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Servicio Evangélico de
Documentación e Información
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Francesc
Closa[*]
|
[Números de página correspondienes a la
edición impresa] |
||
EPÍGRAFE |
TÍTULO |
PÁGINA |
|
IN MEMORIAM |
3 |
1 |
PRÓLOGO
CREACIONISTA |
4 |
2 |
EN EL PRINCIPIO
ERA EL LOGOS |
7 |
2.1 |
GÉNESIS Y EL EVANGELIO DE JUAN |
7 |
2.2 |
EL PRÓLOGO DEL EVANGELIO |
8 |
2.3 |
EL LOGOS DE DIOS Y EL PRINCIPIO |
8 |
2.4 |
LA TRASCENDENCIA DEL LOGOS |
12 |
2.5 |
LA RELACIÓN ENTRE EL LOGOS Y DIOS |
13 |
2.6 |
EL LOGOS Y LA CREACIÓN |
14 |
3 |
EL EIKON DEL
DIOS INVISIBLE |
20 |
3.1 |
LA CRISTOLOGÍA DE COLOSENSES |
21 |
3.2 |
CUANDO LA VERDAD ES DESAFIADA |
21 |
3.3 |
LAS DUDAS DE LOS COLOSENSES |
23 |
3.4 |
ESTRUCTURA LITERARIA DEL PASAJE |
25 |
3.5 |
JESUCRISTO, EL SEÑOR DE LA CREACIÓN Y
DE LA IGLESIA |
26 |
3.6 |
LA IMAGEN (EIKON) DEL DIOS INVISIBLE |
26 |
3.6.1 |
UNA
IMAGEN PERFECTA |
26 |
3.6.2 |
EL
HOMBRE, UNA IMAGEN DE DIOS |
27 |
3.6.3 |
EL
QUE HACE VISIBLE AL INVISIBLE |
28 |
3.7 |
EL PRIMOGÉNITO (PROTOTOKOS) DE TODA
CREACIÓN |
29 |
3.7.1 |
LA
PRIMOGENITURA DE JESUCRISTO |
29 |
3.7.1.1 |
La idea de «engendramiento» |
29 |
3.7.1.2 |
«El Hijo amado» |
30 |
3.7.1.3 |
La supremacía del Hijo |
30 |
3.7.1.4 |
El derecho de herencia |
31 |
3.7.1.5 |
Jesucristo no pudo ser «el primer ser
creado» |
31 |
3.7.2 |
JESUCRISTO,
EL CREADOR DE TODAS LAS COSAS |
31 |
3.7.2.1 |
En Él fueron creadas todas las cosas |
32 |
3.7.2.2 |
Tanto en los cielos como en la tierra |
32 |
3.7.2.3 |
Visibles o invisibles |
32 |
3.7.2.4 |
Ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades |
32 |
3.7.2.5 |
Todo ha sido creado por medio de Él y para
Él |
33 |
3.8 |
EL HIJO ETERNO |
35 |
3.8.1 |
LA
PREEXISTENCIA DEL HIJO |
35 |
3.8.2 |
JESUCRISTO
EL SUSTENTADOR |
36 |
3.8.3 |
LA
PLENITUD DE CRISTO |
38 |
4 |
EL HOMBRE FRENTE
AL CREADOR |
39 |
4.1 |
UNA «CREACIÓN DE LA NADA» |
39 |
4.2 |
LA CREACIÓN, UNA OBRA DEL DIOS TRINO |
41 |
4.3 |
EL PROPÓSITO DE DIOS EN LA CREACIÓN |
41 |
4.4 |
LA PRESENCIA DEL CREADOR EN EL NUEVO TESTAMENTO |
43 |
4.5 |
UNA VISIÓN SUCINTA DEL PENSAMIENTO
CREACIONISTA |
46 |
4.6 |
SOBRE LA CONTROVERSIA CIENTÍFICA |
47 |
4.7 |
LAS IDEAS EVOLUCIONISTAS EN LA ANTIGÜEDAD
CLÁSICA |
48 |
4.8 |
LOS CREDOS DE LA IGLESIA A LO LARGO DE LA HISTORIA |
49 |
4.8.1 |
CREDO DE LOS APÓSTOLES (Siglo III) |
49 |
4.8.2 |
CREDO
NICENO (325 dJC) |
49 |
4.8.3 |
CREDO
DE CALCEDONIA (451 dJC) |
49 |
4.8.4 |
CREDO
ATANASIANO (Siglo IV) |
49 |
4.8.5 |
ARTÍCULOS
DE LA RELIGIÓN (39 artículos, Igl. de Inglaterra, 1571) |
49 |
4.8.6 |
LA
CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER (1643-1646) |
50 |
4.8.7 |
LA
CONFESIÓN BAUTISTA DE NUEVA HAMPSHIRE (1833) |
51 |
4.8.8 |
FE
Y MENSAJE BAUTISTA (Convención Bautista del Sur, 1925) |
51 |
4.8.9 |
LA DECLARACIÓN DE CHICAGO S/.INFALIBILIDAD B.
(1978) |
51 |
4.8.10 |
DECLARACION DE FE DE LA ALIANZA EVANGÉLICA ESPAÑOLA |
52 |
4.9 |
LA CONSIDERACIÓN DEL CREADOR EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA |
53 |
4.10 |
LA GLORIA FINAL DEL LOGOS CREADOR |
55 |
5 |
CUADROS
AUXILIARES SOBRE LA DOCTRINA DE LA CREACIÓN |
61 |
5.1 |
PUNTOS DE VISTA SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA |
61 |
5.2 |
POSTURAS CRISTIANAS SOBRE ASPECTOS BÁSICOS |
62 |
5.3 |
CONCORDANCIA DE TERMINOS CREACIONALES EN EL N.T. |
62 |
5.4 |
DICCIONARIO GRIEGO DE STRONG PARA LAS CITAS ANTERIORES |
70 |
5.5 |
EL LOGOS REVELADO |
71 |
5.6 |
UNA CARTA A SUSANA |
72 |
5.7 |
EL LOGOS CREADOR |
74 |
6 |
BIBLIOGRAFÍA |
75 |
IN MEMORIAM
MIGUEL
VALBUENA CABARGA
(A
Coruña, 1919 – Barcelona, 2010)
Siempre lo recordaré como uno de los
predicadores que dejó una huella más profunda en mi
infancia. Con sus
extraordinarias meditaciones me enseño a amar la Palabra de Dios
y a conocer al
Dios de la Palabra. Los suyos son los únicos mensajes
bíblicos que recuerdo
nítidamente de mi infancia, llegándome al corazón
envueltos en la bondad de su
cálida persona.
A raíz de unas sencillas
poesías, tuve un
reencuentro con él unos tres o cuatro años atrás,
manteniendo desde entonces un
hermoso intercambio epistolar. Fue la persona que me animó con
más entusiasmo
para emprender la investigación que ha tomado forma final en
este Cuaderno
Koinonia, por lo que hice voto en mi corazón de dedicarle el
primer ejemplar de
esta edición, pero el Señor lo llamó antes a Su
presencia, para contemplar
personalmente al Logos Creador que tanto amó en su vida.
Pocas semanas antes de partir a la gloria, en
la que fue su última carta para mí, me trasladó
sus apasionadas reflexiones:
«Es un
trabajo muy interesante (refiriéndose al anterior Cuaderno,
dedicado a Jesús) y
completo, especialmente en lo que concierne a las profecías de
Isaías.
¡¡Hermoso trabajo!!, y especialmente en lo que se refiere a
la persona de
Jeshua, el eterno Hijo de Dios, el cual rezuma Divinidad en todos y
cada uno de
los aspectos de su Obra, como Creador y Redentor.
»Por cierto,
Francesc, que durante estos días pasados he estado pensando y
bendiciendo al
Señor por el maravilloso “misterio” del Creador de la inmensidad
de nuestro
universo haciéndose (¿?) o encarnándose en una
simple célula en el seno de
María. ¡¡Tan enorme y tan pequeño!! Adelante
con la idea del “Creador de todas
las cosas”. Dios te bendiga en la hermosa tarea de enaltecer a nuestro
Creador
y Redentor…».
Cuando se alude de alguna forma al gran tema de los orígenes, inmediatamente se polarizan las posturas y emerge un caudal de datos y argumentos científicos en el seno de una agitada discusión.
Tal vez por ello, en la mentalidad popular se ha consolidado la convicción que estamos frente a un debate entre Ciencia y Religión, donde la Ciencia se impondrá por aplastante mayoría a una molesta y obsoleta minoría religiosa, empeñada en imponer sus prejuicios teístas y detener el imparable avance de la Ciencia.
Pero ésta no es la auténtica naturaleza del debate, como muy bien apunta Marvin L. Lubenow:
«El verdadero asunto en el debate de la creación y la evolución no es la existencia de Dios. El verdadero asunto es la naturaleza de Dios. Pensar en la evolución como básicamente atea es no entender la singularidad de la evolución. La evolución no fue diseñada como un ataque general al teísmo. Fue diseñada como un ataque específico al Dios de la Biblia, y el Dios de la Biblia se revela claramente a través de la doctrina de la creación. Obviamente, si una persona es atea, será normal que también sea un evolucionista. Pero la evolución es tan confortable con el teísmo como con el ateísmo. Un evolucionista es perfectamente libre de adoptar el Dios que desee, aunque no sea el Dios de la Biblia. Los dioses provistos por la evolución son dioses privados, subjetivos y artificiales. No se preocupan por nadie ni hacen ninguna demanda ética. Sin embargo, el Dios de la Biblia es Creador, Sostenedor, Salvador y Juez. Todos son responsables a Él. Él tiene una agenda que se contrapone con la de los humanos pecadores. Para el hombre, ser creado a la imagen de Dios es muy impresionante» («Bones of Contention: A Creationist Assessment o Human Fossils», Grand Rapids, MI: Baker, 1992, pág. 188-189).
Esta
permanente hostilidad hacia el Dios de la Biblia distorsiona
completamente la
objetividad del debate creación – evolución, presentando
una perspectiva muy
sesgada de los temas a debatir.
J.P. Moreland señala que «la
autoridad monolítica de la ciencia,
combinada con la creencia de que el creacionismo especial es una
religión y no
una ciencia, da a entender que la evolución es la única
visión de los orígenes
que puede reclamar el respaldo de la razón. En nuestra cultura,
la ciencia y
sólo la ciencia, tiene una aceptación intelectual sin
restricciones… El
naturalismo filosófico (postura que sostiene que no hay
nada por encima o
más allá de las leyes naturales) se
utiliza para argumentar tanto que la evolución es ciencia como
que la ciencia
de la creación es religión, y que la razón se debe
identificar con la ciencia.
Por consiguiente, la evidencia empírica a favor o en contra de
la evolución no
es precisamente el asunto a considerar cuando se trata de explicar por
qué
tantos le brindan a la teoría una fidelidad sin límites.
»Hay un segundo motivo para la actual super – creencia
en la evolución.
Ésta funciona como un mito para los materialistas. Por mito no
quiero decir
algo falso, aunque creo que la evolución es eso, sino más
bien una historia de
quiénes somos y cómo llegamos hasta aquí, que
sirve como una guía para la vida…
»Por estas dos razones: la identificación de la
evolución como la única
opción sobre los orígenes que reclama el apoyo de la
razón, y la función de la
evolución como un mito conveniente para un estilo de vida
secular, el super –
compromiso general con la evolución no es en lo fundamental una
cuestión de
evidencia. Por eso la gente reacciona contra el creacionismo con odio,
disgusto
y animosidad, en lugar de responder a los argumentos creacionistas, no
sólo con
calma, sino con argumentos contrarios, dispuestos a aceptar nuevas
ideas. Esta
situación es trágica, porque ha producido una jerga
intelectual en la que se
sostiene que el naturalismo filosófico es nuestra fuente de
autoridad cultural,
protegiéndolo así de una crítica y un escrutinio
intelectual serios.
»El debate sobre creación y evolución no es en lo fundamental uno sobre cómo interpretar ciertos pasajes del Génesis, aunque incluye esto. Antes bien, trata en lo fundamental sobre lo adecuado del naturalismo filosófico como una concepción del mundo y la hegemonía de la ciencia como una autoridad cognitiva que relega la religión a la opinión privada y una fe apriorística» (Tres puntos de vista sobre la creación y la evolución. J.P. Moreland y John Reynolds. Editorial Vida, 2009, pág. 87-89).
Los creyentes evangélicos, lejos de sentirnos intimidados por el constante acoso de las creencias evolucionistas, supuestamente amparadas en datos científicos incontestables (aunque bien huérfanas de ellos), haríamos bien en escuchar con atención las palabras de Jesús a los saduceos (los intelectuales incrédulos de su época, puesto que no creían en la resurrección): «erráis ignorando las Escrituras y el poder de Dios» (Mt. 22:29). Estas son las verdaderas claves de nuestra victoria en esta batalla crucial. Sí, es realmente una cuestión de fe, pero no una fe irracional y contraria a los hechos científicos, sino una fe que descansa confiadamente en el poder de Dios y la veracidad de su Palabra (cuya fuente es la Verdad, con mayúsculas: Jn. 14:6). Es la misma fe en el Redentor que nos permite escuchar las benditas palabras de Jesús: «Vete, tu fe te ha salvado» (Mr. 10:52). Es la que nos impulsa a reconocer que «por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra (el Logos) de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (Heb. 11:3).
Todas las Escrituras descansan en la piedra fundacional de Génesis 1:1: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Una expresión tan clara y sucinta contiene una sabiduría inmensamente superior a todos los tratados que se han escrito durante siglo y medio acerca de la teoría de la evolución, que no son pocos precisamente. En efecto, de esta enseñanza del Génesis se desprenden, al menos, las siguientes consecuencias:
El propósito de la investigación
recopilada
en este ejemplar no es el acopio de datos científicos que
satisfagan nuestra
curiosidad intelectual, o provean munición para debatir con
nuestros amigos
evolucionistas. Más bien tratan de seguir las claves que
apuntó Jesús: ¿Qué
nos dicen las Escrituras acerca del Creador? Si bien el
Génesis es el
libro que nos ofrece la información básica acerca de la
creación, es el N.T. el
que nos da la imagen más completa y gloriosa del Creador, y es
en él donde
hemos centrado nuestra investigación. Y también, ¿cuál es el verdadero poder del
Logos Creador? Es realmente penoso ver a eruditos
teólogos o cristianos
con un gran currículum científico que, sin embargo,
parecen ignorar
completamente quién es el verdadero Creador de este universo. Si
nuestra fe se
sustenta en los firmes pilares de la verdad
revelada, no vamos a equivocarnos, como señaló el Maestro.
No deberíamos olvidar las lecciones que surgen de la conducta cobarde de Pedro en Antioquía, severamente reprendía por Pablo (Gál. 2:11-21). Allí aprendemos que la fidelidad cristiana implica mucho más que creer en la doctrina correcta; si la doctrina correcta no conduce a la conducta correcta, sólo produce falsa hipocresía. También aprendemos que la verdad es más importante que la armonía y la paz externas (muchos cristianos hoy en día se identifican con el evolucionismo ateo pensando que así mantendrán una buena relación con «los hombres de ciencia» y sus falsas creencias filosóficas, negando con esa conducta al Dios que los ha creado y redimido). El compañerismo y la unidad de los cristianos únicamente se construyen sobre la base de la verdad, nunca en las arenas movedizas de la falsedad, sin importar las simpatías que nuestra relativización de los hechos revelados pueda despertar en ámbito intelectuales. Las concesiones a la mentira sólo debilitan a la iglesia y traen oprobio y vergüenza al Señor a quién servimos. El «vínculo de la paz», del que habla Pablo en Ef. 4:3, no tiene que ver con una paz a cualquier precio sino con la paz basada en la Palabra de Dios y establecida por el Espíritu Santo. También aprendemos que la ética del relativismo (tu verdad es tan valiosa como la mía) en cada situación dada, es una ética contraria a la piedad; sólo la Palabra de Dios y no las circunstancias de cada situación humana, es la que nos dice lo que es correcto y lo que es pecaminoso en toda circunstancia. La verdad nunca se puede disociar de la justicia. Finalmente aprendemos que la falsedad no puede ser ignorada, sin importar las consecuencias que produzca oponernos a ella. Siempre que la falsedad afecta al evangelio, aún en la forma más aparentemente inocente, debemos denunciarla sin concesiones. Y si aún los cristianos más relevantes «persisten en pecar», como le sucedió a Pedro con su desafortunada conducta ante los hermanos gentiles de Antioquía, nuestra obligación es reprenderlos «delante de todos, para que los demás también teman» (1 Tim. 5:20).
En
estos tiempos tan confusos, donde los creyentes tienen «comezón»
de oír (2
Tim. 4:3), y no pocos se dejan arrastrar por el primer charlatán
que se cruza
en su camino, sólo hay una brújula segura que nos muestra
el verdadero norte de
la verdad espiritual: el Señor Jesucristo, quien es el Logos
Creador y el Eikón del
Dios invisible. Cristo es la fuente (arché) de la
creación y la suprema
autoridad (prototokos) sobre ella (Col. 1:15-17; Sal. 89:27). Él
es el corazón
mismo de las Escrituras (Lc. 24:44-45) y la manifestación plena
del poder de
Dios en Creación (Col. 1:16; Ap. 4:11), Redención (Col.
1:18-20; Ap. 5:9,
12-13) y Juicio (Jn. 5:22; Heb. 9:27; Ap. 14:7). A Él sea la
gloria por todos
los siglos. Amén.
Francesc
Closa i Basa
1 En
el principio era el Verbo, y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era
Dios.
2
Éste estaba en el principio ante Dios.
3
Todas las cosas por Él fueron hechas; y sin Él, nada de
lo que ha sido hecho
fue hecho.
Biblia Textual RV, de la Sociedad Bíblica
Iberoamericana, 2001.
1 En el principio era el Verbo, el Verbo
estaba con Dios y el Verbo era Dios. 2 Este estaba en el principio con
Dios. 3
Todas las cosas por medio de Él fueron hechas, y sin Él
nada de lo que ha sido
hecho fue hecho.
Reina Valera, 1995.
1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el
Verbo era
Dios.
2 Él era en el principio con Dios.
3 Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin
Él nada de lo que ha
sido hecho vino a ser.
La Biblia de las Américas, 1ª
edición.
1 En el principio existía la Palabra y la Palabra
estaba con Dios, y la
Palabra era Dios.
2 Ella estaba en el principio con Dios.
3 Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto
existe.
Biblia de Jerusalén, 1975.
1
En principio era el
Verbo, y el Verbo estaba cerca de [el Verbo estaba dirigido hacia Dios
el
Padre, en comunión íntima y eterna con Él] Dios, y
Dios era el Verbo [nótese
que el sujeto tiene artículo y, en cambio, el predicado no lo
tiene; entonces
se debe traducir: y el Verbo era Dios].
2
Éste estaba en
principio cabe Dios.
3
Todas (las cosas) por
Él fueron hechas [literalmente: mediante Él llegaron a
ser], y sin Él fue hecha ni una que
ha sido hecha.
Nuevo Testamento Interlineal, de Francisco
Lacueva.
Las notas en corchete son aclaraciones del propio Lacueva.
El
comienzo del Evangelio de
Juan hunde sus raíces en el libro del Génesis, de una
manera profunda y duradera.
Génesis nos presenta la Creación de Dios. Juan nos habla
de una nueva Creación,
una nueva luz y una nueva vida, y estas ideas terminarán
moldeando todo su
Evangelio.
El
prólogo del Evangelio es majestuoso y atemporal, centrado en la
deidad y sus
propósitos eternos. Génesis presenta a Dios actuando
y nos describe la obra creadora de Dios; Juan presenta a
Dios revelándose, pues es propio de
la naturaleza de Dios revelarse a Sí mismo, y al hacerlo revela
su gloria,
que se centra en la persona del Verbo
divino. En Génesis Dios expresa su
palabra creadora: “entonces dijo Dios”, y cada vez que Dios habla,
la
palabra de Dios crea algo nuevo; en Juan la Palabra de Dios tiene una dimensión
personal, la Palabra se encarna
y viene a este mundo. La realidad de Dios es ahora más compleja
y más completa
que en el Génesis; lo que allá se sugiere sutilmente,
aquí se afirma
explícitamente, pero sin atentar en ningún momento contra
la unidad y unicidad
de Dios. Este Logos divino y creador
está por encima de todas las cosas y es inmutable, como la
eternidad.
De
ahí brotarán las semillas de los temas creacionales que
se desarrollan en este
Evangelio:
Con
esta introducción Juan nos
está diciendo que Aquel que vimos como Jesús
de Nazaret es nada menos que la misma Palabra
y la plenitud de Dios, es el “Dios con
nosotros” de Isaías. Aquella personificación de la Sabiduría
de Dios en Proverbios 8, ahora se ha
encarnado,
manifestando el pensamiento, el sentimiento y la voluntad
de Dios.
Pero
no acaban aquí las
similitudes entre Génesis y el Evangelio de Juan. La
creación de Génesis se
desarrolla en 7 días, y Juan también
tiene un especial cuidado de subrayar los primeros
siete días en la obra de la Redención:
1)
V.
19. En el primer día del Evangelio, los dirigentes de
Jerusalén envían una
comisión para indagar quién es Juan el Bautista y
éste proclama que no es el
Cristo.
2)
V.29.
La expresión “al día siguiente”, nos
habla del segundo día, y en él Juan identifica al Cordero
de Dios que quita el
pecado del mundo.
3)
V.
35. En el tercer día, vemos los dos primeros discípulos
que siguen a Jesús.
4)
V.
39. Cambia la “marca temporal” que introducirá el cuarto
día, subrayando que “se quedaron aquel día
con Él, porque era como
la hora décima”. Ese nuevo día Jesús le cambia
el nombre a Simón y le llama
Pedro. Igual que Adán, tiene la potestad
de dar nombres en la nueva creación.
5)
V.43.
En el quinto día es Jesús quién encuentra a
Felipe, y a Natanael le mostrará la
visión de la escalera de Jacob, otra imagen del Génesis.
6-7)
Cap.2,
V.1, En él hay un cambio significativo en la expresión
cronológica: “Al tercer día”, y es la
única vez que
aparece en este Evangelio. Según el modo de contar judío,
estaría haciendo
referencia a los días 6º y 7º de la semana de la
Redención. Pero, además, tiene
un significado profundo porque “al tercer
día” Jesús resucitó. Después de
completar la cronología de esta semana
inaugural, el relato se trasladará al escenario de la Pascua,
un tema culminante del Evangelio.
Pero,
¿qué sucedió en aquel día
séptimo? Se celebra una fiesta de boda.
En el Génesis, la semana de la Creación culmina en la unión gozosa del primer
hombre y la primera mujer, bendecida por Dios. Ahora otra boda culmina la semana de
la Redención, y en ella el personaje
central realmente es Jesús. El elemento
clave de este relato es el vino,
un símbolo de gozo y de alegría, y que también nos
recuerda la redención de
Jesucristo, y la futura fiesta de las bodas
del Cordero.
De esta conexión con el Génesis van
surgiendo temas
significativos de la Redención: Logos, Dios, luz, vida,
día, boda, vino,
cordero, Pascua, “al tercer día”... Al igual que aquella boda
bendecida con un vino creado por Jesús,
nosotros también
celebramos otra fiesta disfrutando el vino dulce de la Redención
y recordando
el alto precio que le costó al Señor conseguirla,
obedeciendo la voluntad del
Padre que le envió.
Los
dieciocho primeros versículos de Juan constituyen el prólogo
a todo el evangelio. Lo más seguro es que éste pasaje se
compusiera teniendo todo el evangelio en mente porque está
íntimamente
conectado con todo lo que viene a continuación. Aquí se
presentan los temas que
se desarrollarán después: la excelencia
de Cristo, quién es el Verbo de Dios,
la lucha entre la luz y las tinieblas
y el testimonio de Juan el Bautista,
el mayor de los hijos de Israel. También aparecen aquí
varias palabras clave,
de gran significación en todo el evangelio (vida, luz, testigo,
gloria…). Pero
el tema central es la encarnación,
con la sorprendente
paradoja de que aquellos que deberían alegrarse y darle la
bienvenida, le rechazan.
El
uso del término Logos, el Verbo o la
Palabra, es de particular importancia. Sólo se le aplica a
Cristo en el comienzo del evangelio de
Juan, de su primera
epístola y en Apocalipsis 19:13,
como “el Verbo de Dios”. Pero la idea básica que nos transmite
este término (la relación que Cristo
tiene
con el Padre) se extiende por todo el
evangelio y
nos da la clave para interpretar su enseñanza. Estamos, pues, ante el evangelio
de la Palabra. Y al hablarnos del Logos, Juan se remonta en el
tiempo
para contemplar los propósitos eternos de Dios. Con
relación al evangelio de
Juan, la referencia al Logos es cuádruple (se menciona tres
veces en el
versículo uno y la última en 1:14). Pero después
del prólogo, a Jesús nunca más se
le vuelve a llamar Logos, por cuanto el Logos
preexistente (1:1) se ha hecho
ahora carne (1:14).
Algunos
comentaristas ven ese texto como poesía,
pero no hay ningún acuerdo entre ellos sobre la
distribución de los versos ni
en determinar qué parte serían prosa intercalada. El
texto del prólogo es más
bien un tipo de prosa elevada, fruto
de una intensa meditación, que le imprime un estilo profundo y
reflexivo.
Las
primeras palabras de Juan conectan inmediatamente con las primeras de
la
Biblia. El primer libro de la Torá se llama Bereshit
(“En el principio”). Esta asociación
está plenamente justificada porque Juan va a hablarnos de un nuevo principio, que dará lugar a una nueva
creación. Para reforzar esta
conexión usará también otras palabras importantes
del Génesis: vida (4), luz
(4), tinieblas (5).
Respecto
a la expresión «en el principio» (en
archëi), Archibald Thomas Robertson comenta que “archë”
es determinado, aunque carente de artículo, como nuestra
expresión «en casa», y como el similar
término hebreo bereshith en Gén.
1:1.
Westcott señala, por su parte, que Juan lleva nuestros
pensamientos más allá
del comienzo de la creación en el tiempo, hasta la eternidad. No
se da aquí,
igual que en Génesis, ningún argumento para demostrar la
existencia de Dios;
simplemente se da por sentada. O bien Dios existe, y es Creador del
universo, o
bien la materia es eterna o ha venido de la nada.
Así
como Génesis describe la primera creación
de Dios, Juan describe la nueva creación
de Dios. Al igual que la primera, ésta última no
se ejecuta por un ser subordinado, sino que se lleva a cabo a
través del Logos, quien es la Palabra de
Dios, la Palabra creadora (Salmo 33:6).
A
través del Logos vemos la continuidad con la primera
creación, por ello ya
existía en el principio antes
que ninguna cosa fuera llamada a existir.
En ocasiones se ha traducido como “al principio de los tiempos”, pero
la
expresión de Juan es más concisa y exhaustiva. En 1 Jn 1:1
se nos habla de lo que ha ocurrido a
partir del principio, pero aquí se nos informa que en
el principio el Logos ya existía.
Barth afirma que “la Palabra es
pronunciada en el mismo lugar donde Dios está, es decir, en el
principio de
todo lo que existe”.
Pero
el término principio no sólo significa comienzo;
también significa “origen” o “causa”
(ver Ap. 3:14). La expresión de
Juan combina ambos significados: “en el principio de la historia” y “el
origen
o la causa del universo”. Juan utiliza con mucha frecuencia palabras
polisémicas (con más de un sentido), por lo que esta
dualidad no es una mera
coincidencia. Este recurso permite extraer todo el significado de las
expresiones utilizadas. Aquí ambos sentidos son importantes: no
ha habido ningún período en que el Logos
no
existiese ni tampoco hay nada que no
dependa de Él para existir.
El
verbo “era” o “existía” denota que
el Logos existía continuamente,
sin un comienzo ni un final, lo que nos
habla de un ser eterno e inmutable, y por ello puede afirmar que
existía antes
de la creación. Tres veces emplea Juan en esta oración el
tiempo imperfecto del
verbo eimi (ser), tiempo que no da
una idea de origen para Dios o para el Logos, sino que denota
una existencia continua. Ello contrasta claramente con el
verbo del versículo 14 (egeneto, “se
hizo”, del verbo ginomai, “devenir”,
“llegar a ser”) que nos describe el comienzo de la Encarnación
del Logos. Esa
misma distinción se establece claramente en Juan
8:58: «Antes que Abraham fuese (genesthai),
yo soy (eimi,
existencia atemporal)». La conclusión vital que se
desprende de ello es que el
Logos no fue creado. Para la
mentalidad judía el Dios único es la
fuente de todas las cosas y la tendencia natural sería concluir
que el Logos debería
tratarse de una creación noble y excelente, pero en todo caso un
ser creado y
subordinado. Por ello Juan hace la afirmación tajante de que el
Logos existía, lo que no permite encuadrarlo
en el grupo de las cosas creadas. Como dice Guthrie: «Él
está por encima de
todas las cosas, por encima del tiempo; es inmutable
como la eternidad». William MacDonald, al comentar que
Él nunca fue creado
y que jamás tuvo principio, observa con agudeza que «una
genealogía estaría fuera de lugar en este
Evangelio del Hijo de Dios».
El
pensamiento de Juan es claro y emplea un estilo muy lúcido pero
su peculiar
forma de combinar la sencillez con la profundidad
nos plantea dudas sobre
el alcance de nuestra interpretación. ¿Qué expresa
realmente el término Logos? Los griegos
lo utilizaban con mucha frecuencia, con dos significados:
el pensamiento de una persona, o la expresión
del pensamiento de una persona
(es decir, el discurso). «Logos» servía para denotar
tanto “la razón” como “el
habla”. La expresión se aplicó también como
término filosófico, y vino a
expresar algo así como el alma del mundo
(ánima mundi) o el alma del universo. Era el principio
racional del universo, una fuerza creadora y
omnipresente; todas las cosas provenían del Logos de
quién surgía también la sabiduría
de las personas. Estas ideas son tan antiguas como Heráclito
(siglo VI aC), quién afirmó que el Logos “siempre ha
existido y siempre existirá”, y que “todas las cosas ocurren
gracias al Logos”.
Si todo cambia sin cesar, se decía Heráclito, ¿por
qué el mundo no es entonces
un completo caos? Su respuesta a esta pregunta es que todo sucede
conforme al
Logos. En el mundo operan una razón y una mente, y ésta
es la mente de Dios, el
Logos de Dios que hace que el universo sea un cosmos ordenado y no un
completo
caos. Para Heráclito la realidad última unas veces era
Dios, otras el Logos y
otras el Fuego. Después de Heráclito el término se
va diluyendo. Aunque Platón lo menciona
ocasionalmente, no
se interesa demasiado por él; le interesa más la
distinción entre el “mundo
material” y el “mundo real” de las ideas. No obstante, él
decía que el Logos de
Dios era el que mantenía los planetas en sus órbitas y el
que traía de vuelta
las estaciones y los años en sus tiempos determinados. Para Homero
el término «logos» denota
“poner
a un lado”, poner palabras una al lado de otra, hablar, expresar una
opinión.
Quienes afianzaron el término Logos fueron los estoicos,
los cuales se centran en la idea de que el Logos, la
razón eterna, se extiende por todo el
universo. Ellos amaron apasionadamente esta concepción: “el
Logos de Dios vagaba por todas las cosas” (Cleanto).
Todo era
ordenado por el Logos, quien introdujo la razón en el mundo; de
hecho, la
propia mente del hombre era una pequeña porción del
Logos: “la razón no es otra cosa que una
partícula
del espíritu divino inmersa en el cuerpo humano”
(Séneca). No le atribuían
ningún sentido personal, sino lo
consideraban como una fuerza o un principio.
El Logos fue el que puso la
razón en el universo y en el hombre, y este Logos era la mente
de Dios. Esta
concepción llegó a su clímax con Filón
de Alejandría, quien fusionó el pensamiento hebreo
con los conceptos griegos. Para
Filón, el Logos de Dios estaba “inscrito
y grabado en la constitución de todas las cosas”. El “Logos es
el guardián por
medio del que el piloto del universo gobierna todas las cosas”. El
Logos es el
sumo sacerdote que pone las almas ante Dios; por ello es el puente
entre el
hombre y Dios. Marco Aurelio usó la
frase «spermatikos logos» para denotar el principio
generativo de la naturaleza
(en consonancia con las ideas evolucionistas
del mundo
clásico, que mencionaremos más adelante).
Juan
utiliza este término crucial porque era significativo
tanto para los judíos (la Palabra), como
para los griegos. Al llamar a la
persona de Jesús como el Logos, Juan declaraba
que Jesús es el poder creador de Dios que vino a
los hombres;
Jesús no habló solamente la palabra de
conocimiento; Él es la Palabra de
poder. Para el judío una
palabra no era simplemente un sonido articulado que expresa una idea,
sino que
la palabra hacía cosas. La Palabra de Dios es una causa
eficiente. En el relato
de la creación, la Palabra de Dios crea (Gén. 1:3; Sal.
33:6,9). Dios envió su
Palabra y los sanó (Sal. 107:20). La Palabra de Dios hace lo que
Él quiere (Is.
55:11). Por todo ello, el judío entendía que la palabra
no sólo decía
sino que también hacía.
Jesús no vino tanto para decirnos cosas sino
para hacer cosas por nosotros.
Jesucristo
es, también, la mente de Dios encarnada:
“La mente de Dios se hizo hombre”.
Una palabra es siempre la expresión de un
pensamiento, y Jesús es la perfecta
expresión del pensamiento de Dios
para los hombres. Naturalmente, pocos entendían sus
implicaciones filosóficas
pero todos eran capaces de discernir que se trataba de algo importante,
y
pensaban en un elemento grande y supremo del universo. No obstante, el
uso que
hace Juan del mismo no deriva de ese
trasfondo griego. Para Juan el Logos no
se relaciona con el Espíritu, lo que sería de esperar
para una mentalidad
griega, sino con Jesús, el Cristo histórico. De hecho, Juan
rompe con una de las ideas griegas fundamentales: los dioses
olímpicos no
tenían nada que ver con lo que ocurría en el mundo; eran
unos meros espectadores
del acontecer humano con una frialdad ausente de sentimientos. El Dios de Juan, sin embargo, se preocupa
y se implica de forma apasionada con la historia de los hombres. Su
“Logos”
transmite la idea de un Dios que se acerca a
nosotros,
asume la naturaleza humana, sufre penalidades y luchas para finalmente
padecer
y triunfar a fin de conseguir nuestra salvación.
Pero
para entender el uso de este término griego en el evangelio es
mucho más
importante considerar el trasfondo judío.
Así como la expresión “en el principio” evoca
inmediatamente Génesis 1:1, la mención
al Logos se asocia estrechamente con la
repetida frase de Génesis 1 “entonces
dijo Dios”. El Verbo es la Palabra
creadora de Dios, un trasfondo íntimamente hebreo. Aunque
nada en el AT
atenta contra el monoteísmo judío, la enseñanza en
el siglo I enfatizaba mucho
la idea de Sabiduría y de Palabra,
atribuyendo a estos términos
una existencia independiente (como se
ve en el Salmo 33:6 y Prov. 8:22-31).
Por ello la Palabra del
Señor es un agente activo que cumple la
voluntad divina. Cuando Dios habla, algo ocurre, o se dice que esta
Palabra
“vino a un profeta”. Como lo expresa
Isaías: “así será mi Palabra que sale
de
mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado
lo que deseo, y logrado el
propósito para lo cual la envié” (Is.
55:11). O el Salmo 29: “Voz de
Jehová sobre las aguas… Voz de Jehová
con potencia… Voz de Jehová con gloria… Voz de Jehová que
quiebra los cedros…
Voz de Jehová que derrama llamas de fuego… Voz de Jehová
que hace temblar el
desierto… que desgaja las encinas y hace temblar los bosques…”.
Encontramos
también personificaciones de la
Sabiduría (Prov. 8:22-31) y
también de la Ley, incluso en
estrecha asociación con la Palabra (Is.
2:3; Miq 4:2).
Aunque estos términos son elementos divinos, no se da a entender
que se refieran
a Dios mismo, hasta que explícitamente nos lo declara el NT.
Cuando
los judíos fueron dispersados y dejaron de hablar el hebreo, se
escribieron paráfrasis libres de las
Escrituras,
conocidas como tárgumes. En ellos,
por miedo a infringir el tercer mandamiento, cuando aparecía el
nombre de Dios
era inmediatamente sustituido por otras expresiones reverentes, o
circunloquios, como “el Nombre” o “el Santo”. Una de tales expresiones
era “el Logos” (heb. memra). Así, por
ejemplo, en el Tárgum de Jonatán hay
320 referencias personales a “la memra de Dios”. Moisés
sacó al pueblo del campamento
para encontrarse con la “memra” de
Dios (Éx. 19:17). “La memra es fuego
consumidor (Dt. 9:3). “Por mi Palabra (memra) he fundado la tierra y
por mi
fuerza he suspendido los cielos” (Is. 48:13). Aunque no es el mismo uso
que
Juan hace del término, es evidente que mucha
gente asociaría ambas ideas de forma inmediata. El resultado
de ello es que
las Escrituras judías se llenaron de la frase “la Palabra
(memra) de Dios”, y
la palabra estaba siempre haciendo, no
meramente diciendo.
En el
período intertestamentario se desarrolló una abundante
literatura personificando la Sabiduría,
estrechamente asociada con Dios: “Yo salí de la boca
del Altísimo, y cubrí
como niebla la tierra. Yo levanté mi tienda en las alturas, y mi
trono era una
columna de nube. Sola recorrí la redondez del cielo, y por la
hondura de los
abismos paseé” (Eclesiástico 24:3-5). Pero el autor
de este libro apócrifo se
apresura a declarar que esta Sabiduría era
una realidad creada: “Antes de los
siglos, desde el principio, me creó” (Eclesiástico
24;9). También vemos
citas impresionantes en el libro de Sabiduría
de Salomón: “Cuando un sosegado silencio
todo lo envolvía, y la noche se encontraba en la mitad de su
carrera, tu
Palabra omnipotente, como implacable guerrero, saltó del cielo,
desde el trono
real… empuñando como afilada espada tu decreto irrevocable… y
tocaba el cielo
mientras pisaba la tierra” (Sabiduría 18:14-16). Aunque
tales autores
estarían bien lejos de creer que la Sabiduría y la
Palabra existían por sí
mismas, no cabe duda de que esta
simbología que estaban creando allanaría el camino
para comprender el
concepto que Juan nos presentará del Logos
divino. El pensamiento de Juan
es idiosincrásico, y usa frecuentes
términos que para sus lectores estaban llenos de sentido,
fueran del
trasfondo que fuesen (judíos, helenistas o de otros
ámbitos), pero a todos va a sorprenderles el
pensamiento de
Juan porque la idea del Logos que
presenta es fundamentalmente nueva.
El concepto es mucho más profundo y rico que el de cualquiera de
sus predecesores.
El Logos no es ningún “principio de
todas las cosas” sino un Ser vivo, y
la fuente de la vida; no es ninguna
personificación sino una Persona divina.
Es nada menos que Dios. El Logos no es un salvador cualquiera sino que
es la única esperanza para toda la raza humana.
El Logos y el Evangelio están
íntimamente relacionados; por ejemplo, en Lc. 1:2
leemos de quienes fueron: “testigos oculares y ministros de
la palabra”,
donde el término palabra tiene un mayor
alcance que el de la simple enseñanza. Tampoco se distingue
entre “predicar la palabra” (Hechos 8:4)
y “predicar a Jesús” (11:20)
o “predicar a Cristo” (1 Cor. 1:23; Gál. 3:1).
Por
todo ello, aunque Juan usa un término bien conocido por gentes
de trasfondos
culturales diferentes (judíos y griegos), su
pensamiento es fundamentalmente cristiano, y cuando nos presenta a
Jesús
como el Logos, lo que hace es colocar la
piedra angular de un edificio que
se ha ido construyendo a lo largo de todo el Nuevo Testamento.
Aunque
después del prólogo Juan ya no volverá a referirse
a Jesús con el término de
Logos, es muy importante no perder de vista el hincapié
constante que hace en equiparar las “palabras de
Jesús” con las “palabras
de Dios”. Las palabras de Jesús
son las palabras de Dios (3:34; 14:10, 24; 17:8,
14)
por lo que tiene una trascendental importancia creerlas (5:47). Las
palabras de
Jesús traen vida (5:24; 6:68; 8:51), y de hecho son vida (6:63);
traen pureza
(15:3) y poder a la oración (15:7). Pero la otra cara de la
moneda es enormemente
seria: negarse a obedecer la palabra de Jesús trae juicio
(12:47-48), y quienes
así actúan pertenecen al diablo (8:47, 44). Por ello es
importante guardar la
palabra de Jesús (14:23; 15:20; 17:6).
¿Por
qué ya no se menciona más el término Logos
en el resto del evangelio de Juan? El Diccionario Teológico de
Kittel sugiere
que a Jesús no se lo vuelve a llamar nunca Logos, por cuanto el Logos preexistente (1:1) se ha hecho
ahora carne (1:14).
Aquí entramos también en la importante
cuestión de la
relación eterna entre las
Personas de la Deidad. En la primera edición de este
artículo me
refería a la sugerencia de John
MacArthur, que en su comentario de Gálatas 4:4 hace este
comentario:
«Unos novecientos años antes de que
Jesús naciera, Dios profetizó:
“Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Heb. 1:5; 2 Sam.
7:14). Con ello
indicó que desde la eternidad, aunque siempre hubo tres personas
en la
Trinidad, no existían todavía los papeles de Padre e
Hijo. Al parecer, tales
designaciones se hicieron realidad por primera vez y para siempre en la
encarnación. En la anunciación del
nacimiento de Jesús a María, el ángel Gabriel
declaró: “Éste será grande, y
será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:32, 35). Hijo
era un título nuevo que nunca antes había sido aplicado a
la segunda persona de
la Deidad excepto en las alocuciones proféticas, como en el
Salmo 2:7, el cual
se interpreta en Hebreos 1:5-6 como una referencia al acontecimiento de
su
encarnación. Juan escribió: “En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios (1:1). Solo fue cuando “aquel Verbo fue hecho
carne,
y habitó entre nosotros” como “el unigénito Hijo que
está en el seno del Padre”
(1:14, 18), que Él asumió el papel y las funciones de Hijo».
En
realidad, John MacArthur retiró posteriormente esta
interpretación como
errónea, en los términos que aparecen en su propia
declaración más
abajo. Aquí quiero citar unas observaciones de una
comunicación
personal recibida con respecto a esta importante cuestión:
Estimado
Francesc:
Te escribo estas líneas después de
haber tenido más tiempo para leer tu escrito. Como ya te
comenté, había
hecho
una lectura relámpago, pero después de una lectura
más reposada, he
visto muy
buenos razonamientos y detalles que profundizan en la exposición.
También he encontrado algo que
conviene comentar, y que es el siguiente parágrafo, sobre el que
desearía hacer
unas observaciones que creo importantes, todo y que no tan completas
como yo
quisiera, debido al poco tiempo disponible:
«¿Por qué ya no se
menciona más el término Logos en el resto del
evangelio de
Juan? El
Diccionario Teológico de Kittel sugiere que a Jesús no se
lo vuelve a
llamar
nunca Logos, por cuanto el Logos
preexistente (1:1) se ha hecho ahora carne
(1:14). En esta misma línea de pensamiento, John
MacArthur, en su comentario de Gálatas 4:4, hace un comentario
profundo
y
sugerente: «Unos novecientos años antes de que
Jesús naciera, Dios
profetizó:
“Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Heb. 1:5; 2 Sam.
7:14). Con
ello
indicó que desde la eternidad, aunque siempre hubo tres personas
en la
Trinidad, no existían todavía los papeles de Padre e
Hijo. Al parecer,
tales
designaciones se hicieron realidad por primera vez y para siempre en la
encarnación.
En la anunciación del nacimiento de Jesús a María,
el ángel Gabriel
declaró:
“Éste será grande, y será llamado Hijo de Dios”
(Lc. 1:32, 35). Hijo
era
un título nuevo que nunca antes había sido aplicado a la
segunda
persona de la
Deidad excepto en las alocuciones proféticas, como en el Salmo
2:7, el
cual se
interpreta en Hebreos 1:5-6 como una referencia al acontecimiento de su
encarnación. Juan escribió: “En el principio era el
Verbo, y el Verbo
era con
Dios, y el Verbo era Dios (1:1). Solo fue cuando “aquel Verbo fue hecho
carne,
y habitó entre nosotros” como “el unigénito Hijo que
está en el seno
del Padre”
(1:14, 18), que Él asumió el papel y las funciones de Hijo»
(página 11 de “El Logos Creador”).
Es cierto que MacArthur había
mantenido esta postura de negar la relación filial del Logos
antes de la encarnación. Pero también es cierto que
después reconsideró
su posición, y que ahora sostiene la relación eterna
Padre – Hijo
dentro de la
Deidad por razones escriturales de gran importancia.
Una ilustración
de
esta relación está en
una pregunta, que ya daría por sí sola materia para la
reflexión, a una
Escritura
de gran antigüedad. La encontramos en Proverbios 30:4: «Palabras de Agur, hijo de
Jaqué; la profecía
que dijo el varón a Itiel, a Itiel y a Ucal. Ciertamente
más rudo
soy yo que ninguno, Ni tengo entendimiento de hombre. Yo
ni aprendí
sabiduría, Ni conozco la ciencia del Santo. ¿Quién
subió
al cielo,
y descendió? ¿Quién encerró los vientos en
sus puños? ¿Quién ató las
aguas en
un paño? Quién afirmó todos los términos de
la tierra? ¿Cuál
es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?».
Por otro lado, en la
profecía de Isaías 9:6
se nos dice: «Porque un niño nos es nacido, hijo
nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará
su
nombre
Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz».
Es
decir, el que nace (tiene un origen) es
un niño, que como niño crecerá, etc., pero como
Hijo, nos es dado. ¿Y de dónde procede?
La respuesta
la tenemos en Juan 3:16: «Porque
de tal manera amó Dios
al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna».
Por ello, aquel que tiene la
dignidad de Hijo unigénito nos es dado, y este don es la medida
del
amor del
Padre; no se trata de que venga a constituirse Hijo por la
encarnación
(aunque
en la encarnación es engendrado; pero de ningún modo se
implica que al
ser
engendrado se CONSTITUYA en Hijo. Y este ser engendrado en el tiempo
(lo que,
por cierto, no sólo tiene como referencia la encarnación,
sino también
la
resurrección) no es lo mismo que su condición de
Unigénito Hijo, que es
eterna.
Juan abunda más
en que
es aquí donde
encontramos la medida del amor de Dios hacia nosotros, y si no
mantenemos esta
verdad, detraemos de la verdadera medida del don de Dios y de la medida
de lo
que este don significa para nosotros: «En esto se mostró el
amor de
Dios para con
nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo,
para que
vivamos por
él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a
su Hijo en
propiciación por
nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos
también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha
visto jamás
a
Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor
se ha
perfeccionado en nosotros. En esto
conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en
que nos ha dado
de su
Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha
enviado al Hijo, el Salvador del mundo»
(1
Jn. 4:9-14).
Hay mucho más que decir al respecto.
Tan solo te escribo esto un poco deprisa para que conozcas mis serias
reservas
sobre esta posición. No es un tema de puro academicismo
teológico, sino
que
entra en el corazón del significado de los afectos divinos en la
eternidad, y
de la plenitud del significado del don de Dios, que envió al
Hijo de Su
amor.
Esta misma posición fue más tarde repudiada por el propio
MacArthur,
después de
haberla sostenido durante unos años, en un período de su
testimonio en
que la
excelencia del don de Dios quedaba oscurecida. Te adjunto seguidamente
algunos
extractos de la declaración de MacArthur.
Por otro lado, quiero reiterar que
la profundidad, la extensión y la gloria del amor de Dios
residen en
que dio al
Hijo de Su Amor desde la eternidad al tiempo y espacio del universo
creado. Y
que la negación en que cayó MacArthur, y que repudia con
esta
declaración,
tenía la triste consecuencia de detraer de la gloria de Cristo
en Su
relación
de Hijo del Padre y de la gloria de Dios en Su don de amor (1 Jn.
4:9-14).
Un abrazo, Santiago Escuain, 6 de noviembre de 2010.
[Ir a la
declaración de John MacArthur]
El
término Logos tiene un enorme
significado y su empleo en la introducción del evangelio no es
pura casualidad.
Usar el concepto de Logos es su manera de llamar la atención
sobre la deidad, sin mostrar ningún indicio que
minimice o le reste importancia a su humanidad.
Por ello, entender el alcance de este
término nos lleva a la comprensión correcta
de todo el Evangelio.
Juan,
al igual que hace Pablo en sus epístolas, confronta de forma
radical las falsas
enseñanzas de un gnosticismo
incipiente (esta falsa doctrina tuvo su pleno apogeo en el siglo II,
pero ya
hay abundantes evidencias de su perniciosa influencia en la iglesia
primitiva
del siglo I). Ante las insistentes alusiones a la “sabiduría” (sophia) de los gnósticos, Juan nos
presenta al Logos, respondiendo tanto a los gnósticos
docetistas (que negaban la verdadera humanidad de Cristo),
como a los gnósticos cerintios,
quienes diferenciaban al eón (una
especie de “deidad intermedia”) Cristo del hombre Jesús. El
Logos preexistente «se hizo carne» (sarx
egeneto,
versículo 14), y mediante esta frase
Juan rebatía
ambas herejías a la vez.
Podemos
decir, a modo de conclusión de ese estudio sobre la importancia
y significado
del Logos, que este término expresa la gran verdad de que es
propio de la naturaleza de Dios revelarse a sí mismo.
Diríamos,
con toda reverencia, que el Logos de
Dios es su pensamiento, expresado en palabras que los humanos pueden
entender.
Dios no es alguien distante e indiferente (como el Dios del que suelen
hablar
los científicos y los filósofos). Pero de la misma forma
que es Soberano en cualquier otro ámbito,
también lo es en su revelación, por
lo que debemos tener sumo cuidado con dos
interpretaciones erróneas:
A)
“La
revelación es estática”. Nada más lejos de la
realidad. No se trata de
adquirir algunos conceptos sobre Dios. Conocer
a Dios es vida eterna (17:3).
B)
“El
Logos no es más que un atributo o una cualidad de Dios”.
Según Juan, el
Verbo vino a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret (v.
14). Pero de igual
forma es Dios mismo porque el “Verbo era Dios”, como nos dice
seguidamente.
Salta a la vista el
inmenso valor que la Escritura le otorga a las palabras
que pronunciamos. El modo trinitario de la creación (más
adelante estudiaremos más detalladamente esta expresión,
propuesta por William Dembski, a quién
también
debemos las reflexiones que examinaremos a continuación) nos
muestra por qué
esto es así: las palabras son el instrumento
primario del acto creador y en ellas radica la mayor fuerza de bendición y también de destrucción.
La Biblia nos
enseña que «la muerte y la vida están
en el poder de la
lengua» (Prov. 18:21), y también: «de
toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta
en el día del
juicio» (Mt. 12:36).
Todo acto de hablar es a la vez excluyente e irrevocable; afirmar una cosa implica
que excluimos o
desechamos todas las
demás. A ello cabe
añadir la relevante lección que nos presentan las leyes
de Media y de Persia,
descrita en Daniel 6:15: no se puede
retirar lo dicho; las palabras que pronunciamos siguen resonando
por la
eternidad. Así, cuando Jacob engañó a su padre,
suplantando a Esaú, eligió no
decirle otras cosas, ocultando su verdadera identidad. Y cuando Isaac
bendijo a
Jacob, pensando que era Esaú, no pudo
revocar la bendición, aún cuando Jacob la obtuviese
mintiendo a propósito y
la verdadera intención de Isaac era bendecir a Esaú. Esa
característica
excluyente e irrevocable de los actos del habla rige no sólo
para los humanos sino también para Dios.
Toda palabra pronunciada por Dios excluye
las demás posibilidades. Más aún, una vez
pronunciada la palabra, ni Dios mismo
puede revocarla. Dios sólo
puede modificar
el impacto de la palabra original mediante la emisión de nuevas
palabras.
Así como el ser
humano
nunca llega a agotar las posibilidades del lenguaje, cuando Dios crea
por medio
de la palabra pronunciada, nunca agota el
Logos divino. Debemos distinguir entonces entre el Logos, con mayúscula, y
el logos, una palabra divina particular pronunciada con un
propósito
determinado.
El texto griego del
N.T.,
ajeno a nuestras distinciones entre mayúsculas y
minúsculas, emplea la misma
palabra en los dos sentidos. Por ejemplo: «aquel Logos fue hecho carne y
habitó entre nosotros» (Jn. 1:14); «ya vosotros
estáis limpios por el logos
que os he hablado» (Jn. 15:3).
Dado que una palabra
pronunciada siempre excluye otras palabras no dichas, el habla implica
una autolimitación. Decirle
«sí» a la
persona prometida en una ceremonia nupcial implica decir
«no» a todas las
demás. Por ello, ninguna palabra pronunciada por Dios abarca en
su totalidad el
Logos divino, y en consecuencia, la creación,
como palabra divina hablada, tampoco
puede abarcar en sí misma el Logos
creador. Esto explica el tremendo error
de la idolatría (adorar elementos de la creación en
lugar del Creador) atribuyéndole un valor supremo a
algo
inherentemente limitado. La actual creación (caída)
sólo puede aspirar a manifestar la gloria de Dios,
sin poder
nunca igualarle, pero la idolatría hace
de la creación un fin
último, desplazando al Creador.
Para los antiguos
griegos, como ya hemos visto,
el logos nunca quedó reducido a una
mera entidad lingüística. El léxico
griego-inglés de Liddell y Scott describe los
siguientes significados del término:
● palabra
que
expresa el pensamiento interior (dicho, voz)
● el
pensamiento
interior o la razón misma (razón)
● reflexión,
deliberación (opción)
● explicación,
consideración (investigación)
● relación,
proporción, analogía (armonía, equilibrio)
● cuentas,
cálculo (matemáticas)
● argumento
razonable, una condición (evidencia, verdad)
Como se puede apreciar, el término logos encierra un concepto de extraordinaria riqueza que
abarca la totalidad de nuestra vida intelectual.
La etimología
del término resulta
reveladora. Proviene de la raíz indoeuropea «leg»,
que aparece en el verbo griego «lego», que en el N.T.
significa habitualmente «hablar». Sin embargo, el sentido
primario de «lego» es
«poner, extender ante», de donde derivan «recolectar
y recoger»; posteriormente
«seleccionar y juntar», y de allí «seleccionar
y juntar palabras», es decir «hablar». Marvin
Vincent (Vincent’s Word
Studies in the N.T., 1954) explica que
«logos es colectar o colección, tanto de lo
que está en la mente como de las palabras
que lo expresan. Por consiguiente, significa tanto la exteriorización
del pensamiento interior como el pensamiento en
sí; en latín oratio
y ratio;
como en italiano ragionare, “razonar”
y “hablar”».
La raíz «leg»
presenta diversas variantes. Aparece como «log»
en logos, y también como «lec»
en intelecto, y «lig»,
en inteligente.
Esto debería hacernos reflexionar. La palabra
inteligente, en realidad proviene del latín, no del griego,
formada por la
preposición inter, que
significa entre
y el verbo latino (no griego) lego,
que significa seleccionar o elegir.
El término latín lego
retuvo un significado más afín
a la raíz indoeuropea que su equivalente griego,
relacionándose directamente
con el habla. Por lo tanto, de
acuerdo con su etimología, inteligencia
consiste en «elegir entre». En el momento de la
creación, Dios eligió qué mundo crear.
La creación es, pues, un acto
de inteligencia divina.
Al decir que Dios
crea a través del Logos hablado, aún no hemos
respondido a las preguntas: ¿qué motiva la
creación? ¿por qué crea
Dios? ¿por qué creamos nosotros? Toda creación es
siempre un acto inteligente,
pero es mucho más que esto. Todo acto creador está
impulsado por el deseo de ofrecerse a sí mismo como don, ofrendando lo más valioso que
tenemos: ofrecernos. La creación es
un don, es la máxima expresión del dar. En todo acto de
creación, el creador (ya sea divino o humano) se da a sí mismo sin reservas.
El psicólogo Erich
Fromm nos dice que dar «constituye
la más alta expresión de potencia. En el acto mismo de
dar, experimento mi
fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia
exaltadas
me llena de dicha. Me experimento a mí mismo como desbordante,
pródigo, vivo y,
por tanto, dichoso. Dar produce más felicidad que recibir, no
porque sea una
privación, sino porque en el acto de dar está la
expresión de mi vitalidad» («El
arte de amar», Paidós, Barcelona, 1996, pág. 19).
Vivir es dar, y el
acto supremo de dar es crear, porque en el acto creador nos
entregamos.
Cuando Dios creó al ser humano, sopló en
él el aliento de vida, la vida misma de Dios. Al completar
la creación Dios está agotado (no
cansado), en el
sentido de que extrajo de sí mismo todo
lo necesario para que la criatura llegara a ser lo que Él se
había propuesto
que fuera. Después de dotar a la criatura de todo lo
necesario, Dios puede descansar. Pero el descanso
divino no significa el cese de sus actividades.
Dios no da por finalizada
su interacción con las criaturas después de haberlas
creado. En realidad, la
idea del descanso es para que el Creador
y la criatura disfruten de la
mutua compañía estableciendo un
pacto de amor y confianza.
La creación de los
cielos y de
la tierra fue el más sublime de todos
los actos creadores. La creación y la redención de la humanidad
a través de Jesucristo son dos
instancias claves de la revelación de
Dios. Si queremos conocer a Dios debemos hacerlo a través de
la creación y
la redención. Dice la Escritura que los ángeles alaban a
Dios por dos motivos: por el mundo que Él
creó y
por la redención del mundo mediante Jesucristo.
¡Qué bien le haría a la
humanidad seguir el ejemplo de los ángeles!
“Y el Verbo estaba con Dios”, es
posiblemente la traducción más correcta de la
difícil expresión griega. De
forma estrictamente literal significaría «el Logos estaba
hacia Dios». Para
Juan no hay oposición o conflicto alguno entre Dios el Padre y
el Logos. Toda
la existencia del Logos está orientada hacia el Padre, por lo
cual esta
preposición (con) incluye las dos ideas: presencia y
relación. El hecho de que
esta singular expresión se repite en el versículo 2
denota que no es
accidental: tiene una importancia significativa.
“Con
Dios” (pros ton theon): aunque
existiendo eternamente con Dios, el Logos estaba en perfecta comunión con Dios; “pros”, con el
acusativo, muestra un plano de igualdad e
intimidad mutua, cara a cara. En 1
Jn. 2:1 vemos otro uso similar de “pros”: «tenemos un
Paracleto con el
Padre». También podemos señalar la expresión
«cara a cara», en 1 Cor. 13:12, que
refleja nada menos
que un triple uso de “pros” (prosöpon
pros prosöpon). De esta forma, Juan establece la existencia
del Logos como persona,
y ahora viene a describirnos la relación
personal del Logos con el Padre. El Logos no sólo
existía «en el principio»,
sino que, además, existía en la mayor intimidad posible
con el Padre. Es
importante advertir la diferenciación entre las dos personas,
subrayando la
profunda verdad de que el Logos y Dios
el Padre no son iguales pero son uno.
Llegamos
así a la expresión culminante: «el Logos era
Dios». No hay nada más elevado que
este verso (como nos recuerda León Morris): todo lo que podemos
decir de Dios
lo podemos decir también del Logos. Juan no está
diciendo, simplemente, que el
Logos encarnado en Jesús tenga alguna característica
divina (como haría la herejía gnóstica
al sugerir que el
Logos era casi divino, o una condición
intermedia entre Dios y la
criatura); está afirmando que el Logos
es plenamente Dios, y lo hace de la forma más
enfática posible, como lo
deja ver el orden de las palabras de la versión griega. Esta
expresión
sorprendería enormemente al pueblo judío de aquellos
tiempos, teniendo unas
creencias radicalmente monoteístas. Los judíos
sabían a ciencia cierta que sólo
había un Dios: el Dios único. Aunque Juan mismo
sabía y sentía que el
monoteísmo era el eje central de su religión, eso no le
impide designar al
Logos como Dios, sin que le tiemble el pulso. Después de
establecer las
características de identidad entre
el Padre y el Logos, ahora quiere dejar claro que Dios es
mucho más que el Logos. Desde el comienzo mismo de su
Evangelio, Juan proclama de forma inequívoca que el
Logos es Dios, y que no hay otra manera posible de entenderlo.
“Y el Verbo era Dios” (kai theos
ën ho logos). Mediante un
lenguaje exactamente calibrado y cuidadoso –como destaca Archibald T.
Robertson– Juan refuta la herejía del sabelianismo,
al no
decir: «kai theos ën ho logos»;
esto significaría que la totalidad
de Dios estaría expresado
y contenido en el término ho logos,
siendo los términos recíprocos e indistintamente
intercambiables, al tener
ambos el artículo griego. El sujeto de esta frase queda aclarado
por el
artículo (ho logos), mientras que el
predicado figura sin él (theos): «y
Dios (predicado) era el Logos (sujeto)». Esta misma
construcción gramatical
aparece en Juan 4:24: «pneuma ho
theos», significando «Dios es
espíritu», y no «(todo) espíritu es
Dios». O en 1ª Jn. 4:16, donde «ho theos
agapë estin», sólo puede significar
«Dios es amor», y no «(el) amor es
Dios».
E. C. Colwell ha
demostrado que en el N.T. los sustantivos definidos que preceden a un
verbo no suelen ir acompañados de artículo. Sobre este
artículo en particular
dice: «la ausencia del artículo no hace que el predicado
se convierta en
indefinido o cualitativo cuando precede al verbo; sólo es
indefinido en esta
posición cuando el contexto así lo demanda. Y el contexto
del Evangelio de Juan
está lejos de hacer este tipo de demanda».
Lutero
también argumenta que Juan refuta otra importante
herejía, como es el arrianismo, con la sublime
frase de
Juan 1:14: «el Logos se hizo carne» (ho
Logos sarx egeneto), en lugar de decir «la carne se hizo
Logos». Para
Lutero, el Logos era eternamente con Dios, manifestándose una
íntima comunión
entre el Padre y el Hijo, lo que el teólogo cristiano
Orígenes denominó como
«la eterna generación del Hijo». Así, en el
seno de la Trinidad vemos comunión
personal sobre una base de igualdad.
La
conjugación griega en «era Dios»
recalca que el Logos
poseía toda la esencia o los atributos de la Deidad,
es decir, Jesús
el Mesías era Dios a plenitud (Col.
2:9). Incluso en su encarnación, al
despojarse o vaciarse de Sí mismo, Él no dejó
de ser Dios, sino que
adquirió el cuerpo y la naturaleza de un ser humano
auténtico, y por voluntad
propia se abstuvo de hacer un ejercicio
independiente de sus atributos divinos.
El
versículo 2 no añade nada nuevo, pero el hecho de que se
repitan estas dos
ideas resalta aún más la importancia que tienen: el Logos
«existía en el
principio» y el Logos «estaba con Dios». No podemos,
por tanto, pasar por alto
ni minimizar la eternidad atribuida
al Logos, ni la íntima relación
entre el Padre y el Logos. No son la
misma persona, pero están unidos (el hecho de que uno
está “con” el otro
les diferencia). Sin embargo, la armonía
más plena caracteriza la perfecta unidad de esta relación
sin límites
temporales.
Este versículo 2, señala W. MacDonald, parecería una mera repetición de lo dicho anteriormente, pero no es así. Este texto enseña que la personalidad y la deidad de Cristo carecen de principio. No devino una persona por primera vez cuando nació el bebé de Belén. Tampoco se trata de que de algún modo llegase a ser un dios después de su resurrección, como algunos enseñan. Él es Dios desde toda la eternidad.
No es ninguna circunstancia casual
que, después de hablar de la íntima relación y
unión esencial entre el Logos y
Dios el Padre, Juan dirija nuestra atención al tema de la
Creación. Como apuntó Cullmann:
«la revelación de Dios
ocurre por primera vez en la Creación. Por eso la Creación
y la Salvación
están tan íntimamente relacionadas en el Nuevo
Testamento. Las dos tienen que
ver con la revelación de Dios».
Fijémonos
en el extremo cuidado que tiene Juan para enfatizar que el
Verbo no está dentro del grupo de las cosas creadas. El
Verbo
crea, siendo emitido y enviado por Dios; sin embargo, Juan no dice que
“por Él”
fueron hechas todas las cosas, sino que “por
medio de Él” fueron hechas todas las cosas; la primera
expresión no es
correcta porque negaría que el Padre es el Creador, pero Juan
afirma que Dios
es el Creador y crea por medio del Hijo, que es también su Palabra,
el Logos divino y el agente que lleva a cabo los
propósitos
de la creación de Dios.
Para
entender mejor todos estos conceptos, especialmente el profundo
significado de
la relación del Logos con la creación,
es conveniente hacer un
paréntesis y detenernos un poco con fin de reflexionar sobre el
«modo trinitario de la creación»,
tal
como lo expresa William A. Dembski,
y ver seguidamente la significativa correspondencia entre los
términos «creación» e «información».
Al
estudiar la doctrina de la Creación
en las Escrituras, nos llama mucho la atención la manera en que
Dios crea (no
sólo en el Génesis sino también en las numerosas
“acciones milagrosas” que
realizó Jesús delante de testigos humanos). Cuando Dios
se propone crear algo,
vemos que Dios habla y suceden cosas
(acontecimientos creativos). Cuando intentamos comprender por
qué Dios crea
recurriendo a la palabra hablada,
descubrimos una profunda lógica en ello. En efecto, el acto
creador actualiza la intención de un agente
inteligente, entendiendo por «actualizar» la realización
práctica y
concreta de una idea. Las intenciones, ideas o proyectos se
actualizan de
muchas maneras, ya sea que hablemos de un músico, un ingeniero o
un escritor,
pero por lo general, toda actualización de una intención
puede plasmarse en lenguaje. No importa si hablamos de
una
partitura musical, una escultura o una obra de ingeniería; en
todos los casos
imaginables podemos observar que el
lenguaje es el medio universal para
actualizar intenciones creativas.
El
lenguaje que escuchamos de boca de Dios durante la creación de
los cielos y la
tierra es, según el evangelista Juan, el Logos
Creador, esa Palabra que en Cristo se hizo carne y por medio de la cual
todas
las cosas fueron hechas. En este sentido, el Logos divino no es
solamente lenguaje en el sentido más corriente
(unidades del habla que transmiten una determinada información),
sino el fundamento del lenguaje y aquello que
lo hace posible.
El
Logos divino es, realmente, la segunda persona de la Trinidad. Toda la
Trinidad
está implicada en cada acto de creación divina, actuando
libremente sin
coacción alguna. En el acto de la creación, Dios el
Padre pronuncia el Logos divino (nótese la
interesante
expresión literal de Hebreos 1:2: “Dios…habló en
Hijo”), por el poder
del Espíritu Santo. Las palabras
necesitan poder para cumplir su cometido, y la Palabra de Dios tiene
ese poder
(ver Is. 55:11: “Así será mi palabra que
sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que
hará lo que yo quiero, y será
prosperada en aquello para lo que la envié”).
Al
ser creado el hombre a imagen de Dios,
el lenguaje humano es un reflejo de
esa estructura trinitaria de la creación de Dios. Así,
cuando tenemos la intención
de hacer algo, esa acción refleja en cierta manera la
intención de Dios Padre
de dar comienzo a un acto de creación divina. Luego, al expresar
nuestra
intención en palabras, reflejamos a Dios el Hijo, el Logos
Creador que expresa,
en su sentido más pleno, aquella intención divina. Por
último, cuando
pronunciamos audiblemente estas palabras, expulsando el aire de los
pulmones a
través de nuestras cuerdas vocales, reflejamos a Dios el
Espíritu Santo, quién
infunde poder al Logos Creador para que haga realidad la
intención divina (no
es casualidad que en hebreo, la palabra espíritu signifique
«soplo de aire» o «aliento»).
En
esta explicación trinitaria del lenguaje humano, cada elemento
tiene una
profunda dimensión personal. El
origen de una intención se asocia siempre a la persona y al
estado de
conciencia. Y aunque parece menos evidente, el elemento personal es
también
crucial cuando hablamos del poder de la palabra abstracta para expresar
y
comunicar. Lo que distingue un sintetizador de voz de una voz humana es
el
timbre, las inflexiones y la cadencia, todo lo cual hace que una voz
cobre
vida. George Thompson, un experto en
comunicaciones señala que, desde el punto de vista del receptor,
la calidad
de nuestra voz es cuatro veces más importante que el contenido, y añade: “el
mensaje del emisor, que se considera el elemento más importante
del proceso de
comunicación, es el factor menos relevante para el receptor de
esa comunicación”.
El Espíritu Santo se presenta en el
N.T.
como el que da vida. Incluso la misma resurrección del
Señor Jesucristo se
atribuye al poder del Espíritu Santo (Rom.
8:11). Y aunque el término griego pneuma
(espíritu) tiene género
neutro, el N.T. usa siempre el pronombre masculino para referirse al
Espíritu
Santo, confirmando que el tercer integrante de la Trinidad es persona
en sentido
pleno.
Este modelo trinitario de la creatividad
(tanto a nivel divino como
humano) guarda un estrecho paralelismo con lo que se conoce como
teoría
matemática de la información. Esta
teoría fue presentada por Claude Shannon
en 1949, convirtiéndose en un clásico sobre el tema. En
su libro Shannon
propuso un «esquema del sistema general de
comunicación» (conocido también como diagrama
de Shannon).
Para explicarlo
brevemente diremos que una fuente de información envía un
mensaje a un destinatario,
para lo que se precisa el concurso de un canal de transmisión
(correo,
teléfono…); el transmisor de este mensaje lo transforma
previamente en una
señal dada que será recibida por un receptor que
volverá a traducir la señal
recibida para recuperar el mensaje (esto se entiende mejor si pensamos
en un
sistema de telégrafos). De esta forma el destinatario lee o
escucha el mensaje
que le envió su fuente de información. Un problema
importante que surge en un
sistema de comunicaciones es la fuente de ruido que distorsiona en
cierto grado
la calidad de la señal recibida por el receptor.
Si interpretamos este esquema en clave teológica,
veremos que en el origen del mensaje encontramos la
expresión
de una «trinidad». La «fuente de
información» es Dios el Padre, quien es origen
o fuente de todo lo creado. El «mensaje» que se transmite
es reflejo de Dios el
Hijo, quien es el Logos Creador. Y así como la fuente de
información genera el
mensaje, también Dios el Padre engendra
a Dios el Hijo (en el
siguiente apartado 3.7.1.1 veremos más ampliamente el concepto
de
“engendramiento”); esta relación particular es
asimétrica, pues en el acto de comunicación
Dios el Padre tiene la
primacía. Jesús, la encarnación del Logos divino,
reconoce esta primacía (“el
Padre mayor es que yo”, Juan 14:28). Por último, el transmisor
(un reflejo del
Espíritu Santo), toma este mensaje y lo reviste de poder. En
resumen, lo que el
Padre se propone y el Hijo expresa,
el Espíritu Santo lo actualiza o concreta.
La
recepción del mensaje también puede entenderse en clave
teológica. Así como la fuente del
mensaje representa la Deidad,
el receptor del mensaje representa
el orden
creado, en su totalidad.
La
«señal» representa lo que la teología
ortodoxa denomina «energía divina», es
decir, la manifestación de la acción divina sobre la
creación. La «fuente de
ruido» expresa la distorsión que producen el pecado
y la caída, que
interfiere y distorsiona la energía divina. De ahí que el
Padrenuestro señale: «Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra». En la tierra la voluntad de
Dios sólo se cumple de
manera imperfecta; en el cielo Dios habla y su voluntad se cumple, pero
en la
tierra Dios habla y continuamente se le desobedece. Cuando la
creación sea
finalmente redimida en Cristo, manifestará la voluntad de Dios
en su plenitud,
tal como ahora sucede en el cielo.
Una
vez que la señal supera la fuente de
ruido, avanza hacia el «receptor», quien recibe la
señal como una simiente
divina en el acto de su concepción. Si recordamos la
parábola del Sembrador,
vemos que Dios siembra la semilla, la cual Jesús identifica como
la «Palabra de Dios que da mucho fruto»
(Lc.
8:11). El «mensaje» que está en el extremo del
receptor ya no es el Logos
divino, sino que refleja el producto concebido por el receptor; es lo
que éste «hace
nacer» tras haber sido «fecundado» por la
señal. Finalmente, el «destinatario»
es el destino del mensaje, lo que llega a realizar en su existencia
temporal.
Is. 40:8 contrasta la finitud de estos efectos temporales con la
eternidad de
la Palabra divina: «sécase la hierba,
marchítase la flor; mas la Palabra de nuestro Dios permanece
para siempre».
Por consiguiente, afirmar que la Palabra de Dios no vuelve a Él
vacía (Is.
55:11), significa que la intención divina presente en la
«fuente» se cumple
plenamente en el «destino». Aunque se desobedezcan los
mandamientos de Dios, el
propósito de Dios siempre se cumple.
Los «ruidos»
no pueden impedir que Dios cumpla sus intenciones. Aunque parece que el
receptor recibe una versión corrompida del mensaje original,
ello no es así.
Para evitar la distorsión del mensaje, se precisa un eficaz sistema
de corrección de errores en
ambos extremos del canal de comunicación, logrando que los
errores sean
eliminados de manera efectiva. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con
los
mensajes enviados a través de internet; sin un poderoso sistema
de corrección
de errores, internet jamás se habría puesto en marcha, y
gracias a él mantiene
un vigoroso ritmo de crecimiento. Es lógico suponer que Dios, al
revelarse a la
humanidad en la naturaleza y en la Escritura haya empleado medios
eficaces para
controlar los errores.
El
diagrama de Shannon para representar el proceso
de la comunicación es inspirador. Hace que las relaciones
entre las personas de la Trinidad parezcan más
razonables y menos arbitrarias; explica por qué el uso del género
masculino para Dios
y el género femenino para la naturaleza
y la creación es normativo en la
teología cristiana, y remarca por qué
el lenguaje es el atributo que con
más claridad
manifiesta que el ser humano fue creado
a imagen de Dios.
Según Noam Chomsky, «cuando
estudiamos el lenguaje humano nos aproximamos a lo
que algunos llamarían la “esencia humana”,
esas cualidades distintivas de la mente humana que, hasta donde
sabemos, únicamente
las posee el ser humano, y son inseparables de toda fase
crítica de la
existencia personal o social. (…) Una vez dominado el lenguaje, somos
capaces
de comprender un número indefinido de expresiones que no hemos
oído jamás y que
no tienen ningún parecido físico ni son exactamente
análogas a las expresiones
que constituyen nuestra experiencia lingüística;
además, somos capaces de, con
más o menos facilidad, producir nuevas expresiones en las
ocasiones apropiadas
a pesar de su novedad e independientemente de configuraciones de
estímulo
detectable, y quienes comparten esa misteriosa capacidad son
también capaces de
comprendernos. El uso normal del lenguaje es, en este sentido, una actividad creadora. Ese aspecto
creador del uso normal del lenguaje es un factor fundamental que
distingue el lenguaje humano de cualquier sistema de comunicaciones animal» («Form and
meaning in natural languages», 1972).
El
concepto de información es clave no sólo en la
teología sino también en la
ciencia. John Wheeler, uno de los
físicos más destacados del siglo XX, identifica tres
etapas en su fructífera
carrera. La primera la asocia a la idea básica de que
«todo es partículas» (neutrones,
protones, mesones…);
la segunda la asocia con la idea de «todo es campos»
(eléctricos, magnéticos, gravitatorios, espacio-tiempo…);
la última confiesa estar cautivado por una nueva visión:
«todo es información». Dice:
«Cuanto más
considero el misterio de los cuantos y la extraña capacidad del
ser humano de
comprender el mundo en el que vive, tanto más veo posible que la
lógica y la
información cumplan un papel preponderante como fundamento de la
teórica
física. Escribo esto a los 86 años, y aún sigo en
la búsqueda». Otros
científicos también están empezando a considerar
la información como la
cuestión fundamental subyacente a la realidad física. La información
es el fundamento
de la realidad y nos permite tender el puente final entre la ciencia y la teología, en
palabras de William Dembski.
La materia está gobernada por causas
físicas o leyes de la física. La información,
sin embargo, no se reduce a la causalidad
física. Aunque la información se expresa a
través de soportes físicos, su origen trasciende
la materia, transmitiéndose sin intervención de
proceso físico alguno.
La información es inmaterial
y eterna,
igual que Dios, a pesar de que se materializa en objetos físicos
y temporales.
Incluso si estos soportes se destruyen, la información no se
pierde. Aunque
Lamec hace milenios que murió, el «Canto de Lamec»
es perfectamente reconocible
por nosotros, pese al deterioro de millares de documentos
bíblicos a través de
los siglos. Se pierde la materialización
documental, pero se puede recuperar
en otras fuentes o soportes. Dios,
desde luego, puede hacerlo y por
ello ha decretado que un día todo el contenido de cada vida
humana será juzgado
en su presencia. La información se puede expresar de
múltiples formas y en una
infinidad de soportes físicos o lógicos. Siempre se puede
destruir un libro o
un ordenador, pero la información
propiamente dicha es indestructible, y ello tiene importantes
consecuencias.
La
promesa de Cristo es que cuando nuestra
actual realidad corporal se disuelva por completo al experimentar
la
muerte, la información que
constituye nuestra esencia humana se
liberará de toda distorsión
y de todas las consecuencias que provocó nuestra
pecaminosidad. Esa información (nuestro espíritu) no se
disolverá en la nada
sino que recibirá una nueva realidad
corporal, que Dios preservará por toda la eternidad. El
soporte de nuestra
información será entonces glorioso, perfecto y
definitivo. La resurrección de
Cristo garantiza esta promesa concreta (y mucho más que ella).
No sólo acredita
que lo que somos y quienes somos se materializará en un nuevo
cuerpo, sino que
éste será un cuerpo glorificado,
libre de todas las limitaciones de la presente vida terrenal sujeta a
esclavitud de corrupción. Una vez que dejamos atrás la
esclavitud del pecado,
nuestros cuerpos pueden ser liberados. El cuerpo de Cristo
resucitado, aunque parcialmente velado de su gloria, mostró
esa libertad. Conservó las mismas
capacidades del cuerpo anterior (por ejemplo comer, relacionarse,
disfrutar
las cosas de este mundo, como muestra Lc. 24:41-43), pero también
podía atravesar gruesos muros, aparecer en lugares inesperados
y ascender al cielo (Lc. 24:36-37; Hch. 1:9).
Con nuestra resurrección, la información
mediante la cual Dios nos
creó no sólo se materializa de
nuevo, sino que también se transpone
a un nuevo medio que enriquece y mejora
en grado sumo nuestro ser y, por
lo tanto, nos glorifica.
A
pesar de todas las transposiciones reduccionistas y destructoras que
sufrimos
en esta vida, limitando notablemente sus posibilidades potenciales,
Dios
promete que en la resurrección
disfrutaremos una transposición
absolutamente positiva y expansiva. Nuestra presente y tan familiar
expresión corporal no sólo será reconstituida,
con toda su potencialidad sensorial, sino que también
será transpuesta a una nueva
realidad en la que toda herida sanará, toda pena será
consolada, toda
restricción desaparecerá y todos nuestros más
íntimos anhelos serán colmados,
sin perder ningún elemento valioso de la vida presente, junto
con la maravillosa
promesa complementaria, que Juan describió con estas palabras:
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… He
aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Ap. 21:1-5).
Cerramos
ya este enriquecedor paréntesis, y volvemos de nuevo al texto
del prólogo del evangelio de Juan.
Después
de presentarnos la relación del Logos
con el Padre (v. 1 y 2), ahora Juan
se centra en la relación del Logos
con la creación. «Todas las
cosas por Él fueron hechas, y sin
Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (v. 3).
Se
afirma que todas las cosas fueron creadas
por Él. En la expresión griega,
no se alude a todo el universo, en su totalidad, sino a todas las cosas
de
forma individualizada. Por ello, Hendriksen
apunta que todas las cosas, una a una, fueron creadas por ese Logos
divino.
Esta misma expresión, de naturaleza distributiva (ta panta, todas las cosas), aparece
en 1 Cor.
8:6; Rom. 11:36 y Col. 1:16. En cambio, en el versículo 10 la
expresión que
emplea Juan es ho kosmos, el universo
ordenado, haciendo referencia a la totalidad. La expresión
verbal fueron hechas no significa tanto que
«fueron
creadas», sino más concretamente, que «comenzaron a
existir». La forma verbal
(aoristo constativo) cubre la actividad creativa como un acontecimiento,
en contraste con la existencia continua que se
presenta en los versículos 1 y 2,
haciendo referencia al Logos. La creación en presentada como un devenir, algo que irrumpe en la
existencia, en contraste con el ser
intemporal y eterno del Logos. Juan está así manifestando
que todo le debe su
existencia al Verbo. Como ya hemos subrayado al comienzo de este
capítulo, todo
fue hecho por medio de Él, dejando
bien claro que el Padre es la fuente
de todo lo que existe. Como ya
se ha puesto de relieve al comentar el diagrama
de Shannon en clave teológica, vemos que los escritores
bíblicos tienen un
especial cuidado en diferenciar entre la función
del Padre y la del Hijo (1 Cor. 8:6).
Ambos actúan (y
siguen actuando: 5:17, 19); el Padre creó, pero lo hizo por
medio del Logos.
Es
muy característico de Juan presentar una proposición en
forma positiva («todas las cosas por Él fueron
hechas»)
repitiendo la misma proposición en forma negativa («y sin
Él, nada de lo que ha sido hecho, fue hecho»).
Nos recuerda
el estilo literario de Gén. 7:19 «todos los montes altos
que había debajo
de todos los cielos», una manera muy hebrea de enfatizar
la universalidad del diluvio. El efecto
que persigue Juan es similar, remarcando la totalidad
absoluta, pudiendo traducirlo como «ninguna cosa
fue creada sin Él». Nada queda fuera del alcance de su
actividad y su poder. Pero podemos distinguir un sutil cambio en el
tiempo
verbal: “fueron hechas” (aoristo)
engloba la creación en su totalidad, como un solo acto, pero “ha sido hecho” es tiempo perfecto,
implicando la existencia continuada de
las cosas creadas, desde la acción
creadora del Logos. Lo que ahora vemos a nuestro alrededor no ha
empezado a
existir al margen del Logos (como postula en materialismo
evolucionista),
exactamente igual que las cosas que continúan existiendo desde
aquel primer
momento.
Muchos
escritos del N.T. presentan un marcado acento apologético
refutando las herejías gnósticas, y Juan
no es ajeno
a esta tendencia. Aunque el gnosticismo
floreció en el siglo II (muchos de sus escritos se han vuelto a
poner de moda
recientemente, para atacar el cristianismo), hay un consenso bastante
generalizado de que sus principales ideas ya comenzaron a gestarse en
el siglo
primero, siendo vigorosamente refutadas por la argumentación
apostólica en los
mismos textos divinamente inspirados de las Escrituras, y siguen siendo
plenamente
eficaces para combatir el gnosticismo de nuestra época (tanto
por la inacabable
secuela de «códigos secretos»,
estilo Dan Brown, como por el desmesurado «cientificismo»
de nuestros días, y sus versiones más radicales lideradas
por muchos
científicos materialistas ateos, como los bien conocidos Stephen
Hawking o Richard
Dawkins).
Por
ello, es muy probable que ya en la época de Juan comenzasen a
florecer las
primeras ideas características del gnosticismo, que
cristalizaron plenamente en
el siglo segundo en sistemas gnósticos bien documentados (como
la literatura
gnóstica descubierta en Nag Hammadi). Uno de los rasgos
característicos del
gnosticismo era la visión de que la materia es algo
inherentemente malo, por lo
que negaban que el buen Dios tuviese
algo que ver con ella. Pero para justificar la existencia del mundo
sugirieron
que de Dios fueron saliendo sucesivas «emanaciones» de
seres espirituales, y
una de las más bajas resultó lo suficientemente poderosa
como para crear el
mundo material, siendo demasiado ignorante para no darse cuenta del
grave error
que estaba cometiendo. Frente a estas peligrosas herejías que
desvirtuaban el
testimonio unánime de las Escrituras y pervertían el
Evangelio de la gracia de
Dios, la respuesta de los escritores apostólicos (podemos verlo,
por ejemplo,
en los escritos de Juan, la carta de Pablo a los Colosenses, la de
Judas y
otros) fue contundente y unánime.
El
apóstol de Juan rechaza de plano estas corrientes de un gnosticismo
incipiente. El mundo
existe porque Dios mismo ha actuado por
medio del Logos Creador. Lutero usa
este mismo versículo para defender la divinidad de Cristo
(«Si Cristo no es el
Dios verdadero, nacido del Padre en eternidad y Creador de todas las
criaturas,
nos espera un destino fatal… Necesitamos un Salvador que sea
verdaderamente
Dios y Señor, por encima del pecado, la muerte, Satanás y
el infierno. Si
permitimos que Satanás derribe esta nuestra fortaleza,
haciéndonos dudar de su
divinidad, entonces su sufrimiento, muerte y resurrección ya no
nos sirven para
nada»). El universo no es eterno,
ni es la creación
desafortunada de un ser inferior ignorante, sean ángeles, eones
u otras
entidades metafísicas. Este mundo es el mundo creado
por Dios, afirma Juan sin vacilaciones, en un sentido pleno
y trinitario.
Esa
presentación que Juan nos ha hecho del Logos
creador, como origen y causa primera
de todas las cosas
creadas, no es, en absoluto, una
genialidad literaria de Juan, sino
una doctrina firmemente asentada en los textos del Nuevo Testamento. El
autor
de Hebreos designa al Hijo de Dios como aquel «por
medio del cual hizo también el universo» (Heb.
1:2). Pablo afirma rotundamente que «en Él
(Cristo) fueron creadas todas las cosas», y que «todo
fue creado por medio de Él y para Él»
(Col. 1:16, texto que tocaremos con
mayor detalle en el próximo estudio). En los cuadros sobre la
doctrina de la
Creación en el N.T., al final de este monográfico, se
aprecia la enorme
influencia de la teología creacional en
el N.T., manifestando la gloria
del Señor Jesucristo, como omnipotente y soberano Creador de
todas las cosas.
Pero para terminar ese estudio sobre el Logos Creador, ningún
texto parece más
adecuado que 1 Cor. 8:6, donde
Pablo, con su propio y característico estilo literario, de gran
riqueza y profundidad,
expresa las mismas ideas que Juan nos ha presentado, en un estilo mucho
más
conciso y sobrio pero no menos impactante: «Para
nosotros, sin embargo, solo
hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para quien
nosotros
existimos; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido
creadas todas
las cosas y por quien nosotros también existimos».
15. El cual es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creación,
16. porque en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos, o dominios, o principados, o potestades; todo fue creado por Él y para Él;
17. y Él es antes de todas las cosas, y todas tienen en Él su consistencia;
18. y Él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia; Él es el principio, el primogénito de los muertos, para que en todo tenga Él la preeminencia,
19. por cuanto agradó (al Padre) que en Él habitara toda la plenitud;
20. y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz por medio de Él.
Biblia Textual RV, de la Sociedad Bíblica Iberoamericana, 2001.
15. Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación,
16. porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él.
17. Y Él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten.
18. Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia, y es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia,
19. porque al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud,
20. y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.
Reina Valera, 1995.
15. Y Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.
16. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles, ya sean tronos, o dominios, o autoridades, o poderes – todo ha sido creado por medio de Él y para Él.
17. Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen.
18. Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia; y Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, a fin de que Él mismo tenga el primer lugar en todo.
19. Porque agradó al Padre que en Él habitara toda la plenitud,
20. y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo mismo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz, por medio de Él, repito, ya sean cosas en la tierra o cosas en los cielos.
La Biblia de las Américas, 1ª edición.
15. Él es imagen del Dios invisible,
Primogénito de toda la creación,
16. porque en Él fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles,
los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades:
todo fue creado por Él y para Él,
17. Él existe con anterioridad a todo,
y todo tiene en Él su consistencia.
18. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia:
Él es el Principio,
el Primogénito de entre los muertos,
para que sea Él el primero en todo,
19. pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud,
20. y reconciliar por Él y para Él todas las cosas,
pacificando, mediante la sangre de su cruz,
lo que hay en la tierra y en los cielos.
Biblia de Jerusalén, 1975.
15. El cual es imagen del Dios – invisible, primogénito de toda creación,
16. pues en Él fueron creadas las cosas todas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya (sean) tronos o dominios o principados, o potestades; las cosas todas mediante Él y para Él han sido creadas;
17. y Él es antes de todas (las) cosas y las cosas todas en Él mantienen su consistencia, y Él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia; el cual es (el) principio, primogénito de entre los muertos, para ser en todas (las) cosas Él quien ocupa el primer lugar,
19. pues en Él tuvo a bien (Dios) que toda la plenitud habitase
20. y mediante Él reconciliar las cosas todas consigo, haciendo la paz mediante la sangre de la cruz de Él, mediante Él, ya sean las cosas de sobre la tierra, ya sean las de en los cielos.
Nuevo
Testamento Interlineal, de Francisco
Lacueva. Editorial Clie, 1984.
Nos
encontramos ante uno de los pasajes Cristológicos más
excelsos de todas las
Escrituras, donde se exalta al mayor nivel posible la persona y la obra
del
señor Jesucristo. El pasaje precedente, con el que se inicia esa
epístola, es
la oración intercesora de Pablo. En ella (v. 4) Pablo reconoce
la ortodoxia, las creencias verdaderas de
los colosenses, «vuestra fe en Cristo Jesús», y la ortopraxia,
su correcta práctica del evangelio,
«el amor que tenéis
a todos los santos». A pesar de ello, Pablo intercede para que
ambas realidades
sean multiplicadas en ellos (v. 9 y 10), hasta alcanzar un grado de plenitud; la petición de abundancia en
estos dos aspectos debe llevarles a un «pleno conocimiento»
(esta expresión se
repite dos veces) de Dios y su voluntad, tanto para tener
sabiduría y
conocimiento espiritual como para agradarle en todo. La
conclusión de esta oración
alude al Señor Jesucristo como el
medio por el cual el Padre efectúa nuestra
«capacitación» (v. 12), haciéndonos
aptos para vivir en el «reino del Hijo de su amor».
El
tema central de las Escrituras es el Señor
Jesucristo. El A.T. describe la paciente preparación para su
venida. Los
evangelios lo presentan como Dios hecho carne, viniendo al mundo para
salvar a
los pecadores. En Hechos, las buenas noticias del Cristo resucitado
alcanzan
los confines de la tierra. Las epístolas examinan la
teología de la obra de
Cristo y su personificación en su cuerpo, la iglesia. El mensaje
final del Apocalipsis
nos presenta a Cristo sentado en el Trono de Dios, reinando como Rey de
reyes y
Señor de señores.
Pero
de todas las enseñanzas acerca del
Señor Jesucristo, ninguna es tan densa y
reveladora como el pasaje de Colosenses
1:15-19 (aún más relevante, si cabe, por la
proximidad de otros pasajes
Cristológicos muy profundos en el contexto de la
epístola, como 1:13-14, 27;
2:3, 9-10). Este poderoso y vibrante pasaje disipa cualquier resquicio
de duda
o confusión que pudiera existir sobre la verdadera identidad
de Jesucristo, resultando crucial para entender
correctamente la fe cristiana.
Antes
de proseguir y tratar abiertamente los problemas que están
afectando a los
colosenses, que presentará de forma explícita en el
capítulo segundo, Pablo se
va a centrar en el tema central de su epístola: «¿quién es
el Señor Jesucristo?»,
que parece querer aclarar de una
vez por todas, dejándonos uno de los pasajes más sublimes
de la Biblia. Pablo
ha sido uno de los más grandes luchadores por la Verdad de toda
la historia, y
la Verdad tiene su base, su fundamento, su razón de ser, en la
persona del
Señor Jesucristo. «¿Qué lugar ocupa
Jesucristo en la jerarquía de poderes del
universo?», parece preguntarnos, porque si esto no lo tenemos
claro, será
difícil que nos percatemos de la naturaleza definitiva y total
de nuestra salvación
en Él; si no entendemos bien la riqueza de su persona,
difícilmente
asimilaremos el valor de su obra, y con esas dudas en nuestro
corazón,
fácilmente seremos atrapados en las redes perversas de los
falsos maestros de
Colosas.
Pablo,
con su bien ejercitado
discernimiento espiritual, es muy consciente de las falsas doctrinas
que ya se
han infiltrado en esta iglesia, y la falsedad
sólo se puede combatir con la verdad,
como va a hacer Pablo en este inspirado
pasaje (valga la redundancia de sentidos).
Fijémonos
en la significativa lista de elementos donde el N.T. detecta el peligro
de la falsedad: falsos Cristos (Mt.
24:24); falsos
profetas (Mt. 7:15); falsos
apóstoles (2 Cor. 11:13); falsos
testigos (Mt. 26:60); falsos
testimonios (Mt. 15:19); falsos
maestros (2 P. 2:1); falsos hermanos
(2 Cor. 11:26). Todos los elementos personales que son susceptibles
de ser falsificados por las fuerzas del mal, de hecho
son falsificados una y otra vez en la historia de la Iglesia. En esta
intensa
contienda sólo hay dos alternativas: o permanecemos
en Cristo, quien es la Verdad con mayúsculas, o somos
arrastrados a la apostasía. El término
griego «apostasía» aparece en 2 Tes. 2:3,
significa “deserción de
la verdad”, un término que
en griego también está relacionado con el que se usa para
«divorcio». Este
término indica abandono, separación, defecto
y negación de la verdad. Un apóstata es un tránsfuga
de la verdad,
alguien que ha conocido la verdad, que ha llegado incluso a entenderla
y
proclamarla, pero que al final la abandonó y la rechazó,
mutando su espíritu en
un enemigo de la verdad, siendo como aquellas semillas de la
parábola de Jesús
que brotan en terrenos duros y pedregosos, no pudiendo arraigar
firmemente en
sus corazones. Los apóstatas no son creyentes que han perdido la
fe en un
momento dado y se han hundido en la perdición espiritual. El
apóstol Juan
escribe en su epístola: «salieron de nosotros, pero no
eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros, habrían
permanecido con nosotros; pero
salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros» (1 Jn. 2:19). Los apóstatas salen de la
iglesia, pero no son creyentes genuinos
sino meramente cristianos nominales, o «no practicantes».
La apostasía es uno
de los grandes males de nuestro tiempo y va
a ir en aumento, pues las Escrituras nos revelan que así
será (2 Tes. 2:3;
1 Tim. 4:1), por lo que debemos prestar la mayor atención
posible a todo lo que
Pablo nos va a comentar ahora acerca de la Verdad
encarnada.
Desde
la caída del hombre en el pecado, la serpiente diabólica
(el padre de todos los
incrédulos, el diablo, a quién Jesús llama
«mentiroso» y «padre de mentira»
porque «no hay verdad en él» –Juan 8:44) siempre ha
atacado la verdad a lo
largo de la historia porque, como señala John
MacArthur: «su malvada dialéctica
raramente cambia. Cuestiona la verdad revelada por
Dios: “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis
de todo árbol del huerto?”
(Gén. 3:1). Entonces contradice lo
que dice Dios: “No moriréis” (v. 4).
Finalmente prepara otra versión de la «verdad»: “sino que
sabe Dios que el día que comáis de
él serán abiertos vuestros
ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (v. 5).
El credo del
diablo a menudo tiene unos pocos
elementos de verdad elegidos cuidadosamente en la mezcla, pero
siempre diluidos y minuciosamente mezclados
con falsedades, contradicciones, repeticiones
erróneas, distorsiones y
toda otra perversión imaginable de la realidad.
Juntémoslos todos y el
resultado es una gran mentira».
Cuando
la iglesia se hallaba todavía en su infancia, el apóstol
Pablo se despide de
los ancianos de la iglesia de Éfeso con unas emotivas palabras
proféticas (de
ahí el tono de certeza en su afirmación): «Porque
yo sé que después de mi partida entrarán en medio
de vosotros lobos rapaces,
que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros
mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para
arrastrar tras
de sí a los discípulos. Por tanto, velad,
acordándoos que por tres años, de
noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a
cada uno» (Hechos
20:29-31).
A
finales del siglo I, cuando Juan escribió los capítulos 2
y 3 del Apocalipsis,
cinco de las siete iglesias del Asia Menor estaban tambaleándose
en su fe o
habían sucumbido ya a la apostasía. Sólo dos de
ellas no reciben amonestaciones
por albergar apóstatas en su seno. La lucha por la verdad
siempre ha sido ardua
pero necesaria.
La apostasía no es sólo
una conducta
intelectual que resiste o rechaza la verdad. Viene también
asociada con un libertinaje radical que usa la
libertad
cristiana como una pretendida cobertura de las pasiones y vicios
carnales (Ap.
2:14; Gál. 5:13; 1 Ped. 2:16; Judas 4), para lo que precisa de
una actitud indulgente y tolerante por parte
de la iglesia a fin de medrar y expandir su conducta perversa. Cuando
se
corrompe la verdad (ortodoxia), se
pervierte también la moralidad (ortopraxia),
porque la verdad tiene su fundamento en Dios, de quien está
inseparablemente
ligada.
La apostasía y la amenaza de
la falsa
doctrina son temas de gran
importancia en el N.T., afectando a la Iglesia desde sus mismos
comienzos. En
particular, tratan seriamente estos problemas Hebreos, 1 y 2 de
Corintios,
Gálatas, Colosenses, 1 y 2 de Tesalonicenses, 2 y 3 de Juan y
Judas. Pero el
problema de la apostasía no surge en
los comienzos de la vida de la Iglesia; de hecho, en la primera
traducción de
la Biblia al griego –la Septuaginta– este término aparece en
varias ocasiones.
En Josué 22:22 se caracteriza «por
rebelión o por prevaricación» en contra del
«Dios de los dioses»; y en Jer. 2:19 se
define la esencia de la apostasía como «faltar
mi temor en ti, dice el Señor, Yahvéh de los
ejércitos».
Tanto
la Escritura como Cristo mismo enseñan de forma clara y
coherente la primacía
de la creencia correcta (la verdad)
como única base para una conducta
correcta (Juan 8:31-32). La vida recta y agradable a Dios se ve
siempre
como el fruto de una fe auténtica, pero nunca
a la inversa. Los actos piadosos, carentes de un amor
genuino por la verdad no son otra cosa que manifestaciones de
hipocresía.
A
muchos les parece que siempre debe ser preferible transigir
y contemporizar antes que llegar a enfrentamientos
por discrepancias doctrinales e ideológicas;
a fin de cuentas, la verdad es infinitamente flexible y siempre hay
cabida para
todos los puntos de vista. Ciertamente, hemos de procurar «estar
en paz con todos los hombres» (Rom. 12:18), y
mantener un
espíritu pacificador, por lo que debemos procurar evitar
actitudes irritables,
y menos por cuestiones insignificantes, personales, mundanas o
egoístas. Pero
el conflicto no puede evadirse siempre, y menos cuando la base del
conflicto es
un ataque a la verdad que hemos recibido. Judas, en su epístola
se siente
impelido por el Espíritu Santo y escribe con urgencia «exhortándoos
que contendáis ardientemente por
la fe que fue dada una
vez por todas a los santos» (Judas 3). Judas está
hablando de la doctrina apostólica (Hch. 2:42),
la
verdad cristiana objetiva, la fe que Jesús ha dado a la iglesia
a través del
Espíritu Santo y el testimonio de los apóstoles. Nadie
“descubrió” o “inventó”
la fe cristiana: nos fue “dada”. No
pueden haber componendas ni “actitudes dialogantes” con los enemigos de
la
verdad. Ni Cristo ni los apóstoles confrontaron nunca el error
estableciendo
relaciones amistosas con los falsos maestros; de hecho, el NT lo
prohíbe expresamente
(Rom. 16:17; 2 Cor. 6:14-15; 2 Tes. 3:6; 2 Tim. 3:5; 2 Jn. 10:11). La tolerancia (uno de los rasgos más
llamativos de nuestra cultura postmoderna) no
es ninguna virtud frente a la mentira.
Como
apunta MacArthur: «algunas fuentes primitivas, incluso Ireneo, en
la segunda
mitad del siglo I, identificaron la secta de “Nicolás,
prosélito de Antioquía”,
quién fue designado para liderar la Iglesia de Jerusalén,
en Hechos 6:5. No hay
clara prueba de ello, pero hay una considerable cantidad de evidencia
de que el nicolaísmo fue realmente criado e
incubado por hombres que habían logrado el cargo de
líderes en la Iglesia.
»Al
parecer, cuando los
nicolaítas fueron rechazados en Éfeso, se dirigieron a
una iglesia cercana, a
Pérgamo, donde ganaron partidarios. El mensaje de Cristo a
Pérgamo en
Apocalipsis 2:12-17 es, casi en su totalidad, una reprensión
porque la iglesia
había acogido a los que retienen la doctrina de los
nicolaítas.
»…
El nicolaísmo tiene muchas de
las marcas de contraste de las últimas formas de gnosticismo
[del griego «gnosis»:
conocimiento intelectual, ciencia, sabiduría humana]. Se
trataba, por tanto de
una secta elitista y herética que basaba su concepto de
“salvación” en el conocimiento profundo y secreto
de sus
iniciados, algo parecido a las corrientes masónicas
contemporáneas. El término “agnosticismo”,
opuesto al de “gnosticismo”,
con el que no debemos confundirlo, se refiere a la doctrina
filosófica que
declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de lo
absoluto, y
reduce la ciencia al conocimiento de los fenómenos y de lo
relativo; no está
negando la existencia de Dios pero lo declara inalcanzable
para la mente y la inteligencia humana, y por tanto no
podemos creer en un Dios al que no podemos conocer. El nicolaísmo, por tanto,
parece ser una de las expresiones más tempranas de la presencia gnóstica en la
antigua iglesia».
Este
esclarecedor resumen parece
mostrarnos las formas más primitivas de gnosticismo,
una falsa doctrina que floreció plenamente en el siglo II, pero
que ya tuvo un
desarrollo incipiente y perceptible en el siglo I, dejando claras
huellas de su
actividad en varias epístolas del NT. Otro interesante apunte
histórico ilustra
notablemente el peligro de la apostasía y arroja luz acerca del
surgimiento del
gnosticismo, la falsa doctrina que Pablo va a refutar con una magistral
exposición de la verdad.
Hechos
8:9-25 es un buen ejemplo
bíblico para mostrar el surgimiento de la apostasía.
Aquí conocemos a Simón, un mago que embelesaba a la gente
de Samaria con sus
artes mágicas. Pero cuando vino Felipe, anunciando el evangelio
del reino de
Dios y el nombre de Jesucristo, mucha gente creyó y fueron
bautizados; entre
ellos estaba Simón, quien al ver «las
señales y grandes milagros que se hacían estaba
atónito» (8:13). Incluso se
bautizó y seguía constantemente a Felipe. En apariencia,
su fe parecía
auténtica, hasta que llegaron a Samaria Pedro y Juan, y al ver
Simón «que por la imposición de las
manos de los
apóstoles era dado el Espíritu, les ofreció dinero»
(v.18). La respuesta de
Pedro fue terminante: «Tu dinero perezca
contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.
No tienes
ni parte ni suerte en este asunto; porque tu corazón no es recto
delante de
Dios» (v. 20-21). Simón siente gran temor y ruega la
intercesión de los
apóstoles para que este mal no cayera sobre su cabeza.
Aquí termina el relato
inspirado acerca de este personaje, pero no el rastro histórico.
Al parecer,
desde este mismo instante su corazón se apartó de Cristo
para siempre. Justino
Mártir, que también era samaritano, e Ireneo, nos dan
más detalles de este
Simón, quién comenzó una de las primeras sectas
de apariencia cristiana. Según Ireneo, el mago adoptó las
imágenes y
terminología bíblicas adaptándolas a varios mitos
que propagó acerca de sí
mismo, incluida la declaración blasfema de que él era el
mismo Dios encarnado.
MacArthur concluye: «Simón es considerado por varios
historiadores de la iglesia
primitiva como el fundador de la primera secta
gnóstica hecha y
derecha… de su nombre deriva el término simonía,
la práctica de vender oficios eclesiásticos por dinero.
No hay nadie más peligroso
para la fe cristiana que un apóstata agresivo». La
sentencia de Juan se cumple
una y otra vez en la historia: «Los hombres
amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas»
(Juan
3:19).
Y
éste fue el problema serio que
Pablo detectó en la congregación colosense, contra el que
arremete sin
contemplaciones, empleando una batería de proposiciones
cristológicas del más alto
nivel, que constituyen algunas de las declaraciones más
amplias del NT
relativas a la deidad y supremacía de Cristo. Los
críticos han atacado este
pasaje por considerarlo excesivamente “avanzado” para la época
de redacción de
la epístola, proponiendo una datación más
tardía. Pero como sostiene David
Burt: «la cristología de Colosenses es la que Pablo
sostuvo siempre. Ante había
escrito textos como Rom. 9:5; 1ª
Cor. 8:6; 2 Cor. 4:4; y después
escribiría textos como 1 Tim. 3:16 y Tito
2:13».
Es
probable que los apóstatas
colosenses no negaran de plano la importancia de Jesucristo. Pero en
sus esquemas
teológicos su soberanía quedaba relegada al papel
secundario de un rango
inferior en una jerarquía cósmica, con diversas
“emanaciones” y niveles.
Por
ello, como apunta Burt con
gran agudeza: «Cristo era un
señor, pero no era el
Señor. Le daban prominencia, pero
no preeminencia». Pablo tiene
que proclamar, por tanto, su autoridad absoluta
en todas las
esferas de la vida, lo cual tiene consecuencias importantes para los
Colosenses
(¡y para nosotros!).
Si
Pablo aseguraba que Dios los
había trasladado al reino de su amado Hijo, ¿qué
quería decir exactamente con
esto? ¿Acaso estarían en alguna de las esferas de poder
espiritual de las que
tanto hablaban los maestros gnósticos, dominada por algún
ser angelical (o como
diría más tarde la iglesia católica romana, en
algún “purgatorio” intermedio)?
La respuesta del apóstol es rotundamente no: están en el reino
eterno del Hijo de Dios, en la esfera más
alta. En este reino su salvación es completa, y
todo
ello se debe a que Cristo ostenta la preeminencia
en todos los ámbitos. Pero mientras estamos aquí
necesitamos luchar, avanzar,
madurar y profundizar, aunque no hay nada que se necesite para
completar nuestra salvación en Cristo. Por
esto,
la comprensión de la gloriosa posición que ocupamos ante
Dios y nuestro
adecuado conocimiento de su voluntad, todo va a depender de la correcta
definición de la persona que ocupa el centro mismo del mensaje
del evangelio:
nuestro Señor Jesucristo.
Como
vemos, gran parte de la
destructiva herejía colosense
atacaba a la persona de Cristo. Los
herejes negaban su humanidad,
argumentando que Cristo era uno entre muchos de los espíritus
que emanaban de
Dios. Su enseñanza era una forma de dualismo
filosófico basado en la
idea de que el espíritu era bueno y
la materia era mala. Por esta razón, repudiaban
la creencia de que una
emanación buena como Cristo nunca podría encarnarse
en la materia, por ser mala. Por ello, la idea de que Dios pudiera
hacerse
hombre era considerada por ellos como totalmente
absurda, y con ello también negaban
de plano la deidad de Cristo. Tanto la negación de la humanidad como de la deidad
de Cristo era la consecuencia lógica en la
que desembocaba
la falsa doctrina de su dualismo. Notemos
de paso que esta falsa doctrina, como cualquier otra falsa doctrina
surgida en
la historia humana puede parecernos a
primera vista persuasiva y convincente. ¿Acaso podemos negar
la existencia
del mal en el mundo? En absoluto; de hecho es el mayor problema moral
espiritual
y lógico con el que tiene que lidiar nuestra fe cristiana. Pero
la falsedad
del dualismo colosense, aunque muy sugerente para la mente humana,
radica en situar
el mismo nivel, en un plano de igualdad,
el mal y el bien. El
mal no ha coexistido
nunca con Dios ni puede amenazar su soberanía. La plausibilidad de una
teoría o creencia no es ninguna prueba
o demostración de su verdad. Debemos de
ser muy cautos con todas las «filosofías y huecas
sutilezas» (Col. 2:8) de la
mentalidad imperante en nuestra cultura, y examinar
siempre tanto los
frutos que producen como a dónde
conducen si son llevadas a sus
últimas consecuencias, con relación a la verdad que hemos
recibido de Dios.
Cerramos este importante paréntesis y volvemos al examen
concreto de la herejía
colosense. Además de falsificar por
completo la verdadera persona y naturaleza
de Cristo con el prisma
engañoso de sus falsas suposiciones, negaban
también la perfecta validez
del evangelio de la gracia para alcanzar la
salvación. Para ellos el evangelio de
Cristo era incompleto, pues la verdadera salvación derivaba
de un conocimiento
superior, místico y oculto.
Notemos este decisivo acento en las cuestiones
intelectuales que, de forma
solapada, oscurece por completo la verdadera
realidad espiritual (el pecado humano, sus consecuencias
cósmicas y
personales, junto con la absoluta necesidad que tenemos de recibir a
Cristo
para obtener la salvación y el perdón de los pecados) es el
mismo que sustenta hoy en día el evolucionismo
darwinista;
toda la cuestión se pretende dirimir en el pantanoso terreno
intelectual del debate sobre los orígenes,
sustrayéndolo
por completo de sus verdaderos fundamentos y
consecuencias espirituales.
La vertiente práctica de aquella
falsa enseñanza se traducía en la adoración
de las emanaciones buenas (el mundo angélico), observando
también las prescripciones rituales de la ley
mosaica
(el legalismo que invalida el evangelio de la gracia, y que Pablo
combate tan
enérgicamente en Gálatas).
En
los tres primeros capítulos
de Colosenses (y muy particularmente en
el pasaje que nos ocupa), Pablo ataca
frontalmente, sin concesiones de ninguna clase, la perversa herejía colosense. Refuta la
negación de la humanidad de Cristo, señalando que
«en Él habita corporalmente toda la plenitud
de la Deidad» (2:9). Asimismo, desecha
tanto la adoración a los ángeles
(2:18) como su legalismo de
sometimiento a los rituales de la ley ceremonial mosaica (2:16-17). Niega categóricamente la necesidad de
cualquier conocimiento oculto para alcanzar
la salvación, declarando la gran verdad de que en Cristo
«están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento» (2:3; 1:27; 3:1-4).
Sin
duda, el aspecto
más grave y crucial de la herejía colosense era
su rechazo a la deidad de Cristo. Antes de abordar
otras cuestiones
importantes, hace una defensa vigorosa y contundente de esta
crucial doctrina. Los cristianos debemos
aprender y seguir
el
modelo de Pablo para confrontar las
herejías. El punto central
de la cuestión debe
ser la deidad y supremacía de Cristo.
No
sólo estamos ante uno de los textos cristológicos
más sublimes de la Biblia
sino también ante un pasaje con una estructura literaria muy
cuidadosa, un
lenguaje exaltado e intenso y una fuerza poética arrebatadora,
presentando
notables semejanzas con el prólogo del Evangelio de Juan.
Diversos
comentaristas creen que podría tratarse de un himno de la
iglesia primitiva,
pero en cualquier caso, como señala Burt, no hay nada en todo el
texto que
Pablo no pudiese haber escrito, y aún si utilizara materiales
poéticos de algún
himno cristiano, Pablo lo reelabora con su propio estilo.
Resultaría difícil
expresarlo con mayor elegancia y precisión de la que hace gala
David Burt en su
estudio, por lo que seguimos el mismo cuadro estructural que él
nos ofrece.
Digamos,
para empezar, que ese texto se compone de dos
estrofas bien diferenciadas, una
de las cuales nos presenta el ámbito de la Creación
y la otra el de la Redención.
Cullman resaltó esta significativa asociación con estas
palabras: «la
revelación de Dios ocurre por primera vez en la Creación.
Por eso la Creación y
la Salvación están tan íntimamente relacionadas en
el NT. Las dos tienen que
ver con la revelación de Dios».
Cristo no sólo ostenta la preeminencia en las esferas trazadas
en cada una de
las estrofas, sino que ambas se ajustan con la mayor fidelidad posible
a una
misma estructura literaria, que remarca los paralelismos que Pablo
desea
subrayar en sendas esferas. El resultado que produce todo ello en
nuestro
corazón y nuestro espíritu es un intenso cántico
de alabanza «al que está sentado en
el Trono y al Cordero», semejante a los de Apocalipsis 4 y 5:
«¡Digno eres, oh Señor y Dios
nuestro, de
recibir la gloria, y el honor y el poder, porque Tú creaste
todas las cosas, y
por tu voluntad existieron, y fueron creadas!» (Ap. 4:11). Y
también: «Digno es el Cordero que ha sido
inmolado de
tomar el poder, y riqueza, y sabiduría, y fortaleza, y honor, y
gloria, y alabanza…
Al que está sentado en el Trono, y al Cordero, sea la alabanza,
y el honor, y
la gloria y la soberanía por los siglos de los siglos.
¡Amén!» (Ap.
5:12-14).
15
El cual es imagen del Dios
invisible, primogénito de toda creación; |
18b
El cual es el principio, primogénito
de entre los muertos, para ser en todas
las cosas el que ocupa el primer lugar; |
16
pues en Él fueron creadas todas las cosas en los
cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya sean
tronos o dominios o principados o potestades; todas
las cosas mediante Él y
para Él han sido creadas.; |
19
pues en Él tuvo [Dios] a bien
que toda la plenitud habitase; |
17
y Él es antes de todas
las cosas y todas las cosas en
Él mantienen su consistencia; |
20
y mediante Él reconciliar todas
las cosas consigo, haciendo la paz mediante la
sangre de su cruz, mediante Él,
ya sean las cosas de sobre la tierra, ya sean las en los cielos. |
18a
y Él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia. |
Ambas
estrofas comienzan con la expresión «el
cual», afirmando después que Jesucristo es «el
primogénito» (de la Creación y
Redención, respectivamente).
Seguidamente vienen sendos versos explicativos, introducidos por la
expresión «pues en Él». En el
resto de las
estrofas, la forma literaria es más divergente para ajustarse a
sus temáticas
específicas. Aún así, es muy notable la
séxtuple repetición de la expresión «todas las cosas»
(cuatro veces en la
primera estrofa y dos en la segunda). También, en ambas estrofas
se alude a las
cosas «en los cielos y sobre la tierra»,
abundando más en esta imagen de «totalidad»
que nos transmiten sendos grupos de repeticiones. Tanto la
creación como la
Redención alcanzan a ser realidad «mediante
Él».
Notemos,
por tanto, que aún siendo temas bien diferenciados, Pablo los
unifica con su
vocabulario y las fórmulas literarias que utiliza, llegando tan
lejos en esta similitud
conceptual (más profunda que la típica
versificación de los Salmos) como le
resulta posible. Así pues,
como dice Burt: «tenemos aquí un
paralelismo definido de idea y forma:
la gloria de Cristo en la Creación
es igualada por su majestad en la Redención».
Esta
profunda similitud conceptual en el texto divinamente inspirado, tiene
importantes implicaciones que no pueden obviarse:
1.-
Tan sólo tres décadas después de la muerte de
Jesús, la Iglesia apostólica predicaba lo que Pedro
proclamó desde el primer
día (Hch. 2:32-36): que Jesús de Nazaret
había sido exaltado a la diestra de Dios como Señor y
Mesías, Rey legítimo
del universo entero y Cabeza amada de la Iglesia. A pesar de su muerte
vergonzosa,
recibía honores reales y divinos. La Iglesia entendía con
esta firme
proclamación que la persona y la obra de Jesucristo estaban en
perfecta
consonancia con lo que Dios había anunciado de antemano con los
profetas y con
lo que Él mismo había manifestado desde el cielo.
2.-
El testimonio
apostólico del Evangelio no es una
tergiversación de la historia. Los milagros,
las señales, las
enseñanzas, la
transfiguración, la resurrección
y la ascensión de Jesús son hechos
históricos testificados por los
apóstoles, demostrando que Él es el verdadero, amado y
único Hijo de Dios (Rom. 1:4; 1 Cor
15:12-20; 2 Ped.
1:16-18). La cristología del NT no es un parche colocado por
la Iglesia
sobre el fracaso y las carencias del Jesús histórico,
sino una sólida
proclamación asentada en hechos históricos inconmovibles,
y asumida por un
amplio grupo de testigos oculares y sus seguidores. Ninguna otra
explicación
alternativa, de las muchas que se han sugerido, puede dar cuenta y
hacer
justicia a todos los hechos históricos mencionados en los
Evangelios y los
Hechos de los Apóstoles. Lo que realmente ha fracasado, y de
forma estrepitosa,
es la cristología reduccionista de
muchos teólogos contemporáneos, minimizando la gloria del
Jesús histórico y
despojándole de los honores divinos de lo que es acreedor,
reduciéndolo a la
irrelevante posición de un simple mito
religioso, notable pero no preeminente, como hicieron los perversos
reduccionistas gnósticos de Colosas. Y como hacen también
los materialistas y
darwinistas de nuestros días con el Señor de la
Creación.
3.-
Dado que Jesucristo es el Señor, tanto del
mundo material como del espiritual, de la vieja creación y de la
nueva, que ha
inaugurado con el Nuevo Pacto de su sangre, tiene a disposición
de su Reino
eterno los recursos del universo entero, en todas sus esferas de
existencia y
realidad. El Buen Pastor que llama a cada oveja por su nombre (Juan 10:3), también llama a cada
estrella por el suyo (Sal. 8:3; 136:7-9;
147:4; 148:3; Is. 40:26; Amós 5:8). Su soberanía no
comprende sólo las
áreas espirituales de la vida, sino todas
las áreas. Por tanto Él es poderoso para guardarnos, no
sólo en el futuro o en
el más allá sino en todas las circunstancias del presente.
4.-
Al ser el Señor de todo, es fuente de todas las
bendiciones posibles. No sólo puede concedernos las peticiones
de Pablo, en su
intercesión por los colosenses (pleno conocimiento de la
voluntad de Dios, toda
sabiduría y entendimiento, crecimiento en toda buena obra,
fuerza espiritual en
el hombre interior…), sino también todos los recursos materiales
que vamos a
necesitar en nuestro peregrinaje terrenal.
Vamos
a adentrarnos, seguidamente, y de forma prioritaria, en los aspectos
relativos
a su soberanía en la Creación, que
es el tema que abordamos en este Cuaderno
Para
comenzar la descripción de
la persona del Señor Jesucristo, Pablo emplea dos frases de gran
profundidad y
relieve, que enmarcan su retrato como el glorioso Creador: «la
imagen del Dios
invisible» y «el primogénito de toda
creación». Cada palabra es cuidadosamente
elegida y ponderada, como la obra de un maestro orfebre que está
diseñando una
corona real. Cada piedra seleccionada es espléndida por
sí misma, pero todas juntas,
engastadas en el lugar preciso, contribuyen a resaltar el esplendor de
la
diadema real.
Cada
palabra que irá
escogiendo, está cargada de resonancias bíblicas, por lo
que no nos hallamos ante
un cristal plano, sino ante un diamante tallado, con los
múltiples destellos de
todas sus facetas singulares.
Pablo
confronta abiertamente
los maestros herejes (mientras que
un apóstata renegará de la verdad y
le dará la espalda, un hereje va más
lejos enseñando abiertamente la mentira). Ellos insistían
en que, si bien
Jesucristo era un mediador entre Dios y los hombres, sólo era
uno más de
numerosos intermediarios, y aunque reflejara algo de la deidad y gloria
divinas, como una supuesta “emanación” de Dios, su
revelación de la deidad era parcial e insuficiente.
Igual
que hemos comentado con
el término «logos» (verbo, palabra,
pensamiento…), utilizado por Juan, en el mundo hebreo y helénico
se utilizaba
también el término «eikón»
(imagen),
del que deriva también el conocido término “icono”,
término que vemos en Mt.
22:20 (imagen del César en una moneda) o en Ap. 13:14 (la
estatua del anticristo).
Y de la misma forma que sucede con el término logos,
el eikón de los
griegos también tiene altas connotaciones
filosóficas. De hecho, ambos términos presentan una
notable afinidad conceptual,
dado que el Dios trascendente (excelso
y por encima de todo), sólo puede ser conocido, o bien a
través de su palabra
(logos) o de su imagen (eikón).
Lo importante para ellos (y para nosotros) es determinar cuál
es la verdadera imagen y palabra de
Dios.
Por
ello Juan (que también
confrontaba las primitivas y perniciosas influencias de un gnosticismo
incipiente
con los hechos y las declaraciones de su Evangelio) nos dice que
Jesucristo es
el verdadero Logos de Dios (Jn.
1:1), de la misma forma que hace Pablo presentándole como el
verdadero Eikón de Dios.
Las
escuelas filosóficas
helénicas discutían una y otra vez (en esto eran
consumados expertos) cómo se
podían alcanzar las sublimes alturas de Dios, y se dedicaban a
explorar diferentes vías racionales, como la
mente, la razón, la palabra, la sabiduría… No resulta
difícil entender que
tales especulaciones intelectuales estaban muy lejos del alcance de una
mente
común (como sabe muy bien cualquier estudiante de
filosofía). Por ello, es como
si Pablo viniera a decirles: «dejaos de
historias y juegos de palabras. Ese Eikón
de Dios, del que tanto filosofáis, ha venido realmente en la
persona de
Jesucristo, para que le podamos ver
claramente. Todas vuestras vías filosóficas tienen su
solución exacta y su respuesta
definitiva en Jesucristo».
En
otras palabras: Dios no se
da a conocer en términos filosóficos, ni por elaborados
argumentos racionales.
La única
imagen que el hombre necesita para conocer a Dios es
Jesucristo. Él es
su imagen perfecta.
F.F.
Bruce señala que cuando
Pablo habla en 2 Cor. 4:4 de ver «la luz del evangelio de la
gloria de Cristo,
el cual es la imagen de Dios», y
continua diciendo que Dios «ha resplandecido en nuestros
corazones para iluminar
el conocimiento de la gloria de Dios
en el rostro de Jesucristo» (4:6),
elige este lenguaje basándose, posiblemente, en su visión
del camino de
Damasco. Si así fuera, no sólo identificó a
Jesús como Hijo de Dios, sino
también como la imagen de Dios, reflejo
de la Gloria divina. Esta visión
sería comparable con la experiencia de Isaías, quien fue
limpio y enviado
durante su visión de la gloria de Dios (Is. 6:1-9), o la de
Ezequiel, cuyo
llamamiento tuvo lugar durante una misión similar (Ez.
1:4-3:11). Para
Ezequiel, la gloria divina fue perceptible en una «figura con
forma humana»
(Ez. 1:26); para Pablo, la forma humana manifestó la silueta de
una persona
concreta: el rostro de Cristo. Por eso dice en Gál. 1:15-16:
«agradó a Dios… revelar a su Hijo en mí
(o “a
mí”)». El Jesús que se le apareció en el
camino de Damasco era la imagen perfecta del Dios de gloria,
a
semejanza de las visiones que tuvieron aquellos grandes profetas del
pasado.
3.6.2
EL HOMBRE, UNA
«IMAGEN» DE DIOS
Si
es importante conocer el
trasfondo filosófico helénico para indagar el sentido de
«imagen de Dios», más
importante aún es conocer el trasfondo bíblico, ya que el
lenguaje de Pablo
(como el de Juan) es eminentemente bíblico. A cualquier
creyente, la simple
mención del término «imagen» enseguida le
transporta el relato de la Creación
en el Génesis, dada la indeleble impronta bíblica que nos
define como seres
creados «a imagen y semejanza de
Dios» (Gén. 1:27). Así como el texto
de Génesis nos habla del señorío del
hombre sobre el mundo creado, Colosenses nos habla de la imagen de
Dios y
del señorío sobre la creación. De
hecho, lo que vemos es la perfecta imagen
de Dios y el perfecto señorío sobre
la naturaleza, no en el Adán caído, sino en el postrer y
absolutamente perfecto
Adán, el Señor Jesucristo. Él es el verdadero
dueño y heredero de la creación.
Aquella
imagen en el primer Adán
era sólo un pálido reflejo de
Dios, aún antes de la caída, quedando
después
trágicamente distorsionada por el pecado. De hecho, debemos
observar que el
hombre no es su imagen total.
Nuestra personalidad racional
evidencia que fuimos hechos a imagen de
Dios, y al igual que Dios poseemos inteligencia, emociones y voluntad (aunque,
desde luego, en menor medida), lo que nos permite pensar,
sentir y decidir.
Sin
embargo, los seres humanos no somos la
imagen de Dios en lo moral, puesto que Él es santo y nosotros pecadores.
Tampoco en nuestra esencia somos
creados a su imagen. No
poseemos ninguno de los atributos exclusivos de Dios como su omnipotencia, inmutabilidad u omnipresencia.
En una palabra: somos humanos, no
divinos.
Fue
necesaria la venida de un «segundo hombre»
para restaurar todas
las cosas, mostrando para siempre la imagen
perfecta y exacta de Dios. Por ello, el cumplimiento perfecto y
cabal de
los propósitos de Dios no podrá
llevarse a cabo por la descendencia del primer hombre sino bajo el
glorioso señorío de Jesucristo (Heb.
2:5-9).
No
hay, pues, una equivalencia estricta, entre Cristo y
Adán. Adán fue parte de la creación, pero Cristo
es el Creador (1:16). Adán empezó a
existir al ser creado, pero el Hijo es antes de todas las
cosas (1:17; Jn.
8:58), y no adoptó la imagen de Dios en el momento
de la encarnación sino que ha sido su imagen exacta desde
la eternidad. Adán fue creado conforme
a la imagen de Dios, pero Cristo es «la
imagen misma de su
sustancia (“charakter”)». Si Cristo es el Creador
y es el eterno Preexistente,
sólo puede ser Dios mismo; en efecto, como dirá
más adelante Pablo, «en Él reside toda
la plenitud de la deidad»
(2:9). En este caso, no puede ser un pobre reflejo lunar de la imagen
de Dios
(como Adán), sino el pleno resplandor
de Su gloria. En Cristo el Dios
invisible se hizo visible, «y
vimos su gloria, gloria como del Unigénito
del Padre» (Jn. 1:14).
3.6.3
EL QUE HACE VISIBLE AL
INVISIBLE
La
idea más esencial que
transmite el concepto imagen tiene que ver con la comunicación.
Las cosas que carecen de imagen son invisibles.
Jesucristo no sólo es divino; es Dios
manifestado en carne. El Logos encarnado es Dios
comunicándose con los
hombres, no sólo con su enseñanza verbal sino con su
persona total. Como Logos,
es la comunicación audible de Dios; como Eikón,
la comunicación visible. El Logos de
vida puede ser visto, contemplado, palpado y oído (1 Jn. 1:1-3;
Jn. 1:14, 18;
10:30, 38; 14:9; 17:6). Según el tenor literal de Hebreos, el
Hijo es el lenguaje
mismo de Dios: Dios nos ha hablado en
Hijo (Heb. 1:1-2).
La
gloria y naturaleza de Dios
sólo pueden ser percibidas muy imperfecta y lejanamente por el
ser humano, porque Dios es invisible (Jn. 1:18; 1 Tim.
1:17; 6:16). Pero aquella divina luz incandescente que, si
pudiéramos verla,
nos fulminaría, en la faz de Jesucristo viene a ser
maravillosamente natural y
real, encajando por completo en nuestro espectro de luz visible.
Con
el término «eikon», Pablo
recalca que Jesús es tanto la imagen
(esencia) como la manifestación
(presencia) de Dios. Es
la revelación completa,
definitiva
y plena
de Dios. Es Dios en carne humana,
como declaró el propio Jesús (Jn. 8:58;
10:30-33), y el testimonio unánime de las Escrituras (Jn. 1:1;
20:28; Rom. 9:5;
Flp. 2:6; Col. 2:9; Tit. 2:13; Heb. 1:8; 2 Ped. 1:1). Pensar menos que
esto es
una blasfemia, evidencia de una mente cegada por Satanás.
Queda
una última pero
ineludible cuestión. Si Jesucristo es divino, ¿por
qué los autores del N.T. no
lo dicen lisa y llanamente? Si Él es Dios, ¿por
qué no expresarlo simplemente
así, en lugar de recurrir a fórmulas más complejas
como «la imagen del Dios
invisible», más difíciles de captar a primera
vista? Indudablemente, nos cuesta
más aprehender su profundo significado, pero es que la simple
enunciación «Jesús es Dios», no hace plena
justicia a la persona del Señor.
Diría demasiado poco
de Él. Dios, por definición, es espíritu
(Jn. 4:24), y Jesús es incuestionablemente un
hombre, con un cuerpo sujeto a nuestras limitaciones humanas. Dios
es inmortal, pero Jesús murió.
Pero incuestionablemente también
es «Dios
con nosotros» (Mt. 1:23), es «Dios
hecho hombre», o «Dios en forma de
siervo humano» (Flp. 2:6-7). El gran misterio de Jesucristo
es que Él
existe y subsiste en dos formas diferentes, como Dios y como hombre.
Nosotros
estamos sujetos al concepto cartesiano de «espacio
y tiempo», pero ésta es una esfera
de existencia completamente distinta
de la de eternidad. La eternidad no
es una mera prolongación hacia el
infinito de las coordenadas cartesianas,
¡es un ámbito absolutamente distinto! Cuando el
Señor resucitado ascendió a los
cielos, no estuvo propulsándose a velocidades
supersónicas hacia la
estratosfera para salir de la órbita terrestre. El relato de
Lucas dice sencillamente:
«mientras los bendecía, se separó de
ellos y fue llevado arriba al cielo» (Lc. 24:51), y
también: «viéndolo ellos, fue alzado, y
lo recibió una
nube que lo ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos
puestos en el
cielo, entretanto que él se iba…» (Hch. 1:9-10). Hay
un movimiento
ascendente, tan natural como el caminar de Jesús sobre las aguas
del Mar de
Galilea; y en breves instantes una nube lo oculta, en cuyo interior
atraviesa
el umbral (para nosotros totalmente desconocido) que separa nuestra
familiar
realidad espacio-temporal de la dimensión eterna y sobrenatural
de los cielos.
La incapacidad de comprender la radical diferencia entre ambas esferas
de
existencia lleva a muchos cristianos a situarlas erróneamente en
un mismo plano
de realidad, tratando –inútilmente– de forzar sus particulares
conceptos sobre
los orígenes en el plano estricto y exclusivo de las
«leyes naturales».
Volviendo
a nuestro tema,
cuando el Hijo toma forma humana, por obra del Espíritu Santo,
no es que algo
de la deidad se traslade a la tierra y el resto permanezca en el cielo.
Toda
la plenitud de la deidad estaba en Cristo (Col. 2:9), pero
puesto que
la eternidad no discurre paralela al tiempo, esto no significa que el cielo quedara vacío. No perdamos
nunca de vista que estamos ante dos esferas completamente distintas, no
meramente
proporcionales o comparables entre sí. De ahí la
constante necesidad que tienen
los escritores del N.T. de recurrir a imágenes, metáforas
o símbolos para que
captemos realidades que no son directamente transferibles a nuestro
mundo
sensorial. Pero, afortunadamente, esto no es pura imaginería
poética; ¡es
verdaderamente real y cierto que en el Señor Jesucristo podemos ver al Invisible!
Erdman
sugiere que el carácter
«invisible» de Dios no es sólo que Dios no resulte
visible al ojo humano, «sino
que no se puede llegar a conocer con la sola razón, el intelecto
o la
imaginación; Dios no puede ser conocido sino es en Cristo y por
medio de
Cristo».
Nuestros
intentos de explicar
la naturaleza de Jesucristo (o los procesos que tuvieron lugar en la
semana de
la creación) chocan con nuestra ignorancia acerca de la
eternidad. Somos
criaturas del espacio y del tiempo y no conocemos otro sistema de
referencia.
Pero
el mensaje esencial de la
Revelación bíblica es claro: Jesucristo no es una emanación
que sale de Dios, o una potencia
angélica creada por Él. Quien ve a Jesucristo ha
visto a
Dios. El invisible se hace visible. El eterno se hace temporal. El
inmortal se
hace mortal y muere en una cruz. El Dios lejano y trascendente se nos
acerca,
pero no deja de ser nunca quien siempre ha sido y quién siempre
será. «Yo soy el primero y el último,
el que vive.
Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén»
(Ap. 1:17-18).
Él es realmente «el testigo fiel»
(Ap. 1:5) porque es la imagen del Dios invisible.
3.7.1 LA PRIMOGENITURA DE CRISTO (1:15b)
Pablo acaba de decirnos, con la mayor exactitud posible, quién es Jesucristo: Él es el eikón del Dios invisible. Ahora procede a explicarnos qué posición ocupa en el universo, y cuál es su relación con el mundo creado. En este sentido, Él es, exactamente, el primogénito (prototokos) de toda creación.
El mismo apóstol era muy consciente que esta expresión resulta susceptible de prestarse a diferentes interpretaciones, por lo que procede a desarrollarla en los versículos 16 y 17, acotando su significado.
Desde los arrianos hasta los Testigos de Jehová, todos aquellos que niegan la deidad de Cristo han pretendido justificar sus argumentos apoyándose en esta frase. Aún existen personas o corrientes heréticas que tratan de presentar esta expresión como una indicación de que Cristo sería el primer ser creado por Dios, ocupando el nivel más alto de la creación, por lo que no podría ser el Dios eterno. Si el apóstol hubiese querido transmitir esa idea, el término que debería haber utilizado debiera ser protoktistos (“primer ser creado”, o “primero de la creación”), y no prototokos (primogénito). Pero con el fin de que no quedase ni una sombra de duda, las frases que incorpora a continuación disipan todo posible malentendido. Resultaría una incongruencia lógica que el creador de todas las cosas fuese él mismo una criatura. Si además es antes de todas las cosas, no puede estar ubicado en el diagrama cartesiano del espacio y del tiempo. Podemos advertir que toda la cuidadosa exposición doctrinal de Pablo es una refutación exhaustiva de las herejías gnósticas, que ya comenzaban a gestarse en sus tiempos para alcanzar su clímax en el siglo II. Toda la fuerza de su argumentación tiende a demostrar que Jesucristo no es una mera emanación (eón) de Dios, como enseñaban los falsos maestros; ni tan siquiera resulta ser el más sublime de los seres angelicales. David Burt señala, muy acertadamente, que «es tan intrínsecamente divino como el Padre, tan inextricablemente unido a Él como la imagen lo es al objeto, como el resplandor lo es la gloria o como la palabra lo es a la persona que habla» (cursivas propias).
Dada la profunda riqueza que encierra en esta expresión, es aconsejable diferenciar separadamente sus matices más importantes.
3.7.1.1 La idea de
«engendramiento»
Lo primero que nos sugiere el término primogénito es la idea de engendramiento. De hecho, el Credo niceno confiesa que Jesucristo es «engendrado del Padre antes de todos los mundos». Nos transmite la idea de que entre Dios el Padre y Dios el Hijo se da una relación de paternidad, ampliamente asentada y enraizada en todo el N.T. Muy poco antes de nombrarlo como prototokos, Pablo lo ha llamado «su Hijo amado». A pesar de ello, una pulcra exégesis de la argumentación de Pablo no puede llevarnos a concluir que el Hijo fuera creado por el Padre. Creado no, pero engendrado sí. ¿Qué significa esto? ¿Cómo podemos entenderlo? Sólo podemos percibir aquello que Dios ha querido revelarnos por medio de ilustraciones humanas, imágenes que, en el mejor de los casos, sólo son breves destellos o pálidos reflejos de las realidades eternas.
Tenemos dos buenas razones para hablar en términos de «Padre» e «Hijo»:
1) Un hijo siempre tiene un notable parecido con su padre. Son de la misma especie, y así cualquier niño es un ser humano, como su padre. Los vínculos hereditarios acentúan aún más todo un amplio abanico de parecidos y semejanzas, al margen de la singularidad única de cada individuo. Así, también, el «Hijo» es consustancial con el Padre. Ambos tienen la misma naturaleza aún siendo perfectamente distinguibles en su personalidad.
2) De alguna manera, aunque no sea fácil describirlo ni entenderlo, Jesucristo «procede» de Dios el Padre, como todo hijo procede de un padre humano. Aunque también se traten de imágenes imperfectas, puede sernos útil para nuestra comprensión la ilustración de William Dembski (en el apartado 2.6, dentro del anterior estudio sobre el prólogo del evangelio de Juan). Las imágenes del N.T. siguen esta misma línea: el Hijo procede del Padre como una imagen procede del objeto que la refleja, como la palabra expresa la mente o como el resplandor brota de la gloria. Aquí terminan las imágenes propias del N.T. y nuestras certezas no pueden ir más allá de estas revelaciones.
Tampoco
podemos ir más lejos en
el discernimiento de las cuestiones temporales.
Si nos planteamos cuándo comenzó
el Hijo a proceder del Padre, no debemos
confundir esta realidad con la encarnación
(que marca un hito cronológico en la historia humana). Al ser
engendrado por el
Espíritu Santo en el seno de la virgen María, Jesucristo
también «salió» del
Padre (Jn. 16:28), pero esto es una
cuestión completamente diferente. La cuestión que nos
estamos planteando
pertenece realmente a la esfera de la eternidad, un ámbito
totalmente
desconocido para nosotros, no susceptible describirse en
términos cronológicos
o temporales (por lo que no es legítimo hablar de
«momentos»). La expresión más
aproximada a la realidad sería decir que «el
Hijo es eternamente engendrado» por el Padre. Una imagen no
procede de un
objeto a partir de un momento determinado, sino que procede de
él sin solución
de continuidad, como muy bien apunta David
Burt.
Es interesante notar que, en el caso de la paternidad humana, un padre sólo comienza a existir como padre en el momento que nace su primogénito. En este sentido, el padre tiene la misma edad que el hijo primogénito. Esta imagen humana no es totalmente extrapolable a Dios, pues no es cierto que hubiese un tiempo en que el Padre existiese a solas hasta llegar un «momento» en que el Hijo «procedió» de Él (lo cual, ni tiene apoyo bíblico ni hace justicia a las imágenes bíblicas mencionadas). La imagen de un objeto es indisociable de la existencia total de dicho objeto. El Logos está «cara a cara con Dios» desde «el principio», con todo el profundo sentido eterno que encierra este término. Por ello se nos dice que el Hijo no tiene principio ni fin (Heb. 7:3), sino que es el principio y el fin de todo lo demás (Col. 1:18; Ap. 1:8; 21:6; 22:13).
Por todo lo expuesto, Cristo es llamado el «primogénito» por cuanto procede del Padre, y en sentido figurado, pero singular y único, es engendrado por Él. Esta última expresión no debe llevarnos a confusión pensando que Cristo pudiera ser el primero de muchos hijos engendrados por Dios. Ciertamente, Dios piensa llevar muchos hijos a la gloria (Heb. 2:10), los cuales no son engendrados de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios. Pero el «engendramiento» de Cristo es único y absoluto e irrepetible. Es por ello que, donde Pablo utiliza el término «primogénito», el apóstol Juan nos habla del «unigénito» (Jn. 1:14, 18; 3:16). Como subraya David Burt, «nuevamente observamos la estrecha relación entre Juan 1, Colosenses 1 y Hebreos 1. Los tres textos emplean un vocabulario diferente, distintivo de cada autor, pero los conceptos son los mismos: unigénito, Hijo, primogénito; todas las cosas fueron hechas por Él, en Él fueron creadas todas las cosas, por medio de Él, Dios hizo el universo; Él le ha dado a conocer (a Dios), Él es la imagen del Dios invisible, Él es la expresión exacta de su naturaleza…» Según John. B. Nielson, «primogénito» es equivalente a «unigénito»; es un término judío que significa increado». Dios ha engendrado espiritualmente a muchos hijos, pero hay un solo hijo, su Único (Gén. 22:12, 16), que sea «Logos» y «Eikón» de Dios.
Pero
la preferencia de Pablo por
el término «primogénito» se
debe
también a otros matices que conlleva
dicha expresión.
3.7.1.2 «El Hijo
amado»
En el A.T. Israel era frecuentemente llamado el «primogénito» de Dios. Por ejemplo, durante la última plaga de Egipto, cuando el Señor dice, por boca de Moisés: «Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito. Y te he dicho: “Deja ir a mi hijo para que me sirva”, pero te has negado a dejarlo ir. He aquí, mataré a tu hijo, tu primogénito» (Éx. 4:22-23).
Con
esta expresión Dios está
indicando que Israel es su hijo predilecto y más favorecido, su
amado, y que
tiene un puesto distintivo en sus planes y
propósitos. Si Dios pudo
hablar es estos términos con relación a Israel, un hijo
tan pecador, infiel y
olvidadizo, ¡cuánta más razón no
tendría para hablar de esta forma con relación
a su Hijo amado y perfecto (Col.
1:13; Ef. 4:13; Heb.
7:28)!
3.7.1.3 La supremacía del Hijo
En las Escrituras el derecho a gobernar está estrechamente vinculado a los derechos de la primogenitura. Aunque prototokos puede referirse al primer hijo nacido en una familia, el significado principal del término se relaciona con la posición o rango. Durante la monarquía israelita, el derecho a reinar recaía siempre en el primogénito de cada monarca. Por eso también, cuando Jacob le compró a Esaú la primogenitura, fue en cumplimiento de las palabras de Dios a su madre Rebeca: «el mayor servirá al menor» (Gén. 25:23). También Efraín es llamado el «primogénito» (Jer. 31:9) cumpliendo la bendición de Jacob (Gén. 48:20), aún cuando era el menor de los gemelos de José.
El pueblo de Israel es llamado «el primogénito de Dios» en Éxodo 4:22 y Jeremías 31:9. Aunque no fue el primer pueblo formado en la historia, ocupó el primer lugar a los ojos de Dios ante todas las naciones.
Por
ello, cuando Dios llama al Mesías «mi
primogénito», añade que Él
será «el más excelso de los reyes
de la tierra» (Sal. 89:27). En Apocalipsis 1:5 Jesucristo es
llamado «el
primogénito de los muertos», aunque
cronológicamente no haya sido la
primera persona en resucitar (aunque sí lo es en conservar
permanentemente su
cuerpo resucitado), pero Él es el preeminente
entre todos los resucitados. Romanos 8:29
también habla
de Él como el primogénito en
relación
con la iglesia. En todos estos
casos, la primogenitura alude a la superioridad
en rango, no al orden cronológico de nacimiento o
creación. Ser primogénito de toda la creación
es, en consecuencia, ejercer
el gobierno supremo sobre ella. Por ello, también, el
término «primogénito»
es también un título mesiánico
(Heb.
1:6). Llamar a Cristo el primogénito
(1:18) es exaltarlo,
concederle honores supremos, reconocerlo como rey legítimo del
universo,
colocarlo por encima de todo el cosmos creado, estableciendo su
soberanía y
preeminencia.
3.7.1.4 El derecho de herencia
Tanto en la cultura griega como en la judía, el primogénito es siempre el principal heredero, por el rango que le confiere la primogenitura. Aunque Esaú nació primero, fue Jacob el «primogénito» quien recibió la herencia. En el pensamiento hebreo ambos términos son prácticamente sinónimos. No sólo Pablo apunta a esta faceta sino también el autor de Hebreos, en cuya epístola nos habla de «su Hijo, a quién constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quién asimismo hizo el universo». Como comenta David Burt resultaría difícil encontrar una mejor paráfrasis de Colosenses 1:16, «primogénito de toda creación». La misma idea redondea este último versículo: «todo ha sido creado por medio de él y para él». El Hijo no sólo es el Creador sino también el Heredero (Gén. 15:4; Heb. 1:2; Ap. 1-7, 13).
3.7.1.5 Jesucristo no pudo ser
«el primer ser
creado»
Hay muchas razones para refutar la falsa idea de que el título de primogénito señale a Cristo como el primer ser creado. Dicha interpretación contradice por completo la descripción de Jesús como monogenes (unigénito o único). Teodoreto, uno de los padres de la iglesia primitiva, se preguntaba: «si Cristo fue unigénito, ¿podría ser primogénito? Y luego, si fue primogénito, ¿podría ser unigénito?». Gramaticalmente hablando, cuando prototokos debe entenderse como parte de una clase o grupo (en concreto, el primero de esta clase), dicha clase debe mencionarse en plural (ver el ejemplo de Rom. 8:29); pero la creación es singular («el primogénito de toda creación»). Si Pablo hubiese querido expresar la idea de que fue el primer ser creado, habría usado el término protoktistos, que significa precisamente «creado primero».
Esta
errónea interpretación de prototokos
hace caso omiso de todo el
contexto de la epístola, así como del contexto inmediato
de este pasaje. Si
aceptase que Cristo es un ser creado, estaría admitiendo el
punto central de la
herejía colosense, que sostenía que Jesucristo era un ser
creado, aún cuando
fuese la más relevante de las emanaciones de Dios. Esto resulta
impensable en
Pablo, tan minuciosamente metódico y contundente en todas sus
argumentaciones.
Además, en el versículo anterior Pablo acaba de describir
a Jesucristo como la
perfecta y completa imagen de Dios, y en el siguiente se refiere a
Él como el
Creador de todo lo que existe. Por tanto, muy lejos de ser una de
tantas
emanaciones que procederían de Dios, Jesús es su imagen
perfecta, y el heredero
preeminente sobre toda la creación
(el genitivo ktiseos se traduce mejor
«sobre»
y no «de»). Él existía antes de toda la
creación, y también es superexaltado en
rango sobre ella. Estas sublimes verdades determinan quién es en
relación con
Dios, y rebate con ello los principales argumentos de los falsos
maestros.
3.7.2 JESUCRISTO,
EL CREADOR
DE
TODAS LAS COSAS (1:16)
Los versículos 16 y 17 desarrollan y profundizan la expresión del 15b: «el primogénito de toda creación», resaltando la gloria del Hijo como Creador y Señor del universo. La preeminencia de Cristo sobre toda criatura continúa siendo el eje de esta sección.
El
apóstol sigue acumulando
frases sobre el núcleo de este pensamiento, para no dejar
resquicio alguno de
duda respecto de cualquier elemento o instancia que pudiera eludir su
autoridad
soberana. Los falsos maestros de Colosas suponían que Jesucristo
era la primera
y más importante de todas las emanaciones de Dios, pero
consideraban que sólo
un ser muy por debajo de este nivel podría haber creado el
universo material
(al considerar la materia intrínsecamente mala; por tanto,
sólo una emanación «mala»
o «muy inferior» podría haber actuado así).
Pablo refuta esta blasfemia
declarando, como Juan (1:3) y el autor de Hebreos (1:2), que es el
Creador «de
todas las cosas», en los cielos y en la tierra, tanto las
visibles como las
invisibles. Por tanto, refuta categóricamente la falsa
filosofía dualista
(coexistencia de Dios y el mal) de los herejes colosenses. Jesús
es Dios y creó
el universo, en todas sus dimensiones materiales y espirituales.
3.7.2.1 En Él
fueron creadas todas las cosas
La primera frase del versículo establece con claridad que el Hijo es el Creador soberano de todo cuanto existe, de forma muy similar a la lectura del texto de Juan: «todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él, nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (Jn. 1:3). Ambos apóstoles emplean frases tan contundentes que resultan casi redundantes, en su afán por demostrar que ningún ser puede escapar a la autoridad superior de Cristo. Sin embargo, la expresión de Pablo presenta un rasgo diferencial al señalar que todas las cosas fueron creadas «en Él», mientras que Juan nos dice que fue «por medio de Él». La expresión de Juan es totalmente correcta y, de hecho, Pablo la incorpora al final de este versículo, pero la expresión paulina es aún más significativa, al subrayar la centralidad del Hijo en todas las facetas y matices de la creación. Cristo es el autor de la creación, su sustentador y su heredero; todo fue creado por Él y para Él. No sólo es la causa y origen de todas las cosas, sino quién determina su finalidad y propósito; todas las leyes naturales, principios y fuerzas que gobiernan la creación, brotan de Él y culminan en Él. En todo sentido, Él es la piedra miliar, el punto de referencia y el patrón de medida.
Pero
aún más allá de este hecho
incuestionable, Pablo coloca el mayor énfasis de esta frase
introductoria en la
palabra «todas», y le concede tal
relevancia que las frases que añade a continuación son
una extensión del
término «todas», para dejar bien claro el sentido
absoluto del mismo. Cualquier
realidad imaginable, material o espiritual, es un subconjunto
de ese «todas».
3.7.2.2 Tanto en los
cielos como en la tierra
Como
la Biblia enseña en sus
comienzos, «en el principio creó Dios los
cielos y la tierra», y como nos revela el N.T., lo hizo en
Cristo.
Cualquier punto de este universo es un espacio creado por Cristo, y
cualquier
región de la realidad existente ha sido creada por Él. La
cuestión
fundamental no es cómo
se ha desarrollado todo este proceso (la gran meta que la ciencia
moderna
persigue vanamente), como si sólo se tratara simplemente de un desafío
intelectual, sino quién lo
ha llevado a término, estableciendo una relación de causalidad, propósito,
autoridad y soberanía
sobre toda la
creación, lo que afecta e implica a la totalidad
del ser humano (aún si pudiéramos suponer que no
hubiese caído en el
pecado). De hecho, esto es lo que se está dirimiendo en nuestros
días en el
actual debate sobre los Orígenes. Pablo, todos los escritores
del N.T. y también
la iglesia antigua, de hecho hasta el gran desarrollo de la ciencia
moderna, en
el siglo XVII, lo tuvieron muy claro: todos los seres, fuerzas y
elementos del
universo fueron creados «en» y
«por» Él.
3.7.2.3 Visibles o invisibles
Probablemente,
el concepto de «visible»
haga referencia al mundo material y terrenal, y lo
«invisible» al mundo
espiritual y celestial. La absoluta universalidad de la creación
de Cristo
abarca también al mundo de los espíritus, tanto de los
ángeles santos como de
los demonios caídos (un mundo ignorado por el materialismo
darwinista). Pero
todas las esferas de la existencia, incluso las espirituales,
están sujetas a
su autoridad.
3.7.2.4 Ya sean tronos o
dominios o poderes o
autoridades
Con todo lo dicho, Pablo ya ha dejado suficientemente claro que Cristo es el creador absoluto de todo lo existente, pero previendo todas las objeciones y herejías que pudieran desarrollarse (como si contemplase proféticamente la gran rebelión espiritual de esos tiempos finales que vivimos), insiste en su metódica exposición. Ahora procede a un desarrollo distributivo, mencionando nombre por nombre las diferencias jerarquías espirituales del mundo oculto a nuestros sentidos.
Un efecto casi instintivo de esa revelación apostólica es el estímulo inmediato de nuestra curiosidad. Pocas cosas nos fascinan más que el conocimiento de la existencia y características de estos seres espirituales, incluso a pesar de la abrumadora idolatría del materialismo, en esta época tan centrada en nosotros mismos y las realidades físicas y materiales del universo. ¿Qué diferencias existen en todas estas jerarquías? Los términos son virtualmente sinónimos y no disponemos de una mayor revelación sobre estas categorías, a lo que puede añadirse el uso terminológico particular que pudieran atribuirle los maestros heréticos, por lo que, aunque no falten sugerencias, no es prudente ni aconsejable aventurarnos más allá de esas escuetas menciones apostólicas. No podemos ir más lejos de lo que a Dios le ha complacido revelarnos.
Hendriksen, por ejemplo señala: «Los ángeles no tienen ningún poder aparte de Cristo. De hecho, separados de Él ni siquiera podrían existir. No son más que criaturas. En y por sí mismos, nada pueden contribuir a la salvación o perfección de los colosenses… ni a la plenitud y los recursos que los creyentes tienen en Cristo. Los ángeles malos no pueden separarlos de su amor».
Lo
que sí nos queda bien claro
es la intención de Pablo de que, al margen de lo que representen
cada una de
estas categorías espirituales, ninguna
de ellas tiene poder alguno
aparte de Cristo. Todos están sujetos a Él porque todos
son creación suya.
3.7.2.5 Todo ha sido
creado por medio de Él y para
Él
La primera parte no es más que un resumen o conclusión de cuánto se ha dicho hasta ese punto. Lo realmente novedoso (aunque ya sugerido por los sentidos que sugiere el término «primogénito») radica en la segunda parte: «y para Él». El universo no sólo tiene una causa primera (y personal), siendo por tanto exquisitamente diseñado, sino también un propósito. Cristo no sólo es el alfa de la creación sino también su omega (Ap. 1:8, 11; 21:6, 13; 22:13). Es en todo el principio y el fin, el origen y la meta. La creación no sólo es obra suya, en toda su extensión y poder, sino que existe también para su gloria y constituye su sublime herencia. Pese a la magnitud inmensa del problema del mal, que oscurece y distorsiona profundamente esas realidades, percibidas por nuestros corazones caídos y nuestras mentes entenebrecidas, aún así, todos los poderes maléficos, y todos sus efectos dañinos, están bajo su control y contribuyen, de muchas formas y maneras que no podemos comprender, a sus bondadosos, santos y justos propósitos eternos. Por todo ello, ninguna criatura, ningún poder, ninguna idea o teoría (incluidas las presunciones del materialismo darwinista) pueden ser objeto de la atención idolátrica del hombre.
Como también lo expresará de forma mucho más sucinta, pero no menos cierta, en Romanos 11:36: «porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén». El mismo mensaje que nos transmite el A.T., que, aunque resulte menos explícito en la revelación del Logos Creador, establece sin ningún titubeo la absoluta gloria de su soberanía divina y la majestad de sus propósitos eternos. Una muy breve panorámica a vista de pájaro lo ilustra perfectamente:
«Ved ahora que Yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir y yo hago vivir, yo hiero y yo sano, y no hay quien se pueda librar de mis manos, porque Yo alzaré a los cielos mi mano y diré: ¡Vivo Yo para siempre!» (Deut. 32:39-40).
«Tuya es, Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, Jehová, es el reino, y Tú eres excelso sobre todos» (1 Cr. 29:11).
«Tú solo eres Jehová. Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que en ellos hay. Tú vivificas todas estas cosas, y los cielos de los cielos te adoran» (Neh. 9:6).
«Pregunta ahora a las bestias y ellas te enseñarán; a las aves de los cielos, y ellas te lo mostrarán; o habla a la tierra y ella te enseñará; y los peces del mar te lo declararán también. ¿Cuál entre todos ellos no entiende que la mano de Jehová lo hizo? En su mano está el alma de todo viviente y el hálito de todo el género humano» (Job 12:7-10).
«Por la Palabra (el Logos) de Jehová fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el aliento (espíritu) de su boca. Él junta como montón las aguas del mar; Él pone en depósitos los abismos. ¡Tema a Jehová toda la tierra! ¡Tiemblen delante de Él todos los habitantes del mundo!, porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió» (Sal. 33:6-9).
«Alabadlo, vosotros todos sus ángeles; alabadlo, vosotros todos sus ejércitos. Alabadlo, sol y luna; alabadlo, todas vosotras, lucientes estrellas. Alabadlo, cielos de los cielos y las aguas que están sobre los cielos. Alaben el nombre de Jehová, porque Él mandó, y fueron creados. Los hizo ser eternamente y para siempre; les puso ley que no será quebrantada» (Sal. 148:2-6).
«Cuando (Dios) formaba los cielos, allí estaba Yo (la Sabiduría, una personificación del Logos Creador); cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo, cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo, cuando fijaba los límites al mar para que las aguas no transgredieran su mandato, cuando establecía los fundamentos de la tierra, con Él estaba Yo ordenándolo todo. Yo era su delicia cada día y me recreaba delante de Él en todo tiempo» (Prov. 8:27-30).
«Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién creó estas cosas; Él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres y ninguna faltará. ¡Tal es la grandeza de su fuerza y el poder de su dominio!» (Is. 40:26).
«Vosotros sois mis testigos, y mi Siervo que Yo escogí, para que me conozcáis y creáis y entendáis que Yo mismo soy; antes de mí no fue formado Dios ni lo será después de mí» (Is. 43:10).
«Yo soy Jehová y no hay ningún otro. No hay Dios fuera de mí… Yo soy Jehová y no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinieblas, hago la paz y creo la adversidad. Solo Yo, Jehová, soy el que hago todo esto» (Is. 45:5-7).
«Yo, con mi gran poder y con mi brazo extendido, hice la tierra, el hombre y las bestias que están sobre la faz de la tierra, y la di a quién quise» (Jer. 27:5).
La contemplación de la asombrosa gloria de Dios en el universo (Sal. 19:1) es un motivo prioritario de la más profunda adoración, como evidencian las Escrituras de principio a fin. Ello es aún más relevante que nunca en nuestros días al hacerse patentes en sus más íntimos detalles las maravillosas obras del Creador (como, por ejemplo, la extraordinaria exactitud de las «pesas y medidas» del universo, finísimamente ajustadas para hacer posible la extraordinaria variedad de la vida en la tierra, lo que se conoce ahora como “principio antrópico”), o las inconcebibles dimensiones de su gran poder (se calcula que el número de estrellas en el universo es de 1025, una cifra similar a la de los granos de arena de todas las playas de nuestro mundo). Cuánto más motivo tenemos los hijos de Dios de adorarle por tantas y tan insondables maravillas, que son parte de nuestra herencia en Cristo (de hecho, no este universo, sujeto a esclavitud de corrupción por causa de nuestro pecado, sino los nuevos cielos y la nueva tierra que el Creador llamará un día a la existencia).
Desgraciadamente, como Pablo denuncia en Romanos 1:18 y ss, la impiedad e injusticia de los hombres detiene con injusticia la verdad, y una trágica consecuencia de ello es que «habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido». Si esos corazones ya estaban de por sí en tinieblas, a causa del pecado, el resultado de rechazar de forma injusta y deliberadamente consciente el claro testimonio de la gloria de Dios en la creación, no puede conducir a otra cosa que la más tenebrosa desesperanza y desolación. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en uno de los más conocidos «telepredicadores» del naturalismo (filosofía que sostiene que todas las leyes y fuerzas que operan en el universo son puramente naturales, o físicas, sin ningún aspecto moral, espiritual o sobrenatural), como fue Carl Sagan. En diciembre de 1996, menos de tres semanas antes de morir (y plenamente consciente de ello), fue entrevistado en un programa televisivo, dejando este amargo testamento espiritual: «Vivimos en un pedazo de roca y metal que da vueltas alrededor de una estrella aburrida, que es una de 400.000 millones de otras estrellas que forman la Vía Láctea, la cual es una de mil millones de otras galaxias que componen el universo, que puede ser uno de un número mucho mayor, quizás un número infinito de otros universos. Esa es una perspectiva de la vida humana y de nuestra cultura que bien vale la pena considerar». En otro libro póstumo ahonda más en su desesperanzado testimonio: «Nuestro planeta es una manchita solitaria en medio de la oscuridad cósmica que nos rodea. En esta oscuridad, en toda esta vastedad, no hay indicación de que de alguna parte pudiera venir ayuda que nos salve de nosotros mismos».
John
MacArthur comenta esta
perspectiva final de Sagan, uno de tantos escépticos
contemporáneos que han
dado la espalda al Dios de la Creación y de las Escrituras:
«Aunque Sagan trató de mantener una semblanza
de optimismo hasta el final, su religión lo llevó a
dónde todo naturalismo
inevitablemente conduce: a un sentido de completa insignificancia y
desesperación. Según su visión del mundo, la
humanidad es una pequeña avanzada,
un puntito azul pálido en un vasto mar de galaxias. Hasta donde
sabemos, el
resto del universo nos ignora, no somos responsables ante nadie e
insignificantes e irrelevantes en un cosmos tan extenso. Es fatuo
hablar de
ayuda exterior o redención para la raza humana; no hay
perspectiva de ayuda. Sería
fabuloso si de alguna manera nos arreglásemos para resolver
algunos de nuestros
problemas, pero sea que lo consigamos o no, de todos modos finalmente
no
seremos más que una pizca olvidada de todas las insignificancias
cósmicas.
Esto, decía Sagan, es una perspectiva que bien vale la pena
considerar.
»Todo esto subraya la esterilidad del naturalismo. La religión naturalista elimina toda responsabilidad ética y moral y, en último término, renuncia a toda esperanza para la humanidad. Si el cosmos impersonal es todo lo que es, todo lo que incluso fue y todo lo que será, entonces la moralidad es, definitivamente, discutible. Si no hay un Creador personal a quien la humanidad sea responsable y al universo lo gobierna la ley de supervivencia, todos los principios morales que normalmente regulan la conciencia humana son, al fin y al cabo, infundados y posiblemente incluso nocivos para la supervivencia de nuestras especies».
Es
evidente que una profunda
ceguera espiritual impide a los idólatras contemporáneos
ver la gloria de Dios
en la creación, y no es por falta de evidencias. Toda la
creación atestigua en
silencio la inteligencia de su Creador. Max Planck, ganador del Premio
Nobel y
una de las figuras más relevantes de la física moderna,
afirmó: «Según nuestra
comprensión global de las
cosas, en el inmenso reino de la naturaleza… cierto orden prevalece:
independiente de la mente humana… este orden puede definirse en
términos de una
actividad con propósito determinado. Existe evidencia de un
orden inteligente
en el universo, al cual tanto el hombre como la naturaleza están
subordinados».
Al igual que los que niegan la deidad de Cristo, los que lo rechazan
como
Creador poseen una mente envanecida y entenebrecida por el pecado, por
lo que «detienen con injusticia la verdad»
(Rom.
1:18). El rechazo del Creador tiene como consecuencias inevitables la
necedad y
la idolatría. «Pretendiendo ser sabios se
hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por
imágenes de
hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles»
(Rom.
1:22-23). No puede describirse más acertadamente la
religión apóstata del
evolucionismo moderno.
«Y Él es
antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen»
(1:17).
3.8.1 LA PREEXISTENCIA DEL HIJO
Los seres humanos empezamos a existir cuando nacemos o, para ser más precisos, cuando somos engendrados (momento de la fecundación biológica, que nuestras sociedades postcristianas disocian cuidadosamente del momento de adquisición de la personalidad, otorgándola sólo a partir del nacimiento, para posibilitar las terribles y genocidas prácticas abortistas, propias de una sociedad que rechaza por completo los altos valores de las Escrituras judeocristianas). Carece por completo de base bíblica la creencia de algunas religiones orientales en existencias anteriores, que se reanudarían mediante sucesivas reencarnaciones. La enseñanza bíblica es clara y terminante: «está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio» (Heb. 9:27). Sólo vivimos una vez, antes de comparecer ante el trono del juicio divino.
Jesús, como todos nosotros, comenzó a existir cuando «nació de la descendencia de David según la carne» (Rom. 1:3): fue engendrado en la virgen María, por obra del Espíritu Santo, y nació en un mísero establo porque nadie se compadeció de la apurada situación de sus padres. Pero Pablo añade algo asombroso acerca de Él: «Él mismo (pronombre enfático) es antes de todas las cosas». Jesucristo, a diferencia de los demás seres humanos, sí tuvo una existencia previa. Su «historia» no comenzó en Nazaret, donde transcurrió su infancia, ni tampoco en el pueblecito de Belén, donde antaño nació también su antepasado David. Su existencia antecede a la noche de los tiempos y se pierde en la esfera de la eternidad, de ahí que es, en un sentido muy real, el ser más «anciano» del universo.
La deducción es obvia: si «todo ha sido creado por medio de Él» (1:16), resulta evidente que tenía que haber existido «antes de todas las cosas» (1:17). La doctrina de la preexistencia de Cristo está firmemente establecida en el N.T. y hunde sus raíces en el A.T. Antes de existir «en forma de hombre», ya existía «en forma de Dios» (Flp. 2:6-8). Como apunta Hendriksen, jamás hubo un tiempo en que Él no existiera. Por ello Él es «el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap. 22:13).
DIOS |
JESUCRISTO |
ETERNO |
|
Sal. 90:2 Sal. 93:2 Sal. 102:12 Sal. 146:10 Is. 9:6 Is. 40:28 Dn. 4:34 |
Miq. 5:2 Jn. 1:1 Jn. 8:58 Jn. 17:5, 24 Col. 1:17 Heb. 1:8 / Sal. 45:6 Heb. 13:8 Ap. 1:18 |
PREEXISTENTE |
|
Sal. 90:2 Pr. 8:22 Jn. 1:1 |
Jn. 1:1-2 Jn. 17:5, 24 Col. 1:17 |
EL PRIMERO Y EL
ÚLTIMO |
|
Is. 41:4 Is. 48:12 |
Ap. 2:8 Ap. 22:13 |
Esta maravillosa realidad (la preexistencia de Cristo), como concluye David Burt, «constituye una de las mayores evidencias de la magnitud de la gracia de Dios». En efecto, si Él no fuera más que un ser humano como nosotros, carente de una existencia previa, pensaríamos que fue creado expresamente por Dios para expiar nuestros pecados y obtener nuestra redención, pero esto cuestionaría seriamente la justicia de un juez que carga sobre una víctima inocente la culpa de otros, condenándola y castigándola a la pena capital por pecados y delitos ajenos. Pero quien paga aquí el castigo es, precisamente, el mismo juez, Dios eterno hecho hombre, confundiendo por completo nuestros pobres y mezquinos razonamientos humanos. Esta situación provoca en nosotros el más absoluto asombro y la más profunda gratitud: «porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico (en su gloriosa preexistencia), sin embargo por amor a nosotros se hizo pobre (al encarnarse), para que vosotros por medio de su pobreza fueseis enriquecidos» (2 Cor. 8:9).
Y puesto que Jesucristo es antes que todas las cosas, en el tiempo y en su preexistencia eterna, también lo es en su preeminencia y señorío. Y dado que Cristo antecede a todo lo creado en cuanto a tiempo y rango, como apunta Carballosa, debemos reconocer que la «prioridad» conduce a la «primacía». El que es antes de todas las cosas y el Creador de todo, merece la más absoluta adoración de todos aquellos que le deben a Él su existencia. Los creyentes tenemos las dos más grandes razones (como se refleja en las dos estrofas de este pasaje de Colosenses, o en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis): primeramente, porque Él es nuestro Creador (1:15-17), y acto seguido, porque Él es nuestro Redentor.
«Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap. 4:11).
«Digno eres... porque Tú
fuiste inmolado, y
con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo
y
nación» (Ap. 5:9).
3.8.2 JESUCRISTO EL SUSTENTADOR (1:17)
La última frase de la primera estrofa en esta sección de Colosenses, dedicada al Creador, no resulta fácil de traducir e interpretar. David Burt hace una recopilación de traducciones en distintas versiones bíblicas, y nos presenta este amplio abanico: «en Él todas las cosas subsisten, permanecen, continúan existiendo, encuentran su cohesión, continúan juntas, tienen su consistencia, se mantienen en orden, forman un todo coherente, se mantienen unidas…». La razón de tal diversidad reside en que la frase contiene dos sentidos esenciales: por un lado la idea de cohesión, unidad, propósito y razón de ser; por otro, la de permanencia, continuidad y mantenimiento. Los designios divinos se realizan mostrando su unidad y coherencia interna, manteniendo su existencia de forma permanente y duradera. Todo ello lo hace posible el Sustentador divino, quien mantiene unidas todas las cosas, encauzándolas al cumplimiento de sus propósitos eternos.
Cristo es el alfa y omega de la creación, el que establece su origen y traza su fin. Pero, ¿qué ocurre en el estado intermedio, entre ese principio y fin?, se pregunta David Burt. ¿Acaso la ha puesto en marcha para abandonarla a su suerte, como esa recurrente ilustración de un relojero que da cuerda al reloj, hecho lo cual da media vuelta y desaparece? En absoluto. Él no sólo es el Creador que ha llamado todas las cosas a la existencia real en un momento dado, determinando los límites de su duración, sino que también es el gran Sustentador, quien determina el desarrollo de todos los procesos y mantiene en funcionamiento el universo.
La idea general que expresa esta frase es bastante similar a la del texto paralelo de Hebreos 1:3: «el Hijo sostiene todas las cosas por la palabra de su poder». La verdad más profunda que subyace en todo ello es que los principios que gobiernan el funcionamiento del universo, como las elegantes leyes matemáticas de la física, no son leyes impersonales, regidas meramente por el azar. Éstas son sólo causas secundarias (propiedades y acciones de las cosas creadas que producen los sucesos en el mundo). La Causa Primaria (causa divina, personal e inteligente, invisible y directora de cuanto acontece en el cosmos) de todas las cosas es la poderosa palabra del Logos Creador, y la autoridad suprema de nuestro Señor Jesucristo. Él mismo es la fuerza de atracción que lo mantiene todo en unión y armonía. En un sentido muy real, Él es la fuente permanente de energía del universo.
En su libro «The Atom Speaks» (El átomo habla), D. Lee Chesnut trata el problema de por qué el núcleo del átomo se mantiene unido: «Imagine la dificultad que enfrenta el físico nuclear cuando al fin contempla en absoluta estupefacción el patrón trazado del núcleo del oxígeno… pues allí hay ocho protones de carga positiva unidos estrechamente en los límites de su diminuto núcleo. Junto con ellos hay ocho neutrones: un total de dieciséis partículas, y ocho con carga positiva, ocho sin carga. Los primeros físicos descubrieron que las cargas de electricidad similares y los polos magnéticos similares se repelen, y que las cargas o polos opuestos se atraen. Toda la historia del fenómeno y del equipamiento eléctrico se ha construido sobre estos principios conocidos como la ‘Ley de Coulomb’ de la fuerza electrostática, sobre la ley del magnetismo. ¿Qué sucedió? ¿Qué mantiene unido al núcleo? ¿Por qué no se desintegra? Y aún más, ¿por qué todos los átomos no se desintegran?». En la segunda y tercera década del siglo XX se utilizaron poderosos colisionadores de átomos para lanzar protones contra el núcleo de los átomos, descubriendo así la increíblemente poderosa fuerza que mantiene unidos los protones en el núcleo, y que denominaron como «la fuerza fuerte nuclear», pero sin poder dar razón de su existencia. El físico George Gamow, uno de los impulsores de la teoría del Big Bang, escribió: «El hecho de vivir en un mundo donde casi todos los objetos pueden ser explosivos nucleares, sin volar en pedazos, se debe a la extrema dificultad de lograr dar inicio a una reacción nuclear». Otro físico, Karl K. Darrow, de los Laboratorios Bell, añade: «Usted entiende lo que esto significa. Significa que no existe razón alguna que justifique la existencia del núcleo. En efecto, no podría haber sido creado. Y si lo fue, hubiera explotado de inmediato. Con todo, ahí subsisten. Algún impedimento inexorable los mantiene unidos. La naturaleza de este impedimento es un misterio… uno que la naturaleza se ha reservado para sí».
Un
día Dios hará cesar esta
poderosa fuerza fuerte nuclear. Pedro describe este día como uno
en el cual «los cielos pasarán con grande
estruendo, y
los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras
que en ella hay
serán quemadas» (2 Ped. 3:10). Una vez que la poderosa
fuerza fuerte deje
de actuar, la Ley de Coulomb entrará en acción, y el
núcleo de los átomos será
disparado. Dicho llanamente: el universo explotará. Mientras
llega este día
podemos dar gracias al saber que Cristo «sustenta
todas las cosas con la palabra de su poder» (Heb. 1:3). El
Logos divino
creó el universo, existía aparte y antes que él, y
lo preserva activamente
hasta la consumación de los tiempos, cuando el Logos Creador
hará venir a la existencia
«un cielo nuevo y una tierra nueva»
(Ap. 21:1). No hay la menor duda posible: Él es Dios.
¡Aleluya!
La meta suprema en todas sus gestiones de mantenimiento, que trasciende las realidades puramente físicas del cosmos, es efectuar la reconciliación y la unidad de todas las cosas (Ef. 1:9-10), poniendo fin a los frutos del mal al deshacer las obras dañinas del diablo (1 Jn. 3:8), trayendo paz y armonía donde ahora hay conflictos, luchas y discordia (Ef. 2:13-18).
En el universo operan dos grandes principios o corrientes: los conservativos, que lo cohesionan y sustentan, y los degenerativos, caracterizados por la corrupción (o «vanidad», en términos bíblicos), que desembocan en la muerte. La vista se nos nubla continuamente frente a la enormidad de problemas y sufrimiento que genera el mal, pero debemos recordar también que, más allá de la responsabilidad humana y la maldad diabólica está la soberanía de Aquel que sometió la creación a vanidad, por causa de nuestro pecado, pero que también la sometió en esperanza (Rom. 8:20-21). Éste no es otro que el Señor Jesucristo. Aunque parezca que se Venida se retarde excesivamente, su verdadero propósito es retener el terrible día del juicio a fin de extender el día de la gracia y la salvación (2 Ped. 3:9). Mientras tanto, no ha abandonado por completo el universo a la tiranía despótica de Satanás, sino que frena y establece los límites de los propósitos destructores, manteniendo vigorosamente el funcionamiento y la coherencia del universo.
Cuando conocemos los propósitos de Dios, revelados en su Palabra (tanto la escrita como la encarnada), concluimos reconociendo que hay unidad y propósito en la naturaleza y en la historia. El mundo no es un «caos» descontrolado, sino un «cosmos», un todo armoniosamente ornamentado, ordenado y organizado. Cuando negamos al Señor el lugar que le corresponde, todo es desorden y confusión, pero cuando Cristo reina como monarca absoluto, todo está entonces en perfecta armonía (Percy J. Buffard).
3.8.3 LA PLENITUD DE CRISTO (1:19)
Jesucristo es rey soberano en el mundo visible (el universo), en el mundo invisible (el mundo angélico y espiritual), y en la Iglesia. Pablo recopila su argumento en el versículo 19: «por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud». El término griego pleroma (plenitud) fue un término utilizado profusamente por los herejes gnósticos para referirse a los poderes y atributos divinos que, según sus ideas, se subordinaban en diversas emanaciones (eones). Sin duda, los herejes de Colosas también lo utilizaban en este sentido. Por ello, Pablo se opone a esta falsa enseñanza (no sólo en su época, sino también con relación a la nuestra, con todo su gnosticismo evolucionista) declarando que toda la plenitud de la deidad no está fragmentada ni dividida en órdenes inferiores, como un grupo variado de espíritus, sino que habita total y plenamente en Cristo, y sólo en Él (Col. 2:9).
J.B. Lightfoot escribió, en su comentario a Colosenses: «Por un lado, en relación con la deidad, Él es la imagen (eikon) visible del Dios invisible. No es tan sólo la manifestación suprema de la naturaleza divina: Él contiene toda la deidad. En Él residen todos los poderes y atributos divinos… A diferencia de los maestros gnósticos, Pablo reitera que la pleroma habita total y plenamente en Cristo que es la Palabra (logos) de Dios. Toda la luz se concentra en Él».
Pablo les asegura a los colosenses que no es necesario recurrir a los ángeles para alcanzar la salvación, porque en Cristo, y sólo en Él, están completos (Col. 2:10). Los cristianos somos partícipes de su plenitud: «Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia» (Jn. 1:16). Toda la plenitud de Cristo está disponible para los creyentes.
El
puritano John Owen escribió,
con notable acierto: «La revelación de
Cristo en el bendito evangelio supera sin medida en excelencia, gloria,
sabiduría divina y bondad a toda la creación y a su
correcta y posible
comprensión. Sin este conocimiento, la mente humana, aunque
insista en ufanarse
de sus descubrimientos e invenciones, permanece envuelta en tinieblas y
confusión. Esta revelación exige, por lo tanto, la
más grande exigencia de
nuestro pensamiento, la más excelente de nuestras meditaciones y
la suma
diligencia de nuestra parte. Porque si nuestra felicidad y gloria
radican en
vivir donde Él vive, y contemplar su gloria, ¿qué
mejor preparación para esto,
sino la previa y constante contemplación de esa gloria tal como
ha sido
revelada en el evangelio, y ser luego transformados en su misma gloria?»
(John Owen, «The Glory of Crist»).
4.
EL HOMBRE FRENTE
AL CREADOR
A pesar de todas las deficiencias
y lagunas en nuestra limitada
comprensión
de los orígenes, no resultará un esfuerzo baldío
para ningún creyente refrescar
la enseñanza sobre la doctrina bíblica
del Creador.
Dios no nos
ha dado una revelación de los procesos detallados que han
intervenido en su obra de la creación, pero sí que nos ha
dado una revelación
suficiente de su poder y su gloria sin parangón. No podemos
insinuar que Dios
nos ha ocultado un conocimiento que resulta de vital importancia para
alcanzar
una correcta «cosmovisión científica». En
realidad, Dios ha permitido expandir
nuestro conocimiento hasta los mismos confines del universo; de hecho,
nos ha
puesto como gobernantes responsables de su creación, para
cuidarla y estudiarla
en profundidad (¿por qué, entonces, culpamos siempre a
Dios de todos los
problemas que hemos provocado nosotros mismos? ¿quién es
responsable de todas las
catástrofes que provoca el «cambio
climático», Dios o nosotros?). No es por
falta de conocimiento intelectual que nuestra visión acerca de
los orígenes es
defectuosa, ni porque Dios nos haya privado de un conocimiento
vitalmente importante (¡éste es el argumento preciso
que el Tentador empleó con Eva!). El punto principal que Dios
remarca en el
relato de la creación es su revelación
de Sí mismo, por la que es digno de toda obediencia, gloria
y alabanza por
parte de todas sus criaturas. Es por esto que necesitamos enfatizar y
reconocer
la importancia suprema de la doctrina
del Creador antes de pasar a debatir nuestras interminables
diferencias en
cada uno de los aspectos acerca de la doctrina
de la creación.
Toda la Biblia nos
muestra la
sublime imagen del Creador, quien siempre recibe la ferviente
adoración de
todas sus criaturas, pero no cabe duda que es en el N.T. que la
revelación
final de esta doctrina alcanza todo su esplendor. Y ésta no es
una doctrina
marginal, pues toda la Biblia le da una gran importancia y relieve. La
obra de
la creación es tan importante para Dios que la coloca en el comienzo
mismo de la Biblia: «En el
principio creó Dios los cielos y la tierra». Dios
ocupa la posición central de esta
proposición, Él es quien
emprende y ejecuta la acción de crear, llamando a la existencia
todos los ámbitos
de nuestra realidad perceptible (y aún de la que no nos resulta
evidente a
primera vista, como es el ámbito de la realidad espiritual). Si
queremos conocer
a Dios hemos de empezar sabiendo que Él
es el creador de todas las cosas. También Juan, el
más teológico de todos
los evangelistas, coloca la persona del Logos
Creador al comienzo mismo de su Evangelio (Jn. 1:1-3). Hay un
énfasis total
en la Persona divina que ejecuta todos los planes de la creación
de Dios. En
esta declaración la realidad plural de Dios es puesta de
manifiesto, sin
menoscabo alguno de la importante doctrina de la unicidad
de Dios (ese texto concreto es muy cuidadoso en decirnos
que «por medio de Él fueron hechas
todas las cosas»; si solamente dijera «por
Él», estaría excluyendo la participación de
Dios el Padre en la obra de la
creación). También el autor de Hebreos coloca esa
doctrina al comienzo mismo de
su epístola, y comienza su «capítulo de la
fe», con la importante declaración
de que el verdadero «conocimiento» acerca de la
creación depende exclusivamente
de la fe en Dios (no de ningún logro de la ciencia humana). Y en
la solemne
visión del Apocalipsis, el Dios Todopoderoso es adorado como el
Creador: «Señor, digno erres de recibir la
gloria, la
honra y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por tu
voluntad existen
y fueron creadas» (Ap. 4:11). La obra creativa de Dios juega
un papel muy
relevante en la presentación bíblica de Dios,
mostrándonos las credenciales de
su poder y su gloria.
Esta doctrina ha sido
parte muy significativa
de la fe, la enseñanza y la predicación de la Iglesia. El
artículo primero del Credo de los Apóstoles
dice: «Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del
cielo y de la tierra». Aunque esta referencia a la
creación divina no
aparece en la primera formulación del Credo, siendo incorporada
algo más tarde,
es muy significativo que fuese considerada lo suficientemente
importante como
para ser incluida en la más primitiva expresión del Credo
cristiano.
4.1
UNA «CREACIÓN DE LA NADA»
La acción de crear
(este verbo puede expresarse en formas
sinónimas o similares
por un amplio conjunto de verbos, tanto en el idioma hebreo como en el
griego,
pero la forma básica y fundamental la expresan los verbos bará,
en hebreo, y ktízo,
en griego, identificados con los números 1254 y 2936,
respectivamente, de la
Concordancia Strong), que Dios lleva a cabo en los orígenes de
los cielos y la
tierra, comporta la idea exclusiva de «creación
de la nada», sin la utilización de ningún tipo
de materiales preexistentes,
lo que no significa que toda la obra creativa de Dios fuese directa e
inmediata,
en un solo acto. Pero todo lo que existe ahora se originó con el
acto de Dios
de traerlo a la existencia, sin dar forma
a ningún tipo de elemento que pudiera existir independientemente
de Él. Los
dos verbos citados, pueden expresar otros matices diferentes, pero
estos otros
usos admisibles en el lenguaje no excluyen este sentido radical de
«creación de
la nada» (o también en la conocida fórmula latina
«ex nihilo»). El término bará
(cuya etimología originaria
sugiere la acción de “cortar” o “partir”) aparece en el A.T.
treinta y ocho
veces usando un radical qal, y diez
veces un radical nifal. Sólo una vez
aparece la forma nominal creación, en
Núm. 16:30. Estos radicales qal y nifal
sólo son utilizados para
referirse a Dios, nunca a seres
humanos, por lo que estas formas verbales enfatizan lo especial de la
obra de
Dios, en contraste con la forma humana de hacer objetos procedentes de
materiales ya existentes. También debe señalarse que bará nunca aparece con un
acusativo, lo cual apuntaría hacia un objeto preexistente sobre
el cual el
Creador habría moldeado algún aspecto nuevo. Esta idea,
singularmente bíblica,
de la creación «ex nihilo» también se puede
encontrar en varios pasajes del N.T., donde el
objetivo principal
no es hacer una declaración sobre la naturaleza de la
creación. En particular,
hay varios pasajes que aluden al comienzo
del mundo o al inicio de la creación:
Sobre estas expresiones, Werner Foerster, en
el Diccionario Teológico del N.T., de Kittel, Friedrich y
Bromiley, comenta que
«estas frases muestran que la creación
implica el principio de la existencia del mundo, sin que existiera
materia
previa». El verbo ktízo (crear,
fundar) en sí mismo no establece la «creación ex
nihilo», como tampoco lo hace
bará; no obstante todos estos usos argumentan a favor de un
significado específico
más allá de un simple moldear, hacer o
dar forma. También es significativo señalar que otros
usos de ktízo se prestan al significado de originar
de la nada. Por ejemplo, se usa
para expresar la fundación de ciudades, juegos, casas y sectas,
siendo «el acto intelectual y de voluntad
básico mediante el cual algo nace».
Como señala Millard Erickson, en su
Teología
Sistemática: «En el N.T. podemos encontrar varias
expresiones más explícitas de
la idea de crear de la nada. Leemos que Dios hace que existan las cosas
mediante su palabra. Pablo dice que Dios “llama
las cosas que no son como si fueran” (Rom. 4:17). Dios
mandó: “que de las tinieblas resplandeciera la luz”
(2 Cor. 4:6). Esto sugiere que este efecto se produce sin el uso de una
causa
material previa. Dios creó el mundo con su palabra “de
modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb.
11:3). Aunque se podría argumentar que lo que hizo Dios fue
utilizar una
realidad invisible o espiritual como materia prima desde la cual
formó la
materia visible, esto parece una idea artificial y forzada».
Wayne Grudem, también en su
Teología
Sistemática, hace una interesante observación: «Si
fuésemos a negar la creación
a partir de la nada tendríamos que decir que algo de la materia
siempre ha
existido y que es eterno como Dios. Esta idea pondría en tela de
juicio la
independencia de Dios, su soberanía y el hecho de que
sólo a Él se le debe
adoración; si había materia aparte de Dios,
¿qué derecho inherente tenía Dios
de gobernarla y usarla para su gloria? ¿Y qué confianza
podríamos tener de que
todo aspecto del universo a la larga cumplirá los
propósitos de Dios, si hubo
alguna parte del mismo que Él no creó?». Y
continua: «El lado positivo del
hecho de que Dios creó de la nada el universo es que el
universo tiene significado y propósito. Dios, en su
sabiduría,
lo creó para algo. Debemos tratar de entender ese
propósito y usar la creación
de maneras que encajen en el mismo, es decir, dar gloria a
Dios. Es más, siempre que la creación nos da gozo
(ver
1Tim. 6:17), debemos dar gracias a Dios
que la hizo».
Otra importante puntualización de
Grudem debe
ser tenida muy en cuenta: «Cuando decimos que el universo fue
“creado de la
nada”, es importante guardarnos contra un posible malentendido. La
palabra “nada” no implica algún tipo de
existencia, como algunos filósofos aducen que quiere decir.
Queremos expresar
más bien que cuando Dios creó el universo no usó
ningún tipo de material
previamente existente». Es decir, no coexistía con Dios
ningún tipo de
sustancia espiritual, material, energética o del tipo que sea
que Él modificara
o moldeara de algún modo para crear
algo
distinto, como hace cualquier artista humano con su obra.
4.2
LA CREACIÓN: UNA OBRA DEL DIOS TRINO
Es importante enfatizar
que la creación es obra del Dios trino. Este
aspecto es explícitamente revelado en el N.T. aunque
también es sugerido de
forma significativa en el A.T. Como también lo expresa Millard
Erickson: «Un
gran número de referencias del Antiguo Testamento al acto
creativo lo atribuyen
simplemente a Dios, más que al Padre, al Hijo o al
Espíritu Santo, porque las distinciones de la
Trinidad todavía no
habían sido reveladas completamente (por ejemplo, Gn. 1:1;
Salmo 96:5; Is.
37:16; 44:24; 45:12; Jer. 10:11-12). Sin embargo, en el
Nuevo Testamento, encontramos diferenciación.
1 de Corintios 8:6, que aparece
en un pasaje
donde Pablo discute lo apropiado de comer comida que ha sido ofrecida a
los
ídolos, es particularmente instructiva. Para diferenciar a Dios
de los ídolos,
Pablo sigue el argumento de varios pasajes del Antiguo Testamento:
Salmo 96:5;
Isaías 37:16; Jeremías 10:11-12. El meollo de estos
pasajes del Antiguo Testamento
es que el verdadero Dios ha creado todo lo que hay, mientras que los
ídolos son
incapaces de crear nada. Pablo dice: “Para
nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual
proceden todas las
cosas y para quien nosotros existimos, y un Señor, Jesucristo,
por medio del
cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros
también existimos.”
Pablo está incluyendo al Padre y al Hijo
en el acto de la creación, y sin
embargo también los está diferenciando uno de otro. El
Padre aparentemente
tiene la parte más destacada; es la fuente de la que proceden
todas las cosas.
El Hijo es el medio o el agente de todas las cosas. Aunque la
creación fue
principalmente obra del Padre, el Hijo es a través de
quién se llevó a cabo.
Hay una afirmación similar en Juan 1:3:
todas las cosas fueron hechas por medio del Hijo. Hebreos
1:10 se refiere al Hijo
como Señor fundador de la tierra en el principio. También
hay referencias al Espíritu de Dios que parecen
indicar
que también estuvo activo en la creación: Gén.
1:2; Job 26:13; 33:4; Sal.
104:30; e Isaías 40:12-13. Sin embargo, en algunos de estos
casos, es difícil
determinar si la referencia es al Espíritu Santo o a Dios
obrando mediante su
aliento, ya que el término hebreo (ruach) se puede utilizar para
ambos».
No
hay ninguna incongruencia lógica en atribuir la obra de la
creación a las
tres Personas de la Trinidad (o Triunidad). Podemos pensar en una
sencilla
analogía en términos que nos resultan más
familiares. Cuando decimos que se ha
construido una casa, ¿quién lo ha hecho realmente? La
casa la construye el arquitecto, quién ha
trazado sus planos
y calibrado toda su estructura; pero también es cierto que la
casa la construye
el constructor o promotor, que
ejecuta los planos trazados por el arquitecto; pero también la
construyen los albañiles y obreros,
que colocan las vigas, los ladrillos y todo el cableado
necesario. Cada protagonista, a su manera, es la causa de que exista
esta casa.
Según las Escrituras, fue el Padre
quién dio existencia al universo, pero fueron el Hijo
y el Espíritu Santo
quienes le dieron forma e infundieron vida a los organismos
biológicos,
culminando con la creación especial del hombre, hecho “a imagen
y semejanza de
Dios”.
Aunque Dios no
tenía ninguna
necesidad de crear, lo hizo por buenas y
suficientes razones, y la creación está sujeta al cumplimiento
pleno de ese propósito, a pesar del
gran problema del mal que ha surgido en su
seno y forme parte ahora de la misma. No debemos pensar que Dios
necesitaba más gloria de la que
tenía en el seno de la Trinidad por toda la eternidad, ni que de alguna manera estaba incompleto sin la
gloria que recibiría del universo creado. Esto sería
negar la independencia de Dios e implicar que Dios
necesitaba del universo creado para ser plenamente Dios. Por el
contrario, debemos afirmar que la
creación del universo fue un acto totalmente voluntario por
parte de Dios,
como proclama el Apocalipsis: «Tú creaste
todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas»
(Ap. 4:114). Dios quiso crear el universo para mostrar
su excelencia, deleitándose en su creación y
mostrando la majestad y
hermosura de sus atributos. Esto explica por qué nosotros
mismos nos deleitamos tan espontáneamente en toda clase de
actividades creativas: Dios nos ha hecho para que disfrutemos
imitando,
como criaturas, los asombrosos aspectos que envuelven toda la actividad
creadora. Y uno de los más singulares
aspectos de los seres humanos, único en la creación
viviente, es nuestra
capacidad de crear nuevas cosas.
Podemos deleitarnos en estas gratificantes actividades creadoras y
debemos
agradecer a Dios el regalo de su pleno disfrute.
En particular, la creación glorifica a
Dios llevando
a cabo su voluntad. Tanto las cosas inanimadas (por ejemplo
Salmo 19:1)
como las animadas le glorifican. Millard Erickson hace esta interesante
observación:
«En la historia de Jonás vemos esto de una forma muy
vívida. Todos y todas las
cosas (excepto Jonás) obedecieron el plan y la voluntad de Dios:
la tormenta,
los dados, los marineros, el gran pez, los ninivitas, el viento del
este, la
calabaza y el gusano. Cada parte de la creación es capaz de
cumplir los
propósitos de Dios, pero cada una de ellas obedece de una forma
diferente. La creación inanimada lo hace
mecánicamente, obedeciendo las leyes naturales que gobiernan el
mundo físico.
La creación animada lo hace
instintivamente, respondiendo a impulsos internos. Sólo
los seres humanos son capaces de obedecer a Dios conscientemente
y por propia voluntad y por lo tanto son
los que más glorifican a Dios».
La creación nos
muestra,
primariamente, un gran poder y una infinita sabiduría, desde las
mismas
leyes y las extraordinariamente exactas dimensiones, medidas y
constantes
físicas del universo, hasta los asombrosos diseños
biológicos de sistemas
integrados, de una complejidad y eficiencia abrumadoras, que
caracterizan todas
las formas de vida que conocemos, hasta sus más pequeñas
unidades bioquímicas.
Todo este conjunto de evidencia nos habla de un perfecto
diseño y un propósito
deliberado en la constitución original de cada una de
las realidades
que integran el universo presente.
También queda perfectamente claro en
Su Palabra que Dios creó a los hombres para
Su propia gloria, como declara en Is. 43:7: «para
mi gloria los he
creado, los formé y los hice».
Las afirmaciones de este propósito
de ser glorificado por sus criaturas
es una constante en las páginas de las Escrituras. Por ejemplo,
en Jeremías
10:12 se nos dice: «Dios hizo la tierra
con su poder, afirmó el mundo con su sabiduría,
¡extendió los cielos con su
inteligencia!». En contraste con la necedad de los hombres
pecadores, que
adoran los ídolos «que no valen nada» (o las fuerzas
aleatorias del azar y las
mutaciones, invocadas por el paganismo contemporáneo),
Jeremías proclama: «La heredad de Jacob no es
como ellos, porque
Él es quien hace todas las cosas; su nombre es el Señor
Todopoderoso» (Jer. 10:16).
Siguiendo la línea argumental de M. Erickson, podemos apuntar brevemente algunos aspectos teológicos relevantes en la doctrina bíblica del Creador:
1)
La
enseñanza bíblica sobre la creación nos muestra
que no hay ninguna realidad última aparte de
Dios. No hay resquicio posible para alguna forma de dualismo o de
materialismo. Dios trajo a la existencia toda la materia prima del
universo y
la dotó desde el principio de las características que
quería que tuviera.
2)
El
acto original de la creación divina es singularmente único
y especial. El hombre puede imitar
a Dios, salvando las inmensas distancias que presenta cualquier acto
creativo
del hombre. Pero hay una diferencia sustancial en el hecho de que el
hombre
siempre parte de materiales o realidades preexistentes, mientras que
Dios crea
de la nada. Él no está sujeto a
nada externo a Sí mismo, y sus únicas
limitaciones son las inherentes a
su propia naturaleza y las elecciones que Él mismo ha hecho.
3)
En
su origen primordial, nada es
intrínsecamente malo. El mal se manifiesta en un momento
posterior al de la
creación original de Dios, en la rebelión de una de sus
criaturas espirituales.
Todo procede de Dios, y el relato de Génesis 1 afirma cinco
veces que Él vio
que sus actos creativos eras buenos
(versículos 10, 12, 18, 21 y 25) y que al culminar su obra,
después de la
creación del hombre, Su valoración final es que «todo era
bueno en gran manera» (v. 31). No se da
pie para
introducir alguna forma de dualismo, por lo que no son correctas las
enseñanzas
que han surgido posteriormente como la de que la materia sea
intrínsecamente
mala, defendida por el gnosticismo o el ascetismo. El gran «problema
del mal» no se plantea en un
marco dualista. Dios no puede ser la
fuente del mal, ni es inductor del mal en ninguna forma, aunque
sí puede
utilizar el curso del mal en el cumplimiento de sus santos
propósitos (como lo
muestra, por ejemplo, la crucifixión de su amado Hijo).
4)
La
doctrina del Creador impone una responsabilidad
sobre la raza humana. El hombre no puede justificar su naturaleza y
comportamiento pecaminoso culpando al ámbito de lo material. El
pecado humano
es un ejercicio de la libertad humana. Tampoco puede culpar al resto de
la
sociedad. Hay una responsabilidad personal
en nuestra propia culpa.
5)
La
doctrina bíblica del Creador evita
menospreciar la encarnación de Cristo, y nos previene de
todas las herejías
históricas que han surgido alrededor de este punto.
6)
Si
toda la creación ha sido hecha por Dios, hay una
conexión y una afinidad entre sus distintas partes. Los
efectos de la destrucción o perversión de alguna parte de
la misma afecta
también al resto (como sucede con las consecuencias de una
desforestación
salvaje o del cambio climático). Tenemos una seria
responsabilidad al respecto,
que nos ha sido explícitamente otorgada por Dios (Gén.
1:28).
7)
Aunque,
como ya se ha expuesto reiteradamente, la obra del Creador
excluye cualquier forma de dualismo,
también es cierto que excluye cualquier tipo de monismo,
como es el caso del materialismo, la
base ideológica que
sustenta todas las falsas ideas del evolucionismo contemporáneo,
o cualquier modalidad
de panteísmo.
Los elementos individuales del cosmos son criaturas genuinas
dependientes del
Dios Creador, y están claramente separadas de Él; es
decir, son criaturas
finitas y dependientes. El pecado
del hombre consiste en el mal uso de una
libertad finita,
buscando ser independientes, y por
tanto iguales
a Dios. Nuestro problema no radica, pues, en que seamos finitos. La
salvación que Dios provee, en lugar de negar nuestra
condición de criaturas
finitas, restaura dicha condición con una nueva vida que nos es
otorgada por
Dios.
8)
La
doctrina del Creador establece
las limitaciones inherentes de todas sus criaturas. Ninguna
criatura o
combinación de ellas podrá jamás igualarse a Dios,
lo que rechaza cualquier forma de
idolatría, ya sea para adorar la naturaleza, reverenciar
algún ser
humano o fantasía mitológica, incluyendo cualquier idea
que haya surgido del
corazón del hombre (como la venerada teoría de Darwin y
todas las creencias que
propagan sus fervientes seguidores; o igualmente cualquier otra idea
totalitaria que ha esclavizado a la humanidad en su dilatada y dolorosa
historia).
La doctrina acerca de la creación en el Nuevo Testamento tiene mucha mayor relevancia de la que podríamos atribuirle intuitivamente como hemos podido comprobar, por ejemplo, en el prólogo del evangelio de Juan. Para los términos que hemos seleccionado en nuestra investigación (ver más adelante nuestra Concordancia de términos creacionales en el N.T.), hemos constatado su formulación en al menos 21 de los 27 libros del N.T., pero con criterios más rigurosos su ámbito de influencia es aún mayor (véase, por ejemplo, Flp. 2:6; 1 Tes. 5:5; o 2 Tim. 1:9). Como bien señala S. Stuart Park: «el empleo metafórico de las palabras resulta esencial incluso desde el punto de vista práctico de la comunicación humana. Si las palabras no tuviesen la capacidad de desdoblarse, de participar de distintas acepciones según contexto e intención, es decir, de multiplicar su significado como por arte de magia, ningún ser humano sería capaz de dominar todo el léxico que requeriría la descripción de los fenómenos, conceptos y sentimientos en los que a diario estamos inmersos». Pero este efecto multiplicador y expansivo de las palabras no queda restringido a un ámbito poético o de comunicación cotidiana; en el ámbito espiritual tiene también una relevancia de primer orden. Sin negar en modo alguno la realidad de los hechos históricos relatados por Dios mismo (¿quién, sino, nos ha dado a conocer el relato inspirado de Génesis 1?), sino más bien confirmando su genuina y relevante autenticidad, el profundo semillero de palabras del hontanar de esa narración primigenia se va expandiendo por todo lo largo y ancho de la Revelación bíblica, donde se narra el intenso drama de la Redención que tuvo su origen, precisamente, en el huerto del Edén, y que desemboca en una dolorosa tragedia de dimensiones cósmicas y eternas. Pensemos, por ejemplo, el sentido que tienen para los apóstoles Juan o Pablo términos como «mundo», «carne» o «Adán».
Los acontecimientos del Edén son decisivos en el desarrollo de la obra de la Redención, como subrayan decisivamente la enseñanza y la obra de Jesús en favor nuestro, y toda la doctrina apostólica. Nuestros verdaderos antepasados, la mujer y el hombre creados por Dios, de forma deliberada y consciente, han cuestionado la palabra de Dios, el Logos divino, y han ejercitado su propia voluntad para desobedecer el único mandamiento que Dios les había impuesto. El pecado hace acto de presencia en el mismo paraíso terrenal santificado por Dios, y se cumple inexorablemente la sentencia divina establecida en el Código Penal de Dios, claramente expuesto con anterioridad a Adán, que siglos más tarde Pablo reformularía en la conocida sentencia: «la paga del pecado es la muerte» (Rom. 6:23).
La caída del hombre en el pecado tiene lugar, exactamente, en el escenario terrenal, y dada la singular naturaleza de Adán, creado a imagen y semejanza de Dios, y su privilegiada posición como virrey de la creación en la tierra, tiene consecuencias cósmicas y eternas, que ya fueron conocidas y previstas por Dios antes de la creación del mundo, y por ello la caída en el pecado es el origen y razón de ser de toda la historia de Redención que tenemos en las Escrituras.
Hoy día, la idolatría darwinista ha reeditado el antiguo drama edénico, restableciendo la postrera versión del engaño satánico («¿con que Dios os ha dicho…?»), y cuestionando no sólo la palabra, sino también la existencia de Dios mismo. Nuevamente se impone el viejo camino seductor de la ambición y el orgullo humano («seréis como dioses…»), para elegir el destino de una supuesta libertad, que no es otra cosa que el trágico sendero hacia la perdición abierto por primera vez en el mismo paraíso de Dios.
Las
consecuencias de esta gran batalla por
los orígenes son de enorme importancia. Baste decir que hoy
día el naturalismo (postura filosófica
que
sustenta la creencia de que las leyes naturales son la realidad
última del
universo) se ha convertido en la religión
mayoritaria de los países occidentales, reemplazando al
cristianismo. No
es, pues, de extrañar que el testimonio cristiano en los
países que en un
pasado fueran bendecidos con el evangelio de la gracia de Dios, ahora
esté en
franca decadencia, especialmente en Europa.
Aunque ningún ser humano ha sido testigo de los acontecimientos narrados en el primer capítulo del Génesis, no podemos caer en el mismo error que Jesús denunció ante los incrédulos saduceos: «erráis ignorando las Escrituras y el poder de Dios» (Mt. 22:29).
El
Nuevo Testamento (como también lo es el Antiguo) es unánime al mostrarnos en todo su
esplendor la gloria
del Dios de la creación y la grandeza de su obra. Por otro lado,
el poder creador de Dios es
abrumadoramente manifiesto en los evangelios y ningún cristiano
tiene excusa
para no reconocerlo: allí vemos todos los milagros
de sanidad efectuados por Jesús, la conversión del agua
en vino, la
multiplicación de los panes y los peces, el poder de cortar en
seco violentas
tempestades o de caminar sobre las aguas del mar, la
resurrección de Lázaro o
el más grande de todos los milagros: la resurrección del
Señor Jesucristo. Vale
la pena insistir en que ninguno de tales
hechos precisó de vastísimas eras geológicas
para llevarse a cabo; todos
ellos sucedieron en tiempo real, en
nuestras propias coordenadas espacio-temporales, y la práctica
totalidad de
ellos, exceptuando su propia resurrección, se
efectuó públicamente, en
presencia de numerosos testigos humanos; ¿por qué debemos
suponer, entonces,
que a Dios debería costarle mayor esfuerzo crear el cosmos y
nuestra biosfera
al principio?
Pensemos
por unos momentos en el primer y último
milagro que realizó Jesús durante
su ministerio terrenal, tal como Juan los consignó en su
evangelio, al margen
de los dramáticos acontecimientos en la semana de la
pasión.
Podemos estar seguros que el maestresala, en las bodas de Caná de Galilea, y sus ayudantes, no pudieron dormir aquella noche preguntándose quién era realmente Jesús el carpintero, el hijo de María. Ella se percató de su apurada situación durante la fiesta, al quedarse sin existencias de vino, y corrió a decírselo a su hijo quién ordeno, de forma discreta, que llenasen de agua sus ánforas vacías. Sin embargo, el líquido que derramaron posteriormente en cada copa no era agua cristalina sino el más exquisito vino que probaran en su vida unos labios humanos. Estaban aturdidos por la sorpresa. ¿Podría ser aquel hombre el Mesías del que hablaban los profetas? Sólo el Dios que hizo los cielos y la tierra tendría poder para hacer una señal semejante. Si lo reflexionamos en términos del siglo XXI, hemos de concluir igualmente que ningún darwinista contemporáneo podría racionalizar este milagro. Sabemos perfectamente que ninguna vasija de barro produce reacciones de fusión o desintegración nuclear, y no hay ninguna ley natural conocida que pueda transmutar átomos de hidrógeno o de oxígeno en átomos de carbono, componente indispensable del alcohol etílico, todo ello en menos de una hora. Sencillamente, no hay ninguna «explicación científica» para tal acontecimiento, ni hay forma de borrarlo de la memoria: nadie hubiera podido persuadir a los habitantes de Caná de Galilea que el mejor vino que nunca probaron no era más que simple agua de la fuente.
El
poder del Logos Creador fue también
mostrado decisivamente, en toda su gloria y esplendor, al final de su
ministerio, pocos días antes de producirse el milagro más
grande de la historia
humana. Podemos estar seguros que la primitiva iglesia de
Jerusalén se nutrió
de muchos testigos oculares de la
resurrección de Lázaro, como Juan consigna en su
testimonio escrito: «entonces muchos de los
judíos que… vieron lo
que había hecho Jesús, creyeron en Él»
(Jn. 11:45). Jesús no era un
desconocido para ellos cuando lo vieron regresar a Betania, cuatro
días después
de la muerte de Lázaro: el rabí galileo había
mostrado señales evidentes y
poderosas, evidenciando un indiscutible poder para sanar
toda clase de enfermedades graves o incurables, como todos
sabían muy bien. Precisamente por saber esto, todos lamentaron
amargamente su
retraso para detener la catástrofe irreversible que segó
la vida de su buen
amigo Lázaro (Jn. 11:37). Por fin llegaba a Betania, pero ya era
demasiado
tarde y no había otra cosa que hacer que dar el pésame a
sus desconsoladas hermanas.
Tampoco la ciencia del siglo XXI podría hacer absolutamente nada
con un cadáver
de cuatro días (sin haber podido aplicarle técnicas de
crioconservación),
aparte de realizar una autopsia, aunque pudiesen colocarlo en el
quirófano mejor
equipado del mundo. Es cierto que hay una abundante literatura
clínica de experiencias cercanas a la muerte,
donde
se han constatado numerosas experiencias de resucitación, pero
no era este el
caso (y Jesús se preocupó de evidenciar este punto, con
su deliberada demora
para responder a la urgente petición de ayuda). Es muy
interesante la
descripción que hace de este caso el doctor Augusto Cury,
médico psiquiatra,
quien apunta lo siguiente:
«¿Qué se puede hacer por una persona en estado de putrefacción? Después de quince minutos de paro cardíaco, sin maniobras de resucitación, el cerebro queda lesionado de manera irreversible, comprometiendo áreas nobles de la memoria. Esta situación puede ocasionar un alto grado de deficiencia mental, pues mucha información se desorganiza, impidiendo que los cuatro grandes fenómenos que leen la memoria y construyen las cadenas de pensamientos sean eficientes en esta magna tarea intelectual.
»Si quince minutos sin irrigación sanguínea son suficientes para lesionar el cerebro, imagínese que ocurre después de cuatro días de haber muerto, como en el caso de Lázaro. ¡No había nada más que hacer!
»Todos los secretos de la memoria de ese hombre se habían perdido de manera irreparable. Billones, trillones de datos contenidos en el tejido cerebral y que sostenían la construcción de su inteligencia, se habían vuelto un caos. No había más historia de vida ni personalidad. Lo único que se podía hacer era intentar consolar el dolor de sus dos hermanas.
»Todas las veces en que parecía no haber nada más que hacer, se aparecía el Maestro de la vida, sobrepasando las leyes de la biología y de la física. Cuando todo el mundo estaba desesperado, Él reaccionaba con tranquilidad…
»Quitada la piedra del sepulcro, Él se aproximó sin importarle el espanto de las personas. Manifestando el poder incomprensible de quién está por encima de las leyes de la ciencia, ordenó que Lázaro saliera del túmulo. Y para perplejidad de todos, un hombre envuelto en ataduras obedeció la orden y vino inmediatamente al encuentro de Jesús. Billones de células nerviosas ganaron vida. Las conexiones físico-químicas que ordenan las informaciones en el cerebro se reorganizaron. El sistema vascular se repuso. Los órganos fueron restaurados, el corazón volvió a latir y la vida recomenzó a fluir en todos los sistemas de aquel cadáver.
»Nunca en la historia hasta el día de hoy, una persona clínicamente muerta, cuyo corazón dejó de bombear sangre durante varios días, recuperó la vida, la memoria, la identidad y la capacidad de pensar, como en el caso de Lázaro. Jesús era verdaderamente un hombre, pero concentraba dentro de sí la vida del Creador. Para Él no había muerte: todo lo que tocaba ganaba vida. ¿Qué hombre es ese que hace cosas que, ni en sus más profundos delirios, la medicina sueña realizar?» («El Maestro de la vida», pág. 17-19).
Sólo hay una conclusión coherente y razonable para explicar todos estos desconcertantes hechos: Jesucristo, el Logos encarnado, es realmente la Resurrección y la Vida (Jn. 11:25).
Aunque el poder sobrenatural de Jesús escapa por completo a nuestra comprensión intelectual, la evidencia de dicho poder es incuestionable. Por dicho poder estamos persuadidos de que «los muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tes. 4:16); nuestra propia resurrección depende de ese mismo poder del Logos Creador y Redentor, no de imposibles y tortuosos azares evolutivos. Y por ese mismo gran poder llamará a la existencia un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21:1). Ningún creyente quedará frustrado aguardando ansiosamente el transcurso de millones de años para que la evolución (¿quién es ella?) culmine sus azarosos juegos malabares tratando de perfeccionar novedosos organismos biológicos, capaces de albergar nuestros espíritus humanos, que seguirían deambulando, mientras tanto, no en un inexistente limbo católico, sino en otro aún más inverosímil limbo darwinista.
Para cualquier cristiano regenerado, que ha nacido de nuevo, es perfectamente obvio que el poder de Jesucristo, fehacientemente acreditado, es la garantía absoluta de nuestra resurrección, y no la vacua y tediosa charlatanería darwinista, tan carente de poder como los ídolos paganos antiguos, labrados en piedra o madera por manos humanas (Sal. 1145:4-8).
No podemos obviar la omnipresente realidad del mal en nuestro mundo y nuestras vidas, cuya presencia en todas las épocas de la historia es terriblemente dolorosa y contradictoria. Para los feligreses de la teoría de la evolución es un elemento intrínseco y necesario en el «progreso» de la vida y la supervivencia de las especies. Pero para el cristiano, el mal y la muerte son distorsiones absolutas del plan de Dios, provocadas por nuestra caída en el pecado, originada en la desobediencia de nuestros primeros padres humanos en el huerto del Edén. Pero ese drama histórico y personal ha llegado a resolverse plenamente en Cristo, quién es el Logos Creador y Redentor.
Sobre
este último punto cabe
llamar la atención de un importante rasgo distintivo y
característico del N.T.
Sin duda alguna, estas dos realidades tan profundamente contradictorias
de
nuestra naturaleza humana (por un lado, hemos sido creados
«a imagen y semejanza» de Dios, para disfrutar la
plenitud
de la vida en íntima comunión con nuestro Hacedor, y en
gozosa adoración a su
Nombre; pero por otro lado, sufrimos la trágica
realidad del mal, en todas sus manifestaciones posibles,
hallándonos en un
estado de «muerte espiritual», que nos ha expulsado de la
presencia de Dios, a
quien el hombre aborrece, permaneciendo completamente ciego a todas las
evidencias que muestran la grandeza de su poder y de su gloria
incomparable),
convergen de tal forma en el N.T. que una y otra vez la Creación
y la Redención aparecen juntas,
profundamente
vinculadas de forma indisociable, en la mayor parte de textos
cristianos que
aluden a los hechos de la creación. Esta notable
asociación es observada por Cullmann, quien
comenta: «La revelación de Dios ocurre por
primera vez
en la Creación. Por eso, la Creación y la
Salvación están tan íntimamente
relacionadas en el Nuevo Testamento. Las dos tienen que ver con la
revelación
de Dios».
Debemos distinguir y dejar constancia de las tres principales posturas cristianas sobre los orígenes, en estos momentos.
La postura creacionista tradicional de la iglesia, que actualmente se identifica también como el «creacionismo de la tierra joven», reconoce la creación de la biosfera en el transcurso de seis días literales y con una historia que no alcanza los 10.000 años de antigüedad.
No obstante, muchos cristianos, intimidados por los «datos científicos» (aunque sería mejor hablar de las creencias metafísicas de la ciencia moderna), se decantan por un creacionismo progresivo, también identificado como «creacionismo de la tierra vieja» (acorde con la usual datación estándar de las “eras geológicas”), que si bien reconoce la intervención del Creador en el diseño del mundo viviente, y admite la creación separada de los grandes grupos biológicos, registrada en el libro del Génesis, tiene mayores y evidentes dificultades para encajar los datos bíblicos de importancia fundamental relativos a la caída del hombre en el pecado, y todas sus funestas consecuencias posteriores, al postular un pasado terrestre lleno de hechos violentos y catástrofes naturales, que la Biblia siempre atribuye a las consecuencias del pecado humano, y no a las consecuencias de un hipotético desarrollo evolutivo.
Finalmente tenemos la postura más ecléctica, conocida como «evolucionismo teísta», que trata de armonizar los datos bíblicos y científicos con todos sus axiomas filosóficos usualmente aceptados, lo que constituye el paradigma de la mentalidad científica contemporánea. Debería resultar obvio que una postura que demanda reinterpretar de manera radical y absoluta el fundamento de las Escrituras, reduciendo a la mínima expresión el poder de Dios (si es que el dogma evolucionista le admite ostentar alguno, aunque sólo sea a efectos de discusiones académicas), no puede acomodarse bien en una zona intermedia del debate. Jesús mostró bien claro que nadie puede servir a dos señores a la vez (Mat. 6:24; el argumento queda inalterado si intercambiamos el concepto de «riquezas» con el de «prestigio social del reconocimiento científico»). A estas alturas ya no es sorprendente la constatación de un «cristianismo darwinista», que pone el acento en la “iluminación intelectual”, propiciando un conocimiento superior (no la piedad, la santidad cristiana o el conocimiento reverente de la Verdad) en virtud de los visibles esfuerzos de un neo-gnosticismo moderno.
Por muy lejos que un investigador (creyente o no) pueda llevar sus razonamientos científicos o filosóficos, debe admitir que los mejores resultados que alcance a obtener en su investigación, vendrán condicionados por las premisas de partida. El materialista no tendrá más remedio que asumir la eternidad de la materia y un sinfín de “milagros” inverosímiles (cuyos pasos cruciales vulneran forzosamente las leyes de la física y la química en varios puntos críticos), para explicar de alguna forma la gran riqueza y diversidad del mundo actual (algo así como que «nada por nadie es igual a todo»).
Evidentemente, se requieren grandes dosis de «fe» para fiarlo todo en los axiomas materialistas. El creyente, sin embargo, ha de depositar su fe por completo en el Cristo de la Biblia, no sólo como Redentor y Salvador, sino también, y no en menor grado, como Creador. Es imposible aceptar su soberanía como Redentor y rechazarla o cuestionarla como Creador, por muchos prejuicios científicos que puedan alegarse. La revelación de Dios siempre prevalece sobre las opiniones falibles y engañosas del corazón humano (no sólo de su mente), profundamente entenebrecido por el pecado y por ello pertinazmente engañoso (Jer. 17:9). «Sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb. 11:6). Por ello, el autor de Hebreos comienza su honrosa lista de los héroes de la fe con estas significativas palabras: «Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (Heb. 11:3).
El asunto crítico es dilucidar cuál de estas dos «fes» es la más razonable y coherente, no sólo para explicar las realidades objetivas de nuestro mundo, sino también para confiar en ella nuestro destino eterno. Es cierto que los «creacionistas de la tierra joven» somos, en este sentido, unos «herejes científicos», al menos en cierto grado, pero anteponemos a todo el valor de la mentalidad y herencia científica la primacía de las Escrituras inspiradas y nuestra confianza plena en el poder absoluto de Dios. El Logos Creador y Redentor es, por ello, la razón suprema de nuestra existencia y a quién entregamos nuestra completa confianza por la salvación que nos ofrece y su clara revelación de la verdad fundamental que necesitamos conocer.
Muchos
hombres, orgullosos y
altivos en sus razonamientos, seguirán proclamando cansinamente
que Dios no existe, como ese pobre hombre
llamado Stephen Hawking, pero los creyentes tenemos seguridades
y certezas de las que ellos carecen, y podemos
responder gozosamente: «Maranata»
(el Señor viene).
Aunque la investigación plasmada en
este Cuaderno se centra en las Escrituras, considero oportuno efectuar
una
recomendación para los lectores interesados en los avances de la
investigación
científica actual.
Si el lector posee conocimientos
científicos básicos, al
menos para seguir la lectura de artículos de divulgación
científica, y desea
tener una perspectiva creacionista
de la investigación científica de vanguardia,
prácticamente en tiempo real, tiene a
su disposición un potente arsenal de reseñas y
comentarios en todos los campos
de investigación afines al ámbito de los orígenes,
y muy especialmente en el
terreno de la bioquímica y la biología
molecular, que podemos
afirmar, sin exagerar, que se hallan en pleno apogeo de su edad de oro.
Puede
acceder fácilmente a este blog pulsando en este enlace: «SEDIN - Notas
y Reseñas», y aparecerá el último
artículo publicado. En la
parte derecha de la pantalla, descendiendo por la barra vertical,
aparecen las
pestañas desplegables de mes de publicación,
y más abajo las pestañas temáticas,
donde podrá buscar rápidamente cualquier tema
científico de su particular interés.
Una vez inicie su lectura, seguramente se sorprenderá al ir
comprobando el abismo radical que divide el mundo
pragmático de la investigación real y el de las
especulaciones filosóficas
naturalistas, propias de la darwinolatría
posmoderna,
probablemente tan insalvable como el que separaba el destino final del
rico y Lázaro
en la enseñanza de Jesús.
Este blog de documentación
creacionista
posiblemente sea de los más completos y
documentados que pueda encontrar un internauta en lengua
española. En estos
últimos meses está teniendo una difusión
extraordinaria, y al momento de
escribir estas líneas ha superado ya el umbral de las seiscientas
visitas diarias.
Para que el lector se haga una
mínima idea de su contenido, reproduzco los comentarios del
artículo «Descubrimiento
de más maravillas de la reparación del ADN»,
publicado el 15/10/2010.
Después de enterarnos con asombro de que «en un día
bueno, alrededor de un
millón de bases de ADN en una célula humana resultan
dañadas», o que un
complejo proteínico gigante, cuyo peso equivale a 400.000
unidades de masa
atómica, se ocupa de reparar las roturas dobles (roturas
simultáneas en un
mismo punto de las dos cadenas del ADN), el autor de la reseña,
el bioquímico
David Coppedge, comenta lo siguiente:
«La actual supervivencia del
darwinismo en el ambiente de la moderna biología celular y
genética molecular
es un tributo a la capacidad humana de aferrarse a un dogma mucho
más allá de
cualquier utilidad que pueda haber tenido o que se le pueda haber
atribuido. El
darwinismo puede haber hecho parecer a los racistas victorianos del
Imperio
Británico del siglo 19 que tenían algo sustancial entre
manos. Puede haber
llevado a ciertos tiranos racistas totalitarios a justificar sus
atrocidades
con un barniz de credibilidad científica. Todo esto
sucedía antes de 1951, año
en el que se descubrió que la base de la herencia involucraba un
lenguaje
codificado. Poco después, Crick descubrió que un
código es traducido a otro
código mediante unos complejos dispositivos de lectura y
traducción. Ahora, en
el siglo 21, conocemos sistemas completos de máquinas
moleculares destinados a
preservar el código, y códigos sobre códigos para
regular los códigos.
»Darwin no realizaba
programación
informática. Los principios del software estaban sólo
comenzando a ser elaborados
por Babbage
en aquellos tiempos. Darwin no sabía nada de redes y
códigos ni de roturas de
cadena doble, ni de maquinarias BRCA2 listas para reparaciones de
emergencia,
ni de otros complejos mecanismos operando incluso en las bacterias,
que
a su parecer eran unos simplísimos y diminutos grumos de
protoplasma, y que han
resultado ser más complejos que ninguna máquina fabricada
en Gran Bretaña. ¿Por
qué hemos de aferrarnos a una perspectiva anticuada y
decimonónica acerca de la
vida que surgió de unas mentes ansiosas de excluir la causa
inteligente del
origen y de la naturaleza de la vida? Necesitamos una biología
de la Edad de la
Información, donde se conocen muy bien las causas inteligentes.
La
inteligencia, y exclusivamente la inteligencia, explica el origen de
los
códigos, de los mensajes, del software, de las rutinas de
corrección de
errores, de las redes y de los sistemas jerárquicos en que
están estructurados
todos los elementos mencionados. El darwinismo está
objetivamente hundido. La
orquesta darwinista sigue tocando mientras el Titanic del materialismo
se hunde
irremisiblemente tras su choque con la realidad. Es necesario proceder
a una
gran curación después de todo el estropicio
histórico realizado bajo las
perspectivas materialistas y ateas».
El concepto de evolución de las especies vivientes no es un descubrimiento original de Darwin, como mucha gente cree. La cultura clásica era intensamente evolucionista, aunque sus concepciones no se desarrollaban generalmente a partir de la evidencia científica sino por el razonamiento filosófico, que tenía un gran arraigo en la Grecia clásica, dando origen a un sistema generalizado de creencias evolucionistas cuya naturaleza es prácticamente idéntica a la cultura popular de nuestros tiempos. Sorprendentemente, no faltaron personajes cultos de la antigüedad (como es el caso de Galeno) que llegaron a conocer el testimonio del pensamiento creacionista judío, proclamado en las Sagradas Escrituras. Realmente, no hay nada nuevo bajo el sol…
Las ideas sobre una evolución biológica tuvieron un profundo desarrollo en la antigüedad clásica. Los filósofos griegos fueron los primeros en buscar una explicación natural al origen del mundo. Las concepciones cosmogónicas de la escuela jónica (siglo VI aJC) tienen una gran similitud con las ideas evolutivas modernas. Todas expresan la idea de una evolución natural y continua del mundo, aunque cada autor apuntaba su propio “elemento primordial” de partida: para Tales de Mileto los seres vivos se habían formado por condensación del agua; para Anaxímenes, del aire; para Anaximandro, el fuego; etc. Heráclito de Éfeso sostenía que toda existencia está en continuo cambio.
Los integrantes de la escuela de los “atomistas” (Anaximandro, Empédocles, Demócrito y Epicuro) sostenían que el sol, la tierra, la vida y finalmente el ser humano, habían ido apareciendo a lo largo del tiempo sin ninguna intervención divina.
Las
ideas de muchos de estos hombres se transmitieron a lo largo del tiempo
y
volvieron a resurgir más tarde, siendo asimiladas por el
pensamiento europeo en
siglos recientes.
ANAXIMANDRO (611 – 547 a JC)
Afirmaba que los peces fueron los primeros seres vivos, formados del barro, y con el tiempo fueron cambiando de costumbres transformándose gradualmente en hombres.
DEMÓCRITO (460 – 371 aJC)
“Todo lo existente son combinaciones fortuitas de átomos”.
EMPÉDOCLES (alrededor de 450 aJC)
Hablaba de la aparición de mutaciones y combinaciones monstruosas. Suponía que la materia inanimada de la tierra se iba transformando en materia orgánica que adoptaba la forma de distintas partes del cuerpo: torsos, cabezas, extremidades, etc. Estas formas iban vagando por la tierra hasta que se juntaban, aunque a veces se unían partes que no correspondían, dando lugar a monstruos, que eran eliminados por la naturaleza y sólo sobrevivían las formas correctas.
ARISTÓTELES (384 – 322 aJC)
Hablaba de la preexistencia de la materia y sugería la generación espontánea. Al hablar del mono lo compara constantemente con el hombre, hasta el punto de señalar la similitud de sus órganos internos. Estableció el primer sistema de clasificación de los animales y la teoría sobre la adaptación estructural y funcional de los seres vivos al medio en el que habitan.
LUCRECIO (0 – 50 dJC)
Creía en un desarrollo de los organismos, pasando por diferentes etapas, desde la colisión de los átomos en el vacío hasta la aparición de las primeras plantas y animales, que irían evolucionando hasta su estado actual.
“La tierra merece el nombre de madre… Todas las cosas proceden de la tierra y ella misma creó la raza humana” «De Natura Rerum (Sobre la Naturaleza)».
GALENO (130 – 201 dJC)
“Nuestra propia opinión y la de
Platón y
otros griegos… difieren de la posición adoptada por
Moisés. Para este último
parece suficiente declarar que Dios simplemente ordenó que la
materia se
estructurara en su debido orden, y que así sucedió;
porque él cree que todo es
posible para Dios, incluso si quisiera hacer un toro o un caballo de un
montón
de cenizas. Nosotros, sin embargo, no sostenemos tal cosa; decimos que
ciertas
cosas son, de natural, imposibles, y que Dios ni siquiera intenta tales
cosas,
sino que él elige lo mejor de la posibilidad del devenir”
(«Sobre la
utilidad de las partes del cuerpo», 11:14).
4.8.1 CREDO
DE LOS APÓSTOLES (siglo III).
3. Y la fe católica es ésta: que
adoramos a un Dios Trino, una Trinidad en Unidad.
6. Pero la Divinidad del Padre,
la del Hijo, y la del Espíritu Santo, es todo una, la Gloria
igual, la Majestad
co-eterna.
8. El Padre no es creado, el
Hijo no es creado, y el Espíritu Santo no es creado.
10. El Padre es eterno, el Hijo
es eterno, y el Espíritu Santo es eterno.
11. Y ellos no son tres eternos,
pero un eterno.
12. Como tampoco existen tres
incomprensibles (ilimitados), ni tres no creados, pero sí uno no
creado y uno
incomprensible.
13. Por lo que de la misma
manera el Padre es Todopoderoso, el Hijo es Todopoderoso, y el
Espíritu Santo
es Todopoderoso.
14. Y tampoco son tres
Todopoderosos, pero un Todopoderoso.
15. Por tanto, el Padre es Dios,
el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios.
16. Y tampoco existen tres
dioses, pero un solo Dios.
21. El Padre no es creado ni
engendrado.
22. El hijo es el único del
Padre, no hecho, ni creado, pero engendrado.
23. El Espíritu Santo es del
Padre y del Hijo, no es hecho, ni creado, ni engendrado, pero
procedente.
25. Y en esta Trinidad ninguno
es antes del otro, o después del otro; ninguno es más
grande, o menor que otro.
26. Pero las tres Personas
completas son co-eternas y co-iguales.
27. Por lo tanto en todas estas
cosas, como ya ha sido mencionado, la Unidad en Trinidad y la Trinidad
en
Unidad debe ser Adorada.
30. Porque la verdadera fe es,
lo que creemos y confesamos, que nuestro Señor Jesucristo, el
Hijo de Dios, es
Dios y Hombre;
31. Dios en la sustancia
(esencia) del Padre, engendrado antes de los mundos; y hombre, en la
sustancia
de su madre, nacido en el mundo…
4.8.5 ARTÍCULOS DE LA
RELIGIÓN
(TREINTA Y NUEVE
ARTÍCULOS. Iglesia
de
Inglaterra, 1571).
I.
DE LA FE EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Hay un solo Dios vivo y verdadero, eterno,
sin cuerpo, partes o pasiones; de infinito poder, sabiduría y
bondad; el
Creador y Conservador de todas las cosas, así visibles como
invisibles. Y en la
unidad de esta Naturaleza Divina hay tres Personas de una misma
sustancia,
poder y eternidad; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
II. DEL VERBO, O DEL
HIJO DE DIOS,
QUE FUE HECHO VERDADERO HOMBRE.
El Hijo que es el Verbo del Padre, engendrado
del Padre desde la eternidad, el verdadero y eterno Dios, consustancial
al
Padre, tomó la naturaleza Humana en el seno de la bienaventurada
virgen, de su
sustancia; de modo que las dos naturalezas enteras y perfectas, esto
es, Divina
y Humana, se unieron juntamente en una Persona, para no ser
jamás separadas, de
lo que resultó un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero
Hombre; que
verdaderamente padeció, fue crucificado, muerto y sepultado,
para reconciliarnos
con su Padre, y para ser sacrificio, no solamente por la culpa
original, sino
también por todos los pecados actuales de los hombres.
4.8.6 LA
CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER (1643 – 1646).
CAPÍTULO
1: LAS SANTAS ESCRITURAS
1.
Aunque
la naturaleza y las obras de creación y de providencia
manifiestan la bondad, sabiduría y poder de Dios, de tal manera
que los hombres
quedan sin excusa, sin embargo no son suficientes para dar aquel
conocimiento
de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación…
2.
Bajo
el título de «Santas Escrituras» o Palabra de Dios
escrita, se
contienen todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, y los
cuales son
como sigue:
ANTIGUO
TESTAMENTO.
Génesis…
Todos estos fueron dados
por
inspiración de Dios para que sean la regla de fe y de conducta.
4. La
autoridad de las Santas Escrituras, por
la que ellas deben ser creídas y obedecidas, no dependen del
testimonio de
ningún hombre o Iglesia, sino enteramente del de Dios
(quién en sí mismo es la
verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas porque son la
Palabra de Dios…
CAPÍTULO
4: LA CREACIÓN
1.
Plugo
a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para la manifestación
de la
gloria de su poder, sabiduría y bondad eterna, crear o hacer de
la nada, en el
principio, el mundo y todas las cosas que en él están, ya
sean visibles o
invisibles, en el espacio de seis días y todas muy buenas.
2.
Después
que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creó al
hombre, varón y hembra, con alma racional e inmortal, dotados de
conocimiento,
justicia y santidad verdadera, a la imagen de Dios, teniendo la ley de
éste
escrita en su corazón, y dotados del poder de cumplirla, sin
embargo había la posibilidad
de que la quebrantaran dejados a su libre albedrío que era
mutable. Además de
esta ley escrita en su corazón, recibieron el mandato de no
comer del árbol de
la ciencia del bien y del mal y mientras guardaron este mandamiento
fueron
fieles, gozando de comunión con Dios, y teniendo dominio sobre
las criaturas.
CAPÍTULO
5: LA PROVIDENCIA
1.
Dios,
el gran Creador de todo, sostiene, dirige, dispone y gobierna a
todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande a la
más pequeña,
por su sabia y santa providencia, conforme a su presciencia infalible,
para la
alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y
misericordia.
2.
Aunque
con respecto a la presciencia y decreto de Dios, causa primera,
todas las cosas sucederán inmutable e infaliblemente, sin
embargo, por la misma
providencia las ha ordenado de tal manera que sucederán conforme
a la
naturaleza de las causas secundarias, sean necesarias, libres o
contingentes.
3.
Dios
en su providencia ordinaria hace uso de medios; a pesar de esto,
es libre para obrar sin ellos, sobre ellos, y contra ellos,
según le plazca.
4.
El
poder todopoderoso, la sabiduría inescrutable y la bondad
infinita
de Dios se manifiestan en su providencia de tal manera que se extiende
aún
hasta la primera caída, y a todos los otros pecados de los
ángeles y de los
hombres, y esto no sólo por un mero permiso, sino
limitándolos, de un modo sabio
y poderoso, y ordenándolos de otras maneras en su
dispensación múltiple para
sus propios fines santos, pero de tal modo que lo pecaminoso procede
sólo de la
criatura, y no de Dios, quien es justísimo y santísimo,
por lo mismo no es, ni
puede ser, el autor o aprobador del pecado.
…
CAPÍTULO 6: LA CAÍDA DEL HOMBRE, EL PECADO Y SU CASTIGO
1.
Nuestros
primeros padres, seducidos por la sutileza y tentación de
Satanás, pecaron comiendo del fruto prohibido. Plugo a Dios,
conforme a su
sabio y santo propósito, permitir este pecado
proponiéndose ordenarlo para su
propia gloria.
2.
Por
este pecado cayeron de su justicia original y perdieron la
comunión con Dios, y así quedaron muertos en el pecado, y
totalmente
corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo.
3.
Siendo
ellos la raíz de la raza humana, la culpa de este pecado fue
imputada a su posteridad, y la misma muerte en el pecado y la
naturaleza
corrompida se transmitieron a aquella que desciende de ellos
según la
generación ordinaria. …
4.8.7 LA
CONFESIÓN DE FE BAUTISTA DE NUEVA HAMPSHIRE
(1833).
II.
EL DIOS VERDADERO
Creemos que hay un solo Dios viviente y
verdadero, infinito, Espíritu inteligente, cuyo nombre es
Jehová, Hacedor y
Árbitro Supremo del cielo y de la tierra, indeciblemente
glorioso en santidad;
merecedor de toda la honra, confianza y amor posibles; que en la unidad
de la
divinidad existen tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, iguales
éstos en perfección divina, desempeñan oficios
distintos, que armonizan en la
grande obra de la redención.
III.
LA CAÍDA DEL HOMBRE
Creemos que el hombre fue creado en santidad,
sujeto a la ley de su Hacedor: pero que por la transgresión
voluntaria, cayó de
aquel estado santo y feliz; por cuya causa todo el género humano
es ahora pecador,
no por fuerza sino por su voluntad; hallándose por naturaleza
enteramente
desprovisto de la santidad que requiere la ley de Dios, positivamente
inclinado
a lo malo, y por lo mismo bajo justa condenación a ruina eterna,
sin defensa ni
disculpa que lo valga.
4.8.8 FE Y
MENSAJE BAUTISTA. (Convención Bautista del
Sur, 1925, revisada en
1963).
II.
DIOS
Hay un Dios, y solo uno, viviente y
verdadero. Él es un Ser inteligente, espiritual y personal, el
Creador,
Redentor, Preservador y Gobernador del universo. Dios es infinito en
santidad y
en todas las otras perfecciones. Dios es todopoderoso y omnisciente; y
su
perfecto conocimiento se extiende a todas las cosas, pasadas, presentes
y
futuras, incluyendo las decisiones futuras de sus criaturas libres. A
Él le
debemos el amor más elevado, reverencia y obediencia. El Dios
eterno y trino se
revela a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, con
distintos atributos
personales, pero sin división de naturaleza, esencia o ser.
1.
DIOS
EL PADRE
Dios como Padre reina con cuidado
providencial sobre todo el universo, sus criaturas, y el fluir de la
corriente
de la historia humana de acuerdo a los propósitos de su gracia.
Él es
todopoderoso, omnisciente, todo amor, y todo sabio. Dios es Padre en
verdad de
todos aquellos que llegan a ser sus hijos por medio de la fe en Cristo
Jesús.
Él es paternal en su actitud hacia todos los hombres.
III.
EL HOMBRE
El hombre es la creación especial de
Dios,
hecho a su propia imagen. Él los creó hombre y mujer como
la corona de su creación.
La dádiva del género es por tanto parte de la bondad de
la creación de Dios. En
el principio el hombre era inocente y fue dotado por Dios con la
libertad para
elegir. Por su propia decisión el hombre pecó contra Dios
y trajo el pecado a
la raza humana. Por medio de la tentación de Satanás el
hombre transgredió el
mandamiento de Dios, y cayó de su estado original de inocencia,
por lo cual su
posteridad heredó una naturaleza y un ambiente inclinado al
pecado. Por tanto,
tan pronto como son capaces de realizar una acción moral, se
convierten en
transgresores y están bajo condenación. Solamente la
gracia de Dios puede traer
al hombre a su compañerismo santo y capacitar al hombre para que
cumpla el
propósito creativo de Dios. La santidad de la personalidad
humana es evidente
en que Dios creó al hombre a su propia imagen, y en que Cristo
murió por el
hombre; por lo tanto, cada persona de cada raza posee absoluta dignidad
y es
digna del respeto y del amor Cristiano.
4.8.9 LA DECLARACIÓN DE
CHICAGO
SOBRE LA INFALIBILIDAD
BÍBLICA (1978).
PREFACIO
La autoridad de las Escrituras es un elemento
central para la Iglesia Cristiana tanto en esta época como en
toda otra. …
Estamos convencidos de que el acto de negarla
es como poner a un lado el testimonio de Jesucristo y del
Espíritu Santo, como
también el no someterse a las demandas de la Palabra de Dios que
es el signo de
la verdadera fe cristiana. …
UNA
DECLARACIÓN BREVE
1.
Dios,
que es la Verdad misma y dice solamente la verdad, ha inspirado
las Sagradas Escrituras para de este modo revelarse al mundo perdido a
través
de Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las
Sagradas Escrituras
son testimonio de Dios acerca de sí mismo. (…)
4.
Siendo
completa y verbalmente dadas por Dios, las Escrituras son sin
error o falta en todas sus enseñanzas, tanto en lo que declaran
acerca de los
actos creativos de Dios, acerca de los eventos de la historia del
mundo, acerca
de su propio origen literario bajo la dirección de Dios, como en
su testimonio
de la gracia redentora de Dios en la vida de cada persona.
5.
La
autoridad de las Escrituras es inevitablemente afectada si esta
inerrabilidad divina es de algún modo limitada o ignorada, o es
sometida a
cierta opinión de la verdad que es contraria a la de la Biblia;
tales
posiciones ideológicas causan grandes pérdidas al
individuo y a la Iglesia.
ARTÍCULOS
DE AFIRMACIÓN Y DE NEGACIÓN
Artículo I.
Afirmamos que las Santas
Escrituras
deben ser recibidas como la absoluta Palabra de Dios.
Negamos que las
Escrituras reciban
su autoridad de la Iglesia, de la tradición o de cualquier otra
fuente humana.
Artículo II.
Afirmamos que las
Escrituras son la
suprema norma escrita por la cual Dios enlaza la conciencia, y que la
autoridad
de la Iglesia está bajo la autoridad de las Escrituras.
Negamos que los credos
de la
Iglesia, los concilios o las declaraciones tengan mayor o igual
autoridad que
la autoridad de la Biblia.
Artículo III.
Afirmamos que la Palabra
escrita es
en su totalidad la revelación dada por Dios.
Negamos que la Biblia
sea simplemente
un testimonio de la revelación, o sólo se convierta en
revelación cuando haya
contacto con ella, o dependa de la reacción del hombre para
confirmar su
validez.
Artículo IV.
Afirmamos que Dios, el
cual hizo al
hombre a su imagen, usó el lenguaje como medio para comunicar su
revelación.
Negamos que el lenguaje
humano esté
tan limitado por nuestra humanidad que sea inadecuado como un medio de
revelación divina. Negamos además que la
corrupción de la cultura humana y del
lenguaje por el pecado haya coartado la obra de inspiración de
Dios. (…)
Artículo XII.
Afirmamos que la Biblia es
inerrable en su totalidad y está libre de falsedades, fraudes o
engaños.
Negamos que la infalibilidad y la
inerrabilidad de la Biblia sean sólo en lo que se refiere a
temas espirituales,
religiosos o redentores, y no a las especialidades de historia y
ciencia.
Negamos además que las hipótesis científicas de la
historia terrestre puedan
ser usadas para invalidar lo que enseñan las Escrituras acerca
de la creación y
del diluvio universal. (…)
Artículo XV.
Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad
está basada en la enseñanza bíblica acerca de la
inspiración.
Negamos que las enseñanzas de
Jesús acerca de
las Escrituras puedan ser descartadas por apelaciones a complacer o a
acomodarse
a sucesos de actualidad, o por cualquier limitación natural de
su humanidad.
(…)
4.8.10 LA DECLARACIÓN DE FE
DE LA
ALIANZA
EVANGÉLICA ESPAÑOLA.
Esta es la confesión de fe que
compartimos
las iglesias evangélicas españolas en la actualidad,
manteniendo con valor y
firmeza la rica tradición de las verdades reveladas en las
Escrituras y
proclamadas en todos los credos cristianos históricos. El
comienzo de esta
Declaración de Fe señala:
La Alianza Evangélica Española
basa su ser y
su actuación en la siguiente Declaración de Fe:
En tanto que cristianos evangélicos,
aceptamos la Revelación del Dios único en tres personas
(Padre, Hijo y Espíritu
Santo) dada en las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo
Testamento, y
confesamos la fe histórica del Evangelio que se proclama en sus
páginas.
Afirmamos, por consiguiente, las doctrinas que consideramos decisivas
para
comprender la fe y que deben expresarse en amor, en el servicio
cristiano práctico
y en la proclamación del Evangelio:
1) La soberanía y la gracia de Dios el
Padre,
Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo en la creación, la
providencia, la
revelación, la redención y el juicio final.
2) La divina inspiración de la Sagrada
Escritura en sus documentos originales y, por consiguiente, su
credibilidad
total y su suprema autoridad en todo lo que atañe a la fe y a la
conducta.
3) La pecaminosidad universal y la
culpabilidad del hombre caído que acarrean la ira de Dios y la
condenación.
4) El sacrificio vicario del Hijo de Dios
encarnado, único fundamento suficiente de redención de la
culpabilidad y del
poder del pecado, así como de sus consecuencias eternas. (…)
Sin duda, debemos dar las gracias más
profundas a Dios porque el testimonio de la verdad ha sido proclamado
con tal
firmeza hasta nuestros mismos días, no obstante todos los
desastres
espirituales y todos los avatares de la historia que han apartado a
multitudes
de seres humanos de la fe genuina en su Creador.
Cabe preguntarnos seriamente si esta
situación se mantendrá incólume hasta que el
Señor regrese a nuestra tierra.
Sus mismas palabras son inquietantes: «pero
cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?»
(Lc.18:8). La
sugerencia de estas palabras proféticas apunta en la
dirección de un abandono
masivo de la verdad, muy superior al de cualquier época
anterior. ¿No es éste
uno de los síntomas notorios de nuestros tiempos? Pablo
corrobora este rasgo
previo a la inminente Venida del Señor: «no
os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar…
¡nadie os engañe de
ninguna manera!, pues (el día del Señor) no vendrá
sin que antes venga la apostasía y se
manifieste el hombre de
pecado…» (2 Tes. 2:2-3). Esta tendencia a la apostasía
final se muestra más
claramente en 1 Tim. 4:1: «Pero el
Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos,
algunos apostatarán de la fe,
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios,
de hipócritas y mentirosos, cuya conciencia está
cauterizada». Las
advertencias son muy significativas y explícitamente refrendadas
por el
Espíritu Santo.
En base a este testimonio profético de
las
Escrituras, no resulta descabellado suponer que algún día
podría cambiar este
firme énfasis en el Dios Creador, claramente expresado en todos
los credos
históricos.
La historia de la
interpretación
bíblica, hasta el desarrollo de la ciencia moderna en el siglo
XVII muestra un
predominio incuestionable de la visión
bíblica de un planeta joven.
Desde los Padres de la Iglesia hasta la época de la Reforma, la
posición
dominante de los cristianos surge de la lectura natural de la
revelación
bíblica, ajustándose a lo que hoy conocemos como el punto
de vista de una tierra joven.
Teófilo
de Antioquía, apologista cristiano del siglo II,
estudió las genealogías del
A.T. (en la versión griega de la Septuaginta), y
determinó que el período
transcurrido desde la creación hasta la fecha de la muerte del
emperador Lucio
Vero, era de 5.698 años, quién falleció el 169
d.C. Según su cómputo, la
creación del mundo habría tenido lugar en el 5.529 a.C.
Por otra parte, el
historiador Julio el Africano, del
siglo III, llevó a cabo un estudio similar, llegando a la
conclusión de que la
creación del mundo debió ocurrir el 5.531 a.C. Dado que
estos cálculos parten
de la Septuaginta, debemos tener en cuenta que esta traducción
agrega unos
1.500 años a la edad de la tierra respecto al texto
masorético del A.T. (la
edición hebrea estándar), que emplearon los reformadores
y traductores de la
Biblia.
Incluso Orígenes y Agustín, que
toleraban cierta flexibilidad en los días del relato
bíblico de la creación,
ambos sostenían que la tierra sólo tenía unos
pocos miles de años de
antigüedad. Orígenes, en el siglo
III, combatió con firmeza la posición de Celso,
quién creía en un universo eterno,
escribiendo lo
siguiente: «Luego, (Celso) queriendo disimuladamente atacar la
cosmogonía de
Moisés, según la cual el mundo no tendría
aún 10.000 años, sino muchos menos,
se adhiere, aunque disimulando su sentir, a los que afirman ser el
mundo
increado» (Orígenes, Contra Celso, 119).
Notemos en la anterior cita (accesible en http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/cv3.htm),
la posición contraria a la visión cristiana tradicional,
que postula la
eternidad de la materia. Aquí Orígenes admite
explícitamente su convicción de
que la tierra no alcanzaría un techo absoluto de 10.000
años.
Agustín,
ya en el siglo V, escribió: «Los engañan asimismo
algunos mentirosos escritos,
los cuales dicen que en la historia de los tiempos se contienen muchos
millares
de años; siendo así que de la Sagrada Escritura consta no
haber transcurrido
desde la creación del mundo hasta la actualidad más de
6.000 años cumplidos»
(Ciudad de Dios, cap. 11; http://www.iglesiareformada.com/Agustin_Ciudad_12.html).
El eminente teólogo escolástico Tomás
de Aquino, sostuvo una
interpretación rigurosamente literal del Génesis,
rechazando categóricamente cualquier
insinuación de que Dios se hubiera valido de alguna forma de
intermediación o
causa secundaria para crear la humanidad (para expresarlo en un
lenguaje llano,
más accesible al lector contemporáneo, negó de
plano cualquier posibilidad de
proceso evolutivo para la creación del hombre, como
sostendría cualquier
evolucionista de nuestra época). Así pudo escribir:
«La primera formación del
cuerpo humano no pudo proceder de una potencia creada, sino
directamente de
Dios» (Suma Teológica, Parte I, Cuestión 91, Art.
2;
http://hjg.com.ar/sumat/a/c91.html). Igualmente sostuvo que los
días de la creación
eran días naturales de 24 horas: «Se dice día
uno en la primera institución del día para indicar
que a un día le pertenece
el espacio de 24 horas. De ahí que diciendo uno
quede fijada la medida del día natural» (Id.
Cuestión 74, Art. 3). Para él los
ángeles fueron creados a la vez que las criaturas corporales,
discrepando de
otros teólogos, especialmente de Jerónimo,
los cuales sostenían que «los ángeles fueron
creados antes que la naturaleza
corpórea» (Cuestión 61, Art. 3). No obstante, a
pesar de sus disensiones con
Jerónimo respecto al momento de la creación de los
ángeles, muestra su
conformidad a la siguiente cita de Jerónimo, que reproduce
textualmente: «Todavía
no han transcurrido 6.000 años de nuestro tiempo (desde la
creación del mundo
físico)» (la cita procede del Comentario de
Jerónimo a la Epístola de Tito;
debe considerarse que el cálculo de Jerónimo procede
también de la Septuaginta,
y que ya habían transcurrido mil años desde los tiempos
de Jerónimo a los de
Tomás). No puede cuestionarse que hoy día Tomás de
Aquino sería un firme
defensor de la postura de una tierra joven.
Los reformadores del siglo
XVI también sostuvieron con firmeza la
postura cristiana tradicional, que hoy llamaríamos de una
«tierra joven». Martín Lutero
expresó: «Sabemos a
través de Moisés que el mundo no existía hasta
hace 6.000 años» (Lutheris
Works, Jaroslav Pelikan, ed. Concordia, St. Louis, 1958). Al igual que
Tomás,
también sostuvo una interpretación de los días del
Génesis como días naturales:
«(Moisés) llama las cosas por su nombre; es decir, emplea
los términos “día” y
“noche” sin alegoría, tal como los usamos nosotros. Afirmamos
que Moisés habló
en sentido literal, no con alegorías ni en sentido figurado,
vale decir, que el
mundo, con todas sus criaturas, fue creado en seis días, como
dice el texto».
Juan
Calvino, por su parte, mantuvo una opinión coincidente con
la de Lutero,
siendo más intransigente que éste en tales asuntos.
Cuando hablaba de la edad
de la tierra criticaba aquellas «personas obcecadas» que
«no pueden contener la
risa cuando se les informa que desde la creación del universo
hasta hoy apenas
transcurrieron algo más de 5.000 años, porque se
preguntan por qué el poder de
Dios habría de estar ocioso y adormecido durante tanto tiempo
(es decir, con
anterioridad a la creación)» (Institutes of the Christian
Religion, ed. J.T.
McNeill, Westminter Press, Philadelphia, 1960, 2:925). Aunque
admitía que Dios
pudo crear el mundo en un simple instante o cualquier período de
tiempo,
insistía plenamente en que la creación fue completada en
seis días naturales: «Se
requirieron seis días para formar el mundo; no en razón
de que Dios, para quien
un instante es como 1.000 años, necesitara esta sucesión
de tiempo, sino porque
así lograría interesarnos en la contemplación de
su obra» (Comentary on
Genesis, Banner of Truth, Edinburgh, 1984, pág. 105).
La visión aportada es
suficientemente relevante para considerar que la iglesia, hasta lo que
podríamos denominar «la gran rebelión
intelectual» del naturalismo de estos
últimos siglos, ha mantenido históricamente su fe
inquebrantable en la
revelación divina. Pero no sería suficiente afirmar que
la iglesia ha mantenido
una postura creacionista simplemente por inercia histórica, sino
que en cada época, ha defendido su visión de
las
Escrituras en un entorno, ya sea de hostilidad o de incredulidad,
perfectamente asimilable a la
«cosmovisión evolucionista»
contemporánea. Naturalmente, no me estoy
refiriendo a un trasfondo técnicamente darwinista, posterior a
los hechos que
hemos reseñado, pero sí un entorno evolucionista derivado
del pensamiento clásico, como hemos visto
anteriormente.
En el fondo, ello muestra que nuestro amigo Darwin no resulta que fuera
tan
original en sus ideas, como su legión de seguidores, que lo han
endiosado,
quieren hacernos creer.
Hoy en día la visión cristiana
de
los orígenes se ha fragmentado ante la presión de la ciencia
contemporánea. En los cuadros finales de
este Cuaderno se
puede resumir, de forma esquemática, las principales posturas
sobre este tema.
Sin embargo, al hablar de ciencia, es importante tener claro a
qué nos estamos
refiriendo. Si hablamos del conocimiento científico en general,
referido a nuestro
propio mundo, no hay ningún conflicto de posturas ya sea que
hablemos de
científicos cristianos conservadores, liberales o simplemente
ateos; los campos
de la medicina o la física son iguales para todos. Otra
cuestión muy diferente
son las cuestiones «fronterizas» de los orígenes,
donde no podemos hablar
genuinamente de aplicar el «método
científico». Aquí pesan más las creencias
(como el «creacionismo») o las posturas filosóficas
(el «naturalismo» o «materialismo»)
que el conocimiento directo de lo que
realmente sucedió. Aún así es legítimo
examinar la evidencia disponible para determinar su adaptación
a los modelos teóricos que se debaten. Personalmente
tengo una fuerte convicción de que un diseño inteligente
en la naturaleza es
abrumador, lo que plantea muy serias dificultades teóricas a los
modelos de
evolución darwiniana en uso, aunque este no es el tema de ese
estudio.
Aunque como cristiano evangélico me
adhiero a la postura creacionista de una tierra joven, aceptando la
lectura
natural del libro del Génesis, que es plenamente
histórico desde su primer
versículo, sin menoscabo alguno de toda su enorme riqueza
literaria, poética,
espiritual o simbólica que tiene perfecta cabida en sus
páginas, soy consciente
que el actual estado del conocimiento científico plantea
dificultades que no
están satisfactoriamente resueltas. Estas dificultades no vienen
tanto de la
propia «teoría de la evolución darwinista»,
que parece más una reliquia decimonónica
que un verdadero
modelo explicativo del origen del cosmos y de la vida, además
constatar su plena incompatibilidad con los datos de la
revelación bíblica.
Los datos más conflictivos
a los que nos enfrentamos son los que parecen sugerir
considerables edades para el
universo. Una impresionante fotografía publicada por la
Nasa, en octubre
2010, mostraba el cúmulo de galaxias más masivas visto
nunca, a una distancia
de 7.000 millones de años luz. Dicho
«clúster» pesa, en términos
astronómicos,
alrededor de 800.000 millones de soles. Además de ser una
formidable demostración
del grandioso poder del Creador, es también un problema
difícil de comprender
para nosotros. Si la velocidad de la luz se ha mantenido constante,
para poder
ver estas galaxias, la luz tendría que haber estado viajando
7.000 millones de
años por el espacio. Hemos de confesar con humildad nuestra
ignorancia frente
al misterio de las dimensiones del universo. Por otro lado, si la
velocidad de
la luz hubiese decaído desde el momento de la creación
inicial, como muchas
veces sugieren los creacionistas de la tierra joven, esto
afectaría a todas las constantes
físicas y cosmológicas del universo. Y más
aún, ello no parecería
compatible con la impresionante evidencia acumulativa que siguiere un
«ajuste fino del universo»,
extraordinariamente bien calibrado, con grados de exactitud
inverosímiles, para
que se den las condiciones óptimas de vida en la tierra. Este
conjunto de
evidencia conflictiva con el modelo bíblico de una tierra joven
es la que
sustenta la actual posición de un creacionismo de «la
tierra antigua». La
postura de la «tierra joven» es la
más ortodoxa y acorde con la revelación bíblica,
pero es más heterodoxa (o
herética) con los datos físicos y cosmológicos
conocidos. La postura de la «tierra antigua»
es más ortodoxa con los
datos científicos pero tiene mayores dificultades con el marco
de la revelación
bíblica, especialmente con la teodicea
cristiana ortodoxa, tal como se nos presenta en las Escrituras: el
origen del mal y de la muerte en el cosmos es consecuencia de la
caída del
hombre en el pecado, lo cual es totalmente incompatible
con los planteamientos de una evolución darwiniana,
dicho sea de paso. No obstante, el lector interesado puede examinar la
postura
que propone el conocido defensor del Diseño Inteligente, y
también del
creacionismo de «la tierra antigua», William Dembski, en la
valiosa obra que se
cita en nuestra bibliografía.
Ignoro cuál será la respuesta
exacta
a este intrigante dilema, pero mi confianza en el supereminente poder y
sabiduría del Logos Creador es total y absoluta. Si Él
tiene las llaves de la muerte y del Hades (Ap. 1:18), podemos
confiar plenamente que Él tiene también la llave de estos
desconcertantes
enigmas, que resaltan su excelsa gloria frente a nuestra fragilidad y
finitud
temporal (Salmo 90).
Por grandes y
desconcertantes que
sean las dudas y problemas sin resolver, en una honesta búsqueda
de la verdad,
resultan insignificantes frente a la gloria
incontestable de nuestro excelso Creador
y Redentor, y la sublime
herencia que tenemos en Él.
Pienso que la mejor manera de concluir esta investigación es
contemplando esta
gloria (presente y futura), tal como nos ha sido revelada en las mismas
Escrituras. Bástenos considerar estos versículos de la
sublime revelación del
Señor Jesucristo a su siervo Juan en la isla de Patmos:
«Cuando
le vi, caí como muerto a sus pies. Y Él puso su diestra
sobre mí, diciéndome:
No temas; yo soy el Primero y el Último; y el que vivo, y estuve
muerto; más he
aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo
las llaves de la
muerte y del Hades. Escribe las cosas que has visto, y las que son, y
las que
han de ser después de éstas» Apocalipsis
1:17-19.
Nos sorprende el abrumador contraste
entre aquel Juan, recostado al lado de Jesús en la última
Cena del Señor (Juan
13:23), y su derrumbe físico y psicológico ante la
cegadora visión del Cristo
glorificado, en aquel domingo de la gran visión de Patmos
(¡incluso habiéndolo
visto en el monte de la transfiguración, seis décadas
antes!). En un primer
momento, la respuesta humana fue de un temor devastador, que el
Señor apaciguó
amorosamente, dándole la necesaria confianza y acto seguido un
profundo sentido
de responsabilidad.
Más de seis décadas antes, Juan
experimentó una sensación similar en el Monte de la
Transfiguración, al hacerse
manifiesta la gloria de Jesús. En aquella ocasión,
abrumado y temeroso frente a
la gloria resplandeciente de Cristo, se postró sobre su rostro,
como sus
compañeros, y sintió gran temor (Mat 17:6). Tal temor lo
sintieron todos
cuantos tuvieron visiones excepcionales del cielo: «…no
quedaron fuerzas en mí, antes bien, mis fuerzas se cambiaron en
desfallecimiento, pues me abandonaron totalmente… y al oír el
sonido de sus
palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con
mi rostro en tierra»
(Dn. 10:8-9). Isaías, igualmente, abrumado por la visión
que tuvo de Dios en el
Templo, exclamó: «¡Ay de mí, que
soy
hombre muerto!, porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en
medio de
pueblos que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey,
Yahwéh de los
ejércitos» (Is. 6:5). Ezequiel tuvo varias visiones de
Dios, y su reacción
fue siempre la misma: se postró sobre su rostro (Ez. 1:28; 3:23;
9:8; 43:3;
44:4). Manoa, el padre de Sansón, le comentó a su mujer,
después de haber visto
a Malaj Yahwéh (el Ángel del Señor): «Ciertamente
moriremos, porque hemos visto a Dios» (Jue. 13:22). Job
también reaccionó
en forma similar, después que Dios habló con él:
«de oídas te había oído, mas
ahora mis ojos te ven. Por tanto, me
aborrezco, y me convierto en polvo y ceniza» (Job 42:5-6).
Cuando Saulo de
Tarso iba persiguiendo a los cristiano, camino de Damasco, fue
derribado a
tierra, «viendo una luz del cielo que
sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí
y a los que iban
conmigo» (Hch. 26:13-14). En un día futuro, los
habitantes de la tierra,
cuando sea abierto el sexto sello de la gran tribulación,
exclamarán aterrados «a los montes y a las
peñas: caed sobre
nosotros, y escondednos del rostro de Aquel que está sentado
sobre el Trono, y
de la ira del Cordero; porque el gran
día de su ira ha llegado, ¿y quién podrá
sostenerse en pie?» (Ap. 6:16-17).
El testimonio unánime de los que
realmente han visto revelaciones celestiales del Señor es de profundo temor. Los que se han visto
enfrentados cara a cara con la gloria deslumbrante del Logos
eterno, en sus manifestaciones como Malaj Yahwéh o el
Señor
Jesucristo, sienten un temor desmesurado, siendo conscientes como nunca
de su
pecaminosidad. La respuesta adecuada a esta manifestación de
santidad y
majestad terrible, nos la da el autor de Hebreos, cuando exhorta a los
creyentes a servir «a Dios
agradándole con temor y reverencia,
porque nuestro Dios es fuego consumidor» (Heb. 12:28-29).
Pero, exactamente igual que había hecho
en el Monte de la transfiguración (Mt. 17:7), Juan confiesa que,
nuevamente, «Él puso su diestra sobre
mí» (Ap.
1:17), consolándolo. Éste es un maravilloso toque de
consuelo y seguridad.
Siempre hay consuelo para los cristianos anonadados ante la gloria y la
majestad de Cristo, en la seguridad de su amor y perdón
misericordiosos. Las
palabras literales del Señor son profundamente consoladoras: «deja de temer», mostrando su
compasión
y seguridad al atemorizado apóstol. Idénticas palabras de
consuelo son
pronunciadas a lo largo de las Escrituras ante todos los que se sienten
desfallecidos frente a la majestuosa presencia del Señor
(Gén. 15:1; 26:24;
Jue. 6:23; Mt. 14:27; 17:7; 28:10).
El consuelo que brinda Jesús se basa
en quién es Él y en la autoridad que posee. Él se
identifica primeramente como «Yo soy» (ego
eimi), el nombre del pacto
de Dios (Éx. 3:14). Éste fue el nombre con el que
consoló a los atemorizados
discípulos que lo vieron andar en el Mar de Galilea (Mt. 14:27).
Jesús tomó
este nombre para sí en Juan 8:58, un reclamo directo de deidad,
que no pasó
desapercibido a sus oponentes (8:59).
El siguiente paso de Jesucristo fue
identificarse como «el Primero y el
Último» (Ap. 2:8; 22:13), un título
usado para referirse a Dios en el A.T. (Is. 44:6; 48:12; 41:4).
Cuando
todos los dioses falsos se hayan desvanecido, sólo Él
permanecerá. Él existía
antes que subieran a los labios de un ser humano, y seguirá
existiendo
eternamente, mucho después de que se desvanezcan en el olvido.
Con el recurso a
este título, Jesucristo añade otra prueba indubitable de
su deidad.
El tercer título que el Señor
reclamó es: «el que vivo» (Jn. 1:4;
11:25; 14:6). Éste también es un título
frecuentemente empleado en las
Escrituras para referirse a Dios (Jos. 3:10; 1 Sam. 17:26; Sal. 84:2;
Os. 1:10;
Mt. 16:16; 26:63; Hch. 14:15; Rom. 9:26; 2 Cor. 3:3; 6:16; 1 Tes. 1:9;
1 Tim.
3:15; 4:10; Heb. 3:12; 9:14; 10:31; Ap. 7:2). Él es el Eterno,
el no creado, el
que existe por sí mismo. Jesús dijo
a sus adversarios judíos: «Como el Padre
tiene vida en sí mismo, así también ha dado al
Hijo el tener vida en sí mismo»
(Jn. 5:26); con esta frase proclamaba sin vacilaciones su plena
igualdad con
Dios el Padre.
Aquel cuya presencia infundió un
estado de pavor en el corazón de Juan, el Yo soy, el Primero y el
Último, el
que vive, aquel cuya muerte lo libró de sus pecados (Ap. 1:5) es
el mismo que
reconfortó y le dio seguridad a Juan, recordándonos la
expresión de Pablo: «¿Qué,
pues, diremos a esto? Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom. 8:31).
La aparente paradoja que expresa
Cristo, al afirmar que «estuve muerto;
mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos»,
proporciona un
fundamento más sólido para nuestra seguridad. El que
vive, el Eterno, el
existente en sí mismo, el que nunca puede morir, se hizo hombre
y murió. Pedro
nos lo explica con estas palabras: Cristo fue «muerto
en la carne, pero vivificado en espíritu». En su
humanidad
Él murió sin dejar de vivir como Dios; «he
aquí» nos presenta una declaración asombrosa y
admirable: «vivo por los siglos de los siglos»
(aionas ton aionon; la doble fórmula, y
su uso en plural, enfatiza fuertemente el concepto de eternidad,
igual que otras expresiones, como la de Ef. 3:21: «por
todas las generaciones por los siglos de
los siglos»; debemos recordar, también, que el
concepto básico de aión no es el de la duración
concreta de un período, sino que
denota un período marcado
por características espirituales o
morales). Cristo vive para siempre en una unión de humanidad
glorificada y
deidad, “según el poder de una vida
indestructible” (Heb. 7:16). Por ello, «Cristo,
habiendo resucitado de los muertos,
ya no muere; la muerte no se enseñorea más de Él»
(Rom. 6:9). Esta gran
verdad nos brinda un enorme consuelo y seguridad, porque Jesucristo
«puede también salvar perpetuamente a los que
por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos» (Heb.
7:25). A pesar de su carácter pecaminoso, que le hizo postrar en
tierra, Juan
no tenía nada que temer, porque el mismo Señor
había pagado con su muerte la
culpa de los pecados de Juan (y también de los de todos los que
hemos creído en
Él), levantándose de entre los muertos para ser nuestro
eterno abogado.
Con sus poderosas prerrogativas
divinas, siendo el eterno Yo Soy,
el Primero y el Último, el que vive por la
eternidad de las eternidades, Jesucristo tiene también las
llaves de la muerte y del Hades. Ambos
términos son
esencialmente sinónimos, ya que la muerte
es la condición de los fallecidos, y el Hades
es el lugar donde son confinados. Hades
es el equivalente neotestamentario y griego del Seol
del A.T., refiriéndose al lugar donde descienden los muertos,
en espera del juicio. El término llaves
denota acceso y autoridad. Jesucristo
tiene la autoridad plena para decidir quién muere y quién
vive. Él tiene el
control absoluto de la vida y la muerte. Y Juan, como todos los
redimidos por
Él, no tiene de qué temer, por que Cristo ya nos
libró del poder de la muerte y
el Hades con su propia muerte sustitutoria en la cruz.
El saber que Cristo tiene autoridad
sobre la muerte nos proporciona una seguridad absoluta, porque los
creyentes ya
no tenemos que temerla (la sufrimos pero no la tememos). Jesús
nos dijo: «Yo soy la resurrección y la vida;
el que
cree en mí, aunque esté muerto vivirá… porque yo
vivo, vosotros también
viviréis» (Jn. 11:25; 14:19). Morir, nos recuerda
Pablo, es «estar ausentes del cuerpo, y presentes al
Señor» (2 Cor. 5:8; Flp. 1:23). Jesucristo
venció a Satanás y le arrebató
las llaves de la muerte: «Por medio de la
muerte (Cristo destruyó) al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al
diablo, y… (libró) a todos los que por el poder de la muerte
estaban durante
toda la vida sujetos a servidumbre» (Heb. 2:14-15). El
conocimiento plenamente
consciente de que «Cristo nos amó, y nos
lavó de nuestros pecados con su sangre» (Ap. 1:5), nos
proporciona una
bendita seguridad, que equilibra adecuadamente el profundo temor
reverencial
que nos infunde siempre su gloria y majestad terrible.
¿Qué es lo que ha visto Juan en
aquella visión tremenda que hizo desfallecer su corazón y
sus músculos no
pudieron sostenerle en pie? La visión
de la gloria de Cristo es
abrumadora, y para nuestra bendición está descrita con
todo detalle para
nosotros, por expreso deseo del Señor mismo. Los rasgos de esta
bendición son
tan decisivos que son presentados selectivamente a cada una de las
siete
iglesias del Asia Menor, a las que Jesucristo ordena a Juan que escriba
el
mensaje personal que Él mismo pronuncia verbalmente, y que Juan
transcribe
fielmente en los pergaminos que serían enviados prontamente a
las mismas. Dado
que estas iglesias presentan todas las características que la
Iglesia del Señor
ha mostrado durante la presente era cristiana, no cabe la menor duda de
que esta es la visión que el bendito y santo
Logos encarnado ha dejado perpetuamente grabada en la retina de su
Iglesia en
la tierra. Debemos, por ello, retenerla siempre en nuestro
corazón y dejar
que su gloria resplandezca en nuestra vida y servicio cristiano a
Él.
«Y me
volví para ver la voz que hablaba
conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio
de los
siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una
ropa que
llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de
oro. Su
cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus
ojos como
llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce
bruñido, refulgente
como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía
en
su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de
dos filos; y
su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza» (Ap.
1:12-16).
La gloriosa visión contemplada por el
apóstol
deja al descubierto sietes aspectos
del constante ministerio del Señor Jesucristo
en su Iglesia: le da poder («y en
medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre»), intercede por ella («vestido de una ropa que llegaba
hasta los
pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro»), la purifica («Su cabeza y sus cabellos eran
blancos como blanca lana, como nieve; sus
ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce
bruñido,
refulgente como en un horno
»), le habla con autoridad («y su voz como estruendo de muchas aguas »), la domina («Tenía en su diestra siete estrellas»), la protege («de su boca salía una espada aguda de
dos filos ») y refleja
su gloria por
medio de ella («y
su
rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza»).
El primer aspecto de la visión nos
muestra siete candeleros de oro, identificados
en 1:20 como las siete iglesias, a las que hablará personalmente
por medio de
las siete cartas. Éstas eran lámparas portátiles
usadas en aquella época para
alumbrar las habitaciones de noche. Simbolizan las iglesias, como las
luces que
son del mundo (Flp. 2:15). Eran de oro porque éste es el metal
más precioso. La
iglesia es para Dios lo más bello y valioso en la tierra, tanto
que el Señor
Jesucristo estuvo dispuesto a comprarla con su sangre (Hch. 20:28).
Siete es el
número de la perfección (Éx. 25:31-40; Zac. 4:2),
por lo que ellas simbolizan a
toda la iglesia en general, a lo largo de la era cristiana, no
meramente a
siete congregaciones locales del siglo primero. Pero lo más
relevante de esta
visión es contemplar al Señor Jesucristo glorificado
moviéndose entre sus iglesias,
cumpliendo sus promesas (Mt. 28:20; Jn. 14:18, 23; Heb. 13:5).
La ausencia del artículo griego delante
de la
expresión «Hijo del Hombre»
manifiesta que el énfasis de la expresión es cualitativo.
Lo que el apóstol nos
describe es el carácter y los atributos de Cristo, no su cuerpo
físico. El perfil que Juan hace de Cristo es
ético,
espiritual y moral, algo sumamente importante, pues no hay
ningún cuadro
descriptivo de Cristo en los Evangelios. Cristo tiene todo el derecho a
juzgar
porque es el Hijo del Hombre, el representante perfecto de sus
semejantes (Heb.
2:5-9; Jn. 5:25-27).
Los cristianos no adoramos a un mártir
bienintencionado, un heroico líder tristemente muerto en defensa
de sus
ideales. El Cristo vivo mora en
medio de su Iglesia para guiarla y
darle poder, un poder que los creyentes
podemos disfrutar mediante una constante comunión con Él.
Ello nos permite
decir como Pablo: «todo lo puedo en
Cristo que me fortalece» (Flp. 4:13).
En segundo lugar, Juan lo observa con una vestidura talar (Is. 6:1) propia de la
realeza (Jue. 8:26; 1 S. 18:4; 24:4; 1 R. 22:10; Est. 1:5) y los
profetas (1 S.
28:14). Pero este término se utilizaba primordialmente para
describir las
vestiduras usadas por el Sumo Sacerdote.
Todos ellos son propios del Señor Jesucristo, pero entre ellos
prepondera el de
su oficio Sumo sacerdotal a favor nuestro. Este aspecto se resalta con
el cinto
de oro ceñido en su pecho (Éx. 28:4; Lv. 16:4). El libro
de Hebreos nos habla
extensamente de este ministerio.
Como
nuestro gran Sumo Sacerdote, Cristo
ofreció una sola vez el perfecto y completo sacrificio por
nuestros pecados, lo
que le capacita para interceder fielmente por nosotros, de una manera
permanente, sin límite alguno (Rom. 8:33-34; Heb. 2:18; 4:15).
En tercer lugar, después de describir
sus
santas vestiduras talares, Juan se centra en describirnos su persona, en su función de corregir
y purificar su iglesia. El N.T. proclama con la mayor
claridad la
norma de santidad absoluta que Cristo ha establecido para su Iglesia
(Mt. 5:48;
2 Cor. 11:2; 5:25-27; Col. 1:21-22: 1 P. 1:15-16). Para lograr el
cumplimiento
de esta norma divina prioritaria, Cristo debe disciplinar a su Iglesia,
incluso
hasta el extremo de tomar la vida de cristianos que persisten en no
arrepentirse de sus pecados (Mt. 18:15-17; Jn. 5:2; Heb. 12:5 y ss;
Hch.
5:1-11; 1 Cor. 11:28-30).
La blancura
de su cabeza y cabellos es una clara alusión al Anciano de
días (Dios el Padre)
en Dn. 7:9. Las descripciones paralelas confirman la deidad de Cristo.
Él posee
los mismos atributos de conocimiento y sabiduría santos, propios
del Padre. El
término leukos (el mismo que
usamos en “leucocitos”) expresa la
realidad de algo brillante, deslumbrante o radiante, no simplemente de
color
blanco. Simboliza la veracidad santa, eterna y gloriosa de Cristo. Los
calificativos
como «blanca lana» y «como
nieve» sugieren la deslumbrante
pureza de la eterna sabiduría de nuestro Dios.
Los ojos como llama de fuego
(Ap. 2:8; 19:12; Dan. 10:6; Sal. 11:4; Ap. 19:12),
nos muestran su mirada escrutadora,
reveladora, infalible y penetrante como un
rayo láser, que llega hasta el último rincón de su
Iglesia (Mt. 10:26; Heb.
4:13).
Igual que su ardiente mirada, sus pies
arden como bronce al rojo vivo en
el horno del juicio, refulgiendo como si aún estuvieran en el
crisol, para
aplastar el pecado en su Iglesia con su juicio consumidor e
irresistible. En
los tiempos antiguos, los reyes se sentaban siempre en tronos altos, de
modo
que aquellos que eran juzgados en su presencia, siempre estaban debajo
de los
pies del rey, que vinieron a ser símbolo
de su autoridad. Los pies candentes del Señor Jesucristo
andan en medio
de su Iglesia para ejercer su autoridad y listos para imponer su dolor
correctivo a los cristianos cuando pecamos (Heb. 12:5-10).
También aplastarán a
los malvados y los convertirán en ceniza cuando venga por
segunda vez con poder
y gloria (Mal. 4:3).
En cuarto lugar, Cristo nos habla
con autoridad, con una voz
semejante al sonido estruendoso de muchas aguas. La voz del
Señor no es tímida
ni titubeante, sino poderosa como un bramido de olas salvajes golpeando
furiosamente las rocas de los acantilados (Ap. 14:2; 19:6). La
descripción es
coincidente con la de Ezequiel 43:2, confirmando una vez más la
deidad de
Jesucristo. Es la voz del poder soberano y de la autoridad suprema. En
términos
más terrenales, en registros de voz
humana, es la misma voz que ordenó a Lázaro resucitar y
salir del sepulcro
(Jn. 11:43) y la que decidió el momento
de su muerte expiatoria (Lc. 23:46). Por todo ello, en el
día establecido
por Dios el Padre, esta misma voz ordenará majestuosamente a
todos los muertos
que salgan de sus sepulcros (Jn. 5:28-29). El estruendo nos habla
también del
sonido de un furioso juicio (Sal.
93:3-4; Ez. 43:2; Am. 1:2).
Cuando la Iglesia
oye esta voz, debe escuchar imperativamente. Dios el Padre nos lo ha ordenado (Mt.
17:5). Esta voz es el lenguaje mismo de Dios (Dios habla «en
Hijo») y su revelación definitiva a nosotros
(Heb. 1:1-2). Cristo habla ahora a su Iglesia por medio de las
Escrituras
inspiradas y del Espíritu Santo, pero con la misma potente
autoridad con la que
puede resucitar a los muertos. No hay confusión posible: el
Señor Jesús dijo: «mis ovejas oyen mi
voz y yo las conozco, y
me siguen; yo les doy vida eterna y no perecerán jamás,
ni nadie las arrebatará
de mi mano» (Jn. 10:27-28).
En quinto lugar, el Señor ejerce
su autoridad sobre la Iglesia,
al tener en su diestra las siete estrellas (Ap. 2:1; 3:1),
identificadas como
los ángeles (mensajeros) de las siete iglesias (Ap. 1:20). La
ubicación de esas
estrellas en su diestra sugiere fuertemente los conceptos de preservación, posesión y control.
Dado
que en ningún lugar del N.T. se enseña que los
ángeles participen del liderazgo
de la Iglesia, y tampoco tienen nada de lo que arrepentirse porque no
pecan, la
mejor conclusión es que estos «mensajeros» son
ancianos o pastores, guías
espirituales de cada una de las siete iglesias. Dado que ellos son los
medios a
través de los cuales Jesucristo ejerce su dominio sobre la
Iglesia, podemos
entender por qué las normas para el
liderazgo en el N.T. son tan elevadas (1 Tim. 3:1-7; Tito 1:5-9).
En sexto lugar, Cristo protege
a su Iglesia. Vemos en la gloriosa visión de Juan que de su
boca salía una afilada espada de doble
filo, con la cual defiende a su Iglesia de las amenazas externas
(Ap.
19:15, 21). El término griego para esa espada es
«rhomfalía», aludiendo a la
espada larga diseñada en Tracia y que era casi del tamaño
de un hombre de
estatura normal. No obstante, en la visión del apóstol,
su función primordial
es la de ejercer el juicio contra los
enemigos internos en su Iglesia (2:12, 16; Hch. 20:30). La espada
de su
palabra es poderosa e irresistible; los que atacan a la Iglesia,
sembrando
mentiras y enseñando falsas doctrinas, creando enemistades y
discordias, o que
de otra forma dañan a su pueblo, tendrán que enfrentarse
personalmente al Señor
de la Iglesia por haber desafiado el poder judicial de su espada (Heb.
4:12-13;
2 Tes. 2:8). Ninguno de sus enemigos, tanto humanos como todo el poder
de la
potestad de las tinieblas, e incluso la muerte misma (Mt. 16:18),
serán capaces
de impedir que el Señor Jesucristo edifique su Iglesia. La
imagen nos muestra
la capacidad del Señor de ejecutar a sus
enemigos sencillamente con la palabra de su boca (Mt. 25:41; Lc.
12:46; Jn.
12:48; Ap. 19:15). Combina la fuerza de
un guerrero que derrota a sus enemigos en la batalla y el
pronunciamiento
de su veredicto de juicio contra
ellos.
Finalmente, Juan culmina la descripción
de su
gloriosa visión con la contemplación de su rostro,
refulgente como el sol cuando
resplandece en su fuerza, la misma descripción que aparece en
Jue. 5:31 y 2
Sam. 23:3-4. La última cita alude a aquel justo «justo que
gobierne entre los hombres… en el temor de Dios»,
mientras
que la de Jueces describe a todos los que aman al Señor (Mt.
13:43). La gloria
de Dios a través del Señor Jesucristo brilla en
su Iglesia y mediante su
Iglesia, la cual refleja su gloria al mundo (2 Cor. 4:6). Como
resultado de
ello, el Señor de la gloria es glorificado en este mundo.
El rostro del Señor estuvo velado en su
humillación. Ahora resplandece con una fuerza superior a la del
sol, sin velos
ni eclipses, en el esplendor de su gloria celestial (Mt. 17:2; 2 Cor.
4:4; Hch.
26:13).
Hay un contraste
radical entre el Cristo de los Evangelios y el que vemos en el
Apocalipsis.
El Cristo de los evangelios se manifiesta en ternura y amor, como un varón de dolores que es humillado y
blasfemado, cuya gloria está velada y muere por el pecado del
hombre. En el
Apocalipsis, por el contrario, se muestra en poder y juicio.
Él es el «Anciano de días» que se revela como
el
sol cuando brilla con toda su fuerza en una mañana sin nubes, y
aparece como el
Guerrero divino, el Vencedor, el Deslumbrante, el Rey de reyes y
Señor de
Señores. Si aún el mismo apóstol Juan, que
vivió en la mayor intimidad posible
con el Maestro cae desfallecido ante el fulgor de su gloria refulgente,
¿qué
efecto aterrador no producirá en sus enemigos, que lo han
rechazado y que
blasfeman de Él, cuando aparezca en gloria entre las nubes, con
el innumerable
séquito de sus santas huestes?
Aunque ahora el mundo está subyugado
bajo la
tiranía del «padre de la mentira»
(Jn. 8:44), su dominio engañoso, con el que influencia y
manipula la voluntad
de las multitudes, será un día quebrantado, y la
verdad (en minúscula y también en mayúscula) resplandecerá
en la manifestación de su
gloria soberana. Uno de los aspectos concretos de ese quebrantamiento
final de
la influencia engañosa del diablo sobre este mundo será
el reconocimiento global de la gloria del Logos Creador,
poniendo fin
con su justo juicio al engaño del
naturalismo, materialismo y darwinolatría, entre muchos
otros frutos de la
mentira, que subyugan ahora a nuestro mundo en plena y vertiginosa
caída
espiritual: «(el ángel)
decía a gran voz: “¡Temed a Dios y dadle gloria, porque la
hora de su juicio ha llegado. Adorad a aquel que hizo el cielo y la
tierra, el
mar y las fuentes de las aguas!» (Ap. 14:7).
5. CUADROS
AUXILIARES SOBRE LA DOCTRINA DE LA
CREACIÓN
PUNTOS DE VISTA SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA |
|||
CREENCIA: |
MATERIALISMO ATEO |
EVOLUCIÓN
TEÍSTA |
CREACIÓN ESPECIAL |
Fuente |
Reacciones químicas aleatorias |
Intervención de Dios mediante procesos
evolutivos |
Dios crea «ex nihilo» en seis
días literales – tierra joven (1r día empieza en
Génesis 1:1) o biosfera joven en tierra prístina de edad
indeterminada (1r día empieza en Génesis 1:3). |
Tiempo |
Alrededor de mil millones de años |
Alrededor de mil millones de años |
Menos de 10.000 años desde el origen de
la vida |
Método |
Procesos químicos al azar (antes del
primer ser vivo autorreplicante). Mutaciones aleatorias (a partir de
las primeras formas unicelulares) y selección natural |
Procesos químicos al azar (antes del
primer ser vivo autorreplicante). Mutaciones aleatorias (a partir de
primeras formas unicelulares) y selección natural |
Poder sobrenatural de Dios |
Propósito |
Ausencia total de propósito o designio |
Glorificar a Dios |
Glorificar a Dios |
Primer hombre |
Algún primitivo simio macho subhumano |
Algún primitivo simio macho subhumano |
Adán, creado del polvo de la tierra |
Primera mujer |
Algún primitivo simio hembra subhumano |
Algún primitivo simio hembra subhumano |
Eva, creada del costado de Adán |
Interpretación de Gén. 1-3 |
Mito legendario |
Alegoría espiritual |
Hecho histórico literal, fundamento de
la Revelación y la Redención |
Proponentes |
Darwin y sus seguidores |
Quienes desean conciliar el Darwinismo con la
Biblia |
Moisés |
Razón básica |
Rechazo de Dios y negación de su poder
sobrenatural |
Creencia de que la evolución es un
hecho probado y debe aceptarse para no ir en contra del consenso
científico |
Interpretación histórica y
literal de Génesis 1 – 2, confirmada por Jesús y afirmada
ampliamente en todas las Escrituras |
Dificultad |
Leyes de la química, leyes de la
termodinámica (primera y segunda ley), información
genética codificada, extrema complejidad de las máquinas
y procesos biológicos celulares |
No acepta una interpretación literal de
Génesis 1 – 3 ni otras argumentaciones de las Escrituras como
Rom. 5:12-21 |
No hay contradicciones ni incongruencias con
el testimonio de las Escrituras |
Prueba en las Escrituras |
Ninguna |
Ninguna |
La creación de los cielos, la tierra,
la vida y la catástrofe universal del Diluvio de Noé, se
afirman (explícita o implícitamente) en al menos 43
libros de las Escrituras |
Apoyo científico |
|
|
«La materia no se crea ni se destruye,
se transforma»; la entropía del universo está en
constante aumento; «la vida
sólo procede de la vida»; la información
(biológica) implica una causa inteligente; un diseño
inteligente en la naturaleza plasmación de un designio
deliberado presupone y requiere un Diseñador inteligente |
5.2 POSTURAS
CRISTIANAS SOBRE ASPECTOS BÁSICOS
|
POSTURAS CRISTIANAS |
||
ASPECTOS BÁSICOS |
TIERRA JOVEN |
A) TIERRA ANTIGUA (admisión de la geología
histórica secular) B) TIERRA DE EDAD INDETERMINADA Y BIOSFERA
RECIENTE (geología diluvialista) |
EVOLUCIONISMO
TEÍSTA |
FILOSOFÍA ABIERTA DE LA CIENCIA (Admisión de causas sobrenaturales) |
SÍ |
SÍ |
NO |
DISCONTINUIDAD BIOLÓGICA Y
DISEÑO INTELIGENTE |
SÍ |
SÍ |
NO |
LA CAÍDA Y LA MALDICIÓN
EDÉNICA AFECTAN AL MUNDO NATURAL |
SÍ |
NO (en la teoría
de ruina y restauración) SÍ (en la tesis
de una tierra prístina de edad indeterminada y una biosfera
reciente) |
NO |
DILUVIO UNIVERSAL |
SÍ |
NO (en
la tesis concordista de largas eras geológicas) SÍ (en
la tesis de una biosfera reciente) |
NO |
5.3 CONCORDANCIA DE TÉRMINOS CREACIONALES
EN EL N.T.
CITA |
CONTENIDO (en negrita, palabras de Jesucristo) |
STRONG |
|
CREACIÓN |
|
Mr. 10:6 |
Pero
al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios |
2937 |
Mr. 13:19 |
…tribulación cual nunca ha habido
desde el principio de la creación que Dios creó |
2937 |
Rom. 1:20 |
…su eterno poder
y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación… |
2937 |
Rom. 8:19 |
…el anhelo
ardiente de la creación es aguardar la manifestación de
los hijos de Dios |
2937 |
Rom. 8:20 |
Porque la
creación fue sujetada a vanidad… |
2937 |
Rom. 8:21 |
…la
creación misma será libertada de la esclavitud de
corrupción… |
2937 |
Rom. 8:22 |
…toda la
creación gime a una, y a una está con dolores de parto
hasta ahora |
2937 |
Gál. 6:15 |
…en Cristo
Jesús ni la
circuncisión…ni la incircuncisión, sino una nueva
creación |
2937 |
Col. 1:15 |
Él es la
imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación |
2937 |
Col. 1:23 |
…el evangelio…se
predica en toda la creación que está debajo del cielo… |
2937 |
Heb. 9:11 |
…perfecto
tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta
creación |
2937 |
Stg. 3:6 |
…la
lengua…inflama la rueda de la creación… |
1078 |
2 P. 3:4 |
…todas las cosas
permanecen así como desde el principio de la creación |
2937 |
Ap. 3:14 |
…el principio de
la creación de Dios, dice esto… |
2937 |
|
CREADOR |
|
Rom. 1:25 |
…dando culto a
las criaturas antes que al Creador… |
2936 |
1 P. 4:19 |
…encomienden sus
almas al fiel Creador, y hagan el bien |
2939 |
|
CREAR |
|
Mr. 13:19 |
…desde
el principio de la creación que Dios creó… |
2936 |
Rom. 8:39 |
…ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios… |
2937 |
1 Cor. 11:9 |
…y tampoco el
varón fue creado por causa de la mujer… |
2936 |
Ef. 2:10 |
Porque somos
hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras… |
2936 |
Ef. 2:15 |
…para crear en
sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre… |
2936 |
Ef. 3:9 |
…misterio
escondido…en Dios, que creó todas las cosas |
2936 |
Ef. 4:24 |
…vestíos
del nuevo hombre, creado según
Dios en la justicia y santidad de la verdad |
2936 |
Col. 1:16 |
Porque en
él fueron creadas todas las cosas…todo fue creado por medio de
él… |
2936 |
Col. 3:10 |
…conforme a la
imagen del que lo creó se va
renovando hasta el conocimiento pleno |
2936 |
1 Tim. 4:3 |
…y
mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó… |
2936 |
1 Tim. 4:4 |
Porque todo lo
que Dios creó es bueno… |
2938 |
Heb. 4:13 |
Y no hay cosa
creada que no sea manifiesta en su presencia… |
2937 |
Ap. 4:11 |
…porque
Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron
creadas |
2936 |
Ap. 5:13 |
Y a todo lo
creado que está en el cielo, y sobre la tierra… |
2938 |
Ap. 10:6 |
Y juró
por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el
cielo…y la tierra… |
2936 |
|
HACER |
|
Mt. 19:4 |
El
que los hizo…varón y hembra los hizo |
4160 |
Mr. 10:6 |
Pero
al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios |
4160 |
Jn. 1:3 |
Todas las cosas
por él fueron hechas y sin él
nada de lo que ha sido hecho, fue hecho |
1096 |
Jn. 1:10 |
El mundo por
él fue hecho |
1096 |
Jn. 2:9 |
Cuando el
maestresala probó el agua hecha vino… |
1096 |
Jn. 11:45 |
Entonces muchos
de los judíos que…vieron lo que hizo Jesús (Lázaro) creyeron… |
4160 |
Hch. 4:24 |
…tú eres
el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos
hay |
4160 |
Hch. 7:50 |
¿no hizo
mi mano todas estas cosas? |
4160 |
Hch. 14:15 |
…os
convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en… |
4160 |
Hch. 17:26 |
Y de una sangre
ha hecho todo el linaje de los hombres… |
4160 |
Rom. 1:20 |
Porque las cosas
invisibles de él…se hacen claramente
visibles desde la creación… |
4160 |
Rom. 1:20 |
…siendo
entendidas por medio de las cosas hechas… |
4161 |
Rom. 8:29 |
…para que fuesen
hechos conforme a la imagen de su Hijo… |
4160 |
Rom. 9:20 |
¿Dirá
el vaso de barro al que lo formó: por qué me has hecho
así? |
4160 |
1 Cor. 15:45 |
Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente… |
1096 |
2 Cor. 5:5 |
Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios… |
2716 |
Ef. 3:20 |
Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas… |
4160 |
Heb. 1:2 |
…y por quien asimismo hizo el universo… |
4160 |
Heb. 1:7 |
…el que hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llamas de fuego |
4160 |
Heb. 3:4 |
Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios |
2680 |
Heb. 11:3 |
…lo que se ve fue hecho de lo que no se veía |
1096 |
Stg. 3:9 |
…los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios |
1096 |
2 P. 3:5 |
…en el tiempo antiguo fueron hechos por la
palabra de Dios los cielos, y también la tierra… |
|
Ap. 14:7 |
…y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas |
4160 |
Ap. 21:5 |
He aquí, yo hago nuevas todas las cosas |
4160 |
|
EXISTIR |
|
2 P. 3:7 |
Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra… |
3568 |
Ap. 4:11 |
…Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas |
1526 |
Ap. 21:1 |
…el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más |
2076 |
|
FORMAR |
|
Rom. 9:20 |
¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: por qué me has hecho así? |
4111 |
1 Tim. 2:13 |
Porque Adán fue formado primero, después Eva |
4111 |
|
FUNDAR |
|
Heb. 1:10 |
Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos |
2311 |
|
FUNDACIÓN |
|
Mat. 13:35 |
Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo |
2602 |
Mat. 25:34 |
…heredad
el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo |
2602 |
Lc. 11:50 |
…la sangre de los profetas que se ha
derramado desde la fundación del mundo |
2602 |
Ef. 1:4 |
Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo |
2602 |
Heb. 4:3 |
…las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo |
2602 |
1 Ped. 1:20 |
Ya destinado desde antes de la fundación del mundo |
2602 |
Ap. 17:8 |
…cuyos nombres no están escritos desde
la fundación del mundo en el libro de la vida |
2602 |
|
PROCEDER |
|
1 Cor. 8:6 |
…sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas |
|
1 Cor 11:8 |
Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón |
|
1 Cor 11:12 |
Porque así como la mujer procede del varón… |
|
1 Cor 11:12 |
…pero todo procede de Dios |
|
|
CIELOS Y TIERRA |
|
Mat. 5:18 |
…hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una
jota ni una tilde pasará de la ley… |
3772/1093 |
Mat. 5:34-35 |
…ni por el cielo, porque es el trono de Dios,
ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies… |
3772/1093 |
Mat. 6:10 |
Hágase
tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra |
3772/1093 |
Mat. 11:25 |
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque
escondiste estas cosas de los sabios… |
3772/1093 |
Mat. 24:35 |
El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán |
3772/1093 |
Mat. 28:18 |
Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra |
3772/1093 |
Lc. 10:21 |
Yo
te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
escondiste… |
3772/1093 |
Lc. 16:17 |
Pero más fácil es que pasen el
cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley |
3772/1093 |
Lc. 21:33 |
El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán |
3772/1093 |
Hch. 4:24 |
Soberano
Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra,
el mar y todo… |
3772/1093 |
Hch. 7:49 |
El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies |
3772/1093 |
Hch. 14:15 |
…de estas vanidades os convirtáis al
Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo… |
3772/1093 |
Hch. 17:24 |
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay,
siendo Señor del cielo y de la tierra… |
3772/1093 |
1 Cor. 8:5 |
Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra… |
3772/1093 |
1 Cor. 10:26 |
Porque del Señor es la tierra y su plenitud |
1093 |
1 Cor. 10:28 |
Porque del Señor es la tierra y su plenitud |
1093 |
Col. 1:16 |
Porque en él fueron creadas todas las
cosas, las que hay en los cielos y las
que hay en la tierra… |
3772/1093 |
Heb. 1:10 |
Tú, oh Señor, en el principio
fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos… |
3772/1093 |
Heb. 12:26 |
…y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo |
3772/1093 |
Stg. 5:12 |
…hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra… |
3772/1093 |
2 P. 3:5 |
Éstos ignoran voluntariamente que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra… |
3772/1093 |
2 P. 3:7 |
Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados… |
3772/1093 |
2 P. 3:13 |
Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva… |
3772/1093 |
Ap. 10:5 |
…en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo… |
3772/1093 |
Ap. 10:6 |
y juró
por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo
y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las
cosas que están en él… |
3772/1093 |
Ap. 14:7 |
…y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas |
3772/1093 |
Ap. 20:11 |
Y vi un gran trono blanco…de delante del cual huyeron la tierra y el cielo… |
3772/1093 |
Ap. 21:1 |
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más |
3772/1093 |
|
UNIVERSO |
|
Heb. 1:2 |
…el Hijo, a quien constituyó heredero
de todo, y por quien asimismo hizo el universo |
165 |
Heb. 11:3 |
Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios… |
165 |
|
MUNDO |
|
Mat. 13:35 |
Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo |
2889 |
Mat. 24:21 |
…gran tribulación, cual no la ha
habido desde el principio del mundo hasta ahora… |
2889 |
Mat. 25:34 |
…heredad
el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo |
2889 |
Lc. 11:50 |
…la sangre de todos los profetas que se ha
derramado desde la fundación del mundo |
2889 |
Jn. 1:10 |
En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho… |
2889 |
Jn. 17:5 |
…Padre,
glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve
contigo antes que el mundo fuese |
2889 |
Jn. 17:24 |
…porque
me has amado desde antes de la fundación del mundo |
2889 |
Hch. 17:24 |
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay |
2889 |
Rom. 1:20 |
…se hacen claramente visibles desde la creación del mundo |
2889 |
Rom. 5:12 |
Por tanto, como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte… |
2889 |
Ef. 1:4 |
Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo… |
2889 |
Heb. 4:3 |
…las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo |
|
Heb. 9:26 |
…le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo |
2889 |
1 P. 1:20 |
…ya destinados desde antes de la fundación del mundo |
2889 |
2 P. 2:5 |
…y si no perdonó al mundo
antiguo…trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos… |
2889 |
2 P. 3:6 |
Por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua |
2889 |
Ap. 13:8 |
…Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo |
2889 |
Ap. 17:8 |
…cuyos nombres no están escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida |
2889 |
|
COSAS |
|
Mr. 10:27 |
…porque
todas las cosas son posibles para Dios |
3956 |
Hch. 7:50 |
¿no hizo mi mano todas estas cosas? |
|
Hch. 17:24 |
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay |
|
Rom. 1:20 |
Porque las cosas invisibles de él … se hacen claramente visibles … siendo entendidas por medio de las cosas hechas … |
|
Rom. 4:17 |
…el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son como si fuesen |
|
Rom. 9:5 |
…de quienes…según la carne vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas… |
3956 |
Rom. 11:36 |
Porque de él (el Señor), y por él y para él son todas las cosas |
|
1 Cor. 8:6 |
…un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas… |
|
1 Cor. 8:6 |
…y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas… |
|
1 Cor. 15:27 |
Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies |
|
1 Cor. 15:27 |
…claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas |
|
Ef. 1:11 |
…conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad |
|
Ef. 1:22 |
Y sometió todas las cosas bajo sus
pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia |
|
Ef. 3:9 |
…misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas |
|
Col. 1:16 |
Porque en él fueron creadas todas las cosas… |
|
Col. 1:17 |
Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten |
|
1 Tim. 6:13 |
Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas… |
|
Heb. 1:3 |
…quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder |
|
Heb. 2:10 |
…convenía a aquel por cuya causa son
todas las cosas, y por quien todas
las cosas subsisten… |
|
Heb. 3:4 |
Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios |
|
Heb. 4:13 |
Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia… |
2937 |
Heb. 12:27 |
…remoción de las cosas movibles, como
cosas hechas, para que queden las inconmovibles |
|
2 Ped. 3:4 |
…todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación |
|
Ap. 4:11 |
…porque tú creaste todas las cosas… |
|
Ap. 10:6 |
…que creó el cielo y las cosas que
están en él, y la tierra y las cosas…y el mar y las cosas… |
|
Ap. 21:5 |
He
aquí, yo hago nuevas todas las cosas |
|
|
PRINCIPIO |
|
Mat. 19:4 |
¿No
habéis leído que el que los hizo al principio,
varón y hembra los hizo? |
746 |
Mt. 19:8 |
…Moisés
os permitió repudiar a vuestras mujeres, mas al principio no fue así |
746 |
Mt. 24:21 |
…gran
tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo… |
746 |
Mr. 10:6 |
Pero
al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios |
746 |
Mr. 13:19 |
…tribulación, cual nunca ha
habido desde el principio de la creación que Dios
creó… |
746 |
Jn. 1:1 |
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios |
746 |
Jn. 1:2 |
Éste era en el principio con Dios |
746 |
Jn. 8:44 |
Él
ha sido homicida desde el principio… porque no hay verdad en él… |
746 |
Col. 1:18 |
…él, que es el principio, el primogénito de entre los muertos… |
746 |
2 Tes. 2:13 |
…debemos dar siempre gracias a Dios… de
que Dios os haya escogido desde el principio |
746 |
Tito 1:2 |
… esperanza de la vida eterna… la cual Dios…
prometió desde antes del principio de los siglos |
|
Heb. 1:10 |
Y: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra...” |
746 |
Heb. 9:26 |
…le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo… |
2602 |
2 Ped. 3:4 |
…todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación |
746 |
1 Jn. 2:13 |
…porque conocéis al que es desde el principio |
746 |
1 Jn. 3:8 |
…porque el diablo peca desde el principio |
746 |
Ap. 1:8 |
Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor… |
746 |
Ap. 3:14 |
He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios |
746 |
Ap. 13:8 |
…el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo |
2602 |
Ap. 21:6 |
Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin |
746 |
Ap. 22:13 |
Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último |
746 |
|
VIDA |
|
Jn. 1:4 |
En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres |
2222 |
Jn. 5:21 |
…el Padre levanta a los muertos, y les da
vida… también
el Hijo a los que quiere da vida |
2227 |
Jn. 5:26 |
…el
Padre tiene vida en sí mismo… ha dado al Hijo tener vida en
sí mismo |
2222 |
Jn. 6:63 |
El
Espíritu es el que da vida… las palabras que yo os he hablado
son vida |
2222 |
Jn. 11:25 |
Yo
soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque
esté muerto, vivirá |
2222 |
Jn. 14:6 |
Yo
soy el camino, y la verdad, y la vida |
2222 |
Hch. 3:15 |
Y matasteis al Autor de la vida… |
2222 |
Rom. 4:17 |
…Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos… |
|
1 Tim. 6:13 |
…delante de Dios, que da vida a todas las cosas… |
2227 |
Heb. 7:3 |
…que ni tiene principio de días, ni fin de vida (Melquisedec)… |
2222 |
1 Jn. 1:1 |
…y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida |
2222 |
1 Jn. 1:2 |
…porque la vida fue manifestada, y la hemos visto… |
2222 |
Ap. 2:7 |
…le daré a comer del árbol de la vida… |
2222 |
Ap. 22:2 |
En medio de la calle de la ciudad… estaba el árbol de la vida |
2222 |
Ap. 22:14 |
…para tener derecho al árbol de la vida… |
2222 |
|
ÁRBOL DE LA VIDA |
|
Ap. 2:7 |
…le
daré a comer del árbol de la vida… |
3586 |
Ap. 22:2 |
En medio de la calle de la ciudad… estaba el árbol de la vida |
3586 |
Ap. 22:14 |
…para tener derecho al árbol de la vida… |
3586 |
|
CARNE |
|
Mt. 19:5 |
…y
se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne |
4561 |
Mt. 19:6 |
Así
que no son ya más dos, sino una sola carne… |
4561 |
Mr. 10:8 |
Y
los dos serán una sola carne… |
4561 |
1 Cor. 6:16 |
Porque dice: los dos serán una sola carne |
4561 |
1 Cor. 15:39 |
No toda carne es la misma carne sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves |
4561 |
Ef. 5:29 |
Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta… |
4561 |
Ef. 5:31 |
…y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne |
4561 |
|
HOMBRE |
|
Hch. 17:26 |
Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres… |
444 |
Rom. 5:12 |
Por tanto, como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte… |
444 |
Rom. 5:19 |
…por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores |
444 |
1 Cor. 15:21 |
…por cuanto la muerte entró por un hombre… |
444 |
1 Cor. 15:39 |
…una carne es la de los hombres, otra carne es la de las bestias… |
444 |
1 Cor. 15:45 |
…fue hecho el primer hombre Adán alma viviente… |
444 |
1 Cor. 15:47 |
El primer hombre es de la tierra, terrenal… |
444 |
1 Cor. 15:47 |
…el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo |
444 |
Ef. 5:31 |
Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer… |
444 |
Heb. 9:27 |
Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez… |
444 |
|
VARÓN |
|
Mt. 19:4 |
…el
que los hizo al principio, varón y hembra los hizo |
730 |
Mr. 10:6 |
Pero
al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios |
730 |
1 Cor. 11:8 |
Porque el varón no precede de la mujer, sino la mujer del varón |
435 |
1 Cor. 11:9 |
Y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer… |
435 |
1 Cor.
11:11 |
Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón |
435 |
1 Cor.
11:12 |
Porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer |
435 |
|
ADÁN |
|
Lc. 3:38 |
…hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios |
76 |
Rom. 5:14 |
No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés |
76 |
1 Cor.
15:22 |
Porque así como en Adán todos mueren… |
76 |
1 Cor.
15:45 |
…fue hecho el primer hombre Adán alma viviente… el postrer Adán espíritu vivificante |
76 |
1 Tim. 2:13 |
Porque Adán fue formado primero, después Eva |
76 |
1 Tim. 2:14 |
Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada… |
76 |
Jud. 14 |
De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán… |
76 |
|
MUJER |
|
Mar. 10:7 |
Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer… |
1135 |
1 Cor. 11:7 |
…pero la mujer es gloria del varón |
1135 |
1 Cor. 11:8 |
…el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón |
1135 |
1 Cor. 11:9 |
…la mujer (fue creada) por causa del varón |
1135 |
1 Cor. 11:12 |
…la mujer procede del varón … el
varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios |
1135 |
1 Tim. 2:14 |
…la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión |
1135 |
|
EVA |
|
2 Cor. 11:3 |
…como la serpiente con su astucia engañó a Eva… |
2096 |
1 Tim. 2:13 |
Porque Adán fue formado primero, después Eva |
2096 |
|
CAÍN |
|
Heb. 11:4 |
…más excelente sacrificio que Caín |
2535 |
1 Jn. 3:12 |
No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano |
2535 |
Jud. 11 |
…porque han seguido el camino de Caín |
2535 |
|
ABEL |
|
Mt. 23:35 |
…desde la sangre de Abel el justo… |
6 |
Lc. 11:51 |
…desde la sangre de Abel hasta la sangre… |
6 |
Heb. 11:4 |
Por la fe Abel ofreció a Dios… |
6 |
|
ENOC |
|
Lc. 3:37 |
Matusalén, hijo de Enoc… |
1800 |
Heb. 11:5 |
Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado… |
1802 |
Jud. 14 |
…profetizó Enoc, séptimo desde Adán… |
1802 |
|
IMAGEN |
|
Rom. 8:29 |
…para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo… |
1504 |
1 Cor. 11:7 |
Porque el varón… es imagen y gloria de Dios… |
1504 |
1 Cor.
15:49 |
Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial |
1504 |
2 Cor. 3:18 |
Somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen… |
1504 |
2 Cor. 4:4 |
…del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios |
1504 |
Col. 1:15 |
Él es la imagen del Dios invisible |
1504 |
Col. 3:10 |
…revestíos del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó… |
1504 |
|
SEMEJANZA |
|
Rom. 1:23 |
Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en
semejanza de imagen de hombre
corruptible… |
1504 |
Stg. 3:9 |
…y con ella (la lengua) maldecimos a los
hombres, que están hechos a la semejanza de Dios |
3669 |
|
BUENO |
|
Mt. 19:17 |
Ninguno
hay bueno sino uno: Dios |
18 |
1 Tim. 4:4 |
Porque todo lo que Dios creó es bueno… |
2570 |
|
SERPIENTE |
|
Jn. 3:14 |
Y
como Moisés levantó la serpiente en el desierto… |
3789 |
2 Cor.
11:3 |
…como la serpiente con su astucia engañó a Eva… |
3789 |
Ap. 12:9 |
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás… |
3789 |
Ap. 12:14 |
…para que volase de delante de la serpiente al desierto… |
3789 |
Ap. 12:15 |
Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río… |
3789 |
Ap. 20:2 |
Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años |
3789 |
|
DILUVIO |
|
Mt. 24:38 |
Porque
como en los días antes del diluvio… |
2627 |
Mt. 24:39 |
Y no
entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos |
2627 |
Lc. 17:27 |
…y
vino el diluvio y los destruyó a todos |
2627 |
2 P. 2:5 |
…trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos |
2627 |
|
ARCA |
|
Mt. 24:38 |
…hasta
el día en que Noé entró en el arca |
2787 |
Lc. 17:27 |
…hasta
el día en que entró Noé en el arca… |
2787 |
Heb. 11:7 |
…con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo |
2787 |
1 Ped. 3:20 |
…en los días de Noé, mientras
se preparaba el arca, en la cual pocas
personas, es decir, ocho… |
2787 |
|
NOÉ |
|
Mt. 24:37 |
Mas
como en los días de Noé, así será la venida
del Hijo del Hombre… |
3575 |
Mt. 24:38 |
…hasta
el día en que Noé entró en el arca… |
3575 |
Lc. 3:36 |
…hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec… |
3575 |
Lc. 17:26 |
Como
fue en los días de Noé, así también
será en los
días del Hijo del Hombre… |
3575 |
Lc. 17:27 |
…hasta
el día en que entró Noé en el arca y vino el
diluvio… |
3575 |
Heb. 11:7 |
Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían… |
3575 |
1 Ped.
3:20 |
…cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé… |
3575 |
2 Ped. 2:5 |
Y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia… |
3575 |
|
DESIGNIO |
|
Ef. 1:11 |
…propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad |
4286 |
|
VOLUNTAD |
|
Ef. 1:11 |
…propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad |
2307 |
Ap. 4:11 |
…Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas |
2307 |
|
DEBATE CONTEMPORÁNEO CREACIÓN /
EVOLUCIÓN / DISEÑO INTELIGENTE |
|
Mr. 10:6-9 |
6pero al principio de la
creación, varón y hembra los hizo Dios. 7Por
esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá
a su mujer, 8y los dos serán una sola carne;
así que no son ya más dos, sino uno. 9Por
tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. |
|
Jn. 1:3-4 |
3Todas las cosas por él
fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
4En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
|
|
Jn. 1:10 |
10En el mundo estaba, y el mundo
por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. |
|
Hch. 3:15 |
15y matasteis al Autor de la
vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros
somos testigos. |
|
Hch. 4:24 |
24Y ellos, habiéndolo
oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano
Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra,
el mar y todo lo que en ellos hay. |
|
Hch.
14:15 |
15y diciendo: Varones,
¿por qué hacéis esto? Nosotros también
somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas
vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la
tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay. |
|
Hch.
17:24 |
24El Dios que hizo el mundo y
todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y
de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas. |
|
Hch.
17:26 |
26Y de una sangre ha hecho todo
el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la
tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los
límites de su habitación; 27para que busquen a
Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque
ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. |
|
Hch.
17:29 |
29Siendo, pues, linaje de Dios,
no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o
piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. |
|
Rom. 1:20 |
20Porque las cosas invisibles de
él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde
la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas
hechas, de modo que no tienen excusa. |
|
Rom. 1:25 |
25ya que cambiaron la verdad de
Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que
al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. |
|
Rom. 5:12 |
12Por tanto, como el pecado
entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte,
así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron. |
|
Rom. 5:14 |
14No obstante, reinó la
muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron
a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura
del que había de venir. |
|
Rom. 5:19 |
19Porque así como por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores,
así también por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos. |
|
Rm. 8:19-20 |
19Porque el anhelo ardiente de
la creación es el aguardar la manifestación de los hijos
de Dios. 20Porque la creación fue sujetada a vanidad,
no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en
esperanza. |
|
Rom. 8:22 |
22Porque sabemos que toda la
creación gime a una, y a una está con dolores de parto
hasta ahora. |
|
Rom. 9:20 |
20Mas antes, oh hombre,
¿quién eres tú, para que alterques con Dios?
¿Dirá el vaso de barro al que lo formó:
¿Por qué me has hecho así? |
|
Rom. 11:34 |
34Porque ¿quién
entendió la mente del Señor? ¿O quién fue
su consejero? |
|
Rom. 11:36 |
36Porque de él, y por
él, y para él, son todas las cosas. A él sea la
gloria por los siglos. Amén. |
|
1 Cor.
11:3 |
3Pero quiero que sepáis
que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la
cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo. |
|
1 Cr. 11:8-9 |
8Porque el varón no
procede de la mujer, sino la mujer del varón, 9y
tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer
por causa del varón. |
|
1 Cr. 11:12 |
12porque así como la
mujer procede del varón, también el varón nace de
la mujer; pero todo procede de Dios. |
|
1 C.
15:21-22 |
21Porque por cuanto la muerte
entró por un hombre, también por un hombre la
resurrección de los muertos. 22Porque así como
en Adán todos mueren, también en Cristo todos
serán vivificados. |
|
1 Cr. 15:38 |
38pero Dios le da el cuerpo como
él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo. |
|
1 Co. 15:39 |
39No toda carne es la misma
carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las
bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves. |
|
2 Cor.
10:5 |
5derribando argumentos y toda
altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando
cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. |
|
Col. 1:16 |
16Porque en él fueron
creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la
tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y
para él. |
|
1 T. 2:13-14 |
13Porque Adán fue formado
primero, después Eva; 14y Adán no fue
engañado, sino que la mujer, siendo engañada,
incurrió en transgresión. |
|
1 Tim. 4:4 |
4Porque todo lo que Dios
creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con
acción de gracias. |
|
Heb. 1:2 |
2en estos postreros días
nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo,
y por quien asimismo hizo el universo. |
|
Heb. 1:10 |
10Y: Tú, oh Señor,
en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. |
|
Heb. 2:10 |
10Porque convenía a aquel
por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas
subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria,
perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. |
|
Heb. 3:4 |
4Porque toda casa es hecha por
alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios. |
|
Heb. 4:3-4 |
3Pero los que hemos
creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto,
juré en mi ira, no entrarán en mi reposo; aunque las
obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. 4Porque
en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y
reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día. |
|
Heb. 11:3 |
3Por la fe entendemos haber
sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que
se ve fue hecho de lo que no se veía. |
|
Stg. 3:12 |
12Hermanos míos,
¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos?
Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce. |
|
2 Ped. 2:5 |
5y si no perdonó al
mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de
justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo
de los impíos. |
|
2 Ped. 3:3-6 |
3sabiendo primero esto, que en
los postreros días vendrán burladores, andando
según sus propias concupiscencias, 4y diciendo:
¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque
desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas
permanecen así como desde el principio de la creación.
5Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron
hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra,
que proviene del agua y por el agua subsiste, 6por lo cual
el mundo de entonces pereció anegado en agua. |
|
Ap. 1:8 |
8Yo soy el Alfa y la Omega,
principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de
venir, el Todopoderoso. |
|
Ap. 4:11 |
11Señor, digno eres de
recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas
las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. |
|
Ap. 5:13 |
13Y a todo lo creado que
está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en
el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que
está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la
honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. |
|
Ap. 10:5-6 |
5Y el ángel que vi en
pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo,
6y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que
creó el cielo y las cosas que están en él, y la
tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que
están en él, que el tiempo no sería más. |
|
Ap. 14:7 |
7diciendo a gran voz: Temed a
Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad
a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las
aguas. |
|
Ap. 21:1 |
1Vi un cielo nuevo y una tierra
nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya
no existía más. |
|
Ap. 21:5 |
5Y el que estaba sentado en el
trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo:
Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. |
|
5.4 DICCIONARIO
GRIEGO DE STRONG PARA LAS CITAS ANTERIORES |
|||
6 |
ABEL |
Abel |
Abel, hijo de Adán |
18 |
BUENO |
agadsó |
Bueno (en
cualquier sentido, a menudo como sustantivo) |
76 |
ADÁN |
Adám |
Adán, el
primer hombre; representante del hombre |
165 |
UNIVERSO |
aión |
Universo, edad,
era, perpetuidad, período mesiánico, eternidad |
435 |
VARÓN |
anér |
Hombre (como un
varón individual), esposo, marido |
444 |
HOMBRE |
ánthropos |
Hombre, ser
humano, varón, semblante, con cara humana |
730 |
VARÓN |
arjen |
Varón,
hijo, hombre |
746 |
PRINCIPIO |
arjé |
Principio,
principado, dignidad, dominio, poder, majestad |
1078 |
CREACIÓN |
génesis |
Creación,
genealogía |
1093 |
TIERRA |
ge |
Tierra,
terrenal, terrestre, territorio, suelo |
1096 |
HACER |
ginomai |
Hacer,
intervenir, acontecer, alcanzar, constituir, producir |
1135 |
MUJER |
guné |
Mujer, esposa |
1800 |
ENOC |
Enós |
Enoc, Enós |
1802 |
ENOC |
Enoc |
Enoc |
1504 |
IMAGEN |
eikón |
Imagen, estatua,
perfil |
1504 |
SEMEJANZA |
eikón |
Semejanza,
parecido |
1526 |
EXISTIR |
eisí |
Existir, hacer,
llegar a ser |
2076 |
EXISTIR |
estí |
Es (él o
ella), son, existir, consistir, tener |
2096 |
EVA |
Eua |
Eva, primera
mujer |
2222 |
VIDA |
zoé |
Vida, vivir |
2307 |
VOLUNTAD |
thélhma |
Voluntad,
determinación, elección, propósito, decreto |
2311 |
FUNDAR |
themelióo |
Fundar,
cimentar, colocar una base |
2535 |
CAÍN |
Káin |
Caín |
2570 |
BUENO |
kalós |
Bueno, hermoso,
valioso, virtuoso, honroso |
2602 |
FUNDACIÓN |
katabolé |
Fundación |
2602 |
PRINCIPIO |
katabolé |
Principio |
2627 |
DILUVIO |
kataklysmos |
Diluvio,
inundación, cataclismo |
2680 |
HACER |
kataskeuazó |
Hacer, disponer,
preparar, construir, equipar |
2787 |
ARCA |
kibotós |
Arca (de la
alianza o de Noé) |
2889 |
MUNDO |
kósmos |
Mundo, cosmos,
atavío, arreglo ordenado, decoración |
2936 |
CREADOR |
ktízo |
Creador |
2936 |
CREAR |
ktízo |
Crear, hacer,
fabricar, fundar |
2937 |
CREACIÓN |
ktísis |
Creación |
2937 |
CREAR |
ktísis |
Crear |
2937 |
COSAS |
ktísis |
Cosa creada,
criatura |
2938 |
CREAR |
ktísma |
Crear, criatura,
ser viviente |
2939 |
CREADOR |
ktistés |
Creador, Dios
(como autor de todas las cosas) |
3568 |
EXISTIR |
nun |
Existir, ahora,
presente |
3575 |
NOÉ |
Noé |
Noé |
3586 |
ÁRBOL DE LA VIDA |
xúlon |
Árbol,
madera |
3669 |
SEMEJANZA |
ohmoíosis |
Semejanza,
asimilación, parecido |
3772 |
CIELOS |
ouranós |
Cielo, cielos,
celestial, eternidad |
3789 |
SERPIENTE |
ofis |
Serpiente (fig.
tipo de seducción ladina), Satanás, persona
artera |
3956 |
COSAS |
pas |
Todas las cosas,
cosa, clase, todo, siglo |
4111 |
FORMAR |
plásso |
Formar, moldear,
modelar, fabricar |
4160 |
HACER |
poiéo |
Hacer, producir,
procurar, practicar, causar, cometer, ejecutar |
4161 |
HACER |
poíema |
Hacer, hechura |
4286 |
DESIGNIO |
pródsesis |
Designio,
propósito, desear |
4561 |
CARNE |
sárx |
Carne, cuerpo,
naturaleza humana |
5.5
EL LOGOS REVELADO |
|||
Ho logos (la palabra) |
Al margen del sentido personal
(el Verbo) señalado por Juan, el sentido habitual
de esta expresión es el de mensaje cristiano.
En este sentido, tiene también una enorme riqueza. Marcos dice que Jesús predicaba la
palabra a las multitudes (Mr. 2:2). En la parábola del sembrador, la
semilla era la palabra (Mr. 4:14). La tarea de Pablo y sus compañeros era
predicar la palabra (Hch. 14:25). El mensaje cristiano es esencialmente hablado y transmitido de persona a persona.
Se recibe más a menudo a través de la personalidad viva
que de las palabras impresas. |
||
Otras expresiones |
La palabra de Dios |
Lc. 5:1; 11:28; Jn. 10:35; Hch.
4:31; 6:7; 13:44; 1 Cor. 14:36; Heb. 13:7 |
|
La palabra del Señor |
1 Tes. 4:15; 2 Tes. 3:1 |
||
La palabra de Cristo |
Col. 3:16 |
||
Todas estas expresiones
anteriores tienen el sentido pleno del genitivo griego.
La palabra es algo que viene de Dios, y es algo que dice de Dios (el
hombre no podría haberlo descubierto por sí mismo) : |
|||
Genitivo griego: |
Subjetivo |
La palabra que Dios dio, la
palabra que el Seór dio, la palabra que Cristo dio |
|
Objetivo |
La palabra que dice de Dios, la
palabra que dice del Señor, la palabra que dice de Cristo |
||
OFICIOS
DEL LOGOS |
|||
La palabra juzga |
Jn. 12:48. Conocer la verdad
no es sólo un privilegio; es también una responsabilidad. |
||
La palabra purifica |
Jn. 5:3; 1 Tim. 4:5. Denuncia
el mal y muestra el camino del bien, alentando nuevas virtudes. |
||
Nos lleva a creer |
Hch. 4:4. Nos da la
oportunidad de creer; debemos transmitirla para que otros crean. |
||
Es el agente del nuevo nacimiento |
1 P. 1:23. «Sea un hombre lo que sea,
no es lo que debe ser (según Dios)» G.K. Chesterton. El hombre tiene que ser cambiado
radicalmente, y la palabra es el agente de esta recreación. |
||
NUESTRA
ACTITUD CON EL LOGOS |
|||
Debe ser oído |
Mt. 13:20; Hch. 13:7; 44. El
creyente tiene el deber de escuchar. No podrá conocer si no
escucha. |
||
Debe ser recibido |
Lc. 8:13; Stg. 1:21; Hch. 8:14;
11:1; 17:11. El mensaje tiene que
incorporarse en el corazón y la mente. |
||
Tiene que afianzarse |
Lc. 8:13. Tiene que ser
deliberadamente retenido y meditado para que nunca se pierda. |
||
Nuestra razón de ser |
Jn. 8:31. Debe ocupar el centro de nuestros
pensamientos e ideas, guiando nuestras actividades. |
||
Debe ser cumplido |
Jn. 8:51; 14:23; 1 Jn. 2:5; Ap. 3:8. Demanda
obediencia, debiendo dirigir nuestra vida. |
||
Debe ser testificado |
Hch. 8:25; Ap. 1:2. Se debe demostrar viviéndolo, mostrando
en nuestra conducta que es verdadero. |
||
Debe ser servido |
Hch. 6:4. El logos impone deberes. Debemos anhelar
llevarlo a otros, consumiendo nuestra vida por él. |
||
Debe ser anunciado |
2 Tim. 4:2
(heraldo que está proclamando algo); Hch. 15:36,
17:13 (declaración oficial y autoritativa). |
||
Requiere denuedo |
Hch. 4:29; Flp. 1:14. Debe haber una calidad
inflexible en nuestra proclamación del logos. |
||
Debe ser enseñado |
Hch. 18:11. La enseñanza constituye
una parte esencial del mensaje cristiano. |
||
Debe ponerse en práctica |
Stg. 1:22. El mensaje cristiano debe vivirse
cotidianamente. |
||
Puede causarnos sufrimiento |
1 Tes. 1:6; Ap. 1:9. No es probable que tengamos que morir por
nuestra fe, pero sí debemos vivir por ella, aunque nos traiga persecución. Muchas
veces deberemos elegir entre lo fácil y lo recto. |
||
PELIGROS QUE AFECTAN AL
LOGOS |
|||
Dejar de creer en él |
1 P. 2:8.
Creemos que es
demasiado bueno para creerlo, o no estemos dispuestos a cambiar nuestra
vida. |
||
Arrebatado o ahogado |
Mt. 13:22; Mr. 4:15. Las tentaciones, los
placeres, los afanes o pasiones pueden ahogarlo. |
||
Falsificado o adulterado |
2 Cor. 2:17; 4:2. Si rehusamos someter
nuestros conceptos a la palabra, podemos
distorsionarla. |
||
Ser invalidado |
Mr. 7:13. Podemos distorsionarlo,
oscureciéndolo con interpretaciones o reservas humanas. |
||
LAS RIQUEZAS DEL LOGOS
(Col. 2:3) |
|||
Palabra de buenas nuevas |
Hch. 15:7. Trae tales noticias de Dios y de
su amor que hacer cantar de gozo al corazón. |
||
Palabra de verdad |
Jn. 17:7; Ef. 1:13; Stg. 1:8. La vida es una
búsqueda profunda de verdad; infunde seguridad. |
||
Palabra de vida |
Flp. 2:16. Capacita al hombre para comenzar a
vivir, ofreciendo Vida (con mayúscula). |
||
Palabra de justicia |
Heb. 5:13. Muestra la bondad y la
misericordia, da normas rectas de
vida y capacita para vivirlas. |
||
Palabra de reconciliación |
2 Cor. 5:19. La gracia de Dios nos reconcilia
con Él y hace posible la
más grande de las amistades. |
||
Palabra de salvación |
Hch. 13:26. Rescata al hombre del mal y lo
libra del justo castigo de Dios por su rebeldía. |
||
Palabra de la cruz |
1 Cor. 1:18. Muestra la historia de uno que
murió por los hombres. No hay nada que Dios no pueda sufrir por
amor al hombre. El corazón del logos cristiano es la cruz. |
5.6 UNA
CARTA A SUSANA
La carta de estos autores creacionistas a una alumna, es un modelo de objetividad y honradez, sin incurrir en fanatismos radicales ni imposiciones dogmáticas. Es el consejo de unas personas sabias que tratan de ayudar y hacer el bien a otros, sin menoscabo de la verdad ni del compromiso que tenemos con nuestro Señor. Vale la pena reflexionar en sus planteamientos.
«Querida Susana:
Te enfrentas a algunas decisiones difíciles. Tómate tu tiempo. No tomes partido demasiado rápido. Tómate el tiempo de leer los libros principales a favor de cada posición. Date cuenta que cada grupo tiene sus puntos fuertes y sus debilidades. Sopesa qué argumentos son más persuasivos para ti.
Desde el principio, evita dos tentaciones. (¡Nuestras advertencias vienen de la experiencia personal!) Primero, evita la trampa de «lo seguro». No selecciones un punto de vista porque este haría que tus padres y tú os sintierais felices. También evita instalarte en un conjunto de ideas «que me ayudarían a graduarme en tus estudios». ¿Cuál es la ganancia de obtener un diploma si tienes que desactivar tu cerebro para lograrlo?
No asumas que una posición es correcta solo porque la mayoría de los que se dedican a la ciencia creen en ella. Recuerda que las capacidades para el pensamiento crítico y el análisis lógico no son propiedad de ninguna disciplina. Los argumentos de cada disciplina tienen que someterse a estas reglas. Cuando Richard Dawkins formula un mal argumento utilizando ejemplos científicos, éste es aún un mal argumento pese a su capacidad científica.
Uno de los autores de este ensayo (John Mark Reynolds) entró a la universidad como un evolucionista teísta. A él no lo criaron para que viera ninguna tensión particular entre religión y ciencia. Cuando sus cómodos puntos de vista cayeron bajo el fuego cruzado tanto de sus amigos cristianos como seculares, él descubrió que la evolución teísta a menudo consiste en agobiantes adjetivos y una jerga teológica que no iban a ningún sitio en particular. ¿Qué significa para Dios sostener el universo? ¿Cuán plausible es la evolución como un mecanismo creativo para Dios? ¿Por qué debemos ver «capacidades creativas» en la materia, en lugar de «simples capacidades»? Para su consternación, John Mark descubrió que en la evolución teísta, el teísmo no hacía mucho trabajo metafísico o físico fuera de la cabeza del creyente.
Los evolucionistas teístas pretenden a menudo que sus ideas no son nuevas. Ve y lee a los Padres de la Iglesia tú misma. Lee a Agustín y a Basilio. Lee a Juan Crisóstomo y los Padres Orientales. Ve lo que tiene que decir cada uno sobre el Diluvio y la Creación. Pregúntate si la evolución teísta se ajusta a la gran tradición de la fe cristiana. No es así. Sería una vergüenza abandonar esta tradición sin ni siquiera conocerla o sin una gran razón.
Sin embargo, más importante es que pienses si la evolución tuvo lugar en realidad. Seguro, pudo tener lugar. Dios pudo hacer cualquier cosa. Ese no es el punto. ¿Cuál es el status de la evidencia? Creemos que una lectura equitativa de la evidencia, una que no se ponga anteojeras filosóficas ni religiosas, te dará un buen motivo para dudar de la verdad del darwinismo.
No obstante, eso no es suficiente. Verás enseguida que no tienes que ser una darwinista para ser racional. ¿Qué serás tú? Tómate tu tiempo con eso también. Justo como el darwinismo fue una poderosa modificación de algunas ideas muy antiguas (que se remontan tan temprano como al siglo V aJC), así se desarrollan los nuevos argumentos del diseño. No son como los de Platón ni William Paley. Estos evitan los viejos errores mientras mantienen la fuerza de la noción del diseño inteligente.
Creemos que el movimiento del diseño inteligente está en el filo de lo que ocurre en la religión y la ciencia. Siéntete libre de aplazar la cuestión de la edad de la tierra y del diluvio por ahora. Los creacionistas de la Tierra joven y la vieja concuerdan en mucho más de lo que discrepan. Evita a las personas de ambos campos que prodigan insultos. Sé receptiva a la idea de que cuando se aplaque la polvareda de la caída del darwinismo, los creacionistas de la Tierra joven puede que tengan algún atractivo para ti. Mantén una mente abierta.
Sócrates animaba siempre a los jóvenes que lo rodeaban a involucrarse en la vida de la mente. «¡Usted pregunte!», diría a sus discípulos. Adopta eso como tu lema. No dejes que un estamento científico o religioso te marque con una ortodoxia irreflexiva. Sé escéptica como es debido.
Nosotros dos hemos encontrado que cuando uno está dispuesto a asumir riesgos intelectuales la recompensa es muy grande. Ser parte del movimiento del diseño inteligente así como ser receptivo a posibilidades aún más radicales es liberador. Como Platón, creemos que esa búsqueda de la verdad termina en una visión del bien, lo auténtico y lo bello. Los sofistas del estamento académico tronarán contra ti. Un destello de la verdad vale la pena. ¿Por qué? Porque la verdad no sólo es una buena idea: la verdad es un Hombre. Y cuando lo conocemos y permanecemos en su Palabra, entonces sabremos la verdad y Él nos hará libres» («Tres puntos de vista sobre la creación y la evolución», pág. 74-75).
5.7 EL LOGOS CREADOR.
En el principio dijo la Palabra
que acudiese la luz a Su presencia.
Y así fue, desplegando su excelencia
obediente a esa voz que crea y labra.
La Palabra pasó sobre los mares
separando en sus aguas tumultuosas
caminos de corales y de rosas
que adoran al Creador en sus altares.
La Palabra mandó y fueron hechos
ejércitos angélicos, vivientes
criaturas terrenales, diligentes
enjambres y rebaños satisfechos.
El hombre abrió su boca pronunciando
mil poemas que dan nombre a las criaturas,
salmos de adoración a las alturas
y cánticos con voz de amor y mando.
Te adoran los ejércitos del alba,
tu gloria muestran aves y reptiles,
las selvas y los ríos, los rediles
y el hombre que pecó y tu mano salva.
Francesc Closa i Basa - Ourense, 6 de agosto de 2003
EXTRACTOS
DE LA DECLARACIÓN DE JOHN MACARTHUR
SOBRE LA RELACIÓN ETERNA DEL VERBO DE DIOS COMO EL HIJO ETERNO
DEL PADRE
«Quiero
afirmar
públicamente que
he abandonado la doctrina de la “filiación encarnacional”. Un
estudio
escrupuloso
y la reflexión me han llevado a comprender que la Escritura
presenta
ciertamente
la relación entre Dios Padre y Cristo el Hijo como una
relación Padre –
Hijo
eterna. No considero ya la filiación de Cristo como un rol que
asumió
en la
encarnación.
*
* * *
»1. Estoy
convencido ahora de que el título “Hijo
de Dios”, al aplicarse a Cristo en la Escritura, habla siempre de Su
deidad
esencial y de su absoluta igualdad con Dios, no de Su voluntaria
subordinación.
Los líderes judíos de la época de Jesús lo
comprendieron así
perfectamente.
Juan 5:18 dice que buscaron la pena de muerte contra Jesús,
acusándolo
de
blasfemia, «porque
no sólo había quebrantado el sábado, sino que
decía que Dios era su
Padre,
haciéndose igual a Dios».
»En aquella cultura, un hijo
adulto de un dignatario era considerado igual en posición y
privilegio
con su padre.
La misma honra que pertenecía a un rey se le manifestaba hacia
su hijo
adulto.
El hijo era, después de todo, de la misma esencia que su padre,
heredero de
todos los derechos y privilegios que el padre –y por tanto igual en
todo
aquello que era significativo. Así, cuando Jesús es
llamado “Hijo de
Dios”,
todo el mundo lo entendía categóricamente como un
título de la deidad,
haciéndolo
igual a Dios y (más significativamente) de la misma esencia que
el
Padre. Es
por eso mismo, precisamente, que los líderes judíos
consideraron el
título de
“Hijo de Dios” como una gran blasfemia.
»Si la condición de Hijo por
parte de Jesús significa Su deidad y absoluta igualdad con el
Padre, no
puede
por ello ser un título que pertenezca sólo a Su
encarnación. De hecho,
el
sentido principal de aquello que se expresa por “condición de
hijo” (y
ciertamente esto incluiría la esencia divina de Jesús) ha
de pertenecer
a los
atributos eternos de Cristo, no meramente a la humanidad que Él
asumió.
»2. Mi convicción ahora es que
el
engendramiento de que se habla en el Salmo 2 y en Hebreos 1 no es un
acontecimiento
que tiene lugar en el tiempo. Aunque a primera vista la Escritura
parece
utilizar una terminología con sobretonos temporales (“Hoy Yo te
he
engendrado”), el contexto del Salmo 2:7 parece ser una referencia clara
al
decreto eterno de Dios. Es razonable concluir que el engendramiento al
que se
hace referencia aquí es algo que pertenece a la eternidad y no a
un
punto en el
tiempo. Así pues, el lenguaje temporal ha de ser entendido como
figurativo, no
literal.
»La
mayoría de
teólogos reconoce
esto, y al tratar acerca de la filiación de Cristo, utilizan el
término
“generación
eterna”. No me gusta esta expresión. En palabras de Spurgeon, es
“un
término
que no nos comunica ningún gran significado; sencillamente cubre
nuestra
ignorancia”. No obstante lo cual, el concepto mismo es bíblico.
La
Escritura se
refiere a Cristo como «el unigénito del Padre» (Jn.
1:14, 18; 3:16, 18;
Heb.
11:17). El término griego traducido “unigénito” es monogenes.
Lo que se quiere transmitir con esto es la absoluta
singularidad de Cristo. Literalmente se puede traducir como “de una
clase” –y
también significa claramente que Él es de la misma
esencia que el
Padre. Esto,
creo, es la esencia misma de lo que se quiere decir con la
expresión
«unigénito».
»Decir que
Cristo es
“engendrado”
es en sí un concepto difícil. Dentro del ámbito de
los seres creados,
el término
“engendrado” connota el origen de los descendientes de uno mismo. El
engendramiento
de un hijo denota su concepción –el momento en que llega a la
existencia. Así,
algunos suponen que “unigénito” se refiere a la
concepción del Jesús
humano en
el seno de la virgen María. Pero Mateo 1:20 atribuye la
concepción de
Cristo
encarnado al Espíritu Santo, no a Dios Padre. El
“engendramiento” a que
se hace
referencia en el Salmo 2 y en Juan 1:14 parece ser, claramente, algo
más que la
concepción de la humanidad de Cristo en el seno de María.
»Y
ciertamente, hay otra significación, más vital
aún, de la idea de
“engendrar”
que meramente el origen de la propia descendencia. En el designio de
Dios, cada
criatura engendra descendencia “según su naturaleza”
(Gén. 1:11-12;
21-25). La
descendencia es portadora de la semejanza exacta del progenitor. El
hecho de
que un hijo sea engendrado por su padre garantiza que el hijo participa
de la
misma esencia que el padre.
»Creo
que éste es el sentido que la Escritura desea comunicar cuando
habla
del
engendramiento de Cristo por el Padre. Cristo no es un ser creado (Jn.
1:1-3).
No ha tenido ningún principio, sino que es atemporal como el
mismo
Dios. Por
tanto, el engendramiento que se menciona en el Salmo 2 y sus pasajes
paralelos
no tiene nada que ver con su origen.
»Pero
tiene todo que ver con el hecho de que es de la misma esencia que el
Padre.
Expresiones como “generación eterna”, “Hijo unigénito” y
otras que
pertenecen a
la condición filial de Cristo se han de comprender todas en este
sentido: la
Escritura las utiliza para resaltar la absoluta unidad de esencia entre
Padre e
Hijo. En otras palabras, estas expresiones no tienen la
intención de
evocar la
idea de procreación; tienen la intención de comunicar la
verdad sobre
la unidad
esencial de que participan los Miembros de la Trinidad. …
[Para el texto
íntegro en inglés de la declaración de John
MacArthur, hacer CLIC AQUÍ]
6.
BIBLIOGRAFÍA
El
Evangelio según Juan. Volumen 1. León Morris. Editorial
CLIE, 2005.
El
Evangelio según Juan. Guillermo Hendriksen. Subcomisión
Literatura
Cristiana de la Iglesia Cristiana Reformada. Grand Rapids, Michigan,
1981.
Imágenes
verbales en el Nuevo Testamento. Archibald Thomas Robertson.
Volumen 5. El Evangelio según San Juan. CLIE, 1990.
Comentario
al Nuevo Testamento. William MacDonald, CLIE, 1995.
Palabras
griegas del Nuevo Testamento. William Barclay. Casa Bautista
de Publicaciones, 1977.
Compendio
del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich. Libros Desafío, 2003.
Biblia
de Bosquejos y Sermones. Tomo 5. Juan. Editorial Portavoz,
2001.
Diccionario
Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento. W.E. Vine.
CLIE, 1984.
Nueva
Concordancia Strong Exhaustiva. Editorial Caribe, 2002.
Nuevo
Testamento Interlineal Griego-Español. Francisco Lacueva. CLIE,
1984.
El
fin del cristianismo. William Dembski. B&H Publishing Group, Nashville, Tennesee,
2009.
Diseño
Inteligente. William Dembski. Editorial Vida, 2005.
La
imagen del Dios invisible. Comentario Expositivo del Nuevo
Testamento. Volumen 136. David F. Burt. Publicaciones Andamio, 2004.
Comentario
Mac Arthur del N.T. Colosenses y Filemón. Editorial
Portavoz, 2003.
Comentario
Mac Arthur del N.T. Gálatas. Editorial Portavoz, 2003.
Verdad
en guerra. John Mac Arthur. Grupo Nelson, 2007.
Teología
Sistemática. Wayne Grudem. Editorial Vida, 2007.
Teología
Sistemática. Millard Erickson. CLIE, 2008.
Tres
puntos de vista sobre la creación y la evolución. J.P. Moreland y John Reynolds.
Editorial Vida, 2009.
El Maestro de
la vida. Dr. Augusto Cury. Grupo Nelson, 2009.
Meditaciones
sobre los milagros de Jesús. Roberto Estévez. Ed. Mundo
Hispano, 2006.
Las hijas del
canto. S. Stuart Park. Ediciones Camino Viejo, Valladolid, 2009.
Darwin no
mató a Dios. Antonio Cruz. Editorial Vida, 2004.
La ciencia,
¿encuentra a Dios? Antonio Cruz. CLIE. Colección
Pensamiento Cristiano, 2004.
El Dios
Creador. Antonio Cruz. Editorial Vida, 2005.
Piense
conforme a la Biblia. John Mac Arthur y Richard Mayhue. Ed. Portavoz,
2004.
Auxiliar
Bíblico Portavoz. Harold L. Willmington. Editorial Portavoz,
2005.
Apocalipsis.
Comentario Mac Arthur del N.T. Editorial Portavoz, 2005.
Apocalipsis.
Evis L. Carballosa. Editorial Portavoz, 1997.
«Al libro no
conocido». Son muchos los libros que por méritos propios
deberían figurar en
esta bibliografía, que han contribuido poderosamente a difundir
las maravillas
insondables del Creador, de los que he recibido maravillosas
enseñanzas y soy
deudor.
Quiero
expresar también, de una forma más personal, mi profunda
gratitud a entrañables
siervos de Dios, como David F. Burt, John Mac Arthur, León
Morris o Evis L.
Carballosa, entre otros, por sus inestimables aportaciones al
conocimiento
profundo y sabio de la Palabra de Dios, de la que son verdaderos
maestros,
tanto en su persona como en su fiel y positiva enseñanza.
Deseo
hacer mención expresa del firme apoyo de SEDIN (Servicio
Evangélico de Documentación
e Información) al desarrollo de este proyecto de
investigación y estudio
bíblico, agradeciendo su colaboración en el mismo y su
inestimable aportación
de reseñas científicas y comentarios creacionistas de
gran valor apologético.
Agradezco
el valioso apoyo de mi hijo Pau para la resolución de mis
ocasionales
conflictos con el ordenador (reconozco que yo nací en la
época de la máquina de
escribir, y cuando todavía se leían libros impresos en
papel). Agradezco
también el aliento inquebrantable de mi amada esposa y
compañera, que siempre
ha alentado mis proyectos literarios y ha soportado con gran paciencia
innumerables horas de retrasarme en la hora de cenar. Su amor ha sido
el
estímulo decisivo para culminar esta investigación que
durante tres décadas
había soñado emprender algún día, con la
que deseo postrarme en actitud reverente
a los pies de mi Creador y Señor.
* Francesc Cosa i Basa es escritor y obrero cristiano en la ciudad de Barcelona, y se ha dedicado a la enseñanza en el seno de la iglesia durante décadas. Profesionalmente, entre otros logros académicos es licenciado en ciencias económicas.
SEDIN
Servicio Evangélico - Documentación -
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Apartado 2002
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ESPAÑA
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