«La obra de cada uno se hará
manifiesta»
-- 1 Corintios 3:13
EL TRIBUNAL DE CRISTO
«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante
el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que
haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo»
(2 Co 5:10).
Consideremos lo que Dios nos ha dicho acerca del tribunal de
Cristo tal como nos es expuesto en Su Palabra con respecto a los
creyentes. Sabemos que los que no conocen al Señor
Jesús como su Salvador y que mueren en sus pecados
también tendrán que comparecer ante Él, pero en
una ocasión diferente y de una manera totalmente distinta.
Comparecerán ante Él como el Juez, ante el «Gran
Trono Blanco» para ser juzgados por sus pecados, y por cuanto
sus nombres no están escritos en el libro de la vida,
serán arrojados al lago de fuego (Ap 20:11-15).
Para el creyente, el tribunal de Cristo tiene un carácter
totalmente distinto. Es para manifestación y recompensa. Es la
manifestación de «lo que haya hecho mientras estaba en
el cuerpo», para que podamos conocer la valoración de
nuestras vidas por parte del Señor, bien para pérdida,
bien para recompensa. Compareceremos ante Aquel que llevó el
juicio de nuestros pecados en la cruz del Calvario, sabiendo que
Él mismo es nuestra justicia (2 Co 5:21). Nuestros pecados no
nos serán recordados como contra nosotros, pero nunca
hasta entonces sabremos cuán grande era la deuda de
nuestro pecado. A menudo tenemos un concepto muy pequeño de la
grande carga de pecados que Él llevó por nosotros en
aquellas oscuras horas del Calvario. Pero todo tiene que ser
traído a la luz, como dijo el Señor Jesús (Lc
8:17), y esto dará más vigor a nuestras notas de
alabanza. Un amigo podría ofrecerse a pagar tus deudas, pero
no puedes saber el débito total hasta que hayas sumado los
recibos «pagados», y así nuestro
versículo dice: «lo que haya hecho mientras estaba en
el cuerpo, sea bueno o sea malo». Todo se
manifestará entonces.
Reseguiremos también Su gracia y paciencia con nosotros a
lo largo de nuestra vida, al mostrarnos cómo en nuestros
días como inconversos cuán a menudo menospreciamos Su
libre ofrecimiento de salvación, y cómo sin embargo
Él siguió buscándonos hasta que nos
encontró, y luego nos cargó sobre Sus hombros
regocijándose (Lc 15:4, 5). ¿No saldríamos
nosotros perdedores si Él no nos hiciera ver, en Su presencia,
todo lo que fuimos, así como la gracia incomparable que nos
llevó al arrepentimiento?
Ahora bien, no había nada bueno en nuestras vidas antes de
ser salvos, porque la Biblia dice: «Los que viven según
la carne no pueden agradar a Dios» (Ro 8:8). Pero cuando Dios
nos salvó nos dio una vida nueva, la misma vida de Cristo.
Como alguien ha dicho: Él entonces comenzó la parte del
haber de nuestras vidas, y ahora toma nota de las cosas hechas por
Él. Hasta un vaso de agua fría dado en Su Nombre, o un
pensamiento acerca de Su Nombre, o incluso nuestra confianza en
Él, serán manifestado y recibirá recompensa en
aquel día. Las mismas cosas diarias de la vida, si han sido
hechas como para el Señor, serán recompensadas (Col
3:23, 24).
Sin embargo, ha habido fracaso y pecado en nuestras vidas desde
que fuimos salvos, e incluso aunque todo ello fue llevado por el
Señor Jesús en el Calvario, tiene sin embargo que ser
manifestado. No se trata de que vayamos a ser acusados por todo ello,
porque la ofrenda una vez por todas del Señor Jesús ha
hecho perfecto al creyente para siempre en cuanto a su
posición delante de Dios (He 10:14); así leemos en 1
Juan 4:17: «Para que tengamos confianza delante de él
en el día del juicio; pues como él es, así somos
nosotros en este mundo».
¿Por qué, pues, se mencionan las cosas
«malas» en 2 Co 5:10? Como ya se ha mencionado, no
sólo se revelarán ante este tribunal las riquezas de Su
gracia para salvarnos, sino que pensamos en Su longanimidad para con
nosotros incluso como creyentes. ¡Cuán a menudo le
hemos seguido de lejos como Pedro, y él nos ha devuelto a
Sí. Él «confortará mi alma» (Sal
23:3). Puede que hayamos desperdiciado nuestras vidas, o parte de
ellas, viviendo para complacernos a nosotros mismos, siendo que
deberíamos haber vivido no para nosotros mismos, sino para
Aquel que murió por nosotros y resucitó (2 Co 5:14,
15). Todo esto se manifestará, porque sólo
recibirá recompensa lo que haya sido hecho por Él en
obediencia a Su Palabra. El resto será todo pérdida,
como aprendemos de 1 Co 3:8-15. Más adelante consideraremos en
particular este pasaje, pero vemos en él de manera muy clara
que hay o pérdida o recompensa como resultado de esta
manifestación. Algunas cosas pueden ser reveladas de antemano,
pero todo saldrá entonces ciertamente a la luz. En 1 Co 3:15
aprendemos que uno cuyas malas obras son quemadas es sin embargo
personalmente salvo, porque es la obra de Cristo lo único que
quita nuestros pecados y que nos hace aptos para el cielo, y no
nuestras propias obras. Sin embargo, es posible tener un alma salvada
pero una vida perdida. ¡A buen seguro que al meditar acerca del
Tribunal de Cristo y acerca de la manifestación de nuestras
vidas, y al considerar la grandeza de Su amor para con nosotros,
debemos sentirnos constreñidos a vivir para Él!
Ahora bien, estos versículos que acabamos de considerar
hablan de «las cosas hechas mientras estábamos en el
cuerpo», lo que nos da el pensamiento general de toda nuestra
vida. Pasemos ahora a 1 Co 3:8-15, y veremos que este pasaje trata en
particular acerca de nuestro servicio para el Señor. Pensemos
en las maravillosas palabras en el versículo 9, «Porque
nosotros somos colaboradores de Dios», y más
maravilloso todavía, que el Señor Jesús,
habiendo lavado todos nuestros pecados en Su preciosa sangre, dice
que habrá recompensa para nuestra labor por Él, si es
según Su voluntad (versículo 8).
El Apóstol prosigue diciendo que se está
construyendo un edificio espiritual en el que tenemos el privilegio
de colaborar. Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, fue
usado para echar el fundamento, porque estas epístolas
inspiradas constituyen el fundamento del cristianismo. Empleando las
Sagradas Escrituras -- la Palabra de Dios -- como el fundamento de
nuestro servicio para el Señor, tenemos el privilegio de
trabajar para Él. Pero seamos cuidadosos en seguir el plan de
Dios en nuestro servicio, porque si no es así, puede que
estemos edificando «madera, heno, hojarasca». Puede que
nos sintamos tan deseosos de ver resultados que nos apartemos de la
verdad de Dios en nuestro servicio, o que mezclemos la verdad y el
error. Así como en un edificio terrenal el inspector examina
si una obra es conforme a los planos, así habrá una
manifestación de nuestro servicio y labor ante el Tribunal de
Cristo. ¿Estamos construyendo con «oro, plata y piedras
preciosas», o con «madera, heno y hojarasca»?
«El día la declarará» (vv. 12, 13).
El fuego, el juicio de Aquel cuyos ojos son como llama de fuego --
que todo lo ve -- (Ap 1:14) pondrá nuestra obra de manifiesto.
«Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó,
recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare,
él sufrirá pérdida, si bien él mismo
será salvo, aunque así como por fuego» (1 Co
3:14, 15). Está claro por estas palabras que aquí no es
la persona -- el siervo -- el que es objeto del juicio, sino su
obra. Un creyente puede «sufrir pérdida»
entonces. El tiempo, la energía, la capacidad y las posesiones
son cosas todas que podrían ser empleadas para el
Señor, pero todo es pérdida si no se emplea para
Él en conformidad a la Palabra. «Y también el
que lucha como atleta, no es coronado si no lucha
legítimamente» (2 Ti 2:5). Si lo que Él nos ha
dado lo empleamos en obediencia para Él, habrá
recompensa, como nos lo dice nuestro versículo. Naturalmente,
nuestro motivo no debe ser la recompensa, porque es Su amor lo que
nos constriñe para vivir para Él, pero será
Su deleite dar recompensas. Tendremos el privilegio de
ponerlas a Sus pies y de darle a Él toda la gloria (Ap 4:10).
La Escritura habla de que el fiel pastor recibirá una
«corona incorruptible de gloria» (1 P 5:4). Pablo dijo:
«Esta leve tribulación momentánea produce en
nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de
gloria» (2 Co 4:17). ¡Qué maravilloso pensar que
Aquel que una vez llevó una corona de espinas por nosotros
valore de tal manera nuestros débiles esfuerzos como para
darnos una corona por haberle complacido! Todo saldrá ante el
Tribunal de Cristo.
Ahora bien, en 1 Corintios 4:1-5 hallamos un tercer aspecto del
tribunal de Cristo. Aquí hallamos que Dios manifiesta los
consejos del corazón. Él sabe no sólo lo que
hacemos, sino también por qué lo hacemos.
Él escudriña los corazones. Nosotros no conocemos
nuestros propios corazones, y mucho menos los corazónes y
motivos de los demás. No debemos juzgar las cosas meramente
por su apariencia ahora en «el día del hombre»,
ni pasar juicio sobre nuestras propias vidas; todo se
manifestará aquel día. Si hemos tenido motivos errados
y hemos hecho las cosas para los ojos de los otros, y no realmente
para el Señor, todo saldrá entonces, «porque
nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no
haya de ser conocido, y de salir a la luz» (Lc 8:17).
El himnista lo expresó así:
«Actos que meritorios consideramos,
Nos mostrará que pecado eran;
Pequeñeces largo tiempo olvidadas
Mostrará que para Él fueron hechas».
Hay una faceta luminosa en esta manifestación. Quizá
hemos intentado hacer algo por amor al Señor Jesús, y
no lo hemos hecho como debíamos o como habíamos
planeado. Quizá otros nos han criticado, pero el Señor
conocía nuestros corazones, y él recompensará el
deseo. Como la niñita que quería ayudar a su
madre, pero dejó caer una valiosa pieza de porcelana,
rompiéndola. Su madre no podía recompensar la
acción, pero recompensa amantemente el deseo de la
niña de complacerla. Por esto leemos aquí:
«Entonces cada uno recibirá su alabanza de
Dios». De cierto que cada uno de nosotros deberíamos
alabarlo a Él, pero, ¿no es maravilloso que Él
vaya a alabarnos a nosotros?
Hemos considerado ya el aspecto de toda la revisión de
nuestra vida, de nuestro servicio para el Señor, y
también de los motivos que gobiernan nuestras acciones. Ahora,
si pasamos a Romanos 14, hallaremos otro aspecto de esta
manifestación. En el v. 10 se dice: «Pero tú,
¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también,
¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos
compareceremos ante el tribunal de Cristo». Es necesario que
consideremos cómo nuestras acciones afectan a otros, y de
manera especial a los hijos de Dios, «porque ninguno de
nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí»
(v. 7). Cuando pensamos acerca de nuestra comparecencia allí
en la presencia del Señor Jesús mientras que Él
pasa revista a nuestras vidas, veremos a otros con los que entramos
en contacto, y sabremos cómo les afectaron nuestras acciones.
¿Les fuimos de ayuda o estorbo? ¿Actuamos de manera
irreflexiva y descuidada, o tratamos de darles aliento y serles de
ayuda?
Con frecuencia se pregunta si la manifestación será
de manera pública. ¿Todos verán y sabrán
todo acerca de nosotros? La Escritura no responde a esto de una
manera abierta, pero yo creo que estaremos allí como trofeos
de la gracia. Sabemos ya ahora del fracaso del Rey David como
creyente, y de Pedro, que negó a su Señor. Nos
encontraremos allí con el hombre que antes de ser salvo estaba
poseído por una legión de demonios, y con María
Magdalena, que había estado poseída por siete demonios
antes que el Señor la salvara, y a muchos otros. Pero no
estaremos preocupados por esto. Debido a que tenemos en nosotros la
vieja naturaleza, y a la soberbia de nuestros corazones naturales,
nos preocupa mucho lo que otros piensen ahora de nosotros, pero
entonces todo lo que nos preocupará será:
¿Qué piensa el Señor Jesús, que
murió por mí, de mi vida? ¿Le es aceptable?
Será bueno que pensemos ahora acerca de esto, porque,
como dijo Pablo, «a Dios le es manifiesto lo que somos»
(2 Co 5:11). ¡Él lo sabe ahora, y nos lo
mostrará allí! «Por tanto procuramos
también, o ausentes o presentes, serle agradables» (2
Co 5:9). Nuestras vidas como creyentes son como un don que preparamos
para alguien a quien amamos; y cuando abre el paquete esperamos
anhelante oír sus comentarios, porque deseamos oír la
aprobación de la persona amada. ¡Qué maravilloso
será si podemos en alguna medida oír al Señor
Jesús decir: «Bien hecho»! (Mt 25:23). En verdad
debemos desear sobre todo complacerle a Él.
Otra pregunta que se hace es: ¿Qué sentiremos
entonces? La Escritura habla de ser avergonzados (1 Jn 2:28) y
también de sufrir pérdida (1 Co 3:15). Nos cuesta ahora
pensar en ser avergonzados y sufrir pérdida sin pensar en un
orgullo herido, y en el qué dirán los demás.
Pero pensemos acerca de esto de esta manera: ¿Cómo se ha
sentido el Señor Jesús acerca de cómo he vivido
hoy? Creo que ante el tribunal de Cristo sabré como
Él se ha sentido, y yo sentiré lo mismo -- exactamente
como Él siente. Sin embargo, nos sentiremos satisfechos de ver
quemar todo lo que no tenía Su aprobación, y que
sólo permanezca lo que era verdaderamente para Él. Cada
acción de nuestras vidas tiene así consecuencias
presentes y eternas. Puede que perdamos el gozo del Señor en
nuestras almas, e incluso que caigamos bajo Su gobierno en el
presente, y en la eternidad nunca podremos recuperar lo que hayamos
perdido. «Porque el que siembra para la carne, de la carne
segará corrupción; mas el que siembra para el
Espíritu, del Espíritu segará vida
eterna» (Gá 6:8).
Las recompensas tienen especialmente que ver con el reinado del
Señor Jesús, el milenio. La Escritura habla de la
«corona de gloria» (1 P 5:4), de la «corona de
vida» (Stg 1:12; Ap 2:10), de la «corona de
justicia» (2 Ti 4:8) y de la «corona de gozo» (1
Ts 2:19). Habla también de nuestra posición en el reino
según la fidelidad manifestada: «Tendrás
autoridad sobre diez ciudades», «tendrás
autoridad sobre cinco ciudades» (Lc 19:17, 19). Y
también: «Si sufrimos, también reinaremos con
él» (2 Ti 2:12). En tanto que en el estado eterno no
hay el aspecto de «reinar», la posición
es eterna (Ap 22:5) y las recompensas son eternas (2 Co 4:17;
Gá 6:8; 1 Jn 2:17). La esposa aparece en el estado eterno con
toda la hermosura del día de las bodas, para el que se ha
preparado de una manera práctica, «porque el lino fino
es las acciones justas de los santos» (Ap 19:8). ¡Lo que
ha sido hecho para el Señor Jesús nunca perderá
su gran valor delante de Sus ojos!
Que el pensamiento de esta manifestación ante el tribunal
de Cristo hable ahora a nuestros corazones y conciencias, para
que nosotros tratemos de hacer como el amado apóstol Pablo,
que lleno del gozo del amor de Cristo, trataba de vivir su vida en
vista de «aquel día».
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