John Nelson Darby
SU ALABANZA ESTARÁ
SIEMPRE EN MI BOCA
LÉASE
FILIPENSES CAPÍTULOS
3-4
En la epístola a
los filipenses, capítulo tres,
leemos de la energía espiritual que conduce al santo
adelante
en la carrera hacia Cristo en la gloria.
Estos capítulos
tratan principalmente sobre la potencia que
le proporciona al santo una completa superioridad sobre
todas las
circunstancias por las cuales tiene que pasar, pero sin
hacerlo
insensible a los pesares, sino capaz de gozarse en
el Señor
siempre.
No hay nada más
instructivo o humillante en esta
práctica, que la vida de Pablo. Privado del ministerio
que
él amaba, encarcelado en la prisión en Roma, «después
de haber trabajado más que todos
ellos» (1 Co 15:10); encontró, que después
de los efectos gloriosos producido por su ministerio, el
resultado
por fin fue esto: «Me han abandonado todos los que
están en Asia» (2 Ti 1:15); y «Todos
buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús»
(Fil 2:21). No obstante, él pudo decir: «Regocijaos
en el Señor siempre. Otra vez os digo:
¡Regocijaos!» (Fil 4:4).
De seguro que
vamos a encontrar en la carrera mucha
turbación, mucho conflicto, pues Satanás no está
todavía atado. Cuanto más seguimos adelante, más
oposición encontraremos: Pesares en la Iglesia, y los
santos
andando mal individualmente; todas estas cosas
entristecen nuestros
corazones; pero debemos fijar los ojos en Cristo para
tener la
potencia que levante nuestro corazón totalmente sobre
todo
ello; la comunión y la fe que vinculan el corazón a
Cristo y el andar con Él, y también el poder de servir
a otros, venga lo que venga.
Cristo, el Varón
de dolores, fue el ejemplo de esto:
¿Quién estaba tan presto a servir como Él? «Yo tengo
una comida que comer, que vosotros no
sabéis» (Jn 4:32) fueron sus palabras. Aun Marta,
a
quien Él amaba, trató de alejar a María de sus
pies donde ésta escuchaba sus palabras (Lc 10:40-42).
Sus
discípulos trataron de desviarle cuando Él les
habló de su muerte; todos manifestaron mal entendimiento
acerca de lo que Él había venido a hacer (Mt 16:21-23):
«Dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20:28).
Sin embargo, Él pudo rogar al Padre que sus
discípulos tuviesen su gozo cumplido en ellos (Jn
17:13).
Si en verdad
tenemos este gozo de Cristo, podemos decir como
Pablo: «Todo lo soporto por amor de los escogidos»
(2 Ti 2:10), porque estamos en espíritu con Él, y
Él con nosotros en todo; y Él sí lo
sufrió todo por «el gozo puesto delante de
Él» (He 12:2); sufrió aun «Hasta
la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:8).
No es simplemente
la animación emotiva de un corazón
que ignora el poder del mal o la oposición de Satanás.
Con muchos, hay gran cantidad de este gozo que es
superficial,
ignorando la esencia de las cosas. La verdadera potencia
es cuando
uno se da cuenta bien de la profundidad del mal y de la
oposición de Satanás; al mismo tiempo conoce y
confía en la potencia del Señor, la cual vence todo mal
y obstáculo.
Lo que ahora está
obrando es el poder del bien (de Dios
mismo), en medio del mal; y es superior al
mal en medio
del cual obra. Es cierto que el mal está fluyendo como
un
río poderoso, el cual, si no es contenido, fluirá hasta
el océano de juicio, a menos que el Señor intervenga,
como Él lo hace, en bondad y misericordia, o en juicio,
o en
castigo. Pero hasta que Satanás sea atado, el
carácter del mundo es éste: Que él es su
Dios y su príncipe, y en medio de un mundo donde
Satanás es el príncipe, la potencia suprema de Cristo
ha intervenido y es sobre todo.
Si mi alma está
viviendo en el centro inmediato de esta
potencia de Cristo, sentirá la presión del mal, pero no
será deprimida; «En nada intimidados por los que se
oponen» (Fil 1:28). El abastecimiento práctico de
cada día depende de que el corazón esté con
Aquel que lo ha vencido todo; que tiene toda potestad en
el cielo y
en la tierra (Mt 18:28). Entonces conocemos, en el Señor
mismo, el seguro y efectivo descanso que nadie ni nada
puede
perturbar. Cierto, tenemos que seguir trabajando, como
dice: «Procuremos, pues, entrar en aquel reposo» (He
4:11); pero si el corazón está con Aquel que
está en ese reposo, entonces tiene un poder que nada lo
puede
alcanzar; y la primera señal de esta potencia,
cuando
la marea del mal se levanta, es paciencia. Aquello que persevera
hasta
el fin ¡es mejor que un milagro! Así aprendemos
la gracia y el poder que guardan nuestros corazones
libres
para meditar en lo que Cristo ha hecho en otros; libres
para servir a
toda la Iglesia y hasta pensar en todas las condiciones
aun en la de
un esclavo con su amo (Flm 10-19). Los afectos de Pablo
estaban vivos
para todo verdadero «hermanocompañero» (Fil
4:3), como si no lo hubiesen desamparado todos; y aunque
todos
buscaban lo suyo propio, esto no le estorbaba para que
su
corazón no se ensanchara hacia ellos.
Nuestros
corazones, ¿viven lo suficiente con Cristo para
pensar así de un hermano? ¡El corazón de Pablo
estaba tan ejercitado en el conocimiento de lo que es
ser de Cristo,
que cuando él pensaba en un hermano, pensaba de uno cuyo
nombre estaba escrito en el libro de la vida! En
otro lugar
dice: «Estoy perplejo en cuanto a vosotros»
(Gá 4:20), pero en el capítulo siguiente, dice: «Yo
confío respecto de vosotros en el
Señor» (Gá 5:10).
«Bienaventurado
el hombre... en cuyo corazón
están tus caminos». El secreto de todo era que
él hacía una fuente de las tristezas. «Atravesando
el valle de lágrimas», fue
tornado en una «fuente»; la bendición de
lo alto, donde estaba Cristo, llenó los estanques. (Sal
84:5,
6).
La historia del
apóstol es muy importante en
relación con esto mismo. En la prisión, encadenado
entre dos soldados, pero confiado más que nunca en el
Señor el Señor fue muy benigno para con él
él aprendió, viniera lo que viniera, a gozarse,
no en la prosperidad de su obra, o en la de la Iglesia,
o en la de
los santos; sino a gozarse «en el Señor
siempre» (Fil 4:4).
Que sentimiento
tan sano, profundo y verdadero a la manera
según Cristo se despierta en estas pruebas. Como dice el
Salmista: «Bendeciré a Jehová en todo tiempo;
su alabanza estará de continuo en mi boca (Sal 34:1).
¿Cómo se produjo esto? «Este pobre
clamó, y le oyó Jehová» (Sal 34:6).
El Señor era su pastor, así que él
podía decir «Nada me faltará», no
decía «Yo tengo pastos delicados», sino «Nada me
faltará», porque el Señor
era su pastor. «Confortará
mi alma; me guiará
por sendas de justicia por amor de su nombre». Él
aderezó «mesa
delante de mí en presencia de
mis angustiadores». Él ungió «mi
cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente
el bien
y la misericordia me seguirán todos los días de mi
vida, y en la casa de Jehová moraré por largos
días» (Sal 23).
Estando Pablo
delante del rey Agripa, dijo: «¡Quisiera Dios que por poco o por
mucho, no solamente
tú sino también todos los que hoy me oyen, fueseis
hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!» (Hch
26:29).
El no dijo: «Quisiera
que todos fueseis
cristianos», sino
«cual yo soy».
¡Allí estaba un hombre feliz, tan consciente de la
bienaventuranza que tenía en Cristo; tan lleno del amor
de
Cristo, tanto, que deseaba que todos fuesen como él! Su
interna y completa felicidad de corazón en Cristo fue
tal que
las pruebas pruebas aún en la Iglesia, las cuales eran
más profundas e innegables, solamente lo llevaban a
Cristo.
¿Somos nosotros
tan conscientes de esta felicidad en Cristo,
que podamos decir a otros: «Quisiera que fueseis cual
yo
soy»? Tal vez diréis: «Solamente el
apóstol pudo decir eso». No es así, sino que
es lo que todo cristiano, joven o viejo, es
llamado a ser. La
única diferencia es que el joven cristiano se goza más
en sí mismo y en las bendiciones; tiene un consuelo
bienaventurado en sí mismo. Los ya sazonados, los padres
más sencillamente en el Señor, ellos han aprendido a
conocer a Cristo; ellos tienen una relación personal con
el
Señor Jesucristo y se gozan en lo íntimo con Él.
Los jóvenes se gozan en sus primeros sentimientos
fervientes,
llenos de vehemencia. Es bueno y cierto, lo que Dios ha
dado, pero en
el esforzarse al atravesar este mundo
encontramos que
verdaderamente no hay nada en que gozarnos, sino en
Cristo.
El poder de esto
consiste en que estando el creyente cerca de
Cristo, en verdadera comunión, cuando el mal brota y el
poder
de Satanás está obrando, el corazón se apoya y
confía en el que resucitó, quien ha vencido al que
tenía el imperio de la muerte (He 2:14), en Él, cuyo
brazo santo y poderoso le obtuvo la victoria. Él dice: «Confiad, yo he
vencido al mundo» (Jn 16:33).
Él nos pone en marcha con este testimonio,
habiéndose ido Él mismo a un lugar donde el mal no
puede entrar; y allí tenemos a Cristo, la fuente
inagotable de
bendición, y nos gozamos con Él. No nos ha sacado
todavía de este mundo gobernado por el poder de
Satanás, pero nos guarda del mal, porque no somos del
mundo,
como Él no es del mundo (Jn 17:14, 16).
Los santos
también, cuando corren la carrera, deben mirar a
Jesús, quien comenzó y terminó todo este curso
de fe; quien ha anulado el poder de Satanás en el
principio y
en el fin; «Tentado
en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado» (He 4:15). Él venció «Al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al
diablo» (He 2:14) y «Se sentó a la
diestra de la Majestad en las alturas» (He 1:3) la
victoria
ganada. Es nuestra porción gozarnos ahora el
Él, en lo muy alto, e independientes de todas las cosas
que
vamos pasando.
No permita que las
circunstancias presentes le ocupen. No quite su
mirada de Él y las ponga en ellas, ¡sino, gócese!,
no en sí mismo de ninguna manera, sino, ¡en Cristo
siempre!
Pero para esto
debe estar con Él en espíritu, porque
sólo Él está fuera de todo mal, y Él es
el centro y fuente de todo bien; y lo que debe verse
aquí en
la tierra, es su «gentileza»
modestia (Fil 4:5)
y su humildad. Si yo soy feliz en Cristo, ¿debo
estar
reclamando mis derechos en este mundo? Cristo no tuvo
ningunos.
¡Oh, no!, mi tesoro está en otro lugar; yo voy a salir
de
este mundo; debo posponer mis derechos hasta que Cristo
tenga los
suyos. Que nuestros corazones sean destetados de las
cosas de
aquí, de este mundo; pasemos por este mundo como hijos
destetados. Cristo pasó por este mundo, dejando a todos
y cada
cual que siguiera su propio camino. En presencia de la
injusticia, el
espíritu tiene la tendencia de enojarse; pero hay que
cultivar
la sujeción que cede. Los samaritanos no quisieron
recibir al
Señor, y Él se dirigió a otra aldea. ¡Oh
qué lección es esa! Fue porque Él «Afirmó su
rostro para ir a Jerusalem» (Lc
9:51, 53). Los indiferentes no le recibieron
porque Él
estaba haciendo precisamente lo que marcaba su devoción
a su
Padre; y así será contigo; los religiosos indiferentes
no te van a querer, si tú afirmas tu rostro en caminar
rectamente.
«El Señor
está cerca» (Fil 4:5).
Él nos ha enseñado a esperar en Él que
seamos siempre semejantes a hombres que esperan a su
Señor (Lc
12:36).
«Por nada
estéis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios» (Fil 4:6). Su
paz es
mejor que nuestros cuidados. Es cierto que tenemos
cuidados y penas,
y tendríamos más si estuviésemos viviendo
más semejantes a siervos entre las penas de este mundo.
No
indiferentes Cristo nunca lo fue. Pero hay un
alejamiento de Cristo
en mi propio corazón, una tendencia de ponerme ansioso
aun en
el cuidado por otros. Pero decírselo a Dios; esto me
levanta
sobre los cuidados en tal manera que puedo gozarme en
Él.
¿Qué es lo que
Dios da al corazón que ha echado
toda su solicitud en Él? ¿Una sencilla
contestación? No aunque sabemos que Él sí
contesta; sino nos da su paz. ¿Está preocupado el
corazón de Dios por las circunstancias? ¿Está
turbado por ellas? ¿Está sacudido su trono por la
temeridad y maldad del mundo o aun por el fracaso de los
santos?
¡Nunca! Echa, pues, toda tu solicitud en Dios, y Él
pondrá su paz en tu corazón, la paz inefable de Dios.
El que conoce el fin desde el principio, el autor de
esta paz,
guardará tu corazón y mente por Jesucristo. Entonces no
habrá indiferencia, negligencia, ni frialdad, sino
suplicación y ruego ferviente, y todo con acción de
gracias.
Un hombre cuyo
corazón está lleno de acción
de gracias, contando con Dios, va a Él en oración y
súplica, y el alma, dejando todo a Dios, siente su mano
en la
turbación, y puede decir: «Es asunto suyo; no es
mío». He aquí, es un hombre feliz. Él
camina por este mundo en esta bendita comunión con
Cristo, en
el poder del Espíritu de Dios, con gozo interior y con
sus
afectos ensanchados hacia sus hermanos.
«Por lo
demás, hermanos, todo lo que es
verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo
puro, todo lo
amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud
alguna, si algo
digno de alabanza, en esto pensad» (Fil 4:8). En
otras
palabras, tener corazones que estén libres para poder
encontrar lo bueno en la gente.
Jesús pudo
encontrar la más pequeña
partícula de la gracia en una pobre alma. «Yo tengo
una comida que comer, que vosotros no sabéis», «María
ha escogido la buena parte», «He
aquí, un verdadero israelita, en el cual no hay
engaño» (Jn 4:32, Lc 10:42, Jn 1:47). Siempre hay
esta percepción cuando el corazón se guarda libre para
gozarse del fruto del Espíritu en otros, estando ocupado
en lo
que es bueno.
No se puede tocar
el alquitrán sin ensuciarse; y en estos
días hay gran cantidad de alquitrán. Pensando con el
mundo y hablando como el mundo, el corazón se conforma a
la
matiz mundana. ¡Esto no es Cristo! El corazón puesto en
libertad, vive en lo que deleita el corazón de Cristo.
¡Oh, qué gran diferencia!, viviendo en el ambiente donde
mora el corazón de Cristo, en lugar de ser arrastrado
tras
miles de otras cosas.
«Lo que
aprendisteis y recibisteis y oísteis y
visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con
vosotros» (Fil 4:9), y no solamente su paz como
en
el verso 7 sino Él mismo. Jamás se llama Dios de
gozo. Gozo es algo que sube y baja y puede ser
estorbado; puede haber
de que gozarse, pero una turbación puede también
estorbar el corazón para que no la goce (la paz). La paz
de
Dios es algo que nada ni nadie puede perturbar; es tan
calmada como
el trono de Dios; «Y
el Dios de paz sea con todos vosotros.
Amén» (Ro 15:33). «El Dios de paz
aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies»
(Ro 16:20).
«El Dios
de paz estará con vosotros» (Fil
4:9), y «El
mismo Dios de paz os santifique por
completo» (1 Ts 5:23). «El Dios de paz ... os haga
aptos» (He 13:20, 21). La paz es el resultado de
una
completa y perfecta obra. El Señor obtuvo la paz,
pacificando
por la sangre de su cruz. ¿Por qué? Porque el
sufrió todo lo que era contrario a Dios sostuvo la ira
(lo muy
opuesto a la paz) de Dios, y al instante en que Él fue
resucitado, vino, y poniéndose en medio de sus
discípulos, les dijo: «¡Paz!».
Ahora
Dios nos da a conocer este bendito y maravilloso nombre, «el Dios de paz».
¿Tiene tu corazón
esta paz? Si Dios es por nosotros
con todos los atributos que posee, ¿puede algo estorbar
esa paz?
Yo puedo decir delante de Dios, «yo estoy en luz, como Dios
está en luz, y porque la sangre de Jesucristo, su
Hijo, me
limpia de todo pecado». Puedo tener conflicto con
el yo
personal, con el mundo, y aun con Satanás; pero Dios me
infunde de esa paz que nada ni nadie la puede perturbar.
Su paz fluye
como un río.
La fe es necesaria
para poder gozarse siempre en el Señor,
los pies caminando donde Dios quiere que caminen, no
meramente
evitando el mal, sino andando por donde Él nos dirija en
todo
detalle de nuestra vida; nuestros hábitos, modo de
vestir,
conversación y relaciones. No hay nada que pruebe más
el estado de nuestra alma que los hábitos
cotidianos.
«Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece» (Fil
4:13). Es una cosa diferente decir, «Cristo me
fortalece», que decir, «Todo lo
puedo». Pablo había aprendido todo esto. Cosa
bienaventurada fue el haber aprendido que Cristo era
suficiente para
él; había aprendido cómo estar humillado, y
cómo tener abundancia (lo más dificil, porque la
abundancia tiene la tendencia de alejar al corazón del
Señor. El Señor guardó el corazon de Pablo dos
veces). Si tenía necesidad, él tenía a Cristo;
si abundancia, también tenía aCristo. El Señor
le guardó su corazón en la necesidad y en la
abundancia.
No que se gozara
en las circunstancias, sino la fuerza moral
levantándose sobre ellas. Él había aprendido,
mirando a Cristo de continuo, saboreándolo todo el
camino. Es
cierto que Pablo no lo sabía al principio como lo supo
al fin,
cuando él podía hablar a otros de eso como algo que
había aprendido. Tal como él dijo: «Mi
Dios» ¡bendita palabra! Bien conocida,
experimentada
en toda clase de circunstancias: «En caminos
muchas veces;
en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de
los de
mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la
ciudad,
peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros
entre falsos
hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en
hambre y sed,
en muchos ayunos, en frío y en desnudez» (2 Co
11:26-27), él pudo decir: «Mi Dios pues
suplirá ¡todo lo que os falta!». Yo le
conozco, y si tú me preguntas, «¿Cuál es
su medida?»,
contestaré que es «Conforme
a sus riquezas en
gloria en Cristo Jesús». Yo te garantizo todo
eso.
Pablo encontró que
todos buscaban lo suyo propio, pero esto
sólo le proporcionaba decir más positivamente, «Mi Dios». ¡Qué
realidad hay en la
vida de fe!, andando en el secreto de Dios (Sal 25:14).
Somos muy
débiles los que así estamos; pero esto es algo que
ningún mundo puede tocar, ni Satanás nos lo puede
robar, y las pruebas que nos suceden de paso, solamente
nos aseguran
que somos superiores a toda circunstancia por la
potencia de su
gracia. Dios nos conceda que le conozcamos, y a Él en
ella.
Amén.
Traducción del
inglés por
Ramón Alarcón: 7 de Noviembre de 1966. Ensenada, B.
Cfa, México
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