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EL TRIBUNAL DE CRISTO
PARA LOS CREYENTES

Gordon Hayhoe

Traducción: Santiago Escuain



«La obra de cada uno se hará manifiesta»

-- 1 Corintios 3:13


EL TRIBUNAL DE CRISTO

«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Co 5:10).

Consideremos lo que Dios nos ha dicho acerca del tribunal de Cristo tal como nos es expuesto en Su Palabra con respecto a los creyentes. Sabemos que los que no conocen al Señor Jesús como su Salvador y que mueren en sus pecados también tendrán que comparecer ante Él, pero en una ocasión diferente y de una manera totalmente distinta. Comparecerán ante Él como el Juez, ante el «Gran Trono Blanco» para ser juzgados por sus pecados, y por cuanto sus nombres no están escritos en el libro de la vida, serán arrojados al lago de fuego (Ap 20:11-15).

Para el creyente, el tribunal de Cristo tiene un carácter totalmente distinto. Es para manifestación y recompensa. Es la manifestación de «lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo», para que podamos conocer la valoración de nuestras vidas por parte del Señor, bien para pérdida, bien para recompensa. Compareceremos ante Aquel que llevó el juicio de nuestros pecados en la cruz del Calvario, sabiendo que Él mismo es nuestra justicia (2 Co 5:21). Nuestros pecados no nos serán recordados como contra nosotros, pero nunca hasta entonces sabremos cuán grande era la deuda de nuestro pecado. A menudo tenemos un concepto muy pequeño de la grande carga de pecados que Él llevó por nosotros en aquellas oscuras horas del Calvario. Pero todo tiene que ser traído a la luz, como dijo el Señor Jesús (Lc 8:17), y esto dará más vigor a nuestras notas de alabanza. Un amigo podría ofrecerse a pagar tus deudas, pero no puedes saber el débito total hasta que hayas sumado los recibos «pagados», y así nuestro versículo dice: «lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo». Todo se manifestará entonces.

Reseguiremos también Su gracia y paciencia con nosotros a lo largo de nuestra vida, al mostrarnos cómo en nuestros días como inconversos cuán a menudo menospreciamos Su libre ofrecimiento de salvación, y cómo sin embargo Él siguió buscándonos hasta que nos encontró, y luego nos cargó sobre Sus hombros regocijándose (Lc 15:4, 5). ¿No saldríamos nosotros perdedores si Él no nos hiciera ver, en Su presencia, todo lo que fuimos, así como la gracia incomparable que nos llevó al arrepentimiento?

Ahora bien, no había nada bueno en nuestras vidas antes de ser salvos, porque la Biblia dice: «Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios» (Ro 8:8). Pero cuando Dios nos salvó nos dio una vida nueva, la misma vida de Cristo. Como alguien ha dicho: Él entonces comenzó la parte del haber de nuestras vidas, y ahora toma nota de las cosas hechas por Él. Hasta un vaso de agua fría dado en Su Nombre, o un pensamiento acerca de Su Nombre, o incluso nuestra confianza en Él, serán manifestado y recibirá recompensa en aquel día. Las mismas cosas diarias de la vida, si han sido hechas como para el Señor, serán recompensadas (Col 3:23, 24).

Sin embargo, ha habido fracaso y pecado en nuestras vidas desde que fuimos salvos, e incluso aunque todo ello fue llevado por el Señor Jesús en el Calvario, tiene sin embargo que ser manifestado. No se trata de que vayamos a ser acusados por todo ello, porque la ofrenda una vez por todas del Señor Jesús ha hecho perfecto al creyente para siempre en cuanto a su posición delante de Dios (He 10:14); así leemos en 1 Juan 4:17: «Para que tengamos confianza delante de él en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo».

¿Por qué, pues, se mencionan las cosas «malas» en 2 Co 5:10? Como ya se ha mencionado, no sólo se revelarán ante este tribunal las riquezas de Su gracia para salvarnos, sino que pensamos en Su longanimidad para con nosotros incluso como creyentes. ¡Cuán a menudo le hemos seguido de lejos como Pedro, y él nos ha devuelto a Sí. Él «confortará mi alma» (Sal 23:3). Puede que hayamos desperdiciado nuestras vidas, o parte de ellas, viviendo para complacernos a nosotros mismos, siendo que deberíamos haber vivido no para nosotros mismos, sino para Aquel que murió por nosotros y resucitó (2 Co 5:14, 15). Todo esto se manifestará, porque sólo recibirá recompensa lo que haya sido hecho por Él en obediencia a Su Palabra. El resto será todo pérdida, como aprendemos de 1 Co 3:8-15. Más adelante consideraremos en particular este pasaje, pero vemos en él de manera muy clara que hay o pérdida o recompensa como resultado de esta manifestación. Algunas cosas pueden ser reveladas de antemano, pero todo saldrá entonces ciertamente a la luz. En 1 Co 3:15 aprendemos que uno cuyas malas obras son quemadas es sin embargo personalmente salvo, porque es la obra de Cristo lo único que quita nuestros pecados y que nos hace aptos para el cielo, y no nuestras propias obras. Sin embargo, es posible tener un alma salvada pero una vida perdida. ¡A buen seguro que al meditar acerca del Tribunal de Cristo y acerca de la manifestación de nuestras vidas, y al considerar la grandeza de Su amor para con nosotros, debemos sentirnos constreñidos a vivir para Él!

Ahora bien, estos versículos que acabamos de considerar hablan de «las cosas hechas mientras estábamos en el cuerpo», lo que nos da el pensamiento general de toda nuestra vida. Pasemos ahora a 1 Co 3:8-15, y veremos que este pasaje trata en particular acerca de nuestro servicio para el Señor. Pensemos en las maravillosas palabras en el versículo 9, «Porque nosotros somos colaboradores de Dios», y más maravilloso todavía, que el Señor Jesús, habiendo lavado todos nuestros pecados en Su preciosa sangre, dice que habrá recompensa para nuestra labor por Él, si es según Su voluntad (versículo 8).

El Apóstol prosigue diciendo que se está construyendo un edificio espiritual en el que tenemos el privilegio de colaborar. Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, fue usado para echar el fundamento, porque estas epístolas inspiradas constituyen el fundamento del cristianismo. Empleando las Sagradas Escrituras -- la Palabra de Dios -- como el fundamento de nuestro servicio para el Señor, tenemos el privilegio de trabajar para Él. Pero seamos cuidadosos en seguir el plan de Dios en nuestro servicio, porque si no es así, puede que estemos edificando «madera, heno, hojarasca». Puede que nos sintamos tan deseosos de ver resultados que nos apartemos de la verdad de Dios en nuestro servicio, o que mezclemos la verdad y el error. Así como en un edificio terrenal el inspector examina si una obra es conforme a los planos, así habrá una manifestación de nuestro servicio y labor ante el Tribunal de Cristo. ¿Estamos construyendo con «oro, plata y piedras preciosas», o con «madera, heno y hojarasca»? «El día la declarará» (vv. 12, 13).

El fuego, el juicio de Aquel cuyos ojos son como llama de fuego -- que todo lo ve -- (Ap 1:14) pondrá nuestra obra de manifiesto. «Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego» (1 Co 3:14, 15). Está claro por estas palabras que aquí no es la persona -- el siervo -- el que es objeto del juicio, sino su obra. Un creyente puede «sufrir pérdida» entonces. El tiempo, la energía, la capacidad y las posesiones son cosas todas que podrían ser empleadas para el Señor, pero todo es pérdida si no se emplea para Él en conformidad a la Palabra. «Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente» (2 Ti 2:5). Si lo que Él nos ha dado lo empleamos en obediencia para Él, habrá recompensa, como nos lo dice nuestro versículo. Naturalmente, nuestro motivo no debe ser la recompensa, porque es Su amor lo que nos constriñe para vivir para Él, pero será Su deleite dar recompensas. Tendremos el privilegio de ponerlas a Sus pies y de darle a Él toda la gloria (Ap 4:10). La Escritura habla de que el fiel pastor recibirá una «corona incorruptible de gloria» (1 P 5:4). Pablo dijo: «Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Co 4:17). ¡Qué maravilloso pensar que Aquel que una vez llevó una corona de espinas por nosotros valore de tal manera nuestros débiles esfuerzos como para darnos una corona por haberle complacido! Todo saldrá ante el Tribunal de Cristo.

Ahora bien, en 1 Corintios 4:1-5 hallamos un tercer aspecto del tribunal de Cristo. Aquí hallamos que Dios manifiesta los consejos del corazón. Él sabe no sólo lo que hacemos, sino también por qué lo hacemos. Él escudriña los corazones. Nosotros no conocemos nuestros propios corazones, y mucho menos los corazónes y motivos de los demás. No debemos juzgar las cosas meramente por su apariencia ahora en «el día del hombre», ni pasar juicio sobre nuestras propias vidas; todo se manifestará aquel día. Si hemos tenido motivos errados y hemos hecho las cosas para los ojos de los otros, y no realmente para el Señor, todo saldrá entonces, «porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz» (Lc 8:17).

El himnista lo expresó así:

«Actos que meritorios consideramos,
Nos mostrará que pecado eran;
Pequeñeces largo tiempo olvidadas
Mostrará que para Él fueron hechas».

Hay una faceta luminosa en esta manifestación. Quizá hemos intentado hacer algo por amor al Señor Jesús, y no lo hemos hecho como debíamos o como habíamos planeado. Quizá otros nos han criticado, pero el Señor conocía nuestros corazones, y él recompensará el deseo. Como la niñita que quería ayudar a su madre, pero dejó caer una valiosa pieza de porcelana, rompiéndola. Su madre no podía recompensar la acción, pero recompensa amantemente el deseo de la niña de complacerla. Por esto leemos aquí: «Entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios». De cierto que cada uno de nosotros deberíamos alabarlo a Él, pero, ¿no es maravilloso que Él vaya a alabarnos a nosotros?

Hemos considerado ya el aspecto de toda la revisión de nuestra vida, de nuestro servicio para el Señor, y también de los motivos que gobiernan nuestras acciones. Ahora, si pasamos a Romanos 14, hallaremos otro aspecto de esta manifestación. En el v. 10 se dice: «Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo». Es necesario que consideremos cómo nuestras acciones afectan a otros, y de manera especial a los hijos de Dios, «porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí» (v. 7). Cuando pensamos acerca de nuestra comparecencia allí en la presencia del Señor Jesús mientras que Él pasa revista a nuestras vidas, veremos a otros con los que entramos en contacto, y sabremos cómo les afectaron nuestras acciones. ¿Les fuimos de ayuda o estorbo? ¿Actuamos de manera irreflexiva y descuidada, o tratamos de darles aliento y serles de ayuda?

Con frecuencia se pregunta si la manifestación será de manera pública. ¿Todos verán y sabrán todo acerca de nosotros? La Escritura no responde a esto de una manera abierta, pero yo creo que estaremos allí como trofeos de la gracia. Sabemos ya ahora del fracaso del Rey David como creyente, y de Pedro, que negó a su Señor. Nos encontraremos allí con el hombre que antes de ser salvo estaba poseído por una legión de demonios, y con María Magdalena, que había estado poseída por siete demonios antes que el Señor la salvara, y a muchos otros. Pero no estaremos preocupados por esto. Debido a que tenemos en nosotros la vieja naturaleza, y a la soberbia de nuestros corazones naturales, nos preocupa mucho lo que otros piensen ahora de nosotros, pero entonces todo lo que nos preocupará será: ¿Qué piensa el Señor Jesús, que murió por mí, de mi vida? ¿Le es aceptable? Será bueno que pensemos ahora acerca de esto, porque, como dijo Pablo, «a Dios le es manifiesto lo que somos» (2 Co 5:11). ¡Él lo sabe ahora, y nos lo mostrará allí! «Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables» (2 Co 5:9). Nuestras vidas como creyentes son como un don que preparamos para alguien a quien amamos; y cuando abre el paquete esperamos anhelante oír sus comentarios, porque deseamos oír la aprobación de la persona amada. ¡Qué maravilloso será si podemos en alguna medida oír al Señor Jesús decir: «Bien hecho»! (Mt 25:23). En verdad debemos desear sobre todo complacerle a Él.

Otra pregunta que se hace es: ¿Qué sentiremos entonces? La Escritura habla de ser avergonzados (1 Jn 2:28) y también de sufrir pérdida (1 Co 3:15). Nos cuesta ahora pensar en ser avergonzados y sufrir pérdida sin pensar en un orgullo herido, y en el qué dirán los demás. Pero pensemos acerca de esto de esta manera: ¿Cómo se ha sentido el Señor Jesús acerca de cómo he vivido hoy? Creo que ante el tribunal de Cristo sabré como Él se ha sentido, y yo sentiré lo mismo -- exactamente como Él siente. Sin embargo, nos sentiremos satisfechos de ver quemar todo lo que no tenía Su aprobación, y que sólo permanezca lo que era verdaderamente para Él. Cada acción de nuestras vidas tiene así consecuencias presentes y eternas. Puede que perdamos el gozo del Señor en nuestras almas, e incluso que caigamos bajo Su gobierno en el presente, y en la eternidad nunca podremos recuperar lo que hayamos perdido. «Porque el que siembra para la carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna» (Gá 6:8).

Las recompensas tienen especialmente que ver con el reinado del Señor Jesús, el milenio. La Escritura habla de la «corona de gloria» (1 P 5:4), de la «corona de vida» (Stg 1:12; Ap 2:10), de la «corona de justicia» (2 Ti 4:8) y de la «corona de gozo» (1 Ts 2:19). Habla también de nuestra posición en el reino según la fidelidad manifestada: «Tendrás autoridad sobre diez ciudades», «tendrás autoridad sobre cinco ciudades» (Lc 19:17, 19). Y también: «Si sufrimos, también reinaremos con él» (2 Ti 2:12). En tanto que en el estado eterno no hay el aspecto de «reinar», la posición es eterna (Ap 22:5) y las recompensas son eternas (2 Co 4:17; Gá 6:8; 1 Jn 2:17). La esposa aparece en el estado eterno con toda la hermosura del día de las bodas, para el que se ha preparado de una manera práctica, «porque el lino fino es las acciones justas de los santos» (Ap 19:8). ¡Lo que ha sido hecho para el Señor Jesús nunca perderá su gran valor delante de Sus ojos!

Que el pensamiento de esta manifestación ante el tribunal de Cristo hable ahora a nuestros corazones y conciencias, para que nosotros tratemos de hacer como el amado apóstol Pablo, que lleno del gozo del amor de Cristo, trataba de vivir su vida en vista de «aquel día».


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Traducción: Santiago Escuain - © Copyright SEDIN 1997 por la traducción, www.sedin.org. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.

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