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Nancy Pearcey

Más Allá de Kansas
El movimiento del Diseño Inteligente
pone al darwinismo a la defensiva


Anna Harvey, una brillante estudiante en Lawrence, Kansas, que destacaba por recibir siempre excelente en todas sus asignaturas, levantó la mano un día en la clase de biología. «Sr. Roth, ¿cuándo aprenderemos acerca del creacionismo?» Stan Roth estalló. «¿Cuándo dejará usted de creer las estupideces que le enseñan sus padres?»

Anna se quedó de piedra, y cinco meses después Roth fue despedido de la escuela. Dicen algunos que el irascible maestro iba a ser despedido de todas formas, y otros se preguntan si fue una mera coincidencia que, tres meses después, el Consejo de Educación de Kansas votase 6-4 para desenfatizar los aspectos especulativos de la evolución —paso este que desencadenó un debate nacional que continúa hasta ahora.

Otros estados reaccionaron rápidamente. En Kentucky, la palabra «evolución», que había sido añadida por primera vez a las directrices, fue cambiada otra vez a la anterior locución de «cambio a través del tiempo». El Consejo de Educación de Nuevo México se movió en dirección opuesta, revocando las normas de 1996 en las que se exigía a los profesores que «presentasen la evidencia en favor y en contra de la evolución» y pasando a una presentación unilateral. El Comité Estatal de Libros de Textos de Oklahoma insertó una declaración en los libros de ciencia manifestando que la evolución es una cuestión controvertida (idéntica a una declaración insertada en los libros de texto de Alabama) —decisión que posteriormente fue anulada por el procurador general del estado. El Condado de Kanawha, en West Virginia, votó en contra de una resolución que habría permitido a los enseñantes presentar «teorías en favor y en contra de las teorías de la evolución». En otros estados continúan dándose escaramuzas similares. No es motivo de asombro que la controversia de Kansas fuese votada como la noticia más importante de 1999 por la Associated Press Association.

Lo que es extraño en toda esta conmoción es que recientemente se habían dado controversias similares en varios otros lugares —Iowa, Illinois, Washington, California, Nebraska, Oregón, Idaho y Colorado. Pero éstas apenas si fueron recogidas en la prensa de ámbito nacional. ¿Por qué fue Kansas diferente? ¿Por qué aparecieron unos editoriales tan mordaces en diarios de grandes metrópolis por todo el país, e incluso en la prensa internacional? ¿Por qué organizaciones nacionales como la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) puso a Kansas en su punto de mira?

La respuesta es que el debate ha escalado a nuevos niveles por ambos lados, y que Kansas fue un microcosmos de estas fuerzas enfrentadas en marcha. Un examen detallado de la controversia de Kansas da una buena panorámica del debate tal como está planteado en la actualidad.


UNA VERDADERA CONFUSIÓN

Consideremos, por ejemplo, la forma en que comenzaron los acontecimientos. Unos inflamados titulares sugieren que todo comenzó cuando unos fanáticos creacionistas bíblicos intentaron «imponer [sus] peculiares creencias religiosas al sistema educativo secular de todo un estado» (por citar al columnista sindicado Lars-Erik Nelson). En realidad, la iniciativa procedió del otro bando.

Los acontecimientos de Kansas comenzaron en 1995, cuando la Academia Nacional de las Ciencias (NAS - National Academy of Sciences) emitió unas normas nacionales llamando a unos «cambios dramáticos» en la forma en que se enseña la ciencia en las escuelas públicas. El Comisario de Educación de Kansas y el Consejo de Educación designaron un comité para que ajustase las directrices conformándolas a estas normas, como ya habían hecho muchos otros estados. Las nuevas directrices aumentaban en mucho la cobertura en clase del tema de la evolución, elevándola incluso de teoría a un «Concepto Unificador» de la ciencia (junto con conceptos como «medición» y «evidencia»).

Esto fue excesivo para algunos miembros del consejo. Éstos estaban dispuestos a aumentar la enseñanza de variaciones comprobables y observables causadas por adaptación, selección natural, deriva genética, y similares. Pero la evolución «de partículas a humanos» la consideraban como especulativa, y decidieron eliminarla de los exámenes estatales —lo que significa que los distritos escolares locales pueden establecer sus propias normas para la enseñanza de la asignatura.

En resumen, el consejo no prohibió enseñar nada; al contrario, en realidad aumentó la cobertura de los temas referentes a la evolución, aunque no fue tan lejos como lo deseaba el establecimiento científico. Y por este acto menor de independencia intelectual, los miembros del consejo fueron vituperados de forma implacable. Un artículo del Washington Post los llamaba «cabezas de chorlito», asegurando que serían «eliminados por la selección natural». En el London Evening Standard, A. N. Wilson echaba pestes acerca de «la estupidez y el provincianismo» de la América interior. Science publicó una carta en la que se proponía que las universidades rehusasen aceptar créditos de los cursos de biología de los institutos de Kansas. El director de Scientific American, John Rennie, apremiaba a los funcionarios encargados de las admisiones en instituciones superiores de enseñanza a que «clarificasen que … en el futuro, se tendrá que revisar cuidadosamente la competencia de cualquier estudiante que proceda de aquel estado.» En otras palabras, castigad a los padres haciendo boicot a sus hijos.

Tres asociaciones nacionales (la Academia Nacional de las Ciencias, la Asociación Nacional de Enseñantes de Ciencia, y la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia) lanzaron una contraofensiva contra el consejo revocando el permiso para emplear sus materiales bajo copyright, lo que obligó a los miembros del consejo a modificar la fraseología de las normas para evitar la infracción del copyright. En el frente cultural, el Teatro Missouri Repertory en Kansas revisó rápidamente su programación para presentar «La Herencia del Viento», la famosa obra de teatro que ha dado forma a la manera en que la mayor parte de la gente contempla la controversia.


REVOLUCIÓN POR DESIGNIO

Pero esta vez, la realidad no siguió al guión. Desde luego, la resistencia inicial procedió de los creacionistas que mantienen la tesis de una tierra reciente. (Estas personas han sido muy calumniadas, incluso por parte de otros cristianos, pero han ayudado a mantener una fuerte bolsa de resistencia frente al evolucionismo naturalista.) Sin embargo, la continuación vino principalmente de parte de los proponentes de un enfoque conocido como Diseño Inteligente (DI), que está logrando una penetración sorprendentemente profunda en la línea central de la cultura. El portavoz oficioso del DI es Phillip E. Johnson, un catedrático de leyes de la Universidad de California en Berkeley, que se convirtió al cristianismo cercano a hacer los cuarenta años, y que luego dirigió su aguda mirada a la teoría de la evolución. Tras detectar lo que vio como errores lógicos en el alegato en favor del darwinismo, Johnson escribió varios libros que han ejercido una gran influencia, incluyendo Proceso a Darwin, Reason in the Balance [La razón en el fiel de la balanza], y Defeating Darwinism [Derrotando el darwinismo]. Un libro de próxima aparición se titula The Wedge of Truth [La cuña de la verdad]. Las penetrantes críticas de Johnson fueron las primeras en ser oídas con respeto en los ámbitos académicos, y ahora lidera un grupo de científicos que están desarrollando el argumento en favor del designio, muchos de ellos en el Centro para la Renovación de la Ciencia y de la Cultura (CRSC - Center for the Renewal of Science and Culture) del Discovery Institute en Seattle. En el debate que siguió acerca de lo sucedido en Kansas, los miembros del CRSC tuvieron mucho éxito en hacer oír su voz en los medios generales de comunicación. Johnson en el Wall Street Journal; Steve Meyer, director del CRSC, en NPR; Jay Richards, director del programa del CRSC, en el Washington Post; miembros del CRSC como Michael Behe y Jonathan Wells, en el New York Times y PBS (Sistema Público de Radio y Televisión), respectivamente.

Más aún, fue casi seguramente el creciente éxito del movimiento del designio lo que provocó de entrada las reacciones desmesuradas acerca de Kansas. Los libros sobre DI están siendo publicados por editoriales universitarias del mayor prestigio (The Design Inference, de William Dembski, por Cambridge University Press, 1998, y el libro de próxima aparición de Paul Nelson, On Common Descent, University of Chicago Press), y el establecimiento científico está empezando a percibir el DI como una seria amenaza. Eñ Centro Michael Polanyi de la Universidad Baylor, fundado por Dembski, celebró el pasado abril de 2000 una conferencia sobre naturalismo en la ciencia que atrajo a científicos de renombre nacional como Alan Guth, John Searle y el premio Nóbel Steven Weinberg. La disposición de estos científicos a siquiera plantearse estas cuestiones junto a proponentes del diseño inteligente como Alvin Platinga y William Lane Craig da una enorme credibilidad al movimiento del DI.

¿Por qué tiene tanto éxito el DI? La respuesta es en parte que el DI funciona como una gran casa común en la que se unen diversas estrategias que relacionan la fe y la ciencia. En el pasado, los cristianos tendían a dividirse en grupos pequeños, a menudo antagonistas, como evolucionistas teístas, creacionistas progresivos, creacionistas de tierra antigua, creacionistas de tierra joven, y geólogos diluvialistas. «En esta cuestión, el mundo cristiano estaba jugando a la defensiva,» explica Johnson. «Estábamos diciendo: “Qué podemos defender? ¿Cuánto tenemos que abandonar?”».

La desventaja en hacer un juego defensivo es que extiendes las líneas; tienes que proteger cada puesto para asegurar que el enemigo no rebase ninguno. Por ello, los cristianos argumentaban de manera estridente acerca de los detalles de los fósiles, de las mutaciones, de las dataciones radiométricas y de los primeros capítulos de Génesis. Como contraste, dice Johnson, DI es un juego ofensivo: «Dejamos la fortaleza y emprendemos una misión detrás de las líneas para hacer volar el cuartel general del otro bando, su almacén de municiones. Cuando se asiente el polvo, puede que incluso las cuestiones a las que estamos tratando de dar respuesta adopten formas enteramente nuevas.»

¿Cuál es el «almacén de municiones» del otro bando? Es la definición misma de ciencia, dice Johnson. Por lo general, el concepto que tenemos de ciencia es que se trata de una investigación objetiva, el descubrimiento y ensayo de hechos, la manera en que producimos aviones más rápidos y fármacos más eficaces. Pero hay otra definición que el establecimiento científico mantiene de manera implícita —y que equivale a la filosofía del naturalismo o materialismo. Se trata de la idea de que la ciencia puede emplear de forma legítima sólo causas naturales para la explicación de todo lo que observamos.

La manera en que funciona esta definición de la ciencia es la de deslegitimar cualquier cuestionamiento de la evolución naturalista. Los darwinistas no preguntan si quizá la vida surgió de un mar de reactivos químicos; sólo se preguntan cómo lo hizo. No preguntan si quizá las formas de vida complejas han surgido por evolución de formas más simples; sólo se preguntan cómo lo han hecho. La presuposición es que las fuerzas naturales, por sí solas, deben (y por tanto, pueden) explicar el desarrollo de toda la vida sobre la tierra; la única tarea que queda es desentrañar los detalles.

El biólogo de Harvard Richard Lewontin puso esto al descubierto en un revelador artículo en la New York Review of Books (9 de enero de 1997). A la vez que expresaba su escepticismo acerca de las historias «indemostradas de “érase-una-vez”» que a menudo llevan la etiqueta de científicas, Lewontin acepta sin embargo la historia estándar de la evolución. ¿Y por qué? Porque, según escribe él, «tenemos un compromiso previo con el materialismo».

Este compromiso no está en sí mismo basado en la ciencia. Bien al revés, según dice Lewontin: Los científicos aceptan el materialismo primero, y luego se ven «obligados» a definir la ciencia de tal manera que produce teorías estrictamente materialistas. (En sus propias palabras, «nos vemos forzados por nuestra adhesión a priori a las causas materiales a crear un aparato de investigación y un conjunto de conceptos que produzcan explicaciones materiales».)

Al final, Lewontin insiste en que este materialismo «es absoluto, porque no podemos permitir un pie divino en la puerta». Como comenta Nelson: «El designio queda excluido no porque se haya demostrado su falsedad, sino porque la ciencia misma ha sido definida como filosofía materialista aplicada».

Esta fusión de la ciencia con la filosofía materialista es precisamente lo que está en el punto de mira del movimiento del DI, que tiene el propósito de introducir una cuña entre las dos definiciones de ciencia. El Consejo de Kansas hizo su propia contribución a la «estrategia de la cuña» con un cambio de fraseología introducido en las normas, y que ha pasado mayormente desapercibido. La definición de ciencia fue cambiada, pasando de una actividad que busca «explicaciones naturales» a una actividad que busca «explicaciones lógicas» —siendo la idea que la ciencia debería estar abierta a cualquier teoría racional y susceptible de prueba, y no quedar limitada a teorías naturalistas. Los teorizadores del designio esperan poder apremiar el argumento contra el darwinismo hasta que los científicos se vean forzados a decidir cuál es la verdadera definición de ciencia: ¿Seguirán la evidencia adonde lleve, o insistirán en teorías naturalistas, con independencia de la evidencia?


AGUJEROS EN LA TEORÍA

Naturalmente, el establecimiento científico insiste en que no hay evidencia contra el darwinismo. Pero la verdad es que la presuposición esencial del darwinismo, esto es, que los cambios menores se van acumulando hasta originar cambios principales entre organismos, ha sido contestada durante décadas. Se ha sabido durante largo tiempo que las variaciones menores, como las diferencias entre las razas de perros o entre las de caballos, no se acumulan en ninguna dirección concreta. Y si no van a ningún lado para empezar, no van a conducir a ninguna innovación evolutiva principal, por mucho tiempo que se les dé.

Tomemos un ejemplo que impresionó a Darwin: la variación de los tamaños de los picos entre los pinzones en las Islas Galápagos. En años recientes se ha descubierto que en tiempos de sequía los pájaros más grandes sobrevivían mejor y que por ello el tamaño medio del pico aumentaba ligeramente. ¿Evolución en acción? No exactamente. Cuando las lluvias volvieron, los tamaños de los picos volvieron a la normalidad. Todo lo que descubrieron los investigadores fue una variación cíclica que permite a los pinzones sobrevivir bajo condiciones cambiantes. No encontraron evidencia alguna de surgimiento de estructuras novedosas.

Sin embargo, en una insostenible distorsión de la evidencia, un opúsculo de 1998 publicado por la Academia Nacional de las Ciencias («Teaching About Evolution and the Nature of Science» [Enseñando acerca de la evolución y de la naturaleza de la ciencia]) describe el aumento en el tamaño del pico sin mencionar su regresión a la normalidad. Luego alienta a los enseñantes a especular qué sucedería en 200 años si el aumento prosiguiera de manera indefinida —si surgiría «una nueva especie de pinzones». Aquí tenemos una pasmosa distorsión de la evidencia.Como lo comentaba Johnson en The Wall Street Journal (16 de agosto de 1999): «Cuando nuestros científicos líderes tienen que recurrir a una clase de distorsión que llevaría a un agente de bolsa a la cárcel, se puede ver que están metidos en problemas».

Los problemas con el darwinismo son tan bien conocidos que, ya en 1980, las noticias habían llegado incluso a la prensa popular: Newsweek informó entonces acerca de una conferencia en el Field Museum of Natural History [Museo de Historia Natural] de Chicago, donde paleontólogos como Stephen Jay Gould de Harvard anunciaron que el registro fósil no presta apoyo al cambio gradual y continuo que Darwin había predicho. En lugar de ello, la evidencia global en las rocas —lo que Gould designó como «el secreto del gremio de los paleontólogos»— se compone de apariciones repentinas de nuevas formas de vida sin formas de transición que lleven a ellas, seguidas de largos períodos de inestabilidad. El resultado es que en la actualidad los biólogos están investigando algún nuevo mecanismo desconocido que tenga la capacidad de generar cambios sistémicos repentinos y a gran escala.

Pero, cosa extraña, cuando se reta a los científicos líderes, como en la decisión de Kansas, responden como si nunca hubieran oído acerca de la controversia macroevolucionista. Se refugian en una confusión semántica, y emplean el término «evolución» para significar tanto la variación menor, limitada, como el surgimiento de estructuras novedosas —como si lo primero fuera el motor que impulsa lo segundo. «Cada vez que un agricultor pulveriza piretroides y las polillas siguen comiéndose su algodón, este agricultor está contemplando la evolución en acción,» escribió Jonathan Weiner en el Philadelphia Enquirer. ¿Es que estos granjeros de Kansas no lo entienden?, preguntaba malhumorado. La respuesta es, claro que lo entienden. Sencillamente, lo que no creen es que esas variaciones menores, como la resistencia a los insecticidas, produjeron al principio las polillas mismas.

Además, está surgiendo nueva evidencia contra el darwinismo. En paleontología, el estallido del Cámbrico ha planteado problemas desde hace largo tiempo, al revelar que todos los planes corporales principales de los animales surgieron en el registro fósil a la vez —pauta ésta incompatible con el gradualismo darwinista. Más devastadores todavía son los recientes hallazgos que ponen del revés el árbol de la vida: En lugar de que las variaciones menores se vayan acumulando para producir categorías principales de organismos, las principales categorías aparecen en primer lugar, y luego se van diversificando en variedades. En contra de la predicción de Darwin, «el desarrollo de los seres vivos no es de abajo arriba, sino de arriba abajo», dice el biólogo Paul Chien de la Universidad de San Francisco.

Por su parte, la biología molecular revela que la célula viviente es mucho más compleja de lo que Darwin hubiera podido jamás soñar. Se parece a una diminuta fábrica, llena de máquinas moleculares que funcionan como motores, bombas, muelles y relojes. «Las hay que son “camiones” que transportan suministros de un compartimiento de la célula a otro», explica Behe, el autor de La Caja Negra de Darwin. «Unas máquinas cargadoras llenan los camiones y les aplican una “etiqueta direccionadora”, y cuando llegan a la “dirección” correcta, unas máquinas de atraque abren los camiones y sacan los suministros.» Unos sistemas tan complejos no pueden surgir en el proceso gradual, de pieza por pieza, que exige el darwinismo, argumenta Behe, porque todas las piezas coordinadas han de estar en su puesto antes de poder empezar a funcionar. También se ha arrojado una nueva luz sobre el origen de la vida con el surgimiento de la teoría de la información. En The Mystery of Life's Origin [El misterio del origen de la vida], Charles Thaxton, Walter Bradley y Roger Olsen argumentan que el DNA tiene la misma estructura que un lenguaje, y que por ello mismo el origen de la vida tiene que ser replanteado como el origen de la información biológica. Pero las fuerzas naturales son incapaces de generar información, como tampoco las palabras en esta página son creadas por las fuerzas moleculares en el papel y la tinta. También el darwinismo ha sufrido por trastornos en evidencias clave —como el caso de las polillas del abedul en Inglaterra. Según el planteamiento estándar de los libros de texto, durante la Revolución Industrial, cuando los troncos de los árboles quedaron oscurecidos por hollín, una variedad clara de la polilla quedó más a descubierto ante los pájaros predadores, y éstas eran comidas, mientras que una variedad más oscura adquirió gran auge. Esto había sido aplaudido como un ejemplo fundamental de selección natural. Sin embargo, como Wells ha demostrado en The Scientist (24 de mayo de 1999), estas polillas no se posan realmente sobre los troncos (vuelan alrededor de las ramas superiores), y que aquellas fotografías tan sumamente difundidas de las polillas eran todas ellas un montaje. El biólogo Theodore Sargent de la Universidad de Massachusetts admitió recientemente que para la filmación de un documental de NOVA había pegado polillas muertas sobre troncos.

Y este no es un incidente aislado. «Es típico de la manera en que se distorsionan las evidencias clave para hacer parecer más poderosa la evidencia en favor del darwinismo», dice Wells. En American Biology Teacher (mayo de 1999) Wells refuta el conocido dibujo de embriones dispuestos en paralelo —pez, anfibio, ave y mamífero— que se supone que respaldan la descendencia común. Este dinujo aparece en muchos libros de texto de biología, pero se ha sabido durante casi un siglo que las figuras fueron manipuladas —alargadas aquí, acortadas allá—, para hacerlas parecer más similares de lo que lo son en realidad.


LA DETECCIÓN DEL DESIGNIO

Pero no es suficiente con exponer los problemas del darwinismo; es necesario proponer una alternativa positiva —y esto ha resultado ser mucho más difícil. Un punto de inflexión llegó con el trabajo de Charles Thaxton, que estudió bajo Francis Schaeffer en L’Abri, en Suiza, y que luego hizo un trabajo posdoctoral en Harvard en la década de 1970. Estudiando científicos de siglos anteriores, Thaxton observó que ellos hablaban de «causas naturales» y «causas inteligentes», y razonó que debía haber alguna manera de distinguir entre ambas —que habría alguna manera de identificar de manera empírica los efectos de la inteligencia.

En The Mystery of Life's Origin [El misterio del origen de la vida], Thaxton identificó la impronta del diseño inteligente como «complejidad especificada» —una estructura compleja que se ajusta a una pauta preconcebida. El concepto es explicado con mayor detalle en la obra de William Dembski Intelligent Design [Diseño Inteligente] (InterVarsity, 1999). «Mi padre, que es enseñante, solía contar una historia para ilustrar el concepto del designio», dice Dembski. «El mejor estudiante y el peor de ellos se sientan juntos para un examen importante, y cuando el profesor corrige sus exámenes, encuentra que ambos dan exactamente las mismas respuestas. ¿Acaso alguien se cree que esto ha sido por casualidad?» (El colmo en esta historia es que en la última pregunta, el mejor estudiante escribió: «No comprendo esta pregunta», y el peor escribió: «Yo tampoco» —confirmándose con ello la hipótesis del designio.)

No sólo los enseñantes, sino también muchas otras profesiones, observa Dembski, han desarrollado medios para detectar designio. Los científicos buscan señales reveladoras de que un experimento ha sido falseado, de que los datos han sido «fabricados». Los detectives aprenden a distinguir entre asesinato y muerte por causas naturales. Las compañías aseguradoras distinguen de manera general entre incendios provocados y accidentales. El planteamiento de la teoría del DI es que se puede detectar el designio también en la naturaleza. En cierto sentido, todos lo admiten. La evidencia de designio aparece constantemente en los laboratorios. «Lo que hacemos en biología molecular es realmente ingeniería inversa», explica el proponente del DI, Scott Minnich, de la Universidad de Idaho: «Examinamos estructuras complejas en la célula y tratamos de conseguir los proyectos.» Ni siquiera Darwin negó la evidencia del designio; más bien, tenía la esperanza de demostrar que los seres vivos sólo parecen diseñados, en tanto que serían sólo en realidad productos de ley y azar. Su objetivo, explica Francisco Ayala de la Universidad de California, era «excluir a Dios como la explicación que diera cuenta del evidente diseño de los organismos». Y así, el archidarwinista Richard Dawkins, en El Relojero Ciego, define la biología misma como «el estudio de cosas complicadas que parecen haber sido diseñadas con un propósito». Así, no se trata de si hay evidencia de diseño, sino de si este diseño es real o sólo una apariencia. Lo que hace más apremiante esta pregunta en la actualidad es que el designio ya no se encuentra sólo en los seres vivos, sino también en el universo físico. En cosmología, el llamado principio antrópico nos dice que el universo mismo está finamente equilibrado para dar sustento a la vida. «Imaginemos una máquina creadora del universo,» dice Meyer, «con miles de diales que representan la constante gravitatoria, la carga del electrón, la masa del protón, y demás. Cada dial tiene muchos posibles ajustes, y lo que se descubre es que incluso el más pequeño cambio haría un universo en el que la vida sería imposible.» Pero, por alguna razón, cada dial está ajustado al valor necesario para mantener el universo en marcha. El célebre astrónomo Fred Hoyle, que es ateo, escribe sin embargo: «Una interpretación de sentido común de los hechos sugiere que un superintelecto ha manipulado la física».


LA CASA COMÚN DEL DI

¿Quién es este «superintelecto»? ¿Es la inteligencia sólo una palabra clave para Dios? Esta es la acusación de los críticos. Pero el planteamiento innovador de Thaxton es que «causa inteligente» da una categoría genérica para referirse a cualquier inteligencia, sea humana, divina, o alguna mente indefinida en la naturaleza —lo que provee una manera de hablar del designio sin asumir ninguna presuposición teológica. «Se pueden detectar de forma empírica los productos de una inteligencia sin especificar quién pueda ser el agente», explica Thaxton. Así es como el movimiento del DI ha llegado a ser una «casa común», atrayendo a personas procedentes de una diversidad de trasfondos religiosos. El miembro del CRSC David Berlinski, que ha publicado artículos críticos acerca del darwinismo en Commentary, es judío. En Kansas, entre los que daban su apoyo al consejo se incluían musulmanes locales y un grupo de Hare Krisnas, que aparecieron en una reunión vestidos de sus ropajes color azafrán. Hasta agnósticos que creen que el universo es de alguna manera teleológico han unido sus esfuerzos con el movimiento del designio, como Michael Denton, autor del influyente libro Evolution: A Theory in Crisis [La evolución: una teoría en crisis]. Su libro más reciente, Nature's Destiny [El destino de la naturaleza], argumenta que el propósito impregna el universo a todos los niveles. «El poder del DI es precisamente su minimalismo», dice Todd Moody, un agnóstico y profesor en la Universidad de St. Joseph. «Viaja de ligero, sin carga teológica.»

Entre los cristianos, el DI muestra promesa de unir a facciones a menudo hostiles, desde creacionistas de tierra reciente hasta evolucionistas teístas, y todos en medio. Paul Ackerman de Wichita State University, que ayudó a elaborar las normas de Kansas, es un creacionista de tierra reciente que dice que el DI «ha servido para crear un amplio paraguas». Aunque los cristianos siguen debatiendo entre ellos acerca de cuestiones como la edad de la tierra, cuando hacen frente al mundo secular «dejamos de lado nuestras diferencias», dice Ackerman. «Nos damos cuenta de que lo que nos une es más que lo que nos divide.»

Incluso muchos evolucionistas teístas, que han estado entre los más militantes críticos del movimiento del DI, están alineándose con la crítica que hace del naturalismo. Denis Lamoreux de St. Joseph's College en Canadá, ha vertido críticas en muchas ocasiones contra Johnson y otros teorizadores del designio. Sin embargo, manifestó a Christianity Today: «Soy un ardiente teorizador del designio». De forma semejante a los biólogos románticos del siglo dieciocho, Lamoreux hace una analogía entre la evolución de las especies y el desarrollo de los embriones, considerando lo uno y lo otro como un proceso teleológico —el desenvolvimiento de potenciales contenidos.

De manera similar, Howard Van Till, profesor emérito del Calvin College, ha debatido frecuentemente en público con los proponentes del DI. Pero su propio punto de vista es que el universo está «dotado intencionalmente» por Dios con la capacidad de generar nuevas formas a partir de unidades más simples, de modo que el diseño está precargado en las condiciones iniciales. Todo lo que Lamoreux y Van Till necesitan hacer es dar un contenido empírico al concepto de diseño precargado, y entonces caerían dentro del campo del designio. Tal como están las cosas, en lo empírico la posición de ambos se mantiene idéntica a la del evolucionismo naturalista, mientras que en lo conceptual no tiene relación con la versión materialista de la evolución que mantiene el establecimiento científico. El DI es incompatible sólo con aquellas formas de la evolución teísta que adoptan el naturalismo metodológico, el principio de que en ciencia sólo se pueden invocar causas no dirigidas, sin guía.


UNA FALSA NEUTRALIDAD

Para resumir, aunque el DI no demanda ninguna presuposición teológica, es evidente que sí tiene implicaciones teológicas. Está resueltamente opuesto a la perspectiva atea, aleatoria y carente de propósito de la evolución que se enseña en los centros de poder de la ciencia. Esto nos lleva al tema final que podemos extraer de la controversia de Kansas: el rechazo por parte de tantos de reconocer que la religión está realmente en juego en esta cuestión. Los editoriales y columnas que se han publicado estaban saturados del argumento de que la gente de Kansas estaba en un error al considerar el evolucionismo normativo como contradictorio con su fe.

La presuposición subyacente es que la ciencia es una cuestión de hechos y de razón, mientras que la religión es cosa de fe —y que ambas esferas nunca pueden coincidir. La Academia Nacional de las Ciencias lo recapituló en una resolución de 1981 con estas palabras: «La religión y la ciencia son ámbitos separados y mutuamente exclusivos del pensamiento humano, y la presentación de ambas en un mismo contexto lleva a malos entendidos tanto de la teoría científica como de la creencia religiosa».

Sin embargo, esta pose de neutralidad es patentemente falsa, y sólo tiene la intención de servir para relaciones públicas, en un intento de impedir que los teístas hagan declaraciones acerca de la ciencia. Porque nunca se invoca en contra de que los evolucionistas materialistas hagan declaraciones acerca de la religión. Por ejemplo, escribiendo en Time, Gould intenta tranquilizarnos diciendo que «Ninguna teoría científica, incluyendo la evolución, puede constituir amenaza alguna para la religión» porque pertenecen a ámbitos separados que no entran en contacto. Pero la única manera en que podemos separar los dos ámbitos de una manera tan limpia es negando que la religión tenga ningún papel en lo cognoscitivo. La ciencia trata del «estado objetivo» del mundo, escribe él, mientras que la religión trata acerca de «el significado espiritual y los valores éticos». Por ello, cuando se trata de lo que él considera el mundo real, Gould permite que la ciencia «solape» la religión en todo momento. «Antes de Darwin, pensábamos que un Dios benevolente nos había creado», escribe él en Ever Since Darwin [A partir de Darwin]: «La biología nos arrebató nuestra posición como paradigmas creados a imagen de Dios».

John Haught, un evolucionista teísta y teólogo de la Universidad de Georgetown, sugiere que Gould está actuando con duplicidad. Porque si el «mensaje filosófico» de la evolución es en realidad que la materia es lo único que existe, como insiste Gould, y que el universo carece de propósito, «entonces ninguna teología concebible, por cualquier definición, podrá jamás coexistir cómodamente con la evolución».

Precisamente. Y por cada científico que entona melifluamente que la evolución coexiste pacíficamente y de manera grata con la religión, hay otro que proclama abiertamente sus implicaciones antiteístas. En su obra La peligrosa idea de Darwin, Daniel Dennett, profesor de Tufts, alaba a Darwin como un «ácido universal» que destruye «prácticamente cada uno de los conceptos tradicionales» de la religión y de la moralidad. Comentando acerca de Kansas, Steven Weinberg declaró ante la Fundación para la Libertad Frente a la Religión: «Personalmente, creo que la enseñanza de la ciencia moderna es destructiva de las creencias religiosas, y estoy totalmente a favor de esta enseñanza.» Si la ciencia ayuda a conseguir el fin de la religión, concluía él, «sería la contribución más importante que habría hecho la ciencia». Una encuesta de Ed Larson y Larry Witham en Scientific American (septiembre de 1999) que revela que alrededor del 95 por ciento de los miembros de la Academia Nacional de las Ciencias rechazan la creencia en un Dios personal —y que además piensan que la ciencia misma lleva a esta conclusión. Existe una patente inconsecuencia cuando estos mismos científicos quieren tranquilizar a la sociedad en el sentido de que la ciencia es neutral acerca de la cuestión de Dios. «Esto, os lo puedo asegurar, ya lo ha comprendido bien claro la gente de Kansas,» dice Johnson: «Ellos consideran que la élite científica esta mintiendo descaradamente acerca de esta cuestión.»

La gente de Kansas y de otras partes saben muy bien que a sus hijos les están enseñando que son producto de un mecanismo no dirigido y material —y que esto tiene unas enormes implicaciones religiosas. Un texto de biología empleado en la Universidad de Kansas dice abiertamente que «los fenómenos biológicos, incluyendo aquellos que tienen una apariencia de designio, pueden explicarse por causas puramente materiales, en lugar de por creación divina». Un texto extensamente usado en institutos, publicado por Prentice Hall, describe la evolución como «al azar y sin dirección», operando «sin plan ni propósito». Un libro de texto de Addison-Wesley dice: «Darwin dio a la biología una sana base científica al atribuir la diversidad de la vida a causas naturales en lugar de a la creación sobrenatural». En teoría, las escuelas estatales americanas deben ser neutrales por lo que atañe a la religión, pero estas declaraciones son abiertamente contrarias a todas las religiones teístas.

El desentrañamiento de las implicaciones religiosas es la clave para la enseñanza de los orígenes en las escuelas públicas. La presuposición general es que la negación del designio es ciencia, pero que la afirmación del designio es religión, y que por ello no se puede enseñar en las escuelas públicas. «¿Pero cómo puede ser esto así?», pregunta Meyer: «El darwinismo y la teoría del designio no tratan de dos cuestiones diferentes. Representan dos respuestas alternativas a la misma pregunta. ¿Cómo surgió la vida y su diversidad sobre la tierra?». Esta falsa asimetría ha sido empleada para justificar una forma de «discriminación de puntos de vista», argumenta Meyer, algo que la Corte Suprema de los Estados Unidos ha declarado inconstitucional.


ENSEÑAR LA CONTROVERSIA

Con independencia de si el ataque contra Anna Harvey tuvo algo que ver con la controversia de Kansas, desde luego constituye un vívido ejemplo de la hostilidad que los estudiantes cristianos encuentran con frecuencia en las escuelas públicas. Es posible que la decisión del consejo no haya sido la ideal —hasta los simpatizantes dicen que las escuelas deberían enseñar más acerca del darwinismo, no menos, y familiarizar a los estudiantes con los problemas irresueltos y con las evidencias contrarias. Y lo cierto es que los miembros del consejo dicen que ellos mismos lo hubieran preferido. Pero, a la vista de la amenaza de costosos pleitos, adoptaron el único camino que les parecía abierto, y que ya de por sí mismo demandaba un gran arrojo.

Políticamente, la cuestión es: ¿Quién decide? Linda Holloway, la presidente del Consejo de Kansas, dice que lo que la inquietaba era la actitud que parecía exhibir el comité científico estatal: «Dadnos vuestros niños y apartaos de nuestro camino». Las encuestas Gallup han expuesto de manera invariable (la más reciente en agosto de 1999) que sólo alrededor de un 10 por ciento de los americanos creen que la vida evolucionó de manera estricta por azar y fuerzas naturales. Aproximadamente el 90 por ciento creen que Dios creó la vida bien de manera directa, bien guiando un proceso gradual. Esta gran mayoría está comenzando a sospechar que el darwinismo tiene poco que ver con la ciencia objetiva, y mucho que ver con el mantenimiento de un poder cultural.

Cualquier grupo autorizado para contar la historia de la creación dominante en una cultura determinada funciona como una especie de sacerdocio, definiendo lo que debe ser considerado como la verdad última. En el conflicto de finales del siglo 19 acerca del darwinismo, T. H. Huxley siguió una estrategia deliberada de derrocar al clero y de ordenar a los científicos como el nuevo sacerdocio de la sociedad. Esta es la razón de que fuese crucial para él —y que siga siendo crucial para sus sucesores— atrincherar el evolucionismo naturalista como la ortodoxia científica.

El resultado es que, en tanto que la ciencia decimonónica ha sido superada en otros campos, la biología permanece atrapada en un paradigma mecanicista caduco. En The Boston Review, James A. Shapiro, de la Universidad de Chicago, observa que la biología molecular revela una complejidad en los seres vivos «más en consonancia con la tecnología informática que con el punto de vista mecánico que dominaba cuando se formuló la moderna síntesis neodarwinista». Los seres vivientes están repletos de información compleja análoga al software de un ordenador —programas o algoritmos que dirigen todo el complejo mecanismo. ¿De dónde viene esta información? La información exhibe complejidad especificada, que no es producto ni de la ley ni del azar, sino sólo del designio.

El lema del movimiento del DI es «enseñar la controversia». Una encuesta Gallup de junio de 1999 encontró que los americanos favorecen la enseñanza de la creación junto a la evolución por un margen de 68 por ciento frente a un 29 por ciento. De manera similar, la Encuesta de Valores Americanos de John Zogby reveló que el 64 por ciento de los adultos creen que el creacionismo debería formar parte del currículo de la escuela pública. Y los estudiantes están de acuerdo: En una encuesta de lectores de la revista Seventeen, la mitad dijeron que querían la creación enseñada junto con la evolución. Están apareciendo rápidamente nuevos recursos; entre los más populares está el texto suplementario titulado Of Pandas and People [Sobre Pandas y Personas], publicado por la Foundation for Thought and Etics [Fundación para el Pensamiento y la Ética]. Y se acaba de publicar un libro en formato de cómic de Intervarsity Press, titulado What's Darwin Got To Do With It? [¿Qué tiene Darwin ver con todo esto?], que emplea el humor para clarificar estas cuestiones para estudiantes de 16 años en la asignatura de biología.

Es evidente que Anna Harvey no está sola en querer expandir el currículo científico. La cuestión es: ¿cuándo va a permitir el sistema científico establecido que los estudiantes aprendan acerca de los últimos datos, lleven a donde lleven? ¡Qué irónico que los acontecimientos actuales se enseñen en todas las clases … excepto en biología!




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© Copyright 2000 por Nancy Pearcey. Reservados todos los derechos.
Publicado originalmente en Christianity Today, mayo de 2000.
Traducido y publicado en castellano con el permiso correspondiente.
Traducción del inglés: Santiago Escuain
© SEDIN 2000


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