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Santiago Escuain

Sobre la coexistencia del hombre y de los dinosaurios


ANTE la intensa campaña para inclinar al común de las personas en contra de la coexistencia de los dinosaurios y los humanos en el tiempo (piénsese en las exposiciones del Museo de la Ciencia en Barcelona y en centros comerciales como Baricentro en Barberà del Vallès, patrocinados por entidades como «la Caixa»), es de interés dirigir la atención de los lectores hacia evidencias que confirman la coexistencia de los humanos y los dinosaurios.

 

EL RÍO PALUXY

En primer lugar, se pueden mencionar las famosas y controvertidas pisadas humanas en el lecho del río Paluxy en Glen Rose, Texas, donde aparecen al lado de pisadas de dinosaurios. Esta evidencia, que se trata más detalladamente en el libro Anegado en Agua, vol. I, de la serie Creación y Ciencia (ver información sobre libros en la sección correspondiente en este número), ha sido intensamente combatida por el estamento evolucionista, que al principio atribuía generalmente las huellas humanas a tallas fraudulentas por parte de personas deshonestas que querían fabricar esta evidencia. Sin embargo, quedó demostrado que esta acusación carecía de todo fundamento cuando se pudo constatar, en excavaciones de campo, que los rastros de huellas humanas existentes reaparecían al desmontar terrenos sobreyacientes sobre el estrato en el que aparecían las huellas, cuando éstas parecían dirigirse debajo de estos terrenos.



Actualmente, debido a la aparición de manchas y formas garróideas en torno a algunas de las huellas consideradas humanas, los evolucionistas ya no mantienen la contención de fraude, y aceptan la genuinidad de estas pisadas, pero mantienen que se trata de pisadas de dinosaurios que no fueron reconocidas como tales.

Queda, sin embargo, un hecho doble: (1) Las prisas del estamento evolucionista de no aceptar la genuinidad de unas huellas que ahora sí aceptan, y (2) que la explicación del fenómeno de aparición de manchas está en el aire, no afectando a todas las huellas, algunas de ellas muy claramente humanas y otras de humanos de proporciones gigantescas.

Por otra parte, en Paluxy han aparecido otras dos líneas de evidencia. La primera de ellas se trata asimismo en la obra mencionada más arriba, y es el descubrimiento de una rama carbonificada sepultada en el lecho del río Paluxy. Una muestra del carbón de esta rama fue enviada a un laboratorio de datación radiocarbónica, que dio una fecha —sin corregir— de alrededor de 12.800 años de antigüedad (véase el artículo sobre radiocarbono en este mismo número). Aquí tenemos los siguientes hechos: (1) que la rama fue sepultada ardiendo en los sedimentos que ahora constituyen el lecho del Paluxy cuando todavía no estaban petrificados. Esto es, durante la formación de dichas capas. Esto se evidencia por la constitución de los sedimentos que rodean inmediatamente la rama, en los que se aprecia burbujas debidas a la combustión y desprendimiento de gases, y la acción de la calor. (2) Que la rama presenta una actividad radiocarbónica que la sitúa en tiempos recientes. La conclusión es que los sedimentos forzosamente deben ser recientes, y que las pisadas de humanos y de dinosaurios fueron hechas coetáneamente en un tiempo reciente.





La otra línea de evidencia fue el descubrimiento, el 13 de agosto de 1984, de un esqueleto de dinosaurio en una de las riberas del Paluxy. Por lo que se sepa, se trata del primer caso de un esqueleto de dinosaurio hallado cerca de pisadas fosilizadas de dinosaurios. Este fenómeno arguye poderosamente en favor de una formación cataclísmica de estas formaciones en el contexto del Diluvio Bíblico.1

 

LOS ARENALES DE ICA

En Perú surgió una evidencia también elocuente acerca de la coexistencia de los dinosaurios y los hombres en el pasado. La revista Gente, de Lima, en su número 615, págs. 4-8 (19 de noviembre, 1987), informaba del hallazgo de unos restos humanos fosilizados junto a una masa de huesos de dinosaurios. El descubridor, el doctor Javier Cabrera Darquea, es médico, y catedrático de la Universidad de San Luís de Gonzaga. Dice el reportaje: «Se aprecian las vértebras dorsales, lumbares, parte de los huesos de los hombros, la columna completamente erecta, el hueso sacro y algunas costillas». En estos arenales también hay una enorme cantidad de huevos de dinosaurio. Hasta aquí hemos hablado de coexistencia en el pasado. Pero lo que queda por considerar es la coexistencia del hombre y los dinosaurios en el presente. Por una parte, cualquier lector reflexivo podrá observar que las descripciones de behemot y leviatán en el libro de Job corresponden a dinosaurios, y no a animales como el «hipopótamo» y el «cocodrilo», como se pretende en ciertos comentarios y diccionarios bíblicos. (¡La descripción de la cola de behemot en Job 40:15 y ss. no es precisamente la de un hipopótamo, como podrá constatar cualquiera que haya visto un hipopótamo en un zoológico o en fotografía!)

Restos fosilizados de un hombre en los arenales de Ica (Perú),
junto con una gran cantidad de huesos de dinosaurio.

UN PLESIOSAURIO CENSURADO

UNA noticia de gran importancia para la cuestión que nos ocupa, y que fue fuertemente censurada en Occidente, fue la del descubrimiento japonés, en abril de 1977, de lo que con toda seguridad era un plesiosaurio.

El pesquero Zuiyo Maru, que pescaba con artes de arrastre en busca de makarel por la costa occidental de Nueva Zelanda, atrapó un cadáver en descomposición a una profundidad de 900 pies (275 metros), y lo haló a bordo. Afortunadamente, estaba a bordo del pesquero Michihiko Yano, el director asociado de producción de la compañía de pesca Taiyo Fisheries Ltd. Teniendo estudios de zoología, midió la extraña criatura y tomó fotografías. También tomó muestras de tejidos antes que el capitán lo hiciera echar por la borda al mar.

Dieciocho miembros de la tripulación fueron testigos de ello, y cuando Yano volvió al Japón los directores de su compañía reunieron un panel de eminentes científicos marinos. El profesor Tokio Shikima, de la Universidad Nacional de Yokohama, fue el primero en sugerir que la criatura fuera un plesiosaurio — un pariente marino del dinosaurio, y que se supone quedó extinguido hace unos 70 millones de años. «No es un pez, ni una ballena u otro tipo de mamífero», dijo el profesor Yoshinori Imaizumi del Museo Nacional de la Ciencia del Japón, en el diario Asahi Shimbun que dio la noticia al mundo. «Es un reptil, y su contorno se parece mucho al de un plesiosaurio ... Parece una evidencia de que, después de todo, estos animales no están extinguidos».2


PRIMERAS PÁGINAS EN EL JAPÓN

Esta criatura, de 1800 kilógramos de peso y 10 metros de longitud, tenía cuatro aletas, cada una de ellas de un metro, y un cuello de 1,5 metros. El análisis de las muestras de tejidos dio que se trataba o bien de un pez o bien de un reptil, pero decididamente no un mamífero. A pesar de estos, los escépticos que ni habían visto el espécimen ni habían estado involucrados en absoluto declararon que se trataba bien de un león marino (un mamífero), o bien un tiburón. El descubrimiento fue noticia de primera página en el Japón. Además, fue considerado como el acontecimiento científico del año con la emisión de un sello de 50 yenes.





Sin embargo, el escarnio académico de la comunidad científica occidental acerca de la sugerencia de que fuera un plesiosaurio fue suficiente para imponer una virtual censura del acontecimiento en los medios occidentales. Newsweek publicó un breve artículo y una fotografía el 1 de agosto de 1977 (pág. 77), y la revista Oceans de noviembre/diciembre de 1977 (págs. 56-59), de circulación restringida, le dio un tratamiento adecuado y una fotografía en color. Pero no hubo ni una sola palabra en Science, Time ni en National Geographic. Es evidente que aunque los medios informativos japoneses anunciaron este acontecimiento como «un descubrimiento de gran valor e importancia para los humanos», se trataba de una gran amenaza para los millones de años que constituyen el fundamento de la fe occidental en el evolucionismo.


REFERENCIAS

1. Acts & Facts, Octubre 1984, Institute for Creation Research, San Diego, California, pág. 3. Volver al texto

2. John Koster, «Creature Feature», Oceans, San Francisco, Vol. 10, 1977, pág. 56. Volver al texto


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Traducción del inglés: Santiago Escuain
© Santiago Escuain 1997, por la traducción
© Copyright SEDIN 1997 para el formato electrónico -  www.sedin.org. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.

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