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Michael J. Behe

Filmografía frívola

Una reseña de la serie Evolution de la cadena pública de televisión de los EE. UU. PBS (Public Broadcasting System)



Para poner en perspectiva la serie de siete episodios Evolution (Evolución) que está transmitiéndose estos días, piense en la grasa. En la grasa alimenticia.

Durante décadas, personajes en bata blanca han estado asegurando con todo aplomo al público que privándose de alimentos grasos —tocino y huevos, mantequilla, bistec— conseguirían vidas más prolongadas y sanas. Bueno, ¿pues saben qué? En el artículo «The Soft Science of Dietary Fat», publicado en el número del 30 de marzo de la revista principal Science, el periodista científico Gary Taubes informa de una situación que recuerda de manera sugestiva la película Sleeper, de Woody Allen. En una escena de esta película de la década de los setenta, un médico del futuro reacciona con incredulidad cuando le dicen que la medicina del siglo 20 consideraba perjudiciales los alimentos grasos y otros tabúes dietéticos. «Precisamente lo contrario de lo que ahora sabemos que es la realidad», dice él, meditabundo.

No exactamente lo contrario, pero desde luego sí que diferente. Taubes informa que varios grandes estudios diseñados para establecer el vínculo entre una cocina menos grasa y una mayor longevidad han dado resultados ambiguos. Peor todavía, este vínculo nunca había sido fuerte. Más bien, lo que sucede es que por la combinada influencia de algunos científicos llenos de celo y de unos burócratas puestos en campaña, así como con el surgimiento de la filosofía del minimalismo, en la década de los setenta se proclamó que el colesterol —una sustancia que aparece natural en cada célula de nuestros cuerpos— era «malo». Este mensaje, fosilizado hasta convertirse en un dogma, fue enseñado a los escolares y a los consumidores por todo el país.

Sea lo que sea que se pueda descubrir mediante futuras investigaciones de nutrición, aquí tenemos dos cuestiones que tener presentes mientras se contempla la serie Evolution:

1. Si es tan difícil identificar las causas de un solo y muy específico proceso biológico —la enfermedad coronaria en los humanos modernos—, en el que uno puede estudiar especímenes vivientes que entran y salen de tu laboratorio, entonces, ¿cómo no vamos a experimentar dificultades mucho mayores para identificar las causas del desarrollo general de la vida en el pasado distante?

2. Si, frente a datos inciertos o contradictorios, las fuerzas sociales en ciencia y en la administración manufacturaron un consenso acerca de qué es lo que compone una buena dieta, ¿por qué no deberíamos esperar presiones mucho mayores para imponer un consenso artificial acerca de lo que somos y de dónde venimos?

La serie de la cadena televisiva PBS se olvida de la primera pregunta y es parte del problema en el caso de la segunda. Se nos repite una y otra vez, con toda tranquilidad, que la selección natural es —tiene que ser— la causa de la evolución. Pero la evidencia que se nos muestra es tan endeble como una comida exenta de grasas. Aprendemos que la evidencia principal de que la selección natural erigió todo el mundo biológico es el VIH, el virus de la inmunodeficiencia adquirida causante del SIDA. ¡Sabes, el VIH muta y se hace resistente a los fármacos, de modo que la evolución es cierta! ¿Qué más necesidad tenemos de más preguntas? Nadie de los involucrados en la producción de esta serie parece haberse dado cuenta que después de repetidas mutaciones, una feroz competencia y selección natural de una enorme cantidad de partículas virales en muchos millones de sufrientes, seguimos teniendo VIH —no un virus que podamos discernir como diferente. ¿Acaso esto no demuestra realmente los límites de la selección natural, en lugar de unas posibilidades ilimitadas? ¿Y podemos realmente extrapolar los resultados de la simple resistencia a los fármacos en un virus al desarrollo de rasgos biológicos de gran complejidad en cada phylum a través del tiempo? La película no llega ahí. Evolution no abriga duda alguna.

La marca esencial de una presentación imparcial es si presenta perspectivas opuestas de una manera exacta, en sus formulaciones más estrictas. La propaganda, en cambio, ignora o caricaturiza a sus oponentes, o hace presentaciones débiles, descafeinadas, de sus argumentos. Evolution hace propaganda no sólo de la evolución (descendencia con modificación) en general, sino del darwinismo (mutaciones al azar y selección natural) en particular. Pero esta presentación no puede siquiera permitirse mencionar que algunos científicos y académicos —junto con la mayoría del público— son profundamente escépticos acerca de la selección natural como motor de la evolución. Por ejemplo, consideremos Stuart Kauffman. Kauffman es una de las luminarias líderes en un grupo de científicos que exploran la teoría de los sistemas complejos —a grandes rasgos, la idea de que los sistemas complejos pueden autoorganizarse— explícitamente como una alternativa a la selección natural. Su trabajo ha sido ampliamente tratado tanto en publicaciones periódicas científicas como populares. Pero no se hace mención alguna de Kauffman o de sus colegas en la serie de siete horas. En pantalla, los únicos que dudan del darwinismo son los literalistas bíblicos.

Y este es el mensaje que se quiere inculcar. Aunque supuestamente se trata de ciencia, está claro que el propósito predominante de esta serie —financiada enteramente por el billonario de Microsoft Paul Allen— es cambiar las creencias religiosas del público. Esta serie está impregnada de religión —desde la ficticia escena inaugural, donde Robert FitzRoy, el capitán de la goleta H.M.S. Beagle hace chistes con Charles Darwin acerca del Arca de Noé, junto con la elección de la obra el Mesías de Haendel como supuesto ejemplo de la creatividad humana impulsada por la selección sexual, hasta el último programa, «¿Y qué de Dios?» A través de muchas insinuaciones nada sutiles aprendemos que hay la buena religión —encarnada en el profesor darwinista convencido que aparece tomando la comunión— y la mala religión —representada por el fundamentalista Ken Ham, cuyos partidarios son filmados en ropajes corales cantando sus objeciones a la evolución. La buena religión se acomoda bien dispuesta al darwinismo. La mala religión no lo hace.

En uno de los primeros episodios de la serie, el biólogo de la Universidad de Boston Chris Schneider observa que la envergadura y alcance de la evolución «conmueve el alma» (pero las almas de los creyentes tradicionales son sacudidas, no conmovidas.) Mi consejo es: ¡cuidado con los científicos con almas conmovidas! Si pueden actuar impulsivamente y de manera prematura para proporcionarnos una dieta sana, también actuarán igual para darnos un alma sana. La mejor reacción ante esta arrogancia e imposición podría ser disfrutar de las muchas hermosas escenas naturales en Evolution comiendo una sabrosa hamburguesa con mucho queso.



Michael J. Behe es profesor de Ciencias Biológicas en Lehigh University en Pennsylvania. Recibió su doctorado (Ph.D.) en bioquímica de la Universidad de Pennsylvania en 1978. Su investigación actual involucra delinear el designio y la selección natural en subsistemas discretos de reproducción del DNA. Además de publicar más de 35 artículos en prestigiosas revistas de bioquímica ha escrito también artículos de opinión en The New York Times, Boston Review, The American Spectator y National Review. Su libro, Darwin's Black Box, también publicado en castellano como La Caja Negra de Darwin (Ed. Andrés Bello, Barcelona y Santiago de Chile, 1999), trata acerca de las implicaciones para el neodarwinismo de lo que él designa como sistemas bioquímicos de «complejidad irreducible». Este libro, que en inglés tuvo doce reimpresiones antes de ser lanzado en rústica, ha sido citado y reseñado internacionalmente en más de cien publicaciones, y fue recientemente nombrado por las revistas National Review y World como uno de los cien libros más importantes del siglo 20. Ha presentado y debatido su obra en diversas conferencias, incluyendo la Universidad Estatal de Nueva York, Stony Brook, la Universidad de Notre Dame, la Universidad de Princeton, la Universidad de Massachusetts en Amherst y la Universidad de Cambridge. Además de muchas entrevistas en radio y televisión, en 1997 apareció en dos episodios del programa de PBS, Technopolitics.

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