«En la ley está
escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este
pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor.
Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes,
sino a los incrédulos» (1 Co 14:21, 22).
«Y fueron todos llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que hablasen...... Y estaban
atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son
galileos todos estos que hablan? .... les oímos hablar en
nuestras lenguas las maravillas de Dios» (Hch
2:4-11).
El don de lenguas
Es de gran importancia al hablar de esta cuestión que nos
demos cuenta de dos cosas. ¿Cuál era el propósito
del don de lenguas? ¿Se trataba de lenguas habladas en el mundo,
o simplemente de un hablar extático? Ahora bien, las
Escrituras anteriormente citadas dan una respuesta bien clara a estas
preguntas.
- En primer lugar, fueron dadas como señal a los
incrédulos, no a los creyentes.
- En segundo lugar, se trataba de lenguas comprendidas por
aquellos que las hablaban.
Si tenemos estos dos puntos en mente, entonces quedarán
claras todas las Escrituras que tienen que ver con esta
cuestión. En cuanto a si existen aún hoy día, si
es así, debemos esperar que sean las mismas que las
mencionadas en la Escritura. Dios las dio como señales para
confirmar la Palabra a los incrédulos, esto es, antes que
fuera escrito el Nuevo Testamento (Mr 16:20; He 2:3, 4). Pero es
doloroso que vemos dos motivos para alarmarnos en el actual
movimiento de lenguas.
En primer lugar, no se emplean para proclamar las
maravillas de Dios a los incrédulos en su propio lenguaje.
En segundo lugar, muy frecuentemente van asociadas con algunos
errores muy graves en cuanto a la Persona y a la obra de Cristo,
así como con otras prácticas no escriturarias.
Tales cosas nos debieran llevar a ponernos en guardia antes de
involucrarnos en tales movimientos, porque se nos advierte: «Examinadlo todo; retened lo bueno» (1 Ts 5:21). La
manera en que lo examinamos todo es por la Palabra de Dios. Es algo
muy serio buscar un poder que no es conforme a la Palabra de Dios.
Consideremos los tres pasajes en Hechos que se refieren a las
lenguas. En Hechos 2, en el día de Pentecostés, el
Espíritu Santo descendió, conforme a la promesa de Hch
1:4, 5 (véase también Jn 7:39; 16:7). Hasta aquel
entonces Dios había estado tratando con una nación
determinada, y el Señor Jesús, mientras estaba en la
tierra, dijo: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la
casa de Israel» (Mt 15:24). También les dijo a Sus
discípulos: «Por camino de gentiles no vayáis, y
en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las
ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10:5, 6). Pero
ahora, en el día de Pentecostés, iba a comenzar una
cosa nueva. El Señor Jesús había dicho: «Edificaré mi iglesia» (Mt 16:18), y esta
iglesia iba a estar constituida por judíos y gentiles (1 Co
12:13). La pared intermedia de separación entre judíos
y gentiles iba a ser derribada (Ef 2:14) y ¿qué
señal se podía dar más idónea para ello
que mediante el don de lenguas? El mensaje de las maravillosas obras
de Dios, sin una instrucción previa por parte de los que lo
proclamaban, es pronunciado en muchos lenguajes diferentes. Dios
estaba mostrando que Él estaba rebasando los límites de
Israel, porque estaba a punto de derribar la pared intermedia de
separación que dividía entre ellos.
La siguiente vez que leemos del don de lenguas es en Hch 10:46.
Aquí es en compañía de gentiles en la casa de
Cornelio, porque de nuevo digo que vemos a Dios introduciendo esta
novedad mediante la introducción de los gentiles para
constituir sobre la tierra la Iglesia de Dios. Ellos recibieron el
Evangelio proclamado por Pedro, y cuando el Espíritu Santo
cayó sobre ellos hablaron con lenguas y fueron añadidos
a la iglesia. Al relatar lo que había tenido lugar en Hch
11:4-18, Pedro dijo: «Cayó el Espíritu Santo
sobre ellos también, como sobre nosotros al principio».
Esto deja muy claro que ellos también hablaron en lenguas
inteligibles (lenguas habladas en el mundo), porque ésta era
la manera en que las lenguas habían sido dadas al
principio. Otra vez podemos ver que esto estaba en armonía
con los caminos de Dios, para mostrar que estaba alcanzando
más allá de Israel a los gentiles. Los que estaban en
la asamblea en Jerusalén fueron conducidos a confirmar esto,
porque dijeron: «¡De manera que también a los
gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!» (Hch 11:18).
La tercera vez que leemos del don de lenguas es en Hch 19:6,
cuando Pablo fue a Éfeso. Aquí tenemos un grupo de
discípulos que nunca han oído el evangelio de la gracia
de Dios. Habían aceptado el mensaje de Juan el Bautista que
hablaba de la venida del Mesías, y habían sido
bautizados por él en arrepentimiento. Ahora oyen del
Señor Jesús que ha muerto y resucitado, y que ha venido
el Espíritu Santo. Juan había dicho que el Señor
Jesús bautizaría con Espíritu Santo (Mt 3:11), y
esto ya había tenido lugar en el día de
Pentecostés, como lo había anunciado el mismo
Señor Jesús en Hch 1:5. Ahora ya no era necesario
esperar ya más para el bautismo del Espíritu Santo,
porque había venido, y así cuando Pablo puso sus manos
sobre ellos, recibieron el Espíritu Santo. También
dieron testimonio de ello, al hablar en lenguas, que el cristianismo
no era como el mensaje de Juan a la nación de Israel, porque
el mensaje del evangelio en el cristianismo alcanza al gentil. La
epístola de Pablo a los efesios no menciona el don de lenguas,
pero expone claramente cómo ha sido derribada la pared
intermedia de separación entre judíos y gentiles, que
vienen a constituir un cuerpo en Cristo (Ef 2:14-16; 3:6).
La única de todas las epístolas que habla del don de
lenguas es 1 Corintios. En ella se nos dice que los corintios no les
faltaba nada en ningún don, y que sin embargo eran cristianos
carnales (1 Co 1:7; 3:1). Ahora bien, «irrevocables son los
dones y el llamamiento de Dios» (Ro 11:29), y Dios no retira
Su don de una persona a quien se lo haya dado, aunque aquella persona
pueda no emplearlo conforme a Su mente según ha sido revelada
en Su Palabra. Es factible emplear un don de Dios de una manera
errónea, o para exhibición y enaltecimiento propio.
Además, es importante señalar que no todos los
creyentes en Corinto tenían el don de lenguas (1 Co 12:30),
sino que algunos que lo habían recibido lo estaban empleando
no con amor a otros ni para provecho, y es por esta razón que
Pablo los exhorta a no actuar como niños a los que les gusta
la jactancia (1 Co 13:11; 14:20). Cuando habla de lenguas de hombres
y de ángeles lo hace en el mismo sentido en que habla de
ángeles predicando otro evangelio (Gá 1:8), porque
podemos estar seguros de que los ángeles pueden hablar en
cualquier lengua terrena, y los ángeles elegidos son
espíritus servidores que se cuidan de todos los hijos de Dios,
sea cual fuere su nacionalidad (He 1:13, 14).
No hay aquí ninguna idea de un pretendido «lenguaje
celestial», porque ¿cómo podría ser un
lenguaje desconocido por ninguna gente o nación de la tierra
ser un testimonio a los incrédulos? Y sin embargo la Escritura
nos muestra, como ya hemos observado, que las lenguas habían
sido dadas como señal a los incrédulos. Las lenguas no
serán necesarias «cuando venga lo perfecto» 91
Co 13:8-10), por lo que cesarán en la gloria venidera.
Observemos aquí que no dice «el don de lenguas»,
sino simplemente que cesarán las «lenguas». En
el cielo no se precisará de la profecía, y el
conocimiento no será ya más parcial, y por cuanto
seremos de una sola mente y hablaremos el mismo lenguaje, entonces
cesarán las lenguas. Las varias lenguas comenzaron en la torre
de Babel cuando el hombre, en su soberbia, trató de edificar
una estructura de ladrillos cuya cúspide llegara al cielo.
Ahora Dios está edificando una casa espiritual, de la que
forman parte todos los creyentes con piedras vivas, sin diferencias
de nacionalidad ni de lenguaje. De nuevo vemos la sabiduría de
Dios al introducir esta cosa nueva mediante el don de lenguas. No
estaba en el propósito de Dios el empleo de este don sin amor
y simplemente para la exhibición.
Por ello, en el capítulo catorce de 1 Corintios el
apóstol prosigue con esta cuestión, y regula su uso
en la asamblea. En las anteriores ocasiones que se registran
en Hechos, no habían sido empleadas en la asamblea congregada,
sino sólo como señal en armonía con el
propósito de Dios al darlas. Ahora, por cuanto eran un don de
parte de Dios, su uso no quedaba prohibido en tanto que hubiera un
intérprete. Serían, cuando se emplearan de esta manera,
un recordatorio para la asamblea de la gracia de Dios en Su obra en
medio de otras naciones en bendición, y en la
incorporación de aquellos creyentes al un cuerpo de Cristo.
Incluso hoy en día somos susceptibles a olvidarnos, en una
asamblea en la que todos hablamos en un lenguaje, que Dios
está salvando y otorgando el Espíritu Santo a estos
salvos, como miembros del un cuerpo, de toda raza, y lengua, y
pueblo, y nación. Muy a menudo, cuando viene alguien de otra
lengua, y tenemos que interpretar para los tales, ello nos recuerda
cómo, en el día de Pentecostés, cada uno
oyó las maravillas de Dios en su propia lengua en la que
había nacido (Hch 2:8).
Triste es decirlo, los corintios estaban empleando el don de
lenguas para exhibirse, y así Pablo les tuvo que decir que no
hablaran en otra lengua, desconocida para los presentes, excepto si
había intérprete. En caso contrario, podía, sin
embargo, hablar «para sí mismo y para Dios» en
otra lengua, por cuanto Él comprendía el lenguaje. Si
yo me encontrara en una reunión en la que nadie comprendiera
inglés, hablaría para mí mismo y a Dios en
inglés. Pero los versículos 21 y 22 ponen en claro que
no se está haciendo referencia a proclamaciones
extáticas, sino que Pablo está hablando de otros
lenguajes, que serían señal a los incrédulos
acerca del poder de Dios y de cómo el mensaje de la
salvación va ahora a todas las naciones. Si no había
nadie presente en la asamblea que comprendiera el lenguaje ni tampoco
un intérprete del mismo, no serviría para el
propósito para el que Dios lo había dado como aparece
en Hch 2. Además, les parecería una insensatez a los
extraños que entraran, y que no entenderían lo que se
estuviera diciendo. Sería confusión, Dios no
sería glorificado, y nadie sería edificado (1 Co
14:21-25).
Pero se plantea con frecuencia la cuestión de si hoy en
día tenemos el don de lenguas. Hacer la pregunta es
responderla, porque no hay ninguna persona ni ningún grupo que
pueda pretender ser capaz de hacer lo que tuvo lugar en Hch 2,
reuniendo a un grupo de personas de «todas las naciones debajo
del cielo» (Hch 2:5), y luego proclamarles en las propias
lenguas de ellos las maravillas de Dios.
... y otros dones milagrosos
Esto nos conduce a una importante consideración, no
sólo acerca del don de lenguas, sino también de todos
los dones milagrosos. La Escritura no promete que continuarían
los dones de lenguas, sanidades y milagros, hasta la
resurrección de muertos, que ejercitaron personas
especialmente dotadas en la iglesia primitiva. Sabemos que existieron
en la iglesia primitiva, como se registra claramente en Hechos y 1
Corintios, como señales para confirmar la Palabra, que
aún no había quedado registrada por escrito. Hay, sin
embargo, la promesa de la continuación de los dones del
ministerio para la edificación de la iglesia (Ef 4:7- 16).
Ahora bien, tenemos en la Palabra escrita el fundamento del
cristianismo echado por los apóstoles y profetas (Ro 16:26; 1
Co 3:10; Ef 2:20-22), y la continuidad de los dones del ministerio, «a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta
que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo
de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (Ef
4:12-14).
Como se ha mencionado antes, los hay hoy en día que
profesan poseer el don de lenguas y otros «dones
milagrosos». Al poner a prueba sus pretensiones por medio de
la Palabra de Dios y estudiando la realidad, descubrimos que no se
trata de lo mismo que vemos en Hechos. No emplean el don de lenguas
como señal para los incrédulos, ni pueden reunir a un
grupo de enfermos y quedar todos sanados (Hch 5:12-16).
Incluso por lo que respecta a las sanidades registradas en Hechos, no
hay la certeza de que todos los sanados fueran creyentes, sino
más bien indicaciones de lo contrario. Se trataba de una
señal para confirmar la Palabra a los incrédulos,
porque los verdaderos creyentes no necesitan que se les confirme la
Palabra, por cuanto la han recibido como la Palabra de Dios (1 Ts
2:13). Es también importante ver que la sanidad tiene que ver
con el mundo o siglo venidero (He 6:5; Is 33:24; Sal 103:3). Era
especialmente una señal para aquellos que habían
rechazado a su Mesías, y para otros también, de que
Él es Aquel que posteriormente introducirá en la
tierra las bendiciones del reino, y que Él está
ahora resucitado, y estas poderosas obras eran llevadas a cabo en Su
Nombre (Hch 4:9, 10).
Es muy importante que distingamos las dos esferas distintas de
bendición de las que el Señor Jesús será
el centro en el día venidero (Ef 1:10). Habrá la escena
celestial a la que pertenece la iglesia (2 Co 5:1; Col 1:5; 1
P 1:3, 4) y habrá la escena terrena de la que
Jerusalén en la tierra será el núcleo (Is 4:3-5;
65:18). Por cuanto nosotros, como parte de la iglesia, somos un
pueblo celestial, esperamos el momento de Su venida, en el que
seremos transformados, llegando a tener cuerpos de gloria hechos
semejantes al cuerpo de gloria de Cristo (Fil 3:20, 21). Mientras
tanto, «deseando ser revestidos de aquella nuestra
habitación celestial ..... en este tabernáculo
gemimos» (2 Co 5:2, 4).
En relación con esto, es sumamente interesante observar
cuidadosamente la mención de enfermedades entre los creyentes
en las epístolas, esto es, entre aquellos que pertenecen a la
compañía celestial. Leemos en Ro 8:23 que «nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros
mismos, esperando la adopción, redención de nuestro
cuerpo». No hay aquí mención de sanidad, sino
más bien de espera para la redención de nuestros
cuerpos. Entretanto, el Espíritu «nos ayuda en nuestra
debilidad», pero no dice que la elimine.
Luego, más adelante, en 2 Co 12:7-10, encontramos que Pablo
tenía un aguijón en la carne, llamado enfermedad en
Gá 4:13, pero el Señor no lo sanó, sino que le
enseñó dependencia de Él por medio de ello.
Timoteo tenía «frecuentes enfermedades», pero
Pablo no le sugirió un sanador, sino más bien un
remedio para su enfermedad (1 Ti 5:23). Una vez más en 2 Ti
4:20, aunque Pablo había sanado a muchos en su obra del
evangelio (como se registra en Hch 19:11, 12; 28:8, 9), dejó a
Trófimo enfermo en Mileto.
En Stg 5:14-18 tenemos el caso de un enfermo que llama a los
ancianos para que oren por él. No es la fe del enfermo lo que
lo restaura a la salud, y ni siquiera se menciona aquí su fe,
sino que se trata más bien de fe ejercida por parte de los que
oran por él. Tampoco se trata del ejercicio del don de
sanidad, sino de respuesta a la oración, sugiriendo que aquel
que está enfermo reconoce que debe ser recto y confesar el
pecado conocido. Los que oran disciernen la mente del Señor en
relación con la enfermedad, y al orar en conformidad a la
voluntad del Señor, Él responde a la oración de
ellos. No hay aquí mención de una curación
milagrosa repentina, sino del Señor restaurando a un enfermo.
En aquellos días, además, había ancianos
designados por los apóstoles, mientras que en la actualidad no
existen ni apóstoles ni delegados apostólicos, como lo
era Tito (Tit 1:5) para designarlos. La asamblea local jamás
designó a sus propios ancianos, ni siquiera en los tiempos
apostólicos, aunque es indudable que en estos días de
ruina y fracaso Dios es fiel, y así, al contemplar Pablo
aquellos días en los que entrarían lobos rapaces (lo
que ha sucedido), él se dirigió a aquellos ancianos en
Éfeso no como designados por él, sino por el
Espíritu Santo (Hch 20:28-30). No hay ancianos oficiales en la
actualidad, pero es indudable que hay, incluso hoy, aquellos que han
sido levantados por el Dios para asumir la supervisión de Su
pueblo, en espíritu de humildad y de amor para la grey de
Dios. Es indudablemente por esto que Santiago menciona el caso de
Elías, un profeta en los tiempos del fracaso y de la
división de Israel, y muestra cómo tenía
inteligencia de la mente del Señor en sus oraciones. Primero
vio la necesidad de disciplinar al pueblo de Dios con la retirada de
lluvia, y luego Dios, en gracia, respondió a la oración
de Elías enviando lluvia. ¡Cuán a menudo hemos
visto al Señor respondiendo a la oración en nuestros
días en muchas situaciones difíciles, y restaurando a
enfermos de vuelta a la salud! Pero tengamos un entendimiento de los
tiempos y un discernimiento de Su voluntad en estas cosas (Ef 5:17).
Podemos ver, por 1 Co 11:30, cómo Dios emplea la enfermedad
en Sus caminos de gobierno con nosotros, porque leemos que debido a
un pecado no juzgado Dios había permitido que muchos en
Corinto quedaran «enfermos y debilitados», por cuanto
no se habían juzgado a sí mismos acerca de sus
descuidados caminos. En tanto que el cristiano está
eternamente seguro en cuanto a la salvación de su alma, queda
bajo la actuación gubernamental de Dios, y Dios emplea en
ocasiones la enfermedad para tratar con los Suyos. Si rehusamos
escuchar, podemos perder el privilegio de permanecer aquí como
testimonio para Cristo, aunque la sangre de Cristo nos haya hecho
aptos para el cielo. Naturalmente, esto no significa que toda
enfermedad sea un castigo, porque puede deberse simplemente a que
nuestros cuerpos forman parte de una creación que gime y a que
podamos haber heredado alguna debilidad en sí, o puede ser la
instrucción de Dios, como la poda de una vid para que
dé más fruto. Éste era el caso de Pablo en 2 Co
12:7-10.
Es de gran importancia para nosotros que nuestras expectativas no
rebasen la Palabra de Dios (Sal 62:5; Nm 23:19). Los que esperan hoy
día estos dones milagrosos, han permitido que sus expectativas
vayan más allá de la Palabra de Dios, y esto los deja
abiertos a «todo viento de doctrina» y al poder del
enemigo (Sal 17:4, 5; 2 Ti 2:24- 26). En el día venidero
habrá falsos profetas que harán señales y
prodigios (Mt 24:24), pero todo esto será llevado a cabo por
el poder de Satanás, y la única manera en que podemos
estar seguros de que algo sea de Dios es que sea conforme a Su
Palabra. Todas las Escrituras que hablan de los últimos
días de la historia de la iglesia hablan de
apartamiento de Dios y de debilidad, no de señales y
prodigios. Observemos la descripción que hace Pablo de los
últimos días de la iglesia en 2 Timoteo 3, o la
descripción de Juan de los últimos días de la
iglesia como se ven en Laodicea (Ap 3:14-20), y las advertencias de
Pedro en 2 P 3:3, 4. La profecía de Joel en Hch 2, que algunos
hay empleado para apoyar la presencia de señales y prodigios
en estos últimos días de la iglesia de la historia, se
refiere a un día futuro para Israel (los últimos
días para ellos, Jl 2:21-32). El día de
Pentecostés tuvo este carácter, porque a Israel, como
nación, se le dio entonces la oportunidad de
arrepentirse de su culpa y de recibir así la prometida
bendición, que será de ellos en un día futuro
cuando finalmente se arrepientan (Hch 3:17- 26).
El Espíritu y la Palabra
El Espíritu Santo fue dado en el día de
Pentecostés, y ahora, como Persona divina, mora en los cuerpos
de los creyentes (1 Co 6:19), y está también en la casa
profesante de la Cristiandad (Ef 2:22). El Señor Jesús
habló de esto (Jn 14:16, 17) y les dijo a los
discípulos, antes del día de Pentecostés, que
esperaran Su venida, ocasión en la cual serían «investidos de poder desde lo alto» (Lc 24:49). En
Corinto no se les dijo a los creyentes que esperaran a que «el
poder» viniera sobre ellos, sino que emplearan los dones que
el Espíritu de Dios les había dado, con
inteligencia, por la dirección de Su Palabra, en santa
libertad, como conducidos por el Espíritu (1 Co 12:4-11).
Alguien ha dicho: «El Espíritu y la Palabra no pueden
ser separados sin caer en el fanatismo por una parte, o en el
racionalismo por la otra». Es peligroso esperar un futuro
derramamiento de poder más allá del que tenemos al ser
morada del Espíritu de Dios. Hay dos poderes por encima del
hombre, y son el poder de Dios y el poder de Satanás. El
movimiento carismático conduce a la gente a esperar
exhibiciones de poder que no son conforme a la Palabra de Dios, y que
por ello no son del Espíritu de Dios. Edward Irving, el
iniciador de este movimiento en Inglaterra en el siglo pasado,
enseñaba cosas de lo más chocantes acerca de la Persona
de Cristo, que uno no gusta de repetir (véase J. N. Darby,
Collected Writings, Vol. 15, págs. 1-51, edición
de Morrish), pero hubo grandes manifestaciones de poder y de lenguas
en aquel entonces que atraparon incluso a verdaderos cristianos en
aquel lazo. (Véase Sir Robert Anderson, Spirit
Manifestations,
págs. 19, 20). Incluso en la actualidad la
exhibición de este poder y lenguas está demasiado a
menudo asociada con malignas doctrinas en cuanto a la Persona y obra
del Señor Jesucristo, y de otras prácticas no
escriturarias, porque Satanás puede adoptar la forma de
«ángel de luz» (2 Co 11:13-15), además de
la de «león rugiente» (1 P 5:8, 9). Su gran
objetivo ha sido siempre atacar la gloriosa Persona y la obra
consumada de nuestro siempre bendito Señor y Salvador.
El bautismo del Espíritu Santo
Por esta razón podemos ver la importancia de primero
contrastar este moderno movimiento carismático a la luz de la
Palabra de Dios. No busquemos «el poder», porque si uno
es verdaderamente creyente en el Señor Jesucristo, él o
ella son morada del Espíritu de Dios, que es el poder para
nuestro caminar como hijos de Dios. En Lc 11:13, antes del día
de Pentecostés, el Señor Jesús le dijo a Sus
discípulos que pidieran el Espíritu Santo, porque no
había sido aún dado (Jn 7:39), pero ahora
Él mora en los cuerpos de todos aquellos que han creído
el evangelio (Ef 1:13). No se registra que nadie tenga que
esperar el bautismo del Espíritu Santo después del
día de Pentecostés. Sí hay la exhortación
de ser «llenos del Espíritu» (Ef 5:18), lo que
significa que debemos permitirle conducirnos en todo aquello que
hagamos. Ello se pone en contraste con estar embriagados con vino,
porque tal persona estaría fuera de control, mientras que uno
lleno del Espíritu estaría bajo control porque el fruto
del Espíritu incluye la templanza o dominio propio (Gá
5:22, 23). Allí donde el Espíritu de Dios conduce,
allí hay libertad y servicio inteligente.
Al caminar cerca del Señor en dependencia y obediencia,
habrá, por el poder del Espíritu de Dios, el goce de
Cristo y de nuestra parte en Él, porque el Espíritu
Santo no habla de Sí mismo, sino que nos lleva a toda verdad y
glorifica a Cristo (Jn 16:13, 14; Ef 3:16, 21; Col 1:8-14).
También nos hará capaces para dar un verdadero
testimonio de Cristo delante de otros (Fil 2:15, 16). Si vemos
manifestaciones de poder a nuestro alrededor, estaremos más
interesados en saber acerca de si son conformes a la Palabra de Dios
que acerca de si la señal o maravilla se cumple (Dt 13:1-4).
Conclusión
Como conclusión, se
encomiendan estas observaciones al
Señor, para que sean de utilidad para ayudar al pueblo de Dios
para discernir el camino de la fe en estos últimos
días. Nos regocijamos al ver a Dios obrando en gracia en la
salvación de las almas, empleando Su preciosa Palabra mediante
todo aquel que la predique (Fil 1:18). Pero Dios quiere
también que aquellos que son Suyos «vengan al
conocimiento de la verdad» (1 Ti 2:4). El camino de la
obediencia a Su Palabra es el único camino seguro y
verdaderamente dichoso, y en este camino, como otro dijo: «no
hay desengaños ni esperanzas frustradas». Los caminos
de la sabiduría «son caminos deleitosos, y todas sus
veredas paz» (Pr 3:17). La Escritura no nos dice que esperemos
un segundo Pentecostés, sino que conozcamos cómo actuar
y cómo reunirnos al Nombre del Señor Jesucristo en
obediencia, ahora que la Cristiandad ha devenido en una gran casa con
«utensilios ... para usos honrosos, y otros para usos
viles» (2 Ti 2:16-26). El Señor tuvo que decirle a
Pedro, en una ocasión: «¡Quítate de delante
de mí, Satanás» (Mt 16:23), mostrando como
incluso un verdadero y útil creyente puede ser extraviado y
usado por el enemigo.
Que conozcamos lo que es gozar de nuestra porción en Cristo
ahora, por el Espíritu, teniendo, como dijo otro autor,
corazones grandes (para amar a todos los verdaderos hijos de Dios) y
pies estrechos (para caminar en el estrecho sendero de la obediencia
a la Palabra de Dios) mientras esperamos aquel día dichoso en
el que estaremos con Cristo en aquel glorioso Hogar en las alturas.
Entonces la iglesia será presentada «una iglesia
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante»
(Ef 5:27). Todo lo que entonces verdaderamente contará
será tener Su aprobación en cuanto a nuestro caminar
hacia la casa del Padre.
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