Los
orígenes de la moderna teoría geológica*
George
Grinnell
Traducción
del inglés:
Santiago Escuain
«Charles
Lyell era un abogado, y su libro [Fundamentos
de Geología, 1830-1833] es uno de los más brillantes
alegatos que jamás
haya publicado un abogado.... Lyell se apoyó en verdaderas
astucias para
establecer su perspectiva actualista como la única verdadera
geología. Primero
erigió un hombre de paja para demolerlo ... De hecho, los
catastrofistas tenían
un enfoque mucho más empírico que Lyell. El registro
geológico parece desde
luego demandar cataclismos; las rocas están fracturadas y
contorsionadas; hay
faunas enteras que han sido aniquiladas. Para evitar esta apariencia
literal,
Lyell impuso su imaginación sobre la evidencia. El
registro fósil, argumentó él, es
extremadamente imperfecto y hemos de interpolar en él lo que
podemos inferir de
manera razonable pero no podemos ver. Los catastrofistas eran los
tenaces
empiristas de su época, y no unos ciegos teólogos
apologistas.»
Gould,
Stephen Jay. «Catastrophes and Steady-State Earth»,
Natural History,
febrero de 1975, págs. 16-17
«El gradualismo nunca fue
“demostrado
mediante las rocas” ni por Lyell ni por Darwin, sino que fue impuesto
como un
sesgo sobre la naturaleza. ... ha tenido un impacto profundamente
negativo al obstaculizar
las hipótesis y al cerrar las mentes de toda una
profesión hacia alternativas
empíricas razonables al dogma del gradualismo. ... Lyell
ganó mediante retórica
lo que no podía conseguir mediante los datos.»
Gould, S. J., Toward the
vindication of punctuational change.
In: W. A.
BERGGREN & J. A. VAN COUVERING (Eds.):
Catastrophes and Earth History:
The
New Uniformitarianism,
Princeton University Press, Princeton (New Jersey), pp14-16, 1984.
«… ha
sido mi intento demostrar cómo me parece que la geología
cayó en manos de los
teóricos condicionados por la historia social y política
de su tiempo más que
por las observaciones de campo. ... En otras palabras, hemos permitido
que se
nos lave el cerebro hacia la evitación de cualquier
interpretación del pasado
que incluyan procesos extremos y que pudieran ser denominados como
“cataclísmicos”.»
Ager,
D. V., The Nature
of the Stratigraphical Record,
The Macmillan Press Ltd, London, pp46-47, 1981.
* Este
artículo fue primeramente presentado, en mayo de 1974, en el
Simposio Velikovsky y Amnesia cultural, celebrado en la Universidad de
Lethbridge (Alberta), Canadá. Se publica aquí procedente
de KRONOS, Vol. I n 4, pp. 68-76. © Copyright KRONOS 1976,
traducido y reproducido con permiso.
Introducción
«Creo que cualquier alegato de un reconocido radical
como yo
lo soy —escribía Charles Babbage al geólogo Charles Lyell
el 3 de mayo de 1832— solamente dañaría a la causa, y por
lo tanto lo dejo gustosamente en mejores manos.»
Charles
Babbage (1792-1871) era profesor Lucasiano de Matemáticas
(1828-1839) en aquellos tiempos, y chapuzador en geología,
teología, y fabricación, y había fracasado
recientemente en su intento de conseguir un escaño en el
Parlamento. En 1837 había publicado su The Ninth Bridgewater
Treatise (El Noveno Tratado de Bridgewater), que constituía
un ataque contra la teología del sistema anglicano, y en 1851
había lanzado un ataque contra el campo Tory en sus Reflections
on the Decline of Science in England (Reflexiones sobre la
decadencia de la Ciencia en Inglaterra), cuyo propósito era
argumentar que los ricos aficionados Tories tenían el dominio de
la política científica, y que ejercían una
discriminación en contra de los científicos de
posición social más desaventajada, que eran los
más merecedores de apoyo.
Charles
Lyell (1797-1875), a quien él estaba escribiendo, había
de publicar el segundo volumen de sus Principles of Geology (Principios
de Geología, volumen I: 1830, volumen II: 1832, volumen III:
1833), una obra escrita en apoyo del liberalismo político
—aunque ostensiblemente era un trabajo científico objetivo libre
de cualquier implicación política. En su carta del 3 de
mayo a Lyell, Babbage le explicaba por qué no quería
escribir una reseña favorable del libro. De una manera muy
inteligente, los científicos de ideas radicales, como Babbage,
Lyell, Scrope, Darwin y Mantell, no querían que el
público llegase a conocer que aquello que estaba siendo
promovido como verdad objetiva era poco más que propaganda
política débilmente disfrazada.
El
propósito de este artículo es explicar lo que Babbage
quiere decir con las palabras «radical» y
«causa» cuando escribe el párrafo que se acaba de
citar:
«Creo que cualquier alegato de un reconocido radical
como yo lo soy solamente dañaría a la causa, y por lo
tanto lo dejo en mejores manos.»
La
primera parte de este artículo investiga las implicaciones
políticas de la Geología de la primera parte del siglo
xix. La segunda parte explora la naturaleza de la «causa»
de Babbage y de Lyell.
LAS IMPLICACIONES POLÍTICAS
DE LA GEOLOGíA
A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX
En
1807 escribía Humphrey Davy a su amigo William Pepys:
«Estamos formando un pequeño club de charlas-almuerzo
geológicas, del cual espero que será usted un
miembro.» De los trece miembros originales cuatro eran
médicos, uno un ex ministro unitario, dos eran libreros; otro,
el conde Jacques-Louis, había huido de la Revolución
Francesa. Cuatro eran cuáqueros, y dos, William Allen y Humphrey
Davy, eran ricos e independientes aficionados a la Química. Tan
sólo uno de ellos, George Greenough, tenía alguna
educación en geología o minerología —habiendo
hecho una visita a la Academia de Friburgo algunos años
atrás, juntamente con Goethe— pero no hizo de ello su medio de
vida ni por imaginación. Era miembro del Parlamento. Desde
luego, lo extraordinario de la Sociedad Geológica de Londres es
que ninguno de los miembros originales era geólogo. El
«pequeño club de charlas-almuerzo
geológicas», como Davy lo describió, era un club
para caballeros que tenían ganas de hablar, no de martillear
rocas.
Al
siguiente año se unieron 26 miembros a la Royal Society,
incluyendo a Joseph Banks, el presidente de la Royal Philosophical
Society, y un año después el número de miembros
pasó a 173. El concepto del «pequeño club de
charlas-almuerzo» se volvió insostenible; en lugar de ello
se alquilaron locales. Se habló de editar una
publicación, y Sir Joseph Banks, temiendo que la Sociedad
Geológica creciera pronto más que su antigua y
prestigiosa Royal Philosophical Society, dimitió como protesta.
Para el año 1817, sólo diez años después de
su fundación, la Sociedad Geológica tenía
más de 400 miembros, y en 1825 estaba formada por una
membresía de 637.
La fundación y el temprano crecimiento de la Sociedad
Geológica de Londres son dignos de mención por diversas
razones. Las sociedades científicas anteriores, como la Real
Academia francesa y la Sociedad Filosófica de Londres
tenían una base mucho más amplia. Había habido
unos pocos intentos abortivos de formar sociedades científicas
especializadas en Química y Botánica, pero no
habían quedado en nada. La Sociedad Geológica de Londres
era realmente la primera sociedad científica especializada, y su
temprano crecimiento no tenía precedentes —de hecho, fue un
crecimiento muy difícil de explicar, especialmente si se tiene
en cuenta que sus primeros miembros fueron casi todos médicos,
abogados y miembros del Parlamento; el reverendo William Buckland, que
era Deán de Westminster, y Sir Roderick Murchison, que era un
rico oficial retirado del Ejército, independiente.
Con esto no se pretende afirmar que no hubiera personas en Inglaterra
entregadas activamente a lo que ahora consideraríamos
ocupaciones geológicas, porque lo cierto es que Inglaterra
estaba en aquel tiempo atravesando una época de
construcción intensiva de canales y de explotación
minera, y pronto iba a entrar en la era del ferrocarril; pero por
más que se busca, no se encuentran estos geólogos
prácticos en la lista de membresía. Por ejemplo, William
Smith, el ingeniero de drenajes más famoso de la época,
que descubrió la técnica de correlación de
estratos por medio de los fósiles y que es generalmente
mencionado en los libros de texto modernos de geología como el
geólogo clave de aquella época, no fue invitado a unirse
a la Sociedad Geológica de Londres. Quizás estaba
demasiado ocupado haciendo Geología para tener tiempo de hablar
de ella, pero si se ha de decir la verdad, la Sociedad Geológica
de Londres era un grupo de aficionados parlanchines cuyo único
interés en la Geología estribaba en sus implicaciones
teológicas y políticas, y no en su aplicación a la
minería o a la construcción de canales. Esas
implicaciones teológicas y políticas eran cruciales para
la estabilidad de Inglaterra y no fueron, por lo tanto, irrelevantes en
la temprana historia de la Geología.
El término «Geología» había sido
introducido recientemente por el diluvialista suizo De Luc. En los
programas de la Universidad Medieval no se halla ningún lugar
para el estudio de la tierra, que estaba considerada como corrompida,
un producto del diablo y, por lo tanto, indigna de ser estudiada. La
Geometría, Numerología, Armonía y
Astronomía reflejaban mejor la sabiduría de Dios que el
estudio de las cosas de este mundo, según creían los
católicos medievales, siguiendo a Platón, pero la Reforma
Protestante cambió todo este panorama. Entre los años
1680 y 1780 se publicaron unos quinientos libros y artículos
sobre Geología, desde la popular obra del obispo Burnet, Sacred
Theory of the Earth (Teoría Sagrada de la Tierra, que
mereció siete ediciones entre 1681 y 1753) hasta la erudita
monografía de Klein sobre una sola clase de fósiles, Dispositivo
Echinodermatum (1732). Los protestantes estaban ansiosos de
demostrar que se podía ver la obra de Dios en este mundo con
tanta facilidad como en el venidero y, en particular, estaban deseosos
de demostrar la verdad literal de la Biblia, que declaraba no solamente
que Dios había creado todas las criaturas de la tierra, sino que
también provocó el Diluvio para castigar al hombre por
sus pecados.1
Poco después de la Gloriosa Revolución de 1688, cuando se
expulsó a los católicos de Inglaterra, apareció
una gran cantidad de obras tratando de conciliar el libro del
Génesis con la nueva investigación de la naturaleza. La
de más éxito de todas ellas fue el Essay Towards a
Natural History of the Earth (Ensayo
para una Historia Natural de la Tierra) en la que explicó la
secuencia estratigráfica de las rocas suponiendo que durante el
diluvio de Noé todas las rocas de la superficie de la Tierra
habían sido disueltas por el mar, para ser después
precipitadas gradualmente en secuencias estratigráficas que
ahora comprenden las formaciones secundarias. Debido a que el esquema
woodwardiano preservaba el tema del Génesis de que el Diluvio
había sido causado por el decreto divino para retribuir a los
hombres por sus pecados, fue recibido favorablemente por la Iglesia
Anglicana y vino a ser después, en manos de los Tories, un
importante baluarte en su defensa de la monarquía. En 1728 se
fundó en Cambridge la cátedra woodwardiana, el primer
reconocimiento académico del área de estudio que hoy
recibe el nombre de «Geología». Las ideas de
Woodward no fueron articuladas solamente en Inglaterra, sino
también en el continente —particularmente en las populares
clases de Abraham Gotlob Werner en Friburgo, hacia el final de aquel
siglo, en las que estudiaron Greenough, von Buch, MacLure, Jamieson,
Berger, y muchos otros de los fundadores de la Geología.
Al desarrollarse la geología woodwardiana, empezaron a
presentarse un número de anomalías —en particular una
falta de correlación entre estratos del Antiguo y Nuevo Mundo,
así como sobrecapas de basalto y granito en lo que se
suponía eran depósitos secundarios. Como resultado,
Leonard von Buch y Georges Cuvier modificaron la primitiva
teoría diluvial, transformándola en una teoría con
un catastrofismo más general, en la cual no se contemplaba a la
tierra como habiendo sufrido una catástrofe, sino numerosas
catástrofes, de las cuales el diluvio era el ejemplo más
reciente.2 Negar el catastrofismo era negar la verdad de la
Biblia, y de ahí que las implicaciones teológicas de la
primitiva geología estuvieran bastante claras.
En 1673, el obispo Bossuet, tutor del Delfín de Francia, expuso
sus argumentos en favor de la monarquía en un tratado, Politics
drawn from the very Words of Holy Scripture (Práctica
política según las mismas palabras de las Sagradas
Escrituras), en el cual argumentaba que la monarquía era la
forma más común, más antigua, y más natural
de gobierno. Aquí, la palabra clave era
«natural». Su argumento3 era que la naturaleza
proveía evidencias de ser gobernada por un monarca divino, Dios
mismo, Rey del universo, y que un Rey emulaba a Dios cuando gobernaba
con autoridad absoluta: «Así, vemos que la
monarquía toma su fundamento y modelo en el control paterno,
esto es, de la naturaleza misma», escribe el obispo Bossuet.4
El defensor británico de la monarquía, Robert Filmore,
imitó el ejemplo de Bossuet. La monarquía es natural
porque toda la naturaleza está gobernada por un monarca absoluto
divino, Dios mismo.
En el siglo XVIII, al ir tomando auge los sentimientos
democráticos no tan sólo en América, sino
también en Europa, la teoría política de Bossuet y
Filmore fue seriamente desafiada. John Locke en sus Treatises on
Government y Jean-Jacques Rousseau en sus Discourses5
se enfrentaron contra la naturalidad de la monarquía y
en favor de la teoría de gobierno denominada «contrato
social». Pero para probar que la monarquía era innatural
era necesario demostrar que la descripción bíblica del
Diluvio era inexacta; que Dios no había creado los animales y
las plantas de la tierra, y que Él no había introducido
catástrofe alguna para castigar a los hombres por sus pecados,
ya que estos eran modelos bíblicos y geológicos sobre los
que se basaba la teoría monárquica. En 1789, en
vísperas de la Revolución Francesa, acompañado por
Erasmus Darwin y después por Jean Baptiste Lamarck y Simon de la
Place, el geólogo liberal escocés James Hutton
publicó su Teoría de la Tierra, en la que
intentó demostrar que la naturaleza no estaba gobernada por un
monarca divino, sino por las leyes fijas del levantamiento
volcánico y del desgaste erosivo.6 El amigo de
Hutton, Adam Smith, estaba al mismo tiempo luchando en favor de una
política de laisez faire (dejar hacer), en la que el
poder monárquico paternalista era a su vez eliminado en favor de
un liberalismo sin límites.
«Algunas personas juiciosas que estuvieron presentes en Ginebra
durante los desórdenes que últimamente convulsionaron
aquella ciudad», escribía el reverendo William Paley en un
contraataque contra el nuevo liberalismo en su The Principles of
Moral and Political Philosophy (Los Principios de Filosofía
Moral y Política, 5(a) edición, corregida, 1793),
«creyeron percibir, en las contenciones que allí se
manifestaban, la operación de aquella teoría
política que por los escritos de Rousseau, y gracias a la estima
sin límites en que le tienen sus compatriotas a estos escritos,
se había difundido entre el pueblo. Durante todas las disputas
políticas —continúa Paley— que han tenido lugar durante
estos pasados años en Gran Bretaña, en el reino hermano,
y en sus dependencias exteriores, era imposible no observar, en el
lenguaje de partido, en las resoluciones de los mítines
populares, en debates, en conversaciones, en la tendencia general de
aquellas charlas breves que tales ocasiones demandan, la prevalencia de
las ideas de autoridad civil expuestas en la obra del señor
Locke. Tales doctrinas —continúa Paley— no carecen de efectos; y
es de importancia práctica cuidarse de que los principios de los
que se derivan la cohesión social y una medida de obediencia
civil sean correctamente explicados y bien comprendidos».
Entonces Paley se dedicó a explicarlos no tan sólo en las
correspondientes páginas (567) de su Moral and Political
Philosophy sino también en los dos volúmenes de una
obra más voluminosa sobre Teología Natural (Natural
Theology) en los que reiteró otra vez los fundamentos
cosmológicos de la monarquía.
Vemos, pues, que la causa a la que se refería Babbage cuando
escribió a Lyell («Creo que cualquier alegato de un
reconocido radical como yo lo soy solamente dañaría a la
causa, y por tanto lo dejo gustosamente en mejores manos») era la
de desacreditar a Paley y a los otros monárquicos Tories por
medio de un ataque a sus fundamentos geológicos y
teológicos.
La Causa
Después
de las Guerras Napoleónicas, Inglaterra había
caído en una severa depresión. Las demandas
gubernamentales de suministros militares cesaron, y no había
mercado ultramarino para los productos británicos. La crisis y
el desempleo general aumentaron con la desmovilización de casi
400.000 soldados, que se encontraron sin adonde ir. A fin de proteger a
los granjeros británicos de importaciones de grano barato, se
aprobaron en 1815 las Leyes del Trigo, que prohibían la
importación de grano hasta que el precio hubiera llegado a 80
chelines la arroba, un precio tan elevado que los trabajadores estaban
pasando hambre, sin poder comprar. Aunque las Leyes del Trigo se
pasaron para proteger al agricultor británico, tuvieron un
efecto devastador en las ciudades industriales de las Midlands. Los
altos precios no sólo llevaron al hambre a los trabajadores,
sino que además muchos pequeños negocios fueron a la
quiebra. La solución Tory al problema fue aconsejar a las clases
más pobres que no criaran tan copiosamente. Aun así, las
ciudades industriales de las Midlands continuaron creciendo, mayormente
a causa de la inmigración de los hijos e hijas de los
agricultores más pobres. Manchester, por ejemplo, era en 1688
una pequeña villa de 4.000 habitantes. Un siglo después
tenía un tamaño diez veces mayor, y para la época
en que Lyell publicó su Principles of Geology (Principios
de Geología), se estaba aproximando al medio millón, con
la mayor parte de sus habitantes viviendo en míseras
condiciones. Malthus clasificó a ciudades como Manchester junto
con las guerras y las plagas y hambres como medios de control natural
de la población, debido a su elevada tasa de mortalidad.
El 16 de agosto de 1819, una multitud desempleada, mal pagada y
hambrienta de habitantes de Manchester se reunió en el campo de
St. Peter para escuchar un discurso sobre la Reforma Parlamentaria y
sobre la derogación de las Leyes del Trigo. La milicia local del
campo, temiendo una rebelión, intentó arrestar al orador.
En la lucha que siguió hubo varios muertos y muchos heridos. El
gobierno monárquico Tory instituyó las «Seis
Actas», que limitaban el derecho de libertad de palabra y
prohibían la instrucción de personas en el uso de las
armas. Inglaterra estaba al borde de la Revolución —las
industriales Midlands liberales contra los monárquicos Tories;
pero la memoria de la Revolución Francesa estaba aún
fresca entre las clases medias. Deseaban una reforma en el Parlamento,
no desórdenes, pero reformar el Parlamento significaba responder
a los argumentos de Paley, y esto incluía destruir la
Teología Natural de Paley.
Paley mantenía que la soberanía desciende de Dios al Rey,
y que el pueblo son sus súbditos. Como el Parlamento es un
órgano consultivo, si el Rey está satisfecho con sus
funciones no hay necesidad de reformarlo. Para Paley, el hecho de que
el Parlamento no representara la distribución de la
población en Inglaterra era irrelevante, puesto que la
soberanía no tenía su origen en el pueblo. La
soberanía descendía de Dios.
Los argumentos de Paley eran asombrosamente efectivos. Su tratado sobre
Filosofía Moral y Política, en el cual afirma que
«es la voluntad de Dios que el gobierno establecido sea
obedecido», debía ser memorizado (se tenía que
conocer su argumento básico) antes de que los estudiantes se
pudieran graduar en Oxford o Cambridge. El único medio por el
que los liberales de las Midlands podrían conseguir la Reforma
del Parlamento era demostrando que los fundamentos científicos
de la Teología Natural de Paley eran falsos, y esto significaba
destruir la Geología Diluvial y el Catastrofismo.
En 1825, George Poulet Scrope, asociado liberal de Lyell,
publicó su Considerations on Volcanos (Consideraciones
sobre los Volcanes) en el que transformó el argumento de los
Tories: Cada vez que ellos atribuían un suceso natural a Dios,
Scrope atribuía el mismo suceso a un volcán, intentando
así revivir las teorías geológicas de James
Hutton. Hutton y Scrope mantenían que las leyes que Dios
había creado al principio, en remotas eras en el pasado, de
levantamientos y erosión, eran tan perfectas que ya no se
había sabido más de Dios desde entonces, ni había
ninguna más necesidad de que Él se cuidara de los asuntos
del Universo de la que había de que un rey interfiriera con las
leyes naturales e intrínsecas de la economía y de la
sociedad.7
El libro de Scrope fue demasiado radical por aquel entonces para la
Sociedad Geológica de Londres, y fue rechazado sin oportunidad
de defensa. Scrope, hijo de un rico comerciante londinense,
compró un escaño en el Parlamento y se dispuso a defender
la causa por medios más directos. Pero sin una
demostración cosmológica de que la monarquía era
innatural y que la soberanía pertenecía al pueblo, los
liberales permanecieron relativamente impotentes.
Sin acobardarse por el fracaso de Scrope, el joven abogado radical
Charles Lyell se dispuso a medir sus fuerzas en la tarea de destruir
los fundamentos geológicos de la teoría
monárquica. En su obra Principles of Geology (Principios
de Geología) tomó una línea mucho más sutil
que la de Scrope. En su introducción de 100 páginas a los
Principles, Lyell mantenía no tanto que la
teoría diluvial era incorrecta como que era mitológica, y
que impedía el «progreso» de la Geología. En
su primer volumen discurrió largamente sobre las fuerzas de
erosión y los efectos del levantamiento volcánico en lo
que resultó ser una brillante evitación de todas las
evidencias de catastrofismo. Era exactamente lo que los moderados
estaban buscando. Se unieron alrededor de Lyell y le eligieron primero
secretario, y después presidente, de la Sociedad
Geológica.
«Al
elegirle a usted —escribía Scrope a Lyell el 12 de abril de
1831—, el cónclave se ha comprometido decidida e
irrevocablemente con el bando liberal, y ha aceptado de la manera
más directa y abierta, con plena aprobación, los
principales puntos defendidos. Si por el contrario hubieran elegido a
un geólogo Mosaico como Buckland o Conybeare, los ortodoxos los
hubieran seguido, y por otro cuarto de siglo hubiera sido una
herejía negar las excavaciones de valles por el diluvio, y
ateísmo afirmar que hubo otras cosas en lugar del Caos antes de
Adán. Al mismo tiempo siento una maliciosa satisfacción
—prosigue Scrope— al ver a la minoría de señorones
tragándose la nueva doctrina a la fuerza y no de grado, y me
gozaré en ver sus muecas cuando se vean obligados a tomarla como
si fuera Física, a fin de evitar el peligro de nuevos males.
Siento una verdadera satisfacción en ello.»
En
estos tiempos en los que la Geología está tan apartada de
la religión y de la política, y en los que los asuntos
políticos se deciden mediante elecciones y no por reuniones en
sociedades geológicas, es difícil para nosotros darnos
cuenta de hasta qué punto el giro social en cuanto a la
visión del mundo, que tuvo lugar no sólo en la
Geología, sino también en Astronomía y en Historia
Natural, estuvo relacionado con el movimiento Gran Reforma de 1832.
Todos tuvieron parte en el cambio aun mayor de cosmovisión de
paternalismo a liberalismo, pero aquellos que fueron responsables de
promover el cambio eran muy conscientes de lo que estaban haciendo.
«Es un gran deleite haber enseñado a nuestra
sección de buscadores de canteras que se pueden escribir dos
gruesos volúmenes de Geología sin utilizar una sola vez
la palabra "estrato", escribía Scrope a Lyell el 29 de
septiembre de 1832, después de que apareciera el segundo volumen
de la obra de Lyell. «Si alguien hubiera afirmado esto hace cinco
años, ¡cómo se le hubiera escarnecido!»
Así como los conservadores habían rehusado escuchar a los
del bando huttoniano, ahora los liberales utilizaron las mismas
tácticas en cuanto llegaron al poder. La ciudadela del
catastrofismo se mantenía sobre una estratigrafía de
disconformidades e inconformidades, por no decir nada de los
conglomerados masivos, que relataban una historia de extensos desastres
geológicos en el pasado. Lyell, como Scrope antes que él,
suprimió pura y simplemente la evidencia que no estaba de
acuerdo con sus doctrinas, y una vez que el voto le llevó al
poder, los catastrofistas encontraron que les era más
difícil publicar sus investigaciones.
La toma de posesión de la Sociedad Geológica por parte de
los liberales, y la supresión de la evidencia que
favorecía a la posición catastrofista, no tuvo lugar en
un instante. Más bien hubo una lenta asimilación de datos
catastrofistas hasta que no quedó prácticamente nada de
la teoría como un todo. Cuando en 1839 Louis Agassiz
intentó defender el catastrofismo con su teoría de las
edades glaciales, los actualistas simplemente aceptaron toda su
evidencia, pero la reinterpretaron en términos actualistas.
Así, los datos no cambiaban, pero la Gestalt en la que
se organizaban los datos y recibían coherencia fue transformada
del catastrofismo al actualismo, lo mismo que la estructura social de
Inglaterra fue cambiada del paternalismo Tory, en el cual la
soberanía descendía de Dios al Rey, al nuevo liberalismo
en el cual la soberanía ascendía del pueblo, a
través del Parlamento, a sus ministros.
Bien irónicamente, la batalla política que corría
subterráneamente en el debate catastrofista-actualista de 1832
ya hace tiempo que ha terminado,8 pero, debido a la inercia
que conlleva la erección de un modelo
«científico», la Gestalt actualista es
aún asiduamente cultivada en las universidades y en las
sociedades geológicas profesionales. La «causa» por
la que lucharon Babbage, Lyell y Scrope hace ya tiempo que pasó,
y deberíamos sentirnos libres de examinar otra vez la evidencia
geológica que —si se ha de decir la verdad—presenta amplia
evidencia de catastrofismo, como siempre ha sido.
Epílogo
En
1905, la física estaba en un dilema; unas evidencias de
óptica indicaban que la luz se desplazaba en ondas, mientras que
otra evidencia indicaba que se movía en partículas. Los
dos conceptos parecían contradictorios, pero Niels Bohr y Werner
Heisenberg pudieron mostrar matemáticamente que los dos
conceptos eran en realidad complementarios y que nos presentaban una
visión más completa de la realidad si los
aceptábamos a ambos. Quizá la Geología está
hoy en la misma situación. Hemos heredado de nuestros
antepasados la idea de que o el catastrofismo es cierto o de que el
actualismo es cierto, pero que ambos no pueden serlo. La razón
por la que pusieron estas proposiciones: o lo uno / o lo otro, era
política. O la soberanía pertenecía a Dios y al
Rey, o pertenecía al pueblo: no podía pertenecer a ambos;
por lo tanto, la Geología tenía que ir con los Tories al
catastrofismo, o con los liberales al actualismo: no podía ir en
ambas direcciones. En el presente no debemos preocuparnos por todo
esto; por la evidencia de la Geología parece claro que ambas
teorías están en lo cierto.9 El curso normal
de los eventos es, desde luego, tal y como Lyell lo describe:
levantamientos suaves y erosión lenta, pero también hay
amplia evidencia de que Velikovsky está también en lo
cierto, y que la tierra ha estado sujeta a severas catástrofes,
como lo ha expuesto tan convincentemente en su libro Earth in
Upheaval (Tierra en Convulsión).
He tratado, en este artículo, de presentar cinco puntos
importantes: Primero, la Sociedad Geológica de Londres, que dio
nacimiento al paradigma actualista, no se compuso originalmente de un
grupo de geólogos profesionales de campo, sino de caballeros,
miembros del Parlamento, clérigos y abogados, que estaban
interesados, y mucho, en las implicaciones políticas y
teológicas de la Geología en la época del Proyecto
de Ley de la Gran Reforma de 1832, cuando los radicales estaban
desafiando el concepto de monarquía soberana, y los Tories lo
estaban defendiendo. Segundo, que la Sociedad Geológica de
Londres estaba dividida en dos bandos, y que los catastrofistas Tories
prevalecieron hasta 1832 y que los radicales liberales, bajo la
guía de Lyell, Scrope y, más tarde, Darwin, tomaron el
poder durante el segundo cuarto del siglo pasado (hasta el presente).
Tercero, que el «actualismo» fue promovido por los
liberales como parte de la «causa» a fin de minar los
fundamentos teóricos de la monarquía y no fue derivado de
investigación de campo. Cuarto, a causa de que los Tories
estaban utilizando tácticas represivas en política a fin
de evitar la reforma del Parlamento, la tensión social se
derramó sobre el debate geológico, causando el enorme
interés geológico de los años 1820 y 1830 y el
crecimiento exponencial de la recién formada Sociedad
Geológica de Londres. La toma por parte de los liberales del
control de la Sociedad Geológica de Londres antes de que se
aprobara el Proyecto de Ley de Reforma, presagió lo que pronto
iba a suceder en el campo político. Y quinto, una vez al
control, los liberales trataron de asegurar su hegemonía
reprimiendo a los catastrofistas y asimilando sus datos.
. . . el «actualismo» fue promovido por los
liberales como parte de la «causa» a fin de minar los
fundamentos teóricos de la monarquía y no fue derivado de
investigación de campo.
En
los años siguientes del siglo XIX, la geología se
transformó en totalmente profesional y dogmática. Creer
en una teoría catastrófica llegó a ser una
herejía científica; y, muchos años después,
la reacción de la comunidad científica fue de
represión instintiva, no porque Velikovsky estuviera equivocado,
sino porque temían que pudiera estar en lo cierto.
NOTAS
1.
Creemos que la corteza estratigráfica presenta gran
número de peculiaridades que solamente pueden explicarse como
habiendo sido formadas por una inundación cataclísmica
que cubrió toda la Tierra. Ver El Diluvio del Génesis,
CLIE, Terrassa. 1982.
2. Véase Whitcomb y Morris, El Diluvio del Génesis. El
moderno catastrofismo cristiano, gracias a la ayuda de intensas y
extensas investigaciones, ve una catástrofe principal, el
Diluvio, juntamente con las posteriores catástrofes de la
división continental (de la cual la reciente deriva de
continentes es los últimos coletazos de un suceso físico
en estado de amortiguamiento), y las catástrofes de las Diez
Plagas, y las de los tiempos de Isaías y de Amós (ver
Immanuel Velikovsky, Worlds in Collision y Earth in
Upheaval).
3. Esta postura, aunque contiene un elemento de verdad en cuanto a que
Dios gobierna el universo (aunque ahora Dios no actúe
abiertamente: ver The Silence of God por Sir Robert
Anderson), no puede ser llamada cristiana, puesto que la
postura cristiana no es (o no debería ser) de dominio, sino de
testimonio y servicio. (N. del T.)
4. Esta no es la visión bíblica de la autoridad. Es
cierto que Dios gobierna el universo de forma absoluta, pero Él
es justo. Dios concedió a las israelitas un rey sólo
cuando ellos lo pidieron insistentemente rechazando Su gobierno directo
y sobrenatural (1 Samuel, capítulo 8), advirtiéndoles
previamente de las consecuencias de aquella elección. Dios,
según el mensaje de la Biblia, restaurará la
perfección en la segunda venida de Cristo, cuando en Su persona
humana y Divina (Dios hecho Hombre) se concentre la única
verdadera monarquía absoluta. Monarquía absoluta a la que
sólo Él, el Creador y Juez justo de toda la
Tierra, y su Redentor, tiene derecho (véase Apocalipsis,
capítulo 5).
5. Los discursos son tres: «Discurso sobre el arte y las
ciencias», «Discurso sobre el origen de la
desigualdad» y «discurso sobre la política
económica».
6. Véase El silencio de Dios, de Sir Robert Anderson, y
Los discursos de Jesús, de John Stott. (N. del
T.)
7. Ver la profecía en la segunda carta del Apóstol Pedro,
capítulo 3, versículos 1 al 13, y siguientes. (N. del
T.)
8. En realidad, aquella lucha política fue un paso más en
el cumplimiento de la marcha de la historia según las
profecías bíblicas. Véase Eventos del
porvenir, de Dwight Pentecost, un excelente estudio de las
profecías. (N. del T.)
9. En realidad, la postura de los creacionistas en este punto es
exactamente la misma; naturalmente la tierra no ha estado siempre sujeta
a revoluciones y convulsiones geológicas. Entre las
catástrofes geológicas continúa el curso normal de
los eventos tal y como Lyell los describe, pero, desde luego, esto no
es un obstáculo para que en el pasado Dios interviniera con el
Diluvio, destruyendo el mundo con todas sus condiciones anteriores de
habitabilidad y climatología, y provocando gran parte de los
sedimentos que hallamos en el presente (véase El Diluvio del
Génesis), y en otras ocasiones menores, aunque muy
significativas geológicamente (Éxodo, Isaías,
etc., véase I. Velikovsky, Worlds in Collision).
(N. del T.)
Los orígenes de la moderna
teoría geológica, por George Grinnell
Título original: The Origins
of Modern Geological Theory
Publicado originalmente en KRONOS, Vol. I n 4, pp. 68-76.
© Copyright KRONOS 1976,
con permiso del autor.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
© Copyright 1999 SEDIN por la traducción SEDIN - Todos los
derechos reservados
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- preparado el domingo, 1 agosto 1999, 08:50
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