C.
H. Brown
¿Tiene sanción bíblica
la música instrumental
en el culto y testimonio cristiano?
Durante los cincuenta años en los que el
autor de este folleto ha permanecido entre cristianos reunidos
solamente en el nombre del Señor, de acuerdo con la promesa de
su presencia en medio de dos o tres (Mt 18:20), ha presenciado
repetidos
intentos para llegar a introducir la música instrumental como
un auxiliar para el testimonio evangélico. Hasta ahora estos
esfuerzos han sido limitados a las actividades de las escuelas
dominicales, trabajo misionero, reuniones juveniles, cultos de
evangelización, casamientos y funerales.[1]
Considerando
que esta tendencia es manifiesta hoy día,
juzgamos oportuno volver a examinar el cuerpo completo de la
conexión, si es que la hubiere, entre los instrumentos
musicales y la cristiandad bíblica. Precisamos de la gracia
para llevarla a cabo, no con espíritu de controversia, sino
más bien mediante una búsqueda seria y cabal de la
Palabra, para conocer la mente del Señor en este asunto. La
Palabra de Dios es siempre el último tribunal de
apelación en todo lo que concierne al orden de su casa. Que
así examinemos esta cuestión, con corazones prestos a
aprender, y busquemos solamente su propósito tal como
Él se ha complacido en revelárnoslo.
«¡A
la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme
a esto, es porque no les ha amanecido» (Is 8:20).
El modelo neotestamentario
Todos
somos propensos a caer en aquel viejo refrán popular:
«Todo está bien». Como niños nacidos en
este mundo, nos encontramos con una iglesia y funcionando de acuerdo
con modelos predeterminados en cuanto a pensamiento y métodos.
Mientras se desarrollan nuestras capacidades mentales y espirituales,
nos es muy natural acomodarnos a cuanto encontramos a nuestro
alrededor, suponiendo que goza de sanción bíblica.
El
autor, cuando fue niño, asistió a una llamada
iglesia, en la que se tocaba el órgano en todos
los
cultos. Se aceptaba todo eso como lo apropiado. Cuando él
amplió su esfera de asociaciones encontró que el piano,
el órgano y aún la orquesta ocupaban un lugar
más o menos importante en los distintos grupos religiosos con
los que tenía contactos. Jamás se le ocurrió
objetar su presencia. Lo aceptó todo como constituyendo
siempre una parte de la adoración y del testimonio en la
iglesia. Nos atrevemos a afirmar que tal actitud es completamente
típica entre los cristianos de hoy.
No
mucho tiempo después de su conversión, alrededor
de los diecisiete años, el autor fue invitado a asistir a una
pequeña reunión de creyentes reunidos sencillamente en
el nombre del Señor Jesús. Todo cuanto allí
presenció le pareció completamente diferente a lo que
hasta entonces había visto. No había órgano ni
otro instrumento musical; tampoco había señales de que
existiera un coro. El canto era congregacional, sin director visible.
Todo esto le impresionó como muy peculiar, ni se sentía
atraído siquiera por la extraña sencillez de todo
aquello. En ese entonces aún no había alcanzado su
madurez espiritual, con la que podría tener disposición
para buscar las razones de todo aquello, si acaso las hubiera habido.
Ahora
llegamos al punto exacto de la pregunta que nos hemos
formulado en nuestra introducción. Dejádmela
especificar de la manera más clara posible y en una audaz
pregunta: ¿Los instrumentos musicales forman parte del culto de
la Iglesia y del testimonio evangélico, desde los inicios de
la historia de la Iglesia de Dios en la tierra, a través de
los tiempos apostólicos y de los posteriores? Para contestar a
esta pregunta, nos ayudarán los hechos siguientes.
Para
empezar, debemos tener presente que la dispensación
propiamente cristiana o de la Iglesia no se inició hasta el
día de Pentecostés. Cuando nuestro Salvador estaba en
la tierra, dijo a Pedro: «Sobre esta roca edificaré
mi iglesia» (Mt 16:18). No dijo: «estoy edificando
mi iglesia» o «he edificado mi iglesia», sino «edificaré», anunciando
una cosa futura
aún. La única otra mención de la Iglesia que
encontramos en los cuatro Evangelios se halla en Mt 18:17: «Dilo a la iglesia».
Pero un examen atento de
los versículos 15-20 de este capítulo 18 de Mateo nos
mostrará que nuestro Señor estaba contemplando los
días que vendrían después de que Él se
hubiera ido de la tierra. Esto lo vemos bien claramente si
consideramos el versículo 20:
«porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy
yo en medio de ellos». Esto era un anticipo del tiempo
subsiguiente a su ascensión al cielo, y en que Él
manifestaría su presencia real, aunque invisible, en medio de
dos o tres congregados en su nombre.
La vigencia de la Iglesia como un cuerpo
funcionando sobre la tierra tuvo su principio en el día de
Pentecostés tal como se describe en el capítulo 2 del
libro de Hechos. Esto es confirmado de manera definitiva en 1 Co
12:13: «Porque por un
solo Espíritu fuimos todos
bautizados en un cuerpo». La primera vez en que la palabra
iglesia (propiamente asamblea, de la voz griega
ekklesia) es usada en el libro de los Hechos para designar
este nuevo cuerpo, la hallamos en el capítulo 5,
versículo 11: «Y
vino gran temor sobre toda la
iglesia».[2] Así estamos
seguros de que pisamos terreno firme si continuamos nuestra
investigación de las prácticas apostólicas en la
Iglesia tan solo a aquellas porciones del Nuevo Testamento que son
posteriores a los cuatro Evangelios...
Lo
primero que nos llama la atención al examinar el libro
de los Hechos es el silencio de algo que pudiera semejarse al uso
actual de los instrumentos musicales en la Iglesia. En verdad, la
única mención que se hace sobre el canto en todo el
libro de los Hechos, la tenemos en la ocasión en que Pablo y
Silas se hallan encarcelados en Filipos:
«Pero a media
noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios» (Hch
16:25). Nadie podría pensar en la existencia de
instrumentos musicales en aquel oscuro calabozo interior.
Prosiguiendo
con nuestro examen, en las epístolas
encontramos el mismo silencio en cuanto al uso de cualquier ayuda
mecánica en la adoración o el testimonio cristianos. A
continuación, citaremos las ocasiones en que las
epístolas neotestamentarias aluden a la música o al
canto:
«Como está escrito: por tanto, yo te
confesaré entre los gentiles, y cantaré a tu
nombre» (Ro 15:9).
«Cantaré con el espíritu, pero
cantaré también con el entendimiento» (1 Co
14:15).
«Hablando entre vosotros con salmos, con
himnos y
cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en
vuestros corazones» (Ef 5:19).
«Enseñándoos y
exhortándoos unos a
otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros
corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos
espirituales» (Col 3:16).
«Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
en medio de
la iglesia cantaré tu alabanza» (He 2:12),
(Versión Moderna).
«¿Está alguno alegre? Cante
alabanzas» (Stg 5:13).
En
estas seis referencias no se halla ningún indicio de
acompañamiento musical en el canto. Al contrario, se afirma
que la melodía debe estar en «vuestros
corazones».
Si
Dios hubiera deseado que los instrumentos
musicales tuviesen cabida en la Iglesia, Él así nos lo
habría declarado de manera específica, ya sea en los
veintiocho capítulos de los Hechos de los Apóstoles
(escritos por Lucas), o en el cuerpo que forman las catorce
epístolas paulinas, las tres de Juan, las dos de Pedro, o en
las que escribieron Santiago y Judas. Cuán sorprendente es el
hecho que esto que tiene tanta cabida en el pensamiento y en la
práctica del cristianismo hoy en día, no haya
encontrado una sola mención en estos veintidós escritos
—obra de seis siervos diferentes del Señor que cubrieron un
lapso de setenta años aproximadamente.[3]
¿Qué del último libro del Nuevo Testamento? No
debemos sorprendernos de encontrar mencionado frecuentemente el canto
en ese libro de triunfo celestial después de los sufrimientos
y pruebas del peregrinaje terrenal. Mas no es el cántico de
los ángeles lo que recrea nuestro oído... No dice en
ninguna parte de la Biblia que los ángeles cantan: ellos no
son redimidos.
- Una lira especial hay para el pecador
- ya lavado bien con la sangre del Señor;
- Ángel no puede nunca esa lira pulsar,
- Sólo al que Dios salvó podrá su
loor cantar.
(Himno nº 605 del
«Himnario Mensajes del
Amor de Dios»)
La
primera mención sobre el canto en Apocalipsis la
encontramos en el capítulo 5, versículos 8-9: «Los cuatro seres viviente
y los veinticuatro ancianos se
postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de
oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y
cantaban un nuevo cántico».
La compañía descrita bajo similitud
de unos veinticuatro ancianos, ciertamente es la reunión de
los santos glorificados. En Sinopsis
sobre el
Apocalipsis[4] el autor dice: «Alrededor
de este (del trono) aquellos que representan los
santos arrebatados en la venida de Cristo —cual reyes y sacerdotes—
están sentados en tronos». Aquí encontramos una
multitud portando arpas y copas de oro llenas de perfume.
¿Qué significado puede tener esto en nuestra
investigación?
En
primer lugar, no podemos tomar esa futura escena celestial como
modelo de la adoración y del testimonio cristianos hoy
día. No se refiere a la Iglesia funcionando... en la tierra.
Si tal fuere el caso, seguramente hallaríamos una escena
parecida a esta en el libro de los Hechos o en alguna
epístola. De modo que la visión celestial descrita no
sirve de modelo en la adoración aquí abajo, sino de un
nuevo orden.
En segundo lugar, debemos tener siempre presente,
al leer el Apocalipsis, que es un libro de símbolos. En el
folleto Los símbolos del
Apocalipsis brevemente
definidos[5] se citan más de doscientos
símbolos distintos.
Lógicamente
pues, no debemos tomar al pie de la letra todo
cuanto hallamos mencionado en esta revelación notable del
porvenir. Por ejemplo, aunque reconocemos que los veinticuatro
ancianos simbolizan a los santos glorificados, nunca
tomaríamos el número de veinticuatro de una manera
literal. Actualmente, suponemos que el número de ellos
estará muy por encima de nuestra comprensión. Si no
encontramos dificultad alguna en ver el significado simbólico
del número veinticuatro, ¿por qué hemos de dudar
en considerar las arpas como algo enteramente simbólico
también? El Dr. Burton en su libro antedicho, señala
las arpas como símbolo del servicio coral de
alabanza.
Además, si insistiéramos en dar un
sentido literal a las arpas celestiales, entonces tendríamos
que aceptar literalmente las otras figuras adjuntas. Si hemos de
añadir arpas (instrumentos de música) a la
adoración y al testimonio de las asambleas porque encontramos
que se hace mención de ellas en el cielo, consecuentemente
¡incluyamos también las copas llenas de oro y perfumes,
altar dorado y coronas en las cabezas! No, hermanos, no. Nos
desviaríamos muchísimo de la simplicidad de la asamblea
de los redimidos mencionada en Hechos 2:42, si procuramos apropiarnos
los símbolos materiales del Apocalipsis.[5]
¡Cuán sencillamente bendito es el modelo!:
- «Y perseveraban en la doctrina de los
- apóstoles, en la comunión unos con otros,
- en el partimiento del pan y en las oraciones».
Si
nuestros lectores desean meditar más ampliamente las
referencias que se hallan en el Apocalipsis sobre el canto o los
instrumentos musicales, las encontrarán en Ap 5:8-9; 14:2-3;
15:2-3.
En
las dos últimas de estas referencias, de nuevo hallamos
arpas celestiales y tañedores, pero nuestro comentario
anterior puede aplicarse igualmente. Sabemos que, literalmente, no
habrá un mar de vidrio mezclado con fuego. ¿Por
qué queremos pues que haya arpas de Dios literales?
Como
conclusión, podemos decir con la seguridad que nos da
la voluntad revelada de Dios en la doctrina y práctica
neotestamentarias, que la música instrumental no tenía
lugar en la Iglesia apostólica.
Los instrumentos musicales en la iglesia
post-apostólica.[6]
Estamos
seguros de que muchos de los que han de leer estas
líneas se sorprenderán al saber que pasaron muchos
siglos antes de que los instrumentos musicales fueran introducidos en
la Iglesia.
Los
apologistas de la música en la Iglesia
difícilmente han podido hallar mención alguna de tal
innovación durante los primeros siete siglos de la era
cristiana. Se han hecho cuidadosas tentativas para incluir a Clemente
de Alejandría como primer testigo a favor de música
instrumental en la Iglesia. Clemente fue un doctor griego que
enseñaba en la ciudad de Alejandría y fue figura
prominente en los asuntos eclesiásticos desde el año
192, hasta su muerte alrededor del año 215. Citamos del libro
de Kurfees, Música
Instrumental en la
Adoración, páginas 125-134, lo siguiente:
«Joseph Bingham, el eminente autor de Antiquities of the Christian Church,
dice sin vacilar: "Clemente
más bien argumenta que la música instrumental, como la
del laúd y del arpa, no era utilizada en las iglesias
públicas"» (Antiq.
Vol. II, pág. 485)...
Johann
Caspor Suicer, célebre escritor latino del siglo
XVII...cita algunos fragmentos de Clemente, y entre ellos tenemos el
siguiente: "Música superflua debe ser rechazada porque degrada
y hace variar mucho la mente"... Suicer infiere esta
conclusión directa: "Clemente no ha escrito nada por lo tanto
que pudiera favorecer al órgano y a su uso en los días
presentes, pero sí ciertamente ha abogado por todo lo
contrario"».
Los
mismos apologistas de la tesis del uso de la música
instrumental en la Iglesia, recurren a otro supuesto testigo:
Ambrosio, obispo de Milán (340-397). Pero M.C. Kurfees, quien
ha hecho un estudio minucioso de esta materia, especifica:
«Sólo enfatizamos aquí que la
evidencia aducida en favor de estas pretensiones, no solamente no es
decisiva, sino señala convincentemente la conclusión de
que Ambrosio de ninguna manera la introdujo. En verdad la
enciclopedia de McClintock and Strong (McClintock
and Strong's
Cyclopedia) dice: "Ni Ambrosio, ni Basilio, ni Crisóstomo
en
sus nobles panegíricos pronunciados sobre la música,
hicieron mención alguna de la música instrumental"
(Vol. VI, pág. 756, Art. Música)» (Kurfees,
págs. 123-124).
M.C.
Kurfees cita después diversas autoridades musicales y
costumbres eclesiásticas. Primeramente cita al Dr. Ritter,
director de la Escuela de Música del Vassar College, de su
obra, History of Music,
pág. 144:
«No poseemos ningún conocimiento del
carácter exacto de la música que formó parte de
la devoción religiosa de la primera congregación
cristiana. Aquella fue, sin embargo, puramente vocal. La
música instrumental fue excluida, puesto que había sido
utilizada por los romanos en sus festivales depravados; y todo cuanto
pudiera recordar al culto pagano no podía ser tolerado por los
nuevos religionarios».
Edward
Dickinson, profesor de Historia de la Música del
Conservatorio de Música del Oberlin College, cita de Juan
Crisóstomo, doctor de la iglesia de Antioquía y el
más renombrado de los padres griegos, que vivió desde
el 347? al 407, lo siguiente:
«David en tiempos pasados cantó salmos;
con él nosotros hoy cantamos también; él
tenía una lira con cuerdas inanimadas, la Iglesia tiene una
lira cuyas cuerdas son vivientes. Nuestras lenguas son las cuerdas de
la lira, con tono distinto, ciertamente, pero con piedad más
concordante», pág. 145.
El
mismo profesor Dickinson también hace notar acerca de
San Agustín (354-430), obispo de Hipona, en el norte de
África:
«Conjuró a los creyentes que no
volvieran sus corazones a los instrumentos teatrales. Los
guías religiosos de los cristianos primitivos sentían
que sería una incongruencia...si usaran...sonido instrumental
en su...adoración. La expresión puramente vocal era la
expresión más apropiada de su fe» (La
Música en la Historia de la Iglesia Occidental,
págs.
54-55).
Al
llegar a este punto, permítasenos inquirir lo siguiente:
Si todo el testimonio de los primeros padres fue contrario al uso de
instrumentos en la Iglesia, ¿cuándo tuvo efecto el cambio
de actitud hacia la introducción de instrumentos musicales? La
Enciclopedia Americana (The American
Cyclopedia) dice:
«El Papa Vitaliano es tildado de haber
introducido por vez primera el órgano en algunas de la
iglesias de la Europa occidental, alrededor del año 670; pero
el primer relato más digno de fe es aquel que se refiere al
regalo de un órgano enviado por Constantino Coprónimo,
emperador griego, a Pepino, rey de los francos en el año
775» (Vol. XII, pág 688).
«Pepino, a su vez, donó el órgano
a la
iglesia de Saint Corneille, en Compiegne» (New International
Encyclopedia, Vol. XIII, pág. 446).
La
Enciclopedia de McClintock y
Strong dice:
«Mas los estudiantes de arqueología
eclesiástica están generalmente de acuerdo en que la
música instrumental no fue utilizada en las iglesias hasta una
fecha mucho más posterior (que la del Papa Vitaliano en el
670); ya que Tomás de Aquino (famoso teólogo italiano,
1225-1274) escribió estas interesantes palabras en el
año 1250: "Nuestra Iglesia no utiliza instrumentos musicales
tales como arpas y salterios, para loar a Dios, a fin de no caer en
similitud alguna con el judaísmo". De conformidad con este
fragmento, tenemos plena evidencia de que no existía uso
eclesiástico de órgano en el tiempo de Tomás de
Aquino. Se alega que Mariano Sanuto, que vivió alrededor de
1290, fue el primero que introdujo el uso de órganos de viento
en las iglesias» (Vol. VIII, pág. 739).
La
Concise Cyclopedia of Religious
Knowledge (La Enciclopedia
Sucinta del Conocimiento Religioso) en su artículo
órgano, dice:
«En tiempos de la reforma, los órganos
fueron descartados, por ser considerados como los remanentes
más viles del Papismo», pág. 683.
Quizá pueda ser una
sorpresa para muchos lectores saber que la Iglesia Ortodoxa Oriental
(la cual según el Almanaque Mundial de 1957 cuenta con 125
millones de miembros) jamás a través de toda su
historia ... ha introducido música
instrumental.[7], [8]
Juan
Bingham, autor de Antigüedades
de la Iglesia
Cristiana, erudito miembro de la Iglesia de Inglaterra,
comenta:
«Nunca fue recibido (el órgano) en las
iglesias griegas, no habiendo mención del mismo en su liturgia
antigua o moderna» (Works,
Vol. II, págs. 482-484,
Londres, Ed.).
La
Enciclopedia de McClintock y
Strong dice:
«Nunca ha sido empleado el órgano u otro
instrumento en la adoración pública en las iglesias
orientales, ni tampoco se hace mención de música
instrumental en toda su liturgia antigua o moderna» (Vol.
VIII, pág. 739).
El
profesor Juan Girardeau, un miembro de la Iglesia
Presbiteriana, en su libro Música
en la
Iglesia (Music in the Church), señala:
«Apelando a los hechos históricos, se ha
comprobado que la Iglesia, a pesar de deslizarse cada vez más
y más lejos de la verdad y caer en corrupción de la
práctica apostólica, no tuvo música instrumental
en un período de 1200 años (J. Girardeau quiere decir
que su uso no llegó a ser general durante este lapso), y que
la Iglesia Reformada Calvinista rechazó su uso en los cultos
por ser un elemento del papismo, y también la Iglesia de
Inglaterra ha llegado muy cerca de su apartamiento en sus cultos de
adoración. El argumento histórico, por esta
razón, se une al escriturario...para alzar un solemne y
poderoso repudio a su empleo en la Iglesia Presbiteriana. Usarla en
la esfera de la adoración es una herejía»,
pág. 179.
Adam
Clark, el comentarista metodista, dice:
«Creo que el uso de tales instrumentos
musicales en la Iglesia Cristiana, no tiene la sanción de
Dios y va contra su voluntad; los instrumentos pervierten el
espíritu de la verdadera devoción... Nunca supe que
produjeran algo de bueno en la adoración de Dios. Yo estimo y
admiro la música como ciencia; pero abomino y rechazo por
completo los instrumentos musicales en la casa de Dios» (Vol.
IV, pág. 686).
Juan
Wesley, el más conocido de los ministros metodistas,
se oponía al uso de los instrumentos en la iglesia...
Juan
Calvino, el gran reformador, en su comentario al Salmo 33,
dice:
«Los instrumentos musicales para solemnizar las
alabanzas de Dios no serían más apropiados que la quema
de incienso, el uso de luces y velas, y la restauración de
otras sombras de la ley».
Carlos
Haddon Spurgeon, el célebre ministro bautista del
Tabernáculo Metropolitano de Londres, no utilizaba
instrumentos musicales en sus cultos. (Véase Música Instrumental en la Iglesia,
por
Girardeau, pág. 176).
Alejandro
Campbell (1788-1866), fundador de los
Discípulos de Cristo, rechazó firmemente el
uso
de los instrumentos musicales en la Iglesia. (Véase Kurfees,
pág. 210). Un año después de haber fallecido
Campbell, uno de sus más conocidos seguidores, el Dr. H.
Christopher, lanzó un sentido llamamiento contra el uso de
los instrumentos musicales en las iglesias. He aquí parte de
lo que dijo:
«Por tales razones, no puedo encontrar ante
mí un solo hecho, argumento, razón o alegato que
pudiera sernos de justificación para que utilicemos
instrumentos musicales en la adoración de la Iglesia... Es una
innovación de la práctica apostólica...
Aprendamos de las experiencias de otros y contentémonos con
aquello que Dios ha ordenado, y dejemos que la música
instrumental y todas sus concomitancias permanezcan allá donde
nacieron, o sea entre las corrupciones de la iglesia
apóstata» (The Lord's
Quarterly,
octubre de 1867, págs. 365-368).
A
la vista de todas las pruebas que acabamos de citar relativas a
la ausencia de música en los primeros setecientos años
de la historia de la Iglesia; a la vista de la turbulenta
oposición encontrada durante los siguientes setecientos
años; y a la vista de la piadosa oposición a su uso que
existió hasta mediados del siglo XIX, ¿acaso no podemos
justamente llegar a la conclusión de que la historia de la
Iglesia de Dios sobre la tierra se ha manifestado de modo
incontrovertible contra la introducción de los instrumentos
musicales en la adoración y el testimonio de la Iglesia?
La cuestión de las palabras griegas
Hay
tres verbos griegos y los sustantivos análogos a estos
que se emplean en conexión con las ideas de canto y
melodía en la Iglesia. Son addo, humeo y psallo.
Kurfees dice:
«En ninguna ocasión ha habido
controversias sobre la clase de música, en general, indicada
por los dos primeros verbos, y sus sustantivos, y tampoco las hubo,
ciertamente, hasta años recientes, con referencia al
significado de psallo juntamente con sus sustantivos»,
pág. 4.
Kurfees,
después de un estudio completo de la palabra
psallo, ha presentado muy hábilmente sus
descubrimientos en el curso los primeros nueve capítulos de su
«Música Instrumental en la Adoración»,
págs. 3-97. Nos contentaremos con señalar aquí
meramente sus conclusiones:
«Todos los lexicógrafos y doctores
están de acuerdo de que en los principios del período
neotestamentario la palabra psallo había venido a
significar cantar»...
«Juan Enrique Thayer, autor del Léxico del Nuevo
Testamento, que por decisión unánime de los
eruditos
de hoy no tan solo está a la cabeza, sino muy por encima de
todas las demás autoridades en el campo especial de la
lexicografía del Nuevo Testamento, era de la Iglesia
Congregacionalista; pero sin embargo —cuando tantos otros dejaron de
hacerlo— rehusó ser influenciado por consideraciones
teológicas, y de esta manera escribió en su famoso
léxico, un registro fiel del significado verdadero de las
palabras», págs 69-70.
Citemos
a Thayer, en dicha obra sobre la palabra psallo:
«...en el Nuevo Testamento, cantar un himno,
alabar a Dios en cánticos. Stg 5:13».
El
Dr. Jaime Begg en su obra titulada On
the Use of Organs (El Uso de los
Órganos), cita con aprobación al Dr. Guillermo
Porteous, doctor presbiteriano escocés de Glasgow (1735-1812),
con referencia al significado de psallo en el Nuevo
Testamento:
«Es evidente que la palabra griega
psallo significaba en su tiempo (período de los
padres
griegos), cantar con solamente la voz... psallo en todo el
Nuevo Testamento nunca quiere decir, en su significado básico,
sonar o tocar un instrumento» (citado por Kurfees,
págs. 60-61).
Cerramos
nuestro breve examen del significado neotestamentario de
psallo con este resumen terminante de Kurfees:
«Cuando Thayer llega al período
neotestamentario dice que psallo significa: "En el Nuevo
Testamento, cantar un himno; alabar a Dios con cánticos"».
Y como punto final a la controversia, el gran
léxico de Sófocles,[9] dedicado
exclusivamente a los períodos romano y bizantino, y que por
consiguiente abarca el período completo de la literatura del
Nuevo Testamento y a la patrística, aclara que no
encontró ni un solo ejemplo de esta palabra que tuviera otro
significado», pág. 48.
Así
podemos apartar de nuestras mentes, por ser pura
conjetura o juicio interesado, cualquier justificación del
empleo de los instrumentos musicales en la Iglesia, basándose
en una connotación supuesta de las palabras griegas citadas.
El cristianismo en contraste con el judaísmo.
Estamos plenamente persuadidos de que la
aceptación de los instrumentos musicales en la
adoración y el testimonio cristianos se debe
básicamente al fracaso espiritual de los creyentes en no
reconocer la distinción entre las dos dispensaciones: la ley y
la gracia.[10] Una de las afirmaciones más
interesantes de nuestro Señor, cuando aún estaba en la
tierra, se halla al final del capítulo 5 del Evangelio de
Lucas:
«Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de
otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se
derramará, y los odres se perderán. MAS EL VINO NUEVO
EN ODRES NUEVOS SE HA DE ECHAR; y lo uno y lo otro se conservan. Y
ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque
dice: el añejo es mejor» (Lc 5:37-39).
¡Cuán
impresionante es esta declaración!
¿Qué quiso enseñarnos nuestro Señor con
esta alegoría hogareña? Creemos que es sencillamente lo
siguiente: el judaísmo y el cristianismo no se mezclan; se
excluyen mutuamente. Tratar de unirlos es la pérdida completa
del significado de cada uno de ellos.
El
sistema judaico brota de la promesa hecha a Abram, estando
éste aún en la tierra de Ur de los caldeos: «Y haré de ti una
nación grande,...y
serán benditas en ti todas las familias de la tierra»
(Gn 12:2-3). Posteriormente el Señor renueva su promesa en
las palabras: «Yo soy
Jehová, que te saqué de
Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra» (Gn
15:7). Cuando Abram cuenta con noventa y nueve años de
edad, de nuevo Dios se le aparece, le cambia su nombre por el de
Abraham, y reafirma su promesa con estas palabras: «Y te
daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra
en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y
seré el Dios de ellos» (Gn 17:8).
Encarecemos
al lector a tomar nota de las tres promesas
antedichas. No se dice ni una sola palabra acerca del cielo, ni
acerca de la vida venidera. Todo está relacionado con esta
tierra, en especial a una región llamada Canaán, y las
promesas sólo tienen que ver con la prosperidad temporal
aquí abajo.
Más
tarde, después de que la nación de Israel
fuera sacada de Egipto y conducida a la tierra prometida de
Canaán, la hallamos tratando de actuar concorde a la promesa
hecha mediante Moisés al efecto que «Y por haber
oído estos decretos y haberlos guardado y puestos por obra,
Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la
misericordia que juró a tus padres» (Dt 7:12).
Viene después una promesa detallada sobre prosperidad
terrenal, gran crecimiento de la familia, rebaños y cosechas,
así como apartamiento de enfermedades y plagas de entre ellos,
y también la certidumbre de victoria sobre sus enemigos.
(Léase el pasaje completo, Dt 7:9-18). En todo ello no hay
sugerencia alguna de bendiciones más allá de esta vida.
El asunto de cielo e infierno no se debate; todo es terrenal.
Cuando
llegamos a examinar las disposiciones dictadas por Dios
para la adoración formal por su pueblo terrenal, quedamos
sorprendidos por el gran contraste de aquello con lo que encontramos
en la cristiandad. Ya en el relato detallado de los planes de la
adoración en el tabernáculo (Éxodo caps. 25-30)
o en la inauguración de la adoración en el templo (2
Crónicas 2-7), estamos frente a frente con un sistema de
adoración divinamente sancionado, externo, formal, ritualista
y terrenal en cada uno de sus detalles.
Notamos
en la Epístola a los Hebreos que no es tanto una
comparación de las dos dispensaciones de la ley y
la
gracia, como un contraste entre las dos. No obstante todas las
solicitudes que Dios ha tenido para mostrarnos las diferencias
esenciales y básicas entre esos dos modos de tratar con la
humanidad sobre la tierra, el cristianismo ha rehusado observar la
línea de demarcación, y de manera bastante desastrosa
ha tratado de combinar ambos.
Señalamos
brevemente algunos de los contrastes divinamente
marcados que existen entre las dos dispensaciones. En contraste con
la promesa judaica de bendiciones terrenales, está la
promesa de bendiciones celestiales para los cristianos.
Véase Ef 1:3: «Bendito
sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en
Cristo». Nuestro Señor nos mostró la
perspectiva: «En el
mundo tendréis
aflicción» (Jn 16:33). «Pero porque no sois del
mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os
aborrece» (Jn 15:19). En ello no existe la promesa de una
victoria sobre los enemigos temporales, sino todo lo contrario.
En
el sistema judaico no existía acceso a la presencia de
Dios, sino por mediación del sumo sacerdote, y esto
únicamente una vez por año (He 9:7-9). Pero en la
cristiandad tenemos el bendito privilegio del acceso al Lugar
Santísimo por medio de la sangre de Jesucristo (He 10:19). En
el primer sistema, solamente una clase especial de personas, la tribu
de Leví, podía ministrar las cosas divinas, pero entre
nosotros tenemos la certidumbre de que todos somos real y
santo sacerdocio, para ofrecer sacrificios espirituales, y
para anunciar sus alabanzas. (Compárese 1 P 2:5,9). En el
sistema anterior no existía el conocimiento de la
aceptación para con Dios, pero nosotros nos regocijamos en el
conocimiento de nuestros pecados perdonados. (Compárese Ef 1:6
con He 10:1-3). En el primer sistema existía la constante
repetición de los sacrificios, año tras año, y
el sacrificio de los corderos, día tras día, en su
continua inmolación (Éx 29:38-42). Pero en la
Epístola a los Hebreos leemos:
«Porque con una sola
ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (He
10:14).
Llegamos ahora a aquel aspecto del
judaísmo que tiene una conexión especial con el asunto
de este estudio. Nos referimos a la grandeza externa del culto en el
templo. Sabemos de la descripción de la dedicación del
templo, tal como la que encontramos en 2 Cr 2-7, que el esplendoroso
edificio, construido a un costo aproximado de mil millones de
dólares,[11] fue sin lugar a dudas la
más costosa y primorosa estructura jamás edificada por
la mano humana. En imitación de lo precedente, el cristianismo
ha tratado de copiarlo en sus basílicas, templos y catedrales.
Mas cuando consideramos la enseñanza del Espíritu para
la época de la Iglesia, no hallamos sino completo silencio con
relación a cualquier estructura física santificada para
ser morada de la Iglesia. No; más bien encontramos este
pronunciamiento directo: «¿No
sabéis que sois
templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en
vosotros?» (1 Co 3:16). Y otra vez leemos, «En
quien vosotros también sois juntamente edificados para morada
de Dios en el Espíritu» (Ef 2:22). Igualmente en
otra epístola: «Vosotros
también, como
piedras vivas, sed edificados como casa espiritual» (1 P 2:5).
Ojalá que en nuestras mentes sea bien clara y patente
la
idea de que no existe hoy en la tierra un edificio físico,
bien fuere de madera, de piedra o de mármol, etc..., que
tuviere alguna santidad ante los ojos de Dios.
Consideremos
el culto en el templo tal como nos es reseñado
en 2 Cr 5:12-14: «Y
los levitas cantores, ...vestidos de
lino fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente
del altar; y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban
trompetas. Cuando sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos a
una, para alabar y dar gracias a Jehová, y a medida que
alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros instrumentos
de música, y alababan a Jehová... no podían los
sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube;
porque la gloria de Jehová había llenado la casa de
Dios».
Aquí,
hermanos, tenemos divinamente sancionado el orden de
la adoración para la vieja dispensación, el
judaísmo, los siglos del trato de Dios con su pueblo terrenal,
antes de la cruz. Aquí tenemos el vino añejo
en
su mejor calidad. Aquí vemos el templo divinamente decretado;
el coro divinamente establecido y vestido, y el sacerdocio
divinamente instituido. Poco podemos maravillarnos que nuestro
Señor dijera: «Y
ninguno que beba del añejo,
quiere luego el nuevo; porque dice: el añejo es mejor»
(Lc 5:39). Si queremos una explicación de todo cuanto
vemos hoy día en el cristianismo que nos rodea, aquí la
tenemos. El fracaso de no haber observado la distinción entre
el culto externo judaico realizado carnalmente por el hombre, y la
adoración espiritual cristiana en el Lugar Santísimo
(He 10:19), ha producido el estado corrupto del cristianismo actual.
Esto lo describe nuestro Señor en sus mensajes a las siete
iglesias de Asia, bajo la apariencia de la última de las
siete, Laodicea. Dirigiéndose a Laodicea, solemnemente le
advierte: «Pero por
cuanto eres tibio, y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca» (Ap 3:16).
De
esta manera, vemos que nuestra cuestión sobre los
instrumentos musicales en la Iglesia va mucho más lejos que la
cosa en sí, pues ella es solamente un elemento en el fracaso
general de no haber guardado el vino nuevo en odres nuevos. Si no lo
conservamos en ellos, vamos a perderlo. Entonces nos preguntamos:
¿Nos arriesgaríamos a perder la preciosidad de aquel
nuevo vino, volviendo otra vez a débiles y pobres
rudimentos (Gá 4:9) de un santuario terrenal? (He
9:1). ¿No es preferible oír la voz de nuestro bendito
Señor cuando se dirige a la iglesia en Filadelfia: «He aquí, he puesto
delante de ti una puerta
abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca
fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre»
(Ap 3:8)?
Llamamiento a la separación
Hemos
trazado brevemente la historia de la introducción y
aceptación general de la música instrumental en la
adoración y el testimonio cristianos. Hemos visto que fue
aceptada de muy mala gana por la Iglesia y no logró
aprobación general hasta después de la Reforma. El
carácter de estos acompañamientos en sus inicios fue
comparativamente simple, siendo limitado al órgano, como vimos
en el obsequio de Constantino a Pepino en el año 775.
Mas
hoy día nos vemos rodeados por un espectáculo
extraño. La música instrumental en multiplicadas formas
no tan solo ha sido generalmente aceptada por la iglesia profesante,
sino que también ha desplazado en gran escala a la lectura de
la Palabra de Dios, y la sana y sólida predicación de
ésta. Citamos a continuación un párrafo del
folleto titulado Música en
las Asambleas:
«Estamos en la era de la himnología.
Hoy se pone la dependencia sobre la música religiosa
con
el fin de pulsar las emociones. Se da el segundo lugar a la
Palabra de Dios; la Espada del Espíritu está
envainada durante un cincuenta por ciento, sesenta o aún
más de los programas radiales. Se pone en lugar primordial a
la música y se la presenta de manera tan atractiva, que cuando
por fin se predica la Palabra, el auditorio ha perdido todo su deseo
por ésta».
Citemos ahora de 400
Preguntas y
Respuestas,[12] recopiladas por H.B. Coder:
«Cuando la realidad de Cristo sale del alma, el
ritualismo toma su lugar, y las formas sin vida se levantan. Ello ha
crecido hasta un extremo tal que aun el mundo va perdiendo el respeto
a un cristianismo que aparentemente tiene por propósito
más divertir que tratar de convertir a los hombres. Creemos,
por tales motivos, que cualquier uso de música instrumental en
la adoración de Dios, del principio al fin, ya sea en la
Escuela Dominical, en las reuniones de evangelización, o en
cualquier otro culto... tendrá la tendencia de rebajar el
carácter mismo de la Cristiandad», págs.
212-213.
Quedamos
persuadidos de que el último siglo de la historia
eclesiástica se ha manifestado con declinación
acelerada en el tono de la adoración y el testimonio. Nuestra
convicción bien madurada es que el énfasis cada vez
más creciente del uso de instrumentos musicales, aunado a una
himnología de carácter secular, ha sido la mayor
contribución de tal movimiento hacia abajo.
Esperamos
no cometer una injusticia contra el muy bendecido
evangelista, el querido Dwight L. Moody, cuando le citamos como a uno
que de manera definitiva alentó los métodos modernos en
los esfuerzos evangelizadores. John Nelson Darby conoció
personalmente al Sr. Moody y trató de serle de ayuda. La
evaluación por J. N. Darby de los métodos
de Moody en sus trabajos evangelísticos ha sido decisivamente
profética. Citamos aquí algunos fragmentos de sus
comentarios publicados en sus cartas:
«Me regocijo, tengo que regocijarme por cada
alma convertida —debo hacerlo— y salvada para siempre. No dudo del
celo de Moody, porque conozco muy bien al hombre. Veo que Dios
está utilizando medios extraordinarios para despertar a sus
santos dormidos,... pero no me siento arrebatado por tales medios. En
cuanto a sus resultados como un todo, no durará... Juzgo
plenamente que alentará la mundanalidad en los santos... Las
personas como individuos pueden ser convertidas; debemos regocijarnos
por ello; mas su efecto sobre la Iglesia de Dios será
perjudicial» (Letters,
Vol. II, pág.
30). «La obra de Moody...de manera manifiesta mezcla la
cristiandad con el mundo y sus influencias, y las utiliza por que
hablan en favor de sus trabajos, alentando la mundanalidad y las
perversiones del cristianismo» (Vol. II, pág. 394).
«Combina sus actividades con lo que es de la carne,
perjudicando a los cristianos, y confundiéndoles con el
mundo» (Vol. II, pág. 428).
Aunque
el Sr. Moody sentó precedentes con grandes coros y
acompañamientos musicales, todo era muy modesto en
comparación con la pompa actual del testimonio cristiano,
así llamado. Aquellos que se han alzado en la
generación posterior a la del Sr. Moody se han mostrado
insaciables en sus esfuerzos para lograr que el cristianismo
apareciera atractivo para el hombre en la carne y
especialmente hacerlo llamativo para los jóvenes.
Hasta
principios del siglo XX la iglesia profesante
reconoció una línea demarcatoria entre lo que se
consideraba como mundano y lo que era propio de un cristiano.
Pero en los días actuales la Iglesia ha rivalizado con aquella
gran corruptora llamada Hollywood, buscando atraer a las
multitudes. Hace tiempo, el teatro fue considerado como perteneciente
al mundo, y expresamente señalado como algo que los creyentes
debían rehuir. Mas en los días presentes las
representaciones teatrales forman parte definitiva de actividades
profesadamente cristianas. Las llamadas escuelas fundamentalistas
publican atractivos llamamientos dirigidos a sus presuntos
estudiantes dando a conocer la facilidades excepcionales para la
enseñanza del arte dramático. Títulos atractivos
y también significativas ilustraciones de películas
cristianas aparecen en los anuncios de las revistas.
Aquellos
creyentes que antes pensaban que el teatro pertenecía al mundo
ahora se arremolinan en los locales populares para presenciar
Martín Lutero o películas parecidas. Es por
demás decir que todas estas obras histriónicas son
acompañadas de elaboradas presentaciones musicales que
cautivan las emociones y la imaginación, pero no conducen al
asistente a la presencia de Aquel que tan fielmente dice en su
Palabra: «Las armas de
nuestra milicia no son
carnales» (2 Co 10:4).
Hojeando
las páginas, por ejemplo, de una
publicación actual fundamentalista, Christian Life (Vida Cristiana),
que se edita en los EE.UU, nos vemos
sobrecogidos por el gran porcentaje de páginas repletas de
anuncios y que hacen resaltar las pretensiones de competentes
compañías, que ofrecen variados y complicados
instrumentos y auxiliares musicales referentes a la
himnología. El llamamiento es definitivamente sensual.
¡Oh,
santos de Dios! ¡Despertémonos que estamos
flotando a la ventura! El cristianismo, triste es decirlo, y el
fundamentalismo a su lado, han alcanzado su cúspide en
la imitación de las diversiones mundanas, y su abismo
en poder espiritual. Los actores y actrices procedentes de Hollywood
actúan como atracciones principales en los esfuerzos llamados
evangelísticos, y aun se llega hasta solicitar la
actuación de los héroes de la televisión en el
reino animal mudo. ¡Qué parodia resulta de la norma que
nos ha sido dada en la Palabra de Dios!
«Y ni mi palabra ni
mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y
de poder» (1 Co 2:4).
En
muchos casos el encaprichamiento de exhibiciones musicales ha
llegado hasta tan lejos que se han ofrecido elaborados ensayos de
ingenio puramente
musical desde las plataformas de las iglesias. En
lugar de los ruegos serios y solemnes de las buenas nuevas de Dios
acerca de su bendito Hijo, a cargo del predicador lleno con el poder
del Espíritu de Dios, uno puede oir el repiqueteo del
xilófono, el rasgueo de unas guitarras, el gemido quejumbroso
del violín, o el estruendo de unas trompetas y saxofones.
¡Y todo eso en el nombre de Cristo!
Llegados
a este punto, citemos de nuevo de 400
Preguntas y
Respuestas:
«No somos enemigos de la música
instrumental. La amamos cuando se encuentra apartada de las
inmoralidades que muy a menudo se asocian a ella, y cuando permanece
en el lugar que le pertenece, en su propio ámbito de la vida
hogareña y social. Pero en el círculo cristiano —el de
un pueblo celestial que conoce a Dios y se acerca a Él en toda
la realidad de lo que Él es— la consideramos no apropiada y
fuera de lugar. Ha sido el medio, así lo creemos, de haber
degradado mucho a la cristiandad.
Miremos
sus efectos en las congregaciones cristianas: en un
principio, era para ayudarles a cantar; ahora ellas, mudas en
alabanzas a Dios, se entretienen con el arte musical. ¿Es de
maravillar si después ellos asocian el teatro con la iglesia?
Un lugar les proporciona placer y el otro hace lo mismo.
Miremos
también sus efectos en el evangelismo moderno. Lo
ha hecho una especie nueva de entretenimiento, y en vez de llorosos
convertidos verdaderamente arrepentidos por su pecado ... y llenos de
oración y devoción a Cristo, ha formado en ellos una
mente frívola y amante de los placeres, destructiva de la
verdadera cristiandad», págs. 212-214.
Cuando,
en sus días, Moisés habiendo descendido del
monte halló el campamento de Israel en una devoción
libertina hacia un dios falso, «Tomó
el
tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento,
y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y
cualquiera que buscaba a Jehová, salía al
tabernáculo de reunión que estaba fuera del
campamento» (Ex 33:7). El Espíritu de Dios se vale
de este ejemplo para darle una aplicación cristiana: «Salgamos, pues, a
él, fuera del campamento,
llevando su vituperio» (He 13:13).
En
la primera parte del siglo pasado el Espíritu de Dios
movió a miles de creyentes que actuaran de acuerdo con este
texto de las Escrituras y se apartaran de un campo cristiano
judaizado para encontrar a Cristo en medio de dos o tres
congregados en su nombre. Actuaron con una fe completa en la
promesa de Mateo 18:20. Dios les bendijo de una manera harto
maravillosa y les abrió las Escrituras de un modo tal como
jamás habían sido abiertas desde los días
apostólicos. Estos creyentes dejaron tras sí
títulos religiosos, sacramentos, vestimentas, edificios,
órganos, coros, libros de oración y confesionarios. El
Nuevo Testamento les instruyó, y ellos en sus reuniones
ofrecían gozosamente a Dios preciosos himnos de alabanza
dictados por el Espíritu. Ellos hubieran aborrecido la
introducción de cualquier ayuda mecánica. Su testimonio
del Evangelio fue dado con sencillez mas con poder. Ningún
embeleso mundano acompañaba su trabajo personal de alma a alma
en el Evangelio. Examinándose a sí mismos, procuraron
verdaderamente conformarse a la mente del Señor, como queda
indicado en Ap 3:8: «Aunque
tienes poca fuerza, has
guardado mi palabra, y no has negado mi nombre».
Queridos
hermanos, como herederos de tan santo testimonio,
¿podremos nosotros traicionar nuestra fe y condescender a la
presión y corriente del día actual, viciando así
aquella preciosa herencia? Mas bien escuchemos lo que el
Espíritu de Dios nos habla:
«Te mando delante de
Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio
testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, que
guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta
la aparición de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ti
6:13-14).
Nuestro
Señor anunció a la mujer samaritana de Sicar
(Jn 4:23-24), que Dios el Padre busca adoradores que le adoren en
espíritu y en verdad. Tal no
sucedía en
el judaísmo. Que nuestras almas sean profundamente ejercitadas
en el Señor para que respondamos a su llamamiento y seamos
hallados verdaderos adoradores, no por medio de órganos u
otros instrumentos musicales, sino de corazón y alma.
¡Él viene pronto! Entonces nos uniremos al coro
celestial, y cantaremos sus alabanzas en la casa del Padre. «Amén; sí,
ven, Señor
Jesús» (Ap 22:20).
DIOS Y PADRE, TE LOAMOS
- Dios y Padre, te loamos
- Con alegre corazón,
- Por la dicha que gozamos
- En tu santa bendición;
- A Jesús Tú nos enviaste
- Los perdidos a salvar;
- Al Espíritu encargaste
- A los pródigos llamar.
-
- Tu bendito Mensajero
- Muy lejanos nos halló;
- Tu mensaje tan sincero
- A nosotros entregó.
- Con esfuerzos incansables
- Con llaneza, con amor,
- Incita a los miserables
- A allegarse al Salvador.
-
- A través de las tinieblas
- Hace penetrar tu luz;
- Dice que la gloria pueblas
- De los salvos por Jesús.
- Nos tenemos por deudores,
- Nuestro Padre Dios, a Ti;
- Y son tema tus favores
- Siempre de loor aquí.
(Himno nº 207 del
«Himnario Mensajes del Amor de
Dios»)
APÉNDICE
Para todos cuantos deseen un breve compendio de
los puntos de vista anteriormente citados y relativos al uso de
instrumentos musicales en la adoración y el testimonio
cristianos, reproducimos a continuación un corto
artículo aparecido en el The
Young Christian (El joven
cristiano), en 1940, bajo los titulares «Una
reunión
de jóvenes —sección de
preguntas».[13]:
«Pregunta:
¿Por qué no se emplean
instrumentos musicales en los cultos de cristianos que se reunen en
el nombre del Señor Jesucristo?
Respuesta: La verdadera
adoración cristiana es en
espíritu y en verdad (Jn 4:23-24). Es con el
Espíritu y en el Espíritu (1 Co 14:16; Fil 3:3),
y no necesita ayudas carnales. El Santo Espíritu, morando en
el creyente individualmente y en la asamblea de manera colectiva (Jn
14:17), es el poder de la adoración cristiana. Cualquier otra
cosa que satisfaga solamente la carne y distraiga el corazón
del verdadero Objeto de la adoración, no es sino un
impedimento. Se puede decir que aquello que el hombre animal
puede disfrutar, no encuadra en las cosas de Dios. Podemos orar y
cantar y bendecir a Dios en espíritu, pero ¿tiene
espíritu el órgano? Los instrumentos musicales
podrían ayudar indudablemente la precisión y el tiempo
de nuestro canto, pero impedirían el carácter
espiritual de la adoración, y sólo éste es
acepto a Dios.
- Cuán dulce sea la canción
- No importa a Ti, Señor,
- Si no rebosa el corazón
- Tocado por tu amor.
(Himno nº 309 del «Himnario Mensajes del Amor
de Dios»)
Cuando
notamos el origen de los instrumento musicales
(véase Gn 4:21), percibimos que, entre otras cosas no malas en
sí, fueron primeramente utilizados por la familia de
Caín para ayudarla a olvidarse de Dios.
Éste
es aún el empleo que les da el mundo hoy
día. En Dn 3:5,7,10,15, los instrumentos musicales fueron
utilizados en combinación con la adoración
idolátrica. Producen un falso sentido de adoración,
impulsando el sentido religioso de la carne.
Los instrumentos musicales tenían su
utilización en el Antiguo Testamento, y serán de nuevo
usados en el Milenio[14] (2 Cr 5:11-13; Sal 150).
Éstos, al igual que las vestimentas sacerdotales y los
sacrificios, están relacionados a un santuario mundano. Pero
la adoración cristiana es por fe, no por vista (2 Co 5:7); es
celestial, no terrenal.
Además,
Mateo 9:15 contiene un importante principio
relacionado con este asunto. El Señor Jesús,
despreciado y desechado por este mundo, está ausente y esto
debe caracterizar en gran escala nuestra adoración. ¡La
Iglesia debe notar la ausencia del Esposo! El sonar de trompetas no
hace juego seguramente con nuestras relaciones hacia el Señor
como, el Ausente. ¿Cómo podemos adorarle, a Aquel a quien
el mundo llevó a la muerte, con los mismos instrumentos que
los hombres utilizaron para ponerle fuera de sus pensamientos?
¿No es nuestra posición a este respecto la misma de
Israel en Babilonia? Sobre los sauces colgaban sus arpas (Sal
137:1-4). «¿Cómo
cantaremos cántico de
Jehová en tierra de extraños?» La
humillación debe caracterizar nuestra adoración, cuando
pensamos en el Señor como el Desechado, lamentando su
ausencia.
¿Y
qué referente a los instrumentos musicales en
cuanto al Evangelio? Aquí también se dirige el
llamamiento a lo que gusta a la carne y no toca la conciencia. La
importancia dada a los elaborados cultos musicales en el real
(el campamento de la cristiandad) es, sin duda alguna, una
atracción para muchos; Y que Dios en su soberanía puede
emplear la interpretación de un himno, aun ejecutado por un
músico no salvo, para salvar un alma, no lo ponemos en duda.
Pero de acuerdo con su vocación celestial (He 3:1),
¿pueden los que se reunen en el nombre del Señor
Jesús fuera del real (He 13:13) usar lo que Dios ha
rechazado como inapropiado a Él para adoración en su
presencia, y considerarlo como apropiado en su servicio en el
Evangelio, o para los niñitos o para los adultos? Más
bien que siempre busquen, por la gracia, aquello que se conforma a su
presencia y le agrada.
Nos
prohibe la Palabra de Dios poseer instrumentos musicales, y
usarlos en nuestros hogares? ¡No! Los cristianos son libres para
ser guiados por la gracia de Dios que les ha salvado, y de ser
constreñidos por el amor de Cristo, para vivir, no para ellos
mismos, sino para Aquel que murió por ellos y resucitó
de entre los muertos (Ro 12:1-2).
En
conclusión, mientras el canto tiene un lugar bien
reconocido en el culto cristiano (Hch 16:25; Col 3:16; Ef 5:19), los
instrumentos musicales no son mencionados ni una sola vez en
conexión con ello».
¡OH!
ENSÉÑANOS CÓMO ADORAR
- Cuán dulce sea la canción
- No importa a Ti, Señor,
- Si no rebosa el corazón
- Tocado por tu amor.
- ¡Oh! en reverencia enséñanos,
- Señor, cómo adorar;
- Tu gracia inspire a cada voz
- Que a tu oído ha de llegar.
- Por sangre, tuya, idóneos ya
- De entrar para adorar,
- Aun ante el trono en luz allá
- Nos haces acercar.
- ¡Precioso nombre! abriéndonos
- La entrada en santidad,
- Confiados ya ante nuestro Dios,
- Gozamos libertad.
- De labios fruto, ¡oh! haznos dar
- En grata adoración;
- De santos vivos sólo, el loar
- Te agrada el corazón.
(Himno
nº 309 del «Himnario Mensajes del Amor de
Dios»)
NOTAS
1. Han pasado ya muchos años desde que la
primera versión de este tratado vio la luz. Hoy en día
podemos comprobar que, para deshonra del Señor, la
música instrumental ha acabado afincándose, dentro del
orden de la asamblea, en la mayor parte de la cristiandad. Se pueden
observar actualmente las abiertas tendencias a introducir en el culto
lo que vienen llamando el ministerio de la música, un
desgraciado nombre. No es necesario decir que, a lo largo de este
pequeño ensayo, podremos comprobar el testimonio de la
Escritura en lo referente a este asunto.
Y
no resta más por decir sino que estas abiertas
tendencias, junto con otras de diferente índole pero que
deshonran igualmente al Señor, han surgido en medio de una
cristiandad que cada vez más, o bien pone en duda la
inspiración divina de la Escritura, o bien la reconoce pero le
resta importancia. N. del E. Volver al texto
2. En Hch 2:47: «a
la iglesia»,
no se encuentra en los mejores mss. Véase los textos
correspondientes de Westcott y Hort, Nestlé y Oxford. N. del
A. Volver al texto
3. El apóstol Juan sobrevivió a los
demás apóstoles, y murió en Éfeso,
alrededor del año 100. N. del A. Volver al
texto
4. Synopsis on
Revelation, por
J.N. Darby, pág. 519. Volver al texto
5. The Symbols of the
Apocalypse Briefly
Defined, por el Dr. A.H. Burton. Volver al
texto
6. El material de este artículo está
entresacado mayormente de la exhaustiva obra de M.C. Kurfees: Instrumental Music in the Worship
(Música
Instrumental en la Adoración). 1911. Publicado por Gospel
Advocate C(o), Nashville, Tennessee, en 1950. N. del A.
Volver al texto
7. Este tratado se escribió entre 1955 y
1960. N. del E. Volver al texto
8. Alrededor de 1900 parecía que las
iglesias ortodoxas griegas existentes en EE.UU empezaban a utilizar
estos instrumentos, pero no así en las iglesias europeas. N.
del A. Volver al texto
9. Erudito greco-americano, profesor de griego en
el Harvard College. Publicó una gramática griega (1883)
y otros trabajos sobre la lengua griega, la gramática griega y
además el «Léxico Griego de los Períodos
Romano y Bizantino» (1870). Véase Century Dictionary and Encyclopedia
sobre este asunto.
N.del A. Volver al texto
10. De hecho, no entendemos lo que la Escritura
nos explica por causa de nuestras asociaciones con el mundo. Nuestra
mente está tan abierta a las cosas del mundo que, a su vez y
por causa de ello, se encuentra bastante cerrada para percibir las
cosas espirituales; es decir, nuestro yo continúa
siendo el timón de nuestra vida en lugar de ser crucificado.
N. del E. Volver al texto
11. Véase el Westminster
Bible Dictionary, artículo de Down y
Gehman sobre «Templo», pág. 594.
Volver al texto
12. 400 Questions and
Answers,
Loizeaux Bros., Nueva York, 1928. Volver al texto
13. Vol.XXX, págs. 132-136, Casa de
Verdades Cristianas, Addison, Illinois, EE.UU. Volver
al texto
14. Recuérdese que a causa del
rechazamiento del Mesías por parte de Israel, Dios ha cortado
su relación con este pueblo a nivel nacional, ha dado una
nueva dispensación (la gracia), y se ha escogido un pueblo de
entre los gentiles (la Iglesia). No obstante, después de la
tribulación volverán a ser reanudados sus tratos con el
pueblo de Israel. Y en este cortamiento, ¡también se
incluye lo referente al templo y sus ordenanzas! N. del E.
Volver al texto
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