿Quién ignora que los concilios fueronconvocados por los Emperadores, sin siquiera informar de ello alobispo de Roma, y frecuentemente hasta en oposición a losdeseos de éste? ¿Y que Osio, obispo de Córdoba,presidió en el primer Concilio de Nicea y redactó suscánones? El mismo Osio presidió después elConcilio de Sárdica, y excluyó a los legados de Julio,obispo de Roma.

«TÚ ERES PEDRO»

»No haré más citas, mis venerables hermanos, ypaso a hablar del gran argumento a que se refirióanteriormente alguno de vosotros para establecer el primado delobispo de Roma por "la roca ( petra)". Si esto fuera verdad,la disputa quedaría terminada; pero nuestros antecesores (yciertamente debieron saber algo) no opinan sobre esto como nosotros.

»San Cirilo, en su cuarto libro de la Trinidad, dice: "Creoque por la roca debéis entender la fe inamovible de losapóstoles". San Hilario, obispo de Poitiers, en su segundolibro sobre la Trinidad, dice: "La roca ( petra) es la benditay sola roca de la fe confesada por la boca de San Pedro". Y en elsexto libro de la Trinidad, dice: "Es esta la roca laconfesión de la fe sobre la que está edificada laIglesia". "Dios", dice San Jerónimo en el sexto libro sobreSan Mateo, "ha fundado su Iglesia sobre esta roca de la que elapóstol Pedro fue apellidado". De conformidad con él,Crisóstomo dice en su homilía 53 sobre San Mateo:"Sobre esta roca edificaré mi iglesia", es decir, sobre la fede la confesión. Ahora bien ¿cuál fue laconfesión del apóstol? Hela aquí: "Túeres el Cristo, el Hijo del Dios vivo".

»Ambrosio, el santo arzobispo de Milán (sobre elsegundo capítulo de la epístola a los Efesios), SanBasilio de Seleucia y los padres del Concilio de Calcedonia,enseñan precisamente la misma doctrina. Entre los doctores dela antigüedad cristiana, San Agustín ocupa uno de losprimeros lugares por su sabiduría y su santidad. Oídpues, lo que escribe sobre su segundo tratado de la primeraepístola de San Juan: "¿Qué significan estaspalabras: Edificaré mi Iglesia sobre la Roca? Sobre esta fe,sobre eso que me dices, Tú eres el Cristo, el Hijo del Diosvivo". En su tratado [124] sobre San Juan, encontramos esta muysignificativa frase: "Sobre esta roca que tú has confesado,edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era roca". Elgran obispo no creía tampoco que la Iglesia fuese edificadasobre San Pedro, que dijo a su grey en el sermón 13:"Tú eres Pedro y sobre esta roca, ( petra) quetú has confesado, sobre esta roca, que tú hasreconocido diciendo: Tú eres el Cristo el Hijo del Diosviviente, edificaré mi Iglesia; sobre mí mismo, que soyel Hijo de Dios, la edificaré sobre mí y no a mísobre ti". Lo que San Agustín pensaba sobre estecélebre pasaje, era la opinión de toda la Cristiandaden sus días.

»Por consiguiente, resumo y establezco: primero, queJesús dio a sus apóstoles el mismo poder que leotorgó a San Pedro; segundo, que los apóstoles nuncareconocieron en San Pedro al vicario de Jesucristo y al infalibledoctor de la iglesia; tercero, que el mismo Pedro nunca pensóser papa, y nunca actuó como si fuera papa; cuarto, que losconcilios de los cuatro primeros siglos, cuando reconocían laalta posición que el obispo de Roma ocupaba en la Iglesia pormotivo de estar en Roma, tan sólo le otorgaban unapreeminencia honorífica, nunca poder y jurisdicción;que los santos padres en el famoso pasaje, "Tú eres Pedro, ysobre esta roca edificaré mi iglesia", nunca entendieron quela iglesia estaba edificada sobre Pedro ( Super Petrum), sinosobre la roca ( Super Petram), es decir, sobre laconfesión de fe del apóstol.

»Concluyo victoriosamente, conforme a la historia, larazón, la lógica, el buen sentido y la concienciacristiana, que Jesucristo no confirió supremacía algunaa San Pedro, y que los obispos de Roma no se constituyeron soberanosde la Iglesia sino confiscando uno por uno todos los derechos delepiscopado. [Voces: ¡Silencio insolente protestante, silencio!]

»¡No soy un protestante insolente! ¡No, y mil vecesno! La historia no es católica, ni anglicana, ni calvinista,ni luterana, ni arminiana, ni griega, ni cismática, niultramontanista. Es lo que es: es decir, algo más poderoso quetodas las confesiones de fe, de los cánones de los Conciliosecuménicos. ¡Escribid contra ella, si osáishacerlo! Mas no podréis destruirla, como tampoco sacando unladrillo del Coliseo lo podríais derribar. Si he dicho algoque la historia pruebe ser falso, enseñádmelo con lahistoria, y sin titubear un momento presentaré mis másrespetuosas disculpas. Mas tened paciencia y veréis quetodavía no he dicho todo lo que quiero y puedo. Si la pirafúnebre me aguardase en la plaza de San Pedro, nocallaría, porque me veo obligado a proseguir.

»Monseñor Dupanloup, en sus renombradas observacionessobre este Concilio Vaticano, ha dicho, y con razón, que sideclaramos la infalibilidad de Pío IX, que entonces,necesariamente y desde la lógica natural, estaremos obligadosa sostener que todos sus predecesores eran también infalibles.

ERRORES Y CONTRADICCIONES PAPALES

»Bien, venerables hermanos, aquí la historia levantasu voz para asegurarnos que algunos papas han cometido errores.Vosotros podréis protestar en contra de ella, o bien negarlocomo os plazca, pero yo lo probaré. El Papa Víctor(192) primero aprobó el montanismo y más tarde locondenó. Marcelino (296-303) fue un idólatra.Entró en el templo de Vesta y ofreció incienso a ladiosa. Vosotros podréis decir que ese fue un momento dedebilidad; pero yo les respondo, un vicario de Jesucristo debe morirantes de convertirse en un apóstata. Liberio (358)consintió en la condena de Atanasio e hizo profesión dearrianismo, para que le levantasen su exilio y fuese reinstalado ensu sede. Honorio (625) se adhirió al monotelismo. El padreGratry ha demostrado esto de forma concluyente. Gregorio I (590-604)llamó Anticristo a todo aquél que tome el nombre deobispo universal y por el contrario, Bonifacio III (607-608) hizo queel emperador parricida Focas le confiriera ese título paraél mismo. Pascual II (1099-1118) y Eugenio III (1145-1153)autorizaron el duelo. Julio II (1509) y Pío IV (1560) loprohibieron. Eugenio IV (1431-1439), con la aprobación delConcilio de Basilea, restituyeron el cáliz a la iglesia deBohemia; Pío II (1458) revocó esa concesión.Adriano II (867-872) declaró la validez de la ceremonia civildel matrimonio; Pío VII (1800-1823) la condenó. Sixto V(1585-1590) publicó una edición de la Biblia y pormedio de una bula recomendó que fuera leída. PíoVII condenó a los que la leyeran. Clemente XIV (1769-1774)abolió la orden de los Jesuitas, permitida por Pablo III, yPío VII la restableció.

»Pero, ¿por qué examinar esas pruebas tanremotas? Nuestro santo padre aquí presente, ¿no ha dadoen su bula los reglamentos para este concilio, que en caso de ocurrirsu muerte mientras se encuentre presidiendo sean revocadas todas lasordenanzas que hayan sido expedidas y que contraríen a las queél impone; aun cuando ellas procedan como decisiones hechaspor su predecesores? Y ciertamente, si Pío IX ha hablado excátedra, esto no es, desde las profundidades de su sepulcro,que él impone su voluntad sobre la soberanía de laiglesia. Yo no acabaría nunca, mis venerables hermanos, si yofuera a poner ante vuestros ojos las contradicciones de los papas ensus enseñanzas. Si entonces vosotros proclamáis lainfalibilidad del actual papa, vosotros debéis probar lo quees imposible—que los papas nunca se contradijeron entresí—o tendréis que declarar que el EspírituSanto os ha revelado a vosotros que la infalibilidad del papadosolamente data desde 1870. ¿Tenéis suficiente valor parahacer eso?

»Tal vez la gente podrá ser indiferente y pase poralto los asuntos teológicos que no puedan entender, y otrosque no les parezcan de importancia; pero, aunque sean indiferentes alos principios, no lo son ante los hechos. No osengañéis a vosotros mismos. Si vosotrosdecretáis el dogma de la infalibilidad papal, seremosmás vulnerables, y los Protestantes, nuestros adversarios,aprovecharán la situación con más coraje ahoraque tienen la historia de su lado, mientras nosotros tenemossólo nuestra propia negación contra ellos.¿Qué les diremos entonces, cuando muestren todos loshechos de los obispos de Roma desde los días de Lucas hasta susantidad Pío IX? ¡Ah! Si todos hubieran sido comoPío IX el triunfo sería nuestro; pero, lamentablemente,eso no es así. [Gritos de "¡Silencio!, ¡Silencio!;¡Ya basta!, ¡Ya basta!"]

»¡No gritéis, monseñores! Temer a lahistoria es aceptar que hemos sido conquistados por ella.Además, aunque vosotros hicierais pasar sobre ella todas lasaguas del río Tiber, no podríais cancelar una sola desus páginas. Dejadme hablar, y yo seré tan breve comosea posible en este asunto de gran importancia. El papa Vigilio (538)obtuvo el papado comprándolo de Belisario, lugarteniente delemperador Justiniano. Aunque admitamos que quebrantó supromesa y nunca pagó lo prometido. ¿Es ésta unamanera canónica de colocarse la tiara? El Segundo Concilio deCalcedonia lo había condenado formalmente; en uno de suscánones leemos que ¡el obispo que obtenga el papado acambio de dinero, lo perderá y será degradado! El PapaEugenio III (IV en el original) (1145) imitó a Vigilio, y SanBernardo, la brillante luminaria de su época, reprobóla acción del papa diciéndole: ¿Podéis vospresentarme en esta gran ciudad de Roma a cualquier persona que osreciba como papa, que no haya recibido oro o plata por eso?

»Mis venerables hermanos, ¿podría uno queestablezca un banco en las puertas del templo, haber sido inspiradopor el Espíritu Santo? ¿Tendría derecho aenseñar infaliblemente a la iglesia? Vosotros conocéisla historia de Formoso demasiado bien para que yo pueda agregarlenada. Esteban XI ordenó la exhumación de sus restos, lovistió con las ropas pontificias, le cercenó los dedosde la mano que usó para dar la bendición y luegoarrojó sus restos al río Tiber declarándoloperjuro e ilegítimo. Esteban fue hecho prisionero por elpueblo, envenenado, y luego estrangulado. Ved vosotros como estosasuntos fueron reajustados; Romano, sucesor de Esteban, ydespués de él Juan X, rehabilitaron la memoria deFormoso.

»¡Pero vosotros me diréis que estas sonfábulas y no historia! Vayan, Monseñores, a labiblioteca del Vaticano y lean Platina, el historiador del papado ylos anales de Baronio (897). Estos son hechos que por el honor de laSanta Sede desearíamos que fuesen ignorados; pero cuando esoes para definir un dogma que puede provocar un gran cisma entrenosotros, ¿el amor que le tenemos a nuestra venerable IglesiaCatólica Apostólica Romana debería imponernossilencio?

LOS PECADOS DEL PAPADO Y SUS EXCESOS

»Continúo. El erudito Cardenal Baronio, hablando de lacorte papal, dijo (prestad atención, mis venerables hermanos,a estas palabras), ¿Qué parecería la Iglesia deRoma en esos días? ¡Cuánta infamia!¡Solamente las todopoderosas cortesanas gobernando en Roma!Fueron ellas las que dieron, intercambiaron y tomaron obispados; y eshorrible relatarlo, ellas tomaron amantes, los falsos papas y lospusieron sobre el trono de San Pedro! (Baronio, 912). Vosotrospodríais responder: ¡Esos eran falsos papas, no losverdaderos! Que así sea; pero, en tal caso, si por 50años la Santa Sede de Roma fue ocupada por antipapas,¿cómo se reinicia otra vez la sucesión pontifical?Ha podido la iglesia, por lo menos por un siglo y medio, funcionaracéfala y encontrarse a sí misma sin cabeza?

»Veamos ahora: la mayoría de estos antipapas aparecenen el árbol genealógico del papado; y cuántosson los absurdos que Baronio describió; porque Genebrardo, elgran adulador de los papas, se había atrevido mencionar en suscrónicas (901): 'Este siglo es lamentable, puesto que por casi150 años los papas han caído de todas las virtudes desus predecesores, y se han vuelto apóstatas en vez deapóstoles. "Yo puedo entender cómo el ilustre Baroniopudo haberse sonrojado cuando él tuvo que narrar los hechos deestos obispos romanos. Al hablar de Juan XI (931), hijo natural delpapa Sergio y de Marozia, Baronio escribió estas palabras ensus anales—¡La santa iglesia, que está en Roma, hasido vilmente pisoteada por semejante monstruo!" Juan XII (956),elegido papa a la edad de 18 años por medio de la influenciade cortesanas, no fue ni una pizca mejor que su predecesor.

»Me apena, mis venerables hermanos, revolver tantainmundicia. Guardo silencio respecto a Alejandro VI, padre y amantede Lucrecia; me alejo de Juan XXII (1319), que negó lainmortalidad del alma, y fue depuesto por el santo ConcilioEcuménico de Constanza. Algunos objetarán que dichoconcilio sólo fue un concilio privado; que así sea.Pero si vosotros le rehusáis cualquier autoridad, como unaconsecuencia lógica tendréis que sostener que ladesignación de Martín V (1417) es ilegal. Entonces,¿qué será de la sucesión papal?¿Podéis vosotros encontrar la continuidad en ella?

»Yo no hablo de los cismas que han deshonrado a la iglesia.En esos lamentables días la Sede de Roma estaba ocupada pordos competidores, y a veces hasta tres. ¿Cuál de ellosera el verdadero papa? Resumiendo una vez más, otra vez digo,si vosotros decretáis la infalibilidad del presente obispo deRoma, deberéis también establecer la infalibilidad detodos los que le antecedieron, sin excluir a ninguno. Pero,¿podéis vosotros hacer esto cuando la historiaestá allí estableciendo con una diáfana claridadcomparada con la del sol, que los papas han errado en susenseñanzas? ¿Podrían hacer eso y mantener papasque avaros, incestuosos, asesinos, simoníacos han sidovicarios de Jesucristo? ¡Oh, venerables hermanos! El mantenersemejante enormidad sería traicionar a Jesucristo peor queJudas. Sería como echarle tierra en la cara. [Gritos:¡Abajo del púlpito! ¡Pronto, ciérrenle laboca a ese hereje!]

VOLVAMOS A LAS DIVINAMENTE INSPIRADAS SAGRADAS ESCRITURAS

»¡Mis venerables hermanos! Vosotros gritáis;¿no sería más digno pesar mis razones y mispruebas en la balanza del santuario? Creedme, la historia no puedeser hecha otra vez; está allí, y permanecerátoda la eternidad para protestar enérgicamente contra el dogmade la infalibilidad papal. ¡Vosotros podréis proclamarlounánimemente; pero un voto estará ausente, y es elmío!

»Monseñores, los verdaderos fieles tienen sus ojossobre nosotros esperando de nosotros un remedio para las innumerablesmaldades que han deshonrado a la iglesia: ¿losengañaremos en sus esperanzas? ¿Qué no seránuestra responsabilidad ante Dios si dejamos pasar esta solemneocasión, la cual Dios nos ha dado para sanar la fe verdadera?Aprovechémosla, mis hermanos. Armémonos de un santovalor; hagamos un violento y generoso esfuerzo; volvamos a lasenseñanzas de los apóstoles, porque sin ellas nosotrostenemos solamente errores, obscuridad y falsas tradiciones. Avalemosen nosotros mismos nuestra razón y nuestra inteligencia paratomar a los apóstoles y profetas como nuestros infaliblesmaestros con referencia a la pregunta de preguntas, ¿quédebo hacer para ser salvo? Cuando hayamos decidido eso, habremospuesto el fundamento de nuestro dogmático sistema, firme einamovible sobre la roca permanente e incorruptible, de lasdivinamente inspiradas Sagradas Escrituras. Llenos de confianzairemos enfrente al mundo y como el apóstol Pablo, en lapresencia de los librepensadores, nosotros "no conoceremos aningún otro sino a Jesucristo, y a éste crucificado".Seremos conquistadores por medio de la predicación de la"locura de la cruz". Así como Pablo conquistó a loseducados hombres de Grecia y Roma, y la iglesia de Roma tendrásus "gloriosos '89". [Gritos clamorosos, ¡Saquen a eseProtestante, al Calvinista, al traidor de la iglesia!].

»Vuestros gritos, Monseñores, no me atemorizan. Si mispalabras son ardientes, mi cabeza se mantiene fría. Y yo nosoy ni de Lutero, ni de Calvino, ni de Pablo, ni de Apolos, sino deCristo. [Renovados gritos: ¡Anatema, anatema, alapóstata!]

»¿Anatema? Monseñores, ¿anatema? Vosotrossabéis muy bien que esas no son protestas en mi contra, sinoen contra de los santos apóstoles bajo cuya protecciónyo desearía que este concilio colocara la iglesia. ¡Ah!Si estando envueltos en sus mortajas ellos salieran de sus tumbas,¿hablarían ellos un lenguaje diferente al mío?¿Qué les diríais vosotros a ellos si mediante susescritos os dijeran que el papado se ha desviado del evangelio delHijo de Dios, que ellos han predicado y confirmado de una forma tangenerosa por su sangre? ¿Os atreveríais decirles a ellos,nosotros preferimos las enseñanzas de nuestros propios papas,nuestro Bellarmino, nuestro Ignacio de Loyola, a los de vosotros?¡No, no! ¡Mil veces no! A menos que vosotros hayáiscerrado vuestros oídos para no oír, cerrado vuestrosojos para no ver, entumecido vuestras mentes para no entender.¡Ah! Si el que reina en lo Alto deseara castigarnos, haciendoque su mano caiga pesada sobre nosotros, así como hizo conFaraón, Él no necesitaría permitirle a lossoldados de Garibaldi echarnos de la ciudad eterna. Solamentepermitiría que vosotros hagáis de Pío IX undios, así como hemos hecho una diosa de la bendita Virgen.¡Deteneos, deteneos, venerables hermanos, en la pendiente odiosay ridícula en la que vosotros os habéis colocado avosotros mismos. Salvad a la iglesia del naufragio que le amenaza,pidiendo de las Sagradas Escrituras solamente la regla de fe quenosotros debemos creer y profesar. He dicho. ¡Que Dios meayude!»



Véase también:

Roma y lasEscrituras, por Santiago Escuain


EL EVANGELIO SEGÚN ROMA

Una comparación de la tradición católica con la Palabra de Dios

Cuando la reciente publicación del Catecismo de la Iglesia Católica se anunció en la lista de best-séllers del New York Times, su asombroso éxito confirmó el abrumador interés de católicos y protestantes para entender el catolicismo moderno. Este cuidadoso y penetrante examen de la Iglesia Católica da:

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