CARTA ACERCA DE LA OBRA DE
LAS ESCUELAS DOMINICALES
C. H. Mackintosh
Traducción: Santiago Escuain
Querido amigo,
Nos sentimos verdaderamente agradecidos de que usted haya
comenzado la Escuela
Dominical, y consideramos un verdadero privilegio poder
satisfacer su petición de una palabra de consejo en cuanto a cómo llevarla.
Cuanto más avanzamos en la vida, tanto más apreciamos la
bendita obra de la Escuela Dominical.
La consideramos como sumamente interesante y grata; y creemos
que cada asamblea de cristianos, reunidos al Nombre del Señor Jesús, debería
prestar su apoyo a tal obra mediante su simpatía y oraciones.
Algunos, y sentimos decirlo, manifiestan mucha tibieza
respecto a esto, y otros parecen desaprobar esta obra totalmente. La consideran
como una interferencia en el deber que corresponde a los padres cristianos de
criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor. Reconocemos que
esta objeción tendría peso si estuviese bien fundada; pero no es así, porque la Escuela Dominical
no está hecha para interferir con la enseñanza e instrucción paterna, sino para
ayudar en la misma o para suplir a su total carencia. Hay miles de queridos
niños en las callejas, vías y plazas de nuestras grandes ciudades y de los
pueblos que o bien no tienen padres, o bien sus padres son totalmente incapaces
o están mal dispuestos a instruirlos. Es sobre estos que el maestro de la Escuela Dominical
pone sus ojos benevolentes. Sin duda que se alegra de ver a todas las clases
ocupando sus bancos; pero los pobres, los desarrapados, los desatendidos y los
abandonados son su especial objeto.
Es imposible saber dónde y cuándo brotará el fruto de un
maestro de Escuela Dominical. Puede que sea en las arenas ardientes de África o
entre las regiones heladas del Norte; en las profundidades de la selva o sobre
las olas del océano; puede que en el presente, o que sea años después que el
obrero haya pasado a su descanso eterno. Pero, sea cuando sea, de cierto que
aparecerá fruto, cuando la semilla se ha sembrado con fe y regado con oración.
Es posible que el alumno de la Escuela Dominical
llegue, en su crecimiento, a transformarse en un joven impío, en un malvado;
puede que parezca haber olvidado todo lo que es bueno, santo y verdadero —que
haya borrado, con sus prácticas pecaminosas, toda impresión de las cosas
sagradas; y, sin embargo, a pesar de todo ello, puede quedar sepultado algún
precioso pasaje de la
Sagrada Escritura o algún dulce himno en lo más hondo de su
memoria, bajo una masa de insensatez y obscenidad; y esta Escritura o este
himno pueden acudir a la mente, en algún momento de quietud, o puede que en un
lecho de muerte, y que el Espíritu Santo lo utilice para la vivificación y la
salvación del alma. ¿Quién puede intentar definir la importancia de conseguir
alcanzar la mente mientras es todavía joven, impresionable, e intentar imbuirla
con cosas celestiales?
Pero puede que se nos pregunte: «¿Dónde, en el Nuevo
Testamento, encontramos justificación para la tarea especial que emprende el
maestro o el superintendente de la Escuela Dominical?» Contestamos así: Se trata
solo de una forma de predicar el Evangelio a los inconversos, o de exponer las
Sagradas Escrituras a los hijos de Dios. Hablando con propiedad, la Escuela Dominical
es una rama profundamente interesante de labor evangélica, y apenas será
necesario decir que tenemos amplia autoridad en las páginas del Nuevo
Testamento para tal cosa.
Pero nos duele decir que hay demasiados entre nosotros que
no tienen el corazón puesto en ninguna rama del servicio del Evangelio, sea
entre los jóvenes o los mayores, y que no solo lo descuidan ellos mismos, sino
que suscitan desaliento en aquellos que buscan llevar a cabo esta bendita
tarea. Y como sucede en ocasiones que los que suscitan objeciones contra las
Escuelas Dominicales y contra las predicaciones programadas del Evangelio
parecen personas inteligentes, sus palabras son más susceptibles de tener peso
sobre los cristianos jóvenes. Pero a usted, mi querido amigo, le decimos: No
permita que nadie le desaliente en la obra que ha emprendido. Es una buena obra,
de modo que persista en ella sin hacer caso de ningún objetor. Se nos manda que
estemos listos para toda buena obra, y que no nos desalentemos en hacer el
bien, porque a su debido tiempo segaremos, si no desfallecemos (Gálatas 6:9).
Ahora unas palabras acerca de cómo llevar una Escuela Dominical. Debe recordar que se trata de un
servicio individual que debe realizarse en responsabilidad personal delante del
Señor. Sin duda alguna, es de gran importancia tener la plena comunión en su
obra con sus compañeros de servicio y con todos sus hermanos; pero la obra de
un superintendente o de un maestro se ha de realizar con una responsabilidad directa ante el Señor, y según la medida de la gracia que le haya sido impartida por Él.
La asamblea no tiene más responsabilidad en esta obra ni está tampoco más
involucrada en ella que en ningún otro servicio individual, como la predicación
vespertina del domingo, las reuniones en casas, en las conferencias o clases
bíblicas, aunque con toda certidumbre la Asamblea, si está en una condición
espiritual sana, manifestará su más plena comunión con la Escuela Dominical,
así como con toda clase de obra personal para el Señor.
Descubrirá sin duda, si no estamos equivocados, que para
llevar a cabo una obra de Escuela Dominical de forma efectiva, precisará de un
buen superintendente —de una persona con energía, orden y gobierno. El viejo
proverbio que dice «Lo que es asunto de todos resulta asunto de nadie» es
especialmente aplicable aquí. Hemos visto varias Escuelas Dominicales que han
caído por no ser llevadas de forma apropiada. Unas personas emprenden la tarea
por un tiempo, y luego la
abandonan. Esto nunca llevará a buen fin. El superintendente,
los maestros y los visitantes deben emprender la tarea no a trompicones, sino
con una serena decisión y energía espiritual; y, habiendo emprendido la tarea,
tienen que realizarla con un verdadero propósito de corazón. De nada servirá
que el superintendente o el maestro deje la escuela o la clase al azar, bajo la
excusa de dejarlo en manos del Señor. Creemos que el Señor espera a cada uno en
su puesto, o que se encuentre un sustituto apropiado en caso de enfermedad o de
cualquier otra razón justificable de ausencia.
Es de suma importancia que cada aspecto de la obra de la Escuela Dominical
se lleve a cabo y realice con pulcritud, celo y energía, y con una entrega
personal total. Y, por cuanto todas estas cosas solo se pueden obtener de la Tesorería Divina,
todos los que se dedican a este servicio deberían reunirse para oración y
consultas. Nada hay más lamentable que ver como decae una Escuela Dominical por
falta de diligencia y perseverancia de parte de aquellos que han asumido la obra. Sin duda que habrá
muchos obstáculos, y que la obra en sí es muy cuesta arriba y desalentadora,
pero, ¡oh!, si nuestras palabras tienen algún peso, diríamos a todos los que
están en esta obra, con un énfasis que nos sale del corazón: ¡Proseguid!
¡proseguid!, y que el Señor de la mies corone vuestros afanes con las más ricas
y mejores bendiciones.
No será necesario insistir en que ni consideramos la
posibilidad de que personas inconversas formen parte de la obra de las Escuelas
Dominicales. Es cosa cierta que pocas cosas hay más tristes que ver a alguien
dedicado a enseñar a otros algo en lo que el mismo enseñante no tiene ni parte
ni suerte. Sin duda que Dios es soberano, y que Él puede usar y usa Su propia
palabra, incluso los labios de un inconverso; pero esto no altera en absoluto
la triste realidad con referencia a la persona en tal situación. No podríamos
pensar ni un momento en admitir ni invitar a nadie a tomar parte en la obra de
una Escuela Dominical, excepto en base a una evidencia satisfactoria de su
conversión a Dios. Hacer tal cosa sería ayudarle a permanecer en un fatal
engaño.
—C. H. M.
- Traducción:
Santiago Escuain - © Copyright SEDIN 2006 por la
traducción, www.sedin.org. Este texto se puede reproducir
libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y
dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.
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