PENTATEUCO
(Gr. «pentateujos», «que consiste de cinco rollos»).
Nombre dado al conjunto de los cinco primeros libros del AT:
Génesis, Éxodo, Levítico, Números,
Deuteronomio. El término Pentateuco no se halla en las
Escrituras, Los israelitas daban a este conjunto de cinco libros el
nombre de:
- Ley (Torah) (Jos. 1:7; Mt.
5:17);
- le daban también el nombre
de Ley de Moisés (1 R. 2:3; Esd. 7:6; Lc. 2:22);
- Ley de Jehová (2 Cr. 25:3,
4);
- libro de la Ley de Moisés
(Jos. 8:31);
- libro de la Ley de Dios (Jos.
24:26);
- libro de la Ley de Jehová
(2 Cr. 17:9).
Estas expresiones permiten pensar
que, de hecho, estos cinco libros formaban uno solo. Se siguen
presentando bajo esta forma en los mss. heb., aunque se cite cada
libro por separado dando como título sus primeras palabras.
Josefo habla de cinco libros (Contra Apión, 1:8). Es posible
que esta división en cinco fuera una innovación
introducida por la traducción griega, o que la hubiera
precedido un corto espacio de tiempo. En todo caso, es de la LXX que
se han recibido los nombres de Génesis, Éxodo,
Levítico, Números y Deuteronomio.
Redacción y contenido
El contenido del primer libro del Pentateuco fue plasmado por
Moisés en base a la tradición oral y escrita anterior,
todo ello conducido por la inspiración del Espíritu
Santo (véase INSPIRACIÓN). Moisés fue testigo
ocular de los hechos consignados en los cuatro libros siguientes. La
escritura era conocida ya mucho tiempo antes de Moisés. En
base a la cronología convencional, en el cuarto milenio a.C.
los sumerios y Babilonia se servían de caracteres cuneiformes,
y los egipcios empleaban jeroglíficos. Las ruinas de Ebla han
dado miles de tablillas cuneiformes anteriores a la época de
Abraham (véase MARDIKH [TELL]). Las más antiguas
inscripciones del Sinaí pueden situarse, probablemente, en el
siglo XIX a.C. Nuzu (véase NUZU), Sumer (véase SUMER),
y otras muchas localidades dan testimonio adicional de este hecho. En
vista de los resultados de las investigaciones hechas a lo largo de
este siglo, no puede aducirse ya más que Moisés no
hubiera podido ser capaz de escribir, como se había llegado a
decir por parte de ciertos autores. La arqueología nos muestra
un mundo antiguo estructurado, civilizado, con archivos, memorias,
cartas, textos médicos, mágicos, religiosos,
diccionarios entre diversas lenguas, listas comerciales, textos
legales, tratados, etc. Así, el arte de la escritura era ya
muy bien conocido y difundido siglos antes del nacimiento de
Moisés (véase MOISÉS). Aunque ningún
versículo concreto afirma que todo el conjunto sea de
Moisés, el Pentateuco afirma expresamente que él es el
autor. Dos pasajes de la sección narrativa mencionan el libro
en el que Moisés consignaba lo que sucedía,
particularmente la victoria sobre Amalec (Éx. 17:14) y el
itinerario de los israelitas, desde Egipto hasta los campos de Moab,
frente a Jericó (Nm. 33:2). Un cántico didáctico
que muestra la actitud del Altísimo hacia Israel declara que
fue escrito, cantado y enseñado por Moisés (Dt. 31:19,
22, 30; 32:44). Se afirma que Moisés cantó un
cántico de alabanzas inmediatamente después del paso
del mar Rojo (Éx. 15:1-19; cfr. v. 21).
La parte legal del Pentateuco se
compone de tres secciones distintas.
La primera, llamada «libro del
pacto», incluye el Decálogo, la ley fundamental de la
nación, con algunas prescripciones complementarias (Éx.
20-23). En Éx. 24:4 se afirma, de manera expresa, que fue
Moisés quien escribió este código.
La segunda sección de leyes
trata del santuario y de su servicio (Éx. 25-31 y 35-40);
contiene asimismo el Levítico y la mayor parte de
Números. Se afirma, de manera insistente, que Jehová
dio estas leyes a Moisés (Éx. 25:1; Lv. 1-2 y
más de cincuenta veces en este mismo libro, etc.).
La tercera sección especifica
los discursos de Moisés a la nueva generación que iba a
entrar en Canaán. Este tercer código recapitula
brevemente los caminos de Dios con respecto a Israel, y presenta la
Ley al pueblo destacando su espiritualidad y llamándolo a la
fidelidad a Dios. Este libro, el de Deuteronomio, insiste en aquellos
puntos que iban a ser de vital importancia en las nuevas
circunstancias en las que se hallará el pueblo en
Canaán. Se modifican ciertos detalles con el fin de adecuar
las primeras ordenanzas a la vida sedentaria de Canaán, donde
además las tribus se verían dispersadas en un
territorio que involucraría ciertas distancias, en lugar de
estar todos ellos concentrados en un campamento, como en el curso de
la peregrinación por el desierto (véase
PEREGRINACIÓN POR EL DESIERTO). Moisés escribió
todo esto, confiándolo a los levitas (Dt. 31:9, 24-26). Todas
estas declaraciones, diseminadas por el Pentateuco, constituyen un
reconocimiento explícito de que Moisés fue su
autor.
El resto del AT confirma la
paternidad mosaica de la Ley (Jos. 1:7, 8; Esd. 6:18; Neh. 8:1, 18).
Hay abundantes referencias a la Ley de Moisés (Jos. 1:7, 8;
8:31-35; Jue. 3:4; 1 R. 2:3; 2 R. 18:6, 12; cfr. Dt. 24:16; 2 R.
21:7, 8; Dn. 9:11, 13; Esd. 3:2; 6:18; 7:6; Neh. 8:1, 18; Mal. 4:4).
La ley del santuario único, que era una ordenanza
característica, quedó suspendida cuando el arca fue
tomada y guardada en territorio enemigo, cuando el Señor
abandonó Silo (1 S. 4:11, 21, 22; 6:1; 7:2; Sal. 78:60; Jer.
7:12-15; 26:6). El pueblo, dirigido por Samuel, sacrificaba en
lugares altos (1 R. 3:2-4), como lo habían hecho sus
antecesores antes de la celebración del Pacto, testimoniado
por la Ley y el arca. Después del cisma nacional fue
desobedecida la ley del santuario único. Se impedía a
los israelitas piadosos pertenecientes al reino de Israel que
acudieran a adorar al Templo en Jerusalén, donde estaba el
arca. Debido a ello hubo fuertes tensiones en diversas épocas,
y movimientos de norte a sur por parte de los que deseaban obedecer
la voz de los profetas (2 Cr. 30:1-31:3; cfr. 2 R.23:4-23). Sin
embargo, en casos muy especiales, como en la implacable guerra entre
el culto a Baal o a Jehová en el reino del norte, se
ofrecieron sacrificios excepcionales como el de Elías en el
monte Carmelo, que fue consumido por una especial
manifestación de Dios (1 R. 18:20-40; cfr. Éx. 20:24;
véase Jue. 2:1, 5; 6:19-24; 13:15-22). (Véase
ALTAR.)
El
reino del norte, sin embargo,
reconocía formalmente la autoridad de la Ley de Moisés.
Oseas y Amós, profetas para las diez tribus, no mencionan a
Moisés de manera expresa, pero se refieren sin cesar a las
leyes del Pentateuco. Más tarde, y especialmente durante el
reinado de Manasés, el libro de la Ley, depositado en el
Templo, fue desdeñado. Durante la restauración del
edificio y de la reorganización del culto a Jehová,
bajo el reinado del rey Josías, el libro fue redescubierto (2
R. 22:8; 23:21, 24, 25). Los hay que se preguntan si se trataba
específicamente del libro de Deuteronomio, pero se hace
alusión a toda la Ley de Moisés (v. 25). También
se ha supuesto, pero sin prueba alguna en concreto, que el ejemplar
de la Ley descubierto por el sumo sacerdote había sido
depositado dentro del muro del Templo cuando éste fue
construido. Daniel, Esdras y Nehemías hacen alusión a
la redacción de la Ley de Moisés. En la época de
Cristo, los judíos atribuían el Pentateuco a
Moisés (Mr. 12:19; Jn. 8:5; Ant. pref. 4; Contra Apión
1:8). El mismo Señor Jesucristo, así como los
evangelistas, atribuyen el Pentateuco a Moisés y lo denominan
«libro de Moisés» (Mr. 12:26; Lc. 16:29; 24:27, 44).
Afirman
que Moisés promulgó la Ley y escribió todo el
Pentateuco (Mr. 10:3-5; 12:19; Jn. 1:17; 5:46, 47; 7:19).
Las teorías modernas
La denominada «Alta Crítica» niega que Moisés sea el
autor del Pentateuco. Para apoyar esta hipótesis, se citan
algunos versículos, mediante los cuales se pretende justificar
que se hace alusión a una época posterior a
Moisés:
(a) Gn. 12:6: «Y
pasó Abraham por aquella tierra hasta el lugar de Siquem,
hasta el valle de More; y el cananeo estaba entonces en la tierra»
(cfr. Gn. 13:7). Se quiere hacerle decir a este versículo que
los cananeos ya no estaban en estos lugares en la época en que
vivía el autor de Génesis; pero esta frase significa
tan sólo que los cananeos se hallaban ya en tiempos de Abraham
en el país que le había sido prometido.
(b) En Gn. 14:14 se afirma que
Abraham persiguió a los reyes aliados hasta Dan. Se objeta que
en la época de los patriarcas aquel lugar se llamaba Lais, y
que el nombre de Dan no le fue dado hasta en la época de los
Jueces (Jue. 18:29). Refutación: No es seguro que el Dan de
Génesis sea el mismo lugar que el Dan de Jueces. Aun cuando
fuera así, no hay problema alguno en admitir que los copistas
posteriores pudieran sustituir el nombre de Dan en lugar del de Lais
por mor de la claridad. El texto hebreo presenta en ocasiones algunas
alteraciones.
(c) En Gn. 36:31 se afirma: «Y los
reyes que reinaron en la tierra de Edom, antes que reinase rey sobre
los hijos de Israel». Se afirma que Saúl ya reinaba sobre
Israel cuando fue escrito este pasaje. Pero los reyes de Edom (Gn.
36:32-43) reinaron antes que el mismo Moisés; este
versículo señala este hecho en un momento en que los
israelitas, a los que les había sido prometido un rey, no lo
tenían aún (Gn. 17:6, 16; 35:11).
(d) Se alega que el término «al otro lado del Jordán» (heb., indicando al este del
río) muestra que el escritor estaba en Canaán (Dt.
1:1). Sin embargo, esta expresión no demanda tal
conclusión. Canaán había sido el hogar de
Abraham, Isaac y Jacob, y los israelitas consideraban aquel
territorio como la Tierra Prometida. Fuese el que fuere el lado del
que ellos se hallaran del río, daban el nombre de Abarim (»que
son del otro lado») a los montes que se elevaban al este del mar
Muerto. Más tarde, dieron el nombre de Perea (región
más allá) al territorio situado entre el Jaboc y el
Arnón.
(e) Se admite universalmente que Dt.
35:5-12 (que relata la muerte de Moisés y lo compara con
profetas posteriores) no pudo ser escrito por él mismo; pero
la presencia de este apéndice inspirado no constituye
ningún argumento en contra de la mosaicidad del
Pentateuco.
En 1707, un teólogo llamado
Vitringa, convencido de la autenticidad de Génesis,
emitió la opinión de que Moisés debía
haber utilizado, en parte, documentos transmitidos por los patriarcas
y conservados en el seno del pueblo hebreo. En 1753, el
francés Jean Astruc, médico capaz, pero de
carácter inmoral, atribuyó el Génesis a dos
autores principales, cuyos escritos habría utilizado
Moisés. Astruc pretendía distinguir estos dos autores
por la utilización de los términos Elohim y Yahweh para
nombrar a Dios. Por otra parte, afirmó que podía
distinguir otros diez documentos secundarios que no contenían
el nombre de Dios, relacionados con pueblos paganos. Johann Eichhorn
(1783) asumió esta hipótesis, y la desarrolló,
afirmando que Génesis es una recopilación de
Moisés, al que, por tanto, atribuía la paternidad del
resto del Pentateuco. Pero pronto se llegó a la conciencia de
que los principios que habían llevado al desmembramiento de
Génesis podrían extrapolarse al resto del Pentateuco.
Habiendo admitido este procedimiento, se vino a declarar que los
documentos relativos a la época de Moisés
provenían asimismo de estas fuentes más antiguas, y que
no habían podido ser reunidos por él para redactar el
Pentateuco tal y como lo tenemos. Con ello, se hizo un salto, de la
razonable hipótesis de que Moisés hubiera,
quizá, podido servirse en parte de documentos patriarcales, a
una especulación documentaria de una recopilación muy
posterior a Moisés, y en la cual los documentos se
distinguirían por el nombre usado para Dios. Veamos a
continuación los principales argumentos en favor de esta
hipótesis, que lleva el nombre de Wellhausen, erudito
alemán de la segunda mitad del siglo XIX.
(a) Alternancia de los
nombres Elohim y Yahweh para designar a Dios en sucesivas
secciones.
(b) Continuidad de cada pretendido
documento examinado aisladamente.
(c) Diversidad de estilo, de
vocabulario y de ideas en los diferentes documentos.
(d) Dobletes, o pretendidos relatos
contradictorios, indicadores de documentos distintos. La
hipótesis en cuestión, nacida de una simple
suposición, ha sufrido, de parte de los críticos
mismos, numerosas modificaciones que tratan de resolver los problemas
que ella misma ha suscitado.
En la actualidad se pretende poder
discernir los principales documentos que se mencionarán, y que
hubieran sido utilizados para redactar el Pentateuco (aunque los
críticos están bien lejos de concordar entre sí
sobre una gran cantidad de puntos).
(a) El autor que recibe
el nombre de J (Jehovista o Yahwista, por dar a Dios el nombre de
Yahweh) habría vivido en Judá alrededor del año
950-850 a.C. Hay críticos que dividen aún más
esta «fuente», dando J' y J,.
(b) El autor E (Elohísta, por
dar a Dios el nombre de Elohim), se situaría hacia el
año 750 a.C.
(c) Después de la caída
de Samaria, un «redactor» JE habría combinado J y E
añadiendo de su cosecha.
(d) El documento D
comprendería la mayor parte de Deuteronomio. Éste
sería el libro de la Ley «redescubierto» en el Templo, bajo
Josías, el año 621 a.C. (2 R. 22:23).
(e) H (de Holiness, inglés
para santidad), es el nombre del «Código de Santidad» (Lv.
17-26), que trata de la pureza ceremonial; los críticos
debaten si debe ser situado antes o después de
Ezequiel.
(f) P (de Priestly, inglés
para sacerdotal), el llamado código sacerdotal, que
habría sido redactado por los sacerdotes después del
exilio, y que habría sido leído a la muchedumbre por
Esdras (atribuyéndolo a Moisés) hacia el año 398
a.C.
(g) Finalmente, uno o varios
recopiladores habrían amalgamado todos estos
heterogéneos componentes para producir el actual Pentateuco.
Así, en palabras de los exponentes de esta postura: «al inicio
del siglo II a.C., la ley formaba un todo completo, no suponiendo
nadie, de una manera verosímil, su carácter compuesto.
No nos arriesgamos si fijamos la fecha de su finalización en
alrededor del s. 300 a.C.» (Esterley y Robinson, Introduction to the Books of the Old
Testament, p. 63; cfr.
asimismo L. Gautier, Introduction a l'Ancien
Testament; contrastar con los
descubrimientos de Qumrán, cfr. QUMRÁN
[MANUSCRITOS DE],
sección V, «cueva 1, 1Q», en el apartado Literatura bíblica, y sección VIII, Literatura bíblica, AT).
Refutación
No faltan argumentos para mostrar la carencia de base e
inverosimilitud de esta torre de hipótesis montada sobre
hipótesis y lo alejado que está este esquema de los
hechos.
(a) Esta hipótesis
implica la negación de la veracidad del AT en su
práctica totalidad. No afecta solamente a detalles ocasionales
o a ínfimas inexactitudes. El mismo Wellhausen lo
reconoció así.
(b) Se pretende que la Ley no
llegó a constituir un todo completo hasta el inicio del siglo
II a.C.; sin embargo, la versión LXX es la traducción
griega del AT desde mediados del siglo III a.C., comenzando, desde
luego, por el Pentateuco. Es insostenible la pretensión de que
la redacción del Pentateuco hubiera estado apenas acabada sin
que sus ilustres traductores conocieran este hecho.
(c) El descubrimiento por parte de
los «críticos» de tal multitud de «fuentes» para nuestro texto
actual se remonta a 100 o 200 años como máximo (y vale
la pena hacer constar que estos «descubrimientos» se han basado en un
escepticismo previo de los «investigadores», y no al revés).
Estos «críticos» deberían dar respuesta satisfactoria
al hecho de que los judíos, tan estrictamente conservadores y
tan leales a la persona y obra de Moisés, no se hubieran dado
cuenta de que se le atribuía la paternidad de tantos
documentos falsos, y de cómo llegaron a aceptar, sin protestar
vehementemente, la imposición de todos estos diferentes
cuerpos legislativos, con todas sus múltiples exigencias, y
ello apelando falsamente al nombre de Moisés. En este contexto
se pueden citar unos extractos del ya citado Eichhorn, que fue un
célebre erudito racionalista alemán, no creyente en
absoluto en la inspiración, pero que escribió lo
siguiente acerca del tema de la pretendida falsificación de la
historia bíblica:
(A) «No surgen de la
inventiva de un falsificador individual. Todo aquel que esté
dotado de un conocimiento adecuado y que investigue con imparcialidad
la cuestión de si los escritos del AT son genuinos
tendrá que dar forzosamente una respuesta afirmativa.
Ningún engañador hubiera podido falsificarlos todos.
Esto es lo que proclama cada página del AT. ¡Qué
variedad de lenguaje y de expresión! Isaías no escribe
como Moisés, ni Jeremías como Ezequiel; y entre
éstos y cada uno de los profetas menores hay puesta una gran
sima que no se puede pasar. El edificio gramatical del lenguaje de
Moisés presenta mucho que es singular; en el libro de los
Jueces aparecen provincialismos y barbarismos. Isaías se
expresa en palabras ya formadas en una nueva forma; Jeremías y
Ezequiel están repletos de arameismos. Recapitulando, cuando
se pasa de escritores asignados a una época temprana a
escritores de una época posterior, se halla en el lenguaje un
declinar gradual, hasta que finalmente degenera en una mera forma de
expresión aramea.
»Vienen a continuación las
discrepancias en el círculo de las ideas y de las
imágenes. Los instrumentos de cuerda suenan fuerte cuando son
tañidos por Moisés e Isaías; el tono es suave
cuando es David quien los toca. La musa de Salomón brilla con
todo el esplendor de una corte de gran lujo; pero su hermana, en
hábitos sencillos, va vagando, como David, entre los arroyos y
las riberas, en los campos y entre los rebaños. Hay poetas
originales, como Isaías, Joel, Habacuc; otro copia, como
Ezequiel. Uno se lanza al camino solitario del genio; otro se desliza
por el camino que sus predecesores han dejado marcado. De uno
destellan rayos de erudición, en tanto que su compañero
no da evidencias de haber sido influenciado por una sola chispa de
literatura. En los escritores más antiguos se transparenta
claramente el colorido egipcio; en sus sucesores se van haciendo
más y más pálidos, hasta que desaparecen.
»Finalmente, se da, en maneras y
costumbres, la más fina de las gradaciones. Al principio, todo
es sencillo y natural, como lo que se puede apreciar en Homero, y
entre los árabes beduinos hasta el día de hoy; pero
esta noble simplicidad va perdiéndose gradualmente hacia el
lujo y afeminamiento, desapareciendo al final en la espléndida
corte de Salomón.
»No se da en lugar alguno un salto
repentino; en todo lugar el progreso es gradual. Nadie sino los
ignorantes y los escépticos inconscientes pueden imaginar que
el AT haya sido falsificado por un engañador.
(B) «No son (los escritos del AT) el
invento de muchos engañadores.
»Pero alguien podría replicar:
'Quizá muchos falsificadores hicieron causa común y, en
una misma época, en algún período posterior,
prepararon los libros en cuestión.' Pero ¿cómo
hubieran podido de una manera tan totalmente acorde con el progreso
del entendimiento humano? Y, ¿cómo hubiera sido posible,
en tiempos posteriores, recrear el lenguaje de Moisés? Esto va
más allá de la capacidad humana. Finalmente, un
escritor presupone la existencia de otro. No hubieran podido haber
surgido al mismo tiempo; tienen que haber existido en
sucesión.
»Entonces se podrá aún
objetar: 'Es posible que tales falsarios surgieran en tiempos
distintos, y que fueran prosiguiendo hacia adelante en la
introducción de libros supuestamente antiguos, desde
allí donde se habían detenido sus engañosos
predecesores. Es de esta manera que se podrían explicar todas
las referencias a anteriores escritores; de esta manera podemos
explicar la notable gradación existente en todas sus
partes.'
»Pero, en primer lugar,
¿cómo es posible que nadie hubiera descubierto el fraude,
denunciándolo, y poniendo una marca de infamia sobre el
falsificador, a fin de que la posteridad quedara libre de todo
daño? ¿Cómo podía ser una nación
engañada con frecuencia y en diferentes períodos? En
segundo lugar, ¿qué propósito podía tener
un tal engañador? ¿Acaso el de hacer una eulogias de la
nación hebrea? En tal caso sus eulogias son las más
duras de las sátiras porque, en base al AT, la nación
hebrea ha actuado de una manera degradante. ¿Acaso quería
degradarlos? En tal caso, ¿cómo consiguió imponer
sus falsos libros sobre la misma nación a la que difamaba, y
cuya historia de derrota y humillación bajo poderes
extranjeros es relatada en palabras claras y duras?» (Johann O.
Eichhorn, Introduction to the
Old Testament,
traducción al inglés de Stuart, citado en J. N. Darby:
«The Irrationalism of Infidelity», PP. 202-203, en The Collected Writings of J. N.
Darby, vol. 6,
APOLOGETIC).
A esto se debe añadir el
capital reconocimiento que hacen todos los autores del AT y del NT,
así como el mismo Señor Jesús, de la mosaicidad
de los primeros libros de la Biblia. En base a las pretensiones de la
llamada crítica moderna, todos estaban equivocados y sometidos
a una serie de prejuicios que sólo el escepticismo moderno ha
podido superar.
(d) El Pentateuco
Samaritano (véase PENTATEUCO
SAMARITANO) representa un
texto que, según se cree, fue llevado a Samaria después
de la deportación de las diez tribus (722 a.C.), en la
época de la construcción del templo del monte Gerizim
(2 R. 17:28). Otra antigua tradición afirma incluso que
se trata de una copia conservada en el reino del norte a partir del
reino de Roboam. Sin embargo, el Pentateuco Samaritano (aparte de
algunas diferencias textuales de muy pequeña extensión)
es el mismo que el de la LXX y de los Masoretas; fue redactado mucho
antes de lo que aceptan los críticos, derrumbándose con
ello todas sus teorías acerca de las fechas de
redacción. Sería muy inverosímil pretender que
los samaritanos, violentamente hostiles a los judíos, hubieran
aceptado más adelante en su historia todo el código de
leyes de manos de sus enemigos declarados.
(e) Un argumento que presenta el
erudito conservador Alfred Edersheim sosteniendo la antigüedad
del Pentateuco es como sigue:
«Los más superficialmente
familiarizados con la moderna controversia teológica son
conscientes de que ciertos opositores de la Biblia han dirigido,
de manera especial, sus ataques contra la antigüedad del
Pentateuco, aunque no han llegado aún a un acuerdo entre
ellos mismos acerca de qué partes del Pentateuco fueron
escritas por diferentes autores, ni por cuántos, ni por
quiénes, ni en qué épocas, ni cuándo,
ni por quién fueron finalmente recogidas en un solo libro.
Ahora bien, lo que nosotros alegamos en relación con ello
es: que la legislación del Pentateuco presenta evidencias
de su redacción antes de que el pueblo estuviera
establecido en Palestina. Llegamos a esta conclusión de la
siguiente manera: Supongamos que un código de leyes e
instituciones sea preparado por un legislador práctico
(porque es indudable que estaban en vigor en Israel): mantenemos
que ningún legislador humano hubiera podido ordenar un
sistema para una nación ya establecida tal y como el que
hallamos en el Pentateuco. El mundo ha visto muchas constituciones
especulativas de la sociedad preparadas por filósofos y
teóricos, de Platón a Rousseau y Owen. Ninguna de
ellas hubiera podido haberse adecuado a un estado de una sociedad
ya establecida. Además, ningún filósofo
hubiera jamás imaginado ni pensado leyes tales como las
dadas en el Pentateuco. Seleccionando sólo unas pocas, casi
al azar, hagamos que el lector piense en aplicar (a Inglaterra por
ejemplo) disposiciones tales como la de que todos los varones
tenían que comparecer tres veces al año en el lugar
que el Señor eligiera, o las relacionadas con los
años sabáticos o del Jubileo, o las que tratan de
las esquinas de los campos, o las que prohiben la toma de usura, o
las relacionadas con las ciudades levíticas. Entonces que
cada uno medite con seriedad si tales instrucciones hubieran
podido ser propuestas por vez primera en la época de David,
de Ezequías o de Esdras. Cuanto más se piensa en el
espíritu y en los detalles de la legislación
mosaica, más crece nuestra convicción de que estas
leyes e instituciones sólo hubieran podido ser introducidas
antes de que el pueblo se estableciera realmente en la tierra.
Hasta allí donde se sepa, esta línea argumental no
ha sido propuesta; sin embargo, parece necesario que nuestros
oponentes confronten esta dificultad preliminar y, pensamos,
insuperable, que se enfrenta a su teoría, antes que se nos
pida que demos respuesta a sus objeciones críticas» (A.
Edersheim, Sketches of
Jewish Social Life (Wm.
Eerdmans, Grand Rapids, reimpr., 1984 [Hay traducción al
castellano, de S. Escuain, editada por CLIE, La vida social de los
judíos]).
Por su parte, Darby apostilla: «Raras
veces se ha propuesto algo tan absurdo como que Josías o Hulda
no sólo persuadieran a toda una nación a la
aceptación de un sistema nuevo, como ya ha sucedido a lo largo
de la Historia, sino que además les hicieran creer que ellos y
sus antepasados siempre habían vivido bajo este sistema desde
los tiempos inmemoriales de Moisés.» (Collected Writings, vol.
6, APOLOGETIC, p. 204.)
(f) Otro problema
irresuelto por la tesis de Wellhausen es el del libro de
Josué. Los críticos pretenden hallar en él, como
en el Pentateuco, las «fuentes» J. E. D. P., y creen que tiene que
formar parte del mismo conjunto. En tal caso, se suscita la pregunta
de por qué los samaritanos no lo adoptaron con el Pentateuco.
Además, las alusiones de Josué al libro de la Ley (Jos.
1:8; 8:31-32; 23:6) muestran con claridad que siempre ha formado una
entidad separada. Es así que los judíos lo han
considerado siempre, habiéndole dado en su canon un lugar bien
diferenciado del de la «Ley». El término Pentateuco es
equivalente a la expresión por la cual los judíos
designaban «los cinco quintos de la Ley».
(g) El profesor R. Dick Wilson
presenta sólidos argumentos lingüísticos en favor
de la mosaicidad del Pentateuco (Is High Criticism Scientific? y Scientific Investigation of the Old Testament). En tanto que se
hallan términos de origen persa en Crónicas, Esdras,
Nehemías, Ester y Daniel, no se halla ninguno en el Pentateuco
(a pesar de que el pretendido «Código Sacerdotal» sea
atribuido a Esdras). Por otra parte, el profesor A. S. Yahuda ha
señalado numerosas pruebas de la influencia egipcia en el
lenguaje y forma de pensar del Pentateuco, lo que sólo se
explica si el autor es Moisés. Está claro que hay en
estos cinco libros diferencias de expresión, que son
fácilmente explicables por los temas tratados y por los
documentos utilizados. «No es científico rebuscar entre
pasajes especiales, como las genealogías, los contratos
solemnes, o las ordenanzas rituales, y agruparlos postulando un autor
diferente, ¡bajo el pretexto de que el vocabulario utilizado es
diferente!» (Manley, Nouveau
Manuel de la Bible, p.
131).
(h) A lo largo de la Biblia, la
revelación es progresiva. Es cierto que los salmistas y los
profetas recibieron datos más precisos acerca de la
salvación, del Mesías, del porvenir y del más
allá. Pero se debe observar que en el llamado «protoevangelio»
de Gn. 3:15 ya había implícito todo un contenido que
después se desarrolla en las siguientes revelaciones de Dios
al hombre:
(1) la destrucción del poder de la serpiente,
(2) por la simiente de la mujer. En realidad, este pasaje es
una síntesis maestra de la obra maestra de salvación
que iba a llevar a cabo Dios hecho hombre y nacido de una virgen
sin intervención de padre alguno. Este hecho evidente de
explicitación de las doctrinas es contradictorio con la
atribución de una fecha tan tardía a los pretendidos «documentos».
(i) La existencia de las leyes e
instituciones del Pentateuco en época temprana queda
testificada por las numerosas alusiones que se hallan en los profetas
más antiguos. Para no verse obligados a admitir que estas
leyes e instituciones existían ya bien antes del siglo VIII
a.C., se alega que estos pasajes han sido introducidos
tardíamente, por interpolación en las obras
proféticas auténticas; pero no se tiene ni una sola
prueba genuina en favor de esta afirmación. Además, el
examen de los libros de los profetas da evidencia de que estas
alusiones al Pentateuco están ligadas de una manera
indisoluble con su contexto, constituyendo una parte esencial del
discurso de estos siervos de Dios.
(j) La hipótesis del origen
tardío de las instituciones judías forma parte de una
falsa concepción de la civilización antigua en la
época de Moisés. La teoría de la
evolución, que hoy en día es muy combatida, estaba en
boga hace 125 años, e influyó sobre una gran parte de la
teología. Se creía que Moisés ignoraba el arte
de la escritura, y que no tuvo a su disposición nada con lo
que mantener registros escritos por sí mismo; sin embargo, se
ha demostrado ya que la escritura estaba bien extendida en el mundo
antiguo desde muchos siglos no sólo antes de Moisés,
sino antes del mismo Abraham. Se pensaba que era imposible dar a
tribus semisalvajes un código de leyes y un ritual tan
elaborado como el del Pentateuco; por ello, se pretendía que
todo lo que estuviera desarrollado desde el punto de vista social,
legal, religioso y espiritual tenía que ser forzosamente
tardío. Desde entonces, las modernas investigaciones
históricas y arqueológicas han demostrado que tanto los
babilonios como los egipcios, y otros reinos locales o de
carácter regional, poseían una civilización,
legislación y ritual sumamente detallados antes del
surgimiento de Moisés. Es innegable que los israelitas
tenían una plena capacidad para recibir en Sinaí las
leyes y normas dadas por Dios por medio de Moisés. Vino a
recibir también una nueva revelación de un Dios que es
Espíritu, santo, misericordioso, único, con el que la
nación entró en una nueva relación por medio del
Pacto. Así Moisés vino a ser el mediador del Pacto y el
expositor de las grandes verdades de las que vino a ser depositario
Israel para ser testigo de ellas a toda la humanidad. (Véanse
MOISÉS, HAMMURABI, ALTAR, SACERDOTE, TABERNÁCULO,
TEOCRACIA.)
Desde el punto de vista literario, se pueden aducir todavía
algunas objeciones a la «teoría documental».
(a) Es imposible
diferenciar los documentos basándose estrictamente en el
principio de que ciertos términos característicos
denuncian distintos redactores. Consideremos, por ejemplo, el empleo
de diferentes nombres de Dios (idea que engendró esta
hipótesis). El término Yahveh (traducido como
Jehová) indicaría el documento J. Según esta
teoría, este nombre, en Génesis, no debería
estar en los documentos atribuidos a E y a P. Sin embargo, sí
se halla (Gn. 5:29; 7:16; 14:22; 15:1, 2; 17:1; 20:18; 21:1 b, 33;
22:11, 14, 15, 16; 28:21). Por otra parte, el nombre Elohim (Dios) no
debería hallarse en el pretendido documento J; sin embargo, se
halla allí (Gn. 3:1-5; 4:25; 6:2, 4; 7:9; 9:26, 27; 33:5, 11;
43:14, etc.). Ello para no hablar del frecuente uso que se hace de la
combinación de ambos nombres: Jehová Dios (Gn. 2:5, y
en total once veces en este solo capítulo). Estos ejemplos,
extraídos sólo de Génesis, y que sólo
tratan de dos términos característicos, son suficientes
para anular este pretendido criterio. Se intenta justificar la
presencia de estos casos suponiendo que el compilador los introdujo a
propósito en el texto, o que los sacó de otro
documento. Se argumenta en ocasiones que el redactor de J
empleó «con discernimiento» el término Elohim (Dios),
argumento que en realidad destruye la teoría de los
documentos. En efecto, si el redactor se pudo servir a
propósito de tal expresión, pudo haberla empleado
voluntariamente cada vez. Esto es lo que afirman los defensores de la
mosaicidad del Pentateuco. Se puede afirmar que estas expresiones
convienen al contexto y que están allí porque
éste ha sido el designio del redactor. Elohim designa a Dios
como Creador y sustentador del universo y dueño de todas las
criaturas. Yahveh evoca al Dios de gracia y que se revela al hombre
(véase DIOS [NOMBRES DE]). Por otra parte, es insostenible la
pretensión de que «El» y «Yah» fueran términos
tardíos para referirse a la deidad. Hay evidencias claras del
uso de estos nombres en descubrimientos arqueológicos de
tabletas de arcilla escritas en cuneiforme de antes de la
época de Abraham (véase MARDIKH
[TELL]).
(b) El argumento de la continuidad
que presenta cada documento por separado no resiste el examen.
Documento J: Se pretende
que el relato que acaba en Gn. 4:25, 26 se reanudaría en 5:28
b, 29; 6:(1-4) 5-8; de allí, pasaría a 7:1-5.
Así, J no daría más que unos fragmentos
separados, ignorando totalmente el origen del arca. Se asigna
también a J: Gn. 10:21, 25-30; 11(1-9), 28-30; 12:1-4 a. Pero,
en tal caso ¿quiénes eran Taré, Harán y
Abram? El relato no tiene nada de seguido.
Veamos el documento P: el redactor P
es el supuesto expositor de la creación (Gn. 1:1-2:4 a);
así, dice en el versículo 31 del capítulo 1:
«vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que
era
bueno en gran manera». Después, una vez establecida la
genealogía de Adán (Gn. 5:1-28 a), P declara de
repente: «Se corrompió la tierra delante de Dios»
(Gn. 6:11).
¿Cómo se corrompió, si P desconoce el episodio de
la caída? El relato de los inicios de la vida de Abram queda
asimismo cortado en porciones. En un texto atribuido a J, se
atribuyen a P (¿por qué razones?) los siguientes
versículos: Gn. 11:27, 31, 32; 12:4 b, 5; 13:6, 11 b, 12 a;
16:1 a, 3, 15, 16, 17. Los que creen en la mosaicidad del texto
pueden, en cambio, demostrar la unidad del argumento, la
ilación lógica de las ideas, el equilibrio de las
partes, la gradación del relato. Lo que se afirma en este
sentido es mucho más admisible que el inverosímil
despiece en el que desemboca «el ejercicio de un ingenio mal
dirigido» de los críticos (para citar una expresión
del
profesor Orr, Problem of the OT, p. 237). Citando aún otro
ejemplo a propósito de ello, Gn. 37 se convierte en un
rompecabezas de 26 fragmentos, de los que tres no son más que
un fragmento de versículo (¡!). Sobran los comentarios.
(Véase GÉNESIS.)
(c) La teoría de los relatos
paralelos, de estilos y por ello de autores diferentes, se muestra
falsa, precisamente en el único caso en que puede ser
controlada por pruebas externas. Se pretende que en el relato del
diluvio aparece dos veces la descripción del cataclismo, en
tres versículos sucesivos: «.. aquel día fueron rotas
todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos
fueron abiertas» (Gn. 7:11, «documento P»); y «al séptimo
día las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra... y hubo
lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches» (Gn.
7:10 y 12, «documento J»). Según se dice, habría
aquí dos estilos diferentes: uno lleno de vida, de
poesía; el otro árido, limitándose a informar de
los hechos. Pero los babilonios y los asirios nos han transmitido un
relato del diluvio; comparándolo con el de Génesis,
presenta las mismas repeticiones que se han pretendido como «relatos
paralelos» cuando se trataba de Génesis; se encuentran las
mismas variaciones de estilo en los pasajes correspondientes de la
narración asirobabilónica. Así, las diferencias
de estilo no constituyen ninguna dificultad para los que aceptan la
paternidad mosaica del Pentateuco: la variedad de temas tratados
comporta forzosamente las diversas maneras en que se tratan.
(d) Las pruebas externas anulan
asimismo el argumento de las pretendidas contradicciones de los
«paralelos». Según el «documento P»,
Dios advertiría a
Noé de la inminencia de un diluvio de aguas (Gn. 6:17), pero
no le revelaría sus causas: nieve, lluvia, o una ola de
aguaje. En cambio, según el «documento J», Dios
habría
advertido a Noé que entrara en el arca, porque siete
días más tarde Él haría llover sobre la
tierra durante cuarenta días y cuarenta noches (Gn. 7:4). Sin
embargo, el relato asirio apoya aquí la estructura del hebreo:
no se trata de dos relatos diferentes, sino de acontecimientos
sucesivos. En efecto, en el relato asirio, como en Génesis, el
hombre es primero advertido que construya una nave para escapar a la
muerte por las aguas; más tarde, en ambos casos, se precisa
que el cataclismo vendrá en forma de lluvia. El relato de
Génesis evidentemente no refleja una mera tradición
transmitida por los hebreos, sino recogida por escrito bajo
inspiración. Su sobriedad contrasta violentamente con el
contenido del relato asirobabilónico. La postura que se basa
sobre estas pretendidas contradicciones y diferencias de estilo, con
el fin de asignar el texto a autores diversos, no resiste un examen
detenido. Para una consideración completa de toda esta
cuestión véase la bibliografía que se da a
continuación. (Para un análisis de los relevantes
descubrimientos del mar Muerto, incluyendo fragmentos de
Levítico del siglo V a. C., véase QUMRÁN
[MANUSCRITOS DE.)
Bibliografía
- Aalders, G.: A Short introduction to the
Pentateuch (Intervarsity,
s/f);
- Allis, O. T.: God Spake by Moses (Presbyterian and Reformed, Philadelphia,
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- Allis, O. T.: The Five Books of Moses (Reformed and Presbyterian, Philadelphia,
1969),
- Allis, O. T.: The Old Testament, Its Claims and his
Critics (Presbyterian and
Reformed, Nutley, N. J., 1972);
- Darby, J. N.: Escritos acerca del
Pentateuco, su paternidad mosaica y antigüedad, véanse
The Collected Writings of
J. N. Darby, vol. 6, PP.
201-209, 267-269; vol. 9, PP. 360-370; vol. 23, PP. 82-114; vol.
29, PP. 65-66; 69-71 (Kingston Bible Trust, Lancing, Sussex,
1964);
- Hocking, W. J.: «The Lord's
Testimony to the Mosaic Authorship of the Pentateuch» en
The Bible
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(H. L. Heijkoop, Winschoten, Holanda, reimpr. 1969),
- Keil y Delitzsch: Commentary on the Old Testament: The
Pentateuch (Wm. Eerdmans,
Grand Rapids, reimpr 1981)
- Kelly W.: «The Pentateuch and its
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Treasury, dic. 1912-junio
1913,
- Lewis, C. S.: «Modern Theology
and Biblical Criticism», en Christian Reflections (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, 1967),
- M'Caul, A., D. D.: «Positive
Testimony to the Pentateuch», en The Bible Treasury, sept 1904 mayo 1905.
- McDowell J.: Evidencia que exige un
veredicto. Vol. II (Clie,
Terrassa, 1988);
- Whitfield, E. W.: «The Vatican
and the Criticism of the Pentateuch», en The Bible Treasury, sept. 1906;
- Wiener, H. M. y Kyle, M. G.:
artículo «Pentateuch», en ISBE, vol. IV, PP. 2298-2312 y 2312A-2312D (Wm.
Eerdmans, Grand Rapids, 1946);
- Wilson, R. D.: A Scientific Investigation of the Old
Testament (Marshall Ltd.,
Londres, 1926);
- Young, E.: Una introducción al Antiguo
Testamento (T.E.L.L. Grand
Rapids, 1964).
-
Artículo procedente
del Nuevo Diccionario
Ilustrado de la Biblia,
de Editorial CLIE,
Samuel Vila y
Santiago Escuain, redactores
(CLIE, Terrassa 1985, 1185 pp.).
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