Roma y la salvación de Cristo
Santiago Escuain
El problema crucial que tiene Roma con una lectura llana de las
Escrituras es que hay un choque frontal entre la dinámica de
la salvación en las Escrituras y lo que Roma propone.
En efecto. Las Escrituras declaran primero que el pecador
está perdido y que necesita la salvación de parte de
Dios. Las Escrituras anuncian el perdón de los pecados a todo
aquel que cree en Jesucristo, y la posesión presente de la
vida eterna. Esta salvación es sencillamente por la obra
consumada de Cristo en la cruz por los pecadores, donde Él
murió por nosotros, y se obtiene creyendo en él. Es una
salvación para buenas obras, esto es, su objeto es darnos una
nueva naturaleza y un nuevo andar. Pero no es por obras, es decir, no
se consigue mediante ninguna buena obra nuestra, sino sólo por
la fe puesta en la obra de Cristo en la cruz. Y es por medio de esta
salvación es incorporado a una comunión fraternal con
los demás salvados, para crecer en la gracia y el conocimiento
de Cristo, servir al Dios vivo y verdadero, apartado de los
ídolos, y esperar a Jesucristo de los cielos.
En cambio, según Roma, la iglesia es el canal de la
salvación obrada por Cristo en la cruz, y es necesario
pertenecer a ella para obtener finalmente la salvación. Para
ello, ha de recibir los sacramentos. El bautismo es según Roma
lo que le hace hijo de Dios y heredero del cielo. Cuando cae del
llamado «estado de gracia» por pecado mortal, necesita
el sacramento de la penitencia para no ir al infierno y ser
restaurado al estado de gracia. Mediante estos y otros sacramentos es
llevado por la Iglesia a mantenerse en el estado de gracia. Si muere
en este estado de gracia, irá generalmente al purgatorio para
pagar «las penas temporales» por los pecados que haya
cometido, tanto de los veniales como de los mortales perdonados por
la penitencia, y, finalmente, cuando sea apto, al cielo.
El «evangelio» de Roma es en realidad un evangelio
diferente. Es asimismo un sistema de tiranía por medio del
cual se mantiene a multitudes bajo un temor constante en lugar de
aquella libertad perfecta de aquel amor que echa fuera el temor (1
Juan 4:18). ¿A qué amor se refiere el apóstol
Juan? Dice él: «En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados.» Todo amor del salvado para con Dios es
consecuencia y fruto de este amor de Dios para con nosotros, fruto de
una salvación recibida y vivida por la fe: «Nosotros le
amamos a él, porque él nos amó primero»
(1 Juan 4:19). Bien al contrario de ser el Evangelio un instrumento
de temor y sujeción a instituciones, pone al creyente en
contacto directo con Dios por medio de Jesucristo, en relación
fraternal los unos con los otros y en un camino de buenas obras que
no se hacen para alcanzar una salvación ya recibida como un
don gratuito de Dios, sino para agradar a Dios en todo y andar como
es digno de esta condición de hijos de Dios.
«Así
que, por cuanto los hijos han tenido en común una carne y una
sangre, él también participó de lo mismo, para,
por medio de la muerte, destruir al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de
la muerte estaban toda la vida sujetos a
servidumbre»
(Hebreos
4:15).
- Santiago Escuain - © Copyright SEDIN 1997, www.sedin.org. Este texto se puede reproducir
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