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||||||||||   Apartado 2002 - 08200 SABADELL (Barcelona) ESPAÑA | SPAIN   ||||||||


Francesc Closa[*]

El Logos Creador

Los cielos anuncian la gloria de Dios ...

Cuadernos Koinonia




INDICE

[Números de página correspondienes a la edición impresa]

EPÍGRAFE

TÍTULO

PÁGINA

 

IN MEMORIAM

3

1

PRÓLOGO CREACIONISTA

4

2

EN EL PRINCIPIO ERA EL LOGOS

7

2.1

       GÉNESIS Y EL EVANGELIO DE JUAN

7

2.2

       EL PRÓLOGO DEL EVANGELIO

8

2.3

       EL LOGOS DE DIOS Y EL PRINCIPIO

8

2.4

       LA TRASCENDENCIA DEL LOGOS

12

2.5

       LA RELACIÓN ENTRE EL LOGOS Y DIOS

13

2.6

       EL LOGOS Y LA CREACIÓN

14

3

EL EIKON DEL DIOS INVISIBLE

20

3.1

       LA CRISTOLOGÍA DE COLOSENSES

21

3.2

       CUANDO LA VERDAD ES DESAFIADA

21

3.3

       LAS DUDAS DE LOS COLOSENSES

23

3.4

       ESTRUCTURA LITERARIA DEL PASAJE

25

3.5

       JESUCRISTO, EL SEÑOR DE LA CREACIÓN Y DE LA IGLESIA

26

3.6

       LA IMAGEN (EIKON) DEL DIOS INVISIBLE

26

3.6.1

UNA IMAGEN PERFECTA

26

3.6.2

EL HOMBRE, UNA IMAGEN DE DIOS

27

3.6.3

EL QUE HACE VISIBLE AL INVISIBLE

28

3.7

       EL PRIMOGÉNITO (PROTOTOKOS) DE TODA CREACIÓN

29

3.7.1

LA PRIMOGENITURA DE JESUCRISTO

29

3.7.1.1

     La idea de «engendramiento»

29

3.7.1.2

     «El Hijo amado»

30

3.7.1.3

     La supremacía del Hijo

30

3.7.1.4

     El derecho de herencia

31

3.7.1.5

     Jesucristo no pudo ser «el primer ser creado»

31

3.7.2

JESUCRISTO, EL CREADOR DE TODAS LAS COSAS

31

3.7.2.1

     En Él fueron creadas todas las cosas

32

3.7.2.2

     Tanto en los cielos como en la tierra

32

3.7.2.3

     Visibles o invisibles

32

3.7.2.4

     Ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades

32

3.7.2.5

     Todo ha sido creado por medio de Él y para Él

33

3.8

       EL HIJO ETERNO

35

3.8.1

LA PREEXISTENCIA DEL HIJO

35

3.8.2

JESUCRISTO EL SUSTENTADOR

36

3.8.3

LA PLENITUD DE CRISTO

38

4

EL HOMBRE FRENTE AL CREADOR

39

4.1

       UNA «CREACIÓN DE LA NADA»

39

4.2

       LA CREACIÓN, UNA OBRA DEL DIOS TRINO

41

4.3

       EL PROPÓSITO DE DIOS EN LA CREACIÓN

41

4.4

       LA PRESENCIA DEL CREADOR EN EL NUEVO TESTAMENTO

43

4.5

       UNA VISIÓN SUCINTA DEL PENSAMIENTO CREACIONISTA

46

4.6

       SOBRE LA CONTROVERSIA CIENTÍFICA

47

4.7

       LAS IDEAS EVOLUCIONISTAS EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA

48

4.8

       LOS CREDOS DE LA IGLESIA A LO LARGO DE LA HISTORIA

49

4.8.1

CREDO DE LOS APÓSTOLES (Siglo III)

49

4.8.2

CREDO NICENO (325 dJC)

49

4.8.3

CREDO DE CALCEDONIA (451 dJC)

49

4.8.4

CREDO ATANASIANO (Siglo IV)

49

4.8.5

ARTÍCULOS DE LA RELIGIÓN (39 artículos, Igl. de Inglaterra, 1571)

49

4.8.6

LA CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER (1643-1646)

50

4.8.7

LA CONFESIÓN BAUTISTA DE NUEVA HAMPSHIRE (1833)

51

4.8.8

FE Y MENSAJE BAUTISTA (Convención Bautista del Sur, 1925)

51

4.8.9

LA DECLARACIÓN DE CHICAGO S/.INFALIBILIDAD B. (1978)

51

4.8.10

DECLARACION DE FE DE LA ALIANZA EVANGÉLICA ESPAÑOLA

52

4.9

       LA CONSIDERACIÓN DEL CREADOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

53

4.10

       LA GLORIA FINAL DEL LOGOS CREADOR

55

5

CUADROS AUXILIARES SOBRE LA DOCTRINA DE LA CREACIÓN

61

5.1

       PUNTOS DE VISTA SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA

61

5.2

       POSTURAS CRISTIANAS SOBRE ASPECTOS BÁSICOS

62

5.3

       CONCORDANCIA DE TERMINOS CREACIONALES EN EL N.T.

62

5.4

       DICCIONARIO GRIEGO DE STRONG PARA LAS CITAS ANTERIORES

70

5.5

       EL LOGOS REVELADO

71

5.6

       UNA CARTA A SUSANA

72

5.7

       EL LOGOS CREADOR

74

6

BIBLIOGRAFÍA

75



 

IN MEMORIAM

MIGUEL VALBUENA CABARGA

Miguel Valbuena Cabarga

(A Coruña, 1919 – Barcelona, 2010)

Siempre lo recordaré como uno de los predicadores que dejó una huella más profunda en mi infancia. Con sus extraordinarias meditaciones me enseño a amar la Palabra de Dios y a conocer al Dios de la Palabra. Los suyos son los únicos mensajes bíblicos que recuerdo nítidamente de mi infancia, llegándome al corazón envueltos en la bondad de su cálida persona.

A raíz de unas sencillas poesías, tuve un reencuentro con él unos tres o cuatro años atrás, manteniendo desde entonces un hermoso intercambio epistolar. Fue la persona que me animó con más entusiasmo para emprender la investigación que ha tomado forma final en este Cuaderno Koinonia, por lo que hice voto en mi corazón de dedicarle el primer ejemplar de esta edición, pero el Señor lo llamó antes a Su presencia, para contemplar personalmente al Logos Creador que tanto amó en su vida.

Pocas semanas antes de partir a la gloria, en la que fue su última carta para mí, me trasladó sus apasionadas reflexiones:

«Es un trabajo muy interesante (refiriéndose al anterior Cuaderno, dedicado a Jesús) y completo, especialmente en lo que concierne a las profecías de Isaías. ¡¡Hermoso trabajo!!, y especialmente en lo que se refiere a la persona de Jeshua, el eterno Hijo de Dios, el cual rezuma Divinidad en todos y cada uno de los aspectos de su Obra, como Creador y Redentor.

»Por cierto, Francesc, que durante estos días pasados he estado pensando y bendiciendo al Señor por el maravilloso “misterio” del Creador de la inmensidad de nuestro universo haciéndose (¿?) o encarnándose en una simple célula en el seno de María. ¡¡Tan enorme y tan pequeño!! Adelante con la idea del “Creador de todas las cosas”. Dios te bendiga en la hermosa tarea de enaltecer a nuestro Creador y Redentor…».


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1.  PRÓLOGO CREACIONISTA

Cuando se alude de alguna forma al gran tema de los orígenes, inmediatamente se polarizan las posturas y emerge un caudal de datos y argumentos científicos en el seno de una agitada discusión.

Tal vez por ello, en la mentalidad popular se ha consolidado la convicción que estamos frente a un debate entre Ciencia y Religión, donde la Ciencia se impondrá por aplastante mayoría a una molesta y obsoleta minoría religiosa, empeñada en imponer sus prejuicios teístas y detener el imparable avance de la Ciencia.

Pero ésta no es la auténtica naturaleza del debate, como muy bien apunta Marvin L. Lubenow:

«El verdadero asunto en el debate de la creación y la evolución no es la existencia de Dios. El verdadero asunto es la naturaleza de Dios. Pensar en la evolución como básicamente atea es no entender la singularidad de la evolución. La evolución no fue diseñada como un ataque general al teísmo. Fue diseñada como un ataque específico al Dios de la Biblia, y el Dios de la Biblia se revela claramente a través de la doctrina de la creación. Obviamente, si una persona es atea, será normal que también sea un evolucionista. Pero la evolución es tan confortable con el teísmo como con el ateísmo. Un evolucionista es perfectamente libre de adoptar el Dios que desee, aunque no sea el Dios de la Biblia. Los dioses provistos por la evolución son dioses privados, subjetivos y artificiales. No se preocupan por nadie ni hacen ninguna demanda ética. Sin embargo, el Dios de la Biblia es Creador, Sostenedor, Salvador y Juez. Todos son responsables a Él. Él tiene una agenda que se contrapone con la de los humanos pecadores. Para el hombre, ser creado a la imagen de Dios es muy impresionante» («Bones of Contention: A Creationist Assessment o Human Fossils», Grand Rapids, MI: Baker, 1992, pág. 188-189).

Esta permanente hostilidad hacia el Dios de la Biblia distorsiona completamente la objetividad del debate creación – evolución, presentando una perspectiva muy sesgada de los temas a debatir.

J.P. Moreland señala que «la autoridad monolítica de la ciencia, combinada con la creencia de que el creacionismo especial es una religión y no una ciencia, da a entender que la evolución es la única visión de los orígenes que puede reclamar el respaldo de la razón. En nuestra cultura, la ciencia y sólo la ciencia, tiene una aceptación intelectual sin restricciones… El naturalismo filosófico (postura que sostiene que no hay nada por encima o más allá de las leyes naturales) se utiliza para argumentar tanto que la evolución es ciencia como que la ciencia de la creación es religión, y que la razón se debe identificar con la ciencia. Por consiguiente, la evidencia empírica a favor o en contra de la evolución no es precisamente el asunto a considerar cuando se trata de explicar por qué tantos le brindan a la teoría una fidelidad sin límites.

»Hay un segundo motivo para la actual super – creencia en la evolución. Ésta funciona como un mito para los materialistas. Por mito no quiero decir algo falso, aunque creo que la evolución es eso, sino más bien una historia de quiénes somos y cómo llegamos hasta aquí, que sirve como una guía para la vida…

»Por estas dos razones: la identificación de la evolución como la única opción sobre los orígenes que reclama el apoyo de la razón, y la función de la evolución como un mito conveniente para un estilo de vida secular, el super – compromiso general con la evolución no es en lo fundamental una cuestión de evidencia. Por eso la gente reacciona contra el creacionismo con odio, disgusto y animosidad, en lugar de responder a los argumentos creacionistas, no sólo con calma, sino con argumentos contrarios, dispuestos a aceptar nuevas ideas. Esta situación es trágica, porque ha producido una jerga intelectual en la que se sostiene que el naturalismo filosófico es nuestra fuente de autoridad cultural, protegiéndolo así de una crítica y un escrutinio intelectual serios.

»El debate sobre creación y evolución no es en lo fundamental uno sobre cómo interpretar ciertos pasajes del Génesis, aunque incluye esto. Antes bien, trata en lo fundamental sobre lo adecuado del naturalismo filosófico como una concepción del mundo y la hegemonía de la ciencia como una autoridad cognitiva que relega la religión a la opinión privada y una fe apriorística» (Tres puntos de vista sobre la creación y la evolución. J.P. Moreland y John Reynolds. Editorial Vida, 2009, pág. 87-89).

Los creyentes evangélicos, lejos de sentirnos intimidados por el constante acoso de las creencias evolucionistas, supuestamente amparadas en datos científicos incontestables (aunque bien huérfanas de ellos), haríamos bien en escuchar con atención las palabras de Jesús a los saduceos (los intelectuales incrédulos de su época, puesto que no creían en la resurrección): «erráis ignorando las Escrituras y el poder de Dios» (Mt. 22:29). Estas son las verdaderas claves de nuestra victoria en esta batalla crucial. Sí, es realmente una cuestión de fe, pero no una fe irracional y contraria a los hechos científicos, sino una fe que descansa confiadamente en el poder de Dios y la veracidad de su Palabra (cuya fuente es la Verdad, con mayúsculas: Jn. 14:6). Es la misma fe en el Redentor que nos permite escuchar las benditas palabras de Jesús: «Vete, tu fe te ha salvado» (Mr. 10:52). Es la que nos impulsa a reconocer que «por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra (el Logos) de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (Heb. 11:3).

Todas las Escrituras descansan en la piedra fundacional de Génesis 1:1: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Una expresión tan clara y sucinta contiene una sabiduría inmensamente superior a todos los tratados que se han escrito durante siglo y medio acerca de la teoría de la evolución, que no son pocos precisamente. En efecto, de esta enseñanza del Génesis se desprenden, al menos, las siguientes consecuencias:

  • Dios crea las dimensiones espacio – temporales de nuestro universo. Un corolario evidente de ello es que Dios no está sujeto a las dimensiones del espacio y del tiempo, como sí lo están todas sus criaturas, y todos los elementos que integran el universo (y esto sin considerar de los efectos cósmicos que nos ha acarreado, adicionalmente, la caída del hombre y la maldición edénica).
  • Dios es la causa y la fuente de todas las «leyes naturales». Éstas, por tanto, no pueden restringir o limitar en forma alguna la soberanía de Dios, sino que son continuamente sustentadas por Él (lo que también se afirma explícitamente en el N.T.). Las leyes naturales, a diferencia de Dios, son sólo causas secundarias, cuyas propiedades y acciones, derivadas de su condición de cosas creadas, producen los sucesos del universo, pero todas ellas están sometidas al control absoluto y soberano de Dios, como Causa Primera de todo.
  • La verdad sobre nuestros orígenes no procede de la ciencia contemporánea, por maravillosos y formidables que nos parezcan sus logros. La única verdad acerca de quiénes somos, qué somos y porqué estamos aquí, sólo puede proceder de la revelación de Dios, cuya última palabra al respecto ha sido formulada con la venida de su Hijo a este mundo.
  • Tanto la «materia» como la «energía» que nosotros conocemos ahora tienen un «principio», lo cual implica que no son realidades eternas. Sólo Dios es eterno e inmutable.
  • Otra importante implicación de todo ello es que las leyes naturales son establecidas y sustentadas por un Dios que es espíritu. Por tanto, la «materia» (y con ella, también la energía), es causada por el «espíritu». En consecuencia, no puede «explicar» las realidades y dimensiones espirituales de la existencia, como el mundo sobrenatural, que nos es parcialmente desvelado en la revelación bíblica, con toda su jerarquía de criaturas angélicas, o la realidad misma (mucho más cercana para nosotros) de nuestra mente o conciencia humana, lo que la Biblia define como el «espíritu del hombre», y que constituye la diferencia más fundamental con el resto de las criaturas terrenales, incluidas las simiescas, con quienes algunos parecen sentirse particularmente emparentados, tratando en vano de acreditar fehacientemente sus «pruebas de paternidad» (sólo a juzgar por el ritmo de «descubrimientos», casi cada mes resultan tener un antepasado diferente).
  • Todas las Escrituras, tanto las del Antiguo como del Nuevo Testamento, son coherentes, consecuentes y congruentes con esta proposición fundamental del primer versículo del Génesis. Aún la misma rebelión humana que rechaza obstinadamente la luz de Dios («porque sus obras eran malas», Jn. 3:19), deberá reconocer esta proposición básica del Génesis. La misma filosofía materialista, que subyace en todas las formas del pensamiento evolucionista moderno, debe admitir que nuestro universo tuvo un «principio», un supuesto «big-bang» inicial. Es interesante darse cuenta cómo el materialismo ha fracasado en establecer lo que debiera ser su postulado fundamental: que la materia sea una realidad eterna (irónicamente, esto es lo que se creía en los tiempos de Darwin). Es importante puntualizar, como creyentes evangélicos, que si bien coincidimos en la premisa de que el universo tuvo un principio, cuestionamos que el postulado «big-bang» sea una explicación o causa suficiente del mismo. La verdadera causa de este «principio» es Dios, no una misteriosa explosión de no-se sabe-qué, como proclama el actual paradigma darwinista de la ciencia contemporánea. Las Escrituras nos presentan la actividad inteligente, soberana y poderosa de Dios, quien actúa conforme al «designio de su voluntad» (Ef. 1:11). No vemos, por tanto, ningún tipo de «explosión caótica» sino la realidad majestuosa de una «expansión ordenada» sometida a la voluntad y el poder de Dios (ello concuerda con la impresionante evidencia acumulativa del «ajuste fino del universo»). Alguien expresó la máxima del «big-bang» con singular ironía: «En el principio nada existía; acto seguido explotó».
  • La iglesia cristiana ha proclamado siempre estas verdades a lo largo de su historia, como lo demuestran de forma clara y consecuente los principales Credos y Confesiones históricas de fe, que repasaremos más adelante, en este Cuaderno.

El propósito de la investigación recopilada en este ejemplar no es el acopio de datos científicos que satisfagan nuestra curiosidad intelectual, o provean munición para debatir con nuestros amigos evolucionistas. Más bien tratan de seguir las claves que apuntó Jesús: ¿Qué nos dicen las Escrituras acerca del Creador? Si bien el Génesis es el libro que nos ofrece la información básica acerca de la creación, es el N.T. el que nos da la imagen más completa y gloriosa del Creador, y es en él donde hemos centrado nuestra investigación. Y también, ¿cuál es el verdadero poder del Logos Creador? Es realmente penoso ver a eruditos teólogos o cristianos con un gran currículum científico que, sin embargo, parecen ignorar completamente quién es el verdadero Creador de este universo. Si nuestra fe se sustenta en los firmes pilares de la verdad revelada, no vamos a equivocarnos, como señaló el Maestro.

No deberíamos olvidar las lecciones que surgen de la conducta cobarde de Pedro en Antioquía, severamente reprendía por Pablo (Gál. 2:11-21). Allí aprendemos que la fidelidad cristiana implica mucho más que creer en la doctrina correcta; si la doctrina correcta no conduce a la conducta correcta, sólo produce falsa hipocresía. También aprendemos que la verdad es más importante que la armonía y la paz externas (muchos cristianos hoy en día se identifican con el evolucionismo ateo pensando que así mantendrán una buena relación con «los hombres de ciencia» y sus falsas creencias filosóficas, negando con esa conducta al Dios que los ha creado y redimido). El compañerismo y la unidad de los cristianos únicamente se construyen sobre la base de la verdad, nunca en las arenas movedizas de la falsedad, sin importar las simpatías que nuestra relativización de los hechos revelados pueda despertar en ámbito intelectuales. Las concesiones a la mentira sólo debilitan a la iglesia y traen oprobio y vergüenza al Señor a quién servimos. El «vínculo de la paz», del que habla Pablo en Ef. 4:3, no tiene que ver con una paz a cualquier precio sino con la paz basada en la Palabra de Dios y establecida por el Espíritu Santo. También aprendemos que la ética del relativismo (tu verdad es tan valiosa como la mía) en cada situación dada, es una ética contraria a la piedad; sólo la Palabra de Dios y no las circunstancias de cada situación humana, es la que nos dice lo que es correcto y lo que es pecaminoso en toda circunstancia. La verdad nunca se puede disociar de la justicia. Finalmente aprendemos que la falsedad no puede ser ignorada, sin importar las consecuencias que produzca oponernos a ella. Siempre que la falsedad afecta al evangelio, aún en la forma más aparentemente inocente, debemos denunciarla sin concesiones. Y si aún los cristianos más relevantes «persisten en pecar», como le sucedió a Pedro con su desafortunada conducta ante los hermanos gentiles de Antioquía, nuestra obligación es reprenderlos «delante de todos, para que los demás también teman» (1 Tim. 5:20).


Nebulosa espiral


En estos tiempos tan confusos, donde los creyentes tienen
«comezón» de oír (2 Tim. 4:3), y no pocos se dejan arrastrar por el primer charlatán que se cruza en su camino, sólo hay una brújula segura que nos muestra el verdadero norte de la verdad espiritual: el Señor Jesucristo, quien es el Logos Creador y el Eikón del Dios invisible. Cristo es la fuente (arché) de la creación y la suprema autoridad (prototokos) sobre ella (Col. 1:15-17; Sal. 89:27). Él es el corazón mismo de las Escrituras (Lc. 24:44-45) y la manifestación plena del poder de Dios en Creación (Col. 1:16; Ap. 4:11), Redención (Col. 1:18-20; Ap. 5:9, 12-13) y Juicio (Jn. 5:22; Heb. 9:27; Ap. 14:7). A Él sea la gloria por todos los siglos. Amén.

Francesc Closa i Basa



 2.  EN EL PRINCIPIO ERA EL LOGOS. JUAN 1:1-3

1 En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios.

2 Éste estaba en el principio ante Dios.

3 Todas las cosas por Él fueron hechas; y sin Él, nada de lo que ha sido hecho fue hecho.

Biblia Textual RV, de la Sociedad Bíblica Iberoamericana, 2001.

 

 1 En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. 2 Este estaba en el principio con Dios. 3 Todas las cosas por medio de Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.

Reina Valera, 1995.

1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

2 Él era en el principio con Dios.

3 Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho vino a ser.

La Biblia de las Américas, 1ª edición.

 

1 En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.

2 Ella estaba en el principio con Dios.

3 Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.

Biblia de Jerusalén, 1975.

 

1 En principio era el Verbo, y el Verbo estaba cerca de [el Verbo estaba dirigido hacia Dios el Padre, en comunión íntima y eterna con Él] Dios, y Dios era el Verbo [nótese que el sujeto tiene artículo y, en cambio, el predicado no lo tiene; entonces se debe traducir: y el Verbo era Dios].

2 Éste estaba en principio cabe Dios.

3 Todas (las cosas) por Él fueron hechas [literalmente: mediante Él llegaron a ser], y sin Él  fue hecha ni una que ha sido hecha.

Nuevo Testamento Interlineal, de Francisco Lacueva.
Las notas en corchete son aclaraciones del propio Lacueva.

2.1   GÉNESIS Y EL EVANGELIO DE JUAN

El comienzo del Evangelio de Juan hunde sus raíces en el libro del Génesis, de una manera profunda y duradera. Génesis nos presenta la Creación de Dios. Juan nos habla de una nueva Creación, una nueva luz y una nueva vida, y estas ideas terminarán moldeando todo su Evangelio.

El prólogo del Evangelio es majestuoso y atemporal, centrado en la deidad y sus propósitos eternos. Génesis presenta a Dios actuando y nos describe la obra creadora de Dios; Juan presenta a Dios revelándose, pues es propio de la naturaleza de Dios revelarse a Sí mismo, y al hacerlo revela su gloria, que se centra en la persona del Verbo divino. En Génesis Dios expresa su palabra creadora: “entonces dijo Dios”, y cada vez que Dios habla, la palabra de Dios crea algo nuevo; en Juan la Palabra de Dios tiene una dimensión personal, la Palabra se encarna y viene a este mundo. La realidad de Dios es ahora más compleja y más completa que en el Génesis; lo que allá se sugiere sutilmente, aquí se afirma explícitamente, pero sin atentar en ningún momento contra la unidad y unicidad de Dios. Este Logos divino y creador está por encima de todas las cosas y es inmutable, como la eternidad.

De ahí brotarán las semillas de los temas creacionales que se desarrollan en este Evangelio:

  • La excelencia de Cristo y la manifestación de su gloria.
  • La encarnación del Logos como origen de una nueva humanidad.
  • El conflicto entre la luz y las tinieblas.
  • La relación única entre la Palabra de Dios y el Dios de la Palabra. Notemos, por ejemplo, que Juan emplea 27 veces la expresión “mi Padre” con relación a Cristo, mientras que Lucas sólo lo hace 4 veces; además, los judíos nunca llamaban “Padre” a Dios, si no era añadiéndole el adjetivo “celestial” o la expresión “que estás en los cielos”.

Con esta introducción Juan nos está diciendo que Aquel que vimos como Jesús de Nazaret es nada menos que la misma Palabra y la plenitud de Dios, es el “Dios con nosotros” de Isaías. Aquella personificación de la Sabiduría de Dios en Proverbios 8, ahora se ha encarnado, manifestando el pensamiento, el sentimiento y la voluntad de Dios.

Pero no acaban aquí las similitudes entre Génesis y el Evangelio de Juan. La creación de Génesis se desarrolla en 7 días, y Juan también tiene un especial cuidado de subrayar los primeros siete días en la obra de la Redención:


1)    V. 19. En el primer día del Evangelio, los dirigentes de Jerusalén envían una comisión para indagar quién es Juan el Bautista y éste proclama que no es el Cristo.

2)    V.29. La expresión “al día siguiente”, nos habla del segundo día, y en él Juan identifica al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

3)    V. 35. En el tercer día, vemos los dos primeros discípulos que siguen a Jesús.

4)    V. 39. Cambia la “marca temporal” que introducirá el cuarto día, subrayando que “se quedaron aquel día con Él, porque era como la hora décima”. Ese nuevo día Jesús le cambia el nombre a Simón y le llama Pedro. Igual que Adán, tiene la potestad de dar nombres en la nueva creación.

5)    V.43. En el quinto día es Jesús quién encuentra a Felipe, y a Natanael le mostrará la visión de la escalera de Jacob, otra imagen del Génesis.

6-7)       Cap.2, V.1, En él hay un cambio significativo en la expresión cronológica: “Al tercer día”, y es la única vez que aparece en este Evangelio. Según el modo de contar judío, estaría haciendo referencia a los días 6º y 7º de la semana de la Redención. Pero, además, tiene un significado profundo porque “al tercer día” Jesús resucitó. Después de completar la cronología de esta semana inaugural, el relato se trasladará al escenario de la Pascua, un tema culminante del Evangelio.

Pero, ¿qué sucedió en aquel día séptimo? Se celebra una fiesta de boda. En el Génesis, la semana de la Creación culmina en la unión gozosa del primer hombre y la primera mujer, bendecida por Dios. Ahora otra boda culmina la semana de la Redención, y en ella el personaje central realmente es Jesús. El elemento clave de este relato es el vino, un símbolo de gozo y de alegría, y que también nos recuerda la redención de Jesucristo, y la futura fiesta de las bodas del Cordero.

De esta conexión con el Génesis van surgiendo temas significativos de la Redención: Logos, Dios, luz, vida, día, boda, vino, cordero, Pascua, “al tercer día”... Al igual que aquella boda bendecida con un vino creado por Jesús, nosotros también celebramos otra fiesta disfrutando el vino dulce de la Redención y recordando el alto precio que le costó al Señor conseguirla, obedeciendo la voluntad del Padre que le envió.

2.2   EL PRÓLOGO DEL EVANGELIO

Los dieciocho primeros versículos de Juan constituyen el prólogo a todo el evangelio. Lo más seguro es que éste pasaje se compusiera teniendo todo el evangelio en mente porque está íntimamente conectado con todo lo que viene a continuación. Aquí se presentan los temas que se desarrollarán después: la excelencia de Cristo, quién es el Verbo de Dios, la lucha entre la luz y las tinieblas y el testimonio de Juan el Bautista, el mayor de los hijos de Israel. También aparecen aquí varias palabras clave, de gran significación en todo el evangelio (vida, luz, testigo, gloria…). Pero el tema central es la encarnación, con la sorprendente paradoja de que aquellos que deberían alegrarse y darle la bienvenida, le rechazan.

El uso del término Logos, el Verbo o la Palabra, es de particular importancia. Sólo se le aplica a Cristo en el comienzo del evangelio de Juan, de su primera epístola y en Apocalipsis 19:13, como “el Verbo de Dios”. Pero la idea básica que nos transmite este término (la relación que Cristo tiene con el Padre) se extiende por todo el evangelio y nos da la clave para interpretar su enseñanza. Estamos, pues, ante el evangelio de la Palabra. Y al hablarnos del Logos, Juan se remonta en el tiempo para contemplar los propósitos eternos de Dios. Con relación al evangelio de Juan, la referencia al Logos es cuádruple (se menciona tres veces en el versículo uno y la última en 1:14). Pero después del prólogo, a Jesús nunca más se le vuelve a llamar Logos, por cuanto el Logos preexistente (1:1) se ha hecho ahora carne (1:14).

Algunos comentaristas ven ese texto como poesía, pero no hay ningún acuerdo entre ellos sobre la distribución de los versos ni en determinar qué parte serían prosa intercalada. El texto del prólogo es más bien un tipo de prosa elevada, fruto de una intensa meditación, que le imprime un estilo profundo y reflexivo.

2.3   EL LOGOS DE DIOS Y EL PRINCIPIO

Las primeras palabras de Juan conectan inmediatamente con las primeras de la Biblia. El primer libro de la Torá se llama Bereshit (“En el principio”). Esta asociación está plenamente justificada porque Juan va a hablarnos de un nuevo principio, que dará lugar a una nueva creación. Para reforzar esta conexión usará también otras palabras importantes del Génesis: vida (4), luz (4), tinieblas (5).

Respecto a la expresión «en el principio» (en archëi), Archibald Thomas Robertson comenta que “archë” es determinado, aunque carente de artículo, como nuestra expresión «en casa», y como el similar término hebreo bereshith en Gén. 1:1. Westcott señala, por su parte, que Juan lleva nuestros pensamientos más allá del comienzo de la creación en el tiempo, hasta la eternidad. No se da aquí, igual que en Génesis, ningún argumento para demostrar la existencia de Dios; simplemente se da por sentada. O bien Dios existe, y es Creador del universo, o bien la materia es eterna o ha venido de la nada.

Así como Génesis describe la primera creación de Dios, Juan describe la nueva creación de Dios. Al igual que la primera, ésta última no se ejecuta por un ser subordinado, sino que se lleva a cabo a través del Logos, quien es la Palabra de Dios, la Palabra creadora (Salmo 33:6).

A través del Logos vemos la continuidad con la primera creación, por ello ya existía en el principio antes que ninguna cosa fuera llamada a existir. En ocasiones se ha traducido como “al principio de los tiempos”, pero la expresión de Juan es más concisa y exhaustiva. En 1 Jn 1:1 se nos habla de lo que ha ocurrido a partir del principio, pero aquí se nos informa que en el principio el Logos ya existía. Barth afirma que “la Palabra es pronunciada en el mismo lugar donde Dios está, es decir, en el principio de todo lo que existe”.

Pero el término principio no sólo significa comienzo; también significa “origen” o “causa” (ver Ap. 3:14). La expresión de Juan combina ambos significados: “en el principio de la historia” y “el origen o la causa del universo”. Juan utiliza con mucha frecuencia palabras polisémicas (con más de un sentido), por lo que esta dualidad no es una mera coincidencia. Este recurso permite extraer todo el significado de las expresiones utilizadas. Aquí ambos sentidos son importantes: no ha habido ningún período en que el Logos no existiese ni tampoco hay nada que no dependa de Él para existir.

El verbo “era” o “existía” denota que el Logos existía continuamente, sin un comienzo ni un final, lo que nos habla de un ser eterno e inmutable, y por ello puede afirmar que existía antes de la creación. Tres veces emplea Juan en esta oración el tiempo imperfecto del verbo eimi (ser), tiempo que no da una idea de origen para Dios o para el Logos, sino que denota una existencia continua. Ello contrasta claramente con el verbo del versículo 14 (egeneto, “se hizo”, del verbo ginomai, “devenir”, “llegar a ser”) que nos describe el comienzo de la Encarnación del Logos. Esa misma distinción se establece claramente en Juan 8:58: «Antes que Abraham fuese (genesthai), yo soy (eimi, existencia atemporal)». La conclusión vital que se desprende de ello es que el Logos no fue creado. Para la mentalidad judía el Dios único es la fuente de todas las cosas y la tendencia natural sería concluir que el Logos debería tratarse de una creación noble y excelente, pero en todo caso un ser creado y subordinado. Por ello Juan hace la afirmación tajante de que el Logos existía, lo que no permite encuadrarlo en el grupo de las cosas creadas. Como dice Guthrie: «Él está por encima de todas las cosas, por encima del tiempo; es inmutable como la eternidad». William MacDonald, al comentar que Él nunca fue creado y que jamás tuvo principio, observa con agudeza que «una genealogía estaría fuera de lugar en este Evangelio del Hijo de Dios».

El pensamiento de Juan es claro y emplea un estilo muy lúcido pero su peculiar forma de combinar la sencillez con la profundidad nos plantea dudas sobre el alcance de nuestra interpretación. ¿Qué expresa realmente el término Logos? Los griegos lo utilizaban con mucha frecuencia, con dos significados: el pensamiento de una persona, o la expresión del pensamiento de una persona (es decir, el discurso). «Logos» servía para denotar tanto “la razón” como “el habla”. La expresión se aplicó también como término filosófico, y vino a expresar algo así como el alma del mundo (ánima mundi) o el alma del universo. Era el principio racional del universo, una fuerza creadora y omnipresente; todas las cosas provenían del Logos de quién surgía también la sabiduría de las personas. Estas ideas son tan antiguas como Heráclito (siglo VI aC), quién afirmó que el Logos “siempre ha existido y siempre existirá”, y que “todas las cosas ocurren gracias al Logos”. Si todo cambia sin cesar, se decía Heráclito, ¿por qué el mundo no es entonces un completo caos? Su respuesta a esta pregunta es que todo sucede conforme al Logos. En el mundo operan una razón y una mente, y ésta es la mente de Dios, el Logos de Dios que hace que el universo sea un cosmos ordenado y no un completo caos. Para Heráclito la realidad última unas veces era Dios, otras el Logos y otras el Fuego. Después de Heráclito el término se va diluyendo. Aunque Platón lo menciona ocasionalmente, no se interesa demasiado por él; le interesa más la distinción entre el “mundo material” y el “mundo real” de las ideas. No obstante, él decía que el Logos de Dios era el que mantenía los planetas en sus órbitas y el que traía de vuelta las estaciones y los años en sus tiempos determinados. Para Homero el término «logos» denota “poner a un lado”, poner palabras una al lado de otra, hablar, expresar una opinión. Quienes afianzaron el término Logos fueron los estoicos, los cuales se centran en la idea de que el Logos, la razón eterna, se extiende por todo el universo. Ellos amaron apasionadamente esta concepción: “el Logos de Dios vagaba por todas las cosas” (Cleanto). Todo era ordenado por el Logos, quien introdujo la razón en el mundo; de hecho, la propia mente del hombre era una pequeña porción del Logos: “la razón no es otra cosa que una partícula del espíritu divino inmersa en el cuerpo humano” (Séneca). No le atribuían ningún sentido personal, sino lo consideraban como una fuerza o un principio. El Logos fue el que puso la razón en el universo y en el hombre, y este Logos era la mente de Dios. Esta concepción llegó a su clímax con Filón de Alejandría, quien fusionó el pensamiento hebreo con los conceptos griegos.  Para Filón, el Logos de Dios estaba “inscrito y grabado en la constitución de todas las cosas”. El “Logos es el guardián por medio del que el piloto del universo gobierna todas las cosas”. El Logos es el sumo sacerdote que pone las almas ante Dios; por ello es el puente entre el hombre y Dios. Marco Aurelio usó la frase «spermatikos logos» para denotar el principio generativo de la naturaleza (en consonancia con las ideas evolucionistas del mundo clásico, que mencionaremos más adelante).

Juan utiliza este término crucial porque era significativo tanto para los judíos (la Palabra), como para los griegos. Al llamar a la persona de Jesús como el Logos, Juan declaraba que Jesús es el poder creador de Dios que vino a los hombres; Jesús no habló solamente la palabra de conocimiento; Él es la Palabra de poder. Para el judío una palabra no era simplemente un sonido articulado que expresa una idea, sino que la palabra hacía cosas. La Palabra de Dios es una causa eficiente. En el relato de la creación, la Palabra de Dios crea (Gén. 1:3; Sal. 33:6,9). Dios envió su Palabra y los sanó (Sal. 107:20). La Palabra de Dios hace lo que Él quiere (Is. 55:11). Por todo ello, el judío entendía que la palabra no sólo decía sino que también hacía. Jesús no vino tanto para decirnos cosas sino para hacer cosas por nosotros. Jesucristo es, también, la mente de Dios encarnada:La mente de Dios se hizo hombre”. Una palabra es siempre la expresión de un pensamiento, y Jesús es la perfecta expresión del pensamiento de Dios para los hombres. Naturalmente, pocos entendían sus implicaciones filosóficas pero todos eran capaces de discernir que se trataba de algo importante, y pensaban en un elemento grande y supremo del universo. No obstante, el uso que hace Juan del mismo no deriva de ese trasfondo griego. Para Juan el Logos no se relaciona con el Espíritu, lo que sería de esperar para una mentalidad griega, sino con Jesús, el Cristo histórico. De hecho, Juan rompe con una de las ideas griegas fundamentales: los dioses olímpicos no tenían nada que ver con lo que ocurría en el mundo; eran unos meros espectadores del acontecer humano con una frialdad ausente de sentimientos. El Dios de Juan, sin embargo, se preocupa y se implica de forma apasionada con la historia de los hombres. Su “Logos” transmite la idea de un Dios que se acerca a nosotros, asume la naturaleza humana, sufre penalidades y luchas para finalmente padecer y triunfar a fin de conseguir nuestra salvación.

Pero para entender el uso de este término griego en el evangelio es mucho más importante considerar el trasfondo judío. Así como la expresión “en el principio” evoca inmediatamente Génesis 1:1, la mención al Logos se asocia estrechamente con la repetida frase de Génesis 1 “entonces dijo Dios”. El Verbo es la Palabra creadora de Dios, un trasfondo íntimamente hebreo. Aunque nada en el AT atenta contra el monoteísmo judío, la enseñanza en el siglo I enfatizaba mucho la idea de Sabiduría y de Palabra, atribuyendo a estos términos una existencia independiente (como se ve en el Salmo 33:6 y Prov. 8:22-31). Por ello la Palabra del Señor es un agente activo que cumple la voluntad divina. Cuando Dios habla, algo ocurre, o se dice que esta Palabra “vino a un profeta”. Como lo expresa Isaías: “así será mi Palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para lo cual la envié” (Is. 55:11). O el Salmo 29: “Voz de Jehová sobre las aguas… Voz de Jehová con potencia… Voz de Jehová con gloria… Voz de Jehová que quiebra los cedros… Voz de Jehová que derrama llamas de fuego… Voz de Jehová que hace temblar el desierto… que desgaja las encinas y hace temblar los bosques…”. Encontramos también personificaciones de la Sabiduría (Prov. 8:22-31) y también de la Ley, incluso en estrecha asociación con la Palabra (Is. 2:3; Miq 4:2). Aunque estos términos son elementos divinos, no se da a entender que se refieran a Dios mismo, hasta que explícitamente nos lo declara el NT.

Cuando los judíos fueron dispersados y dejaron de hablar el hebreo, se escribieron paráfrasis libres de las Escrituras, conocidas como tárgumes. En ellos, por miedo a infringir el tercer mandamiento, cuando aparecía el nombre de Dios era inmediatamente sustituido por otras expresiones reverentes, o circunloquios, como “el Nombre” o “el Santo”. Una de tales expresiones era “el Logos” (heb. memra). Así, por ejemplo, en el Tárgum de Jonatán hay 320 referencias personales a “la memra de Dios”. Moisés sacó al pueblo del campamento para encontrarse con la “memra” de Dios (Éx. 19:17). “La memra es fuego consumidor (Dt. 9:3). “Por mi Palabra (memra) he fundado la tierra y por mi fuerza he suspendido los cielos” (Is. 48:13). Aunque no es el mismo uso que Juan hace del término, es evidente que mucha gente asociaría ambas ideas de forma inmediata. El resultado de ello es que las Escrituras judías se llenaron de la frase “la Palabra (memra) de Dios”, y la palabra estaba siempre haciendo, no meramente diciendo.

En el período intertestamentario se desarrolló una abundante literatura personificando la Sabiduría, estrechamente asociada con Dios: “Yo salí de la boca del Altísimo, y cubrí como niebla la tierra. Yo levanté mi tienda en las alturas, y mi trono era una columna de nube. Sola recorrí la redondez del cielo, y por la hondura de los abismos paseé” (Eclesiástico 24:3-5). Pero el autor de este libro apócrifo se apresura a declarar que esta Sabiduría era una realidad creada:Antes de los siglos, desde el principio, me creó” (Eclesiástico 24;9). También vemos citas impresionantes en el libro de Sabiduría de Salomón:Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía, y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, como implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real… empuñando como afilada espada tu decreto irrevocable… y tocaba el cielo mientras pisaba la tierra” (Sabiduría 18:14-16). Aunque tales autores estarían bien lejos de creer que la Sabiduría y la Palabra existían por sí mismas, no cabe duda de que esta simbología que estaban creando allanaría el camino para comprender el concepto que Juan nos presentará del Logos divino. El pensamiento de Juan es idiosincrásico, y usa frecuentes términos que para sus lectores estaban llenos de sentido, fueran del trasfondo que fuesen (judíos, helenistas o de otros ámbitos), pero a todos va a sorprenderles el pensamiento de Juan porque la idea del Logos que presenta es fundamentalmente nueva. El concepto es mucho más profundo y rico que el de cualquiera de sus predecesores. El Logos no es ningún “principio de todas las cosas” sino un Ser vivo, y la fuente de la vida; no es ninguna personificación sino una Persona divina. Es nada menos que Dios. El Logos no es un salvador cualquiera sino que es la única esperanza para toda la raza humana. El Logos y el Evangelio están íntimamente relacionados; por ejemplo, en Lc. 1:2 leemos de quienes fueron: “testigos oculares y ministros de la palabra”, donde el término palabra tiene un mayor alcance que el de la simple enseñanza. Tampoco se distingue entre “predicar la palabra” (Hechos 8:4) y “predicar a Jesús” (11:20) o “predicar a Cristo” (1 Cor. 1:23; Gál. 3:1).

Por todo ello, aunque Juan usa un término bien conocido por gentes de trasfondos culturales diferentes (judíos y griegos), su pensamiento es fundamentalmente cristiano, y cuando nos presenta a Jesús como el Logos, lo que hace es colocar la piedra angular de un edificio que se ha ido construyendo a lo largo de todo el Nuevo Testamento.

Aunque después del prólogo Juan ya no volverá a referirse a Jesús con el término de Logos, es muy importante no perder de vista el hincapié constante que hace en equiparar las “palabras de Jesús” con las “palabras de Dios. Las palabras de Jesús son las palabras de Dios (3:34; 14:10, 24; 17:8, 14) por lo que tiene una trascendental importancia creerlas (5:47). Las palabras de Jesús traen vida (5:24; 6:68; 8:51), y de hecho son vida (6:63); traen pureza (15:3) y poder a la oración (15:7). Pero la otra cara de la moneda es enormemente seria: negarse a obedecer la palabra de Jesús trae juicio (12:47-48), y quienes así actúan pertenecen al diablo (8:47, 44). Por ello es importante guardar la palabra de Jesús (14:23; 15:20; 17:6).

¿Por qué ya no se menciona más el término Logos en el resto del evangelio de Juan? El Diccionario Teológico de Kittel sugiere que a Jesús no se lo vuelve a llamar nunca Logos, por cuanto el Logos preexistente (1:1) se ha hecho ahora carne (1:14).

Aquí entramos también en la importante cuestión de la relación eterna entre las Personas de la Deidad. En la primera edición de este artículo me refería a la sugerencia de John MacArthur, que en su comentario de Gálatas 4:4 hace este comentario:

«Unos novecientos años antes de que Jesús naciera, Dios profetizó: “Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Heb. 1:5; 2 Sam. 7:14). Con ello indicó que desde la eternidad, aunque siempre hubo tres personas en la Trinidad, no existían todavía los papeles de Padre e Hijo. Al parecer, tales designaciones se hicieron realidad por primera vez y para siempre en la encarnación. En la anunciación del nacimiento de Jesús a María, el ángel Gabriel declaró: “Éste será grande, y será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:32, 35). Hijo era un título nuevo que nunca antes había sido aplicado a la segunda persona de la Deidad excepto en las alocuciones proféticas, como en el Salmo 2:7, el cual se interpreta en Hebreos 1:5-6 como una referencia al acontecimiento de su encarnación. Juan escribió: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (1:1). Solo fue cuando “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” como “el unigénito Hijo que está en el seno del Padre” (1:14, 18), que Él asumió el papel y las funciones de Hijo».

En realidad, John MacArthur retiró posteriormente esta interpretación como errónea, en los términos que aparecen en su propia declaración más abajo. Aquí quiero citar unas observaciones de una comunicación personal recibida con respecto a esta importante cuestión:

*     *     *     *     *

Estimado Francesc:

Te escribo estas líneas después de haber tenido más tiempo para leer tu escrito. Como ya te comenté, había hecho una lectura relámpago, pero después de una lectura más reposada, he visto muy buenos razonamientos y detalles que profundizan en la exposición.

            También he encontrado algo que conviene comentar, y que es el siguiente parágrafo, sobre el que desearía hacer unas observaciones que creo importantes, todo y que no tan completas como yo quisiera, debido al poco tiempo disponible:

«¿Por qué ya no se menciona más el término Logos en el resto del evangelio de Juan? El Diccionario Teológico de Kittel sugiere que a Jesús no se lo vuelve a llamar nunca Logos, por cuanto el Logos preexistente (1:1) se ha hecho ahora carne (1:14). En esta misma línea de pensamiento, John MacArthur, en su comentario de Gálatas 4:4, hace un comentario profundo y sugerente: «Unos novecientos años antes de que Jesús naciera, Dios profetizó: “Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Heb. 1:5; 2 Sam. 7:14). Con ello indicó que desde la eternidad, aunque siempre hubo tres personas en la Trinidad, no existían todavía los papeles de Padre e Hijo. Al parecer, tales designaciones se hicieron realidad por primera vez y para siempre en la encarnación. En la anunciación del nacimiento de Jesús a María, el ángel Gabriel declaró: “Éste será grande, y será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:32, 35). Hijo era un título nuevo que nunca antes había sido aplicado a la segunda persona de la Deidad excepto en las alocuciones proféticas, como en el Salmo 2:7, el cual se interpreta en Hebreos 1:5-6 como una referencia al acontecimiento de su encarnación. Juan escribió: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (1:1). Solo fue cuando “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” como “el unigénito Hijo que está en el seno del Padre” (1:14, 18), que Él asumió el papel y las funciones de Hijo» (página 11 de “El Logos Creador”).

            Es cierto que MacArthur había mantenido esta postura de negar la relación filial del Logos antes de la encarnación. Pero también es cierto que después reconsideró su posición, y que ahora sostiene la relación eterna Padre – Hijo dentro de la Deidad por razones escriturales de gran importancia.

      Una ilustración de esta relación está en una pregunta, que ya daría por sí sola materia para la reflexión, a una Escritura de gran antigüedad. La encontramos en Proverbios 30:4: «Palabras de Agur, hijo de Jaqué; la profecía que dijo el varón a Itiel, a Itiel y a Ucal. Ciertamente más rudo soy yo que ninguno, Ni tengo entendimiento de hombre. Yo ni aprendí sabiduría, Ni conozco la ciencia del Santo. ¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?».

      Por otro lado, en la profecía de Isaías 9:6 se nos dice: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz».

      Es decir, el que nace (tiene un origen) es un niño, que como niño crecerá, etc., pero como Hijo, nos es dado. ¿Y de dónde procede? La respuesta la tenemos en Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

            Por ello, aquel que tiene la dignidad de Hijo unigénito nos es dado, y este don es la medida del amor del Padre; no se trata de que venga a constituirse Hijo por la encarnación (aunque en la encarnación es engendrado; pero de ningún modo se implica que al ser engendrado se CONSTITUYA en Hijo. Y este ser engendrado en el tiempo (lo que, por cierto, no sólo tiene como referencia la encarnación, sino también la resurrección) no es lo mismo que su condición de Unigénito Hijo, que es eterna.

      Juan abunda más en que es aquí donde encontramos la medida del amor de Dios hacia nosotros, y si no mantenemos esta verdad, detraemos de la verdadera medida del don de Dios y de la medida de lo que este don significa para nosotros: «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo» (1 Jn. 4:9-14).

            Hay mucho más que decir al respecto. Tan solo te escribo esto un poco deprisa para que conozcas mis serias reservas sobre esta posición. No es un tema de puro academicismo teológico, sino que entra en el corazón del significado de los afectos divinos en la eternidad, y de la plenitud del significado del don de Dios, que envió al Hijo de Su amor. Esta misma posición fue más tarde repudiada por el propio MacArthur, después de haberla sostenido durante unos años, en un período de su testimonio en que la excelencia del don de Dios quedaba oscurecida. Te adjunto seguidamente algunos extractos de la declaración de MacArthur.

            Por otro lado, quiero reiterar que la profundidad, la extensión y la gloria del amor de Dios residen en que dio al Hijo de Su Amor desde la eternidad al tiempo y espacio del universo creado. Y que la negación en que cayó MacArthur, y que repudia con esta declaración, tenía la triste consecuencia de detraer de la gloria de Cristo en Su relación de Hijo del Padre y de la gloria de Dios en Su don de amor (1 Jn. 4:9-14).

            Un abrazo, Santiago Escuain, 6 de noviembre de 2010.

[Ir a la declaración de John MacArthur]

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El término Logos tiene un enorme significado y su empleo en la introducción del evangelio no es pura casualidad. Usar el concepto de Logos es su manera de llamar la atención sobre la deidad, sin mostrar ningún indicio que minimice o le reste importancia a su humanidad. Por ello, entender el alcance de este término nos lleva a la comprensión correcta de todo el Evangelio.

Juan, al igual que hace Pablo en sus epístolas, confronta de forma radical las falsas enseñanzas de un gnosticismo incipiente (esta falsa doctrina tuvo su pleno apogeo en el siglo II, pero ya hay abundantes evidencias de su perniciosa influencia en la iglesia primitiva del siglo I). Ante las insistentes alusiones a la “sabiduría” (sophia) de los gnósticos, Juan nos presenta al Logos, respondiendo tanto a los gnósticos docetistas (que negaban la verdadera humanidad de Cristo), como a los gnósticos cerintios, quienes diferenciaban al eón (una especie de “deidad intermedia”) Cristo del hombre Jesús. El Logos preexistente «se hizo carne» (sarx egeneto, versículo 14), y mediante esta frase Juan rebatía ambas herejías a la vez.

Podemos decir, a modo de conclusión de ese estudio sobre la importancia y significado del Logos, que este término expresa la gran verdad de que es propio de la naturaleza de Dios revelarse a sí mismo. Diríamos, con toda reverencia, que el Logos de Dios es su pensamiento, expresado en palabras que los humanos pueden entender. Dios no es alguien distante e indiferente (como el Dios del que suelen hablar los científicos y los filósofos). Pero de la misma forma que es Soberano en cualquier otro ámbito, también lo es en su revelación, por lo que debemos tener sumo cuidado con dos interpretaciones erróneas:

A)    “La revelación es estática”. Nada más lejos de la realidad. No se trata de adquirir algunos conceptos sobre Dios. Conocer a Dios es vida eterna (17:3).

B)    “El Logos no es más que un atributo o una cualidad de Dios”. Según Juan, el Verbo vino a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret (v. 14). Pero de igual forma es Dios mismo porque el “Verbo era Dios”, como nos dice seguidamente.

2.4   LA TRASCENDENCIA DEL LOGOS

Salta a la vista el inmenso valor que la Escritura le otorga a las palabras que pronunciamos. El modo trinitario de la creación (más adelante estudiaremos más detalladamente esta expresión, propuesta por William Dembski, a quién también debemos las reflexiones que examinaremos a continuación) nos muestra por qué esto es así: las palabras son el instrumento primario del acto creador y en ellas radica la mayor fuerza de bendición y también de destrucción.

La Biblia nos enseña que «la muerte y la vida están en el poder de la lengua» (Prov. 18:21), y también: «de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mt. 12:36).

Todo acto de hablar es a la vez excluyente e irrevocable; afirmar una cosa implica que excluimos  o desechamos todas las demás. A ello cabe añadir la relevante lección que nos presentan las leyes de Media y de Persia, descrita en Daniel 6:15: no se puede retirar lo dicho; las palabras que pronunciamos siguen resonando por la eternidad. Así, cuando Jacob engañó a su padre, suplantando a Esaú, eligió no decirle otras cosas, ocultando su verdadera identidad. Y cuando Isaac bendijo a Jacob, pensando que era Esaú, no pudo revocar la bendición, aún cuando Jacob la obtuviese mintiendo a propósito y la verdadera intención de Isaac era bendecir a Esaú. Esa característica excluyente e irrevocable de los actos del habla rige no sólo para los humanos sino también para Dios. Toda palabra pronunciada por Dios excluye las demás posibilidades. Más aún, una vez pronunciada la palabra, ni Dios mismo puede revocarla. Dios sólo puede modificar el impacto de la palabra original mediante la emisión de nuevas palabras.

Así como el ser humano nunca llega a agotar las posibilidades del lenguaje, cuando Dios crea por medio de la palabra pronunciada, nunca agota el Logos divino. Debemos distinguir entonces entre el Logos, con mayúscula, y el logos, una palabra divina particular pronunciada con un propósito determinado.

El texto griego del N.T., ajeno a nuestras distinciones entre mayúsculas y minúsculas, emplea la misma palabra en los dos sentidos. Por ejemplo: «aquel Logos fue hecho carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1:14); «ya vosotros estáis limpios por el logos que os he hablado» (Jn. 15:3).

Dado que una palabra pronunciada siempre excluye otras palabras no dichas, el habla implica una autolimitación. Decirle «sí» a la persona prometida en una ceremonia nupcial implica decir «no» a todas las demás. Por ello, ninguna palabra pronunciada por Dios abarca en su totalidad el Logos divino, y en consecuencia, la creación, como palabra divina hablada, tampoco puede abarcar en sí misma el Logos creador. Esto explica el tremendo error de la idolatría (adorar elementos de la creación en lugar del Creador) atribuyéndole un valor supremo a algo inherentemente limitado. La actual creación (caída) sólo puede aspirar a manifestar la gloria de Dios, sin poder nunca igualarle, pero la idolatría hace de la creación un fin último, desplazando al Creador.

Para los antiguos griegos, como ya hemos visto, el logos nunca quedó reducido a una mera entidad lingüística. El léxico griego-inglés de Liddell y Scott describe los siguientes significados del término:

   palabra que expresa el pensamiento interior (dicho, voz)

   el pensamiento interior o la razón misma (razón)

   reflexión, deliberación (opción)

   explicación, consideración (investigación)

   relación, proporción, analogía (armonía, equilibrio)

   cuentas, cálculo (matemáticas)

   argumento razonable, una condición (evidencia, verdad)

Como se puede apreciar, el término logos encierra un concepto de extraordinaria riqueza que abarca la totalidad de nuestra vida intelectual.

La etimología del término resulta reveladora. Proviene de la raíz indoeuropea «leg», que aparece en el verbo griego «lego», que en el N.T. significa habitualmente «hablar». Sin embargo, el sentido primario de «lego» es «poner, extender ante», de donde derivan «recolectar y recoger»; posteriormente «seleccionar y juntar», y de allí «seleccionar y juntar palabras», es decir «hablar». Marvin Vincent (Vincent’s Word Studies in the N.T., 1954) explica que «logos es colectar o colección, tanto de lo que está en la mente como de las palabras que lo expresan. Por consiguiente, significa tanto la exteriorización del pensamiento interior como el pensamiento en sí; en latín oratio y ratio; como en italiano ragionare, “razonar” y “hablar”».

La raíz «leg» presenta diversas variantes. Aparece como «log» en logos, y también como «lec» en intelecto, y «lig», en inteligente. Esto debería hacernos reflexionar. La palabra inteligente, en realidad proviene del latín, no del griego, formada por la preposición inter, que significa entre y el verbo latino (no griego) lego, que significa seleccionar o elegir. El término latín lego retuvo un significado más afín a la raíz indoeuropea que su equivalente griego, relacionándose directamente con el habla. Por lo tanto, de acuerdo con su etimología, inteligencia consiste en «elegir entre». En el momento de la creación, Dios eligió qué mundo crear. La creación es, pues, un acto de inteligencia divina.

Al decir que Dios crea a través del Logos hablado, aún no hemos respondido a las preguntas: ¿qué motiva la creación? ¿por qué crea Dios? ¿por qué creamos nosotros? Toda creación es siempre un acto inteligente, pero es mucho más que esto. Todo acto creador está impulsado por el deseo de ofrecerse a sí mismo como don, ofrendando lo más valioso que tenemos: ofrecernos. La creación es un don, es la máxima expresión del dar. En todo acto de creación, el creador (ya sea divino o humano) se da a sí mismo sin reservas.

El psicólogo Erich Fromm nos dice que dar «constituye la más alta expresión de potencia. En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha. Me experimento a mí mismo como desbordante, pródigo, vivo y, por tanto, dichoso. Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad» («El arte de amar», Paidós, Barcelona, 1996, pág. 19).

Vivir es dar, y el acto supremo de dar es crear, porque en el acto creador nos entregamos. Cuando Dios creó al ser humano, sopló en él el aliento de vida, la vida misma de Dios. Al completar la creación Dios está agotado (no cansado), en el sentido de que extrajo de sí mismo todo lo necesario para que la criatura llegara a ser lo que Él se había propuesto que fuera. Después de dotar a la criatura de todo lo necesario, Dios puede descansar. Pero el descanso divino no significa el cese de sus actividades. Dios no da por finalizada su interacción con las criaturas después de haberlas creado. En realidad, la idea del descanso es para que el Creador y la criatura disfruten de la mutua compañía estableciendo un pacto de amor y confianza.

La creación de los cielos y de la tierra fue el más sublime de todos los actos creadores. La creación y la redención de la humanidad a través de Jesucristo son dos instancias claves de la revelación de Dios. Si queremos conocer a Dios debemos hacerlo a través de la creación y la redención. Dice la Escritura que los ángeles alaban a Dios por dos motivos: por el mundo que Él creó y por la redención del mundo mediante Jesucristo. ¡Qué bien le haría a la humanidad seguir el ejemplo de los ángeles!

2.5   LA RELACION ENTRE EL LOGOS Y DIOS

Y el Verbo estaba con Dios”, es posiblemente la traducción más correcta de la difícil expresión griega. De forma estrictamente literal significaría «el Logos estaba hacia Dios». Para Juan no hay oposición o conflicto alguno entre Dios el Padre y el Logos. Toda la existencia del Logos está orientada hacia el Padre, por lo cual esta preposición (con) incluye las dos ideas: presencia y relación. El hecho de que esta singular expresión se repite en el versículo 2 denota que no es accidental: tiene una importancia significativa.

“Con Dios” (pros ton theon): aunque existiendo eternamente con Dios, el Logos estaba en perfecta comunión con Dios; “pros”, con el acusativo, muestra un plano de igualdad e intimidad mutua, cara a cara. En 1 Jn. 2:1 vemos otro uso similar de “pros”: «tenemos un Paracleto con el Padre». También podemos señalar la expresión «cara a cara», en 1 Cor. 13:12, que refleja nada menos que un triple uso de “pros” (prosöpon pros prosöpon). De esta forma, Juan establece la existencia del Logos como persona, y ahora viene a describirnos la relación personal del Logos con el Padre. El Logos no sólo existía «en el principio», sino que, además, existía en la mayor intimidad posible con el Padre. Es importante advertir la diferenciación entre las dos personas, subrayando la profunda verdad de que el Logos y Dios el Padre no son iguales pero son uno.

Llegamos así a la expresión culminante: «el Logos era Dios». No hay nada más elevado que este verso (como nos recuerda León Morris): todo lo que podemos decir de Dios lo podemos decir también del Logos. Juan no está diciendo, simplemente, que el Logos encarnado en Jesús tenga alguna característica divina (como haría la herejía gnóstica al sugerir que el Logos era casi divino, o una condición intermedia entre Dios y la criatura); está afirmando que el Logos es plenamente Dios, y lo hace de la forma más enfática posible, como lo deja ver el orden de las palabras de la versión griega. Esta expresión sorprendería enormemente al pueblo judío de aquellos tiempos, teniendo unas creencias radicalmente monoteístas. Los judíos sabían a ciencia cierta que sólo había un Dios: el Dios único. Aunque Juan mismo sabía y sentía que el monoteísmo era el eje central de su religión, eso no le impide designar al Logos como Dios, sin que le tiemble el pulso. Después de establecer las características de identidad entre el Padre y el Logos, ahora quiere dejar claro que Dios es mucho más que el Logos. Desde el comienzo mismo de su Evangelio, Juan proclama de forma inequívoca que el Logos es Dios, y que no hay otra manera posible de entenderlo.

Y el Verbo era Dios” (kai theos ën ho logos). Mediante un lenguaje exactamente calibrado y cuidadoso –como destaca Archibald T. Robertson– Juan refuta la herejía del sabelianismo, al no decir: «kai theos ën ho logos»; esto significaría que la totalidad de Dios estaría expresado y contenido en el término ho logos, siendo los términos recíprocos e indistintamente intercambiables, al tener ambos el artículo griego. El sujeto de esta frase queda aclarado por el artículo (ho logos), mientras que el predicado figura sin él (theos): «y Dios (predicado) era el Logos (sujeto)». Esta misma construcción gramatical aparece en Juan 4:24: «pneuma ho theos», significando «Dios es espíritu», y no «(todo) espíritu es Dios». O en 1ª Jn. 4:16, donde «ho theos agap­ë estin», sólo puede significar «Dios es amor», y no «(el) amor es Dios».

E. C. Colwell ha demostrado que en el N.T. los sustantivos definidos que preceden a un verbo no suelen ir acompañados de artículo. Sobre este artículo en particular dice: «la ausencia del artículo no hace que el predicado se convierta en indefinido o cualitativo cuando precede al verbo; sólo es indefinido en esta posición cuando el contexto así lo demanda. Y el contexto del Evangelio de Juan está lejos de hacer este tipo de demanda».

Lutero también argumenta que Juan refuta otra importante herejía, como es el arrianismo, con la sublime frase de Juan 1:14: «el Logos se hizo carne» (ho Logos sarx egeneto), en lugar de decir «la carne se hizo Logos». Para Lutero, el Logos era eternamente con Dios, manifestándose una íntima comunión entre el Padre y el Hijo, lo que el teólogo cristiano Orígenes denominó como «la eterna generación del Hijo». Así, en el seno de la Trinidad vemos comunión personal sobre una base de igualdad.

La conjugación griega en «era Dios» recalca que el Logos poseía toda la esencia o los atributos de la Deidad, es decir, Jesús el Mesías era Dios a plenitud (Col. 2:9). Incluso en su encarnación, al despojarse o vaciarse de Sí mismo, Él no dejó de ser Dios, sino que adquirió el cuerpo y la naturaleza de un ser humano auténtico, y por voluntad propia se abstuvo de hacer un ejercicio independiente de sus atributos divinos.

El versículo 2 no añade nada nuevo, pero el hecho de que se repitan estas dos ideas resalta aún más la importancia que tienen: el Logos «existía en el principio» y el Logos «estaba con Dios». No podemos, por tanto, pasar por alto ni minimizar la eternidad atribuida al Logos, ni la íntima relación entre el Padre y el Logos. No son la misma persona, pero están unidos (el hecho de que uno está “con” el otro les diferencia). Sin embargo, la armonía más plena caracteriza la perfecta unidad de esta relación sin límites temporales.

Este versículo 2, señala W. MacDonald, parecería una mera repetición de lo dicho anteriormente, pero no es así. Este texto enseña que la personalidad y la deidad de Cristo carecen de principio. No devino una persona por primera vez cuando nació el bebé de Belén. Tampoco se trata de que de algún modo llegase a ser un dios después de su resurrección, como algunos enseñan. Él es Dios desde toda la eternidad.

2.6   EL LOGOS Y LA CREACIÓN

No es ninguna circunstancia casual que, después de hablar de la íntima relación y unión esencial entre el Logos y Dios el Padre, Juan dirija nuestra atención al tema de la Creación. Como apuntó Cullmann: «la revelación de Dios ocurre por primera vez en la Creación. Por eso la Creación y la Salvación están tan íntimamente relacionadas en el Nuevo Testamento. Las dos tienen que ver con la revelación de Dios».

Fijémonos en el extremo cuidado que tiene Juan para enfatizar que el Verbo no está dentro del grupo de las cosas creadas. El Verbo crea, siendo emitido y enviado por Dios; sin embargo, Juan no dice que “por Él” fueron hechas todas las cosas, sino que “por medio de Él” fueron hechas todas las cosas; la primera expresión no es correcta porque negaría que el Padre es el Creador, pero Juan afirma que Dios es el Creador y crea por medio del Hijo, que es también su Palabra, el Logos divino y el agente que lleva a cabo los propósitos de la creación de Dios.

Para entender mejor todos estos conceptos, especialmente el profundo significado de la relación del Logos con la creación, es conveniente hacer un paréntesis y detenernos un poco con fin de reflexionar sobre el «modo trinitario de la creación», tal como lo expresa William A. Dembski, y ver seguidamente la significativa correspondencia entre los términos «creación» e «información».

Al estudiar la doctrina de la Creación en las Escrituras, nos llama mucho la atención la manera en que Dios crea (no sólo en el Génesis sino también en las numerosas “acciones milagrosas” que realizó Jesús delante de testigos humanos). Cuando Dios se propone crear algo, vemos que Dios habla y suceden cosas (acontecimientos creativos). Cuando intentamos comprender por qué Dios crea recurriendo a la palabra hablada, descubrimos una profunda lógica en ello. En efecto, el acto creador actualiza la intención de un agente inteligente, entendiendo por «actualizar» la realización práctica y concreta de una idea. Las intenciones, ideas o proyectos se actualizan de muchas maneras, ya sea que hablemos de un músico, un ingeniero o un escritor, pero por lo general, toda actualización de una intención puede plasmarse en lenguaje. No importa si hablamos de una partitura musical, una escultura o una obra de ingeniería; en todos los casos imaginables podemos observar que el lenguaje es el medio universal para actualizar intenciones creativas.

El lenguaje que escuchamos de boca de Dios durante la creación de los cielos y la tierra es, según el evangelista Juan, el Logos Creador, esa Palabra que en Cristo se hizo carne y por medio de la cual todas las cosas fueron hechas. En este sentido, el Logos divino no es solamente lenguaje en el sentido más corriente (unidades del habla que transmiten una determinada información), sino el fundamento del lenguaje y aquello que lo hace posible.

El Logos divino es, realmente, la segunda persona de la Trinidad. Toda la Trinidad está implicada en cada acto de creación divina, actuando libremente sin coacción alguna. En el acto de la creación, Dios el Padre pronuncia el Logos divino (nótese la interesante expresión literal de Hebreos 1:2: “Dios…habló en Hijo”), por el poder del Espíritu Santo. Las palabras necesitan poder para cumplir su cometido, y la Palabra de Dios tiene ese poder (ver Is. 55:11: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para lo que la envié”).

Al ser creado el hombre a imagen de Dios, el lenguaje humano es un reflejo de esa estructura trinitaria de la creación de Dios. Así, cuando tenemos la intención de hacer algo, esa acción refleja en cierta manera la intención de Dios Padre de dar comienzo a un acto de creación divina. Luego, al expresar nuestra intención en palabras, reflejamos a Dios el Hijo, el Logos Creador que expresa, en su sentido más pleno, aquella intención divina. Por último, cuando pronunciamos audiblemente estas palabras, expulsando el aire de los pulmones a través de nuestras cuerdas vocales, reflejamos a Dios el Espíritu Santo, quién infunde poder al Logos Creador para que haga realidad la intención divina (no es casualidad que en hebreo, la palabra espíritu signifique «soplo de aire» o «aliento»).

En esta explicación trinitaria del lenguaje humano, cada elemento tiene una profunda dimensión personal. El origen de una intención se asocia siempre a la persona y al estado de conciencia. Y aunque parece menos evidente, el elemento personal es también crucial cuando hablamos del poder de la palabra abstracta para expresar y comunicar. Lo que distingue un sintetizador de voz de una voz humana es el timbre, las inflexiones y la cadencia, todo lo cual hace que una voz cobre vida. George Thompson, un experto en comunicaciones señala que, desde el punto de vista del receptor, la calidad de nuestra voz es cuatro veces más importante que el contenido, y añade: “el mensaje del emisor, que se considera el elemento más importante del proceso de comunicación, es el factor menos relevante para el receptor de esa comunicación”.

El Espíritu Santo se presenta en el N.T. como el que da vida. Incluso la misma resurrección del Señor Jesucristo se atribuye al poder del Espíritu Santo (Rom. 8:11). Y aunque el término griego pneuma (espíritu) tiene género neutro, el N.T. usa siempre el pronombre masculino para referirse al Espíritu Santo, confirmando que el tercer integrante de la Trinidad es persona en sentido pleno.

Este modelo trinitario de la creatividad (tanto a nivel divino como humano) guarda un estrecho paralelismo con lo que se conoce como teoría matemática de la información. Esta teoría fue presentada por Claude Shannon en 1949, convirtiéndose en un clásico sobre el tema. En su libro Shannon propuso un «esquema del sistema general de comunicación» (conocido también como diagrama de Shannon). Para explicarlo brevemente diremos que una fuente de información envía un mensaje a un destinatario, para lo que se precisa el concurso de un canal de transmisión (correo, teléfono…); el transmisor de este mensaje lo transforma previamente en una señal dada que será recibida por un receptor que volverá a traducir la señal recibida para recuperar el mensaje (esto se entiende mejor si pensamos en un sistema de telégrafos). De esta forma el destinatario lee o escucha el mensaje que le envió su fuente de información. Un problema importante que surge en un sistema de comunicaciones es la fuente de ruido que distorsiona en cierto grado la calidad de la señal recibida por el receptor.


Esquema de Shannon de la comunicación

Si interpretamos este esquema en clave teológica, veremos que en el origen del mensaje encontramos la expresión de una «trinidad». La «fuente de información» es Dios el Padre, quien es origen o fuente de todo lo creado. El «mensaje» que se transmite es reflejo de Dios el Hijo, quien es el Logos Creador. Y así como la fuente de información genera el mensaje, también Dios el Padre engendra a Dios el Hijo (en el siguiente apartado 3.7.1.1 veremos más ampliamente el concepto de “engendramiento”); esta relación particular es asimétrica, pues en el acto de comunicación Dios el Padre tiene la primacía. Jesús, la encarnación del Logos divino, reconoce esta primacía (“el Padre mayor es que yo”, Juan 14:28). Por último, el transmisor (un reflejo del Espíritu Santo), toma este mensaje y lo reviste de poder. En resumen, lo que el Padre se propone y el Hijo expresa, el Espíritu Santo lo actualiza o concreta.

La recepción del mensaje también puede entenderse en clave teológica. Así como la fuente del mensaje representa la Deidad, el receptor del mensaje representa el orden creado, en su totalidad.

La «señal» representa lo que la teología ortodoxa denomina «energía divina», es decir, la manifestación de la acción divina sobre la creación. La «fuente de ruido» expresa la distorsión que producen el pecado y la caída, que interfiere y distorsiona la energía divina. De ahí que el Padrenuestro señale: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». En la tierra la voluntad de Dios sólo se cumple de manera imperfecta; en el cielo Dios habla y su voluntad se cumple, pero en la tierra Dios habla y continuamente se le desobedece. Cuando la creación sea finalmente redimida en Cristo, manifestará la voluntad de Dios en su plenitud, tal como ahora sucede en el cielo.

Una vez que la señal supera la fuente de ruido, avanza hacia el «receptor», quien recibe la señal como una simiente divina en el acto de su concepción. Si recordamos la parábola del Sembrador, vemos que Dios siembra la semilla, la cual Jesús identifica como la «Palabra de Dios que da mucho fruto» (Lc. 8:11). El «mensaje» que está en el extremo del receptor ya no es el Logos divino, sino que refleja el producto concebido por el receptor; es lo que éste «hace nacer» tras haber sido «fecundado» por la señal. Finalmente, el «destinatario» es el destino del mensaje, lo que llega a realizar en su existencia temporal. Is. 40:8 contrasta la finitud de estos efectos temporales con la eternidad de la Palabra divina: «sécase la hierba, marchítase la flor; mas la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre». Por consiguiente, afirmar que la Palabra de Dios no vuelve a Él vacía (Is. 55:11), significa que la intención divina presente en la «fuente» se cumple plenamente en el «destino». Aunque se desobedezcan los mandamientos de Dios, el propósito de Dios siempre se cumple.

Los «ruidos» no pueden impedir que Dios cumpla sus intenciones. Aunque parece que el receptor recibe una versión corrompida del mensaje original, ello no es así. Para evitar la distorsión del mensaje, se precisa un eficaz sistema de corrección de errores en ambos extremos del canal de comunicación, logrando que los errores sean eliminados de manera efectiva. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con los mensajes enviados a través de internet; sin un poderoso sistema de corrección de errores, internet jamás se habría puesto en marcha, y gracias a él mantiene un vigoroso ritmo de crecimiento. Es lógico suponer que Dios, al revelarse a la humanidad en la naturaleza y en la Escritura haya empleado medios eficaces para controlar los errores.

El diagrama de Shannon para representar el proceso de la comunicación es inspirador. Hace que las relaciones entre las personas de la Trinidad parezcan más razonables y menos arbitrarias; explica por qué el uso del género masculino para Dios y el género femenino para la naturaleza y la creación es normativo en la teología cristiana, y remarca por qué el lenguaje es el atributo que con más claridad manifiesta que el ser humano fue creado a imagen de Dios.

Según Noam Chomsky, «cuando estudiamos el lenguaje humano nos aproximamos a lo que algunos llamarían la “esencia humana”, esas cualidades distintivas de la mente humana que, hasta donde sabemos, únicamente las posee el ser humano, y son inseparables de toda fase crítica de la existencia personal o social. (…) Una vez dominado el lenguaje, somos capaces de comprender un número indefinido de expresiones que no hemos oído jamás y que no tienen ningún parecido físico ni son exactamente análogas a las expresiones que constituyen nuestra experiencia lingüística; además, somos capaces de, con más o menos facilidad, producir nuevas expresiones en las ocasiones apropiadas a pesar de su novedad e independientemente de configuraciones de estímulo detectable, y quienes comparten esa misteriosa capacidad son también capaces de comprendernos. El uso normal del lenguaje es, en este sentido, una actividad creadora. Ese aspecto creador del uso normal del lenguaje es un factor fundamental que distingue el lenguaje humano de cualquier sistema de comunicaciones animal» («Form and meaning in natural languages», 1972).

El concepto de información es clave no sólo en la teología sino también en la ciencia. John Wheeler, uno de los físicos más destacados del siglo XX, identifica tres etapas en su fructífera carrera. La primera la asocia a la idea básica de que «todo es partículas» (neutrones, protones, mesones…); la segunda la asocia con la idea de «todo es campos» (eléctricos, magnéticos, gravitatorios, espacio-tiempo…); la última confiesa estar cautivado por una nueva visión: «todo es información». Dice: «Cuanto más considero el misterio de los cuantos y la extraña capacidad del ser humano de comprender el mundo en el que vive, tanto más veo posible que la lógica y la información cumplan un papel preponderante como fundamento de la teórica física. Escribo esto a los 86 años, y aún sigo en la búsqueda». Otros científicos también están empezando a considerar la información como la cuestión fundamental subyacente a la realidad física. La información es el fundamento de la realidad y nos permite tender el puente final entre la ciencia y la teología, en palabras de William Dembski.

La materia está gobernada por causas físicas o leyes de la física. La información, sin embargo, no se reduce a la causalidad física. Aunque la información se expresa a través de soportes físicos, su origen trasciende la materia, transmitiéndose sin intervención de proceso físico alguno.

La información es inmaterial y eterna, igual que Dios, a pesar de que se materializa en objetos físicos y temporales. Incluso si estos soportes se destruyen, la información no se pierde. Aunque Lamec hace milenios que murió, el «Canto de Lamec» es perfectamente reconocible por nosotros, pese al deterioro de millares de documentos bíblicos a través de los siglos. Se pierde la materialización documental, pero se puede recuperar en otras fuentes o soportes. Dios, desde luego, puede hacerlo y por ello ha decretado que un día todo el contenido de cada vida humana será juzgado en su presencia. La información se puede expresar de múltiples formas y en una infinidad de soportes físicos o lógicos. Siempre se puede destruir un libro o un ordenador, pero la información propiamente dicha es indestructible, y ello tiene importantes consecuencias.

La promesa de Cristo es que cuando nuestra actual realidad corporal se disuelva por completo al experimentar la muerte, la información que constituye nuestra esencia humana se liberará de toda distorsión y de todas las consecuencias que provocó nuestra pecaminosidad. Esa información (nuestro espíritu) no se disolverá en la nada sino que recibirá una nueva realidad corporal, que Dios preservará por toda la eternidad. El soporte de nuestra información será entonces glorioso, perfecto y definitivo. La resurrección de Cristo garantiza esta promesa concreta (y mucho más que ella). No sólo acredita que lo que somos y quienes somos se materializará en un nuevo cuerpo, sino que éste será un cuerpo glorificado, libre de todas las limitaciones de la presente vida terrenal sujeta a esclavitud de corrupción. Una vez que dejamos atrás la esclavitud del pecado, nuestros cuerpos pueden ser liberados. El cuerpo de Cristo resucitado, aunque parcialmente velado de su gloria, mostró esa libertad. Conservó las mismas capacidades del cuerpo anterior (por ejemplo comer, relacionarse, disfrutar las cosas de este mundo, como muestra Lc. 24:41-43), pero también podía atravesar gruesos muros, aparecer en lugares inesperados y ascender al cielo (Lc. 24:36-37; Hch. 1:9).

Con nuestra resurrección, la información mediante la cual Dios nos creó no sólo se materializa de nuevo, sino que también se transpone a un nuevo medio que enriquece y mejora en grado sumo nuestro ser y, por lo tanto, nos glorifica.

A pesar de todas las transposiciones reduccionistas y destructoras que sufrimos en esta vida, limitando notablemente sus posibilidades potenciales, Dios promete que en la resurrección disfrutaremos una transposición absolutamente positiva y expansiva. Nuestra presente y tan familiar expresión corporal no sólo será reconstituida, con toda su potencialidad sensorial, sino que también será transpuesta a una nueva realidad en la que toda herida sanará, toda pena será consolada, toda restricción desaparecerá y todos nuestros más íntimos anhelos serán colmados, sin perder ningún elemento valioso de la vida presente, junto con la maravillosa promesa complementaria, que Juan describió con estas palabras: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Ap. 21:1-5).

Cerramos ya este enriquecedor paréntesis, y volvemos de nuevo al texto del prólogo del evangelio de Juan. Después de presentarnos la relación del Logos con el Padre (v. 1 y 2), ahora Juan se centra en la relación del Logos con la creación. «Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (v. 3).

Se afirma que todas las cosas fueron creadas por Él. En la expresión griega, no se alude a todo el universo, en su totalidad, sino a todas las cosas de forma individualizada. Por ello, Hendriksen apunta que todas las cosas, una a una, fueron creadas por ese Logos divino. Esta misma expresión, de naturaleza distributiva (ta panta, todas las cosas), aparece en 1 Cor. 8:6; Rom. 11:36 y Col. 1:16. En cambio, en el versículo 10 la expresión que emplea Juan es ho kosmos, el universo ordenado, haciendo referencia a la totalidad. La expresión verbal fueron hechas no significa tanto que «fueron creadas», sino más concretamente, que «comenzaron a existir». La forma verbal (aoristo constativo) cubre la actividad creativa como un acontecimiento, en contraste con la existencia continua que se presenta en los versículos 1 y 2, haciendo referencia al Logos. La creación en presentada como un devenir, algo que irrumpe en la existencia, en contraste con el ser intemporal y eterno del Logos. Juan está así manifestando que todo le debe su existencia al Verbo. Como ya hemos subrayado al comienzo de este capítulo, todo fue hecho por medio de Él, dejando bien claro que el Padre es la fuente de todo lo que existe. Como ya se ha puesto de relieve al comentar el diagrama de Shannon en clave teológica, vemos que los escritores bíblicos tienen un especial cuidado en diferenciar entre la función del Padre y la del Hijo (1 Cor. 8:6). Ambos actúan (y siguen actuando: 5:17, 19); el Padre creó, pero lo hizo por medio del Logos.

Es muy característico de Juan presentar una proposición en forma positiva («todas las cosas por Él fueron hechas») repitiendo la misma proposición en forma negativa («y sin Él, nada de lo que ha sido hecho, fue hecho»). Nos recuerda el estilo literario de Gén. 7:19 «todos los montes altos que había debajo de todos los cielos», una manera muy hebrea de enfatizar la universalidad del diluvio. El efecto que persigue Juan es similar, remarcando la totalidad absoluta, pudiendo traducirlo como «ninguna cosa fue creada sin Él». Nada queda fuera del alcance de su actividad y su poder. Pero podemos distinguir un sutil cambio en el tiempo verbal: “fueron hechas” (aoristo) engloba la creación en su totalidad, como un solo acto, pero “ha sido hecho” es tiempo perfecto, implicando la existencia continuada de las cosas creadas, desde la acción creadora del Logos. Lo que ahora vemos a nuestro alrededor no ha empezado a existir al margen del Logos (como postula en materialismo evolucionista), exactamente igual que las cosas que continúan existiendo desde aquel primer momento.

Muchos escritos del N.T. presentan un marcado acento apologético refutando las herejías gnósticas, y Juan no es ajeno a esta tendencia. Aunque el gnosticismo floreció en el siglo II (muchos de sus escritos se han vuelto a poner de moda recientemente, para atacar el cristianismo), hay un consenso bastante generalizado de que sus principales ideas ya comenzaron a gestarse en el siglo primero, siendo vigorosamente refutadas por la argumentación apostólica en los mismos textos divinamente inspirados de las Escrituras, y siguen siendo plenamente eficaces para combatir el gnosticismo de nuestra época (tanto por la inacabable secuela de «códigos secretos», estilo Dan Brown, como por el desmesurado «cientificismo» de nuestros días, y sus versiones más radicales lideradas por muchos científicos materialistas ateos, como los bien conocidos Stephen Hawking o Richard Dawkins).

Por ello, es muy probable que ya en la época de Juan comenzasen a florecer las primeras ideas características del gnosticismo, que cristalizaron plenamente en el siglo segundo en sistemas gnósticos bien documentados (como la literatura gnóstica descubierta en Nag Hammadi). Uno de los rasgos característicos del gnosticismo era la visión de que la materia es algo inherentemente malo, por lo que negaban que el  buen Dios tuviese algo que ver con ella. Pero para justificar la existencia del mundo sugirieron que de Dios fueron saliendo sucesivas «emanaciones» de seres espirituales, y una de las más bajas resultó lo suficientemente poderosa como para crear el mundo material, siendo demasiado ignorante para no darse cuenta del grave error que estaba cometiendo. Frente a estas peligrosas herejías que desvirtuaban el testimonio unánime de las Escrituras y pervertían el Evangelio de la gracia de Dios, la respuesta de los escritores apostólicos (podemos verlo, por ejemplo, en los escritos de Juan, la carta de Pablo a los Colosenses, la de Judas y otros) fue contundente y unánime.

El apóstol de Juan rechaza de plano estas corrientes de un gnosticismo incipiente. El mundo existe porque Dios mismo ha actuado por medio del Logos Creador. Lutero usa este mismo versículo para defender la divinidad de Cristo («Si Cristo no es el Dios verdadero, nacido del Padre en eternidad y Creador de todas las criaturas, nos espera un destino fatal… Necesitamos un Salvador que sea verdaderamente Dios y Señor, por encima del pecado, la muerte, Satanás y el infierno. Si permitimos que Satanás derribe esta nuestra fortaleza, haciéndonos dudar de su divinidad, entonces su sufrimiento, muerte y resurrección ya no nos sirven para nada»). El universo no es eterno, ni es la creación desafortunada de un ser inferior ignorante, sean ángeles, eones u otras entidades metafísicas. Este mundo es el mundo creado por Dios, afirma Juan sin vacilaciones, en un sentido pleno y trinitario.

Esa presentación que Juan nos ha hecho del Logos creador, como origen y causa primera de todas las cosas creadas, no es, en absoluto, una genialidad literaria de Juan, sino una doctrina firmemente asentada en los textos del Nuevo Testamento. El autor de Hebreos designa al Hijo de Dios como aquel «por medio del cual hizo también el universo» (Heb. 1:2). Pablo afirma rotundamente que «en Él (Cristo) fueron creadas todas las cosas», y que «todo fue creado por medio de Él y para Él» (Col. 1:16, texto que tocaremos con mayor detalle en el próximo estudio). En los cuadros sobre la doctrina de la Creación en el N.T., al final de este monográfico, se aprecia la enorme influencia de la teología creacional en el N.T., manifestando la gloria del Señor Jesucristo, como omnipotente y soberano Creador de todas las cosas. Pero para terminar ese estudio sobre el Logos Creador, ningún texto parece más adecuado que 1 Cor. 8:6, donde Pablo, con su propio y característico estilo literario, de gran riqueza y profundidad, expresa las mismas ideas que Juan nos ha presentado, en un estilo mucho más conciso y sobrio pero no menos impactante: «Para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros también existimos».


... Él cuelga la tierra sobre la nada ...

 



3. EL EIKON DEL DIOS INVISIBLE. COLOSENSES 1:15-17

15. El cual es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creación,

16. porque en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos, o dominios, o principados, o potestades; todo fue creado por Él y para Él;

17. y Él es antes de todas las cosas, y todas tienen en Él su consistencia;

18. y Él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia; Él es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga Él la preeminencia,

19. por cuanto agradó (al Padre) que en Él habitara toda la plenitud;

20. y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz por medio de Él.

Biblia Textual RV, de la Sociedad Bíblica Iberoamericana, 2001.

15. Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación,

16. porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él.

17. Y Él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten.

18. Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia, y es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia,

19. porque al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud,

20. y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.

Reina Valera, 1995.

15. Y Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.

16. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles, ya sean tronos, o dominios, o autoridades, o poderes – todo ha sido creado por medio de Él y para Él.

17. Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen.

18. Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia; y Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, a fin de que Él mismo tenga el primer lugar en todo.

19. Porque agradó al Padre que en Él habitara toda la plenitud,

20. y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo mismo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz, por medio de Él, repito, ya sean cosas en la tierra o cosas en los cielos.

La Biblia de las Américas, 1ª edición.

15.  Él es imagen del Dios invisible,

Primogénito de toda la creación,

16.  porque en Él fueron creadas todas las cosas,

en los cielos y en la tierra,

las visibles y las invisibles,

los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades:

todo fue creado por Él y para Él,

17.  Él existe con anterioridad a todo,

y todo tiene en Él su consistencia.

18.  Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia:

Él es el Principio,

el Primogénito de entre los muertos,

para que sea Él el primero en todo,

19.  pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud,

20.  y reconciliar por Él y para Él todas las cosas,

pacificando, mediante la sangre de su cruz,

lo que hay en la tierra y en los cielos.

Biblia de Jerusalén, 1975.

15.  El cual es imagen del Dios – invisible, primogénito de toda creación,

16.  pues en Él fueron creadas las cosas todas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya (sean) tronos o dominios o principados, o potestades; las cosas todas mediante Él y para Él han sido creadas;

17.  y Él es antes de todas (las) cosas y las cosas todas en Él mantienen su consistencia, y Él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia; el cual es (el) principio, primogénito de entre los muertos, para ser en todas (las) cosas Él quien ocupa el primer lugar,

19.  pues en Él tuvo a bien (Dios) que toda la plenitud habitase

20.  y mediante Él reconciliar las cosas todas consigo, haciendo la paz mediante la sangre de la cruz de Él, mediante Él, ya sean las cosas de sobre la tierra, ya sean las de en los cielos.

Nuevo Testamento Interlineal, de Francisco Lacueva. Editorial Clie, 1984.


3.1   LA CRISTOLOGIA DE COLOSENSES

Nos encontramos ante uno de los pasajes Cristológicos más excelsos de todas las Escrituras, donde se exalta al mayor nivel posible la persona y la obra del señor Jesucristo. El pasaje precedente, con el que se inicia esa epístola, es la oración intercesora de Pablo. En ella (v. 4) Pablo reconoce la ortodoxia, las creencias verdaderas de los colosenses, «vuestra fe en Cristo Jesús», y la ortopraxia, su correcta práctica del evangelio, «el amor que tenéis a todos los santos». A pesar de ello, Pablo intercede para que ambas realidades sean multiplicadas en ellos (v. 9 y 10), hasta alcanzar un grado de plenitud; la petición de abundancia en estos dos aspectos debe llevarles a un «pleno conocimiento» (esta expresión se repite dos veces) de Dios y su voluntad, tanto para tener sabiduría y conocimiento espiritual como para agradarle en todo. La conclusión de esta oración alude al Señor Jesucristo como el medio por el cual el Padre efectúa nuestra «capacitación» (v. 12), haciéndonos aptos para vivir en el «reino del Hijo de su amor».

El tema central de las Escrituras es el Señor Jesucristo. El A.T. describe la paciente preparación para su venida. Los evangelios lo presentan como Dios hecho carne, viniendo al mundo para salvar a los pecadores. En Hechos, las buenas noticias del Cristo resucitado alcanzan los confines de la tierra. Las epístolas examinan la teología de la obra de Cristo y su personificación en su cuerpo, la iglesia. El mensaje final del Apocalipsis nos presenta a Cristo sentado en el Trono de Dios, reinando como Rey de reyes y Señor de señores.

Pero de todas las enseñanzas acerca del Señor Jesucristo, ninguna es tan densa y reveladora como el pasaje de Colosenses 1:15-19 (aún más relevante, si cabe, por la proximidad de otros pasajes Cristológicos muy profundos en el contexto de la epístola, como 1:13-14, 27; 2:3, 9-10). Este poderoso y vibrante pasaje disipa cualquier resquicio de duda o confusión que pudiera existir sobre la verdadera identidad de Jesucristo, resultando crucial para entender correctamente la fe cristiana.

Antes de proseguir y tratar abiertamente los problemas que están afectando a los colosenses, que presentará de forma explícita en el capítulo segundo, Pablo se va a centrar en el tema central de su epístola: «¿quién es el Señor Jesucristo?», que parece querer aclarar de una vez por todas, dejándonos uno de los pasajes más sublimes de la Biblia. Pablo ha sido uno de los más grandes luchadores por la Verdad de toda la historia, y la Verdad tiene su base, su fundamento, su razón de ser, en la persona del Señor Jesucristo. «¿Qué lugar ocupa Jesucristo en la jerarquía de poderes del universo?», parece preguntarnos, porque si esto no lo tenemos claro, será difícil que nos percatemos de la naturaleza definitiva y total de nuestra salvación en Él; si no entendemos bien la riqueza de su persona, difícilmente asimilaremos el valor de su obra, y con esas dudas en nuestro corazón, fácilmente seremos atrapados en las redes perversas de los falsos maestros de Colosas.


3.2   CUANDO LA VERDAD ES DESAFIADA

Pablo, con su bien ejercitado discernimiento espiritual, es muy consciente de las falsas doctrinas que ya se han infiltrado en esta iglesia, y la falsedad sólo se puede combatir con la verdad, como va a hacer Pablo en este inspirado pasaje (valga la redundancia de sentidos).

Fijémonos en la significativa lista de elementos donde el N.T. detecta el peligro de la falsedad: falsos Cristos (Mt. 24:24); falsos profetas (Mt. 7:15); falsos apóstoles (2 Cor. 11:13); falsos testigos (Mt. 26:60); falsos testimonios (Mt. 15:19); falsos maestros (2 P. 2:1); falsos hermanos (2 Cor. 11:26). Todos los elementos personales que son susceptibles de ser falsificados por las fuerzas del mal, de hecho son falsificados una y otra vez en la historia de la Iglesia. En esta intensa contienda sólo hay dos alternativas: o permanecemos en Cristo, quien es la Verdad con mayúsculas, o somos arrastrados a la apostasía. El término griego «apostasía» aparece en 2 Tes. 2:3, significa “deserción de la verdad”, un término que en griego también está relacionado con el que se usa para «divorcio». Este término indica abandono, separación, defecto y negación de la verdad.  Un apóstata es un tránsfuga de la verdad, alguien que ha conocido la verdad, que ha llegado incluso a entenderla y proclamarla, pero que al final la abandonó y la rechazó, mutando su espíritu en un enemigo de la verdad, siendo como aquellas semillas de la parábola de Jesús que brotan en terrenos duros y pedregosos, no pudiendo arraigar firmemente en sus corazones. Los apóstatas no son creyentes que han perdido la fe en un momento dado y se han hundido en la perdición espiritual. El apóstol Juan escribe en su epístola: «salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros» (1 Jn. 2:19). Los apóstatas salen de la iglesia, pero no son creyentes genuinos sino meramente cristianos nominales, o «no practicantes». La apostasía es uno de los grandes males de nuestro tiempo y va a ir en aumento, pues las Escrituras nos revelan que así será (2 Tes. 2:3; 1 Tim. 4:1), por lo que debemos prestar la mayor atención posible a todo lo que Pablo nos va a comentar ahora acerca de la Verdad encarnada.

Desde la caída del hombre en el pecado, la serpiente diabólica (el padre de todos los incrédulos, el diablo, a quién Jesús llama «mentiroso» y «padre de mentira» porque «no hay verdad en él» –Juan 8:44) siempre ha atacado la verdad a lo largo de la historia porque, como señala John MacArthur: «su malvada dialéctica raramente cambia. Cuestiona la verdad revelada por Dios: “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gén. 3:1). Entonces contradice lo que dice Dios: “No moriréis” (v. 4). Finalmente prepara otra versión de la «verdad»: “sino que sabe Dios que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (v. 5). El credo del diablo a menudo tiene unos pocos elementos de verdad elegidos cuidadosamente en la mezcla, pero siempre diluidos y minuciosamente mezclados con falsedades, contradicciones, repeticiones erróneas, distorsiones y toda otra perversión imaginable de la realidad. Juntémoslos todos y el resultado es una gran mentira».

Cuando la iglesia se hallaba todavía en su infancia, el apóstol Pablo se despide de los ancianos de la iglesia de Éfeso con unas emotivas palabras proféticas (de ahí el tono de certeza en su afirmación): «Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras de sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno» (Hechos 20:29-31).

A finales del siglo I, cuando Juan escribió los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, cinco de las siete iglesias del Asia Menor estaban tambaleándose en su fe o habían sucumbido ya a la apostasía. Sólo dos de ellas no reciben amonestaciones por albergar apóstatas en su seno. La lucha por la verdad siempre ha sido ardua pero necesaria.

La apostasía no es sólo una conducta intelectual que resiste o rechaza la verdad. Viene también asociada con un libertinaje radical que usa la libertad cristiana como una pretendida cobertura de las pasiones y vicios carnales (Ap. 2:14; Gál. 5:13; 1 Ped. 2:16; Judas 4), para lo que precisa de una actitud indulgente y tolerante por parte de la iglesia a fin de medrar y expandir su conducta perversa. Cuando se corrompe la verdad (ortodoxia), se pervierte también la moralidad (ortopraxia), porque la verdad tiene su fundamento en Dios, de quien está inseparablemente ligada.

La apostasía y la amenaza de la falsa doctrina son temas de gran importancia en el N.T., afectando a la Iglesia desde sus mismos comienzos. En particular, tratan seriamente estos problemas Hebreos, 1 y 2 de Corintios, Gálatas, Colosenses, 1 y 2 de Tesalonicenses, 2 y 3 de Juan y Judas. Pero el problema de la apostasía no surge en los comienzos de la vida de la Iglesia; de hecho, en la primera traducción de la Biblia al griego –la Septuaginta– este término aparece en varias ocasiones. En Josué 22:22 se caracteriza «por rebelión o por prevaricación» en contra del «Dios de los dioses»; y en Jer. 2:19 se define la esencia de la apostasía como «faltar mi temor en ti, dice el Señor, Yahvéh de los ejércitos».

Tanto la Escritura como Cristo mismo enseñan de forma clara y coherente la primacía de la creencia correcta (la verdad) como única base para una conducta correcta (Juan 8:31-32). La vida recta y agradable a Dios se ve siempre como el fruto de una fe auténtica, pero nunca a la inversa. Los actos piadosos, carentes de un amor genuino por la verdad no son otra cosa que manifestaciones de hipocresía.

A muchos les parece que siempre debe ser preferible transigir y contemporizar antes que llegar a enfrentamientos por discrepancias doctrinales e ideológicas; a fin de cuentas, la verdad es infinitamente flexible y siempre hay cabida para todos los puntos de vista. Ciertamente, hemos de procurar «estar en paz con todos los hombres» (Rom. 12:18), y mantener un espíritu pacificador, por lo que debemos procurar evitar actitudes irritables, y menos por cuestiones insignificantes, personales, mundanas o egoístas. Pero el conflicto no puede evadirse siempre, y menos cuando la base del conflicto es un ataque a la verdad que hemos recibido. Judas, en su epístola se siente impelido por el Espíritu Santo y escribe con urgencia «exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que fue dada una vez por todas a los santos» (Judas 3). Judas está hablando de la doctrina apostólica (Hch. 2:42), la verdad cristiana objetiva, la fe que Jesús ha dado a la iglesia a través del Espíritu Santo y el testimonio de los apóstoles. Nadie “descubrió” o “inventó” la fe cristiana: nos fue “dada”. No pueden haber componendas ni “actitudes dialogantes” con los enemigos de la verdad. Ni Cristo ni los apóstoles confrontaron nunca el error estableciendo relaciones amistosas con los falsos maestros; de hecho, el NT lo prohíbe expresamente (Rom. 16:17; 2 Cor. 6:14-15; 2 Tes. 3:6; 2 Tim. 3:5; 2 Jn. 10:11). La tolerancia (uno de los rasgos más llamativos de nuestra cultura postmoderna) no es ninguna virtud frente a la mentira.

Como apunta MacArthur: «algunas fuentes primitivas, incluso Ireneo, en la segunda mitad del siglo I, identificaron la secta de “Nicolás, prosélito de Antioquía”, quién fue designado para liderar la Iglesia de Jerusalén, en Hechos 6:5. No hay clara prueba de ello, pero hay una considerable cantidad de evidencia de que el nicolaísmo fue realmente criado e incubado por hombres que habían logrado el cargo de líderes en la Iglesia.

»Al parecer, cuando los nicolaítas fueron rechazados en Éfeso, se dirigieron a una iglesia cercana, a Pérgamo, donde ganaron partidarios. El mensaje de Cristo a Pérgamo en Apocalipsis 2:12-17 es, casi en su totalidad, una reprensión porque la iglesia había acogido a los que retienen la doctrina de los nicolaítas.

»… El nicolaísmo tiene muchas de las marcas de contraste de las últimas formas de gnosticismo [del griego «gnosis»: conocimiento intelectual, ciencia, sabiduría humana]. Se trataba, por tanto de una secta elitista y herética que basaba su concepto de “salvación” en el conocimiento profundo y secreto de sus iniciados, algo parecido a las corrientes masónicas contemporáneas. El término “agnosticismo”, opuesto al de “gnosticismo”, con el que no debemos confundirlo, se refiere a la doctrina filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de lo absoluto, y reduce la ciencia al conocimiento de los fenómenos y de lo relativo; no está negando la existencia de Dios pero lo declara inalcanzable para la mente y la inteligencia humana, y por tanto no podemos creer en un Dios al que no podemos conocer. El nicolaísmo, por tanto, parece ser una de las expresiones más tempranas de la presencia gnóstica en la antigua iglesia».

Este esclarecedor resumen parece mostrarnos las formas más primitivas de gnosticismo, una falsa doctrina que floreció plenamente en el siglo II, pero que ya tuvo un desarrollo incipiente y perceptible en el siglo I, dejando claras huellas de su actividad en varias epístolas del NT. Otro interesante apunte histórico ilustra notablemente el peligro de la apostasía y arroja luz acerca del surgimiento del gnosticismo, la falsa doctrina que Pablo va a refutar con una magistral exposición de la verdad.

Hechos 8:9-25 es un buen ejemplo bíblico para mostrar el surgimiento de la apostasía. Aquí conocemos a Simón, un mago que embelesaba a la gente de Samaria con sus artes mágicas. Pero cuando vino Felipe, anunciando el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, mucha gente creyó y fueron bautizados; entre ellos estaba Simón, quien al ver «las señales y grandes milagros que se hacían estaba atónito» (8:13). Incluso se bautizó y seguía constantemente a Felipe. En apariencia, su fe parecía auténtica, hasta que llegaron a Samaria Pedro y Juan, y al ver Simón «que por la imposición de las manos de los apóstoles era dado el Espíritu, les ofreció dinero» (v.18). La respuesta de Pedro fue terminante: «Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes ni parte ni suerte en este asunto; porque tu corazón no es recto delante de Dios» (v. 20-21). Simón siente gran temor y ruega la intercesión de los apóstoles para que este mal no cayera sobre su cabeza. Aquí termina el relato inspirado acerca de este personaje, pero no el rastro histórico. Al parecer, desde este mismo instante su corazón se apartó de Cristo para siempre. Justino Mártir, que también era samaritano, e Ireneo, nos dan más detalles de este Simón, quién comenzó una de las primeras sectas de apariencia cristiana. Según Ireneo, el mago adoptó las imágenes y terminología bíblicas adaptándolas a varios mitos que propagó acerca de sí mismo, incluida la declaración blasfema de que él era el mismo Dios encarnado. MacArthur concluye: «Simón es considerado por varios historiadores de la iglesia primitiva como el fundador de la primera secta gnóstica hecha y derecha… de su nombre deriva el término simonía, la práctica de vender oficios eclesiásticos por dinero. No hay nadie más peligroso para la fe cristiana que un apóstata agresivo». La sentencia de Juan se cumple una y otra vez en la historia: «Los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19).

3.3   LAS DUDAS DE LOS COLOSENSES

Y éste fue el problema serio que Pablo detectó en la congregación colosense, contra el que arremete sin contemplaciones, empleando una batería de proposiciones cristológicas del más alto nivel, que constituyen algunas de las declaraciones más amplias del NT relativas a la deidad y supremacía de Cristo. Los críticos han atacado este pasaje por considerarlo excesivamente “avanzado” para la época de redacción de la epístola, proponiendo una datación más tardía. Pero como sostiene David Burt: «la cristología de Colosenses es la que Pablo sostuvo siempre. Ante había escrito textos como Rom. 9:5; 1ª Cor. 8:6; 2 Cor. 4:4; y después escribiría textos como 1 Tim. 3:16 y Tito 2:13».

Es probable que los apóstatas colosenses no negaran de plano la importancia de Jesucristo. Pero en sus esquemas teológicos su soberanía quedaba relegada al papel secundario de un rango inferior en una jerarquía cósmica, con diversas “emanaciones” y niveles.

Por ello, como apunta Burt con gran agudeza: «Cristo era un señor, pero no era el Señor. Le daban prominencia, pero no preeminencia». Pablo tiene que proclamar, por tanto, su autoridad absoluta en todas las esferas de la vida, lo cual tiene consecuencias importantes para los Colosenses (¡y para nosotros!).

Si Pablo aseguraba que Dios los había trasladado al reino de su amado Hijo, ¿qué quería decir exactamente con esto? ¿Acaso estarían en alguna de las esferas de poder espiritual de las que tanto hablaban los maestros gnósticos, dominada por algún ser angelical (o como diría más tarde la iglesia católica romana, en algún “purgatorio” intermedio)? La respuesta del apóstol es rotundamente no: están en el reino eterno del Hijo de Dios, en la esfera más alta. En este reino su salvación es completa, y todo ello se debe a que Cristo ostenta la preeminencia en todos los ámbitos. Pero mientras estamos aquí necesitamos luchar, avanzar, madurar y profundizar, aunque no hay nada que se necesite para completar nuestra salvación en Cristo. Por esto, la comprensión de la gloriosa posición que ocupamos ante Dios y nuestro adecuado conocimiento de su voluntad, todo va a depender de la correcta definición de la persona que ocupa el centro mismo del mensaje del evangelio: nuestro Señor Jesucristo.

Como vemos, gran parte de la destructiva herejía colosense atacaba a la persona de Cristo. Los herejes negaban su humanidad, argumentando que Cristo era uno entre muchos de los espíritus que emanaban de Dios. Su enseñanza era una forma de dualismo filosófico basado en la idea de que el espíritu era bueno y la materia era mala. Por esta razón, repudiaban la creencia de que una emanación buena como Cristo nunca podría encarnarse en la materia, por ser mala. Por ello, la idea de que Dios pudiera hacerse hombre era considerada por ellos como totalmente absurda, y con ello también negaban de plano la deidad de Cristo. Tanto la negación de la humanidad como de la deidad de Cristo era la consecuencia lógica en la que desembocaba la falsa doctrina de su dualismo. Notemos de paso que esta falsa doctrina, como cualquier otra falsa doctrina surgida en la historia humana puede parecernos a primera vista persuasiva y convincente. ¿Acaso podemos negar la existencia del mal en el mundo? En absoluto; de hecho es el mayor problema moral espiritual y lógico con el que tiene que lidiar nuestra fe cristiana. Pero la falsedad del dualismo colosense, aunque muy sugerente para la mente humana, radica en situar el mismo nivel, en un plano de igualdad, el mal y el bien. El mal no ha coexistido nunca con Dios ni puede amenazar su soberanía. La plausibilidad de una teoría o creencia no es ninguna prueba o demostración de su verdad. Debemos de ser muy cautos con todas las «filosofías y huecas sutilezas» (Col. 2:8) de la mentalidad imperante en nuestra cultura, y examinar siempre tanto los frutos que producen como a dónde conducen si son llevadas a sus últimas consecuencias, con relación a la verdad que hemos recibido de Dios. Cerramos este importante paréntesis y volvemos al examen concreto de la herejía colosense. Además de falsificar por completo la verdadera persona y naturaleza de Cristo con el prisma engañoso de sus falsas suposiciones, negaban también la perfecta validez del evangelio de la gracia para alcanzar la salvación. Para ellos el evangelio de Cristo era incompleto, pues la verdadera salvación derivaba de un conocimiento superior, místico y oculto. Notemos este decisivo acento en las cuestiones intelectuales que, de forma solapada, oscurece por completo la verdadera realidad espiritual (el pecado humano, sus consecuencias cósmicas y personales, junto con la absoluta necesidad que tenemos de recibir a Cristo para obtener la salvación y el perdón de los pecados) es el mismo que sustenta hoy en día el evolucionismo darwinista; toda la cuestión se pretende dirimir en el pantanoso terreno intelectual del debate sobre los orígenes, sustrayéndolo por completo de sus verdaderos fundamentos y consecuencias espirituales. La vertiente práctica de aquella falsa enseñanza se traducía en la adoración de las emanaciones buenas (el mundo angélico), observando también las prescripciones rituales de la ley mosaica (el legalismo que invalida el evangelio de la gracia, y que Pablo combate tan enérgicamente en Gálatas).

En los tres primeros capítulos de Colosenses (y muy particularmente en el pasaje que nos ocupa), Pablo ataca frontalmente, sin concesiones de ninguna clase, la perversa herejía colosense. Refuta la negación de la humanidad de Cristo, señalando que «en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (2:9). Asimismo, desecha tanto la adoración a los ángeles (2:18) como su legalismo de sometimiento a los rituales de la ley ceremonial mosaica (2:16-17). Niega categóricamente la necesidad de cualquier conocimiento oculto para alcanzar la salvación, declarando la gran verdad de que en Cristo «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (2:3; 1:27; 3:1-4).

Sin duda, el aspecto más grave y crucial de la herejía colosense era su rechazo a la deidad de Cristo. Antes de abordar otras cuestiones importantes, hace una defensa vigorosa y contundente de esta crucial doctrina. Los cristianos debemos aprender y seguir el modelo de Pablo para confrontar las herejías. El punto central de la cuestión debe ser la deidad y supremacía de Cristo.

3.4   ESTRUCTURA LITERARIA DEL PASAJE

No sólo estamos ante uno de los textos cristológicos más sublimes de la Biblia sino también ante un pasaje con una estructura literaria muy cuidadosa, un lenguaje exaltado e intenso y una fuerza poética arrebatadora, presentando notables semejanzas con el prólogo del Evangelio de Juan. Diversos comentaristas creen que podría tratarse de un himno de la iglesia primitiva, pero en cualquier caso, como señala Burt, no hay nada en todo el texto que Pablo no pudiese haber escrito, y aún si utilizara materiales poéticos de algún himno cristiano, Pablo lo reelabora con su propio estilo. Resultaría difícil expresarlo con mayor elegancia y precisión de la que hace gala David Burt en su estudio, por lo que seguimos el mismo cuadro estructural que él nos ofrece.

Digamos, para empezar, que ese texto se compone de dos estrofas bien diferenciadas, una de las cuales nos presenta el ámbito de la Creación y la otra el de la Redención. Cullman resaltó esta significativa asociación con estas palabras: «la revelación de Dios ocurre por primera vez en la Creación. Por eso la Creación y la Salvación están tan íntimamente relacionadas en el NT. Las dos tienen que ver con la revelación de Dios». Cristo no sólo ostenta la preeminencia en las esferas trazadas en cada una de las estrofas, sino que ambas se ajustan con la mayor fidelidad posible a una misma estructura literaria, que remarca los paralelismos que Pablo desea subrayar en sendas esferas. El resultado que produce todo ello en nuestro corazón y nuestro espíritu es un intenso cántico de alabanza «al que está sentado en el Trono y al Cordero», semejante a los de Apocalipsis 4 y 5: «¡Digno eres, oh Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existieron, y fueron creadas!» (Ap. 4:11). Y también: «Digno es el Cordero que ha sido inmolado de tomar el poder, y riqueza, y sabiduría, y fortaleza, y honor, y gloria, y alabanza… Al que está sentado en el Trono, y al Cordero, sea la alabanza, y el honor, y la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos. ¡Amén!» (Ap. 5:12-14).

 

15  El cual es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creación;

18b  El cual es el principio, primogénito de entre los muertos, para ser en todas las cosas el que ocupa el primer lugar;

16  pues en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya sean tronos o dominios o principados o potestades; todas las cosas mediante Él y para Él han sido creadas.;

19  pues en Él tuvo [Dios] a bien que toda la plenitud habitase;

17  y Él es antes de todas las cosas y todas las cosas en Él mantienen su consistencia;

20  y mediante Él reconciliar todas las cosas consigo, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz, mediante Él, ya sean las cosas de sobre la tierra, ya sean las en los cielos.

18a  y Él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia.

 

Ambas estrofas comienzan con la expresión «el cual», afirmando después que Jesucristo es «el primogénito» (de la Creación y Redención, respectivamente). Seguidamente vienen sendos versos explicativos, introducidos por la expresión «pues en Él». En el resto de las estrofas, la forma literaria es más divergente para ajustarse a sus temáticas específicas. Aún así, es muy notable la séxtuple repetición de la expresión «todas las cosas» (cuatro veces en la primera estrofa y dos en la segunda). También, en ambas estrofas se alude a las cosas «en los cielos y sobre la tierra», abundando más en esta imagen de «totalidad» que nos transmiten sendos grupos de repeticiones. Tanto la creación como la Redención alcanzan a ser realidad «mediante Él».

Notemos, por tanto, que aún siendo temas bien diferenciados, Pablo los unifica con su vocabulario y las fórmulas literarias que utiliza, llegando tan lejos en esta similitud conceptual (más profunda que la  típica versificación de los Salmos) como le resulta posible. Así pues, como dice Burt: «tenemos aquí un paralelismo definido de idea y forma: la gloria de Cristo en la Creación es igualada por su majestad en la Redención».


3.5   JESUCRISTO ES EL SEÑOR DE LA CREACIÓN Y DE LA IGLESIA

Esta profunda similitud conceptual en el texto divinamente inspirado, tiene importantes implicaciones que no pueden obviarse:

1.- Tan sólo tres décadas después de la muerte de Jesús, la Iglesia apostólica predicaba lo que Pedro proclamó desde el primer día (Hch. 2:32-36): que Jesús de Nazaret había sido exaltado a la diestra de Dios como Señor y Mesías, Rey legítimo del universo entero y Cabeza amada de la Iglesia. A pesar de su muerte vergonzosa, recibía honores reales y divinos. La Iglesia entendía con esta firme proclamación que la persona y la obra de Jesucristo estaban en perfecta consonancia con lo que Dios había anunciado de antemano con los profetas y con lo que Él mismo había manifestado desde el cielo.

2.- El testimonio apostólico del Evangelio no es una tergiversación de la historia. Los milagros, las señales, las enseñanzas, la transfiguración, la resurrección y la ascensión de Jesús son hechos históricos testificados por los apóstoles, demostrando que Él es el verdadero, amado y único Hijo de Dios (Rom. 1:4; 1 Cor 15:12-20; 2 Ped. 1:16-18). La cristología del NT no es un parche colocado por la Iglesia sobre el fracaso y las carencias del Jesús histórico, sino una sólida proclamación asentada en hechos históricos inconmovibles, y asumida por un amplio grupo de testigos oculares y sus seguidores. Ninguna otra explicación alternativa, de las muchas que se han sugerido, puede dar cuenta y hacer justicia a todos los hechos históricos mencionados en los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Lo que realmente ha fracasado, y de forma estrepitosa, es la cristología reduccionista de muchos teólogos contemporáneos, minimizando la gloria del Jesús histórico y despojándole de los honores divinos de lo que es acreedor, reduciéndolo a la irrelevante posición de un simple mito religioso, notable pero no preeminente, como hicieron los perversos reduccionistas gnósticos de Colosas. Y como hacen también los materialistas y darwinistas de nuestros días con el Señor de la Creación.

3.- Dado que Jesucristo es el Señor, tanto del mundo material como del espiritual, de la vieja creación y de la nueva, que ha inaugurado con el Nuevo Pacto de su sangre, tiene a disposición de su Reino eterno los recursos del universo entero, en todas sus esferas de existencia y realidad. El Buen Pastor que llama a cada oveja por su nombre (Juan 10:3), también llama a cada estrella por el suyo (Sal. 8:3; 136:7-9; 147:4; 148:3; Is. 40:26; Amós 5:8). Su soberanía no comprende sólo las áreas espirituales de la vida, sino todas las áreas. Por tanto Él es poderoso para guardarnos, no sólo en el futuro o en el más allá sino en todas las circunstancias del presente.

4.- Al ser el Señor de todo, es fuente de todas las bendiciones posibles. No sólo puede concedernos las peticiones de Pablo, en su intercesión por los colosenses (pleno conocimiento de la voluntad de Dios, toda sabiduría y entendimiento, crecimiento en toda buena obra, fuerza espiritual en el hombre interior…), sino también todos los recursos materiales que vamos a necesitar en nuestro peregrinaje terrenal.

Vamos a adentrarnos, seguidamente, y de forma prioritaria, en los aspectos relativos a su soberanía en la Creación, que es el tema que abordamos en este Cuaderno

3.6   LA IMAGEN (EIKON) DEL DIOS INVISIBLE (1:15a)

Para comenzar la descripción de la persona del Señor Jesucristo, Pablo emplea dos frases de gran profundidad y relieve, que enmarcan su retrato como el glorioso Creador: «la imagen del Dios invisible» y «el primogénito de toda creación». Cada palabra es cuidadosamente elegida y ponderada, como la obra de un maestro orfebre que está diseñando una corona real. Cada piedra seleccionada es espléndida por sí misma, pero todas juntas, engastadas en el lugar preciso, contribuyen a resaltar el esplendor de la diadema real.


3.6.1         UNA «IMAGEN» PERFECTA

Cada palabra que irá escogiendo, está cargada de resonancias bíblicas, por lo que no nos hallamos ante un cristal plano, sino ante un diamante tallado, con los múltiples destellos de todas sus facetas singulares.

Pablo confronta abiertamente los maestros herejes (mientras que un apóstata renegará de la verdad y le dará la espalda, un hereje va más lejos enseñando abiertamente la mentira). Ellos insistían en que, si bien Jesucristo era un mediador entre Dios y los hombres, sólo era uno más de numerosos intermediarios, y aunque reflejara algo de la deidad y gloria divinas, como una supuesta “emanación” de Dios, su revelación de la deidad era parcial e insuficiente.

Igual que hemos comentado con el término «logos» (verbo, palabra, pensamiento…), utilizado por Juan, en el mundo hebreo y helénico se utilizaba también el término «eikón» (imagen), del que deriva también el conocido término “icono”, término que vemos en Mt. 22:20 (imagen del César en una moneda) o en Ap. 13:14 (la estatua del anticristo). Y de la misma forma que sucede con el término logos, el eikón de los griegos también tiene altas connotaciones filosóficas. De hecho, ambos términos presentan una notable afinidad conceptual, dado que el Dios trascendente (excelso y por encima de todo), sólo puede ser conocido, o bien a través de su palabra (logos) o de su imagen (eikón). Lo importante para ellos (y para nosotros) es determinar cuál es la verdadera imagen y palabra de Dios.

Por ello Juan (que también confrontaba las primitivas y perniciosas influencias de un gnosticismo incipiente con los hechos y las declaraciones de su Evangelio) nos dice que Jesucristo es el verdadero Logos de Dios (Jn. 1:1), de la misma forma que hace Pablo presentándole como el verdadero Eikón de Dios.

Las escuelas filosóficas helénicas discutían una y otra vez (en esto eran consumados expertos) cómo se podían alcanzar las sublimes alturas de Dios, y se dedicaban a explorar diferentes vías racionales, como la mente, la razón, la palabra, la sabiduría… No resulta difícil entender que tales especulaciones intelectuales estaban muy lejos del alcance de una mente común (como sabe muy bien cualquier estudiante de filosofía). Por ello, es como si Pablo viniera a decirles: «dejaos de historias y juegos de palabras. Ese Eikón de Dios, del que tanto filosofáis, ha venido realmente en la persona de Jesucristo, para que le podamos ver claramente. Todas vuestras vías filosóficas tienen su solución exacta y su respuesta definitiva en Jesucristo».

En otras palabras: Dios no se da a conocer en términos filosóficos, ni por elaborados argumentos racionales. La única imagen que el hombre necesita para conocer a Dios es Jesucristo. Él es su imagen perfecta.

F.F. Bruce señala que cuando Pablo habla en 2 Cor. 4:4 de ver «la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios», y continua diciendo que Dios «ha resplandecido en nuestros corazones para iluminar el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo» (4:6), elige este lenguaje basándose, posiblemente, en su visión del camino de Damasco. Si así fuera, no sólo identificó a Jesús como Hijo de Dios, sino también como la imagen de Dios, reflejo de la Gloria divina. Esta visión sería comparable con la experiencia de Isaías, quien fue limpio y enviado durante su visión de la gloria de Dios (Is. 6:1-9), o la de Ezequiel, cuyo llamamiento tuvo lugar durante una misión similar (Ez. 1:4-3:11). Para Ezequiel, la gloria divina fue perceptible en una «figura con forma humana» (Ez. 1:26); para Pablo, la forma humana manifestó la silueta de una persona concreta: el rostro de Cristo. Por eso dice en Gál. 1:15-16: «agradó a Dios… revelar a su Hijo en mí (o “a mí”)». El Jesús que se le apareció en el camino de Damasco era la imagen perfecta del Dios de gloria, a semejanza de las visiones que tuvieron aquellos grandes profetas del pasado.

3.6.2         EL HOMBRE, UNA «IMAGEN» DE DIOS

Si es importante conocer el trasfondo filosófico helénico para indagar el sentido de «imagen de Dios», más importante aún es conocer el trasfondo bíblico, ya que el lenguaje de Pablo (como el de Juan) es eminentemente bíblico. A cualquier creyente, la simple mención del término «imagen» enseguida le transporta el relato de la Creación en el Génesis, dada la indeleble impronta bíblica que nos define como seres creados «a imagen y semejanza de Dios» (Gén. 1:27). Así como el texto de Génesis nos habla del señorío del hombre sobre el mundo creado, Colosenses nos habla de la imagen de Dios y del señorío sobre la creación. De hecho, lo que vemos es la perfecta imagen de Dios y el perfecto señorío sobre la naturaleza, no en el Adán caído, sino en el postrer y absolutamente perfecto Adán, el Señor Jesucristo. Él es el verdadero dueño y heredero de la creación.

Aquella imagen en el primer Adán era sólo un pálido reflejo de Dios, aún antes de la caída, quedando después trágicamente distorsionada por el pecado. De hecho, debemos observar que el hombre no es su imagen total. Nuestra personalidad racional evidencia que fuimos hechos a imagen de Dios, y al igual que Dios poseemos inteligencia, emociones y voluntad (aunque, desde luego, en menor medida), lo que nos permite pensar, sentir y decidir. Sin embargo, los seres humanos no somos la imagen de Dios en lo moral, puesto que Él es santo y nosotros pecadores. Tampoco en nuestra esencia somos creados a su imagen. No poseemos ninguno de los atributos exclusivos de Dios como su omnipotencia, inmutabilidad u omnipresencia. En una palabra: somos humanos, no divinos.

Fue necesaria la venida de un «segundo hombre» para restaurar todas las cosas, mostrando para siempre la imagen perfecta y exacta de Dios. Por ello, el cumplimiento perfecto y cabal de los propósitos de Dios no podrá llevarse a cabo por la descendencia del primer hombre sino bajo el glorioso señorío de Jesucristo (Heb. 2:5-9).

No hay, pues, una equivalencia estricta, entre Cristo y Adán. Adán fue parte de la creación, pero Cristo es el Creador (1:16). Adán empezó a existir al ser creado, pero el Hijo es antes de todas las cosas (1:17; Jn. 8:58), y no adoptó la imagen de Dios en el momento de la encarnación sino que ha sido su imagen exacta desde la eternidad. Adán fue creado conforme a la imagen de Dios, pero Cristo es «la imagen misma de su sustancia (“charakter”)». Si Cristo es el Creador y es el eterno Preexistente, sólo puede ser Dios mismo; en efecto, como dirá más adelante Pablo, «en Él reside toda la plenitud de la deidad» (2:9). En este caso, no puede ser un pobre reflejo lunar de la imagen de Dios (como Adán), sino el pleno resplandor de Su gloria. En Cristo el Dios invisible se hizo visible, «y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre» (Jn. 1:14).

3.6.3         EL QUE HACE VISIBLE AL INVISIBLE

La idea más esencial que transmite el concepto imagen tiene que ver con la comunicación. Las cosas que carecen de imagen son invisibles. Jesucristo no sólo es divino; es Dios manifestado en carne. El Logos encarnado es Dios comunicándose con los hombres, no sólo con su enseñanza verbal sino con su persona total. Como Logos, es la comunicación audible de Dios; como Eikón, la comunicación visible. El Logos de vida puede ser visto, contemplado, palpado y oído (1 Jn. 1:1-3; Jn. 1:14, 18; 10:30, 38; 14:9; 17:6). Según el tenor literal de Hebreos, el Hijo es el lenguaje mismo de Dios: Dios nos ha hablado en Hijo (Heb. 1:1-2).

La gloria y naturaleza de Dios sólo pueden ser percibidas muy imperfecta y lejanamente por el ser humano, porque Dios es invisible (Jn. 1:18; 1 Tim. 1:17; 6:16). Pero aquella divina luz incandescente que, si pudiéramos verla, nos fulminaría, en la faz de Jesucristo viene a ser maravillosamente natural y real, encajando por completo en nuestro espectro de luz visible.

Con el término «eikon», Pablo recalca que Jesús es tanto la imagen (esencia) como la manifestación (presencia) de Dios. Es la revelación completa, definitiva y plena de Dios. Es Dios en carne humana, como declaró el propio Jesús (Jn. 8:58; 10:30-33), y el testimonio unánime de las Escrituras (Jn. 1:1; 20:28; Rom. 9:5; Flp. 2:6; Col. 2:9; Tit. 2:13; Heb. 1:8; 2 Ped. 1:1). Pensar menos que esto es una blasfemia, evidencia de una mente cegada por Satanás.

Queda una última pero ineludible cuestión. Si Jesucristo es divino, ¿por qué los autores del N.T. no lo dicen lisa y llanamente? Si Él es Dios, ¿por qué no expresarlo simplemente así, en lugar de recurrir a fórmulas más complejas como «la imagen del Dios invisible», más difíciles de captar a primera vista? Indudablemente, nos cuesta más aprehender su profundo significado, pero es que la simple enunciación «Jesús es Dios», no hace plena justicia a la persona del Señor. Diría demasiado poco de Él. Dios, por definición, es espíritu (Jn. 4:24), y Jesús es incuestionablemente un hombre, con un cuerpo sujeto a nuestras limitaciones humanas. Dios es inmortal, pero Jesús murió. Pero incuestionablemente también es «Dios con nosotros» (Mt. 1:23), es «Dios hecho hombre», o «Dios en forma de siervo humano» (Flp. 2:6-7). El gran misterio de Jesucristo es que Él existe y subsiste en dos formas diferentes, como Dios y como hombre. Nosotros estamos sujetos al concepto cartesiano de «espacio y tiempo», pero ésta es una esfera de existencia completamente distinta de la de eternidad. La eternidad no es una mera prolongación hacia el infinito de las coordenadas cartesianas, ¡es un ámbito absolutamente distinto! Cuando el Señor resucitado ascendió a los cielos, no estuvo propulsándose a velocidades supersónicas hacia la estratosfera para salir de la órbita terrestre. El relato de Lucas dice sencillamente: «mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo» (Lc. 24:51), y también: «viéndolo ellos, fue alzado, y lo recibió una nube que lo ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entretanto que él se iba…» (Hch. 1:9-10). Hay un movimiento ascendente, tan natural como el caminar de Jesús sobre las aguas del Mar de Galilea; y en breves instantes una nube lo oculta, en cuyo interior atraviesa el umbral (para nosotros totalmente desconocido) que separa nuestra familiar realidad espacio-temporal de la dimensión eterna y sobrenatural de los cielos. La incapacidad de comprender la radical diferencia entre ambas esferas de existencia lleva a muchos cristianos a situarlas erróneamente en un mismo plano de realidad, tratando –inútilmente– de forzar sus particulares conceptos sobre los orígenes en el plano estricto y exclusivo de las «leyes naturales».

Volviendo a nuestro tema, cuando el Hijo toma forma humana, por obra del Espíritu Santo, no es que algo de la deidad se traslade a la tierra y el resto permanezca en el cielo. Toda la plenitud de la deidad estaba en Cristo (Col. 2:9), pero puesto que la eternidad no discurre paralela al tiempo, esto no significa que el cielo quedara vacío. No perdamos nunca de vista que estamos ante dos esferas completamente distintas, no meramente proporcionales o comparables entre sí. De ahí la constante necesidad que tienen los escritores del N.T. de recurrir a imágenes, metáforas o símbolos para que captemos realidades que no son directamente transferibles a nuestro mundo sensorial. Pero, afortunadamente, esto no es pura imaginería poética; ¡es verdaderamente real y cierto que en el Señor Jesucristo podemos ver al Invisible!

Erdman sugiere que el carácter «invisible» de Dios no es sólo que Dios no resulte visible al ojo humano, «sino que no se puede llegar a conocer con la sola razón, el intelecto o la imaginación; Dios no puede ser conocido sino es en Cristo y por medio de Cristo».

Nuestros intentos de explicar la naturaleza de Jesucristo (o los procesos que tuvieron lugar en la semana de la creación) chocan con nuestra ignorancia acerca de la eternidad. Somos criaturas del espacio y del tiempo y no conocemos otro sistema de referencia.

Pero el mensaje esencial de la Revelación bíblica es claro: Jesucristo no es una emanación que sale de Dios, o una potencia angélica creada por Él. Quien ve a Jesucristo ha visto a Dios. El invisible se hace visible. El eterno se hace temporal. El inmortal se hace mortal y muere en una cruz. El Dios lejano y trascendente se nos acerca, pero no deja de ser nunca quien siempre ha sido y quién siempre será. «Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén» (Ap. 1:17-18). Él es realmente «el testigo fiel» (Ap. 1:5) porque es la imagen del Dios invisible.

3.7   EL PRIMOGÉNITO (PROTOTOKOS) DE TODA CREACIÓN

3.7.1   LA PRIMOGENITURA DE CRISTO (1:15b)

Pablo acaba de decirnos, con la mayor exactitud posible, quién es Jesucristo: Él es el eikón del Dios invisible. Ahora procede a explicarnos qué posición ocupa en el universo, y cuál es su relación con el mundo creado. En este sentido, Él es, exactamente, el primogénito (prototokos) de toda creación.

El mismo apóstol era muy consciente que esta expresión resulta susceptible de prestarse a diferentes interpretaciones, por lo que procede a desarrollarla en los versículos 16 y 17, acotando su significado.

Desde los arrianos hasta los Testigos de Jehová, todos aquellos que niegan la deidad de Cristo han pretendido justificar sus argumentos apoyándose en esta frase. Aún existen personas o corrientes heréticas que tratan de presentar esta expresión como una indicación de que Cristo sería el primer ser creado por Dios, ocupando el nivel más alto de la creación, por lo que no podría ser el Dios eterno. Si el apóstol hubiese querido transmitir esa idea, el término que debería haber utilizado debiera ser protoktistos (“primer ser creado”, o “primero de la creación”), y no prototokos (primogénito). Pero con el fin de que no quedase ni una sombra de duda, las frases que incorpora a continuación disipan todo posible malentendido. Resultaría una incongruencia lógica que el creador de todas las cosas fuese él mismo una criatura. Si además es antes de todas las cosas, no puede estar ubicado en el diagrama cartesiano del espacio y del tiempo. Podemos advertir que toda la cuidadosa exposición doctrinal de Pablo es una refutación exhaustiva de las herejías gnósticas, que ya comenzaban a gestarse en sus tiempos para alcanzar su clímax en el siglo II. Toda la fuerza de su argumentación tiende a demostrar que Jesucristo no es una mera emanación (eón) de Dios, como enseñaban los falsos maestros; ni tan siquiera resulta ser el más sublime de los seres angelicales. David Burt señala, muy acertadamente, que «es tan intrínsecamente divino como el Padre, tan inextricablemente unido a Él como la imagen lo es al objeto, como el resplandor lo es la gloria o como la palabra lo es a la persona que habla» (cursivas propias).

Dada la profunda riqueza que encierra en esta expresión, es aconsejable diferenciar separadamente sus matices más importantes.

3.7.1.1   La idea de «engendramiento»

Lo primero que nos sugiere el término primogénito es la idea de engendramiento. De hecho, el Credo niceno confiesa que Jesucristo es «engendrado del Padre antes de todos los mundos». Nos transmite la idea de que entre Dios el Padre y Dios el Hijo se da una relación de paternidad, ampliamente asentada y enraizada en todo el N.T. Muy poco antes de nombrarlo como prototokos, Pablo lo ha llamado «su Hijo amado». A pesar de ello, una pulcra exégesis de la argumentación de Pablo no puede llevarnos a concluir que el Hijo fuera creado por el Padre. Creado no, pero engendrado sí. ¿Qué significa esto? ¿Cómo podemos entenderlo? Sólo podemos percibir aquello que Dios ha querido revelarnos por medio de ilustraciones humanas, imágenes que, en el mejor de los casos, sólo son breves destellos o pálidos reflejos de las realidades eternas.

Tenemos dos buenas razones para hablar en términos de «Padre» e «Hijo»:

1)     Un hijo siempre tiene un notable parecido con su padre. Son de la misma especie, y así cualquier niño es un ser humano, como su padre. Los vínculos hereditarios acentúan aún más todo un amplio abanico de parecidos y semejanzas, al margen de la singularidad única de cada individuo. Así, también, el «Hijo» es consustancial con el Padre. Ambos tienen la misma naturaleza aún siendo perfectamente distinguibles en su personalidad.

2)     De alguna manera, aunque no sea fácil describirlo ni entenderlo, Jesucristo «procede» de Dios el Padre, como todo hijo procede de un padre humano. Aunque también se traten de imágenes imperfectas, puede sernos útil para nuestra comprensión la ilustración de William Dembski (en el apartado 2.6, dentro del  anterior estudio sobre el prólogo del evangelio de Juan). Las imágenes del N.T. siguen esta misma línea: el Hijo procede del Padre como una imagen procede del objeto que la refleja, como la palabra expresa la mente o como el resplandor brota de la gloria. Aquí terminan las imágenes propias del N.T. y nuestras certezas no pueden ir más allá de estas revelaciones.

Tampoco podemos ir más lejos en el discernimiento de las cuestiones temporales. Si nos planteamos cuándo comenzó el Hijo a proceder del Padre, no debemos confundir esta realidad con la encarnación (que marca un hito cronológico en la historia humana). Al ser engendrado por el Espíritu Santo en el seno de la virgen María, Jesucristo también «salió» del Padre (Jn. 16:28), pero esto es una cuestión completamente diferente. La cuestión que nos estamos planteando pertenece realmente a la esfera de la eternidad, un ámbito totalmente desconocido para nosotros, no susceptible describirse en términos cronológicos o temporales (por lo que no es legítimo hablar de «momentos»). La expresión más aproximada a la realidad sería decir que «el Hijo es eternamente engendrado» por el Padre. Una imagen no procede de un objeto a partir de un momento determinado, sino que procede de él sin solución de continuidad, como muy bien apunta David Burt.

Es interesante notar que, en el caso de la paternidad humana, un padre sólo comienza a existir como padre en el momento que nace su primogénito. En este sentido, el padre tiene la misma edad que el hijo primogénito. Esta imagen humana no es totalmente extrapolable a Dios, pues no es cierto que hubiese un tiempo en  que el Padre existiese a solas hasta llegar un «momento» en que el Hijo «procedió» de Él (lo cual, ni tiene apoyo bíblico ni hace justicia a las imágenes bíblicas mencionadas). La imagen de un objeto es indisociable de la existencia total de dicho objeto. El Logos está «cara a cara con Dios» desde «el principio», con todo el profundo sentido eterno que encierra este término. Por ello se nos dice que el Hijo no tiene principio ni fin (Heb. 7:3), sino que es el principio y el fin de todo lo demás (Col. 1:18; Ap. 1:8; 21:6; 22:13).

Por todo lo expuesto, Cristo es llamado el «primogénito» por cuanto procede del Padre, y en sentido figurado, pero singular y único, es engendrado por Él. Esta última expresión no debe llevarnos a confusión pensando que Cristo pudiera ser el primero de muchos hijos engendrados por Dios. Ciertamente, Dios piensa llevar muchos hijos a la gloria (Heb. 2:10), los cuales no son engendrados de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios. Pero el «engendramiento» de Cristo es único y absoluto e irrepetible. Es por ello que, donde Pablo utiliza el término «primogénito», el apóstol Juan nos habla del «unigénito» (Jn. 1:14, 18; 3:16). Como subraya David Burt, «nuevamente observamos la estrecha relación entre Juan 1, Colosenses 1 y Hebreos 1. Los tres textos emplean un vocabulario diferente, distintivo de cada autor, pero los conceptos son los mismos: unigénito, Hijo, primogénito; todas las cosas fueron hechas por Él, en Él fueron creadas todas las cosas, por medio de Él, Dios hizo el universo; Él le ha dado a conocer (a Dios), Él es la imagen del Dios invisible, Él es la expresión exacta de su naturaleza…» Según John. B. Nielson, «primogénito» es equivalente a «unigénito»; es un término judío que significa increado». Dios ha engendrado espiritualmente a muchos hijos, pero hay un solo hijo, su Único (Gén. 22:12, 16), que sea «Logos» y «Eikón» de Dios.

Pero la preferencia de Pablo por el término «primogénito» se debe también a otros matices que conlleva dicha expresión.

3.7.1.2   «El Hijo amado»

En el A.T. Israel era frecuentemente llamado el «primogénito» de Dios. Por ejemplo, durante la última plaga de Egipto, cuando el Señor dice, por boca de Moisés: «Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito. Y te he dicho: “Deja ir a mi hijo para que me sirva”, pero te has negado a dejarlo ir. He aquí, mataré a tu hijo, tu primogénito» (Éx. 4:22-23).

Con esta expresión Dios está indicando que Israel es su hijo predilecto y más favorecido, su amado, y que tiene un puesto distintivo en sus planes y propósitos. Si Dios pudo hablar es estos términos con relación a Israel, un hijo tan pecador, infiel y olvidadizo, ¡cuánta más razón no tendría para hablar de esta forma con relación a su Hijo amado y perfecto (Col. 1:13; Ef. 4:13; Heb. 7:28)!

3.7.1.3   La supremacía del Hijo

En las Escrituras el derecho a gobernar está estrechamente vinculado a los derechos de la primogenitura. Aunque prototokos puede referirse al primer hijo nacido en una familia, el significado principal del término se relaciona con la posición o rango. Durante la monarquía israelita, el derecho a reinar recaía siempre en el primogénito de cada monarca. Por eso también, cuando Jacob le compró a Esaú la primogenitura, fue en cumplimiento de las palabras de Dios a su madre Rebeca: «el mayor servirá al menor» (Gén. 25:23). También Efraín es llamado el «primogénito» (Jer. 31:9) cumpliendo la bendición de Jacob (Gén. 48:20), aún cuando era el menor de los gemelos de José.

El pueblo de Israel es llamado «el primogénito de Dios» en Éxodo 4:22 y Jeremías 31:9. Aunque no fue el primer pueblo formado en la historia, ocupó el primer lugar a los ojos de Dios ante todas las naciones.

Por ello, cuando Dios llama al Mesías «mi primogénito», añade que Él será «el más excelso de los reyes de la tierra» (Sal. 89:27). En Apocalipsis 1:5 Jesucristo es llamado «el primogénito de los muertos», aunque cronológicamente no haya sido la primera persona en resucitar (aunque sí lo es en conservar permanentemente su cuerpo resucitado), pero Él es el preeminente entre todos los resucitados. Romanos 8:29 también habla de Él como el primogénito en relación con la iglesia. En todos estos casos, la primogenitura alude a la superioridad en rango, no al orden cronológico de nacimiento o creación. Ser primogénito de toda la creación es, en consecuencia, ejercer el gobierno supremo sobre ella. Por ello, también, el término «primogénito» es también un título mesiánico (Heb. 1:6). Llamar a Cristo el primogénito (1:18) es exaltarlo, concederle honores supremos, reconocerlo como rey legítimo del universo, colocarlo por encima de todo el cosmos creado, estableciendo su soberanía y preeminencia.

3.7.1.4   El derecho de herencia

Tanto en la cultura griega como en la judía, el primogénito es siempre el principal heredero, por el rango que le confiere la primogenitura. Aunque Esaú nació primero, fue Jacob el «primogénito» quien recibió la herencia. En el pensamiento hebreo ambos términos son prácticamente sinónimos. No sólo Pablo apunta a esta faceta sino también el autor de Hebreos, en cuya epístola nos habla de «su Hijo, a quién constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quién asimismo hizo el universo». Como comenta David Burt resultaría difícil encontrar una mejor paráfrasis de Colosenses 1:16, «primogénito de toda creación». La misma idea redondea este último versículo: «todo ha sido creado por medio de él y para él». El Hijo no sólo es el Creador sino también el Heredero (Gén. 15:4; Heb. 1:2; Ap. 1-7, 13).


3.7.1.5   Jesucristo no pudo ser «el primer ser creado»

Hay muchas razones para refutar la falsa idea de que el título de primogénito señale a Cristo como el primer ser creado. Dicha interpretación contradice por completo la descripción de Jesús como monogenes (unigénito o único). Teodoreto, uno de los padres de la iglesia primitiva, se preguntaba: «si Cristo fue unigénito, ¿podría ser primogénito? Y luego, si fue primogénito, ¿podría ser unigénito?». Gramaticalmente hablando, cuando prototokos debe entenderse como parte de una clase o grupo (en concreto, el primero de esta clase), dicha clase debe mencionarse en plural (ver el ejemplo de Rom. 8:29); pero la creación es singular («el primogénito de toda creación»). Si Pablo hubiese querido expresar la idea de que fue el primer ser creado, habría usado el término protoktistos, que significa precisamente «creado primero».

Esta errónea interpretación de prototokos hace caso omiso de todo el contexto de la epístola, así como del contexto inmediato de este pasaje. Si aceptase que Cristo es un ser creado, estaría admitiendo el punto central de la herejía colosense, que sostenía que Jesucristo era un ser creado, aún cuando fuese la más relevante de las emanaciones de Dios. Esto resulta impensable en Pablo, tan minuciosamente metódico y contundente en todas sus argumentaciones. Además, en el versículo anterior Pablo acaba de describir a Jesucristo como la perfecta y completa imagen de Dios, y en el siguiente se refiere a Él como el Creador de todo lo que existe. Por tanto, muy lejos de ser una de tantas emanaciones que procederían de Dios, Jesús es su imagen perfecta, y el heredero preeminente sobre toda la creación (el genitivo ktiseos se traduce mejor «sobre» y no «de»). Él existía antes de toda la creación, y también es superexaltado en rango sobre ella. Estas sublimes verdades determinan quién es en relación con Dios, y rebate con ello los principales argumentos de los falsos maestros.

3.7.2   JESUCRISTO, EL CREADOR DE TODAS LAS COSAS (1:16)

Los versículos 16 y 17 desarrollan y profundizan la expresión del 15b: «el primogénito de toda creación», resaltando la gloria del Hijo como Creador y Señor del universo. La preeminencia de Cristo sobre toda criatura continúa siendo el eje de esta sección.

El apóstol sigue acumulando frases sobre el núcleo de este pensamiento, para no dejar resquicio alguno de duda respecto de cualquier elemento o instancia que pudiera eludir su autoridad soberana. Los falsos maestros de Colosas suponían que Jesucristo era la primera y más importante de todas las emanaciones de Dios, pero consideraban que sólo un ser muy por debajo de este nivel podría haber creado el universo material (al considerar la materia intrínsecamente mala; por tanto, sólo una emanación «mala» o «muy inferior» podría haber actuado así). Pablo refuta esta blasfemia declarando, como Juan (1:3) y el autor de Hebreos (1:2), que es el Creador «de todas las cosas», en los cielos y en la tierra, tanto las visibles como las invisibles. Por tanto, refuta categóricamente la falsa filosofía dualista (coexistencia de Dios y el mal) de los herejes colosenses. Jesús es Dios y creó el universo, en todas sus dimensiones materiales y espirituales.

3.7.2.1   En Él fueron creadas todas las cosas

La primera frase del versículo establece con claridad que el Hijo es el Creador soberano de todo cuanto existe, de forma muy similar a la lectura del texto de Juan: «todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él, nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (Jn. 1:3). Ambos apóstoles emplean frases tan contundentes que resultan casi redundantes, en su afán por demostrar que ningún ser puede escapar a la autoridad superior de Cristo. Sin embargo, la expresión de Pablo presenta un rasgo diferencial al señalar que todas las cosas fueron creadas «en Él», mientras que Juan nos dice que fue «por medio de Él». La expresión de Juan es totalmente correcta y, de hecho, Pablo la incorpora al final de este versículo, pero la expresión paulina es aún más significativa, al subrayar la centralidad del Hijo en todas las facetas y matices de la creación. Cristo es el autor de la creación, su sustentador y su heredero; todo fue creado por Él y para Él. No sólo es la causa y origen de todas las cosas, sino quién determina su finalidad y propósito; todas las leyes naturales, principios y fuerzas que gobiernan la creación, brotan de Él y culminan en Él. En todo sentido, Él es la piedra miliar, el punto de referencia y el patrón de medida.

Pero aún más allá de este hecho incuestionable, Pablo coloca el mayor énfasis de esta frase introductoria en la palabra «todas», y le concede tal relevancia que las frases que añade a continuación son una extensión del término «todas», para dejar bien claro el sentido absoluto del mismo. Cualquier realidad imaginable, material o espiritual, es un subconjunto de ese «todas».

3.7.2.2   Tanto en los cielos como en la tierra

Como la Biblia enseña en sus comienzos, «en el principio creó Dios los cielos y la tierra», y como nos revela el N.T., lo hizo en Cristo. Cualquier punto de este universo es un espacio creado por Cristo, y cualquier región de la realidad existente ha sido creada por Él. La cuestión fundamental no es cómo se ha desarrollado todo este proceso (la gran meta que la ciencia moderna persigue vanamente), como si sólo se tratara simplemente de un desafío intelectual, sino quién lo ha llevado a término, estableciendo una relación de causalidad, propósito, autoridad y soberanía sobre toda la creación, lo que afecta e implica a la totalidad del ser humano (aún si pudiéramos suponer que no hubiese caído en el pecado). De hecho, esto es lo que se está dirimiendo en nuestros días en el actual debate sobre los Orígenes. Pablo, todos los escritores del N.T. y también la iglesia antigua, de hecho hasta el gran desarrollo de la ciencia moderna, en el siglo XVII, lo tuvieron muy claro: todos los seres, fuerzas y elementos del universo fueron creados «en» y «por» Él.

3.7.2.3   Visibles o invisibles

Probablemente, el concepto de «visible» haga referencia al mundo material y terrenal, y lo «invisible» al mundo espiritual y celestial. La absoluta universalidad de la creación de Cristo abarca también al mundo de los espíritus, tanto de los ángeles santos como de los demonios caídos (un mundo ignorado por el materialismo darwinista). Pero todas las esferas de la existencia, incluso las espirituales, están sujetas a su autoridad.

3.7.2.4   Ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades

Con todo lo dicho, Pablo ya ha dejado suficientemente claro que Cristo es el creador absoluto de todo lo existente, pero previendo todas las objeciones y herejías que pudieran desarrollarse (como si contemplase proféticamente la gran rebelión espiritual de esos tiempos finales que vivimos), insiste en su metódica exposición. Ahora procede a un desarrollo distributivo, mencionando nombre por nombre las diferencias jerarquías espirituales del mundo oculto a nuestros sentidos.

Un efecto casi instintivo de esa revelación apostólica es el estímulo inmediato de nuestra curiosidad. Pocas cosas nos fascinan más que el conocimiento de la existencia y características de estos seres espirituales, incluso a pesar de la abrumadora idolatría del materialismo, en esta época tan centrada en nosotros mismos y las realidades físicas y materiales del universo. ¿Qué diferencias existen en todas estas jerarquías? Los términos son virtualmente sinónimos y no disponemos de una mayor revelación sobre estas categorías, a lo que puede añadirse el uso terminológico particular que pudieran atribuirle los maestros heréticos, por lo que, aunque no falten sugerencias, no es prudente ni aconsejable aventurarnos más allá de esas escuetas menciones apostólicas. No podemos ir más lejos de lo que a Dios le ha complacido revelarnos.

Hendriksen, por ejemplo señala: «Los ángeles no tienen ningún poder aparte de Cristo. De hecho, separados de Él ni siquiera podrían existir. No son más que criaturas. En y por sí mismos, nada pueden contribuir a la salvación o perfección de los colosenses… ni a la plenitud y los recursos que los creyentes tienen en Cristo. Los ángeles malos no pueden separarlos de su amor».

Lo que sí nos queda bien claro es la intención de Pablo de que, al margen de lo que representen cada una de estas categorías espirituales, ninguna de ellas tiene poder alguno aparte de Cristo. Todos están sujetos a Él porque todos son creación suya.

3.7.2.5   Todo ha sido creado por medio de Él y para Él

La primera parte no es más que un resumen o conclusión de cuánto se ha dicho hasta ese punto. Lo realmente novedoso (aunque ya sugerido por los sentidos que sugiere el término «primogénito») radica en la segunda parte: «y para Él». El universo no sólo tiene una causa primera (y personal), siendo por tanto exquisitamente diseñado, sino también un propósito. Cristo no sólo es el alfa de la creación sino también su omega (Ap. 1:8, 11; 21:6, 13; 22:13). Es en todo el principio y el fin, el origen y la meta. La creación no sólo es obra suya, en toda su extensión y poder, sino que existe también para su gloria y constituye su sublime herencia. Pese a la magnitud inmensa del problema del mal, que oscurece y distorsiona profundamente esas realidades, percibidas por nuestros corazones caídos y nuestras mentes entenebrecidas, aún así, todos los poderes maléficos, y todos sus efectos dañinos, están bajo su control y contribuyen, de muchas formas y maneras que no podemos comprender, a sus bondadosos, santos y justos propósitos eternos. Por todo ello, ninguna criatura, ningún poder, ninguna idea o teoría (incluidas las presunciones del materialismo darwinista) pueden ser objeto de la atención idolátrica del hombre.

Como también lo expresará de forma mucho más sucinta, pero no menos cierta, en Romanos 11:36: «porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén». El mismo mensaje que nos transmite el A.T., que, aunque resulte menos explícito en la revelación del Logos Creador, establece sin ningún titubeo la absoluta gloria de su soberanía divina y la majestad de sus propósitos eternos. Una muy breve panorámica a vista de pájaro lo ilustra perfectamente:

«Ved ahora que Yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir y yo hago vivir, yo hiero y yo sano, y no hay quien se pueda librar de mis manos, porque Yo alzaré a los cielos mi mano y diré: ¡Vivo Yo para siempre!» (Deut. 32:39-40).

«Tuya es, Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, Jehová, es el reino, y Tú eres excelso sobre todos» (1 Cr. 29:11).

«Tú solo eres Jehová. Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que en ellos hay. Tú vivificas todas estas cosas, y los cielos de los cielos te adoran» (Neh. 9:6).

«Pregunta ahora  a las bestias y ellas te enseñarán; a las aves de los cielos, y ellas te lo mostrarán; o habla a la tierra y ella te enseñará; y los peces del mar te lo declararán también. ¿Cuál entre todos ellos no entiende que la mano de Jehová lo hizo? En su mano está el alma de todo viviente y el hálito de todo el género humano» (Job 12:7-10).

«Por la Palabra (el Logos) de Jehová fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el aliento (espíritu) de su boca. Él junta como montón las aguas del mar; Él pone en depósitos los abismos. ¡Tema a Jehová toda la tierra! ¡Tiemblen delante de Él todos los habitantes del mundo!, porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió» (Sal. 33:6-9).

«Alabadlo, vosotros todos sus ángeles; alabadlo, vosotros todos sus ejércitos. Alabadlo, sol y luna; alabadlo, todas vosotras, lucientes estrellas. Alabadlo, cielos de los cielos y las aguas que están sobre los cielos. Alaben el nombre de Jehová, porque Él mandó, y fueron creados. Los hizo ser eternamente y para siempre; les puso ley que no será quebrantada» (Sal. 148:2-6).

«Cuando (Dios) formaba los cielos, allí estaba Yo (la Sabiduría, una personificación del Logos Creador); cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo, cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo, cuando fijaba los límites al mar para que las aguas no transgredieran su mandato, cuando establecía los fundamentos de la tierra, con Él estaba Yo ordenándolo todo. Yo era su delicia cada día y me recreaba delante de Él en todo tiempo» (Prov. 8:27-30).

«Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién creó estas cosas; Él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres y ninguna faltará. ¡Tal es la grandeza de su fuerza y el poder de su dominio!» (Is. 40:26).

«Vosotros sois mis testigos, y mi Siervo que Yo escogí, para que me conozcáis y creáis y entendáis que Yo mismo soy; antes de mí no fue formado Dios ni lo será después de mí» (Is. 43:10).

«Yo soy Jehová y no hay ningún otro. No hay Dios fuera de mí… Yo soy Jehová y no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinieblas, hago la paz y creo la adversidad. Solo Yo, Jehová, soy el que hago todo esto» (Is. 45:5-7).

«Yo, con mi gran poder y con mi brazo extendido, hice la tierra, el hombre y las bestias que están sobre la faz de la tierra, y la di a quién quise» (Jer. 27:5).

La contemplación de la asombrosa gloria de Dios en el universo (Sal. 19:1) es un motivo prioritario de la más profunda adoración, como evidencian las Escrituras de principio a fin. Ello es aún más relevante que nunca en nuestros días al hacerse patentes en sus más íntimos detalles las maravillosas obras del Creador (como, por ejemplo, la extraordinaria exactitud de las «pesas y medidas» del universo, finísimamente ajustadas para hacer posible la extraordinaria variedad de la vida en la tierra, lo que se conoce ahora como “principio antrópico”), o las inconcebibles dimensiones de su gran poder (se calcula que el número de estrellas en el universo es de 1025, una cifra similar a la de los granos de arena de todas las playas de nuestro mundo). Cuánto más motivo tenemos los hijos de Dios de adorarle por tantas y tan insondables maravillas, que son parte de nuestra herencia en Cristo (de hecho, no este universo, sujeto a esclavitud de corrupción por causa de nuestro pecado, sino los nuevos cielos y la nueva tierra que el Creador llamará un día a la existencia).

Desgraciadamente, como Pablo denuncia en Romanos 1:18 y ss, la impiedad e injusticia de los hombres detiene con injusticia la verdad, y una trágica consecuencia de ello es que «habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido». Si esos corazones ya estaban de por sí en tinieblas, a causa del pecado, el resultado de rechazar de forma injusta y deliberadamente consciente el claro testimonio de la gloria de Dios en la creación, no puede conducir a otra cosa que la más tenebrosa desesperanza y desolación. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en uno de los más conocidos «telepredicadores» del naturalismo (filosofía que sostiene que todas las leyes y fuerzas que operan en el universo son puramente naturales, o físicas, sin ningún aspecto moral, espiritual o sobrenatural), como fue Carl Sagan. En diciembre de 1996, menos de tres semanas antes de morir (y plenamente consciente de ello), fue entrevistado en un programa televisivo, dejando este amargo testamento espiritual: «Vivimos en un pedazo de roca y metal que da vueltas alrededor de una estrella aburrida, que es una de 400.000 millones de otras estrellas que forman la Vía Láctea, la cual es una de mil millones de otras galaxias que componen el universo, que puede ser uno de un número mucho mayor, quizás un número infinito de otros universos. Esa es una perspectiva de la vida humana y de nuestra cultura que bien vale la pena considerar». En otro libro póstumo ahonda más en su desesperanzado testimonio: «Nuestro planeta es una manchita solitaria en medio de la oscuridad cósmica que nos rodea. En esta oscuridad, en toda esta vastedad, no hay indicación de que de alguna parte pudiera venir ayuda que nos salve de nosotros mismos».

John MacArthur comenta esta perspectiva final de Sagan, uno de tantos escépticos contemporáneos que han dado la espalda al Dios de la Creación y de las Escrituras: «Aunque Sagan trató de mantener una semblanza de optimismo hasta el final, su religión lo llevó a dónde todo naturalismo inevitablemente conduce: a un sentido de completa insignificancia y desesperación. Según su visión del mundo, la humanidad es una pequeña avanzada, un puntito azul pálido en un vasto mar de galaxias. Hasta donde sabemos, el resto del universo nos ignora, no somos responsables ante nadie e insignificantes e irrelevantes en un cosmos tan extenso. Es fatuo hablar de ayuda exterior o redención para la raza humana; no hay perspectiva de ayuda. Sería fabuloso si de alguna manera nos arreglásemos para resolver algunos de nuestros problemas, pero sea que lo consigamos o no, de todos modos finalmente no seremos más que una pizca olvidada de todas las insignificancias cósmicas. Esto, decía Sagan, es una perspectiva que bien vale la pena considerar.

»Todo esto subraya la esterilidad del naturalismo. La religión naturalista elimina toda responsabilidad ética y moral y, en último término, renuncia a toda esperanza para la humanidad. Si el cosmos impersonal es todo lo que es, todo lo que incluso fue y todo lo que será, entonces la moralidad es, definitivamente, discutible. Si no hay un Creador personal a quien la humanidad sea responsable y al universo lo gobierna la ley de supervivencia, todos los principios morales que normalmente regulan la conciencia humana son, al fin y al cabo, infundados y posiblemente incluso nocivos para la supervivencia de nuestras especies».

Es evidente que una profunda ceguera espiritual impide a los idólatras contemporáneos ver la gloria de Dios en la creación, y no es por falta de evidencias. Toda la creación atestigua en silencio la inteligencia de su Creador. Max Planck, ganador del Premio Nobel y una de las figuras más relevantes de la física moderna, afirmó: «Según nuestra comprensión global de las cosas, en el inmenso reino de la naturaleza… cierto orden prevalece: independiente de la mente humana… este orden puede definirse en términos de una actividad con propósito determinado. Existe evidencia de un orden inteligente en el universo, al cual tanto el hombre como la naturaleza están subordinados». Al igual que los que niegan la deidad de Cristo, los que lo rechazan como Creador poseen una mente envanecida y entenebrecida por el pecado, por lo que «detienen con injusticia la verdad» (Rom. 1:18). El rechazo del Creador tiene como consecuencias inevitables la necedad y la idolatría. «Pretendiendo ser sabios se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Rom. 1:22-23). No puede describirse más acertadamente la religión apóstata del evolucionismo moderno.

3.8   EL HIJO ETERNO

«Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen» (1:17).

3.8.1   LA PREEXISTENCIA DEL HIJO

Los seres humanos empezamos a existir cuando nacemos o, para ser más precisos, cuando somos engendrados (momento de la fecundación biológica, que nuestras sociedades postcristianas disocian cuidadosamente del momento de adquisición de la personalidad, otorgándola sólo a partir del nacimiento, para posibilitar las terribles y genocidas prácticas abortistas, propias de una sociedad que rechaza por completo los altos valores de las Escrituras judeocristianas). Carece por completo de base bíblica la creencia de algunas religiones orientales en existencias anteriores, que se reanudarían mediante sucesivas reencarnaciones. La enseñanza bíblica es clara y terminante: «está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio» (Heb. 9:27). Sólo vivimos una vez, antes de comparecer ante el trono del juicio divino.

Jesús, como todos nosotros, comenzó a existir cuando «nació de la descendencia de David según la carne» (Rom. 1:3): fue engendrado en la virgen María, por obra del Espíritu Santo, y nació en un mísero establo porque nadie se compadeció de la apurada situación de sus padres. Pero Pablo añade algo asombroso acerca de Él: «Él mismo (pronombre enfático) es antes de todas las cosas». Jesucristo, a diferencia de los demás seres humanos, sí tuvo una existencia previa. Su «historia» no comenzó en Nazaret, donde transcurrió su infancia, ni tampoco en el pueblecito de Belén, donde antaño nació también su antepasado David. Su existencia antecede a la noche de los tiempos y se pierde en la esfera de la eternidad, de ahí que es, en un sentido muy real, el ser más «anciano» del universo.

La deducción es obvia: si «todo ha sido creado por medio de Él» (1:16), resulta evidente que tenía que haber existido «antes de todas las cosas» (1:17). La doctrina de la preexistencia de Cristo está firmemente establecida en el N.T. y hunde sus raíces en el A.T. Antes de existir «en forma de hombre», ya existía «en forma de Dios» (Flp. 2:6-8). Como apunta Hendriksen, jamás hubo un tiempo en que Él no existiera. Por ello Él es «el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap. 22:13).

 

DIOS

JESUCRISTO

ETERNO


Dt. 33:27

Sal. 90:2

Sal. 93:2

Sal. 102:12

Sal. 146:10

Is. 9:6

Is. 40:28

Dn. 4:34

 


Dn. 7:14

Miq. 5:2

Jn. 1:1

Jn. 8:58

Jn. 17:5, 24

Col. 1:17

Heb. 1:8 / Sal. 45:6

Heb. 13:8

Ap. 1:18

PREEXISTENTE


Gn. 1:1-2

Sal. 90:2

Pr. 8:22

Jn. 1:1


Pr. 8:22-30

Jn. 1:1-2

Jn. 17:5, 24

Col. 1:17

EL PRIMERO Y EL ÚLTIMO


Is. 44:6

Is. 41:4

Is. 48:12


Ap. 1:11, 17

Ap. 2:8

Ap. 22:13


 Jesucristo fue perfectamente consciente de su propia preexistencia: «en verdad os digo, antes que Abraham naciera, Yo soy» (Jn. 8:58). McDonald, al comentar esta expresión, nos recuerda que «el tiempo presente se usa frecuentemente en la Biblia para describir la atemporalidad de la Deidad». Con esta afirmación estaba mostrando que Él es Yahvéh, el Dios eterno. El profeta Miqueas dijo de Él: «sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad» (Mi. 5:2). Cualquiera que existiera antes de que el tiempo comenzara en la creación, es eterno. Y sólo Dios es eterno. En su oración sacerdotal, rogó al Padre: «Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn. 17:5).

Esta maravillosa realidad (la preexistencia de Cristo), como concluye David Burt, «constituye una de las mayores evidencias de la magnitud de la gracia de Dios». En efecto, si Él no fuera más que un ser humano como nosotros, carente de una existencia previa, pensaríamos que fue creado expresamente por Dios para expiar nuestros pecados y obtener nuestra redención, pero esto cuestionaría seriamente la justicia de un juez que carga sobre una víctima inocente la culpa de otros, condenándola y castigándola a la pena capital por pecados y delitos ajenos. Pero quien paga aquí el castigo es, precisamente, el mismo juez, Dios eterno hecho hombre, confundiendo por completo nuestros pobres y mezquinos razonamientos humanos. Esta situación provoca en nosotros el más absoluto asombro y la más profunda gratitud: «porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico (en su gloriosa preexistencia), sin embargo por amor a nosotros se hizo pobre (al encarnarse), para que vosotros por medio de su pobreza fueseis enriquecidos» (2 Cor. 8:9).

Y puesto que Jesucristo es antes que todas las cosas, en el tiempo y en su preexistencia eterna, también lo es en su preeminencia y señorío. Y dado que Cristo antecede a todo lo creado en cuanto a tiempo y rango, como apunta Carballosa, debemos reconocer que la «prioridad» conduce a la «primacía». El que es antes de todas las cosas y el Creador de todo, merece la más absoluta adoración de todos aquellos que le deben a Él su existencia. Los creyentes tenemos las dos más grandes razones (como se refleja en las dos estrofas de este pasaje de Colosenses, o en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis): primeramente, porque Él es nuestro Creador (1:15-17), y acto seguido, porque Él es nuestro Redentor.

«Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap. 4:11).

«Digno eres... porque Tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación» (Ap. 5:9).

3.8.2   JESUCRISTO EL SUSTENTADOR (1:17)

La última frase de la primera estrofa en esta sección de Colosenses, dedicada al Creador, no resulta fácil de traducir e interpretar. David Burt hace una recopilación de traducciones en distintas versiones bíblicas, y nos presenta este amplio abanico: «en Él todas las cosas subsisten, permanecen, continúan existiendo, encuentran su cohesión, continúan juntas, tienen su consistencia, se mantienen en orden, forman un todo coherente, se mantienen unidas…». La razón de tal diversidad reside en que la frase contiene dos sentidos esenciales: por un lado la idea de cohesión, unidad, propósito y razón de ser; por otro, la de permanencia, continuidad y mantenimiento. Los designios divinos se realizan mostrando su unidad y coherencia interna, manteniendo su existencia de forma permanente y duradera. Todo ello lo hace posible el Sustentador divino, quien mantiene unidas todas las cosas, encauzándolas al cumplimiento de sus propósitos eternos.

Cristo es el alfa y omega de la creación, el que establece su origen y traza su fin. Pero, ¿qué ocurre en el estado intermedio, entre ese principio y fin?, se pregunta David Burt. ¿Acaso la ha puesto en marcha para abandonarla a su suerte, como esa recurrente ilustración de un relojero que da cuerda al reloj, hecho lo cual da media vuelta y desaparece? En absoluto.  Él no sólo es el Creador que ha llamado todas las cosas a la existencia real en un momento dado, determinando los límites de su duración, sino que también es el gran Sustentador, quien determina el desarrollo de todos los procesos y mantiene en funcionamiento el universo.

La idea general que expresa esta frase es bastante similar a la del texto paralelo de Hebreos 1:3: «el Hijo sostiene todas las cosas por la palabra de su poder». La verdad más profunda que subyace en todo ello es que los principios que gobiernan el funcionamiento del universo, como las elegantes leyes matemáticas de la física, no son leyes impersonales, regidas meramente por el azar. Éstas son sólo causas secundarias (propiedades y acciones de las cosas creadas que producen los sucesos en el mundo). La Causa Primaria (causa divina, personal e inteligente, invisible y directora de cuanto acontece en el cosmos) de todas las cosas es la poderosa palabra del Logos Creador, y la autoridad suprema de nuestro Señor Jesucristo. Él mismo es la fuerza de atracción que lo mantiene todo en unión y armonía. En un sentido muy real, Él es la fuente permanente de energía del universo.

En su libro «The Atom Speaks» (El átomo habla), D. Lee Chesnut trata el problema de por qué el núcleo del átomo se mantiene unido: «Imagine la dificultad que enfrenta el físico nuclear cuando al fin contempla en absoluta estupefacción el patrón trazado del núcleo del oxígeno… pues allí hay ocho protones de carga positiva unidos estrechamente en los límites de su diminuto núcleo. Junto con ellos hay ocho neutrones: un total de dieciséis partículas, y ocho con carga positiva, ocho sin carga. Los primeros físicos descubrieron que las cargas de electricidad similares y los polos magnéticos similares se repelen, y que las cargas o polos opuestos se atraen. Toda la historia del fenómeno y del equipamiento eléctrico se ha construido sobre estos principios conocidos como la ‘Ley de Coulomb’ de la fuerza electrostática, sobre la ley del magnetismo. ¿Qué sucedió? ¿Qué mantiene unido al núcleo? ¿Por qué no se desintegra? Y aún más, ¿por qué todos los átomos no se desintegran?». En la segunda y tercera década del siglo XX se utilizaron poderosos colisionadores de átomos para lanzar protones contra el núcleo de los átomos, descubriendo así la increíblemente poderosa fuerza que mantiene unidos los protones en el núcleo, y que denominaron como «la fuerza fuerte nuclear», pero sin poder dar razón de su existencia. El físico George Gamow, uno de los impulsores de la teoría del Big Bang, escribió: «El hecho de vivir en un mundo donde casi todos los objetos pueden ser explosivos nucleares, sin volar en pedazos, se debe a la extrema dificultad de lograr dar inicio a una reacción nuclear». Otro físico, Karl K. Darrow, de los Laboratorios Bell, añade: «Usted entiende lo que esto significa. Significa que no existe razón alguna que justifique la existencia del núcleo. En efecto, no podría haber sido creado. Y si lo fue, hubiera explotado de inmediato. Con todo, ahí subsisten. Algún impedimento inexorable los mantiene unidos. La naturaleza de este impedimento es un misterio… uno que la naturaleza se ha reservado para sí».

Un día Dios hará cesar esta poderosa fuerza fuerte nuclear. Pedro describe este día como uno en el cual «los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas» (2 Ped. 3:10). Una vez que la poderosa fuerza fuerte deje de actuar, la Ley de Coulomb entrará en acción, y el núcleo de los átomos será disparado. Dicho llanamente: el universo explotará. Mientras llega este día podemos dar gracias al saber que Cristo «sustenta todas las cosas con la palabra de su poder» (Heb. 1:3). El Logos divino creó el universo, existía aparte y antes que él, y lo preserva activamente hasta la consumación de los tiempos, cuando el Logos Creador hará venir a la existencia «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap. 21:1). No hay la menor duda posible: Él es Dios. ¡Aleluya!

La meta suprema en todas sus gestiones de mantenimiento, que trasciende las realidades puramente físicas del cosmos, es efectuar la reconciliación y la unidad de todas las cosas (Ef. 1:9-10), poniendo fin a los frutos del mal al deshacer las obras dañinas del diablo (1 Jn. 3:8), trayendo paz y armonía donde ahora hay conflictos, luchas y discordia (Ef. 2:13-18).

En el universo operan dos grandes principios o corrientes: los conservativos, que lo cohesionan y sustentan, y los degenerativos, caracterizados por la corrupción (o «vanidad», en términos bíblicos), que desembocan en la muerte. La vista se nos nubla continuamente frente a la enormidad de problemas y sufrimiento que genera el mal, pero debemos recordar también que, más allá de la responsabilidad humana y la maldad diabólica está la soberanía de Aquel que sometió la creación a vanidad, por causa de nuestro pecado, pero que también la sometió en esperanza (Rom. 8:20-21). Éste no es otro que el Señor Jesucristo. Aunque parezca que se Venida se retarde excesivamente, su verdadero propósito es retener el terrible día del juicio a fin de extender el día de la gracia y la salvación (2 Ped. 3:9). Mientras tanto, no ha abandonado por completo el universo a la tiranía despótica de Satanás, sino que frena y establece los límites de los propósitos destructores, manteniendo vigorosamente el funcionamiento y la coherencia del universo.

Cuando conocemos los propósitos de Dios, revelados en su Palabra (tanto la escrita como la encarnada), concluimos reconociendo que hay unidad y propósito en la naturaleza y en la historia. El mundo no es un «caos» descontrolado, sino un «cosmos», un todo armoniosamente ornamentado, ordenado y organizado. Cuando negamos al Señor el lugar que le corresponde, todo es desorden y confusión, pero cuando Cristo reina como monarca absoluto, todo está entonces en perfecta armonía (Percy J. Buffard).


3.8.3   LA PLENITUD DE CRISTO (1:19)

Jesucristo es rey soberano en el mundo visible (el universo), en el mundo invisible (el mundo angélico y espiritual), y en la Iglesia. Pablo recopila su argumento en el versículo 19: «por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud». El término griego pleroma (plenitud) fue un término utilizado profusamente por los herejes gnósticos para referirse a los poderes y atributos divinos que, según sus ideas, se subordinaban en diversas emanaciones (eones). Sin duda, los herejes de Colosas también lo utilizaban en este sentido. Por ello, Pablo se opone a esta falsa enseñanza (no sólo en su época, sino también con relación a la nuestra, con todo su gnosticismo evolucionista) declarando que toda la plenitud de la deidad no está fragmentada ni dividida en órdenes inferiores, como un grupo variado de espíritus, sino que habita total y plenamente en Cristo, y sólo en Él (Col. 2:9).

J.B. Lightfoot escribió, en su comentario a Colosenses: «Por un lado, en relación con la deidad, Él es la imagen (eikon) visible del Dios invisible. No es tan sólo la manifestación suprema de la naturaleza divina: Él contiene toda la deidad. En Él residen todos los poderes y atributos divinos… A diferencia de los maestros gnósticos, Pablo reitera que la pleroma habita total y plenamente en Cristo que es la Palabra (logos) de Dios. Toda la luz se concentra en Él».

Pablo les asegura a los colosenses que no es necesario recurrir a los ángeles para alcanzar la salvación, porque en Cristo, y sólo en Él, están completos (Col. 2:10). Los cristianos somos partícipes de su plenitud: «Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia» (Jn. 1:16). Toda la plenitud de Cristo está disponible para los creyentes.

El puritano John Owen escribió, con notable acierto: «La revelación de Cristo en el bendito evangelio supera sin medida en excelencia, gloria, sabiduría divina y bondad a toda la creación y a su correcta y posible comprensión. Sin este conocimiento, la mente humana, aunque insista en ufanarse de sus descubrimientos e invenciones, permanece envuelta en tinieblas y confusión. Esta revelación exige, por lo tanto, la más grande exigencia de nuestro pensamiento, la más excelente de nuestras meditaciones y la suma diligencia de nuestra parte. Porque si nuestra felicidad y gloria radican en vivir donde Él vive, y contemplar su gloria, ¿qué mejor preparación para esto, sino la previa y constante contemplación de esa gloria tal como ha sido revelada en el evangelio, y ser luego transformados en su misma gloria?» (John Owen, «The Glory of Crist»).

El cerebro humano, la estructura más maravillosa del universo creado ...

 



4.   EL HOMBRE FRENTE AL CREADOR

A pesar de todas las deficiencias y lagunas en nuestra limitada comprensión de los orígenes, no resultará un esfuerzo baldío para ningún creyente refrescar la enseñanza sobre la doctrina bíblica del Creador.

Dios no nos ha dado una revelación de los procesos detallados que han intervenido en su obra de la creación, pero sí que nos ha dado una revelación suficiente de su poder y su gloria sin parangón. No podemos insinuar que Dios nos ha ocultado un conocimiento que resulta de vital importancia para alcanzar una correcta «cosmovisión científica». En realidad, Dios ha permitido expandir nuestro conocimiento hasta los mismos confines del universo; de hecho, nos ha puesto como gobernantes responsables de su creación, para cuidarla y estudiarla en profundidad (¿por qué, entonces, culpamos siempre a Dios de todos los problemas que hemos provocado nosotros mismos? ¿quién es responsable de todas las catástrofes que provoca el «cambio climático», Dios o nosotros?). No es por falta de conocimiento intelectual que nuestra visión acerca de los orígenes es defectuosa, ni porque Dios nos haya privado de un conocimiento vitalmente importante (¡éste es el argumento preciso que el Tentador empleó con Eva!). El punto principal que Dios remarca en el relato de la creación es su revelación de Sí mismo, por la que es digno de toda obediencia, gloria y alabanza por parte de todas sus criaturas. Es por esto que necesitamos enfatizar y reconocer la importancia suprema de la doctrina del Creador antes de pasar a debatir nuestras interminables diferencias en cada uno de los aspectos acerca de la doctrina de la creación.

Toda la Biblia nos muestra la sublime imagen del Creador, quien siempre recibe la ferviente adoración de todas sus criaturas, pero no cabe duda que es en el N.T. que la revelación final de esta doctrina alcanza todo su esplendor. Y ésta no es una doctrina marginal, pues toda la Biblia le da una gran importancia y relieve. La obra de la creación es tan importante para Dios que la coloca en el comienzo mismo de la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Dios ocupa la posición central de esta proposición, Él es quien emprende y ejecuta la acción de crear, llamando a la existencia todos los ámbitos de nuestra realidad perceptible (y aún de la que no nos resulta evidente a primera vista, como es el ámbito de la realidad espiritual). Si queremos conocer a Dios hemos de empezar sabiendo que Él es el creador de todas las cosas. También Juan, el más teológico de todos los evangelistas, coloca la persona del Logos Creador al comienzo mismo de su Evangelio (Jn. 1:1-3). Hay un énfasis total en la Persona divina que ejecuta todos los planes de la creación de Dios. En esta declaración la realidad plural de Dios es puesta de manifiesto, sin menoscabo alguno de la importante doctrina de la unicidad de Dios (ese texto concreto es muy cuidadoso en decirnos que «por medio de Él fueron hechas todas las cosas»; si solamente dijera «por Él», estaría excluyendo la participación de Dios el Padre en la obra de la creación). También el autor de Hebreos coloca esa doctrina al comienzo mismo de su epístola, y comienza su «capítulo de la fe», con la importante declaración de que el verdadero «conocimiento» acerca de la creación depende exclusivamente de la fe en Dios (no de ningún logro de la ciencia humana). Y en la solemne visión del Apocalipsis, el Dios Todopoderoso es adorado como el Creador: «Señor, digno erres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap. 4:11). La obra creativa de Dios juega un papel muy relevante en la presentación bíblica de Dios, mostrándonos las credenciales de su poder y su gloria.

Esta doctrina ha sido parte muy significativa de la fe, la enseñanza y la predicación de la Iglesia. El artículo primero del Credo de los Apóstoles dice: «Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Aunque esta referencia a la creación divina no aparece en la primera formulación del Credo, siendo incorporada algo más tarde, es muy significativo que fuese considerada lo suficientemente importante como para ser incluida en la más primitiva expresión del Credo cristiano.


4.1   UNA «CREACIÓN DE LA NADA»

La acción de crear (este verbo puede expresarse en formas sinónimas o similares por un amplio conjunto de verbos, tanto en el idioma hebreo como en el griego, pero la forma básica y fundamental la expresan los verbos bará, en hebreo, y ktízo, en griego, identificados con los números 1254 y 2936, respectivamente, de la Concordancia Strong), que Dios lleva a cabo en los orígenes de los cielos y la tierra, comporta la idea exclusiva de «creación de la nada», sin la utilización de ningún tipo de materiales preexistentes, lo que no significa que toda la obra creativa de Dios fuese directa e inmediata, en un solo acto. Pero todo lo que existe ahora se originó con el acto de Dios de traerlo a la existencia, sin dar forma a ningún tipo de elemento que pudiera existir independientemente de Él. Los dos verbos citados, pueden expresar otros matices diferentes, pero estos otros usos admisibles en el lenguaje no excluyen este sentido radical de «creación de la nada» (o también en la conocida fórmula latina «ex nihilo»). El término bará (cuya etimología originaria sugiere la acción de “cortar” o “partir”) aparece en el A.T. treinta y ocho veces usando un radical qal, y diez veces un radical nifal. Sólo una vez aparece la forma nominal creación, en Núm. 16:30. Estos radicales qal y nifal sólo son utilizados para referirse a Dios, nunca a seres humanos, por lo que estas formas verbales enfatizan lo especial de la obra de Dios, en contraste con la forma humana de hacer objetos procedentes de materiales ya existentes. También debe señalarse que bará nunca aparece con un acusativo, lo cual apuntaría hacia un objeto preexistente sobre el cual el Creador habría moldeado algún aspecto nuevo. Esta idea, singularmente bíblica, de la creación «ex nihilo» también se puede encontrar en varios pasajes del N.T., donde el objetivo principal no es hacer una declaración sobre la naturaleza de la creación. En particular, hay varios pasajes que aluden al comienzo del mundo o al inicio de la creación:

  • “Desde la fundación del mundo” (Mt. 13:35; 25:34; Lc. 11:50; Jn. 17:24; Ef. 1:4; Ef. 1:4; Heb. 4:3; 9:26; 1 P. 1:20; Ap. 13:8; 17:8).
  • “Al principio” (Mt. 19:4; 19:8; Jn. 8:44; 2 Ts. 2:13; 1 Jn. 1:1; 2:13-14; 3:8).
  • “Desde el principio del mundo” (Mt. 24:21).
  • “Al principio de la creación” (Mr. 10:6; 2 P. 3:4).
  • “Desde el principio de la creación que Dios hizo” (Mr. 13:19).
  • “Desde la creación del mundo” (Rom. 1:20).
  • “Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra” (Heb. 1:10).
  • “El principio de la creación de Dios” (Ap. 3:14).

Sobre estas expresiones, Werner Foerster, en el Diccionario Teológico del N.T., de Kittel, Friedrich y Bromiley, comenta que «estas frases muestran que la creación implica el principio de la existencia del mundo, sin que existiera materia previa». El verbo ktízo (crear, fundar) en sí mismo no establece la «creación ex nihilo», como tampoco lo hace bará; no obstante todos estos usos argumentan a favor de un significado específico más allá de un simple moldear, hacer o dar forma. También es significativo señalar que otros usos de ktízo se prestan al significado de originar de la nada. Por ejemplo, se usa para expresar la fundación de ciudades, juegos, casas y sectas, siendo «el acto intelectual y de voluntad básico mediante el cual algo nace».

Como señala Millard Erickson, en su Teología Sistemática: «En el N.T. podemos encontrar varias expresiones más explícitas de la idea de crear de la nada. Leemos que Dios hace que existan las cosas mediante su palabra. Pablo dice que Dios “llama las cosas que no son como si fueran” (Rom. 4:17). Dios mandó: “que de las tinieblas resplandeciera la luz” (2 Cor. 4:6). Esto sugiere que este efecto se produce sin el uso de una causa material previa. Dios creó el mundo con su palabra “de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb. 11:3). Aunque se podría argumentar que lo que hizo Dios fue utilizar una realidad invisible o espiritual como materia prima desde la cual formó la materia visible, esto parece una idea artificial y forzada».

Wayne Grudem, también en su Teología Sistemática, hace una interesante observación: «Si fuésemos a negar la creación a partir de la nada tendríamos que decir que algo de la materia siempre ha existido y que es eterno como Dios. Esta idea pondría en tela de juicio la independencia de Dios, su soberanía y el hecho de que sólo a Él se le debe adoración; si había materia aparte de Dios, ¿qué derecho inherente tenía Dios de gobernarla y usarla para su gloria? ¿Y qué confianza podríamos tener de que todo aspecto del universo a la larga cumplirá los propósitos de Dios, si hubo alguna parte del mismo que Él no creó?». Y continua: «El lado positivo del hecho de que Dios creó de la nada el universo es que el universo tiene significado y propósito. Dios, en su sabiduría, lo creó para algo. Debemos tratar de entender ese propósito y usar la creación de maneras que encajen en el mismo, es decir, dar gloria a Dios. Es más, siempre que la creación nos da gozo (ver 1Tim. 6:17), debemos dar gracias a Dios que la hizo».

Otra importante puntualización de Grudem debe ser tenida muy en cuenta: «Cuando decimos que el universo fue “creado de la nada”, es importante guardarnos contra un posible malentendido. La palabra “nada” no implica algún tipo de existencia, como algunos filósofos aducen que quiere decir. Queremos expresar más bien que cuando Dios creó el universo no usó ningún tipo de material previamente existente». Es decir, no coexistía con Dios ningún tipo de sustancia espiritual, material, energética o del tipo que sea que Él modificara o moldeara  de algún modo para crear algo distinto, como hace cualquier artista humano con su obra.


4.2   LA CREACIÓN: UNA OBRA DEL DIOS TRINO

Es importante enfatizar que la creación es obra del Dios trino. Este aspecto es explícitamente revelado en el N.T. aunque también es sugerido de forma significativa en el A.T. Como también lo expresa Millard Erickson: «Un gran número de referencias del Antiguo Testamento al acto creativo lo atribuyen simplemente a Dios, más que al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo, porque las distinciones de la Trinidad todavía no habían sido reveladas completamente (por ejemplo, Gn. 1:1; Salmo 96:5; Is. 37:16; 44:24; 45:12; Jer. 10:11-12). Sin embargo, en el Nuevo Testamento, encontramos diferenciación. 1 de Corintios 8:6, que aparece en un pasaje donde Pablo discute lo apropiado de comer comida que ha sido ofrecida a los ídolos, es particularmente instructiva. Para diferenciar a Dios de los ídolos, Pablo sigue el argumento de varios pasajes del Antiguo Testamento: Salmo 96:5; Isaías 37:16; Jeremías 10:11-12. El meollo de estos pasajes del Antiguo Testamento es que el verdadero Dios ha creado todo lo que hay, mientras que los ídolos son incapaces de crear nada. Pablo dice: “Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos, y un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros también existimos.” Pablo está incluyendo al Padre y al Hijo en el acto de la creación, y sin embargo también los está diferenciando uno de otro. El Padre aparentemente tiene la parte más destacada; es la fuente de la que proceden todas las cosas. El Hijo es el medio o el agente de todas las cosas. Aunque la creación fue principalmente obra del Padre, el Hijo es a través de quién se llevó a cabo. Hay una afirmación similar en Juan 1:3: todas las cosas fueron hechas por medio del Hijo. Hebreos 1:10 se refiere al Hijo como Señor fundador de la tierra en el principio. También hay referencias al Espíritu de Dios que parecen indicar que también estuvo activo en la creación: Gén. 1:2; Job 26:13; 33:4; Sal. 104:30; e Isaías 40:12-13. Sin embargo, en algunos de estos casos, es difícil determinar si la referencia es al Espíritu Santo o a Dios obrando mediante su aliento, ya que el término hebreo (ruach) se puede utilizar para ambos».

No hay ninguna incongruencia lógica en atribuir la obra de la creación a las tres Personas de la Trinidad (o Triunidad). Podemos pensar en una sencilla analogía en términos que nos resultan más familiares. Cuando decimos que se ha construido una casa, ¿quién lo ha hecho realmente? La casa la construye el arquitecto, quién ha trazado sus planos y calibrado toda su estructura; pero también es cierto que la casa la construye el constructor o promotor, que ejecuta los planos trazados por el arquitecto; pero también la construyen los albañiles y obreros, que colocan las vigas, los ladrillos y todo el cableado necesario. Cada protagonista, a su manera, es la causa de que exista esta casa. Según las Escrituras, fue el Padre quién dio existencia al universo, pero fueron el Hijo y el Espíritu Santo quienes le dieron forma e infundieron vida a los organismos biológicos, culminando con la creación especial del hombre, hecho “a imagen y semejanza de Dios”.

4.3   EL PROPÓSITO DE DIOS EN LA CREACIÓN

Aunque Dios no tenía ninguna necesidad de crear, lo hizo por buenas y suficientes razones, y la creación está sujeta al cumplimiento pleno de ese propósito, a pesar del gran problema del mal que ha surgido en su seno y forme parte ahora de la misma. No debemos pensar que Dios necesitaba más gloria de la que tenía en el seno de la Trinidad por toda la eternidad, ni que de alguna manera estaba incompleto sin la gloria que recibiría del universo creado. Esto sería negar la independencia de Dios e implicar que Dios necesitaba del universo creado para ser plenamente Dios. Por el contrario, debemos afirmar que la creación del universo fue un acto totalmente voluntario por parte de Dios, como proclama el Apocalipsis: «Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap. 4:114). Dios quiso crear el universo para mostrar su excelencia, deleitándose en su creación y mostrando la majestad y hermosura de sus atributos. Esto explica por qué nosotros mismos nos deleitamos tan espontáneamente en toda clase de actividades creativas: Dios nos ha hecho para que disfrutemos imitando, como criaturas, los asombrosos aspectos que envuelven toda la actividad creadora. Y uno de los más singulares aspectos de los seres humanos, único en la creación viviente, es nuestra capacidad de crear nuevas cosas. Podemos deleitarnos en estas gratificantes actividades creadoras y debemos agradecer a Dios el regalo de su pleno disfrute.

En particular, la creación glorifica a Dios llevando a cabo su voluntad. Tanto las cosas inanimadas (por ejemplo Salmo 19:1) como las animadas le glorifican. Millard Erickson hace esta interesante observación: «En la historia de Jonás vemos esto de una forma muy vívida. Todos y todas las cosas (excepto Jonás) obedecieron el plan y la voluntad de Dios: la tormenta, los dados, los marineros, el gran pez, los ninivitas, el viento del este, la calabaza y el gusano. Cada parte de la creación es capaz de cumplir los propósitos de Dios, pero cada una de ellas obedece de una forma diferente. La creación inanimada lo hace mecánicamente, obedeciendo las leyes naturales que gobiernan el mundo físico. La creación animada lo hace instintivamente, respondiendo a impulsos internos. Sólo los seres humanos son capaces de obedecer a Dios conscientemente y por propia voluntad y por lo tanto son los que más glorifican a Dios».

La creación nos muestra, primariamente, un gran poder y una infinita sabiduría, desde las mismas leyes y las extraordinariamente exactas dimensiones, medidas y constantes físicas del universo, hasta los asombrosos diseños biológicos de sistemas integrados, de una complejidad y eficiencia abrumadoras, que caracterizan todas las formas de vida que conocemos, hasta sus más pequeñas unidades bioquímicas. Todo este conjunto de evidencia nos habla de un perfecto diseño y un propósito deliberado en la constitución original de cada una de las realidades que integran el universo presente.

También queda perfectamente claro en Su Palabra que Dios creó a los hombres para Su propia gloria, como declara en Is. 43:7: «para mi gloria los he creado, los formé y los hice».

Las afirmaciones de este propósito de ser glorificado por sus criaturas es una constante en las páginas de las Escrituras. Por ejemplo, en Jeremías 10:12 se nos dice: «Dios hizo la tierra con su poder, afirmó el mundo con su sabiduría, ¡extendió los cielos con su inteligencia!». En contraste con la necedad de los hombres pecadores, que adoran los ídolos «que no valen nada» (o las fuerzas aleatorias del azar y las mutaciones, invocadas por el paganismo contemporáneo), Jeremías proclama: «La heredad de Jacob no es como ellos, porque Él es quien hace todas las cosas; su nombre es el Señor Todopoderoso» (Jer. 10:16).

Siguiendo la línea argumental de M. Erickson, podemos apuntar brevemente algunos aspectos teológicos relevantes en la doctrina bíblica del Creador:


1)      La enseñanza bíblica sobre la creación nos muestra que no hay ninguna realidad última aparte de Dios. No hay resquicio posible para alguna forma de dualismo o de materialismo. Dios trajo a la existencia toda la materia prima del universo y la dotó desde el principio de las características que quería que tuviera.

2)      El acto original de la creación divina es singularmente único y especial. El hombre puede imitar a Dios, salvando las inmensas distancias que presenta cualquier acto creativo del hombre. Pero hay una diferencia sustancial en el hecho de que el hombre siempre parte de materiales o realidades preexistentes, mientras que Dios crea de la nada. Él no está sujeto a nada externo a Sí mismo, y sus únicas limitaciones son las inherentes a su propia naturaleza y las elecciones que Él mismo ha hecho.

3)      En su origen primordial, nada es intrínsecamente malo. El mal se manifiesta en un momento posterior al de la creación original de Dios, en la rebelión de una de sus criaturas espirituales. Todo procede de Dios, y el relato de Génesis 1 afirma cinco veces que Él vio que sus actos creativos eras buenos (versículos 10, 12, 18, 21 y 25) y que al culminar su obra, después de la creación del hombre, Su valoración final es que «todo era bueno en gran manera» (v. 31). No se da pie para introducir alguna forma de dualismo, por lo que no son correctas las enseñanzas que han surgido posteriormente como la de que la materia sea intrínsecamente mala, defendida por el gnosticismo o el ascetismo. El gran «problema del mal» no se plantea en un marco dualista. Dios no puede ser la fuente del mal, ni es inductor del mal en ninguna forma, aunque sí puede utilizar el curso del mal en el cumplimiento de sus santos propósitos (como lo muestra, por ejemplo, la crucifixión de su amado Hijo).

4)      La doctrina del Creador impone una responsabilidad sobre la raza humana. El hombre no puede justificar su naturaleza y comportamiento pecaminoso culpando al ámbito de lo material. El pecado humano es un ejercicio de la libertad humana. Tampoco puede culpar al resto de la sociedad. Hay una responsabilidad personal en nuestra propia culpa.

5)      La doctrina bíblica del Creador evita menospreciar la encarnación de Cristo, y nos previene de todas las herejías históricas que han surgido alrededor de este punto.

6)      Si toda la creación ha sido hecha por Dios, hay una conexión y una afinidad entre sus distintas partes. Los efectos de la destrucción o perversión de alguna parte de la misma afecta también al resto (como sucede con las consecuencias de una desforestación salvaje o del cambio climático). Tenemos una seria responsabilidad al respecto, que nos ha sido explícitamente otorgada por Dios (Gén. 1:28).

7)      Aunque, como ya se ha expuesto reiteradamente, la obra del Creador excluye cualquier forma de dualismo, también es cierto que excluye cualquier tipo de monismo, como es el caso del materialismo, la base ideológica que sustenta todas las falsas ideas del evolucionismo contemporáneo, o cualquier modalidad de panteísmo. Los elementos individuales del cosmos son criaturas genuinas dependientes del Dios Creador, y están claramente separadas de Él; es decir, son criaturas finitas y dependientes. El pecado del hombre consiste en el mal uso de una libertad finita, buscando ser independientes, y por tanto iguales a Dios. Nuestro problema no radica, pues, en que seamos finitos. La salvación que Dios provee, en lugar de negar nuestra condición de criaturas finitas, restaura dicha condición con una nueva vida que nos es otorgada por Dios.

8) La doctrina del Creador establece las limitaciones inherentes de todas sus criaturas. Ninguna criatura o combinación de ellas podrá jamás igualarse a Dios, lo que rechaza cualquier forma de idolatría, ya sea para adorar la naturaleza, reverenciar algún ser humano o fantasía mitológica, incluyendo cualquier idea que haya surgido del corazón del hombre (como la venerada teoría de Darwin y todas las creencias que propagan sus fervientes seguidores; o igualmente cualquier otra idea totalitaria que ha esclavizado a la humanidad en su dilatada y dolorosa historia).

4.4   LA PRESENCIA DEL CREADOR EN EL NUEVO TESTAMENTO

         La doctrina acerca de la creación en el Nuevo Testamento tiene mucha mayor relevancia de la que podríamos atribuirle intuitivamente como hemos podido comprobar, por ejemplo, en el prólogo del evangelio de Juan. Para los términos que hemos seleccionado en nuestra investigación (ver más adelante nuestra Concordancia de términos creacionales en el N.T.), hemos constatado su formulación en al menos 21 de los 27 libros del N.T., pero con criterios más rigurosos su ámbito de influencia es aún mayor (véase, por ejemplo, Flp. 2:6; 1 Tes. 5:5; o 2 Tim. 1:9). Como bien señala S. Stuart Park: «el empleo metafórico de las palabras resulta esencial incluso desde el punto de vista práctico de la comunicación humana. Si las palabras no tuviesen la capacidad de desdoblarse, de participar de distintas acepciones según contexto e intención, es decir, de multiplicar su significado como por arte de magia, ningún ser humano sería capaz de dominar todo el léxico que requeriría la descripción de los fenómenos, conceptos y sentimientos en los que a diario estamos inmersos». Pero este efecto multiplicador y expansivo de las palabras no queda restringido a un ámbito poético o de comunicación cotidiana; en el ámbito espiritual tiene también una relevancia de primer orden. Sin negar en modo alguno la realidad de los hechos históricos relatados por Dios mismo (¿quién, sino, nos ha dado a conocer el relato inspirado de Génesis 1?), sino más bien confirmando su genuina y relevante autenticidad, el profundo semillero de palabras del hontanar de esa narración primigenia se va expandiendo por todo lo largo y ancho de la Revelación bíblica, donde se narra el intenso drama de la Redención que tuvo su origen, precisamente, en el huerto del Edén, y que desemboca en una dolorosa tragedia de dimensiones cósmicas y eternas. Pensemos, por ejemplo, el sentido que tienen para los apóstoles Juan o Pablo términos como «mundo», «carne» o «Adán».

Los acontecimientos del Edén son decisivos en el desarrollo de la obra de la Redención, como subrayan decisivamente la enseñanza y la obra de Jesús en favor nuestro, y toda la doctrina apostólica. Nuestros verdaderos antepasados, la mujer y el hombre creados por Dios, de forma deliberada y consciente, han cuestionado la palabra de Dios, el Logos divino, y han ejercitado su propia voluntad para desobedecer el único mandamiento que Dios les había impuesto. El pecado hace acto de presencia en el mismo paraíso terrenal santificado por Dios, y se cumple inexorablemente la sentencia divina establecida en el Código Penal de Dios, claramente expuesto con anterioridad a Adán, que siglos más tarde Pablo reformularía en la conocida sentencia: «la paga del pecado es la muerte» (Rom. 6:23).

La caída del hombre en el pecado tiene lugar, exactamente, en el escenario terrenal, y dada la singular naturaleza de Adán, creado a imagen y semejanza de Dios, y su privilegiada posición como virrey de la creación en la tierra, tiene consecuencias cósmicas y eternas, que ya fueron conocidas y previstas por Dios antes de la creación del mundo, y por ello la caída en el pecado es el origen y razón de ser de toda la historia de Redención que tenemos en las Escrituras.

Hoy día, la idolatría darwinista ha reeditado el antiguo drama edénico, restableciendo la postrera versión del engaño satánico («¿con que Dios os ha dicho…?»), y cuestionando no sólo la palabra, sino también la existencia de Dios mismo. Nuevamente se impone el viejo camino seductor de la ambición y el orgullo humanoseréis como dioses…»), para elegir el destino de una supuesta libertad, que no es otra cosa que el trágico sendero hacia la perdición abierto por primera vez en el mismo paraíso de Dios.

Las consecuencias de esta gran batalla por los orígenes son de enorme importancia. Baste decir que hoy día el naturalismo (postura filosófica que sustenta la creencia de que las leyes naturales son la realidad última del universo) se ha convertido en la religión mayoritaria de los países occidentales, reemplazando al cristianismo. No es, pues, de extrañar que el testimonio cristiano en los países que en un pasado fueran bendecidos con el evangelio de la gracia de Dios, ahora esté en franca decadencia, especialmente en Europa.

  • No resultaría nada sorprendente que ésta fuera, al menos en parte, la gran apostasía de la que Pablo habló en 2 Tes. 2:3 y 1 Tim. 4:1. Pero esta tendencia espiritual de nuestro entorno no debería llevarnos a un pesimismo paralizante; apuntemos algunas razones para ello:
  • La rebelión humana nunca podrá coger desprevenido a Dios. La ira judicial de Dios, como muestran los pasajes proféticos, especialmente el Apocalipsis, cortará en seco esta creciente rebelión mediante la Segunda Venida del Hijo, quién juzgará las naciones y las someterá con vara de hierro (Salmo 2). La victoria final de Dios nunca puede peligrar.
  • La idea que la teoría de la evolución fue la gran aportación científica de Darwin es históricamente falsa, como veremos seguidamente.
  • Todos los grandes credos y confesiones de fe de la Iglesia, a lo largo de los dos últimos milenios, descansan en la fe inquebrantable en el Dios Creador y Redentor que se nos revela en las Santas Escrituras, desafiando las creencias evolucionistas propias de cada época histórica.
  • Consecuentemente con todo ello, la Iglesia cristiana, a lo largo de la historia, ha mantenido unas convicciones plenamente creacionistas y siempre ha luchado contra las ideas evolucionistas, propias del mundo incrédulo, en cada etapa histórica.

Aunque ningún ser humano ha sido testigo de los acontecimientos narrados en el primer capítulo del Génesis, no podemos caer en el mismo error que Jesús denunció ante los incrédulos saduceos: «erráis ignorando las Escrituras y el poder de Dios» (Mt. 22:29).

El Nuevo Testamento (como también lo es el Antiguo) es unánime al mostrarnos en todo su esplendor la gloria del Dios de la creación y la grandeza de su obra. Por otro lado, el poder creador de Dios es abrumadoramente manifiesto en los evangelios y ningún cristiano tiene excusa para no reconocerlo: allí vemos todos los milagros de sanidad efectuados por Jesús, la conversión del agua en vino, la multiplicación de los panes y los peces, el poder de cortar en seco violentas tempestades o de caminar sobre las aguas del mar, la resurrección de Lázaro o el más grande de todos los milagros: la resurrección del Señor Jesucristo. Vale la pena insistir en que ninguno de tales hechos precisó de vastísimas eras geológicas para llevarse a cabo; todos ellos sucedieron en tiempo real, en nuestras propias coordenadas espacio-temporales, y la práctica totalidad de ellos, exceptuando su propia resurrección, se efectuó públicamente, en presencia de numerosos testigos humanos; ¿por qué debemos suponer, entonces, que a Dios debería costarle mayor esfuerzo crear el cosmos y nuestra biosfera al principio?

Pensemos por unos momentos en el primer y último milagro que realizó Jesús durante su ministerio terrenal, tal como Juan los consignó en su evangelio, al margen de los dramáticos acontecimientos en la semana de la pasión.

Podemos estar seguros que el maestresala, en las bodas de Caná de Galilea, y sus ayudantes, no pudieron dormir aquella noche preguntándose quién era realmente Jesús el carpintero, el hijo de María. Ella se percató de su apurada situación durante la fiesta, al quedarse sin existencias de vino, y corrió a decírselo a su hijo quién ordeno, de forma discreta, que llenasen de agua sus ánforas vacías. Sin embargo, el líquido que derramaron posteriormente en cada copa no era agua cristalina sino el más exquisito vino que probaran en su vida unos labios humanos. Estaban aturdidos por la sorpresa. ¿Podría ser aquel hombre el Mesías del que hablaban los profetas? Sólo el Dios que hizo los cielos y la tierra tendría poder para hacer una señal semejante. Si lo reflexionamos en términos del siglo XXI, hemos de concluir igualmente que ningún darwinista contemporáneo podría racionalizar este milagro. Sabemos perfectamente que ninguna vasija de barro produce reacciones de fusión o desintegración nuclear, y no hay ninguna ley natural conocida que pueda transmutar átomos de hidrógeno o de oxígeno en átomos de carbono, componente indispensable del alcohol etílico, todo ello en menos de una hora. Sencillamente, no hay ninguna «explicación científica» para tal acontecimiento, ni hay forma de borrarlo de la memoria: nadie hubiera podido persuadir a los habitantes de Caná de Galilea que el mejor vino que nunca probaron no era más que simple agua de la fuente.

El poder del Logos Creador fue también mostrado decisivamente, en toda su gloria y esplendor, al final de su ministerio, pocos días antes de producirse el milagro más grande de la historia humana. Podemos estar seguros que la primitiva iglesia de Jerusalén se nutrió de muchos testigos oculares de la resurrección de Lázaro, como Juan consigna en su testimonio escrito: «entonces muchos de los judíos que… vieron lo que había hecho Jesús, creyeron en Él» (Jn. 11:45). Jesús no era un desconocido para ellos cuando lo vieron regresar a Betania, cuatro días después de la muerte de Lázaro: el rabí galileo había mostrado señales evidentes y poderosas, evidenciando un indiscutible poder para sanar toda clase de enfermedades graves o incurables, como todos sabían muy bien. Precisamente por saber esto, todos lamentaron amargamente su retraso para detener la catástrofe irreversible que segó la vida de su buen amigo Lázaro (Jn. 11:37). Por fin llegaba a Betania, pero ya era demasiado tarde y no había otra cosa que hacer que dar el pésame a sus desconsoladas hermanas. Tampoco la ciencia del siglo XXI podría hacer absolutamente nada con un cadáver de cuatro días (sin haber podido aplicarle técnicas de crioconservación), aparte de realizar una autopsia, aunque pudiesen colocarlo en el quirófano mejor equipado del mundo. Es cierto que hay una abundante literatura clínica de experiencias cercanas a la muerte, donde se han constatado numerosas experiencias de resucitación, pero no era este el caso (y Jesús se preocupó de evidenciar este punto, con su deliberada demora para responder a la urgente petición de ayuda). Es muy interesante la descripción que hace de este caso el doctor Augusto Cury, médico psiquiatra, quien apunta lo siguiente:

«¿Qué se puede hacer por una persona en estado de putrefacción? Después de quince minutos de paro cardíaco, sin maniobras de resucitación, el cerebro queda lesionado de manera irreversible, comprometiendo áreas nobles de la memoria. Esta situación puede ocasionar un alto grado de deficiencia mental, pues mucha información se desorganiza, impidiendo que los cuatro grandes fenómenos que leen la memoria y construyen las cadenas de pensamientos sean eficientes en esta magna tarea intelectual.

»Si quince minutos sin irrigación sanguínea son suficientes para lesionar el cerebro, imagínese que ocurre después de cuatro días de haber muerto, como en el caso de Lázaro. ¡No había nada más que hacer!

»Todos los secretos de la memoria de ese hombre se habían perdido de manera irreparable. Billones, trillones de datos contenidos en el tejido cerebral y que sostenían la construcción de su inteligencia, se habían vuelto un caos. No había más historia de vida ni personalidad. Lo único que se podía hacer era intentar consolar el dolor de sus dos hermanas.

»Todas las veces en que parecía no haber nada más que hacer, se aparecía el Maestro de la vida, sobrepasando las leyes de la biología y de la física. Cuando todo el mundo estaba desesperado, Él reaccionaba con tranquilidad…

»Quitada la piedra del sepulcro, Él se aproximó sin importarle el espanto de las personas. Manifestando el poder incomprensible de quién está por encima de las leyes de la ciencia, ordenó que Lázaro saliera del túmulo. Y para perplejidad de todos, un hombre envuelto en ataduras obedeció la orden y vino inmediatamente al encuentro de Jesús. Billones de células nerviosas ganaron vida. Las conexiones físico-químicas que ordenan las informaciones en el cerebro se reorganizaron. El sistema vascular se repuso. Los órganos fueron restaurados, el corazón volvió a latir y la vida recomenzó a fluir en todos los sistemas de aquel cadáver.

»Nunca en la historia hasta el día de hoy, una persona clínicamente muerta, cuyo corazón dejó de bombear sangre durante varios días, recuperó la vida, la memoria, la identidad y la capacidad de pensar, como en el caso de Lázaro. Jesús era verdaderamente un hombre, pero concentraba dentro de sí la vida del Creador. Para Él no había muerte: todo lo que tocaba ganaba vida. ¿Qué hombre es ese que hace cosas que, ni en sus más profundos delirios, la medicina sueña realizar?» («El Maestro de la vida», pág. 17-19).

Sólo hay una conclusión coherente y razonable para explicar todos estos desconcertantes hechos: Jesucristo, el Logos encarnado, es realmente la Resurrección y la Vida (Jn. 11:25).

Aunque el poder sobrenatural de Jesús escapa por completo a nuestra comprensión intelectual, la evidencia de dicho poder es incuestionable. Por dicho poder estamos persuadidos de que «los muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tes. 4:16); nuestra propia resurrección depende de ese mismo poder del Logos Creador y Redentor, no de imposibles y tortuosos azares evolutivos. Y por ese mismo gran poder llamará a la existencia un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21:1). Ningún creyente quedará frustrado aguardando ansiosamente el transcurso de millones de años para que la evolución (¿quién es ella?) culmine sus azarosos juegos malabares tratando de perfeccionar novedosos organismos biológicos, capaces de albergar nuestros espíritus humanos, que seguirían deambulando, mientras tanto, no en un inexistente limbo católico, sino en otro aún más inverosímil limbo darwinista.

Para cualquier cristiano regenerado, que ha nacido de nuevo, es perfectamente obvio que el poder de Jesucristo, fehacientemente acreditado, es la garantía absoluta de nuestra resurrección, y no la vacua y tediosa charlatanería darwinista, tan carente de poder como los ídolos paganos antiguos, labrados en piedra o madera por manos humanas (Sal. 1145:4-8).

No podemos obviar la omnipresente realidad del mal en nuestro mundo y nuestras vidas, cuya presencia en todas las épocas de la historia es terriblemente dolorosa y contradictoria. Para los feligreses de la teoría de la evolución es un elemento intrínseco y necesario en el «progreso» de la vida y la supervivencia de las especies. Pero para el cristiano, el mal y la muerte son distorsiones absolutas del plan de Dios, provocadas por nuestra caída en el pecado, originada en la desobediencia de nuestros primeros padres humanos en el huerto del Edén. Pero ese drama histórico y personal ha llegado a resolverse plenamente en Cristo, quién es el Logos Creador y Redentor.

Sobre este último punto cabe llamar la atención de un importante rasgo distintivo y característico del N.T. Sin duda alguna, estas dos realidades tan profundamente contradictorias de nuestra naturaleza humana (por un lado, hemos sido creados «a imagen y semejanza» de Dios, para disfrutar la plenitud de la vida en íntima comunión con nuestro Hacedor, y en gozosa adoración a su Nombre; pero por otro lado, sufrimos la trágica realidad del mal, en todas sus manifestaciones posibles, hallándonos en un estado de «muerte espiritual», que nos ha expulsado de la presencia de Dios, a quien el hombre aborrece, permaneciendo completamente ciego a todas las evidencias que muestran la grandeza de su poder y de su gloria incomparable), convergen de tal forma en el N.T. que una y otra vez la Creación y la Redención aparecen juntas, profundamente vinculadas de forma indisociable, en la mayor parte de textos cristianos que aluden a los hechos de la creación. Esta notable asociación es observada por Cullmann, quien comenta: «La revelación de Dios ocurre por primera vez en la Creación. Por eso, la Creación y la Salvación están tan íntimamente relacionadas en el Nuevo Testamento. Las dos tienen que ver con la revelación de Dios».

4.5   UNA VISIÓN SUCINTA DEL PENSAMIENTO CREACIONISTA ACTUAL

Debemos distinguir y dejar constancia de las tres principales posturas cristianas sobre los orígenes, en estos momentos.

La postura creacionista tradicional de la iglesia, que actualmente se identifica también como el «creacionismo de la tierra joven», reconoce la creación de la biosfera en el transcurso de seis días literales y con una historia que no alcanza los 10.000 años de antigüedad.

No obstante, muchos cristianos, intimidados por los «datos científicos» (aunque sería mejor hablar de las creencias metafísicas de la ciencia moderna), se decantan por un creacionismo progresivo, también identificado como «creacionismo de la tierra vieja» (acorde con la usual datación estándar de las “eras geológicas”), que si bien reconoce la intervención del Creador en el diseño del mundo viviente, y admite la creación separada de los grandes grupos biológicos, registrada en el libro del Génesis, tiene mayores y evidentes dificultades para encajar los datos bíblicos de importancia fundamental relativos a la caída del hombre en el pecado, y todas sus funestas consecuencias posteriores, al postular un pasado terrestre lleno de hechos violentos y catástrofes naturales, que la Biblia siempre atribuye a las consecuencias del pecado humano, y no a las consecuencias de un hipotético desarrollo evolutivo.

Finalmente tenemos la postura más ecléctica, conocida como «evolucionismo teísta», que trata de armonizar los datos bíblicos y científicos con todos sus axiomas filosóficos usualmente aceptados, lo que constituye el paradigma de la mentalidad científica contemporánea. Debería resultar obvio que una postura que demanda reinterpretar de manera radical y absoluta el fundamento de las Escrituras, reduciendo a la mínima expresión el poder de Dios (si es que el dogma evolucionista le admite ostentar alguno, aunque sólo sea a efectos de discusiones académicas), no puede acomodarse bien en una zona intermedia del debate. Jesús mostró bien claro que nadie puede servir a dos señores a la vez (Mat. 6:24; el argumento queda inalterado si intercambiamos el concepto de «riquezas» con el de «prestigio social del reconocimiento científico»). A estas alturas ya no es sorprendente la constatación de un «cristianismo darwinista», que pone el acento en la “iluminación intelectual”, propiciando un conocimiento superior (no la piedad, la santidad cristiana o el conocimiento reverente de la Verdad) en virtud de los visibles esfuerzos de un neo-gnosticismo moderno.

Por muy lejos que un investigador (creyente o no) pueda llevar sus razonamientos científicos o filosóficos, debe admitir que los mejores resultados que alcance a obtener en su investigación, vendrán condicionados por las premisas de partida. El materialista no tendrá más remedio que asumir la eternidad de la materia y un sinfín de “milagros” inverosímiles (cuyos pasos cruciales vulneran forzosamente las leyes de la física y la química en varios puntos críticos), para explicar de alguna forma la gran riqueza y diversidad del mundo actual (algo así como que «nada por nadie es igual a todo»).

Evidentemente, se requieren grandes dosis de «fe» para fiarlo todo en los axiomas materialistas. El creyente, sin embargo, ha de depositar su fe por completo en el Cristo de la Biblia, no sólo como Redentor y Salvador, sino también, y no en menor grado, como Creador. Es imposible aceptar su soberanía como Redentor y rechazarla o cuestionarla como Creador, por muchos prejuicios científicos que puedan alegarse. La revelación de Dios siempre prevalece sobre las opiniones falibles y engañosas del corazón humano (no sólo de su mente), profundamente entenebrecido por el pecado y por ello pertinazmente engañoso (Jer. 17:9). «Sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb. 11:6). Por ello, el autor de Hebreos comienza su honrosa lista de los héroes de la fe con estas significativas palabras: «Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (Heb. 11:3).

El asunto crítico es dilucidar cuál de estas dos «fes» es la más razonable y coherente, no sólo para explicar las realidades objetivas de nuestro mundo, sino también para confiar en ella nuestro destino eterno. Es cierto que los «creacionistas de la tierra joven» somos, en este sentido, unos «herejes científicos», al menos en cierto grado, pero anteponemos a todo el valor de la mentalidad y herencia científica la primacía de las Escrituras inspiradas y nuestra confianza plena en el poder absoluto de Dios. El Logos Creador y Redentor es, por ello, la razón suprema de nuestra existencia y a quién entregamos nuestra completa confianza por la salvación que nos ofrece y su clara revelación de la verdad fundamental que necesitamos conocer.

Muchos hombres, orgullosos y altivos en sus razonamientos, seguirán proclamando cansinamente que Dios no existe, como ese pobre hombre llamado Stephen Hawking, pero los creyentes tenemos seguridades y certezas de las que ellos carecen, y podemos responder gozosamente: «Maranata» (el Señor viene).

4.6   SOBRE LA CONTROVERSIA CIENTÍFICA

Aunque la investigación plasmada en este Cuaderno se centra en las Escrituras, considero oportuno efectuar una recomendación para los lectores interesados en los avances de la investigación científica actual.

Si el lector posee conocimientos científicos básicos, al menos para seguir la lectura de artículos de divulgación científica, y desea tener una perspectiva creacionista de la investigación científica de vanguardia, prácticamente en tiempo real, tiene a su disposición un potente arsenal de reseñas y comentarios en todos los campos de investigación afines al ámbito de los orígenes, y muy especialmente en el terreno de la bioquímica y la biología molecular, que podemos afirmar, sin exagerar, que se hallan en pleno apogeo de su edad de oro. Puede acceder fácilmente a este blog pulsando en este enlace: «SEDIN - Notas y Reseñas», y aparecerá el último artículo publicado. En la parte derecha de la pantalla, descendiendo por la barra vertical, aparecen las pestañas desplegables de mes de publicación, y más abajo las pestañas temáticas, donde podrá buscar rápidamente cualquier tema científico de su particular interés. Una vez inicie su lectura, seguramente se sorprenderá al ir comprobando el abismo radical que divide el mundo pragmático de la investigación real y el de las especulaciones filosóficas naturalistas, propias de la darwinolatría posmoderna, probablemente tan insalvable como el que separaba el destino final del rico y Lázaro en la enseñanza de Jesús.

Este blog de documentación creacionista posiblemente sea de los más completos y documentados que pueda encontrar un internauta en lengua española. En estos últimos meses está teniendo una difusión extraordinaria, y al momento de escribir estas líneas ha superado ya el umbral de las seiscientas visitas diarias.

Para que el lector se haga una mínima idea de su contenido, reproduzco los comentarios del artículo «Descubrimiento de más maravillas de la reparación del ADN», publicado el 15/10/2010. Después de enterarnos con asombro de que «en un día bueno, alrededor de un millón de bases de ADN en una célula humana resultan dañadas», o que un complejo proteínico gigante, cuyo peso equivale a 400.000 unidades de masa atómica, se ocupa de reparar las roturas dobles (roturas simultáneas en un mismo punto de las dos cadenas del ADN), el autor de la reseña, el bioquímico David Coppedge, comenta lo siguiente:

«La actual supervivencia del darwinismo en el ambiente de la moderna biología celular y genética molecular es un tributo a la capacidad humana de aferrarse a un dogma mucho más allá de cualquier utilidad que pueda haber tenido o que se le pueda haber atribuido. El darwinismo puede haber hecho parecer a los racistas victorianos del Imperio Británico del siglo 19 que tenían algo sustancial entre manos. Puede haber llevado a ciertos tiranos racistas totalitarios a justificar sus atrocidades con un barniz de credibilidad científica. Todo esto sucedía antes de 1951, año en el que se descubrió que la base de la herencia involucraba un lenguaje codificado. Poco después, Crick descubrió que un código es traducido a otro código mediante unos complejos dispositivos de lectura y traducción. Ahora, en el siglo 21, conocemos sistemas completos de máquinas moleculares destinados a preservar el código, y códigos sobre códigos para regular los códigos.

»Darwin no realizaba programación informática. Los principios del software estaban sólo comenzando a ser elaborados por Babbage en aquellos tiempos. Darwin no sabía nada de redes y códigos ni de roturas de cadena doble, ni de maquinarias BRCA2 listas para reparaciones de emergencia, ni de otros complejos mecanismos operando incluso en las bacterias, que a su parecer eran unos simplísimos y diminutos grumos de protoplasma, y que han resultado ser más complejos que ninguna máquina fabricada en Gran Bretaña. ¿Por qué hemos de aferrarnos a una perspectiva anticuada y decimonónica acerca de la vida que surgió de unas mentes ansiosas de excluir la causa inteligente del origen y de la naturaleza de la vida? Necesitamos una biología de la Edad de la Información, donde se conocen muy bien las causas inteligentes. La inteligencia, y exclusivamente la inteligencia, explica el origen de los códigos, de los mensajes, del software, de las rutinas de corrección de errores, de las redes y de los sistemas jerárquicos en que están estructurados todos los elementos mencionados. El darwinismo está objetivamente hundido. La orquesta darwinista sigue tocando mientras el Titanic del materialismo se hunde irremisiblemente tras su choque con la realidad. Es necesario proceder a una gran curación después de todo el estropicio histórico realizado bajo las perspectivas materialistas y ateas».

4.7   LAS IDEAS EVOLUCIONISTAS EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA

El concepto de evolución de las especies vivientes no es un descubrimiento original de Darwin, como mucha gente cree. La cultura clásica era intensamente evolucionista, aunque sus concepciones no se desarrollaban generalmente a partir de la evidencia científica sino por el razonamiento filosófico, que tenía un gran arraigo en la Grecia clásica, dando origen a un sistema generalizado de creencias evolucionistas cuya naturaleza es prácticamente idéntica a la cultura popular de nuestros tiempos. Sorprendentemente, no faltaron personajes cultos de la antigüedad (como es el caso de Galeno) que llegaron a conocer el testimonio del pensamiento creacionista judío, proclamado en las Sagradas Escrituras. Realmente, no hay nada nuevo bajo el sol…

Las ideas sobre una evolución biológica tuvieron un profundo desarrollo en la antigüedad clásica. Los filósofos griegos fueron los primeros en buscar una explicación natural al origen del mundo. Las concepciones cosmogónicas de la escuela jónica (siglo VI aJC) tienen una gran similitud con las ideas evolutivas modernas. Todas expresan la idea de una evolución natural y continua del mundo, aunque cada autor apuntaba su propio “elemento primordial” de partida: para Tales de Mileto los seres vivos se habían formado por condensación del agua; para Anaxímenes, del aire; para Anaximandro, el fuego; etc. Heráclito de Éfeso sostenía que toda existencia está en continuo cambio.

Los integrantes de la escuela de los “atomistas” (Anaximandro, Empédocles, Demócrito y Epicuro) sostenían que el sol, la tierra, la vida y finalmente el ser humano, habían ido apareciendo a lo largo del tiempo sin ninguna intervención divina.

Las ideas de muchos de estos hombres se transmitieron a lo largo del tiempo y volvieron a resurgir más tarde, siendo asimiladas por el pensamiento europeo en siglos recientes.


ANAXIMANDRO (611 – 547 a JC)

Afirmaba que los peces fueron los primeros seres vivos, formados del barro, y con el tiempo fueron cambiando de costumbres transformándose gradualmente en hombres.

DEMÓCRITO (460 – 371 aJC)

“Todo lo existente son combinaciones fortuitas de átomos”.

EMPÉDOCLES (alrededor de 450 aJC)

Hablaba de la aparición de mutaciones y combinaciones monstruosas. Suponía que la materia inanimada de la tierra se iba transformando en materia orgánica que adoptaba la forma de distintas partes del cuerpo: torsos, cabezas, extremidades, etc. Estas formas iban vagando por la tierra hasta que se juntaban, aunque a veces se unían partes que no correspondían, dando lugar a monstruos, que eran eliminados por la naturaleza y sólo sobrevivían las formas correctas.

ARISTÓTELES (384 – 322 aJC)

Hablaba de la preexistencia de la materia y sugería la generación espontánea. Al hablar del mono lo compara constantemente con el hombre, hasta el punto de señalar la similitud de sus órganos internos. Estableció el primer sistema de clasificación de los animales y la teoría sobre la adaptación estructural y funcional de los seres vivos al medio en el que habitan.

LUCRECIO (0 – 50 dJC)

Creía en un desarrollo de los organismos, pasando por diferentes etapas, desde la colisión de los átomos en el vacío hasta la aparición de las primeras plantas y animales, que irían evolucionando hasta su estado actual.

La tierra merece el nombre de madre… Todas las cosas proceden de la tierra y ella misma creó la raza humana” «De Natura Rerum (Sobre la Naturaleza)».

GALENO (130 – 201 dJC)

Nuestra propia opinión y la de Platón y otros griegos… difieren de la posición adoptada por Moisés. Para este último parece suficiente declarar que Dios simplemente ordenó que la materia se estructurara en su debido orden, y que así sucedió; porque él cree que todo es posible para Dios, incluso si quisiera hacer un toro o un caballo de un montón de cenizas. Nosotros, sin embargo, no sostenemos tal cosa; decimos que ciertas cosas son, de natural, imposibles, y que Dios ni siquiera intenta tales cosas, sino que él elige lo mejor de la posibilidad del devenir” («Sobre la utilidad de las partes del cuerpo», 11:14).

4.8   LOS CREDOS DE LA IGLESIA A LO LARGO DE LA HISTORIA


4.8.1   CREDO DE LOS APÓSTOLES (siglo III).

Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor; que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…

4.8.2   CREDO NICENO (325dC; revisado en Constantinopla 381 dC).

Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso: Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consubstancial con el Padre; por el cual todas las cosas fueron hechas…

4.8.3   CREDO DE CALCEDONIA (451 dC).

(Al ser un Credo cristológico, no enfatiza el tema de la creación, pero sí la Persona del Hijo, y entre otros aspectos, proclama la deidad y la preexistencia del Señor Jesucristo)

Nosotros, entonces, siguiendo a los santos Padres, todos de común consentimiento, enseñamos a los hombres a confesar a Uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; consustancial (coesencial) con el Padre de acuerdo a la Deidad, y consustancial con nosotros de acuerdo a la Humanidad; en todas las cosas como nosotros, sin pecado; engendrado del Padre antes de todas las edades, de acuerdo a la Deidad; y en estos postreros días, para nosotros, y por nuestra salvación, nacido de la virgen María…

4.8.4   CREDO ATANASIANO (siglo IV).


3. Y la fe católica es ésta: que adoramos a un Dios Trino, una Trinidad en Unidad.

6. Pero la Divinidad del Padre, la del Hijo, y la del Espíritu Santo, es todo una, la Gloria igual, la Majestad co-eterna.

8. El Padre no es creado, el Hijo no es creado, y el Espíritu Santo no es creado.

10. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, y el Espíritu Santo es eterno.

11. Y ellos no son tres eternos, pero un eterno.

12. Como tampoco existen tres incomprensibles (ilimitados), ni tres no creados, pero sí uno no creado y uno incomprensible.

13. Por lo que de la misma manera el Padre es Todopoderoso, el Hijo es Todopoderoso, y el Espíritu Santo es Todopoderoso.

14. Y tampoco son tres Todopoderosos, pero un Todopoderoso.

15. Por tanto, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios.

16. Y tampoco existen tres dioses, pero un solo Dios.

21. El Padre no es creado ni engendrado.

22. El hijo es el único del Padre, no hecho, ni creado, pero engendrado.

23. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no es hecho, ni creado, ni engendrado, pero procedente.

25. Y en esta Trinidad ninguno es antes del otro, o después del otro; ninguno es más grande, o menor que otro.

26. Pero las tres Personas completas son co-eternas y co-iguales.

27. Por lo tanto en todas estas cosas, como ya ha sido mencionado, la Unidad en Trinidad y la Trinidad en Unidad debe ser Adorada.

30. Porque la verdadera fe es, lo que creemos y confesamos, que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y Hombre;

31. Dios en la sustancia (esencia) del Padre, engendrado antes de los mundos; y hombre, en la sustancia de su madre, nacido en el mundo…


4.8.5   ARTÍCULOS DE LA RELIGIÓN (TREINTA Y NUEVE ARTÍCULOS.
Iglesia de Inglaterra, 1571).

I. DE LA FE EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Hay un solo Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes o pasiones; de infinito poder, sabiduría y bondad; el Creador y Conservador de todas las cosas, así visibles como invisibles. Y en la unidad de esta Naturaleza Divina hay tres Personas de una misma sustancia, poder y eternidad; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

II. DEL VERBO, O DEL HIJO DE DIOS, QUE FUE HECHO VERDADERO HOMBRE.

El Hijo que es el Verbo del Padre, engendrado del Padre desde la eternidad, el verdadero y eterno Dios, consustancial al Padre, tomó la naturaleza Humana en el seno de la bienaventurada virgen, de su sustancia; de modo que las dos naturalezas enteras y perfectas, esto es, Divina y Humana, se unieron juntamente en una Persona, para no ser jamás separadas, de lo que resultó un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; que verdaderamente padeció, fue crucificado, muerto y sepultado, para reconciliarnos con su Padre, y para ser sacrificio, no solamente por la culpa original, sino también por todos los pecados actuales de los hombres.

4.8.6   LA CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER (1643 – 1646).

CAPÍTULO 1: LAS SANTAS ESCRITURAS

1.     Aunque la naturaleza y las obras de creación y de providencia manifiestan la bondad, sabiduría y poder de Dios, de tal manera que los hombres quedan sin excusa, sin embargo no son suficientes para dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación…

2.     Bajo el título de «Santas Escrituras» o Palabra de Dios escrita, se contienen todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, y los cuales son como sigue:

ANTIGUO TESTAMENTO.

Génesis…

Todos estos fueron dados por inspiración de Dios para que sean la regla de fe y de conducta.

4.    La autoridad de las Santas Escrituras, por la que ellas deben ser creídas y obedecidas, no dependen del testimonio de ningún hombre o Iglesia, sino enteramente del de Dios (quién en sí mismo es la verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas porque son la Palabra de Dios…

CAPÍTULO 4: LA CREACIÓN

1.     Plugo a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para la manifestación de la gloria de su poder, sabiduría y bondad eterna, crear o hacer de la nada, en el principio, el mundo y todas las cosas que en él están, ya sean visibles o invisibles, en el espacio de seis días y todas muy buenas.

2.     Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al hombre, varón y hembra, con alma racional e inmortal, dotados de conocimiento, justicia y santidad verdadera, a la imagen de Dios, teniendo la ley de éste escrita en su corazón, y dotados del poder de cumplirla, sin embargo había la posibilidad de que la quebrantaran dejados a su libre albedrío que era mutable. Además de esta ley escrita en su corazón, recibieron el mandato de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal y mientras guardaron este mandamiento fueron fieles, gozando de comunión con Dios, y teniendo dominio sobre las criaturas.

CAPÍTULO 5: LA PROVIDENCIA

1.     Dios, el gran Creador de todo, sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande a la más pequeña, por su sabia y santa providencia, conforme a su presciencia infalible, para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia.

2.     Aunque con respecto a la presciencia y decreto de Dios, causa primera, todas las cosas sucederán inmutable e infaliblemente, sin embargo, por la misma providencia las ha ordenado de tal manera que sucederán conforme a la naturaleza de las causas secundarias, sean necesarias, libres o contingentes.

3.     Dios en su providencia ordinaria hace uso de medios; a pesar de esto, es libre para obrar sin ellos, sobre ellos, y contra ellos, según le plazca.

4.     El poder todopoderoso, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se manifiestan en su providencia de tal manera que se extiende aún hasta la primera caída, y a todos los otros pecados de los ángeles y de los hombres, y esto no sólo por un mero permiso, sino limitándolos, de un modo sabio y poderoso, y ordenándolos de otras maneras en su dispensación múltiple para sus propios fines santos, pero de tal modo que lo pecaminoso procede sólo de la criatura, y no de Dios, quien es justísimo y santísimo, por lo mismo no es, ni puede ser, el autor o aprobador del pecado.

… CAPÍTULO 6: LA CAÍDA DEL HOMBRE, EL PECADO Y SU CASTIGO

1.     Nuestros primeros padres, seducidos por la sutileza y tentación de Satanás, pecaron comiendo del fruto prohibido. Plugo a Dios, conforme a su sabio y santo propósito, permitir este pecado proponiéndose ordenarlo para su propia gloria.

2.     Por este pecado cayeron de su justicia original y perdieron la comunión con Dios, y así quedaron muertos en el pecado, y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo.

3.     Siendo ellos la raíz de la raza humana, la culpa de este pecado fue imputada a su posteridad, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se transmitieron a aquella que desciende de ellos según la generación ordinaria. …

4.8.7   LA CONFESIÓN DE FE BAUTISTA DE NUEVA HAMPSHIRE (1833).

II. EL DIOS VERDADERO

Creemos que hay un solo Dios viviente y verdadero, infinito, Espíritu inteligente, cuyo nombre es Jehová, Hacedor y Árbitro Supremo del cielo y de la tierra, indeciblemente glorioso en santidad; merecedor de toda la honra, confianza y amor posibles; que en la unidad de la divinidad existen tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, iguales éstos en perfección divina, desempeñan oficios distintos, que armonizan en la grande obra de la redención.

III. LA CAÍDA DEL HOMBRE

Creemos que el hombre fue creado en santidad, sujeto a la ley de su Hacedor: pero que por la transgresión voluntaria, cayó de aquel estado santo y feliz; por cuya causa todo el género humano es ahora pecador, no por fuerza sino por su voluntad; hallándose por naturaleza enteramente desprovisto de la santidad que requiere la ley de Dios, positivamente inclinado a lo malo, y por lo mismo bajo justa condenación a ruina eterna, sin defensa ni disculpa que lo valga.


4.8.8   FE Y MENSAJE BAUTISTA. (Convención Bautista del Sur, 1925, revisada en 1963).

II. DIOS

Hay un Dios, y solo uno, viviente y verdadero. Él es un Ser inteligente, espiritual y personal, el Creador, Redentor, Preservador y Gobernador del universo. Dios es infinito en santidad y en todas las otras perfecciones. Dios es todopoderoso y omnisciente; y su perfecto conocimiento se extiende a todas las cosas, pasadas, presentes y futuras, incluyendo las decisiones futuras de sus criaturas libres. A Él le debemos el amor más elevado, reverencia y obediencia. El Dios eterno y trino se revela a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, con distintos atributos personales, pero sin división de naturaleza, esencia o ser.

1.     DIOS EL PADRE

Dios como Padre reina con cuidado providencial sobre todo el universo, sus criaturas, y el fluir de la corriente de la historia humana de acuerdo a los propósitos de su gracia. Él es todopoderoso, omnisciente, todo amor, y todo sabio. Dios es Padre en verdad de todos aquellos que llegan a ser sus hijos por medio de la fe en Cristo Jesús. Él es paternal en su actitud hacia todos los hombres.

III. EL HOMBRE

El hombre es la creación especial de Dios, hecho a su propia imagen. Él los creó hombre y mujer como la corona de su creación. La dádiva del género es por tanto parte de la bondad de la creación de Dios. En el principio el hombre era inocente y fue dotado por Dios con la libertad para elegir. Por su propia decisión el hombre pecó contra Dios y trajo el pecado a la raza humana. Por medio de la tentación de Satanás el hombre transgredió el mandamiento de Dios, y cayó de su estado original de inocencia, por lo cual su posteridad heredó una naturaleza y un ambiente inclinado al pecado. Por tanto, tan pronto como son capaces de realizar una acción moral, se convierten en transgresores y están bajo condenación. Solamente la gracia de Dios puede traer al hombre a su compañerismo santo y capacitar al hombre para que cumpla el propósito creativo de Dios. La santidad de la personalidad humana es evidente en que Dios creó al hombre a su propia imagen, y en que Cristo murió por el hombre; por lo tanto, cada persona de cada raza posee absoluta dignidad y es digna del respeto y del amor Cristiano.


4.8.9   LA DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INFALIBILIDAD BÍBLICA (1978).

PREFACIO

La autoridad de las Escrituras es un elemento central para la Iglesia Cristiana tanto en esta época como en toda otra. …

Estamos convencidos de que el acto de negarla es como poner a un lado el testimonio de Jesucristo y del Espíritu Santo, como también el no someterse a las demandas de la Palabra de Dios que es el signo de la verdadera fe cristiana. …

UNA DECLARACIÓN BREVE

1.     Dios, que es la Verdad misma y dice solamente la verdad, ha inspirado las Sagradas Escrituras para de este modo revelarse al mundo perdido a través de Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las Sagradas Escrituras son testimonio de Dios acerca de sí mismo. (…)

4.     Siendo completa y verbalmente dadas por Dios, las Escrituras son sin error o falta en todas sus enseñanzas, tanto en lo que declaran acerca de los actos creativos de Dios, acerca de los eventos de la historia del mundo, acerca de su propio origen literario bajo la dirección de Dios, como en su testimonio de la gracia redentora de Dios en la vida de cada persona.

5.     La autoridad de las Escrituras es inevitablemente afectada si esta inerrabilidad divina es de algún modo limitada o ignorada, o es sometida a cierta opinión de la verdad que es contraria a la de la Biblia; tales posiciones ideológicas causan grandes pérdidas al individuo y a la Iglesia.

ARTÍCULOS DE AFIRMACIÓN Y DE NEGACIÓN

Artículo I.

Afirmamos que las Santas Escrituras deben ser recibidas como la absoluta Palabra de Dios.

Negamos que las Escrituras reciban su autoridad de la Iglesia, de la tradición o de cualquier otra fuente humana.

Artículo II.

Afirmamos que las Escrituras son la suprema norma escrita por la cual Dios enlaza la conciencia, y que la autoridad de la Iglesia está bajo la autoridad de las Escrituras.

Negamos que los credos de la Iglesia, los concilios o las declaraciones tengan mayor o igual autoridad que la autoridad de la Biblia.

Artículo III.

Afirmamos que la Palabra escrita es en su totalidad la revelación dada por Dios.

Negamos que la Biblia sea simplemente un testimonio de la revelación, o sólo se convierta en revelación cuando haya contacto con ella, o dependa de la reacción del hombre para confirmar su validez.

Artículo IV.

Afirmamos que Dios, el cual hizo al hombre a su imagen, usó el lenguaje como medio para comunicar su revelación.

Negamos que el lenguaje humano esté tan limitado por nuestra humanidad que sea inadecuado como un medio de revelación divina. Negamos además que la corrupción de la cultura humana y del lenguaje por el pecado haya coartado la obra de inspiración de Dios. (…)

Artículo XII.

Afirmamos que la Biblia es inerrable en su totalidad y está libre de falsedades, fraudes o engaños.

Negamos que la infalibilidad y la inerrabilidad de la Biblia sean sólo en lo que se refiere a temas espirituales, religiosos o redentores, y no a las especialidades de historia y ciencia. Negamos además que las hipótesis científicas de la historia terrestre puedan ser usadas para invalidar lo que enseñan las Escrituras acerca de la creación y del diluvio universal. (…)

Artículo XV.

Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad está basada en la enseñanza bíblica acerca de la inspiración.

Negamos que las enseñanzas de Jesús acerca de las Escrituras puedan ser descartadas por apelaciones a complacer o a acomodarse a sucesos de actualidad, o por cualquier limitación natural de su humanidad. (…)


4.8.10   LA DECLARACIÓN DE FE DE LA ALIANZA EVANGÉLICA ESPAÑOLA.

Esta es la confesión de fe que compartimos las iglesias evangélicas españolas en la actualidad, manteniendo con valor y firmeza la rica tradición de las verdades reveladas en las Escrituras y proclamadas en todos los credos cristianos históricos. El comienzo de esta Declaración de Fe señala:

La Alianza Evangélica Española basa su ser y su actuación en la siguiente Declaración de Fe:

En tanto que cristianos evangélicos, aceptamos la Revelación del Dios único en tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) dada en las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, y confesamos la fe histórica del Evangelio que se proclama en sus páginas. Afirmamos, por consiguiente, las doctrinas que consideramos decisivas para comprender la fe y que deben expresarse en amor, en el servicio cristiano práctico y en la proclamación del Evangelio:

1) La soberanía y la gracia de Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo en la creación, la providencia, la revelación, la redención y el juicio final.

2) La divina inspiración de la Sagrada Escritura en sus documentos originales y, por consiguiente, su credibilidad total y su suprema autoridad en todo lo que atañe a la fe y a la conducta.

3) La pecaminosidad universal y la culpabilidad del hombre caído que acarrean la ira de Dios y la condenación.

4) El sacrificio vicario del Hijo de Dios encarnado, único fundamento suficiente de redención de la culpabilidad y del poder del pecado, así como de sus consecuencias eternas. (…)


*      *      *      *

Sin duda, debemos dar las gracias más profundas a Dios porque el testimonio de la verdad ha sido proclamado con tal firmeza hasta nuestros mismos días, no obstante todos los desastres espirituales y todos los avatares de la historia que han apartado a multitudes de seres humanos de la fe genuina en su Creador.

Cabe preguntarnos seriamente si esta situación se mantendrá incólume hasta que el Señor regrese a nuestra tierra. Sus mismas palabras son inquietantes: «pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (Lc.18:8). La sugerencia de estas palabras proféticas apunta en la dirección de un abandono masivo de la verdad, muy superior al de cualquier época anterior. ¿No es éste uno de los síntomas notorios de nuestros tiempos? Pablo corrobora este rasgo previo a la inminente Venida del Señor: «no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar… ¡nadie os engañe de ninguna manera!, pues (el día del Señor) no vendrá sin que antes venga la apostasía y se manifieste el hombre de pecado…» (2 Tes. 2:2-3). Esta tendencia a la apostasía final se muestra más claramente en 1 Tim. 4:1: «Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, de hipócritas y mentirosos, cuya conciencia está cauterizada». Las advertencias son muy significativas y explícitamente refrendadas por el Espíritu Santo.

En base a este testimonio profético de las Escrituras, no resulta descabellado suponer que algún día podría cambiar este firme énfasis en el Dios Creador, claramente expresado en todos los credos históricos.

4.9   LA CONSIDERACIÓN DEL CREADOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

La historia de la interpretación bíblica, hasta el desarrollo de la ciencia moderna en el siglo XVII muestra un predominio incuestionable de la visión bíblica de un planeta joven. Desde los Padres de la Iglesia hasta la época de la Reforma, la posición dominante de los cristianos surge de la lectura natural de la revelación bíblica, ajustándose a lo que hoy conocemos como el punto de vista de una tierra joven.

Teófilo de Antioquía, apologista cristiano del siglo II, estudió las genealogías del A.T. (en la versión griega de la Septuaginta), y determinó que el período transcurrido desde la creación hasta la fecha de la muerte del emperador Lucio Vero, era de 5.698 años, quién falleció el 169 d.C. Según su cómputo, la creación del mundo habría tenido lugar en el 5.529 a.C. Por otra parte, el historiador Julio el Africano, del siglo III, llevó a cabo un estudio similar, llegando a la conclusión de que la creación del mundo debió ocurrir el 5.531 a.C. Dado que estos cálculos parten de la Septuaginta, debemos tener en cuenta que esta traducción agrega unos 1.500 años a la edad de la tierra respecto al texto masorético del A.T. (la edición hebrea estándar), que emplearon los reformadores y traductores de la Biblia.

Incluso Orígenes y Agustín, que toleraban cierta flexibilidad en los días del relato bíblico de la creación, ambos sostenían que la tierra sólo tenía unos pocos miles de años de antigüedad. Orígenes, en el siglo III, combatió con firmeza la posición de Celso, quién creía en un universo eterno, escribiendo lo siguiente: «Luego, (Celso) queriendo disimuladamente atacar la cosmogonía de Moisés, según la cual el mundo no tendría aún 10.000 años, sino muchos menos, se adhiere, aunque disimulando su sentir, a los que afirman ser el mundo increado» (Orígenes, Contra Celso, 119).

Notemos en la anterior cita (accesible en http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/cv3.htm), la posición contraria a la visión cristiana tradicional, que postula la eternidad de la materia. Aquí Orígenes admite explícitamente su convicción de que la tierra no alcanzaría un techo absoluto de 10.000 años.

Agustín, ya en el siglo V, escribió: «Los engañan asimismo algunos mentirosos escritos, los cuales dicen que en la historia de los tiempos se contienen muchos millares de años; siendo así que de la Sagrada Escritura consta no haber transcurrido desde la creación del mundo hasta la actualidad más de 6.000 años cumplidos» (Ciudad de Dios, cap. 11; http://www.iglesiareformada.com/Agustin_Ciudad_12.html).

El eminente teólogo escolástico Tomás de Aquino, sostuvo una interpretación rigurosamente literal del Génesis, rechazando categóricamente cualquier insinuación de que Dios se hubiera valido de alguna forma de intermediación o causa secundaria para crear la humanidad (para expresarlo en un lenguaje llano, más accesible al lector contemporáneo, negó de plano cualquier posibilidad de proceso evolutivo para la creación del hombre, como sostendría cualquier evolucionista de nuestra época). Así pudo escribir: «La primera formación del cuerpo humano no pudo proceder de una potencia creada, sino directamente de Dios» (Suma Teológica, Parte I, Cuestión 91, Art. 2; http://hjg.com.ar/sumat/a/c91.html). Igualmente sostuvo que los días de la creación eran días naturales de 24 horas: «Se dice día uno en la primera institución del día para indicar que a un día le pertenece el espacio de 24 horas. De ahí que diciendo uno quede fijada la medida del día natural» (Id. Cuestión 74, Art. 3). Para él los ángeles fueron creados a la vez que las criaturas corporales, discrepando de otros teólogos, especialmente de Jerónimo, los cuales sostenían que «los ángeles fueron creados antes que la naturaleza corpórea» (Cuestión 61, Art. 3). No obstante, a pesar de sus disensiones con Jerónimo respecto al momento de la creación de los ángeles, muestra su conformidad a la siguiente cita de Jerónimo, que reproduce textualmente: «Todavía no han transcurrido 6.000 años de nuestro tiempo (desde la creación del mundo físico)» (la cita procede del Comentario de Jerónimo a la Epístola de Tito; debe considerarse que el cálculo de Jerónimo procede también de la Septuaginta, y que ya habían transcurrido mil años desde los tiempos de Jerónimo a los de Tomás). No puede cuestionarse que hoy día Tomás de Aquino sería un firme defensor de la postura de una tierra joven.

Los reformadores del siglo XVI también sostuvieron con firmeza la postura cristiana tradicional, que hoy llamaríamos de una «tierra joven». Martín Lutero expresó: «Sabemos a través de Moisés que el mundo no existía hasta hace 6.000 años» (Lutheris Works, Jaroslav Pelikan, ed. Concordia, St. Louis, 1958). Al igual que Tomás, también sostuvo una interpretación de los días del Génesis como días naturales: «(Moisés) llama las cosas por su nombre; es decir, emplea los términos “día” y “noche” sin alegoría, tal como los usamos nosotros. Afirmamos que Moisés habló en sentido literal, no con alegorías ni en sentido figurado, vale decir, que el mundo, con todas sus criaturas, fue creado en seis días, como dice el texto».

Juan Calvino, por su parte, mantuvo una opinión coincidente con la de Lutero, siendo más intransigente que éste en tales asuntos. Cuando hablaba de la edad de la tierra criticaba aquellas «personas obcecadas» que «no pueden contener la risa cuando se les informa que desde la creación del universo hasta hoy apenas transcurrieron algo más de 5.000 años, porque se preguntan por qué el poder de Dios habría de estar ocioso y adormecido durante tanto tiempo (es decir, con anterioridad a la creación)» (Institutes of the Christian Religion, ed. J.T. McNeill, Westminter Press, Philadelphia, 1960, 2:925). Aunque admitía que Dios pudo crear el mundo en un simple instante o cualquier período de tiempo, insistía plenamente en que la creación fue completada en seis días naturales: «Se requirieron seis días para formar el mundo; no en razón de que Dios, para quien un instante es como 1.000 años, necesitara esta sucesión de tiempo, sino porque así lograría interesarnos en la contemplación de su obra» (Comentary on Genesis, Banner of Truth, Edinburgh, 1984, pág. 105).

La visión aportada es suficientemente relevante para considerar que la iglesia, hasta lo que podríamos denominar «la gran rebelión intelectual» del naturalismo de estos últimos siglos, ha mantenido históricamente su fe inquebrantable en la revelación divina. Pero no sería suficiente afirmar que la iglesia ha mantenido una postura creacionista simplemente por inercia histórica, sino que en cada época, ha defendido su visión de las Escrituras en un entorno, ya sea de hostilidad o de incredulidad, perfectamente asimilable a la «cosmovisión evolucionista» contemporánea. Naturalmente, no me estoy refiriendo a un trasfondo técnicamente darwinista, posterior a los hechos que hemos reseñado, pero sí un entorno evolucionista derivado del pensamiento clásico, como hemos visto anteriormente. En el fondo, ello muestra que nuestro amigo Darwin no resulta que fuera tan original en sus ideas, como su legión de seguidores, que lo han endiosado, quieren hacernos creer.

Hoy en día la visión cristiana de los orígenes se ha fragmentado ante la presión de la ciencia contemporánea. En los cuadros finales de este Cuaderno se puede resumir, de forma esquemática, las principales posturas sobre este tema. Sin embargo, al hablar de ciencia, es importante tener claro a qué nos estamos refiriendo. Si hablamos del conocimiento científico en general, referido a nuestro propio mundo, no hay ningún conflicto de posturas ya sea que hablemos de científicos cristianos conservadores, liberales o simplemente ateos; los campos de la medicina o la física son iguales para todos. Otra cuestión muy diferente son las cuestiones «fronterizas» de los orígenes, donde no podemos hablar genuinamente de aplicar el «método científico». Aquí pesan más las creencias (como el «creacionismo») o las posturas filosóficas (el «naturalismo» o «materialismo») que el conocimiento directo de lo que realmente sucedió. Aún así es legítimo examinar la evidencia disponible para determinar su adaptación a los modelos teóricos que se debaten. Personalmente tengo una fuerte convicción de que un diseño inteligente en la naturaleza es abrumador, lo que plantea muy serias dificultades teóricas a los modelos de evolución darwiniana en uso, aunque este no es el tema de ese estudio.

Aunque como cristiano evangélico me adhiero a la postura creacionista de una tierra joven, aceptando la lectura natural del libro del Génesis, que es plenamente histórico desde su primer versículo, sin menoscabo alguno de toda su enorme riqueza literaria, poética, espiritual o simbólica que tiene perfecta cabida en sus páginas, soy consciente que el actual estado del conocimiento científico plantea dificultades que no están satisfactoriamente resueltas. Estas dificultades no vienen tanto de la propia «teoría de la evolución darwinista», que parece más una reliquia decimonónica que un verdadero modelo explicativo del origen del cosmos y de la vida, además constatar su plena incompatibilidad con los datos de la revelación bíblica.

Los datos más conflictivos a los que nos enfrentamos son los que parecen sugerir considerables edades para el universo. Una impresionante fotografía publicada por la Nasa, en octubre 2010, mostraba el cúmulo de galaxias más masivas visto nunca, a una distancia de 7.000 millones de años luz. Dicho «clúster» pesa, en términos astronómicos, alrededor de 800.000 millones de soles. Además de ser una formidable demostración del grandioso poder del Creador, es también un problema difícil de comprender para nosotros. Si la velocidad de la luz se ha mantenido constante, para poder ver estas galaxias, la luz tendría que haber estado viajando 7.000 millones de años por el espacio. Hemos de confesar con humildad nuestra ignorancia frente al misterio de las dimensiones del universo. Por otro lado, si la velocidad de la luz hubiese decaído desde el momento de la creación inicial, como muchas veces sugieren los creacionistas de la tierra joven, esto afectaría a todas las constantes físicas y cosmológicas del universo. Y más aún, ello no parecería compatible con la impresionante evidencia acumulativa que siguiere un «ajuste fino del universo», extraordinariamente bien calibrado, con grados de exactitud inverosímiles, para que se den las condiciones óptimas de vida en la tierra. Este conjunto de evidencia conflictiva con el modelo bíblico de una tierra joven es la que sustenta la actual posición de un creacionismo de «la tierra antigua». La postura de la «tierra joven» es la más ortodoxa y acorde con la revelación bíblica, pero es más heterodoxa (o herética) con los datos físicos y cosmológicos conocidos. La postura de la «tierra antigua» es más ortodoxa con los datos científicos pero tiene mayores dificultades con el marco de la revelación bíblica, especialmente con la teodicea cristiana ortodoxa, tal como se nos presenta en las Escrituras: el origen del mal y de la muerte en el cosmos es consecuencia de la caída del hombre en el pecado, lo cual es totalmente incompatible con los planteamientos de una evolución darwiniana, dicho sea de paso. No obstante, el lector interesado puede examinar la postura que propone el conocido defensor del Diseño Inteligente, y también del creacionismo de «la tierra antigua», William Dembski, en la valiosa obra que se cita en nuestra bibliografía.

Ignoro cuál será la respuesta exacta a este intrigante dilema, pero mi confianza en el supereminente poder y sabiduría del Logos Creador es total y absoluta. Si Él tiene las llaves de la muerte y del Hades (Ap. 1:18), podemos confiar plenamente que Él tiene también la llave de estos desconcertantes enigmas, que resaltan su excelsa gloria frente a nuestra fragilidad y finitud temporal (Salmo 90).

4.10   LA GLORIA FINAL DEL LOGOS CREADOR

Por grandes y desconcertantes que sean las dudas y problemas sin resolver, en una honesta búsqueda de la verdad, resultan insignificantes frente a la gloria incontestable de nuestro excelso Creador y Redentor, y la sublime herencia que tenemos en Él. Pienso que la mejor manera de concluir esta investigación es contemplando esta gloria (presente y futura), tal como nos ha sido revelada en las mismas Escrituras. Bástenos considerar estos versículos de la sublime revelación del Señor Jesucristo a su siervo Juan en la isla de Patmos:

«Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y Él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el Primero y el Último; y el que vivo, y estuve muerto; más he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas» Apocalipsis 1:17-19.

Nos sorprende el abrumador contraste entre aquel Juan, recostado al lado de Jesús en la última Cena del Señor (Juan 13:23), y su derrumbe físico y psicológico ante la cegadora visión del Cristo glorificado, en aquel domingo de la gran visión de Patmos (¡incluso habiéndolo visto en el monte de la transfiguración, seis décadas antes!). En un primer momento, la respuesta humana fue de un temor devastador, que el Señor apaciguó amorosamente, dándole la necesaria confianza y acto seguido un profundo sentido de responsabilidad.

Más de seis décadas antes, Juan experimentó una sensación similar en el Monte de la Transfiguración, al hacerse manifiesta la gloria de Jesús. En aquella ocasión, abrumado y temeroso frente a la gloria resplandeciente de Cristo, se postró sobre su rostro, como sus compañeros, y sintió gran temor (Mat 17:6). Tal temor lo sintieron todos cuantos tuvieron visiones excepcionales del cielo: «…no quedaron fuerzas en mí, antes bien, mis fuerzas se cambiaron en desfallecimiento, pues me abandonaron totalmente… y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en tierra» (Dn. 10:8-9). Isaías, igualmente, abrumado por la visión que tuvo de Dios en el Templo, exclamó: «¡Ay de mí, que soy hombre muerto!, porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblos que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Yahwéh de los ejércitos» (Is. 6:5). Ezequiel tuvo varias visiones de Dios, y su reacción fue siempre la misma: se postró sobre su rostro (Ez. 1:28; 3:23; 9:8; 43:3; 44:4). Manoa, el padre de Sansón, le comentó a su mujer, después de haber visto a Malaj Yahwéh (el Ángel del Señor): «Ciertamente moriremos, porque hemos visto a Dios» (Jue. 13:22). Job también reaccionó en forma similar, después que Dios habló con él: «de oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me convierto en polvo y ceniza» (Job 42:5-6). Cuando Saulo de Tarso iba persiguiendo a los cristiano, camino de Damasco, fue derribado a tierra, «viendo una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo» (Hch. 26:13-14). En un día futuro, los habitantes de la tierra, cuando sea abierto el sexto sello de la gran tribulación, exclamarán aterrados «a los montes y a las peñas: caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de Aquel que está sentado sobre el Trono, y de la ira  del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado, ¿y quién podrá sostenerse en pie?» (Ap. 6:16-17).

El testimonio unánime de los que realmente han visto revelaciones celestiales del Señor es de profundo temor. Los que se han visto enfrentados cara a cara con la gloria deslumbrante del Logos eterno, en sus manifestaciones como Malaj Yahwéh o el Señor Jesucristo, sienten un temor desmesurado, siendo conscientes como nunca de su pecaminosidad. La respuesta adecuada a esta manifestación de santidad y majestad terrible, nos la da el autor de Hebreos, cuando exhorta a los creyentes a servir «a Dios agradándole con temor y reverencia, porque nuestro Dios es fuego consumidor» (Heb. 12:28-29).

Pero, exactamente igual que había hecho en el Monte de la transfiguración (Mt. 17:7), Juan confiesa que, nuevamente, «Él puso su diestra sobre mí» (Ap. 1:17), consolándolo. Éste es un maravilloso toque de consuelo y seguridad. Siempre hay consuelo para los cristianos anonadados ante la gloria y la majestad de Cristo, en la seguridad de su amor y perdón misericordiosos. Las palabras literales del Señor son profundamente consoladoras: «deja de temer», mostrando su compasión y seguridad al atemorizado apóstol. Idénticas palabras de consuelo son pronunciadas a lo largo de las Escrituras ante todos los que se sienten desfallecidos frente a la majestuosa presencia del Señor (Gén. 15:1; 26:24; Jue. 6:23; Mt. 14:27; 17:7; 28:10).

El consuelo que brinda Jesús se basa en quién es Él y en la autoridad que posee. Él se identifica primeramente como «Yo soy» (ego eimi), el nombre del pacto de Dios (Éx. 3:14). Éste fue el nombre con el que consoló a los atemorizados discípulos que lo vieron andar en el Mar de Galilea (Mt. 14:27). Jesús tomó este nombre para sí en Juan 8:58, un reclamo directo de deidad, que no pasó desapercibido a sus oponentes (8:59).

El siguiente paso de Jesucristo fue identificarse como «el Primero y el Último» (Ap. 2:8; 22:13), un título usado para referirse a Dios en el A.T. (Is. 44:6; 48:12; 41:4). Cuando todos los dioses falsos se hayan desvanecido, sólo Él permanecerá. Él existía antes que subieran a los labios de un ser humano, y seguirá existiendo eternamente, mucho después de que se desvanezcan en el olvido. Con el recurso a este título, Jesucristo añade otra prueba indubitable de su deidad.

El tercer título que el Señor reclamó es: «el que vivo» (Jn. 1:4; 11:25; 14:6). Éste también es un título frecuentemente empleado en las Escrituras para referirse a Dios (Jos. 3:10; 1 Sam. 17:26; Sal. 84:2; Os. 1:10; Mt. 16:16; 26:63; Hch. 14:15; Rom. 9:26; 2 Cor. 3:3; 6:16; 1 Tes. 1:9; 1 Tim. 3:15; 4:10; Heb. 3:12; 9:14; 10:31; Ap. 7:2). Él es el Eterno, el no creado, el que existe por sí mismo. Jesús dijo a sus adversarios judíos: «Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo» (Jn. 5:26); con esta frase proclamaba sin vacilaciones su plena igualdad con Dios el Padre.

Aquel cuya presencia infundió un estado de pavor en el corazón de Juan, el Yo soy, el Primero y el Último, el que vive, aquel cuya muerte lo libró de sus pecados (Ap. 1:5) es el mismo que reconfortó y le dio seguridad a Juan, recordándonos la expresión de Pablo: «¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom. 8:31).

La aparente paradoja que expresa Cristo, al afirmar que «estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos», proporciona un fundamento más sólido para nuestra seguridad. El que vive, el Eterno, el existente en sí mismo, el que nunca puede morir, se hizo hombre y murió. Pedro nos lo explica con estas palabras: Cristo fue «muerto en la carne, pero vivificado en espíritu». En su humanidad Él murió sin dejar de vivir como Dios; «he aquí» nos presenta una declaración asombrosa y admirable: «vivo por los siglos de los siglos» (aionas ton aionon; la doble fórmula, y su uso en plural, enfatiza fuertemente el concepto de eternidad, igual que otras expresiones, como la de Ef. 3:21: «por todas las generaciones por los siglos de los siglos»; debemos recordar, también, que el concepto básico de aión no es el de la duración concreta de un período, sino que denota un período marcado por características espirituales o morales). Cristo vive para siempre en una unión de humanidad glorificada y deidad, “según el poder de una vida indestructible” (Heb. 7:16). Por ello, «Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de Él» (Rom. 6:9). Esta gran verdad nos brinda un enorme consuelo y seguridad, porque Jesucristo «puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Heb. 7:25). A pesar de su carácter pecaminoso, que le hizo postrar en tierra, Juan no tenía nada que temer, porque el mismo Señor había pagado con su muerte la culpa de los pecados de Juan (y también de los de todos los que hemos creído en Él), levantándose de entre los muertos para ser nuestro eterno abogado.

Con sus poderosas prerrogativas divinas, siendo el eterno Yo Soy, el Primero y el Último, el que vive por la eternidad de las eternidades, Jesucristo tiene también las llaves de la muerte y del Hades. Ambos términos son esencialmente sinónimos, ya que la muerte es la condición de los fallecidos, y el Hades es el lugar donde son confinados. Hades es el equivalente neotestamentario y griego del Seol del A.T., refiriéndose al lugar donde descienden los muertos, en espera del juicio. El término llaves denota acceso y autoridad. Jesucristo tiene la autoridad plena para decidir quién muere y quién vive. Él tiene el control absoluto de la vida y la muerte. Y Juan, como todos los redimidos por Él, no tiene de qué temer, por que Cristo ya nos libró del poder de la muerte y el Hades con su propia muerte sustitutoria en la cruz.

El saber que Cristo tiene autoridad sobre la muerte nos proporciona una seguridad absoluta, porque los creyentes ya no tenemos que temerla (la sufrimos pero no la tememos). Jesús nos dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá… porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Jn. 11:25; 14:19). Morir, nos recuerda Pablo, es «estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor» (2 Cor. 5:8; Flp. 1:23). Jesucristo venció a Satanás y le arrebató las llaves de la muerte: «Por medio de la muerte (Cristo destruyó) al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y… (libró) a todos los que por el poder de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Heb. 2:14-15). El conocimiento plenamente consciente de que «Cristo nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre» (Ap. 1:5), nos proporciona una bendita seguridad, que equilibra adecuadamente el profundo temor reverencial que nos infunde siempre su gloria y majestad terrible.

¿Qué es lo que ha visto Juan en aquella visión tremenda que hizo desfallecer su corazón y sus músculos no pudieron sostenerle en pie? La visión de la gloria de Cristo es abrumadora, y para nuestra bendición está descrita con todo detalle para nosotros, por expreso deseo del Señor mismo. Los rasgos de esta bendición son tan decisivos que son presentados selectivamente a cada una de las siete iglesias del Asia Menor, a las que Jesucristo ordena a Juan que escriba el mensaje personal que Él mismo pronuncia verbalmente, y que Juan transcribe fielmente en los pergaminos que serían enviados prontamente a las mismas. Dado que estas iglesias presentan todas las características que la Iglesia del Señor ha mostrado durante la presente era cristiana, no cabe la menor duda de que esta es la visión que el bendito y santo Logos encarnado ha dejado perpetuamente grabada en la retina de su Iglesia en la tierra. Debemos, por ello, retenerla siempre en nuestro corazón y dejar que su gloria resplandezca en nuestra vida y servicio cristiano a Él.

«
Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza» (Ap. 1:12-16).

La gloriosa visión contemplada por el apóstol deja al descubierto sietes aspectos del constante ministerio del Señor Jesucristo en su Iglesia: le da poder («y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre»), intercede por ella («vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro»), la purifica («Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno »), le habla con autoridad («y su voz como estruendo de muchas aguas »), la domina («Tenía en su diestra siete estrellas»), la protege («de su boca salía una espada aguda de dos filos ») y refleja su gloria por medio de ella («y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza»).

El primer aspecto de la visión nos muestra siete candeleros de oro, identificados en 1:20 como las siete iglesias, a las que hablará personalmente por medio de las siete cartas. Éstas eran lámparas portátiles usadas en aquella época para alumbrar las habitaciones de noche. Simbolizan las iglesias, como las luces que son del mundo (Flp. 2:15). Eran de oro porque éste es el metal más precioso. La iglesia es para Dios lo más bello y valioso en la tierra, tanto que el Señor Jesucristo estuvo dispuesto a comprarla con su sangre (Hch. 20:28). Siete es el número de la perfección (Éx. 25:31-40; Zac. 4:2), por lo que ellas simbolizan a toda la iglesia en general, a lo largo de la era cristiana, no meramente a siete congregaciones locales del siglo primero. Pero lo más relevante de esta visión es contemplar al Señor Jesucristo glorificado moviéndose entre sus iglesias, cumpliendo sus promesas (Mt. 28:20; Jn. 14:18, 23; Heb. 13:5).

La ausencia del artículo griego delante de la expresión «Hijo del Hombre» manifiesta que el énfasis de la expresión es cualitativo. Lo que el apóstol nos describe es el carácter y los atributos de Cristo, no su cuerpo físico. El perfil que Juan hace de Cristo es ético, espiritual y moral, algo sumamente importante, pues no hay ningún cuadro descriptivo de Cristo en los Evangelios. Cristo tiene todo el derecho a juzgar porque es el Hijo del Hombre, el representante perfecto de sus semejantes (Heb. 2:5-9; Jn. 5:25-27).

Los cristianos no adoramos a un mártir bienintencionado, un heroico líder tristemente muerto en defensa de sus ideales. El Cristo vivo mora en medio de su Iglesia para guiarla y darle poder, un poder que los creyentes podemos disfrutar mediante una constante comunión con Él. Ello nos permite decir como Pablo: «todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Flp. 4:13).

En segundo lugar, Juan lo observa con una vestidura talar (Is. 6:1) propia de la realeza (Jue. 8:26; 1 S. 18:4; 24:4; 1 R. 22:10; Est. 1:5) y los profetas (1 S. 28:14). Pero este término se utilizaba primordialmente para describir las vestiduras usadas por el Sumo Sacerdote. Todos ellos son propios del Señor Jesucristo, pero entre ellos prepondera el de su oficio Sumo sacerdotal a favor nuestro. Este aspecto se resalta con el cinto de oro ceñido en su pecho (Éx. 28:4; Lv. 16:4). El libro de Hebreos nos habla extensamente de este ministerio.

Como nuestro gran Sumo Sacerdote, Cristo ofreció una sola vez el perfecto y completo sacrificio por nuestros pecados, lo que le capacita para interceder fielmente por nosotros, de una manera permanente, sin límite alguno (Rom. 8:33-34; Heb. 2:18; 4:15).

En tercer lugar, después de describir sus santas vestiduras talares, Juan se centra en describirnos su persona, en su función de corregir y purificar su iglesia. El N.T. proclama con la mayor claridad la norma de santidad absoluta que Cristo ha establecido para su Iglesia (Mt. 5:48; 2 Cor. 11:2; 5:25-27; Col. 1:21-22: 1 P. 1:15-16). Para lograr el cumplimiento de esta norma divina prioritaria, Cristo debe disciplinar a su Iglesia, incluso hasta el extremo de tomar la vida de cristianos que persisten en no arrepentirse de sus pecados (Mt. 18:15-17; Jn. 5:2; Heb. 12:5 y ss; Hch. 5:1-11; 1 Cor. 11:28-30).

La blancura de su cabeza y cabellos es una clara alusión al Anciano de días (Dios el Padre) en Dn. 7:9. Las descripciones paralelas confirman la deidad de Cristo. Él posee los mismos atributos de conocimiento y sabiduría santos, propios del Padre. El término leukos (el mismo que usamos en “leucocitos”) expresa la realidad de algo brillante, deslumbrante o radiante, no simplemente de color blanco. Simboliza la veracidad santa, eterna y gloriosa de Cristo. Los calificativos como «blanca lana» y «como nieve» sugieren la deslumbrante pureza de la eterna sabiduría de nuestro Dios.

Los ojos como llama de fuego (Ap. 2:8; 19:12; Dan. 10:6; Sal. 11:4; Ap. 19:12), nos muestran su mirada escrutadora, reveladora, infalible y penetrante como un rayo láser, que llega hasta el último rincón de su Iglesia (Mt. 10:26; Heb. 4:13).

Igual que su ardiente mirada, sus pies arden como bronce al rojo vivo en el horno del juicio, refulgiendo como si aún estuvieran en el crisol, para aplastar el pecado en su Iglesia con su juicio consumidor e irresistible. En los tiempos antiguos, los reyes se sentaban siempre en tronos altos, de modo que aquellos que eran juzgados en su presencia, siempre estaban debajo de los pies del rey, que  vinieron a ser símbolo de su autoridad. Los pies candentes del Señor Jesucristo andan en medio de su Iglesia para ejercer su autoridad y listos para imponer su dolor correctivo a los cristianos cuando pecamos (Heb. 12:5-10). También aplastarán a los malvados y los convertirán en ceniza cuando venga por segunda vez con poder y gloria (Mal. 4:3).

En cuarto lugar, Cristo nos habla con autoridad, con una voz semejante al sonido estruendoso de muchas aguas. La voz del Señor no es tímida ni titubeante, sino poderosa como un bramido de olas salvajes golpeando furiosamente las rocas de los acantilados (Ap. 14:2; 19:6). La descripción es coincidente con la de Ezequiel 43:2, confirmando una vez más la deidad de Jesucristo. Es la voz del poder soberano y de la autoridad suprema. En términos más terrenales, en registros de voz humana, es la misma voz que ordenó a Lázaro resucitar y salir del sepulcro (Jn. 11:43) y la que decidió el momento de su muerte expiatoria (Lc. 23:46). Por todo ello, en el día establecido por Dios el Padre, esta misma voz ordenará majestuosamente a todos los muertos que salgan de sus sepulcros (Jn. 5:28-29). El estruendo nos habla también del sonido de un furioso juicio (Sal. 93:3-4; Ez. 43:2; Am. 1:2).

Cuando la Iglesia oye esta voz, debe escuchar imperativamente. Dios el Padre nos lo ha ordenado (Mt. 17:5). Esta voz es el lenguaje mismo de Dios (Dios habla «en Hijo») y su revelación definitiva a nosotros (Heb. 1:1-2). Cristo habla ahora a su Iglesia por medio de las Escrituras inspiradas y del Espíritu Santo, pero con la misma potente autoridad con la que puede resucitar a los muertos. No hay confusión posible: el Señor Jesús dijo: «mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco, y me siguen; yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Jn. 10:27-28).

En quinto lugar, el Señor ejerce su autoridad sobre la Iglesia, al tener en su diestra las siete estrellas (Ap. 2:1; 3:1), identificadas como los ángeles (mensajeros) de las siete iglesias (Ap. 1:20). La ubicación de esas estrellas en su diestra sugiere fuertemente los conceptos de preservación, posesión y control. Dado que en ningún lugar del N.T. se enseña que los ángeles participen del liderazgo de la Iglesia, y tampoco tienen nada de lo que arrepentirse porque no pecan, la mejor conclusión es que estos «mensajeros» son ancianos o pastores, guías espirituales de cada una de las siete iglesias. Dado que ellos son los medios a través de los cuales Jesucristo ejerce su dominio sobre la Iglesia, podemos entender por qué las normas para el liderazgo en el N.T. son tan elevadas (1 Tim. 3:1-7; Tito 1:5-9).

En sexto lugar, Cristo protege a su Iglesia. Vemos en la gloriosa visión de Juan que de su boca salía una afilada espada de doble filo, con la cual defiende a su Iglesia de las amenazas externas (Ap. 19:15, 21). El término griego para esa espada es «rhomfalía», aludiendo a la espada larga diseñada en Tracia y que era casi del tamaño de un hombre de estatura normal. No obstante, en la visión del apóstol, su función primordial es la de ejercer el juicio contra los enemigos internos en su Iglesia (2:12, 16; Hch. 20:30). La espada de su palabra es poderosa e irresistible; los que atacan a la Iglesia, sembrando mentiras y enseñando falsas doctrinas, creando enemistades y discordias, o que de otra forma dañan a su pueblo, tendrán que enfrentarse personalmente al Señor de la Iglesia por haber desafiado el poder judicial de su espada (Heb. 4:12-13; 2 Tes. 2:8). Ninguno de sus enemigos, tanto humanos como todo el poder de la potestad de las tinieblas, e incluso la muerte misma (Mt. 16:18), serán capaces de impedir que el Señor Jesucristo edifique su Iglesia. La imagen nos muestra la capacidad del Señor de ejecutar a sus enemigos sencillamente con la palabra de su boca (Mt. 25:41; Lc. 12:46; Jn. 12:48; Ap. 19:15). Combina la fuerza de un guerrero que derrota a sus enemigos en la batalla y el pronunciamiento de su veredicto de juicio contra ellos.

Finalmente, Juan culmina la descripción de su gloriosa visión con la contemplación de su rostro, refulgente como el sol cuando resplandece en su fuerza, la misma descripción que aparece en Jue. 5:31 y 2 Sam. 23:3-4. La última cita alude a aquel justo «justo que gobierne entre los hombres… en el temor de Dios», mientras que la de Jueces describe a todos los que aman al Señor (Mt. 13:43). La gloria de Dios a través del Señor Jesucristo brilla en su Iglesia y mediante su Iglesia, la cual refleja su gloria al mundo (2 Cor. 4:6). Como resultado de ello, el Señor de la gloria es glorificado en este mundo.

El rostro del Señor estuvo velado en su humillación. Ahora resplandece con una fuerza superior a la del sol, sin velos ni eclipses, en el esplendor de su gloria celestial (Mt. 17:2; 2 Cor. 4:4; Hch. 26:13).

Hay un contraste radical entre el Cristo de los Evangelios y el que vemos en el Apocalipsis. El Cristo de los evangelios se manifiesta en ternura y amor, como un varón de dolores que es humillado y blasfemado, cuya gloria está velada y muere por el pecado del hombre. En el Apocalipsis, por el contrario, se muestra en poder y juicio. Él es el «Anciano de días» que se revela como el sol cuando brilla con toda su fuerza en una mañana sin nubes, y aparece como el Guerrero divino, el Vencedor, el Deslumbrante, el Rey de reyes y Señor de Señores. Si aún el mismo apóstol Juan, que vivió en la mayor intimidad posible con el Maestro cae desfallecido ante el fulgor de su gloria refulgente, ¿qué efecto aterrador no producirá en sus enemigos, que lo han rechazado y que blasfeman de Él, cuando aparezca en gloria entre las nubes, con el innumerable séquito de sus santas huestes?

Aunque ahora el mundo está subyugado bajo la tiranía del «padre de la mentira» (Jn. 8:44), su dominio engañoso, con el que influencia y manipula la voluntad de las multitudes, será un día quebrantado, y la verdad (en minúscula y también en mayúscula) resplandecerá en la manifestación de su gloria soberana. Uno de los aspectos concretos de ese quebrantamiento final de la influencia engañosa del diablo sobre este mundo será el reconocimiento global de la gloria del Logos Creador, poniendo fin con su justo juicio al engaño del naturalismo, materialismo y darwinolatría, entre muchos otros frutos de la mentira, que subyugan ahora a nuestro mundo en plena y vertiginosa caída espiritual: «(el ángel) decía a gran voz: “¡Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!» (Ap. 14:7).
 


Los cielos [oh Dios] son obra de tus manos. ...





5.   CUADROS AUXILIARES SOBRE LA DOCTRINA DE LA CREACIÓN

PUNTOS DE VISTA SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA

CREENCIA:

MATERIALISMO  ATEO

EVOLUCIÓN TEÍSTA

CREACIÓN ESPECIAL

Fuente

Reacciones químicas aleatorias

Intervención de Dios mediante procesos evolutivos

Dios crea «ex nihilo» en seis días literales – tierra joven (1r día empieza en Génesis 1:1) o biosfera joven en tierra prístina de edad indeterminada (1r día empieza en Génesis 1:3).

Tiempo

Alrededor de mil millones de años

Alrededor de mil millones de años

Menos de 10.000 años desde el origen de la vida

Método

Procesos químicos al azar (antes del primer ser vivo autorreplicante). Mutaciones aleatorias (a partir de las primeras formas unicelulares) y selección natural

Procesos químicos al azar (antes del primer ser vivo autorreplicante). Mutaciones aleatorias (a partir de primeras formas unicelulares) y selección natural

Poder sobrenatural de Dios

Propósito

Ausencia total de propósito o designio

Glorificar a Dios

Glorificar a Dios

Primer hombre

Algún primitivo simio macho subhumano

Algún primitivo simio macho subhumano

Adán, creado del polvo de la tierra

Primera mujer

Algún primitivo simio hembra subhumano

Algún primitivo simio hembra subhumano

Eva, creada del costado de Adán

Interpretación de Gén. 1-3

Mito legendario

Alegoría espiritual

Hecho histórico literal, fundamento de la Revelación y la Redención

Proponentes

Darwin y sus seguidores

Quienes desean conciliar el Darwinismo con la Biblia

Moisés

Razón básica

Rechazo de Dios y negación de su poder sobrenatural

Creencia de que la evolución es un hecho probado y debe aceptarse para no ir en contra del consenso científico

Interpretación histórica y literal de Génesis 1 – 2, confirmada por Jesús y afirmada ampliamente en todas las Escrituras

Dificultad

Leyes de la química, leyes de la termodinámica (primera y segunda ley), información genética codificada, extrema complejidad de las máquinas y procesos biológicos celulares

No acepta una interpretación literal de Génesis 1 – 3 ni otras argumentaciones de las Escrituras como Rom. 5:12-21

No hay contradicciones ni incongruencias con el testimonio de las Escrituras

Prueba en las Escrituras

Ninguna

Ninguna

La creación de los cielos, la tierra, la vida y la catástrofe universal del Diluvio de Noé, se afirman (explícita o implícitamente) en al menos 43 libros de las Escrituras

Apoyo científico

 

 

«La materia no se crea ni se destruye, se transforma»; la entropía del universo está en constante aumento;  «la vida sólo procede de la vida»; la información (biológica) implica una causa inteligente; un diseño inteligente en la naturaleza plasmación de un designio deliberado presupone y requiere un Diseñador inteligente

 



5.2   POSTURAS CRISTIANAS SOBRE ASPECTOS BÁSICOS

 

POSTURAS CRISTIANAS

ASPECTOS BÁSICOS

TIERRA JOVEN

A) TIERRA ANTIGUA

(admisión de la geología histórica secular)

 

B) TIERRA DE EDAD INDETERMINADA Y BIOSFERA RECIENTE (geología diluvialista)

EVOLUCIONISMO TEÍSTA

FILOSOFÍA ABIERTA DE LA CIENCIA

(Admisión de causas sobrenaturales)

NO

DISCONTINUIDAD BIOLÓGICA Y DISEÑO INTELIGENTE

NO

LA CAÍDA Y LA MALDICIÓN EDÉNICA AFECTAN AL MUNDO NATURAL

NO (en la teoría de ruina y restauración)

 

(en la tesis de una tierra prístina de edad indeterminada y una biosfera reciente)

NO

DILUVIO UNIVERSAL

NO  (en la tesis concordista de largas eras geológicas)

 

  (en la tesis de una biosfera reciente)

NO

 



5.3   CONCORDANCIA DE TÉRMINOS CREACIONALES EN EL N.T.

CITA

CONTENIDO  (en negrita, palabras de Jesucristo)

STRONG

 

CREACIÓN

 

Mr. 10:6

Pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios

2937

Mr. 13:19

…tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó

2937

Rom. 1:20

…su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación…

2937

Rom. 8:19

…el anhelo ardiente de la creación es aguardar la manifestación de los hijos de Dios

2937

Rom. 8:20

Porque la creación fue sujetada a vanidad…

2937

Rom. 8:21

…la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción…

2937

Rom. 8:22

…toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora

2937

Gál. 6:15

…en Cristo Jesús ni la circuncisión…ni la incircuncisión, sino una nueva creación

2937

Col. 1:15

Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación

2937

Col. 1:23

…el evangelio…se predica en toda la creación que está debajo del cielo…

2937

Heb. 9:11

…perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación

2937

Stg. 3:6

…la lengua…inflama la rueda de la creación…

1078

2 P. 3:4

…todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación

2937

Ap. 3:14

…el principio de la creación de Dios, dice esto…

2937

 

CREADOR

 

Rom. 1:25

…dando culto a las criaturas antes que al Creador…

2936

1 P. 4:19

…encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien

2939

 

CREAR

 

Mr. 13:19

…desde el principio de la creación que Dios creó…

2936

Rom. 8:39

…ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios…

2937

1 Cor. 11:9

…y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer…

2936

Ef. 2:10

Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras…

2936

Ef. 2:15

…para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre…

2936

Ef. 3:9

…misterio escondido…en Dios, que creó todas las cosas

2936

Ef. 4:24

…vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad

2936

Col. 1:16

Porque en él fueron creadas todas las cosas…todo fue creado por medio de él…

2936

Col. 3:10

…conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno

2936

1 Tim. 4:3

…y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó…

2936

1 Tim. 4:4

Porque todo lo que Dios creó es bueno…

2938

Heb. 4:13

Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia…

2937

Ap. 4:11

…porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas

2936

Ap. 5:13

Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra…

2938

Ap. 10:6

Y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo…y la tierra…

2936

 

HACER

 

Mt. 19:4

El que los hizo…varón y hembra los hizo

4160

Mr. 10:6

Pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios

4160

Jn. 1:3

Todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho

1096

Jn. 1:10

El mundo por él fue hecho

1096

Jn. 2:9

Cuando el maestresala probó el agua hecha vino…

1096

Jn. 11:45

Entonces muchos de los judíos que…vieron lo que hizo Jesús (Lázaro) creyeron…

4160

Hch. 4:24

…tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay

4160

Hch. 7:50

¿no hizo mi mano todas estas cosas?

4160

Hch. 14:15

…os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en…

4160

Hch. 17:26

Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres…

4160

Rom. 1:20

Porque las cosas invisibles de él…se hacen claramente visibles desde la creación…

4160

Rom. 1:20

…siendo entendidas por medio de las cosas hechas…

4161

Rom. 8:29

…para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo…

4160

Rom. 9:20

¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: por qué me has hecho así?

4160

1 Cor. 15:45

Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente…

1096

2 Cor. 5:5

Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios…

2716

Ef. 3:20

Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas…

4160

Heb. 1:2

…y por quien asimismo hizo el universo…

4160

Heb. 1:7

…el que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llamas de fuego

4160

Heb. 3:4

Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios

2680

Heb. 11:3

…lo que se ve fue hecho de lo que no se veía

1096

Stg. 3:9

…los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios

1096

2 P. 3:5

…en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra…

 

Ap. 14:7

…y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas

4160

Ap. 21:5

He aquí, yo hago nuevas todas las cosas

4160

 

EXISTIR

 

2 P. 3:7

Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra…

3568

Ap. 4:11

…Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas

1526

Ap. 21:1

…el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más

2076

 

FORMAR

 

Rom. 9:20

¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: por qué me has hecho así?

4111

1 Tim. 2:13

Porque Adán fue formado primero, después Eva

4111

 

FUNDAR

 

Heb. 1:10

Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos

2311

 

FUNDACIÓN

 

Mat. 13:35

Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo

2602

Mat. 25:34

…heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo

2602

Lc. 11:50

…la sangre de los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo

2602

Ef. 1:4

Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo

2602

Heb. 4:3

…las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo

2602

1 Ped. 1:20

Ya destinado desde antes de la fundación del mundo

2602

Ap. 17:8

…cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida

2602

 

PROCEDER

 

1 Cor. 8:6

…sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas

 

1 Cor 11:8

Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón

 

1 Cor 11:12

Porque así como la mujer procede del varón…

 

1 Cor 11:12

…pero todo procede de Dios

 

 

CIELOS Y TIERRA

 

Mat. 5:18

…hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley…

3772/1093

Mat. 5:34-35

…ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies…

3772/1093

Mat. 6:10

Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra

3772/1093

Mat. 11:25

Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios…

3772/1093

Mat. 24:35

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

3772/1093

Mat. 28:18

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra

3772/1093

Lc. 10:21

Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste…

3772/1093

Lc. 16:17

Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley

3772/1093

Lc. 21:33

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

3772/1093

Hch. 4:24

Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo…

3772/1093

Hch. 7:49

El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies

3772/1093

Hch. 14:15

…de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo…

3772/1093

Hch. 17:24

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra…

3772/1093

1 Cor. 8:5

Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra…

3772/1093

1 Cor. 10:26

Porque del Señor es la tierra y su plenitud

1093

1 Cor. 10:28

Porque del Señor es la tierra y su plenitud

1093

Col. 1:16

Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra…

3772/1093

Heb. 1:10

Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos…

3772/1093

Heb. 12:26

…y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo

3772/1093

Stg. 5:12

…hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra…

3772/1093

2 P. 3:5

Éstos ignoran voluntariamente que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra…

3772/1093

2 P. 3:7

Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados…

3772/1093

2 P. 3:13

Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva…

3772/1093

Ap. 10:5

…en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo…

3772/1093

Ap. 10:6

y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él…

3772/1093

Ap. 14:7

…y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas

3772/1093

Ap. 20:11

Y vi un gran trono blanco…de delante del cual huyeron la tierra y el cielo…

3772/1093

Ap. 21:1

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más

3772/1093

 

UNIVERSO

 

Heb. 1:2

…el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo

165

Heb. 11:3

Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios…

165

 

MUNDO

 

Mat. 13:35

Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo

2889

Mat. 24:21

…gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora…

2889

Mat. 25:34

…heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo

2889

Lc. 11:50

…la sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo

2889

Jn. 1:10

En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho…

2889

Jn. 17:5

…Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese

2889

Jn. 17:24

…porque me has amado desde antes de la fundación del mundo

2889

Hch. 17:24

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay

2889

Rom. 1:20

…se hacen claramente visibles desde la creación del mundo

2889

Rom. 5:12

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte…

2889

Ef. 1:4

Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo…

2889

Heb. 4:3

…las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo

 

Heb. 9:26

…le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo

2889

1 P. 1:20

…ya destinados desde antes de la fundación del mundo

2889

2 P. 2:5

…y si no perdonó al mundo antiguo…trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos…

2889

2 P. 3:6

Por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua

2889

Ap. 13:8

…Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo

2889

Ap. 17:8

…cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida

2889

 

COSAS                                                           

 

Mr. 10:27

…porque todas las cosas son posibles para Dios

3956

Hch. 7:50

¿no hizo mi mano todas estas cosas?

 

Hch. 17:24

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay

 

Rom. 1:20

Porque las cosas invisibles de él … se hacen claramente visibles … siendo entendidas por medio de las cosas hechas …

 

Rom. 4:17

…el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son como si fuesen

 

Rom. 9:5

…de quienes…según la carne vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas…

3956

Rom. 11:36

Porque de él (el Señor), y por él y para él son todas las cosas

 

1 Cor. 8:6

…un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas…

 

1 Cor. 8:6

…y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas…

 

1 Cor. 15:27

Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies

 

1 Cor. 15:27

…claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas

 

Ef. 1:11

…conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad

 

Ef. 1:22

Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia

 

Ef. 3:9

…misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas

 

Col. 1:16

Porque en él fueron creadas todas las cosas…

 

Col. 1:17

Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten

 

1 Tim. 6:13

Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas…

 

Heb. 1:3

…quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder

 

Heb. 2:10

…convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten…

 

Heb. 3:4

Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios

 

Heb. 4:13

Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia…

2937

Heb. 12:27

…remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles

 

2 Ped. 3:4

…todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación

 

Ap. 4:11

…porque tú creaste todas las cosas…

 

Ap. 10:6

…que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas…y el mar y las cosas…

 

Ap. 21:5

He aquí, yo hago nuevas todas las cosas

 

 

PRINCIPIO

 

Mat. 19:4

¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?

746

Mt. 19:8

…Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres, mas al principio no fue así

746

Mt. 24:21

…gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo…

746

Mr. 10:6

Pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios

746

Mr. 13:19

…tribulación, cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó…

746

Jn. 1:1

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios

746

Jn. 1:2

Éste era en el principio con Dios

746

Jn. 8:44

Él ha sido homicida desde el principio… porque no hay verdad en él…

746

Col. 1:18

…él, que es el principio, el primogénito de entre los muertos…

746

2 Tes. 2:13

…debemos dar siempre gracias a Diosde que Dios os haya escogido desde el principio

746

Tito 1:2

… esperanza de la vida eterna… la cual Dios… prometió desde antes del principio de los siglos

 

Heb. 1:10

Y: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra...”

746

Heb. 9:26

le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo…

2602

2 Ped. 3:4

…todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación

746

1 Jn. 2:13

…porque conocéis al que es desde el principio

746

1 Jn. 3:8

…porque el diablo peca desde el principio

746

Ap. 1:8

Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor…

746

Ap. 3:14

He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios

746

Ap. 13:8

…el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo

2602

Ap. 21:6

Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin

746

Ap. 22:13

Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último

746

 

VIDA

 

Jn. 1:4

En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres

2222

Jn. 5:21

…el Padre levanta a los muertos, y les da vida… también el Hijo a los que quiere da vida

2227

Jn. 5:26

…el Padre tiene vida en sí mismo… ha dado al Hijo tener vida en sí mismo

2222

Jn. 6:63

El Espíritu es el que da vida… las palabras que yo os he hablado son vida

2222

Jn. 11:25

Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá

2222

Jn. 14:6

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida

2222

Hch. 3:15

Y matasteis al Autor de la vida…

2222

Rom. 4:17

…Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos…

 

1 Tim. 6:13

…delante de Dios, que da vida a todas las cosas…

2227

Heb. 7:3

…que ni tiene principio de días, ni fin de vida (Melquisedec)…

2222

1 Jn. 1:1

…y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida

2222

1 Jn. 1:2

…porque la vida fue manifestada, y la hemos visto…

2222

Ap. 2:7

…le daré a comer del árbol de la vida…

2222

Ap. 22:2

En medio de la calle de la ciudad… estaba el árbol de la vida

2222

Ap. 22:14

…para tener derecho al árbol de la vida…

2222

 

ÁRBOL DE LA VIDA

 

Ap. 2:7

…le daré a comer del árbol de la vida…

3586

Ap. 22:2

En medio de la calle de la ciudad… estaba el árbol de la vida

3586

Ap. 22:14

…para tener derecho al árbol de la vida…

3586

 

CARNE

 

Mt. 19:5

…y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne

4561

Mt. 19:6

Así que no son ya más dos, sino una sola carne…

4561

Mr. 10:8

Y los dos serán una sola carne…

4561

1 Cor. 6:16

Porque dice: los dos serán una sola carne

4561

1 Cor. 15:39

No toda carne es la misma carne sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves

4561

Ef. 5:29

Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta…

4561

Ef. 5:31

…y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne

4561

 

HOMBRE

 

Hch. 17:26

Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres…

444

Rom. 5:12

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte…

444

Rom. 5:19

…por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores

444

1 Cor. 15:21

…por cuanto la muerte entró por un hombre…

444

1 Cor. 15:39

…una carne es la de los hombres, otra carne es la de las bestias…

444

1 Cor. 15:45

…fue hecho el primer hombre Adán alma viviente…

444

1 Cor. 15:47

El primer hombre es de la tierra, terrenal…

444

1 Cor. 15:47

…el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo

444

Ef. 5:31

Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer…

444

Heb. 9:27

Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez…

444

 

VARÓN

 

Mt. 19:4

…el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo

730

Mr. 10:6

Pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios

730

1 Cor. 11:8

Porque el varón no precede de la mujer, sino la mujer del varón

435

1 Cor. 11:9

Y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer…

435

1 Cor. 11:11

Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón

435

1 Cor. 11:12

Porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer

435

 

ADÁN

 

Lc. 3:38

…hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios

76

Rom. 5:14

No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés

76

1 Cor. 15:22

Porque así como en Adán todos mueren…

76

1 Cor. 15:45

fue hecho el primer hombre Adán alma viviente… el postrer Adán espíritu vivificante

76

1 Tim. 2:13

Porque Adán fue formado primero, después Eva

76

1 Tim. 2:14

Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada…

76

Jud. 14

De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán…

76

 

MUJER

 

Mar. 10:7

Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer…

1135

1 Cor. 11:7

…pero la mujer es gloria del varón

1135

1 Cor. 11:8

…el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón

1135

1 Cor. 11:9

…la mujer (fue creada) por causa del varón

1135

1 Cor. 11:12

…la mujer procede del varón … el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios

1135

1 Tim. 2:14

…la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión

1135

 

EVA

 

2 Cor. 11:3

…como la serpiente con su astucia engañó a Eva…

2096

1 Tim. 2:13

Porque Adán fue formado primero, después Eva

2096

 

CAÍN

 

Heb. 11:4

…más excelente sacrificio que Caín

2535

1 Jn. 3:12

No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano

2535

Jud. 11

…porque han seguido el camino de Caín

2535

 

ABEL

 

Mt. 23:35

…desde la sangre de Abel el justo…

6

Lc. 11:51

…desde la sangre de Abel hasta la sangre…

6

Heb. 11:4

Por la fe Abel ofreció a Dios…

6

 

ENOC

 

Lc. 3:37

Matusalén, hijo de Enoc…

1800

Heb. 11:5

Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado…

1802

Jud. 14

…profetizó Enoc, séptimo desde Adán…

1802

 

IMAGEN

 

Rom. 8:29

…para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo…

1504

1 Cor. 11:7

Porque el varón… es imagen y gloria de Dios…

1504

1 Cor. 15:49

Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial

1504

2 Cor. 3:18

Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen…

1504

2 Cor. 4:4

…del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios

1504

Col. 1:15

Él es la imagen del Dios invisible

1504

Col. 3:10

…revestíos del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó…

1504

 

SEMEJANZA

 

Rom. 1:23

Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible…

1504

Stg. 3:9

…y con ella (la lengua) maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios

3669

 

BUENO

 

Mt. 19:17

Ninguno hay bueno sino uno: Dios

18

1 Tim. 4:4

Porque todo lo que Dios creó es bueno…

2570

 

SERPIENTE

 

Jn. 3:14

Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto…

3789

2 Cor. 11:3

…como la serpiente con su astucia engañó a Eva…

3789

Ap. 12:9

Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás…

3789

Ap. 12:14

…para que volase de delante de la serpiente al desierto…

3789

Ap. 12:15

Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río…

3789

Ap. 20:2

Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años

3789

 

DILUVIO

 

Mt. 24:38

Porque como en los días antes del diluvio…

2627

Mt. 24:39

Y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos

2627

Lc. 17:27

…y vino el diluvio y los destruyó a todos

2627

2 P. 2:5

…trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos

2627

 

ARCA

 

Mt. 24:38

…hasta el día en que Noé entró en el arca

2787

Lc. 17:27

…hasta el día en que entró Noé en el arca…

2787

Heb. 11:7

…con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo

2787

1 Ped. 3:20

…en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho…

2787

 

NOÉ

 

Mt. 24:37

Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre…

3575

Mt. 24:38

…hasta el día en que Noé entró en el arca…

3575

Lc. 3:36

…hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec…

3575

Lc. 17:26

Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre…

3575

Lc. 17:27

…hasta el día en que entró Noé en el arca y vino el diluvio…

3575

Heb. 11:7

Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían…

3575

1 Ped. 3:20

…cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé…

3575

2 Ped. 2:5

Y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia…

3575

 

DESIGNIO

 

Ef. 1:11

…propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad

4286

 

VOLUNTAD

 

Ef. 1:11

…propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad

2307

Ap. 4:11

…Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas

2307

 

DEBATE CONTEMPORÁNEO CREACIÓN / EVOLUCIÓN / DISEÑO INTELIGENTE

 

Mr. 10:6-9

6pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. 7Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, 8y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. 9Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

 

Jn. 1:3-4

3Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. 4En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

 

Jn. 1:10

10En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.

 

Hch. 3:15

15y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.

 

Hch. 4:24

24Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay.

 

Hch. 14:15

15y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay.

 

Hch. 17:24

24El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas.

 

Hch. 17:26

26Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; 27para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.

 

Hch. 17:29

29Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres.

 

Rom. 1:20

20Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.

 

Rom. 1:25

25ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.

 

Rom. 5:12

12Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

 

Rom. 5:14

14No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.

 

Rom. 5:19

19Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

 

Rm. 8:19-20

19Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. 20Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza.

 

Rom. 8:22

22Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora.

 

Rom. 9:20

20Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?

 

Rom. 11:34

34Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?

 

Rom. 11:36

36Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.

 

1 Cor. 11:3

3Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.

 

1 Cr. 11:8-9

8Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, 9y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón.

 

1 Cr. 11:12

12porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios.

 

1 C. 15:21-22

21Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. 22Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.

 

1 Cr. 15:38

38pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo.

 

1 Co. 15:39

39No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves.

 

2 Cor. 10:5

5derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.

 

Col. 1:16

16Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.

 

1 T. 2:13-14

13Porque Adán fue formado primero, después Eva; 14y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.

 

1 Tim. 4:4

4Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias.

 

Heb. 1:2

2en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.

 

Heb. 1:10

10Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos.

 

Heb. 2:10

10Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.

 

Heb. 3:4

4Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios.

 

Heb. 4:3-4

3Pero los que hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, no entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. 4Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día.

 

Heb. 11:3

3Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.

 

Stg. 3:12

12Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.

 

2 Ped. 2:5

5y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos.

 

2 Ped. 3:3-6

3sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, 4y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. 5Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, 6por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua.

 

Ap. 1:8

8Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

 

Ap. 4:11

11Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.

 

Ap. 5:13

13Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.

 

Ap. 10:5-6

5Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, 6y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más.

 

Ap. 14:7

7diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.

 

Ap. 21:1

1Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.

 

Ap. 21:5

5Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.

 

  



5.4   DICCIONARIO GRIEGO DE STRONG PARA LAS CITAS ANTERIORES

6

ABEL

Abel

Abel, hijo de Adán

18

BUENO

agadsó

Bueno (en cualquier sentido, a menudo como sustantivo)

76

ADÁN

Adám

Adán, el primer hombre; representante del hombre

165

UNIVERSO

aión

Universo, edad, era, perpetuidad, período mesiánico, eternidad

435

VARÓN

anér

Hombre (como un varón individual), esposo, marido

444

HOMBRE

ánthropos

Hombre, ser humano, varón, semblante, con cara humana

730

VARÓN

arjen

Varón, hijo, hombre

746

PRINCIPIO

arjé

Principio, principado, dignidad, dominio, poder, majestad

1078

CREACIÓN

génesis

Creación, genealogía

1093

TIERRA

ge

Tierra, terrenal, terrestre, territorio, suelo

1096

HACER

ginomai

Hacer, intervenir, acontecer, alcanzar, constituir, producir

1135

MUJER

guné

Mujer, esposa

1800

ENOC

Enós

Enoc, Enós

1802

ENOC

Enoc

Enoc

1504

IMAGEN

eikón

Imagen, estatua, perfil

1504

SEMEJANZA

eikón

Semejanza, parecido

1526

EXISTIR

eisí

Existir, hacer, llegar a ser

2076

EXISTIR

estí

Es (él o ella), son, existir, consistir, tener

2096

EVA

Eua

Eva, primera mujer

2222

VIDA

zoé

Vida, vivir

2307

VOLUNTAD

thélhma

Voluntad, determinación, elección, propósito, decreto

2311

FUNDAR

themelióo

Fundar, cimentar, colocar una base

2535

CAÍN

Káin

Caín

2570

BUENO

kalós

Bueno, hermoso, valioso, virtuoso, honroso

2602

FUNDACIÓN

katabolé

Fundación

2602

PRINCIPIO

katabolé

Principio

2627

DILUVIO

kataklysmos

Diluvio, inundación, cataclismo

2680

HACER

kataskeuazó

Hacer, disponer, preparar, construir, equipar

2787

ARCA

kibotós

Arca (de la alianza o de Noé)

2889

MUNDO

kósmos

Mundo, cosmos, atavío, arreglo ordenado, decoración

2936

CREADOR

ktízo

Creador

2936

CREAR

ktízo

Crear, hacer, fabricar, fundar

2937

CREACIÓN

ktísis

Creación

2937

CREAR

ktísis

Crear

2937

COSAS

ktísis

Cosa creada, criatura

2938

CREAR

ktísma

Crear, criatura, ser viviente

2939

CREADOR

ktistés

Creador, Dios (como autor de todas las cosas)

3568

EXISTIR

nun

Existir, ahora, presente

3575

NOÉ

Noé

Noé

3586

ÁRBOL DE LA VIDA

xúlon

Árbol, madera

3669

SEMEJANZA

ohmoíosis

Semejanza, asimilación, parecido

3772

CIELOS

ouranós

Cielo, cielos, celestial, eternidad

3789

SERPIENTE

ofis

Serpiente (fig. tipo de seducción ladina), Satanás, persona artera

3956

COSAS

pas

Todas las cosas, cosa, clase, todo, siglo

4111

FORMAR

plásso

Formar, moldear, modelar, fabricar

4160

HACER

poiéo

Hacer, producir, procurar, practicar, causar, cometer, ejecutar

4161

HACER

poíema

Hacer, hechura

4286

DESIGNIO

pródsesis

Designio, propósito, desear

4561

CARNE

sárx

Carne, cuerpo, naturaleza humana

 


 

5.5   EL LOGOS REVELADO

Ho logos (la palabra)

Al margen del sentido personal (el Verbo) señalado por Juan, el sentido habitual de esta expresión es el de mensaje cristiano. En este sentido, tiene también una enorme riqueza.

Marcos dice que Jesús predicaba la palabra a las multitudes (Mr. 2:2).

En la parábola del sembrador, la semilla era la palabra (Mr. 4:14).

La tarea de Pablo y sus compañeros era predicar la palabra (Hch. 14:25).

El mensaje cristiano es esencialmente hablado y transmitido de persona a persona. Se recibe más a menudo a través de la personalidad viva que de las palabras impresas.

Otras expresiones

La palabra de Dios

Lc. 5:1; 11:28; Jn. 10:35; Hch. 4:31; 6:7; 13:44; 1 Cor. 14:36; Heb. 13:7

La palabra del Señor

1 Tes. 4:15; 2 Tes. 3:1

La palabra de Cristo

Col. 3:16

Todas estas expresiones anteriores tienen el sentido pleno del genitivo griego. La palabra es algo que viene de Dios, y es algo que dice de Dios (el hombre no podría haberlo descubierto por sí mismo) :

Genitivo griego:

Subjetivo

La palabra que Dios dio, la palabra que el Seór dio, la palabra que Cristo dio

Objetivo

La palabra que dice de Dios, la palabra que dice del Señor, la palabra que dice de Cristo

OFICIOS DEL LOGOS

La palabra juzga

Jn. 12:48. Conocer la verdad no es sólo un privilegio; es también una responsabilidad.

La palabra purifica

Jn. 5:3; 1 Tim. 4:5. Denuncia el mal y muestra el camino del bien, alentando nuevas virtudes.

Nos lleva a creer

Hch. 4:4. Nos da la oportunidad de creer; debemos transmitirla para que otros crean.

Es el agente del nuevo nacimiento

1 P. 1:23. «Sea un hombre lo que sea, no es lo que debe ser (según Dios)» G.K. Chesterton.

El hombre tiene que ser cambiado radicalmente, y la palabra es el agente de esta recreación.

NUESTRA ACTITUD CON EL LOGOS

Debe ser oído

Mt. 13:20; Hch. 13:7; 44. El creyente tiene el deber de escuchar. No podrá conocer si no escucha.

Debe ser recibido

Lc. 8:13; Stg. 1:21; Hch. 8:14; 11:1; 17:11. El mensaje tiene que incorporarse en el corazón y la mente.

Tiene que afianzarse

Lc. 8:13. Tiene que ser deliberadamente retenido y meditado para que nunca se pierda.

Nuestra razón de ser

Jn. 8:31. Debe ocupar el centro de nuestros pensamientos e ideas, guiando nuestras actividades.

Debe ser cumplido

Jn. 8:51; 14:23; 1 Jn. 2:5; Ap. 3:8. Demanda obediencia, debiendo dirigir nuestra vida.

Debe ser testificado

Hch. 8:25; Ap. 1:2. Se debe demostrar viviéndolo, mostrando en nuestra conducta que es verdadero.

Debe ser servido

Hch. 6:4. El logos impone deberes. Debemos anhelar llevarlo a otros, consumiendo nuestra vida por él.

Debe ser anunciado

2 Tim. 4:2 (heraldo que está proclamando algo); Hch. 15:36, 17:13 (declaración oficial y autoritativa).

Requiere denuedo

Hch. 4:29; Flp. 1:14. Debe haber una calidad inflexible en nuestra proclamación del logos.

Debe ser enseñado

Hch. 18:11. La enseñanza constituye una parte esencial del mensaje cristiano.

Debe ponerse en práctica

Stg. 1:22. El mensaje cristiano debe vivirse cotidianamente.

Puede causarnos sufrimiento

1 Tes. 1:6; Ap. 1:9. No es probable que tengamos que morir por nuestra fe, pero sí debemos vivir por ella, aunque nos traiga persecución. Muchas veces deberemos elegir entre lo fácil y lo recto.

PELIGROS QUE AFECTAN AL LOGOS

Dejar de creer en él

1 P. 2:8. Creemos que es demasiado bueno para creerlo, o no estemos dispuestos a cambiar nuestra vida.

Arrebatado o ahogado

Mt. 13:22; Mr. 4:15. Las tentaciones, los placeres, los afanes o pasiones pueden ahogarlo.

Falsificado o adulterado

2 Cor. 2:17; 4:2. Si rehusamos someter nuestros conceptos a la palabra, podemos distorsionarla.

Ser invalidado

Mr. 7:13. Podemos distorsionarlo, oscureciéndolo con interpretaciones o reservas humanas.

LAS RIQUEZAS DEL LOGOS (Col. 2:3)

Palabra de buenas nuevas

Hch. 15:7. Trae tales noticias de Dios y de su amor que hacer cantar de gozo al corazón.

Palabra de verdad

Jn. 17:7; Ef. 1:13; Stg. 1:8. La vida es una búsqueda profunda de verdad; infunde seguridad.

Palabra de vida

Flp. 2:16. Capacita al hombre para comenzar a vivir, ofreciendo Vida (con mayúscula).

Palabra de justicia

Heb. 5:13. Muestra la bondad y la misericordia, da normas rectas de vida y capacita para vivirlas.

Palabra de reconciliación

2 Cor. 5:19. La gracia de Dios nos reconcilia con Él y hace posible la más grande de las amistades.

Palabra de salvación

Hch. 13:26. Rescata al hombre del mal y lo libra del justo castigo de Dios por su rebeldía.

Palabra de la cruz

1 Cor. 1:18. Muestra la historia de uno que murió por los hombres. No hay nada que Dios no pueda sufrir por amor al hombre. El corazón del logos cristiano es la cruz.

 



5.6   UNA CARTA A SUSANA

Paul Nelson y John Mark Reynolds defienden la postura del creacionismo de la tierra joven, una postura que no despierta las simpatías de muchos cristianos de nuestros días, aunque ésta ha sido la creencia mayoritaria en la historia de la iglesia. Si bien somos conscientes de las limitaciones del conocimiento humano, mayormente cuando están fuera del ámbito científico (si creemos que la materia no es eterna y tuvo un principio, como declaran las Escrituras, ¿cómo podemos saber lo que ocurrió en ausencia de las leyes naturales que ahora conocemos?), la base real de nuestro conocimiento es la revelación que Dios nos ofrece de sí mismo. Eso no limita ni coarta nuestra capacidad de pensar y reflexionar. Un niño no necesita conocer hasta el último detalle la psicología, las razones o motivaciones de sus padres para confiar en ellos en todo lo que necesite para poderse sentir feliz y satisfecho; con mayor motivo podemos confiar en nuestro Logos Creador y experimentar la felicidad de tener una comunión íntima y gozosa con Él. La clave de la caída de Eva fue la duda que el adversario sembró en su corazón sobre el verdadero carácter y propósitos de Dios. Esta es la misma estrategia que sigue utilizando hasta el día de hoy, por ello ningún cristiano genuino puede dar crédito a filosofías o corrientes de pensamiento que cuestionen la bondad o la misma existencia de Dios. Sin embargo, ¿cómo podemos ayudar a generaciones más jóvenes que necesitan conocer el camino recto de la verdad? No es fácil fomentar una buena pedagogía cristiana si no podemos afrontar honestamente los conflictos intelectuales que oscurecen la búsqueda de la verdad. Sin encontrar la genuina verdad nunca encontraremos el verdadero sentido de la vida y la razón última de nuestra existencia. Hay mucho en juego en ese diálogo intergeneracional.

La carta de estos autores creacionistas a una alumna, es un modelo de objetividad y honradez, sin incurrir en fanatismos radicales ni imposiciones dogmáticas. Es el consejo de unas personas sabias que tratan de ayudar y hacer el bien a otros, sin menoscabo de la verdad ni del compromiso que tenemos con nuestro Señor. Vale la pena reflexionar en sus planteamientos.

«Querida Susana:

Te enfrentas a algunas decisiones difíciles. Tómate tu tiempo. No tomes partido demasiado rápido. Tómate el tiempo de leer los libros principales a favor de cada posición. Date cuenta que cada grupo tiene sus puntos fuertes y sus debilidades. Sopesa qué argumentos son más persuasivos para ti.

Desde el principio, evita dos tentaciones. (¡Nuestras advertencias vienen de la experiencia personal!) Primero, evita la trampa de «lo seguro». No selecciones un punto de vista porque este haría que tus padres y tú os sintierais felices. También evita instalarte en un conjunto de ideas «que me ayudarían a graduarme en tus estudios». ¿Cuál es la ganancia de obtener un diploma si tienes que desactivar tu cerebro para lograrlo?

No asumas que una posición es correcta solo porque la mayoría de los que se dedican a la ciencia creen en ella. Recuerda que las capacidades para el pensamiento crítico y el análisis lógico no son propiedad de ninguna disciplina. Los argumentos de cada disciplina tienen que someterse a estas reglas. Cuando Richard Dawkins formula un mal argumento utilizando ejemplos científicos, éste es aún un mal argumento pese a su capacidad científica.

Uno de los autores de este ensayo (John Mark Reynolds) entró a la universidad como un evolucionista teísta. A él no lo criaron para que viera ninguna tensión particular entre religión y ciencia. Cuando sus cómodos puntos de vista cayeron bajo el fuego cruzado tanto de sus amigos cristianos como seculares, él descubrió que la evolución teísta a menudo consiste en agobiantes adjetivos y una jerga teológica que no iban a ningún sitio en particular. ¿Qué significa para Dios sostener el universo? ¿Cuán plausible es la evolución como un mecanismo creativo para Dios? ¿Por qué debemos ver «capacidades creativas» en la materia, en lugar de «simples capacidades»? Para su consternación, John Mark descubrió que en la evolución teísta, el teísmo no hacía mucho trabajo metafísico o físico fuera de la cabeza del creyente.

Los evolucionistas teístas pretenden a menudo que sus ideas no son nuevas. Ve y lee a los Padres de la Iglesia tú misma. Lee a Agustín y a Basilio. Lee a Juan Crisóstomo y los Padres Orientales. Ve lo que tiene que decir cada uno sobre el Diluvio y la Creación. Pregúntate si la evolución teísta se ajusta a la gran tradición de la fe cristiana. No es así. Sería una vergüenza abandonar esta tradición sin ni siquiera conocerla o sin una gran razón.

Sin embargo, más importante es que pienses si la evolución tuvo lugar en realidad. Seguro, pudo tener lugar. Dios pudo hacer cualquier cosa. Ese no es el punto. ¿Cuál es el status de la evidencia? Creemos que una lectura equitativa de la evidencia, una que no se ponga anteojeras filosóficas ni religiosas, te dará un buen motivo para dudar de la verdad del darwinismo.

No obstante, eso no es suficiente. Verás enseguida que no tienes que ser una darwinista para ser racional. ¿Qué serás tú? Tómate tu tiempo con eso también. Justo como el darwinismo fue una poderosa modificación de algunas ideas muy antiguas (que se remontan tan temprano como al siglo V aJC), así se desarrollan los nuevos argumentos del diseño. No son como los de Platón ni William Paley. Estos evitan los viejos errores mientras mantienen la fuerza de la noción del diseño inteligente.

Creemos que el movimiento del diseño inteligente está en el filo de lo que ocurre en la religión y la ciencia. Siéntete libre de aplazar la cuestión de la edad de la tierra y del diluvio por ahora. Los creacionistas de la Tierra joven y la vieja concuerdan en mucho más de lo que discrepan. Evita a las personas de ambos campos que prodigan insultos. Sé receptiva a la idea de que cuando se aplaque la polvareda de la caída del darwinismo, los creacionistas de la Tierra joven puede que tengan algún atractivo para ti. Mantén una mente abierta.

Sócrates animaba siempre a los jóvenes que lo rodeaban a involucrarse en la vida de la mente. «¡Usted pregunte!», diría a sus discípulos. Adopta eso como tu lema. No dejes que un estamento científico o religioso te marque con una ortodoxia irreflexiva. Sé escéptica como es debido.

Nosotros dos hemos encontrado que cuando uno está dispuesto a asumir riesgos intelectuales la recompensa es muy grande. Ser parte del movimiento del diseño inteligente así como ser receptivo a posibilidades aún más radicales es liberador. Como Platón, creemos que esa búsqueda de la verdad termina en una visión del bien, lo auténtico y lo bello. Los sofistas del estamento académico tronarán contra ti. Un destello de la verdad vale la pena. ¿Por qué? Porque la verdad no sólo es una buena idea: la verdad es un Hombre. Y cuando lo conocemos y permanecemos en su Palabra, entonces sabremos la verdad y Él nos hará libres» («Tres puntos de vista sobre la creación y la evolución», pág. 74-75).

 

Biología molecular


5.7   EL LOGOS CREADOR
.

En el principio dijo la Palabra
que acudiese la luz a Su presencia.
Y así fue, desplegando su excelencia
obediente a esa voz que crea y labra.

La Palabra pasó sobre los mares
separando en sus aguas tumultuosas
caminos de corales y de rosas
que adoran al Creador en sus altares.

La Palabra mandó y fueron hechos
ejércitos angélicos, vivientes
criaturas terrenales, diligentes
enjambres y rebaños satisfechos.


El hombre - racional y verbalizador


Clamaban verdes montes de alegría
y las aves cantaban aún sin nombre.
El Verbo habló: “Hagamos ahora al hombre
y llénese la tierra de poesía”.

El hombre abrió su boca pronunciando
mil poemas que dan nombre a las criaturas,
salmos de adoración a las alturas
y cánticos con voz de amor y mando.

Te adoran los ejércitos del alba,
tu gloria muestran aves y reptiles,
las selvas y los ríos, los rediles
y el hombre que pecó y tu mano salva.

Francesc Closa i Basa - Ourense, 6 de agosto de 2003


Posta de sol



 

EXTRACTOS DE LA DECLARACIÓN DE JOHN MACARTHUR
SOBRE LA RELACIÓN ETERNA DEL VERBO DE DIOS COMO EL HIJO ETERNO DEL PADRE

            «Quiero afirmar públicamente que he abandonado la doctrina de la “filiación encarnacional”. Un estudio escrupuloso y la reflexión me han llevado a comprender que la Escritura presenta ciertamente la relación entre Dios Padre y Cristo el Hijo como una relación Padre – Hijo eterna. No considero ya la filiación de Cristo como un rol que asumió en la encarnación.

*     *     *     *

»1.  Estoy convencido ahora de que el título “Hijo de Dios”, al aplicarse a Cristo en la Escritura, habla siempre de Su deidad esencial y de su absoluta igualdad con Dios, no de Su voluntaria subordinación. Los líderes judíos de la época de Jesús lo comprendieron así perfectamente. Juan 5:18 dice que buscaron la pena de muerte contra Jesús, acusándolo de blasfemia, «porque no sólo había quebrantado el sábado, sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios».

»En aquella cultura, un hijo adulto de un dignatario era considerado igual en posición y privilegio con su padre. La misma honra que pertenecía a un rey se le manifestaba hacia su hijo adulto. El hijo era, después de todo, de la misma esencia que su padre, heredero de todos los derechos y privilegios que el padre –y por tanto igual en todo aquello que era significativo. Así, cuando Jesús es llamado “Hijo de Dios”, todo el mundo lo entendía categóricamente como un título de la deidad, haciéndolo igual a Dios y (más significativamente) de la misma esencia que el Padre. Es por eso mismo, precisamente, que los líderes judíos consideraron el título de “Hijo de Dios” como una gran blasfemia.

»Si la condición de Hijo por parte de Jesús significa Su deidad y absoluta igualdad con el Padre, no puede por ello ser un título que pertenezca sólo a Su encarnación. De hecho, el sentido principal de aquello que se expresa por “condición de hijo” (y ciertamente esto incluiría la esencia divina de Jesús) ha de pertenecer a los atributos eternos de Cristo, no meramente a la humanidad que Él asumió.

»2. Mi convicción ahora es que el engendramiento de que se habla en el Salmo 2 y en Hebreos 1 no es un acontecimiento que tiene lugar en el tiempo. Aunque a primera vista la Escritura parece utilizar una terminología con sobretonos temporales (“Hoy Yo te he engendrado”), el contexto del Salmo 2:7 parece ser una referencia clara al decreto eterno de Dios. Es razonable concluir que el engendramiento al que se hace referencia aquí es algo que pertenece a la eternidad y no a un punto en el tiempo. Así pues, el lenguaje temporal ha de ser entendido como figurativo, no literal.

            »La mayoría de teólogos reconoce esto, y al tratar acerca de la filiación de Cristo, utilizan el término “generación eterna”. No me gusta esta expresión. En palabras de Spurgeon, es “un término que no nos comunica ningún gran significado; sencillamente cubre nuestra ignorancia”. No obstante lo cual, el concepto mismo es bíblico. La Escritura se refiere a Cristo como «el unigénito del Padre» (Jn. 1:14, 18; 3:16, 18; Heb. 11:17). El término griego traducido “unigénito” es monogenes. Lo que se quiere transmitir con esto es la absoluta singularidad de Cristo. Literalmente se puede traducir como “de una clase” –y también significa claramente que Él es de la misma esencia que el Padre. Esto, creo, es la esencia misma de lo que se quiere decir con la expresión «unigénito».

            »Decir que Cristo es “engendrado” es en sí un concepto difícil. Dentro del ámbito de los seres creados, el término “engendrado” connota el origen de los descendientes de uno mismo. El engendramiento de un hijo denota su concepción –el momento en que llega a la existencia. Así, algunos suponen que “unigénito” se refiere a la concepción del Jesús humano en el seno de la virgen María. Pero Mateo 1:20 atribuye la concepción de Cristo encarnado al Espíritu Santo, no a Dios Padre. El “engendramiento” a que se hace referencia en el Salmo 2 y en Juan 1:14 parece ser, claramente, algo más que la concepción de la humanidad de Cristo en el seno de María.

            »Y ciertamente, hay otra significación, más vital aún, de la idea de “engendrar” que meramente el origen de la propia descendencia. En el designio de Dios, cada criatura engendra descendencia “según su naturaleza” (Gén. 1:11-12; 21-25). La descendencia es portadora de la semejanza exacta del progenitor. El hecho de que un hijo sea engendrado por su padre garantiza que el hijo participa de la misma esencia que el padre.

            »Creo que éste es el sentido que la Escritura desea comunicar cuando habla del engendramiento de Cristo por el Padre. Cristo no es un ser creado (Jn. 1:1-3). No ha tenido ningún principio, sino que es atemporal como el mismo Dios. Por tanto, el engendramiento que se menciona en el Salmo 2 y sus pasajes paralelos no tiene nada que ver con su origen.

            »Pero tiene todo que ver con el hecho de que es de la misma esencia que el Padre. Expresiones como “generación eterna”, “Hijo unigénito” y otras que pertenecen a la condición filial de Cristo se han de comprender todas en este sentido: la Escritura las utiliza para resaltar la absoluta unidad de esencia entre Padre e Hijo. En otras palabras, estas expresiones no tienen la intención de evocar la idea de procreación; tienen la intención de comunicar la verdad sobre la unidad esencial de que participan los Miembros de la Trinidad. …

[Para el texto íntegro en inglés de la declaración de John MacArthur, hacer CLIC AQUÍ]



6.    BIBLIOGRAFÍA

  El Evangelio según Juan. Volumen 1. León Morris. Editorial CLIE, 2005.

  El Evangelio según Juan. Guillermo Hendriksen. Subcomisión Literatura Cristiana de la Iglesia Cristiana Reformada. Grand Rapids, Michigan, 1981.

  Imágenes verbales en el Nuevo Testamento. Archibald Thomas Robertson. Volumen 5. El Evangelio según San Juan. CLIE, 1990.

  Comentario al Nuevo Testamento. William MacDonald, CLIE, 1995.

  Palabras griegas del Nuevo Testamento. William Barclay. Casa Bautista de Publicaciones, 1977.

  Compendio del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich. Libros Desafío, 2003.

  Biblia de Bosquejos y Sermones. Tomo 5. Juan. Editorial Portavoz, 2001.

  Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento. W.E. Vine. CLIE, 1984.

  Nueva Concordancia Strong Exhaustiva. Editorial Caribe, 2002.

  Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español. Francisco Lacueva. CLIE, 1984.

  El fin del cristianismo. William Dembski. B&H Publishing Group, Nashville, Tennesee, 2009.

  Diseño Inteligente. William Dembski. Editorial Vida, 2005.

  La imagen del Dios invisible. Comentario Expositivo del Nuevo Testamento. Volumen 136. David F. Burt. Publicaciones Andamio, 2004.

  Comentario Mac Arthur del N.T. Colosenses y Filemón. Editorial Portavoz, 2003.

  Comentario Mac Arthur del N.T. Gálatas. Editorial Portavoz, 2003.

  Verdad en guerra. John Mac Arthur. Grupo Nelson, 2007.

  Teología Sistemática. Wayne Grudem. Editorial Vida, 2007.

  Teología Sistemática. Millard Erickson. CLIE, 2008.

  Tres puntos de vista sobre la creación y la evolución. J.P. Moreland y John Reynolds. Editorial Vida, 2009.

  El Maestro de la vida. Dr. Augusto Cury. Grupo Nelson, 2009.

  Meditaciones sobre los milagros de Jesús. Roberto Estévez. Ed. Mundo Hispano, 2006.

  Las hijas del canto. S. Stuart Park. Ediciones Camino Viejo, Valladolid, 2009.

  Darwin no mató a Dios. Antonio Cruz. Editorial Vida, 2004.

  La ciencia, ¿encuentra a Dios? Antonio Cruz. CLIE. Colección Pensamiento Cristiano, 2004.

  El Dios Creador. Antonio Cruz. Editorial Vida, 2005.

  Piense conforme a la Biblia. John Mac Arthur y Richard Mayhue. Ed. Portavoz, 2004.

  Auxiliar Bíblico Portavoz. Harold L. Willmington. Editorial Portavoz, 2005.

  Apocalipsis. Comentario Mac Arthur del N.T. Editorial Portavoz, 2005.

  Apocalipsis. Evis L. Carballosa. Editorial Portavoz, 1997. 

«Al libro no conocido». Son muchos los libros que por méritos propios deberían figurar en esta bibliografía, que han contribuido poderosamente a difundir las maravillas insondables del Creador, de los que he recibido maravillosas enseñanzas y soy deudor.

Quiero expresar también, de una forma más personal, mi profunda gratitud a entrañables siervos de Dios, como David F. Burt, John Mac Arthur, León Morris o Evis L. Carballosa, entre otros, por sus inestimables aportaciones al conocimiento profundo y sabio de la Palabra de Dios, de la que son verdaderos maestros, tanto en su persona como en su fiel y positiva enseñanza.

Deseo hacer mención expresa del firme apoyo de SEDIN (Servicio Evangélico de Documentación e Información) al desarrollo de este proyecto de investigación y estudio bíblico, agradeciendo su colaboración en el mismo y su inestimable aportación de reseñas científicas y comentarios creacionistas de gran valor apologético.

Agradezco el valioso apoyo de mi hijo Pau para la resolución de mis ocasionales conflictos con el ordenador (reconozco que yo nací en la época de la máquina de escribir, y cuando todavía se leían libros impresos en papel). Agradezco también el aliento inquebrantable de mi amada esposa y compañera, que siempre ha alentado mis proyectos literarios y ha soportado con gran paciencia innumerables horas de retrasarme en la hora de cenar. Su amor ha sido el estímulo decisivo para culminar esta investigación que durante tres décadas había soñado emprender algún día, con la que deseo postrarme en actitud reverente a los pies de mi Creador y Señor.

Francesc Closa i Basa, Barcelona, 2010.

* Francesc Cosa i Basa es escritor y obrero cristiano en la ciudad de Barcelona, y se ha dedicado a la enseñanza en el seno de la iglesia durante décadas. Profesionalmente, entre otros logros académicos es licenciado en ciencias económicas.

© Francesc Closa 2010, publicado con permiso del autor.
© Copyright SEDIN 2011 para el formato electrónico -  www.sedin.org. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales, manteniendo el nombre del autor y manteniendo su integridad.

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