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La inspiración de la Biblia — su inerrancia y autoridad

por Santiago Escuain


Índice

¿Tenemos una revelación de Dios?

La Biblia y el Mundo

Nada nuevo bajo el sol: El paganismo contra la Biblia

Racionalismo y Distorsión

Apriorismos y Motivos Antiteístas

Conspiraciones políticas y Geología Histórica

Entendidos y Niños

 


¿Tenemos una revelación de Dios?

La Biblia: ¿es la revelación de Dios, en la que se nos da el verdadero conocimiento acerca de Él mismo, de Sus obras y de Su actuación tanto en creación como en providencia, en salvación como en juicio, y acerca del hombre, su origen, propósito y destino? El que ha llegado a reconocer el innegable hecho histórico de la resurrección del Señor Jesucristo de entre los muertos[1] y ha puesto su confianza en Él sabe que así es, que la Biblia es la Palabra de Dios. En efecto, la resurrección de Jesucristo es el sello y la culminación de Su obra, lo que le acreditó como Hijo de Dios con poder (cf. Ro 1:4), aunque ya antes de entregarse a la muerte por nuestros pecados Él confirmase de muchas formas y en muchas maneras que verdaderamente Él era Dios con nosotros, el Unigénito del Padre.

Así, es evidente que lo que Él afirmase acerca de las Escrituras tiene, y debe tener, un peso decisivo por sí mismo para todo aquel que profese creer en Él. Él dijo de las Escrituras del Antiguo Testamento: «Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota[2] ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mt 5:18). En otra ocasión, el Señor Jesús declaró: «La Escritura no puede ser quebrantada» (Jn 10:35). Estas declaraciones, junto con la del apóstol Pablo en 2 Timoteo 1:13, declaran de manera patente la inspiración verbal plenaria.

Con respecto al Nuevo Testamento, tenemos el mandato y la profecía que Jesucristo dio a los apóstoles en 16:13: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad ...», y en Hechos 1:8: «Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.»

No son precisas grandes luces para ver que aquí tenemos lo que la Biblia misma enseña de manera insistente: la inspiración verbal total y plenaria. De este modo se ha producido un texto que es comunicación de Dios a los hombres. Esta misma enseñanza incluye el elemento humano en la redacción de la Revelación: el elemento humano fue preparado por Dios (cf. Jer 1:15; Hch 9:15) para esta especialísima misión, en la que Dios no sólo inspiró a personas, sino que aquellas personas fueron «hechas a medida» para las respectivas misiones y mensajes que se les había encomendado. Esta enseñanza se repite una y otra vez, como podemos ver en pasajes tales como 2 Timoteo 3:16 y Hebreos 1:1-2, y en muchos otros que dan de manera implícita lo que en éstos se expone tan claramente.

Si ello es así, si la cosa está tan clara, si tenemos un sello tan manifiesto y convincente del mismo Señor Jesucristo y de sus apóstoles escogidos, de que la Biblia es la Palabra de Dios, plenamente inspirada y sin error, ¿a qué se deben las corrientes de pensamiento que discrepan de esta afirmación, y que mantienen que no es así, sino que la Biblia no es plenamente inspirada?

 

La Biblia y el Mundo

La realidad es que la Biblia choca de plano con las concepciones filosóficas seculares humanas acerca de la realidad misma, del origen del universo, de la vida y del hombre. Por ejemplo, choca de plano con la filosofía secular de la historia y con la sistematización secular de la historia antigua, que fue erigida en torno a una reconstrucción de la historia de Egipto por estudiosos racionalistas que manejaron los datos en base de unos criterios que no tienen base alguna y chocan con un análisis crítico de la evidencia.[3]

Debido a ello, muchos que mantienen la profesión de cristianismo, al hacer frente a las insuperables dificultades que se presentan en cualquier intento de «armonización» entre las perspectivas académicas seculares aceptadas, tanto acerca de los orígenes como del transcurrir de la historia del universo, del mundo y del hombre, así como de la historia antigua anterior a la monarquía davídica, rechazan el testimonio de la Palabra de Dios aceptando las conjeturas del Mundo. Con ello, descartan cualquier concepción de verdad histórica, de inerrancia, de los pasajes de las Escrituras que tratan de estos temas —y de muchos otros.

Pero, ¿en que se han basado estos críticos de la Biblia para establecer unas verdades «aseguradas» sobre las que mantienen que la Biblia está en error? Todos estos conceptos se basan en la postura decimonónica del mecanicismo y racionalismo. Según el mecanicismo Dios no intervendría para nada en los asuntos del universo. En el racionalismo, Dios no se podría comunicar con los hombres, y la razón sería la única fuente de conocimiento en un universo cerrado a Dios. Así, esta es una toma de postura en la que ya de antemano se niega que Dios pueda revelarse al hombre, o que pueda actuar soberanamente en un universo creado por Él. De hecho, se niega que Él exista. En el caso de que Dios actúe, sólo le sería permitido hacerlo de forma puramente mediata, empleando sólo aquellos procesos que están actualmente en operación. Supeditan a Dios, en el caso de que se crea en Él, condicionándolo a las leyes del universo tal como está ahora, sin permitir a Dios que Él trascienda a Su universo. Rechazan también a priori todos los pasajes bíblicos que testifican de la actividad soberana de Dios, en creación o en providencia, tachándolos de míticos. Y no pasa mucho tiempo hasta que se llega también a la negación de aquellos pasajes que revelan a Dios en salvación y juicio.

Lo cierto es que la única base para tal toma de posición filosófica es el deseo de sus valedores de que las cosas sean así. Espinoza (1632-1677) afirmó que atribuir a Dios una libertad en sentido propio es «algo verdaderamente pueril, y uno de los mayores obstáculos para la ciencia».[[4]Recordemos la profundísima influencia de Espinoza sobre la intelectualidad occidental. Asimismo, Descartes, y otros pensadores, junto con Simón de Laplace y otros muchos de tiempos más recientes, consideraban ridícula la idea de que se debiera tener en cuenta a Dios y Su revelación, puesto que —según ellos— ello les coartaría la libertad humana de examinar críticamente todo cuanto les rodeaba, a fin de llegar a las conclusiones correctas por sí mismos. En pocas palabras, el racionalismo afirma ser el método verdadero de conocimiento, y niega a priori la sola posibilidad de que Dios haya hablado, pues «ello coartaría la libertad del hombre, y su autosuficiencia». Este es posiblemente uno de los mejores ejemplos de la tendencia humana de confundir sus deseos con la realidad, y también de huir de la presencia de Dios, del Dios que habla y se manifiesta.

Nada nuevo bajo el sol: El paganismo contra la Biblia

Estas posturas no son nada nuevas. Se trata de una repetición de la antigua formulación del humanismo pagano griego, como se ve en las palabras del célebre médico griego Claudio Galeno (130-201 d) contra la Biblia:

Es precisamente en este punto que nuestra propia opinión y la de Platón y otros griegos que siguen el recto método de las ciencias naturales difieren de la posición adoptada por Moisés. Para este último parece suficiente declarar que Dios simplemente ordenó que la materia se estructurara en su debido orden, y que así sucedió; porque él cree que todo es posible para Dios, incluso si quisiera hacer un toro o un caballo de un montón de cenizas. Nosotros, sin embargo, no sostenemos tal cosa; decimos que ciertas cosas son de natural imposibles y que Dios ni siquiera intenta tales cosas, sino que él elige lo mejor de la posibilidad del devenir.[5]

Racionalismo y Distorsión

Vemos, pues, que la posición racionalista es que la ley natural es suprema. Cualquier afirmación que discrepe de esta verdad —dicen— debe ser considerada errónea. Desdichadamente, esta superficial postura ha sido ampliamente aceptada sin examen crítico, y en muchos casos de manera ávida, por parte de muchas personas.[6] Con la aceptación de esta postura, además, se revela una incorrecta comprensión de la verdadera naturaleza, del propósito y del alcance del conocimiento científico.[7] Como consecuencia de la aceptación del racionalismo y de sus puntos de vista con respecto a la realidad, se llega a la necesidad de tomar una de las siguientes posturas en relación con la Biblia:

1. Desechar la Biblia como falsa.

2. «Desmitificar» la Biblia, con toda la carga negativa que se implica en esta postura, con la blasfema doble suposición de que Dios es incapaz de manifestarse adecuadamente y de revelar al hombre la verdad sin error, y que en cambio el hombre pueda llegar a discernir, con el ejercicio de sus propias capacidades e investigación, y estableciendo él las reglas, y decidir lo que es de Dios y lo que es mito en la Escritura. Los que mantienen esta posición afirman que por cuanto Dios dio Su revelación por medio de hombres influidos por culturas particulares, que sus errores y condicionamientos culturales se entremezclan con la revelación de verdades religiosas divinas.

3. Tratar de «armonizar» la «verdad científica» con el texto bíblico, manteniendo que el texto es inerrante, pero que como no lo es nuestra interpretación del texto, esta interpretación debe ser llevada a la armonía con la «verdad científica». Esta postura es más superficial, si cabe, pues además de dejar de lado muchísimas características de Génesis 1-11 que no admiten ningún tipo de armonización con las perspectivas académicas seculares, se introduce un elemento extraño en el mensaje bíblico: se interpone el sacerdocio de la Ciencia Oficial entre el creyente y la Palabra de Dios. Este sacerdocio espurio, como tantos otros sacerdocios exclusivistas humanos, distorsiona la Palabra de Dios con el fin de poderla «armonizar» con sus propios fines.

La primera postura es simplemente un rechazo total, y no vamos a examinarla aquí, remitiendo al lector a obras que abordan esta cuestión. En la segunda el hombre se manifiesta superior a Dios. En efecto, Dios no ha podido dar al hombre una comunicación de la verdadera realidad, sino que se ha visto limitado, impotente, por las incapacidades de Sus criaturas. En cambio, el hombre sí que puede hacer lo que Dios no ha podido, es decir, separar entre la Palabra de Dios y la de los hombres. Es innecesario decir que en la práctica esto resulta un método subjetivo, en el que chocan las opiniones diversas entre lo que es de Dios y lo que es de los hombres.

En la tercera postura vemos una inconsecuencia patente. Si el intelecto del creyente se puede equivocar en la interpretación de pasajes bíblicos (sobre todo si busca encajarlos en un esquema predeterminado, en lugar de leer lo que su Autor dice en ellos), ¿no pueden equivocarse también tanto el creyente como el no creyente con respecto a las conjeturas con que interpretan los datos de la ciencia, los hechos de la variabilidad y de los límites a la misma; o con respecto a las conjeturas con que se ha efectuado la reconstrucción hipotética de la historia antigua de Egipto y del Medio Oriente? ¿No se trata a fin de cuentas de eso, de interpretaciones muchas veces no solo falibles, sino patentemente falsas?

Esto aparte del hecho de que los orígenes, como tales, no pueden ser, estrictamente hablando, objeto de estudio mediante el método científico. El método científico consiste en la formulación de hipótesis y la verificación o falsación de las mismas mediante experimentos, y cuando eso no sea posible, mediante observaciones directas y repetibles. Fuera del campo de la ciencia queda lo único, lo irrepetido, y en nuestro caso los orígenes y los acontecimientos históricos. Queda también fuera del campo estrictamente científico lo que tenga que ver con una intervención de la voluntad personal en los acontecimientos. Por ello, el milagro queda fuera del campo de la investigación científica, puesto que se trata de una libre manifestación de la voluntad de Dios.

Todo ello no significa que no se puedan aplicar instrumentos científicos al estudio de estas cuestiones, y de criterios rigurosos. Pero, por ejemplo, el método que se debe aplicar al estudio de la historia no es el científico, sino el histórico y documental.

Por otra parte, la incompetencia del método científico ante estas cuestiones no dice nada de la verdad o falsedad de las mismas, sino de la naturaleza y limitaciones del método científico, de gran utilidad pero no de alcance universal.

Acerca de la tercera postura ante la Biblia que estamos tratando, hay otra consideración que hacer. Algo que no se tiene en cuenta muy a menudo es que la Revelación de parte de Dios suscitó una nueva visión cultural que se enfrentaba radicalmente a las culturas paganas antiguas y modernas. Dios no se halla atado a los conceptos de ninguna cultura, sino que Su revelación denuncia y rechaza todo lo que en ellas haya de distorsión de la verdad. Son numerosos los pasajes bíblicos en los que se ve como el mensaje divino choca contra la mentalidad de sus receptores, y no se puede aceptar la superficial postura de que Dios pueda quedar limitado por «las-culturas-en-que-fue-arropada-la-revelación».

¿A qué se debe que le demos tanta primacía con tanto énfasis a la razón humana? Especialmente a la luz del hecho clarísimo de que, por lo que se refiere a los orígenes y a la historia, los datos se seleccionan, clasifican e interpretan —y en ocasiones se manipulan— dentro del marco de filosofías secularistas que niegan la posibilidad de una acción directa de parte de Dios. No es extraño que a partir de premisas así se llegue a las conclusiones a las que se llega. Pero es trágico que en tantas ocasiones se intente armonizar la visión secular de la historia y de los orígenes ¡con la Palabra de Dios! Ello, naturalmente, siempre para perjuicio de la credibilidad de la Biblia y de la visión clara del creyente, ante las manipulaciones, alegorizaciones, «desmitificaciones» y «contextualizaciones culturales» a las que se somete a la Biblia.

Apriorismos y Motivos Antiteístas

¿Cuál es la base para la negación de la actuación de Dios en creación y providencia? Según confiesa el astrofísico naturalista Carl F. von Weizsäcker:

No es por sus conclusiones, sino por su punto de partida metodológico por lo que la ciencia moderna excluye la creación directa. Nuestra metodología no sería honesta si negase este hecho. No poseemos pruebas positivas del origen inorgánico de la vida ni de la primitiva ascendencia del hombre, tal vez ni siquiera de la evolución misma, si queremos ser pedantes.[8]
...
Todavía no entendemos demasiado bien las causas de la evolución, pero tenemos muy pocas dudas en cuanto al hecho de la evolución; ... ¿Cuáles son las razones para esta creencia general? En la última lección las formulé negativamente; no sabemos cómo podría la vida, en su forma actual, haber venido a la existencia por otro camino. Esa formulación deja silenciosamente a un lado cualquier posible origen sobrenatural de la vida; así es la fe en la ciencia de nuestro tiempo, que todos compartimos.[9]

En esta transparente admisión, von Weizsäcker se pone a la par con el anteriormente citado Claudio Galeno. La postura filosófica naturalista se impone como esquema, y todo se interpreta ajustándolo al dicho esquema mental que excluye a Dios de Su universo. Con eso concuerda Hinton, un biólogo de la universidad de California, que dice:

En mi opinión, no es nunca adecuado para un verdadero científico desviarse de la explicación de causas naturales. Si algún dios puede crear genes nuevos de la nada por su voluntad, no hay razón alguna para que nosotros busquemos la base de la vida.[10]

En la opinión de este biólogo se dan varios razonamientos erróneos: no hay razón alguna para no investigar en pos de la estructura de la vida. Dios la ha creado, y ha puesto el mundo bajo el hombre. Dios dio al hombre un mandato cultural (Gn 1:28) que implica investigar la creación de Dios. Por otra parte, si por base de la vida se refiere Hinton al «origen de la vida», su razonamiento constituye otro claro ejemplo de saltar a conclusiones antes de investigar, y de acoplar toda una investigación a una línea de pensamiento predefinida, «galénica». Esta actitud está muy lejos de la pretendida «objetividad científica» de la que tanto se precia el Establecimiento Académico. En realidad, todo el consenso de la llamada ciencia moderna es una interpretación del mundo que nos rodea, interpretación dirigida por una filosofía materialista. En realidad, es esta misma filosofía antisobrenaturalista revestida de unos hechos que se ven bajo su luz, y que luego se presenta al público de una forma simplificada como «hechos científicos» que demuestran «la falsedad de los mitos bíblicos». Y como para muestra un botón basta, daremos un ejemplo de lo que realmente anima a algunos de los «abnegados científicos» a elaborar ciertas teorías que luego se presentan ante el gran público como «hechos ciertos y comprobados». Lo que sigue es una cita de una carta personal de Charles Darwin:

Lyell está bien firmemente convencido de que él ha trastornado la creencia en el Diluvio con mucha mayor efectividad no habiendo dicho una sola palabra contra la Biblia que si lo hubiese hecho de la otra forma. ... He leído últimamente La vida de Voltaire de Morley, y él [Morley] insiste en que los ataques directos sobre el cristianismo (incluso si se redactan con la maravillosa fuerza y vigor de Voltaire) producen efectos permanentes muy insignificantes. Los efectos realmente buenos parecen seguir solamente a los ataques lentos y silenciosos.[11]

Se niega la veracidad de la Biblia con respecto a los orígenes en base de que la Geología «demuestra» la antiquísima edad de nuestro planeta y de que los estratos geológicos nos revelan el desarrollo de la vida por evolución. ¿Es cierto, eso?

Lo cierto es que la naturaleza propia de los fósiles no muestra ningún paso intermedio entre las diversas naturalezas de vida. «A pesar de la gran promesa de que la paleontología [la disciplina que estudia los fósiles] nos provee un medio de "ver" la evolución, ha presentado algunas duras dificultades para los evolucionistas, siendo la más notoria la presencia de las discontinuidades en el registro fósil. La evolución demanda formas intermedias entre las especies, y la paleontología no las da ...».[12] También que la naturaleza del registro geológico es cataclísmica y no gradualista, lo que concuerda con la revelación de un Diluvio Universal. Acerca del origen de la moderna geología histórica y de sus méritos Stephen Jay Gould, catedrático de geología y paleontología en la Universidad de Harvard, dice:

Charles Lyell era abogado de profesión, y su libro es uno de los más brillantes alegatos jamás escritos por un abogado. ... Lyell se apoyó en verdaderos rasgos de habilidad para establecer sus puntos de vista actualistas como la única verdadera geología. Primero presentó un hombre de paja para demolerlo.... De hecho, los catastrofistas eran mucho más empíricos en su enfoque de la cuestión que Lyell. El registro geológico parece desde luego demandar cataclismos: las rocas están fracturadas y contorsionadas; han sido eliminadas faunas enteras. Para evitar esta apariencia literal, Lyell impuso su imaginación sobre la evidencia.[13]

Conspiraciones políticas y Geología Histórica

La moderna interpretación «histórica» de la estructura geológica de la tierra no surgió en base de un estudio imparcial de los datos geológicos, sino que, aunque parezca chocante, fue el fruto de una conspiración política. Grinnell documenta[*] mediante un estudio de la correspondencia de Lyell y personas relacionadas con su círculo que la geología diluvialista molestaba a aquellos que deseaban, en el siglo XIX, derrotar la idea de que Dios gobierna el mundo y dirige la historia. Para derrotar esta posición necesitaban derrotar la Geología Diluvialista, profundamente arraigada entonces. Para ello tuvieron que desarrollar una nueva concepción de la historia de la tierra que soslayase el cataclismo del diluvio, de dimensiones cósmicas, y que reinterpretase los cataclísmicos depósitos geológicos en términos de deposiciones lentas y graduales. Una vez logrado este propósito con el éxito de Principios de Geología de Lyell y del logro del dominio político de la Sociedad Geológica de Londres y de sus publicaciones, la postura política que defendían, que negaba que Dios intervenía en la historia, logró el éxito. Pero la concepción geológica que defendían no era factual, como lo reconoce Stephen Jay Gould, sino fruto de una concepción ideológica y de una necesidad, por todo lo cual, a decir de Gould, «Lyell impuso su imaginación sobre la evidencia».

Todo esto va muy ligado a temas de importancia, como la edad de la tierra y del universo en general, y es muy significativo acerca de ello una reunión que tuvo lugar en la Universidad Estatal de Louisiana en Baton Rouge, en abril de 1978, acerca de la edad de las formaciones geológicas de la tierra, y de los cuerpos del sistema solar. El motivo de esta reunión, donde se citaron ingenieros nucleares, geólogos, geofísicos y astrofísicos, fue que los ingenieros estaban interesados en la construcción de zonas de almacenamiento para residuos nucleares y presas para centrales hidroeléctricas. El criterio es que para estas instalaciones, cuanto más antigua sea una formación geológica, tanto más fiable será acerca de su estabilidad futura. En este simposio, que aparece sumarizado en la revista Geotimes de septiembre de 1978,[14] órgano de la Sociedad Geológica Americana, los ingenieros estaban interesados en conocer de una manera factual los métodos de datación para conocer de manera verdadera la antigüedad de estas formaciones geológicas. Después de examinar varias evidencias geofísicas y astronómicas, la conclusión y los sentimientos de los ingenieros participantes, y también de varios de los mismos científicos convocados, era que no había una base factual para afirmar como cierta la gran edad asignada a la tierra, al sol, ni a las mismas estrellas. Esto va en contra de la intensa propaganda en sentido contrario, y que tiene como único motivo la necesidad en que se hallan los evolucionistas de disponer de inmensas eras de tiempo como cortina de humo que pueda dar una apariencia de plausibilidad a la pretendida autogeneración de la vida.

Entendidos y Niños

Pero, ¿qué dice la Escritura? ¿Qué dice Dios de las pretensiones de los sabios según su propio corazón? Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? (1 Co 1:19-20). Y también: En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños (Mt 11:25). No en vano dijo el Señor Jesús: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18:3).

Como conclusión, nos planteamos y respondemos a la primera pregunta que hemos hecho:

Si el Señor Jesús ha resucitado realmente, de lo cual tenemos evidencia sobrada e irrebatible,[15] siendo que tenemos Su testimonio acerca de la Revelación, que es inspirada de manera plenaria y verbal por parte de Dios, ¿cómo es que se levanta tanta oposición, y no ya del mundo, sino de círculos profesamente cristianos?

El principio de esta oposición la encontramos en Edén. Cuando Satanás, nuestro enemigo, y enemigo declarado de Dios, empleó contra nuestros primeros padres el arma de la incredulidad, con su infamante «¿Conque ha dicho Dios ...?», los indujo también a la soberbia al declarar, en abierta contradicción a lo que Dios les había advertido: «No moriréis ... seréis como Dios». La persistencia de esta pregunta, «¿Ha dicho Dios ...?», y la manifestación de la soberbia del hombre caído y separado de Dios, está en el fondo de cada formulación de toda filosofía que niega a Dios la capacidad de revelarse y de actuar y de hacerse comprender de una manera clara y expresa. Ésta y no otra es la razón profunda de la actual campaña contra la inerrancia y autoridad de la Biblia, la Palabra de Dios. Pero en lugar de temblar ante los sistemas intelectuales que nos acechan, o de sentirnos heridos por el menosprecio «intelectual» de parte del mundo, haremos bien en escuchar las palabras del apóstol Pablo, el cual nos exhorta:

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo (Col 2:8).

Guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe (1 Ti 6:20).

Abramos, pues, confiados nuestras Biblias, sabiendo que en ella encontramos la verdad de Dios y acerca de Él, la salvación de Dios, y la voluntad de Dios para con nosotros en todo, y todo ello en Cristo: «porque por él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, las visibles y las invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él» (Col 1:16). Así hallaremos alimento para nuestras almas y luz para nuestro camino, «hasta que despunte el día y el lucero de la mañana alboree en vuestros corazones» (2 P 1:19).


* Véase Grinnell, G., «El Origen de la Moderna Geología Histórica», en Geología, ¿Actualismo o Diluvialismo?, CLIE, Terrassa, 1982. Volver al texto


REFERENCIAS

1. Para la justificar esta afirmación, recomendamos al lector la obra de Josh McDowell, El Factor de la Resurrección Terrassa: CLIE 1988). Volver al texto

2. La palabra «jota» se refiere a la letra hebrea más minúscula, la yod, y la «tilde» a los diminutos trazos que distinguían a menudo diferentes letras, como en el alfabeto latino sucede entre la O y la Q. Volver al texto

3. Tocante a la cuestión de los orígenes, véase Phillip Johnson, Proceso a Darwin (Ed. Portavoz, Grand Rapids, 1995). Véase también De la nada a la naturaleza (Ed. Peregrino, 1988) y la serie de libros Creación y Ciencia (Terrassa: CLIE). Acerca de la reconstrucción de la historia de Egipto, véase The Exodus Problem and its Ramifications (Loma Linda, California: Challenge Books, 1971), Immanuel Velikovsky, Ages in Chaos, Doubleday, New York, 1952. Volver al texto

4. Ethica, I, prop. 33, schol. 2. Volver al texto

5. Sobre la utilidad de las partes del cuerpo, 11:14. Volver al texto

6. Aldous Huxley confesó lo siguiente: «Yo tenía motivos para no querer que el mundo tuviese sentido; fue por eso que di por supuesto que no lo tenía, y pude encontrar, sin ningún tipo de dificultades, razones satisfactorias para esta presuposición. ... El filósofo que no encuentra significado en el mundo no está interesado de manera exclusiva en un problema de metafísica pura: también está interesado en demostrar que no hay razón válida alguna por la que él personalmente no pueda hacer aquello que le dé la gana. ... En cuanto a mí mismo, como sin duda fue el caso entre mis contemporáneos, la filosofía de la ausencia de significado fue esencialmente un instrumento de liberación. La liberación que deseábamos era a la vez una liberación de un cierto sistema político y económico, y también una liberación de un cierto sistema de moralidad. Nos enfrentábamos a la moralidad porque interfería en nuestra libertad sexual.» (En «Confessions of a Professed Atheist» [Confesiones de un ateo confeso], Report: Perspective on the News, Vol. 3, junio de 1966, pág. 19. Volver al texto

7. En palabras de Darby:

«La ciencia no puede ir más allá de los fenómenos, y consiste en la generalización de los mismos bajo una ley uniforme. Pero, antes del curso que siguen las cosas existentes, tienen que existir las cosas que siguen este curso, aunque este curso pueda haber comenzado con su existencia; e indudablemente fue así. Pero sólo este curso de las cosas es el tema de la ciencia, su principio general como ley fija. La existencia, y probablemente la ley que sigue, están ahí antes que puedan comenzar las investigaciones de la ciencia, ... La ciencia se ocupa de fenómenos, y sólo de fenómenos, y de descubrir los hechos y las leyes que los gobiernan; pero todo lo que hace es investigar la operación actual uniforme, allá donde existe, de aquello que existe antes que surja la indagación.

...

La ciencia puede descubrir las leyes de lo que existe, pero allá tiene que detenerse: no tiene leyes para su existencia. ...

Esto es, la ciencia debe detenerse en aquello que le pertenece, en el curso y orden del kosmos, o universo ordenado, y por su misma naturaleza no puede ir más allá de ello. Sé que ha de haber una causa primordial o primitiva para todo lo existente; porque todo en su esfera es el efecto de una causa, y afirma que debe serlo. Si es así, la existencia material misma debe ser efecto de una causa, y las leyes fijas también. En cuanto a qué y cómo es esta causa primordial (que es incausada, o no sería primordial), no puede decir nada la ciencia. Naturalmente que no; y no se le debe reprochar por esto. Pertenece a la misma naturaleza de las cosas. Pero la ignorancia no es un base sobre la que hacer declaraciones —debería más bien decir que no es una base válida—, porque a la ignorancia le encanta hacer declaraciones. Esto es, la ciencia me asegura en base de lo que conoce que ha de haber una causa primordial de aquello sobre lo que investiga; pero es, necesariamente, totalmente ignorante de esta causa —no la puede concebir; no se encuentra en su esfera de conocimiento. ...». J. N. Darby, «Science and Scripture», en The Collected Writings of J. N. Darby, Vol. 31, págs. 139-141.

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8. Carl F. von Weizsäcker, La importancia de la ciencia, Ed. Labor, Nueva Colección Labor n(o) 27, pág. 125. Énfasis añadido. Volver al texto

9. Ibid., pág. 131. Énfasis añadido. Volver al texto

10. Hinton, T., Carta a The Journal of the American Scientific Affiliation, 7:4:14, diciembre de 1955. Citado en Bolton Davidheiser, Ph.D.,, Evolution and the Christian Faith (Nutley, N.J.: Presbyterian and Reformed Pub. Co., 1969), pág. 139. Volver al texto

11. Gertrude Himmelfarb, Darwin and the Darwinian Revolution, pág. 368, citado en Evolution and the Christian Faith (véase ref. 5), pág., 67. Volver al texto

12. David B. Kitts, director del departamento de Geología del Museo Stoval, en Evolution, vol. 28, septiembre 1974, pág. 467). Volver al texto

13. Stephen Jay Gould, «Is Uniformitarianism Necessary?», American Journal of Science, Vol. 263, marzo 1965, pág. 223. Volver al texto

14. Los interesados en conseguir esta documentación de la fuente pueden dirigirse a SEDIN, Apartat 2002, 08200 SABADELL (Barcelona), España. Volver al texto

15. Véase ref. 1. Volver al texto



© Copyright SEDIN 1997, www.sedin.org. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.

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