Santiago Escuain
Aceptación de designio y negación del Creador revelado
«Es curioso lo que alguna gente está dispuesta a creer,
siempre y cuando no esté escrito en la Biblia.»
(Frase atribuida a Napoleón Bonaparte)
En su libro El Universo Inteligente (Grijalbo, Barcelona
1984), Sir Fred Hoyle, el famoso físico y cosmógono, se
rinde ante la evidencia de designio y reconoce paladinamente que la
vida «no puede haberse producido por casualidad»
(pág. 12), y califica la opinión de una
formación espontánea de la vida a base de un encuentro
al azar de sus componentes químicos en una sopa
orgánica, de «mentalidad de trapero»
(pág. 19). Estas palabras las explica de esta manera: «En una trapería se encuentran todos los fragmentos y
las piezas de un Boeing 747, sueltos y desordenados. Ocurre que un
tifón se abate sobre la trapería. ¿Cuál es
la probabilidad de que después encontremos un 747 totalmente
ensamblado y listo para volar? Es tan pequeña que resulta
despreciable, incluso en el caso de que el tifón soplara en
tantas traperías que llenasen por completo el Universo»
(pág. 19). Y remata: «En definitiva, no hay ni un
ápice de evidencia objetiva en favor de la hipótesis de
que la vida empezase en una sopa orgánica aquí, en la
Tierra. ... Entonces, ¿por qué los biólogos se
entregan a fantasías no contrastadas, negando lo que es
patente y obvio, es decir, que las 200.000 cadenas de
aminoácidos, y por tanto la vida, no aparecieron por
casualidad?» (pág. 23).
Hoyle propone una Inteligencia coexistente con el universo y que
esta Inteligencia y el Universo se necesitan mutuamente. No se
trataría de un Ser personal que creó el universo
libremente, sino una inteligencia que existe sólo en mutua
dependencia del universo cuya evolución dirige desde y
hacia el futuro, concretizándose en inteligencias cada
vez más superiores y convergiendo hacia un «Dios» en el infinito futuro. Un «Dios»
que en suma se identifica de una manera quasi
panteísta, aunque parece que no totalmente impersonal.
Aquí reside la paradoja, sin embargo. El Universo no
es inteligente. No puede evidenciarse ningún movimiento
de auto-organización. Y la resistencia de la vida ya
constituida frente a la desintegración no puede ni debe
confundirse con ninguna auto-organización. La tendencia es
inequívocamente hacia la disolución, hacia la muerte
térmica del cosmos. Todos los procesos que se pueden estudiar
en el Universo son desintegradores, aun cuando una multitud de
mecanismos en los sistemas cosmológicos en general y de la
biosfera en particular tiendan a una conservación, en
definitiva limitada en el tiempo y en el espacio. Esta
conservación siempre tiene lugar con pérdidas
energéticas y estructurales; nunca se dan incrementos de
información y energía. Así, Hoyle, aunque
reconociendo paladinamente que la Vida material precisa de una
Inteligencia que la suscite y sustente, sigue rehusando darle el
reconocimiento debido a Aquel que, exterior y anterior al Universo,
autosuficiente en Sí mismo y Eterno, creó todas las
cosas por la Palabra de Su Poder.
La postura de Hoyle es la de atribuir en último
término la sabiduría y poder que se hacen evidentes en
la Creación a la misma Creación, que se dirige al
futuro a devenir «Dios». Esto tiene una gran semejanza
de fondo con la postura de Teilhard de Chardin y su Punto Omega, al
que se dirigiría la humanidad, que en su proceso de
cerebralización llegaría finalmente a la unidad mental
espiritual, constituyendo un «Cristo» cósmico, y
llegando así a su propia deificación. Se acepta la
evidencia de designio, pero se niega la Revelación del
Creador. Con esto se cae en la actitud de negar al Creador y adorar
en cambio a la criatura, trágicamente expresada en la
Epístola de Pablo a los Romanos, capítulo 1,
versículos 18-25 y ss.
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