Presentación
Allá por el año 1969, los lectores de la revista
«Vida Cristiana» leyeron un trabajo titulado El postrer
tiempo (Jud 18).
Se refería a unos cristianos que coloquiaban asiduamente en
casa de uno de ellos: el domicilio de Reguant, «tienda de
peregrino, sobria y honesta», para llorar, al igual que
Jeremías, «por el oro oscurecido, por el buen oro
demudado y por las piedras del santuario esparcidas por las
encrucijadas de todas las calles» (Lm 4:1).
Estas personas simbólicas están todavía en su
lugar. Vivirán en Vilargent —ciudad de su
peregrinaje— tanto tiempo como dure la actual
dispensación.
Han redimido el tiempo —como siempre— «ocupados en
pías y santas conversaciones y alabando al Señor en sus
corazones».
Han pasado siete años, y este número tiene todo un
valor de intención simbólica, para lo que nos ocupa.
Se han perfeccionado en la fidelidad y en el conocimiento. La
atmósfera celestial ha impregnado en ellos el carácter
y la dignidad de «un sacerdocio santo». Ocupan, cual
miembros de la familia sacerdotal, su lugar en el Santuario, y
ministran delante de Dios las excelencias y las perfecciones de
Cristo, víctima y soberano Pontífice a la vez.
Sus coloquios fueron frecuentes y fructíferos, y un
interés particular —sin duda obra del
Espíritu— les guió a estudiar y meditar lo
referente al final de esta economía, es decir, el tiempo de la
gracia.
Tomando a los Judíos, los Gentiles, y a la Iglesia de Dios,
(1 Co 10:32 nos expone una diferenciación imprescindible para
entender los caminos de Dios en relación con las
dispensaciones), meditaron sobre el libro del profeta Daniel, que les
dio la visión del futuro de la historia de las naciones
(«del tiempo de los Gentiles»), y de la liberación
de Israel. Tiempo lejano y profecía sellada en aquel entonces
(Daniel 12:9 al final), pero hicieron énfasis en la lectura
del capítulo 9, en donde relata la profecía de las
setenta semanas. Esto nos conduce hasta Cristo, al lapso del tiempo
de la gracia, y a la puesta en marcha del reloj profético: la
última semana. También meditaron acerca del profeta
Isaías: la descripción del reino, con su justicia, con
su paz; con los felices resultados de ambas cosas. ¡Qué
bendición para el Israel restaurado y reconciliado!
¡Qué gloria para Jerusalem, metrópoli del
universo! ¡Qué salvación para las naciones que
anden a la luz de ella, y, sobre todo, ¡qué Rey! (cap.
9:11, 32). También leyeron Ezequiel. ¡Qué
maravilla de pueblo históricamente resucitado (léase la
visión de los huesos secos en el cap. 37). Lo que hace apenas
un siglo parecía un sueño, una quimera, es hoy, aunque
parcialmente, sí consideramos el todo de la profecía,
una venturosa realidad, que por otra parte abre la puerta al
cumplimiento total de los propósitos de Dios, por la
proyección gloriosa de lo que dibujan ante nuestros
espíritus los últimos capítulos del libro de
este mismo profeta.
Así un día y otro día, hilvanando las
analogías, sacando como «el escriba docto en el reino de
los cielos, cosas viejas y cosas nuevas de su tesoro», iban del
Antiguo al Nuevo Testamento, pues «toda Escritura es inspirada
de Dios, y útil para enseñar».
Tomando las parábolas en Mateo 13, aprendían lo
relativo al carácter interior y exterior del reino con todas
sus consecuencias: lo que Cristo ha hecho, y lo que el hombre ha
hecho con lo que es de Cristo. ¡Qué contraste entre los
versículos 44 y 45 con el 24 al 33! ¿Y Mateo 24?
¡Qué luz más nítida proyecta sobre las
señales antes del fin, en relación con la
vocación y la liberación de Israel! ¡Qué
advertencias morales, entretanto esto llega! Los israelitas
están ciegos todavía: «el entendimiento de ellos
se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el
antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por
Cristo es quitado, y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a
Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de
ellos, pero cuando se conviertan al Señor, el velo se
quitará», y entonces todo será claro para el
residuo sufriente «del tiempo de la angustia de Jacob».
Entonces los Salmos serán letra viva para ellos; letra de
consuelo, de esperanza y de liberación.
Todo esto consideraban, recordaban y aprendían,
acrecentando el caudal de riquezas con las cuales ornamentaban sus
espíritus trabajados por el combate, afirmaban sus pies entre
la difícil andadura del desierto y extendían sus almas
más allá de la escena hostil de este mundo, plantando
«el ancla dentro del velo donde Jesús entró como
precursor por nosotros, hecho sacerdote para siempre».
Leyeron el Apocalipsis con reverencia y oración, confesando
a cada instante de ignorancia, «Señor, tú lo
sabes», y ayudados por el rico legado que dejaron ilustres
hombres de Dios en el siglo pasado en relación con este
maravilloso libro, añadieron a su ciencia «más
sobre las cosas que Juan había visto, más sobre las que
son y más sobre las que han de ser después de
éstas» (Ap 1:19).
El interés suscitado por el Espíritu en este tiempo
del fin no era privativo en nuestros amigos. Por doquier el
Señor ha levantado heraldos anunciando que todo esto
«está a las puertas». Los obreros consagrados a esta
tarea no se expresan siempre con uniformidad, y el lenguaje es tanto
más superficial o profundo según sean las diversas
clases de público a quien se dirigen, o para quien escriben.
Pero esto —pienso yo— es conducido por el Espíritu,
con el objeto de desvelar la masa adormecida que yace en el entramado
de los sistemas humanos de la cristiandad profesante, en el primer
supuesto, o para animar en la esperanza a los que velan en la
expectativa de «la Estrella resplandeciente de la
mañana».
Inmersos en el bien que habían recibido, conscientes de que
«toda dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto,
del Padre de las luces», «esperaban de los cielos a su
Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien
nos libra de la ira venidera». Entretanto, su vida
transcurría equilibrada entre dos vertientes benditas, y ambas
provenían de un mismo pináculo de gloria y gracia.
Moradores del Santuario celestial, al cual tienen acceso y
libertad de entrar todos los redimidos por la sangre de Jesucristo, y
cuya descripción hallamos magistralmente expuesta en Hebreos
10:19 al 22, ello les confería la competencia de dirigirse a
los hombres como embajadores en nombre de Cristo, y como si Dios
rogase por medio de ellos, decían: «reconciliaos con
Dios». Feliz ocupación polarizada en un dual servicio: el
sacerdocio para con Dios y el sacerdocio de Dios en favor de los
hombres (1 P 2:5 y 9).
Coloquio primero
... La noche era fría, pero no obstaba para que Roura y
Graells se encontraran en una encrucijada de calles y ambos
prosiguieran hasta la cercana y acogedora casa de Reguant. Lidia
—esposa de éste— cuidaba del fuego de la
«llar» a tenor del frío que reinaba. En aquella
rinconera sencilla, pero confortable y familiar, habían
experimentado vivencias inefables en el dominio de las cosas eternas,
y aquel día el inquieto Graells tenía en ejercicio una
serie de consideraciones objetivas y bien perfiladas que deseaba
presentar a sus hermanos en la fe; consideraciones de actualidad,
delicadas, tal vez no muy entendidas y poco escudriñadas. En
fin, con esta idea fija en su espíritu, apenas cruzaron
palabra en el camino, salvo un afectuoso saludo al encontrarse, y en
este estado llegaron a la casa donde el matrimonio Reguant les
esperaba como de costumbre.
—Buenas noches, amados; como siempre, ¡bienvenidos! Veo
que no os acobarda el frío. Traes cara ensimismada y
distraída, o preocupada. ¿Pasa algo?
—preguntó Reguant.
—No, no pasa nada. Es que estaba absorto en algo que llevo de
tiempo ha en mi espíritu, y que esta noche deseaba considerar
con todos vosotros. Que el Espíritu Santo nos dirija.
—Debe ser algo esencial y muy interesante —dijo Roura.
—A ver —terció Lidia a su vez—, dejadme
preparar una tisana y así el calorcillo de la «llar»
no os adormecerá, pues, por lo que veo, Graells trae algo que
invita a la atención sostenida.
—¡Oh ... son sólo unas ideas sobre una
porción de la Palabra en Apocalipsis —se excusó
Graells—. En ningún lugar fuera del marco de nuestra
intimidad me atrevería a considerar este asunto. Lo presento
con todas las reservas de mi parte. Es muy serio para mí y
confío en el sostén del Señor y en la
benevolencia de mis hermanos. Desearía ser ayudado en esto.
Cuando se habla de esta escritura hallo una laguna. No en la
escritura, sino en la interpretación. Por mi parte no puedo
adelantarme a dar una respuesta o exponer un criterio definitivo en
relación con este interrogante, es decir, interrogante para
mí, pero es bien cierto que tengo un pensamiento, aunque tal
vez un poco desdibujado. Exactamente se trata de los capítulos
2 y 3 del Apocalipsis.
—¡Oh, el Apocalipsis! Siempre me he visto tan
pequeño ante lo que presenta —intervino Roura—.
¡Cuántas veces lo había considerado un libro
cerrado para mí! ¿Entenderlo? Esto era una tarea
inasequible. Cuando los hermanos empezaron a considerarlo en las
reuniones de estudio de la Palabra— y eso sucedió poco
después de mi conversión, tuve una de las más
felices experiencias que recuerdo. Aunque la medida de mi
conocimiento en las cosas de Dios era tan débil, y aún
lo es ahora, bien que la gracia de Dios y la guía del
Espíritu Santo me han dirigido a abrir mis oídos y mi
corazón, aquellas cosas nuevas, nuevas y ricas, causaron un
impacto en mi alma que nunca olvidaré. Recuerdo, como si fuera
hoy, la lectura y estudio de los capítulos 2 y 3.
¡Qué precioso y claro quedaba todo! Entonces
comprendí el significado de lo que el apóstol Pablo
escribe a los Corintios en su 1ª Carta en el capítulo 2:
«Acomodando lo espiritual a lo espiritual». Al paso del
tiempo obtuve el favor de Dios de ser ayudado por el ministerio
escrito. ¡Qué hombres más sabios ha suscitado Dios
en favor de los corderos y las ovejas del rebaño de Cristo!
Él sabe que precisamos de alimento para nutrir nuestras almas,
¡y a fe que nos lo ha prodigado según la medida de su
insondable amor! Finalmente, en estos últimos tiempos, parece
como si el Espíritu deseara suscitar un anhelo viviente; un
anhelo vital en el corazón de aquellos que alaban al
Señor, en aquellos que le alaban y le esperan, eso es; pues se
trata de esa gloriosa expectativa; nada menos que eso. A tenor de
esto que digo, aún están frescas en mi espíritu
las semanas y semanas que hemos dedicado a leer, escudriñar,
recordar y comentar con gozo y provecho —creo yo— tantas y
tantas Escrituras que nos conducen a pensar en la venida del
Señor y a los benditos resultados en favor de todos y
distinguiendo el orden: Primero para la Asamblea, Esposa de Cristo,
después para Israel: «porque los dones y la
vocación de Dios no están sujetos a cambio de
ánimo.» (Ro 11:29, V.M.), y finalmente para las naciones
salvas.
»Además recuerdo que una no menguada porción de
tiempo la dedicamos al sugestivo tema que en Apocalipsis 2 y 3
tenemos de «las cosas que son», según la
división que presenta el capítulo 1:19 de todo el
libro; y en estos dos capítulos tenemos proyectada la historia
de la Iglesia y sus resultados en cuanto dejada a la responsabilidad
del hombre; pues Cristo como Juez toma cuenta y escudriña
todo. Consideramos el carácter que ha manifestado la Iglesia a
través del tiempo, e incluso es de notar que en las cuatro
últimas Iglesias nos es presentada la venida del Señor
como vocación de los vencedores y como recompensa. Es decir,
que aunque estas cuatro últimas Iglesias quedan claramente
diferenciadas, y aún más, identificadas y
cronológicamente (sin temor a errar mucho) situadas en el
tiempo de la historia, colateralmente permanecen hasta la venida del
Señor, y sin duda aún más allá, pues su
masa profesante, sin vida, quedará en la tierra después
del arrebatamiento de los verdaderos creyentes. ¿No quedó
todo claro y extensamente considerado? ¿No aceptamos lo que cada
Iglesia representaba y los movimientos que el Espíritu
suscitó y que tanta analogía guardan con el
carácter de estas asambleas locales en su tiempo?
Podemos regocijarnos de que el bueno y humilde Roura se expresara
así. Los siete años transcurridos no habían sido
en vano. La medida de su conocimiento era patente. Conocía la
Escritura de Hebreos 5:11 al 14 y él, desde un principio, se
había propuesto tomar una posición a los pies del
Maestro, no para ser un inmovilista, sino para progresar.
—Así pues —continuó—, tenemos una
sana curiosidad, o mejor dicho, unos vehementes deseos de escucharte,
al menos yo.
—Nosotros también tenemos no solamente deseos
—terció Reguant con su esposa—, sino necesidad. Las
cosas de Dios son serias; solemnes. Entremos, pues, en el tema
propuesto por nuestro hermano, orando en primer lugar, pues sin la
ayuda y la dirección del Espíritu nada
podríamos. Correríamos el riesgo de ser conducidos por
nuestros propios pensamientos, aunque éstos sean
bienintencionados. Nosotros precisamos en éste, como en todo
negocio, gobernarnos con la mente de Dios.
Reguant elevó pues «al Padre de las luces en quien no
hay mudanza ni sombra de variación» la petición de
una «dádiva» para sacar provecho de lo que Graells
presentaba a los hermanos.
—Opino —dijo Graells empezando—, que no existen
demasiados escritos en que uno pueda apoyarse para ser ayudado en el
estudio del libro del Apocalipsis. Comentarios, análisis,
sinopsis, estudios, etc., existen bastantes, pero una
exposición seria sobre el tema ya es otra cosa. En vez de
traducir a nuestra lengua las excelentes obras que sobre este tema
existen, debidas a la pluma de ilustres hombres de Dios, han sido
dadas a la imprenta obras mediocres, plagios en su mayor parte,
más o menos disfrazados, o relatos que por su ordenamiento y
fantasía no merecen la pena ser leídos. Gracias a Dios
tenemos ya una obra titulada El Apocalipsis. Está
destinada a la ayuda del cristiano en la lectura de este libro de la
Biblia. No es muy extensa, pero sí condensada y profunda, como
todas las obras de este autor. Fue escrita por J. N. Darby
(1800-1882).
»Pero a pesar de esta proliferación de obras no
recomendables, sin interés, ni base, ni sustancia espiritual,
ni rigor interpretativo, tenemos algunos trabajos que verdaderamente
se recomiendan a la mente, al corazón y a la conciencia. Su
autoridad consiste precisamente en esto: cuando se leen, tienen poder
sobre estas tres condiciones interiores del hombre.
»Al hablaros así, lo hago porque tengo que hacer uso,
recordando lo que muchas veces ya hemos leído y estudiado,
ayudados por el ministerio de estos siervos de Dios.
»Refiriéndose a las siete Iglesias de los
capítulos 2 y 3, hace ya más de un siglo, uno de ellos
escribió: "Mientras que evidentemente estas cartas a las
Iglesias son de aplicación universal para cada uno que tiene
oídos para oír, y no se dirigen a la conciencia general
de la Iglesia, sin embargo no tengo duda alguna de que las siete
Iglesias representan la historia de la cristiandad; la historia de la
Asamblea bajo la responsabilidad del hombre. Lo prueba el hecho de
que el juicio sobre el mundo viene inmediatamente después de
estas epístolas (siendo las Iglesias 'las cosas que son'), y
también el carácter que presentan las mismas, empezando
por el abandono del primer amor, terminando por la exhortación
a 'retener lo que tienes', hasta la venida de Cristo, y
después el rechazamiento final de la profesión. La
elección del número siete, que no puede significar una
cosa completa en un mismo instante dado, porque los estados descritos
son diferentes; la alusión a la venida de Cristo, y la
mención hecha de la gran tribulación en la carta a
Filadelfia, tribulación que debe venir sobre la tierra; el
objeto indicado con claridad en la advertencia a la Iglesia, es
decir, la venida de Cristo, habiendo de ser el mundo de entonces la
escena de los juicios: todo esto no deja duda alguna sobre el hecho
de que las siete Iglesias representan las fases sucesivas de la
historia de la Iglesia profesante, aunque no sean exactamente
consecutivas; yendo la cuarta hasta el final, así como las
otras tres que la siguen y que continúan de una manera
colateral". (J. N. Darby.) Todo esto es tanto más
sorprendente, así como todo lo que este amado siervo de Dios
escribió tocante a las profecías en general y lo
relativo al Apocalipsis en particular (lo cual fue mucho) por el
hecho de que a pesar de la oposición qué halló
entre los altos cargos de las Iglesias nacionales protestantes
(había un andamiaje de escritos de interpretación
profética que no resistían un examen serio), las almas
consagradas al estudio de la Palabra, y cuya esperanza estaba y
está en la venida del Señor para su Esposa, han
aprovechado con bendición este rico ministerio que ha llenado
directa o indirectamente de conocimiento a todo el mundo
evangélico. Se conozcan o no los orígenes de sus
profundos escritos, los creyentes que están al corriente, sea
en parte, o ampliamente en lo relativo a las profecías, todos
han bebido de este ministerio. Los expositores siguientes, han
matizado, han sido usados para simplificar, para hacer énfasis
sobre ciertos elementos de la profecía, etc., pero el
núcleo de sus escritos tiene un origen indiscutible: el
ministerio de J. N. Darby.
—Yo, ateniéndome a lo que conozco y generalizando, sin
afirmar, o hacer uso de términos absolutos (pues no poseo un
monopolio de información exhaustiva), pienso que
también es así —confirmó Reguant.
—Hay otras estimaciones que siguen en su esquema, mas o menos
esta línea, lo cual me gustaría añadir a lo
acabado de exponer, a título de información, y
después entrar en el fondo de lo que nos ocupa en estos
momentos —prosiguió Graells—. Por ejemplo, H. L.
Heijkoop, un hermano holandés, escribió una obra
sustanciosa e interesante, por la gran cantidad de citas
bíblicas que aporta, la cual ha sido traducida a varios
idiomas, entre ellos el castellano. Se titula: El Porvenir —
según las profecías de la Palabra de Dios.
—¡Ah, sí, la conozco! La he leído dos o
tres veces: me gusta mucho —terció Roura—. Si la
memoria me es fiel, creo que este hermano estuvo en Vilargent poco
después de conocer yo al Señor, y aún dio alguna
conferencia.
—No, en Vilargent no estuvo, pero sí en otras
localidades del país. Hace ya años; recuerdo muy bien
—respondió Reguant—. Ahora debe ser ya un anciano
por la edad. Esta obra tiene su interés en que clasifica los
temas en relación con el porvenir. El sumario ya lo aclara. A
mí lo que más me llamó la atención y
estimo como un valor que resalta de forma positiva, sin minimizar al
resto de todas formas, fueron los capítulos primero y segundo,
es decir, la introducción a la investigación de las
profecías, y el método de investigación.
Están en su verdadero lugar y tienen valor aun sin el resto de
la obra, pero callo. Sigue, sigue Graells; y perdona que te
interrumpamos.
—Nada de interrumpir. Os doy las gracias. Está muy
bien y esto me anima, pues veo que todo va cobrando interés
para vosotros. Heijkoop, escribe así, —prosiguió
Graells—: «En los capítulos 2 y 3 del libro del
Apocalipsis, tenemos una descripción profética de la
historia de la Iglesia. No como los hombres la ven y la juzgan, sino
como la ve «el que tiene los ojos como llama de fuego». El
mismo Señor Jesús. Más tarde hablaremos de esto
con más detenimiento. A continuación da una breve
reseña de esta historia, tipificada en estas siete Iglesias de
Asia Menor, y finaliza diciendo: «Hemos recorrido la historia de
la Iglesia tal como la contempla el Señor Jesucristo, y
podemos notar que en estos postreros tiempos las cuatro
últimas Iglesias permanecen aún:
»TIATIRA: La Iglesia Romana.
»SARDIS: Las Iglesias protestantes del Estado.
»FILADELFIA: El Residuo Débil.
»LAODICEA: La Cristiandad tibia en las Iglesias Libres y
grupos fuera de las dos primeras.
»Tomando nuevamente el tema, esta vez con más
extensión, dice: "Como vimos anteriormente, los
capítulos 2 y 3 del Apocalipsis nos dan una visión
profética de la historia de la Iglesia. No de la Iglesia como
cuerpo de Cristo, compuesto exclusivamente de convertidos, sino en
cuanto a su responsabilidad como testimonio de Dios aquí en la
tierra. Está representada bajo el símil de siete
candeleros de oro, y no por un candelero de siete brazos, que se
encontraba en el Tabernáculo. Aquí pues se
acentúa la responsabilidad particular de cada Iglesia como
portadora de luz.
La división del Apocalipsis es generalmente conocida, ya
que la misma Palabra de Dios la indica en el cap. l:19.
a. Las cosas que has visto. (Cristo como Juez).
b. Las cosas que son.
c. Las cosas que han de ser después de éstas.
Según el capítulo 4:1, la tercera parte, «las
cosas que han de ser después de éstas» comienza
allí. Por consiguiente «las cosas que son» abarca
los capítulos 2 y 3.
En el capítulo 4, vemos que los creyentes glorificados
están en el cielo. No se trata, por lo tanto, solamente de
fieles muertos, sino resucitados y glorificados, pues llevan ropas
blancas y sobre sus cabezas hay coronas de oro.
Sabido es que no somos coronados al momento de haber muerto, sino
después de la resurrección. En Apocalipsis 6:9 se
establece una distinción en cuanto al grupo que se menciona,
allí: «debajo del altar». Se trata de
«almas».
De lo mencionado pues, resulta que en Apocalipsis 2 y 3 tenemos
una descripción del estado de la Iglesia visible, desde la era
apostólica hasta su recogimiento o rapto, exégesis
confirmada por las siguientes consideraciones:
1.°— Todo el libro del Apocalipsis
es profecía (1:3), y por consiguiente los capítulos 2 y
3 que nos ocupan.
2.°— Las cartas no debían enviarse por separado a
las Iglesias, sino que la totalidad de ellas habían de
enviarse a cada Iglesia (1:11). Además, al final de cada
carta, se repite que «el que tiene oídos para oír,
oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias», y no lo que
el Espíritu dice solamente a aquella Iglesia en particular.
3.°— El número siete es característico en
el Apocalipsis. Nos habla, en efecto, de siete Iglesias, siete
sellos, siete trompetas, siete copas, siete espíritus de Dios,
etc. Sabido es, asimismo, que dicha cifra es símbolo de
perfección espiritual y en particular de la perfección
de las cosas divinas. Así en siete días Dios lo hizo
todo, y «vio que era bueno» (Gn 1:31). Se trata pues en
estos capítulos de la Iglesia en cuanto a su responsabilidad,
considerada como obra de Dios.
4.°— Las siete cartas han sido visiblemente redactadas
según un plan determinado, e indican un orden moral en el
curso de la decadencia.
5.°— Notemos, por fin, que Dios da, en varios lugares de
las Sagradas Escrituras, un compendio profético en siete
imágenes o cuadros, sobre determinada dispensación como
lo tenemos, por ejemplo, en Levítico capítulo 23 y
Mateo capitulo 13."
»Antes de terminar lo que transcribo de este autor, deseo
intercalar lo que el Sr. Darby dice, en relación con el
número siete y otros —dijo Graells—, haciendo una
pausa.
»En su estudio sobre el Apocalipsis, comentando el
capítulo 13, hay un párrafo que dice lo siguiente: "La
Bestia es el Imperio Romano original, pero grandemente modificado y
bajo una nueva forma. En sus siete formas de gobierno o cabezas,
existe la plenitud perfecta, pero se compone de diez reinos, lo cual
indica, no lo dudo, la imperfección administrativa de su
conjunto. Tiene diez cuernos; es incompleto. Siete marca la plenitud
de un género más elevado. El Cordero tiene siete
cuernos; la mujer doce estrellas sobre su cabeza. Siete indica la
perfección en sí misma; doce la perfección
administrativa en el hombre. Siete es el número primo
más elevado; doce el más perfectamente divisible,
compuesto de los mismos elementos, pero multiplicados unos por los
otros y no reunidos por adición. Cuatro expresa la
perfección en una cosa finita; tal un cuadrado, o mejor
aún un cubo, el cual es perfectamente el mismo de todas
maneras, pero tiene una extensión limitada."
—Encuentro muy interesante la descripción
simbólica de los números —dijo Roura—. Los
números tienen un lugar muy importante en la Palabra de Dios,
y si conocemos su valor —valor espiritual e interpretativo—
nos facilita mucho el conocimiento del plan de Dios. Lo mismo del
plan moral que del profético.
—Estoy de acuerdo y prosigo. Me perdonarán los
hermanos que me extienda en este preámbulo, pero tal vez nos
sirva de ayuda para lo que es de provecho.
—Nada, Graells. No tienes por qué excusarte. Opino que
las cosas de Dios son serias. No hemos de tomarlas únicamente
por el mero deseo de adquirir conocimientos, sino para ser
impregnados por su sustancia profunda. Para ser formados en nuestra
inteligencia, no por una sabiduría ortodoxa solamente, sino
para ser involucrados por la acción del Espíritu Santo
en las fibras más interiores y sensitivas del nuevo hombre.
Todo ello en relación con la mente de Dios. Es por esto que
precisamos de un orden; tomando las enseñanzas de un conjunto,
y cuantos más elementos de apreciación poseamos, mejor.
Si no podemos continuar hoy, terminaremos —Dios mediante—
otro día. Me parece que merece la pena —concluyó
Reguant.
—Sigamos pues, con lo que escribe Heijkoop: «Las siete
cartas pueden dividirse en dos grupos. En las tres primeras se dice
previamente "el que tiene oídos oiga", y a continuación
viene la promesa "al que venciere". En cuanto a las cuatro cartas
siguientes este orden es invertido. Es como si el Señor
hubiera abandonado la esperanza de un regreso de toda la Iglesia a
Él, esperando que sólo los vencedores oirán lo
que el Espíritu dice a las Iglesias. En estas últimas
cartas, el Señor habla también de su Venida, de modo
que sabemos que tales estados permanecerán hasta la "Parusia"
(Palabra que viene de una voz griega que significa: presencia,
llegada y que en las Escrituras se refiere únicamente a la
segunda Venida de Cristo). En cada carta, el Señor se presenta
en relación con el estado de la Iglesia en
cuestión».
»El resumen de las siete cartas es el siguiente: Daré
solamente una pincelada cronológica o posicional de las cinco
primeras para proseguir, breve, pero más extensamente con las
dos últimas.
»Efeso "representa el principio de la historia de
la Iglesia, o más exactamente un reflejo del período
post-apostólico".
»En Esmirna "tenemos una clara alusión a las grandes
persecuciones que azotaron la Iglesia durante el segundo y tercer
siglo, iniciadas por los emperadores romanos".
»En Pérgamo "nos enfrentamos con una situación
completamente distinta. La Iglesia no es ya 'extranjera y peregrina'
aquí abajo, sino que tiene una residencia estable y
ésta no se encuentra en el yermo o en la soledad,sino
allí 'donde está la silla de Satanás'. Ha
buscado sombra y cobijo en este mundo, donde radica el trono del
príncipe y dios de este siglo. Esto es lo que vemos en el plan
histórico. El emperador Constantino el Grande se
declaró abiertamente partidario del cristianismo, que se
transformó así en religión del Estado, pero fue
... a costa de su libertad".
»Tiatira, como hemos dicho anteriormente, tipifica la Iglesia
Romana.
»Sardis, las Iglesias Protestantes del Estado, y finalmente
tenemos a Filadelfia y Laodicea.
»La primera, Filadelfia, se caracteriza por dos cosas: (1)
por haber guardado la Palabra de Dios; (2) no haber negado
el Nombre del Señor Jesús. Estas son
precisamente las características del poderoso impulso obrado
por el Espíritu Santo después de las guerras
napoleónicas, a principios del siglo pasado. A semejanza de la
visión de Ezequiel, en muchos países, no sólo de
Europa, sino también de otros continentes, el Espíritu
de Dios vivificó montones de huesos secos (las almas
descuidadas y somnolientas) que había en muchas Iglesias
protestantes del Estado, y llevó a una parte de ellas a salir
de estas instituciones humanas para volver a la Palabra y al solo
Nombre del Señor Jesús.
»Por cierto que no todos rompieron enteramente con las
organizaciones y sistemas humanos, ya que no todos tenían
igual medida de luz acerca de los pensamientos de Dios. Pero
había ciertamente un afán de andar con la luz que uno
poseía, según los principios divinos. ¡Qué
enfervorizados se sienten nuestros corazones al pensar en aquellos
hombres que se entregaron por completo al servicio de Dios, que
sondearon la Palabra de Dios para recibir sabiduría,
recorriendo después con fe inquebrantable, y con Él, el
camino desconocido! Los pensamientos del Señor acerca de este
movimiento lo tenemos en Apocalipsis capítulo 3:7-13.
Filadelfia y Esmirna son las únicas cartas en las cuales no se
encuentran cosas reprensibles. El Señor mismo se presenta a
ellas dando a los vencedores las más preciosas promesas.
»Pero, como en todo, el hombre ha fracasado aquí
también. Aunque Filadelfia quedará hasta la venida del
Señor y entonces será recogida por El, se trata
aquí de un residuo pequeño y débil. La gran masa
de Filadelfia no ha vencido y no ha guardado lo que tenía. De
Filadelfia ha nacido ... Laodicea». Aquí el autor
describe el triste cuadro de esta Iglesia, tal como ella pretende ser
y tal como Cristo la ve. «Laodicea, es allí donde se ha
apropiado la gracia y arrogado la posición de un cristiano;
donde el lenguaje del cristiano es de uso corriente, y exteriormente
la posición de la Iglesia está en orden; empero donde
se encuentra todo esto sin ejercer influencia alguna sobre el alma.
¿No está descrito aquí nuestro estado presente, de
manera conmovedora, aquella situación cuyos principios
arrancan de Filadelfia? ... ¿No nos hemos acaso vuelto tibios y
mundanos? La buena vida, mayores comodidades, la prosperidad
material, ¿no nos han hecho miedosos de sufrir, y algo perezosos
en lo que se refiere a las cosas del Señor?
»La presencia del Señor Jesucristo, el Testigo Fiel y
Verdadero, ¿es todavía una realidad práctica en la
vida de nuestra congregación o asamblea?
»¿Y cuál es la situación de los que
profesan reunirse solamente en su Nombre y según su Palabra?
¿Lo hacemos esto de verdad? ¿Qué autoridad y hasta
qué punto tiene, en verdad, Su Palabra para nosotros? ¿O
tendrá el Señor que decirnos también: "He
aquí estoy a la puerta y llamo"? ¡Hermanos, El busca la
verdad en lo intimo del corazón y los meros formalismos no
tienen ningún valor para El!
»¡Cuánta vergüenza nos ha de dar cuando
consideramos lo que hemos hecho del testimonio que Dios nos ha
confiado! Quiera el Señor darnos un espíritu
quebrantado y un corazón contrito y humillado (Sal 51) para
que nos sujetemos y con sinceridad confesemos nuestro pecado delante
de El.»
—Ya veis cuán solemne es todo esto. En particular,
dirijo vuestra atención a estos últimos
párrafos.
»Así como la obra del Sr. Darby tiene por lo menos
cien años, esta es, podríamos decir, de actualidad. No
rebasa los treinta años. Está escrita después de
la Segunda Guerra mundial; la traducción castellana vio luz
hace aproximadamente veinte años.
»H. A. Ironside compaginó unas notas muy interesantes
de unas conferencias que dio sobre el Apocalipsis. La edición
castellana fue traducida en Buenos Aires por B. Montllau y familia.
Es un extracto, no sé si más o menos extenso, pero
suficiente para darse cuenta del esquema y la interpretación
del autor. La traducción se remonta a 1935, y las conferencias
originales datan de a partir del final de la Gran Guerra de
1914-1918, según se desprende de su lectura. Es, pues, una
obra intercalada, en el tiempo, entre las dos citadas anteriormente.
»De Filadelfia opina así: "Esto nos trae, sin duda, a
lo que podemos llamar el periodo de avivamiento. Después de la
Reforma hubo un tiempo cuando un formalismo frío y sin vida
parecía prevalecer en todos los países protestantes,
una era en la cual los hombres se contentaban simplemente con
confesar un credo, y, como se ha dicho ya, suponían estar
unidos a la Iglesia por el bautismo. Pero en los siglos XVIII y XIX
vino una gran bendición sobre todos los países donde
anteriormente había penetrado la Reforma. Dios volvió a
obrar con poder. Hubo maravillosos despertamientos en el Norte de
Europa y en las Islas Británicas. Medio siglo después,
el mismo gran poder empezó a manifestarse en América.
Siervos del Señor, llenos del Espíritu, llamando a
los pecadores a arrepentimiento, y a los creyentes, para que
despertasen a sus privilegios, sembraron la Palabra. Un poco
más tarde, a principios del siglo pasado, Dios, de una manera
especial, empezó a hacer comprender a muchos de su pueblo el
valor de Su Palabra y su sola suficiencia como guía para los
suyos en este mundo. Esto llevó al reconocimiento de que
Cristo es el centro de reunión para su pueblo, y, por
amor de su Nombre, miles se congregaron en simplicidad, buscando
solamente ser guiados por la Palabra de Dios.
"No debemos entender que cualquier movimiento o asociación
de creyentes es en sí Filadelfia. Pero así como Sardis
nos presenta a las Iglesias nacionales de la Reforma, así
también Filadelfia presenta a aquellos en el Protestantismo
que dan énfasis a la autoridad de la Palabra de Dios y a lo
precioso del Nombre de Cristo. Si una compañía de
creyentes pretendiese ser Filadelfia, seria una pretensión
detestable, y Dios ha desbaratado evidentemente tal
presunción."
»El autor, que fue un cristiano conocido entre el pueblo de
Dios, desarrolla la descripción de Filadelfia más
ampliamente que en el caso de las otras Iglesias (tal como hizo en su
tiempo el Sr. Darby y cual corresponde a una Iglesia aprobada por el
Señor en estos tiempos del fin), y en términos
generales usando un esquema bastante similar (no se puede pasar por
menos), bien que con un estilo más simple, matizando
algún versículo, por ejemplo 3:7, en un sentido no
contradictorio, pero diferente, y eso lo hallamos a menudo a lo largo
de la obra.
»Destaco el hecho del espacio dado a Filadelfia por
considerarlo interesante. Filadelfia representa, lo que aun en
debilidad, responde al corazón y a los propósitos de
Dios. Esto es innegable. Siendo esta Iglesia, típica de una
que en el tiempo llegaría hasta el fin, mejor dicho, hasta la
venida del Señor, en el estudio de la misma conviene prestar
destacada atención, pues no existe otra en que,
conjuntamente, se den los rasgos de un testimonio para estos
días del fin.
»De Laodicea dice "que completa esta serie septenaria y nos
trae a la última condición de la Iglesia profesante en
la tierra, el final de la presente dispensación.
El periodo de Efeso pasó hace mucho tiempo, y lo mismo es
verdad de los períodos de Esmirna y Pérgamo. Tiatira,
que como hemos visto, habla de la Iglesia de Roma, y empezó
cuando el Papa fue reconocido como el Obispo universal, está
todavía aquí y permanecerá hasta el fin. Sardis,
que empezó siglos más tarde, permanece hasta ahora, y
quedará hasta la venida del Señor. Filadelfia, a Dios
gracias, también está aquí, y aunque tiene
sólo un poco de potencia, permanecerá hasta la venida
del Señor. Pero Laodicea está más y más
en evidencia, y parece arrastrar todo lo que es de Dios".»
»Ahora no podemos comparar o cotejar estas opiniones variadas
o afines, pero todo debe servirnos de ayuda, y es con este
propósito que lo presento a los hermanos; pero aún no
he terminado —dijo Graells—: ¿Queréis que
hagamos una pausa y lo dejemos para otra noche?
—Tal vez será mejor —dijo Reguant—. Esto nos
dará la oportunidad de meditar y orar. Encuentro todo esto muy
interesante y serio a la vez. No es preciso que apuremos el tiempo
precipitadamente. Hagamos las cosas con calma y solemnidad en la
presencia de Dios.
—Yo me quedaría aquí toda la noche. Me acuerdo
que Pablo alargó el discurso hasta medianoche. Claro que
él, había de irse al día siguiente y nosotros no
nos movemos ordinariamente de aquí. Estoy de acuerdo, Reguant,
hermano, estoy de acuerdo y además Lidia tiene que arreglar
todo como siempre.
—Por favor, Roura —repuso Lidia—, no se preocupe.
Vds. no dan trabajo. ¡Son tan bendecidos estos encuentros ...!
Cuando más se necesita al Señor, Él responde.
Pueden irse a descansar tranquilamente, y gracias por honrarnos con
la visita.
Roura oró al Señor, con la simplicidad de un
niño —como agrada a Dios— y con la inteligencia de
un hombre en Cristo; en disposición espiritual para ser boca
de sus hermanos, los cuales dijeron todos con solemnidad y respeto:
Amén.
Concertaron otra noche, y salieron Roura y Graells
despidiéndose del acogedor matrimonio. Bien abrigados,
silenciosos, prosiguieron su camino embargados sus corazones en lo
que había sido presentado. En la misma encrucijada, esta vez
solitaria, en donde se encontraran, se despidieron.
—Que Dios te bendiga, Graells.
—Gracias, y a ti también. Buenas noches. —Y
fueron cada cual a su casa.
* * *
En el paréntesis que nos ofrece el primer encuentro con el
segundo concertado podemos darnos cuenta de que nuestros hermanos
poseían y tenían de las cosas del Señor un
concepto muy serio. En una palabra: el temor de Dios los gobernaba.
No eran de los que llamaban al mal, bien, ni al bien, mal. Su
situación en el testimonio no era dependiente de los hombres.
La experiencia les había enseñado que el hombre que
confía en el hombre o va tras el hombre está perdido
(Jer 17:5). No solamente esto, sino que uno no puede estribar ni en
su propia prudencia (Pr 3:5-7).
Como Pablo, estaban contentos y daban gracias a Dios por las almas
salvas, fueran cuales fueran los medios o motivos que usaban los que
predicaban o anunciaban el Evangelio (Fil 1:15-18), pero ellos no
estaban dispuestos a usar cualquier medio, y menos aún
a hacerlo por inconfesables motivaciones. No gozaban de muchas
simpatías, ni tenían demasiado prestigio en el mundo
«evangélico oficial», y menos aún entre los
llamados «líderes», pero esto —aunque les daba
pena— no les producía ningún cuidado. Si alguien
sentía interés, o aun curiosidad, respondían y
testificaban. ¿Quién sabe lo que puede producir una
palabra «sazonada con sal»?
Y en este preludio de apostasía que se adivina,
también «predicaban la palabra e instaban a tiempo y
fuera de tiempo», sabiendo que se avecinaba la hora en que
«apartarían de la verdad el oído y se
volverían a las fábulas» (2 Ti 4:24).
Habían aprendido a esperarlo todo solamente de Dios. Los
fracasos, habían sido excelentes maestros. «Las
señales del azote son medicina contra el mal, y sus llagas
llegan a lo más hondo del corazón» (Pr 20:30).
Individualmente, habían experimentado Hebreos 12:5-13, y este
compendio de enseñanzas positivas en sus propias
circunstancias les capacitaron para andar humillados ante Dios, y les
enseñaron a no tener de sí otro concepto que el que
tuvo Job al final de su propia experiencia. No hay duda de que
conocían la cruz; el grande privilegio de la victoria del
cristiano (Gá 6:14). Seguramente unos en una medida y otros en
otra, pero la conocían. Y en esta medida (la medida de cada
cual), «el mundo les era crucificado a ellos, y ellos al
mundo».
En este tiempo, esto es tanto más interesante, por cuanto,
generalizando, es bien extraño contemplar un cristianismo con
vivencias positivas. No negaré que algunas hayan.
Líbreme Dios de negar la gracia que convierte en triunfadores
a pobres seres cual nosotros. Yo mismo he conocido a quien
podía repetir con el apóstol: «Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo
de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí» (Gá 2:20); pero, desgraciadamente, no es
el estado habitual del creyente en la hora actual.
El estado de tibieza es lo que entristecía a nuestros
amigos. No eran perfectos, no es preciso repetirlo, pero tibios no,
tibios tampoco lo eran. No es pues de extrañar que el sujeto
de la meditación de Graells cobrara interés en el
corazón de todos.
Coloquio segundo
—No puedo silenciar una obra extendida de incisiva actualidad
—estaban nuevamente juntos y habiéndose encomendado a la
dirección del divino Maestro, Graells proseguía en el
punto que dejaron pendiente la noche en que se despidieron—.
Bueno, no se trata de la obra en sí, sino de unos
párrafos que estimo interesantes para lo que nos ocupa. Se
trata de La odisea del futuro, del Sr. Lindsey.
—He leído este libro —dijo Reguant—: Ya
sabéis que todo lo que se escribe sobre estos temas me
interesa. Nos interesa a todos, y no solamente la profecía,
sino todo lo demás. No hemos de adquirir conocimiento de unas
cosas en detrimento de otras. Estimo que el equilibrio debe
gobernarnos, pero las circunstancias, estados, situaciones, hechos,
etc., requieren en su momento dar mayor relieve a unas cosas que a
otras, y esto a tenor de nuestras necesidades. No es que debamos
programar las cosas, pero existe un orden espiritual que nos conduce
a realizar lo que agrada a Dios. Esto solamente puede ser producido
por el Espíritu Santo: «El os guiará, El os
recordará, El os enseñará». Esto deja de
lado cualquier otro magisterio. Seguramente estos días
están caracterizados por el fin de una dispensación.
Fuera de desear que los afectos de los santos —afectos muchas
veces adormecidos o descuidados— se volvieran en
dirección a la persona del Señor Jesús y a su
Venida: «Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros
al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al
cielo» (Hch 1:11).
»El interés particular por lo que concierne al final
de este tiempo de gracia, y la puesta en marcha del reloj
profético, arranca del hecho bendito de que el Señor
está para venir. Todo lo que rodea, precede o sigue a esta
maravillosa realidad, es de un valor inefable para el corazón.
Se trata más bien de los afectos que de la inteligencia.
Prefiero saber que Él vendrá, más que
cómo vendrá. Pero esto último también
tiene un precio para mí. Como dice Darby: «Sea cual fuere
la gloria de Aquel con quien estamos en relación, es lo que
Él es para mí, la intimidad de mi relación con
Él, lo que me viene al corazón cuando su gloria es
proclamada. Si un general victorioso pasea en triunfo a través
de una ciudad, el sentimiento de su hijo o de su esposa será:
es mi padre, es mi esposo.
»La redacción de este libro entiendo que toma otra
dirección, bien que no descuida tampoco este hecho bendito, y
está situado ante el lector que sea, como presentando unas
perspectivas para el futuro nada halagüeñas; barriendo
todo optimismo que los hombres puedan edificar por medio de sus
enfermas imaginaciones o por los deseos de sus tornadizos corazones.
Este sistema puede parecer poco persuasivo o poco convincente, pero
en esto tengo mi opinión bien definida. El estado general, el
estado de ánimo, de mente y de vivencia en los días que
peregrinamos, no está precisamente caracterizado por una
predisposición a la reflexión, al temor santo o a la
meditación seria. Antes bien, una ola de subversión, de
contestación, de tibieza, de fría indiferencia y de
irresponsabilidad gobierna todas las esferas sociales, según
el caso, y también al individuo.
»Sólo un violento revulsivo que opere directamente en
las conciencias puede poner en marcha el organismo atrofiado del
hombre interior Y esto creo que es lo que se propone el auto de la
Odisea del Futuro. Libro dirigido a la masas frívolas
de la cristiandad profesante, a las masas muertas espiritualmente que
yacen en la indiferencia y que corren —si no despiertan— el
peligro de ser sorprendidas como por un ladrón en la noche. Un
aviso también para los incrédulos y para los
burladores.
»Dios determina o permite que el hombre se gobierne por su
libertad e independencia. ¿Cuáles son los resultados? Las
fuerzas que le han sido dadas (aunque él crea que proceden de
sí mismo: ignorante y culpable pretensión), pueden
servir un día para la destrucción de la frágil
criatura y de todo el sistema que ha edificado. Su quimera de
control, dominio y gloria que reivindica (soberbia al fin), se
deshará como el polvo que constituye su propia y vergonzosa
envoltura. Este es el fin del hombre, tal como lo vemos. ¿Y
después qué? «Está establecido que los
hombres mueran una vez y después el juicio». Esta escena
futura que no puede desvirtuar ni el más refinado
racionalismo, ni la más grosera incredulidad, pues Dios lo ha
determinado así, como Juez justo que es, cerrará
definitiva y eternamente, la suerte de los insensatos que edificaron
su casa en la arena, y de los que habiendo tenido oídos para
oír, no oyeron.
»El esquema profético de esta obra me parece correcto.
En cambio la explicación del esquema no puede satisfacer
demasiado a creyentes seriamente identificados con el quehacer
profético, ni puede aportarles elementos de rigor
interpretativo, pero siempre permanece lo que hay de positivo. De
todas maneras, como el autor confiesa, su libro no pretende desplazar
a los buenos comentarios que él conoce y posee en su
biblioteca. Me hubiese gustado que diese el nombre de sus autores.
»Repito, pero, que en este tiempo, y para un numeroso y
determinado público, este libro puede ser útil. Que
Dios lo bendiga, así como todo lo que está escrito con
esta finalidad.
»También he oído una conferencia por el mismo
autor y sobre el mismo tema. Está, como el libro, condicionada
al estado de sus oyentes, y por lo tanto me gustó, teniendo en
cuenta esto. Por otra parte, en el Sr. Lindsey se trasluce claramente
un creyente ortodoxo capacitado para desarrollar su servicio en el
área que le es propia. Esto es de agradecer a Dios, en un
tiempo sobrado de pretensiones y falto de realidades.
—Gracias, Reguant —dijo Graells. Hubiese hecho un
pequeño resumen, pero te agradezco la intervención. Has
analizado concisa y exactamente, y más explícitamente
que yo no hubiera hecho, el andamiaje de esta obra. Me
abstendré pues de hacerlo yo, pero deseo insertar un breve
pasaje de la misma para constancia, ya que tiene interés para
el estudio del tema que nos ocupa: «En estas siete Iglesias
típicas, vemos las características predominantes de
siete eras sucesivas en la historia de la Iglesia. Los aspectos
proféticos nunca fueron comprendidos claramente hasta que gran
parte de la historia se hubo desarrollado, pero ahora, cuando miramos
hacia atrás, podemos ver extraordinarias similitudes entre las
características de cada Iglesia del Apocalipsis y los diversos
períodos de la historia de la Iglesia hasta el tiempo
presente». Este párrafo lo encuentro muy positivo y
explícito; solamente hallo la laguna que deja en blanco el
hecho de que las cuatro últimas colateralmente llegan hasta el
fin.
»El hermano Lindsey da unas fechas a cada una de las
sucesiones históricas que corresponden más o menos a
las fases que tipifican la marcha de la Iglesia responsable sobre la
tierra. La fecha para Filadelfia es de 1750 a 1925. Esto da entrada
al avivamiento de los tiempos de Wesley, tal vez como
preámbulo "al clamor de media noche: He aquí el esposo
viene; salid a recibirle" (Mt 25:6), y de otras doctrinas que siendo
vitales en la era apostólica, yacieron en el olvido durante
siglos, y que ni en la Reforma fueron recobradas. Lo digo a
título informativo y no para objetar cualquier cosa. Ironside
apunta también en esa dirección. Heijkoop parte de
principios del siglo pasado, después de las guerras
napoleónicas, y, por razones obvias, Darby no reivindica una
fecha determinada en este caso particular.
»Laodicea tiene asignado el período
1900-Tribulación. Es de notar que tratándose de la
Iglesia profesante su fin no es contemplado por el arrebatamiento,
sino que queda aún en la tierra cuando la Iglesia del
Señor es arrebatada.
»En relación con la profecía y su
interpretación, no podemos pasar por alto la noticia, conocida
de todos nosotros, pero olvidada a veces, de una obra escrita
seguramente aún en el siglo XVIII y publicada en el XIX.
»En un trabajo aparecido en Vida Cristiana (1955)
leemos lo siguiente: La Venida del Mesías en Gloria y en
Majestad. "El título que antecede es el de una
célebre obra, publicada a principios del pasado siglo XIX,
cuya lectura encontró insospechados ecos en diversos sectores
de la cristiandad. Muchos la consideran como 'El clamor de
medianoche' que vino a sacar del letargo espiritual a miles de almas,
recordándoles que el Mesías, Cristo Jesús,
estaba acercándose a cada momento, preciosa verdad
caída entonces en el olvido más completo.
»"Cosa extraña, su autor era un sacerdote jesuita de
Sudamérica, poco influenciado, desde luego, por el
espíritu de la Compañía. Llamábase Manuel
Lacunza, nacido el 19 de julio de 1731 en Santiago de Chile, el cual
ingresó a los dieciséis años en la Sociedad de
Loyola. En 1767, expulsados los jesuitas de los Estados
españoles, marchó a Italia donde hizo vida solitaria.
El 17 de junio de 1801 se le encontró muerto sobre la ribera
del río que baña la ciudad de Imola.
»"Lacunza, que escribió su libro bajo el
seudónimo hebraico de Juan Josafat Ben Ezra, dice que
él se propone cuatro cosas:
»"1. Hacer conocer la adorable persona de
Jesucristo.
»"2. Promover entre los eclesiásticos la
afición al estudio de la Biblia.
»"3. Corregir la incredulidad.
»"4 . Consolar a los Judíos, sus hermanos según
la carne.
»"'La Venida del Mesías en gloria y en majestad', fue
publicada por primera vez, al parecer, en Cádiz, por F.
Tolosa, en 1811. Al año siguiente estaba prohibida por la
Inquisición, próxima a desaparecer. Desde esta fecha
hasta 1826 tuvo nada menos que diez ediciones en España,
Méjico, Estados Unidos, Italia, Francia y Gran Bretaña.
Una traducción inglesa dio a luz (Ed. Irving 1827 en Londres 2
vol. en octavo)".
»A continuación hay unos extractos que no estimo
útiles para el tema que nos ocupa, pero que sí lo son
desde el punto de vista dispensacional y profético, y
más teniendo en cuenta la fecha en que fue escrito. Lamento no
poseer la obra. Hace muchos años leí amplios extractos
en una revista evangélica española que apareció
con anterioridad al 1936 y que se titulaba El Evangelista.
Después he oído comentar su posible influencia sobre
los siervos de Dios que en Inglaterra y a partir de 1830, tal vez,
empezaron a escudriñar estos temas y otros, relativos a la
Iglesia, siendo abundantemente bendecidos en la interpretación
de las Sagradas Escrituras por la guía y la acción del
Espíritu Santo.
»Es a partir de entonces —como dije en un
principio—, que la profecía fue entendida
inteligentemente por el pueblo de Dios o, por mejor decir, por
individuos que forman parte de este pueblo. No todos aprovecharon
esta rica bendición que el Espíritu ponía al
alcance de los santos. Los viejos esquemas de interpretación
—que confundían más que esclarecían—,
fueron defendidos por sus veladores, pero gracias a Dios lo que en
aquel tiempo era del dominio de unos pocos ejercitados, por el
ministerio de aquella generación y la otra subsiguiente, ha
llegado hasta nosotros, alcanzando resonancia en más amplios
círculos cristianos que en su origen, siendo a la par aceptado
por muchos, y habiendo llevado a la luz a otros que se aferraban a
interpretaciones que no resistían un elemental examen
bíblico.
»Otra obra, no muy extensa, pero fecunda, también del
siglo pasado, 1851, fue la compilación de ocho conferencias
dadas en común por W. Trotter y T. Smith y que recibió
el título de Ocho lecturas sobre la Profecía.
Dada a la imprenta una traducción al castellano, no muy
correcta, queda compensada por el valor de este libro, siempre de
bendecida actualidad. Discurre ampliamente sobre el tema del
«premilenarismo», en contraste con el entonces ampliamente
difundido y aceptado «postmilenarismo», doctrina
errónea que sitúa la Venida del Señor a por su
Iglesia después del milenio, lo cual da lugar a situar los
acontecimientos proféticos narrados en Apocalipsis cap. 4 al
19, y otras numerosas porciones de la Palabra, en las vivencias de la
historia profana durante estos veinte últimos siglos: es
decir, en el tiempo de la gracia. Esta doctrina aún se
sostiene en el monolítico sistema tipificado por Tiatira, en
el cuarteado de Sardis, y en algunas sectas provenientes de este
último.
»A la luz de la Palabra, esta postura es insostenible, y esto
ha dado lugar a que multitud de hermanos piadosos que estaban en el
error —en la mayor parte de las veces por herencia
posicional—, hayan aceptado este bendito ministerio que
sitúa a los hijos de Dios en el mismo plano de la feliz
expectativa de "Arrebatados por el Esposo, vuelven con el Rey".
»En relación con esto, que de forma general entra en
lo que comúnmente conocemos por la expresión de
"dispensacionalismo" (doctrina bíblica relacionada con las
diversas economías), no quiero pasar por alto que Charles
Caldwell Ryrie, escritor evangélico contemporáneo, ha
escrito un libro importante titulado Dispensacionalismo hoy.
Ha escrito también otros libros, entre ellos un comentario del
Apocalipsis, pero para lo que nos ocupa no trasladamos ningún
párrafo del mismo, pues los pasajes relacionados con las siete
iglesias son breves y apenas rozan el examen interpretativo.
»Pero, volviendo a "Dispensacionalismo hoy", debemos de
opinar que el autor —según se desprende por esta
obra—, a la par de su erudición tiene una fuerte dosis de
sencillez y comedimiento, y como señala el introductor de la
obra (que le conoce personalmente) "muestra su caballerosidad y
sensibilidad", confirmando otro comentarista "que trata con franqueza
y cortesía a los críticos del dispensacionalismo".
»He leído esta obra con interés, y soy de la
opinión de que sí es cierto que trata
cortésmente y hace gala de caballerosidad y franqueza con los
opositores del dispensacionalismo. A mi modo de entender le falta
algo de rotundidad (tal vez es la opinión de un latino frente
al comportamiento anglosajón), toda vez que es un hombre
convencido de lo que escribe y que conoce el pro y el contra de lo
que existe escrito sobre tema tan interesante. Es una obra
recomendable, en particular para los hermanos iniciados en estas
disciplinas. Parte de su obra se refiere al Sr. Darby y a su
incidencia en el dispensacionalismo. No diremos exactamente que se
trate de una apología, pero sí que sitúa el
ministerio de este honrado siervo de Dios en una posición
equilibrada y reivindicativa, haciendo una crítica justa y
ponderada frente a los ataques irresponsables de que ha sido y
aún es objeto.
»Obra traducida al castellano (y bien traducida), circula
bajo el sello de la Editorial Portavoz, y, entre otros lugares, se
halla en depósito en la Librería Evangélica, c/.
Camelias, 19, 08024 Barcelona, España.
»Pero existen aún otras obras altamente recomendables,
debidas a la pluma de insignes hombres de Dios, que nos ayudan
sobremanera en el estudio de las siete Iglesias del Apocalipsis, y en
particular de las cuatro últimas. Por ejemplo: William Kelly
(1821-1906), de quien un hermano ya con el Señor (Paul F.
Regard), informaba que había sido un universitario y
hebraísta reputado, autor de numerosas obras de primer orden
sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, y redactor de una importante
revista. Principal colaborador e íntimo amigo de John Nelson
Darby (recopilador también de su vasta obra), éste
decía de él que ningún otro hermano se
había identificado tan profundamente y tan de cerca con su
pensamiento como el Sr. Kelly.
»Una de sus obras importantes es el Estudio sobre el
Apocalipsis (última edición revisada por el autor
en 1901). El carácter que este hermano imprimía a sus
escritos y la clarividencia y objetividad de sus deducciones
espirituales, le dio una plaza de preeminencia entre los hermanos en
el terreno del conocimiento y la interpretación de la Palabra.
Al afirmar esto, no debemos de olvidar que aquel tiempo estuvo
caracterizado por la existencia de hombres profundos y piadosos a la
vez. Usando una figura retórica, podemos añadir que
eran una raza de gigantes. Entre otros, me limitaré a decir
cuatro palabras en relación con J. G. Bellet, que
partió para estar con Cristo en 1864, autor, entre otras, de
las trascendentes obras El Hijo de Dios y Los
Patriarcas. La primera de una exquisitez remarcable y de una
profundidad que iba acompañada de todo el bagaje de la
más pura sensibilidad espiritual, fue la propia de un hombre
marcado por la humildad, la obediencia, la dependencia y la
comunión con Dios.
»Sus escritos, que más bien parecían cantos (J.
N. Darby, su amado hermano y amigo, decía de él que lo
que hablaba y escribía era de una rara hermosura de lenguaje y
de pensamiento, sin esfuerzo alguno, al correr de la pluma), todos
sustanciosos y edificantes, sirvieron además para que fuera
conocido como "el ruiseñor" entre los hermanos.
»Tomando nuevamente nuestro tema, opino que este libro del
Apocalipsis es muy explícito y vasto, teniendo en
cuenta de lo que se trata. Transcribiré de la versión
francesa algunos textos, que se refieren también, como en el
caso de los otros escritores citados, a las cuatro últimas
iglesias del Apocalipsis, cap. 2 y 3.
»De Tiatira dice "que no puede dudar que esta carta contiene
un esbozo exacto y también completo de lo que por medio de los
hechos presentes en aquel entonces, identifican los tiempos de la
Edad Media". De la Jezabel simbólica manifiesta que era un
género de mal no conocido hasta entonces. No se trata
simplemente del clericalismo, o de las personas que tienen la
doctrina de Balaam, sino de un estado de cosas formalmente
establecido, como por lo general lo representa siempre la mujer
tomada en sentido simbólico. Es fácil cerciorarse de
este interesante extremo si tomamos las Escrituras y las examinamos.
El hombre es el agente, la fuerza activa; la mujer es el estado de
cosas producido. Jezabel es pues el símbolo de lo que
aquí convenía, como Balaam en la Iglesia precedente. La
actividad estaba en el clero, el cual había establecido con el
mundo los más vergonzosos compromisos y había vendido
el honor de Cristo por el oro, la plata, el bienestar y la dignidad
terrena. De ahí había salido Jezabel. Tal era la
condición tolerada durante la Edad Media en lo que llevaba el
nombre de Cristo... "Pero digo a vosotros, a los demás que
están en Tiatira (aquí aparece claramente el residuo
'vosotros', 'cualesquiera que no tienen esta doctrina', es a ellos, a
este remanente a quien el Señor se dirige ahora". "Yo digo a
vosotros, a los demás que están en Tiatira,
cualesquiera que no tienen esta doctrina, y que no han conocido las
profundidades de Satanás como dicen: Yo no enviaré
sobre vosotros otra carga. Empero la que tenéis, tenedla hasta
que venga". El Señor, sin esperar de ellos grandes cosas,
habla con la más exquisita ternura de los que eran fieles a su
Nombre. Estoy persuadido de que con ello se hace alusión a los
que comúnmente son conocidos por los Valdenses y Albigenses, y
puede ser de otros también que hayan tenido un carácter
parecido. Eran sinceros y llenos de ardor para Cristo, pero con una
pequeña medida de luz y conocimiento, si se les compara al
testimonio más completo y más rico que el Señor
ha suscitado más tarde, como nos muestra el capítulo
siguiente.
»En Tiatira hallamos la representación mística
del romanismo, pues sería difícil negar que Jezabel
describe cuanto menos este carácter; mientras que "los otros",
el residuo, representan a los que, sin ser protestantes, han formado
parte y fuera del papado de un cuerpo de testigos, antes de la
aparición del protestantismo histórico cuya
descripción hallamos al principio del capítulo tercero.
»En los pasajes traducidos que se relacionan con el
romanismo, el Sr. Kelly, apoyándose en la alusión hecha
a la venida de Cristo, dice que la historia de este sistema
irá hasta el fin.
»En Sardis contempla el protestantismo, y entra en amplias
consideraciones acerca del mismo. Si fuera otro el carácter de
estos coloquios, muy a gusto trasladaría sus edificantes e
instructivas conclusiones, pero tengo que circunscribirme a poner de
relieve solamente algunos de los pasajes más sobresalientes:
"Nada es tan común entre los protestantes como que se admita
una cosa perfectamente válida porque la tal se halla en la
Biblia, sin que por eso tengan la menor intención de obrar en
consecuencia. ¡Cuán serio es todo esto! Los
católicos romanos, en general conocen muy poco las Escrituras
para saber lo que contiene o no. Excepto los puntos comunes de
controversia, ignoran casi todo de la Santa Palabra, e incluso se
sorprenden cuando se les dice que esto o aquello se halla en sus
páginas. (Seguramente en la actualidad, no podemos aplicar una
opinión tan definitiva, pero, en términos generales, la
cosa se mantiene más o menos como queda expresado). El
protestante, en cambio, puede leer su Biblia sin el control de un
confesor: (ahora los católicos también pueden leerla);
esto es un favor real, un precioso privilegio, pero a causa de esto
mismo, ¡cuán grande es su responsabilidad!"
»"El Señor advierte al ángel de la asamblea de
Sardis, que si no vela, vendrá a él como un
ladrón 'y no sabrás a qué hora vendré a
ti', añade. No es así como se expresa el Señor
cuando habla de venir a por los suyos. Para los que le esperan
constantemente, su venida constituye un motivo de gozo.
¿Cómo podría sorprenderlos como un ladrón?
No será así, puesto que ellos suspiran por su presencia
más que un centinela por la luz de la mañana. La figura
de un ladrón que se presenta inopinadamente, sólo puede
convenir al mundo y a los que se han adherido a sus ideas. Esta
solemne advertencia supone pues, que la asamblea de Sardis
había cesado de esperar prácticamente al Señor
como el objeto de su amor. Todo indica que le temían como a un
juez, y con razón. Han resbalado hacia el mundo y comparten
sus temores y ansiedades. Han perdido el sentimiento de la paz
profunda que Cristo ha dejado a los suyos y no se regocijan ya,
pensando que Jesús viene, lleno de amor, a tomar a los que ama
tierna y perfectamente para tenerlos para siempre, allí donde
él está. Si gozasen de la dulce y santa esperanza que
El da en su Palabra cuando dice: 'Vengo en breve'; no podría
ser para ellos como un ladrón, cuya presencia inoportuna
solamente produce turbación.
»"'El que venciere será vestido de vestiduras
blancas'. Habían algunos en Sardis que no habían
ensuciado sus vestidos, y debían andar con Él en
vestiduras blancas, pues eran dignos. También hallamos
aquí, como por doquier, algunas almas piadosas y preciosas
para Cristo. Hemos de tener el gozo de ayudarles para que adquieran
un más exacto conocimiento de la gracia del Señor; no
precisamente atenuando el hecho de su posición o de su manera
de obrar, sino con el más profundo amor hacia ellos siguiendo
el ejemplo del Señor".
»"Ahora nos hallamos ante la asamblea de Filadelfia. 'Escribe
al ángel de la asamblea de Filadelfia: estas cosas dice el
Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y
ninguno cierra, y cierra y ninguno abre'. Cada una de estas palabras
por las cuales Cristo se presenta difiere de lo que es dicho de
Él en el capítulo primero. Esto es precisamente lo que
caracteriza el capítulo tercero, y sobre todo la
porción que nos ocupa en este momento. Hemos notado ya que el
principio de la carta a Sardis, aunque aluda a la de Efeso, ofrece,
no obstante, un evidente contraste con ella. Es como un segundo
principio, y en esto sí existe una analogía con Efeso;
de todas formas, el Señor es presentado bajo un aspecto nuevo.
Cristo, teniendo los siete espíritus de Dios, difiere
enteramente de la descripción que nos ofrece de Él la
carta a Efeso. En las cartas que siguen a ésta, no hallamos
tampoco nada parecido. Se trata de un nuevo estado de cosas, Estado
que aparece tanto más evidente cuando nos enfrentamos con
Filadelfia. 'Estas cosas dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la
llave de David'. Nada parecido a esto había sido dicho del
Señor en el primer capítulo.
»"En el segundo capítulo, lo que es dicho del
Señor es una repetición de lo que Juan había
contemplado en su visión. La única excepción la
hallamos en la epístola a Tiatira, en donde es designado el
Hijo de Dios; pero Tiatira ofrece un estado de transición, tal
como se ha hecho notar. Esta Iglesia es en su responsabilidad
—pero sin poder real— un cuerpo eclesiástico que
presenta cosas abominables a los ojos del Señor, a pesar de
que en tal cuerpo exista un remanente apreciado por su
corazón. Este estado continúa hasta el fin y conduce a
la venida del Señor, lo cual no es el caso de las tres
primeras iglesias. Las palabras que parecerían tener
relación con lo que les es dicho, se refieren
únicamente a los juicios del momento, mientras que en las
cartas a Tiatira, Sardis y Filadelfia hallamos la mención
explícita de la venida del Señor. Pero de todas formas
es a Filadelfia a quien de manera remarcable es manifestada la
persona del Señor y su gloria moral. Es el mismo Cristo; el
Cristo que la fe descubre revestido de una nueva hermosura que no
depende simplemente de las visiones de la gloria que antes
habían sido vistas, sino de lo que es en sí mismo: 'el
Santo y el Verdadero'.
»"'Mira que he puesto ante ti una puerta abierta que nadie
puede cerrar, porque teniendo poco poder, guardaste sin embargo mi
palabra' (V.M.). Obras poderosas como las que Sardis haya podido
realizar, no son las que distinguen a los santos de Filadelfia. Nada
hay entre ellos que suscite ni llame la atención del mundo.
Nada que excite la sorpresa, la estimación y la
admiración de los hombres. ¿Estamos satisfechos de ocupar
un lugar semejante? Tal es Filadelfia que anda tras los pasos de un
Cristo rechazado. Todos sabemos cuán poco caso se hacía
de Él en esta tierra; así es también en lo
relativo a esta asamblea; ¿pero es que acaso esto no tiene un
valor positivo a los ojos del Señor?" "Esto no es todo.
Sabemos que un tiempo terrible debe venir sobre este mundo. La hora,
como dice aquí, no es simplemente de tribulación, sino
de tentación y de prueba. Pienso que la hora de la prueba
abarca todo el período apocalíptico, es decir, que no
se refiere únicamente a la época terrible cuando
Satán arrojado del cielo desciende lleno de furor, y cuando la
bestia, habiendo recibido de él su poderosa energía
llega al cenit de su posición, sino también al
período lleno de turbación, de seducción y de
juicio que precede este acontecimiento.
»"La hora de la tentación, según opino, es un
término que abarca mucho más que la gran
tribulación de Apocalipsis 7, y aun más todavía
que la tribulación sin igual que debe alcanzar al país
de Israel (Daniel 12, Mateo 24 y Marcos 13). Si esto es así,
¡cuán completa es la preciosa promesa!: 'Porque has
guardado la palabra de mi paciencia, yo también te
guardaré de la hora de la tentación que ha de venir en
todo el mundo, para probar a los que moran en la tierra'.
»"En vano los hombres intentarán escapar; la hora de
la tentación vendrá para todos; les alcanzará
aunque esperen sustraerse. Los únicos que escaparán,
serán los que Cristo arrebatará. Notad bien que esto no
quiere decir solamente que serán puestos en un seguro abrigo
como el caso de Lot en Zoar, como algunos interpretan, sino que esto
significa que los tales serán conducidos fuera de la esfera y
de la escena de la prueba. 'He aquí vengo presto'. Aquí
no viene como un ladrón, sino que su venida es para el gozo y
la felicidad de los que le esperan.
»"El Señor ha hecho revivir en los corazones la
verdadera esperanza de su regreso. Los hay que esperan así, y
es a ellos a quien esta carta es dirigida. 'Retén lo que
tienes, para que ninguno tome tu corona'. Aquel que vencerá,
será revestido en el día de gloria, de un poder tan
remarcable como ahora caracteriza la pequeñez en la cual goza
hallarse en esta escena presente donde disfruta del despliegue de la
gracia."
»De Laodicea opina que "el estado que es descrito es el
resultado de haber odiado y menospreciado el testimonio precedente
(Filadelfia) suscitado por el Señor. Si uno ignora y
desdeña la verdad poseída por los que esperan al
Señor, se halla en peligro de caer en la terrible
condición que la Palabra sitúa ante nuestros ojos.
Cristo cesa de ser el único objeto al cual el corazón
se adhiere; deja de existir el sentimiento de la bendición
relacionado con su venida y que conduce a la esperanza; aún se
posee menos la vivencia de gloriarse en la flaqueza. Al contrario, se
desea ser grande entre los hombres y ser tenidos en estima por los
tales, de modo que se pueda decir. 'Yo soy rico, y estoy enriquecido,
y no tengo necesidad de ninguna cosa'. Esto pone de manifiesto
cuán importante lugar el hombre religioso se asigna a
sí mismo.
»"Es por esto que el Señor se presenta como el
Amén, el fin de toda esperanza en el hombre, hallándose
la seguridad únicamente en la fidelidad de Dios. Solamente
Él es "el testigo fiel y verdadero". Es lo que la Iglesia
debía haber sido, y, al no serlo, el Señor ha optado
por tomar esta posición. Es la que ya ocupaba, cuando lleno de
gracia estaba en este mundo, y ahora debe tomarla de nuevo en poder,
en gloria y en juicio. ¿Puede concebirse una nota de censura
mayor y más solemne y que es infligida a la condición
de los que debieran ser sus testigos sobre la tierra? Además
es también 'el principio de la creación de Dios'. Esto
margina completamente al hombre, y la razón consiste en que
Laodicea es la glorificación del hombre y de sus recursos en
la Iglesia.
»"'Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni
caliente. ¡Ojalá fueres frío, o caliente! Mas por
que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de
mi boca'. Son indiferentes, en principio y en práctica; su
corazón está dividido; sólo la mitad es para
Cristo. Estoy persuadido de que nada es más propio para
engendrar la indiferencia que un sano temor de la verdad, cuando no
existen el juicio de sí mismo y una piedad sincera. Tanto
más se halla uno adelantado como portador del testimonio de
Dios; tanto más habrá conocido o profesado conocer la
gracia y la verdad de Dios, si el corazón y la conciencia no
son gobernados y animados por el poder del Espíritu por medio
de esta verdad y esta gracia que son en Cristo, más
profundamente también, sea temprano o tarde, caerá en
un estado de indiferencia, o tal vez de activa enemistad.
»"Se volverá indiferente a todo lo que es bueno, y si
existe algún celo, será empleado para lo que es malo.
Este es exactamente el estado de Laodicea. En relación con la
promesa, el autor añade y finaliza: 'He aquí estoy a la
puerta y llamo: Si alguno oyere mi voz y abriere la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y
él conmigo'. Aun en esta triste condición de ruina
colectiva, el Señor se presenta lleno de gracia para responder
a las necesidades de las almas. Pero en las palabras que finalizan la
epístola no hallamos nada especial. No van más
allá de la promesa de reinar con Él. Es decir, esto es
lo que alcanzará cualquiera que tendrá parte en la
primera resurrección, aun los judíos que en una u otra
época sufrirán bajo el reino del Anticristo. Es un
menosprecio el contemplar en esta promesa una distinción
particular. Quiere decir, en cambio, que después de todo, el
Señor se mostrará fiel, a despecho de la infidelidad.
Tal vez pueda hallarse una fe individual que sea real aún en
el medio más miserablemente alejado de la fidelidad y de la
consagración". Como queda indicado, esto es lo que
escribió W. Kelly hace más de ochenta años.
»Ahora bien, en vista de todo lo expuesto, habríamos
de distinguir —si es que hay que hacerlo— entre
hecho o posición. O si hay que aceptar ambas
interpretaciones y fundirlas en una sola: hecho (que es en
este caso, suceso e historia en el tiempo), con
posición o estado (en este caso de doctrina y de
vivencia). Además, todo esto aplicado a asambleas locales, y
por ende al conjunto de las mismas sobre el mismo terreno de
comunión, es decir, en un Cuerpo universal. O bien al conjunto
de individuos solamente, hállense donde se hallen, siendo
conocidos como tales por el Señor únicamente.
Es indiscutible que las tres primeras Asambleas, en este aspecto,
son las que no presentan ningún problema. Son estados, pero es
historia. Y los estados y la historia sin fundirse, coexisten en cada
caso. Pero a partir de la cuarta Iglesia, hasta la última
inclusive, todos los entendidos siguen el camino que trazó el
Sr. Darby. Colateralmente van hasta el fin, y sin embargo,
históricamente, se suceden por el orden en que son
presentadas, y también tipifican a la vez unas condiciones.
»Tiatira y Sardis, como instituciones confesionales, como
cuerpos religiosos, son de fácil interpretación; Roma y
el Protestantismo, mayormente en sus Iglesias nacionales. Por mi
parte, pienso, que las llamadas Iglesias de Oriente (la Ortodoxa
Griega y sus hermanas), hay que insertarlas en Tiatira. No se puede
hacer abstracción o ignorar a este numeroso Cuerpo de
profesión cristiana.
»Pero, ¿qué diremos de Filadelfia? Su origen,
bien que con alguna variante (variante cronológica), todos lo
identifican. Pero ¿y su estado actual? ¿En dónde se
halla? ¿Quiénes son? Repetimos a Ironside: "Si una
compañía de creyentes pretendiese ser Filadelfia,
sería una pretensión detestable, y Dios ha
desbaratado evidentemente tal presunción". Creo que en
este último párrafo se refiere, veladamente, por
delicadeza, a las numerosas divisiones y cismas sobrevenidos al
Cuerpo que inició su andadura histórica allá por
1828 y que fueron conocidos en su origen por los "hermanos de
Plymouth". Después, varias de sus ramas salidas del tronco
común se denominan, discriminándose unos a otros, "el
Testimonio". Esto ha sido un desastre y una vergüenza. Motivo de
la más profunda humillación para nosotros. Heijkoop, en
su obra El Porvenir, afirma: "La gran masa de Filadelfia no
ha vencido y no ha guardado lo que tenía. De Filadelfia ha
nacido ... Laodicea", bien que también identifica a Laodicea
"con la cristiandad tibia en las Iglesias libres y grupos fuera de
Tiatira y Sardis". Esto para mí es difícil de entender.
No digo de admitir, sino de entender.
»¿Por qué no somos humildemente sinceros y
enfatizamos, aceptando la responsabilidad de nuestras afirmaciones y
así los hermanos nos entenderán? O bien, ¿por
qué no confesamos llanamente que hay lagunas interpretativas
que imposibilitan, por el momento, una definición taxativa?
»En lo que poseemos, existe material inapreciable que puede
ayudarnos a inquirir más diligentemente cada día. Hay
rasgos de autoridad que se recomiendan a la inteligencia de los
santos. Darby —el más antiguo de los comentaristas
serios— escribe: Tiatira puede ir hasta el fin, pero no es lo
que caracteriza el Testimonio de Dios hasta entonces. Otros
estados deben ser introducidos con esta finalidad. «Sardis
empieza una nueva fase colateral en la historia de la
Asamblea ... la Asamblea como tal es nombrada; se trata aún de
su historia». Esto tiene mucha sustancia. Estado;
fase; historia.
»Entiendo que Sardis es un hecho. Un hecho bien delimitado
que históricamente continúa hasta el fin. Pero es
también un carácter, pues su conducta no es
análoga a la de Tiatira, y esto la distingue.
»Ahora bien, Sardis no es un grupo monolítico en su
disciplina eclesiástica, ni tan siquiera doctrinal. Es una
institución desnaturalizada por los hombres. Para entendernos,
podemos decir que la Reforma fue la obra de Dios, pero el
Protestantismo es lo que los hombres han hecho de aquella obra. Es
una institución indefinida que en la unidad no tiene
carácter visible. Estamos incluidos (o mejor dicho, nos
incluyen) a todos los que confesamos a Cristo y que no pertenecemos a
las masas confesionales de Roma o de la Iglesia Ortodoxa Oriental.
Pero la realidad es otra. Aquí, el hecho histórico y la
posición se diferencian claramente, aunque ambas subsisten a
la vez. ¿Nos ayudará esto a comprender las posiciones,
los estados, etc., que coexisten en las cuatro últimas
Iglesias, todo y estableciendo una identificación de las
mismas? Para los hijos de Dios que no han vivido las inquietudes
proféticas esto es ininteligible, ya lo sé, pero
también es cierto que ahora hay una sed diseminada por
doquier, que aporta de la parte del Espíritu una respuesta a
los redimidos en relación con los tiempos que se avecinan.
»Filadelfia se identifica como un estado generalmente salido
del estado precedente: Sardis. (En mucha menor proporción,
también de Tiatira). Es una posición que miles de
creyentes de esa Iglesia tomaron de manera diferencial (guardar la
Palabra y no negar el Nombre), y que sin disputa
caracterizaron a un grupo —no masificado— pero
sí ampliamente diluido como un testimonio de la verdad en
medio de la muerte espiritual de la cristiandad profesante
principalmente del mundo occidental. Después, la obra
misionera lo extendió mundialmente. Este grupo se
extendió en número y en bendición, y su
carácter fue universal (cual corresponde a un testimonio), y
tuvo su punto de partida histórico a principios del siglo
pasado. El carácter de Filadelfia era bien manifiesto
en su aspecto general.
»Darby, en su tiempo, describe los rasgos que definen la
posición y el carácter de Filadelfia, bien que no la
identifica con ningún grupo diferenciado en su tiempo. Es un
silencio significativo y de delicada humildad: "El Señor era
el Santo y el Verdadero; a ojos humanos tenía poca fuerza,
guardaba la Palabra y vivía de toda palabra que
provenía de la boca de Dios; esperaba pacientemente en
Jehová, y es a Él que el portero abría.
Vivía en los últimos tiempos de una
dispensación; el Santo y el Verdadero era rechazado, y a ojos
de los hombres no se veía ningún resultado de su
trabajo entre los que se decían Judíos y no lo eran,
sino que la Escritura los nombra sinagoga de Satán. En
Filadelfia es lo mismo con los santos: andan en un medio parecido al
que Cristo se encontraba; guardan Su palabra, tienen poca fuerza, no
son distinguidos, como Pablo por ejemplo, por la energía del
Espíritu, pero no niegan Su Nombre. Este es el carácter
y el móvil de su conducta. Cristo es confesado abiertamente,
la palabra es guardada, y el nombre no es negado. Esto parece poca
cosa, pero en la decadencia universal, entre las muchas pretensiones
eclesiásticas, cuando un gran número se
extravían con los razonamientos humanos, guardar la palabra de
Aquel que es el Santo y el Verdadero, y no negar su Nombre, es el
todo". Esta posición se denominó también "el
Testimonio". Este fue el origen, pero hemos transcrito anteriormente
sus resultados.
»¿Qué queda de ello? Cuantitativamente, mucho
más que entonces, pero ¿y lo que corresponde a la
realidad? Ironside, veladamente, hace mención de la ruina
espiritual de las divisiones, y Heijkoop afirma que la gran masa de
Filadelfia no ha vencido y no ha guardado lo que tenía, y que
de Filadelfia ha nacido Laodicea, bien que reconoce que Filadelfia
quedará hasta la venida del Señor, y entonces
será recogida por Él, pero que se trata aquí
solamente de un residuo pequeño y débil. Yo pregunto:
este Residuo, ¿dónde está? Es identificable,
¿sí o no?
»Unos hermanos argentinos y uruguayos que aunque no son
denominacionales se autodesignan como "Iglesias Cristianas
Evangélicas No-Denominacionales, Independientes y
Fundamentalistas", se presentan como un núcleo aglutinador y
lanzan una llamada mundial, en particular a las llamadas "Iglesias
Independientes", habiéndose confederado con las I.F.C.A.
(Iglesias Independientes y Fundamentales de América) U.S.A. y
algunas otras diseminadas, para que el Señor en su Venida
halle a "Filadelfia" velando. Reivindican una de tantas declaraciones
de principios fundamentalistas, pero que no dice nada en su vertiente
eclesiástica. Mucho entusiasmo y seguramente sinceridad y todo
lo bueno que gozamos hallar en ellos. Que Dios los halle fieles, y
haya entre ellos quienes posean el carácter de los vencedores
de Filadelfia, es lo que desea el que esto escribe.
»Pasemos a Laodicea. La tibieza es lo que caracteriza el
último estado de la profesión en la Asamblea,
la cual ha llegado a un punto tal en relación con Cristo, que
éste debe vomitarla de su boca. No es la simple falta de
poder, sino la falta de corazón, el peor de todos los males.
Esta amenaza es absoluta y no condicional. Supone que el
rechazamiento es irremediable. Unida a la falta de corazón
para Cristo y su servicio, vemos en Laodicea mucha pretensión
a la posesión de recursos y de capacidad en sí mismos.
"Soy rica, dice, mientras que la realidad es que no tiene nada de
Cristo. Es la Iglesia profesante diciéndose rica sin tener a
Cristo como riqueza del alma por la fe". Esto escribe Darby.
»Ironside, dice que "Laodicea completa la serie septenaria y
nos trae prácticamente a la última condición de
la Iglesia profesante en la tierra, y que su forma de gobierno
está caracterizada por la democracia, pues dice que la
correspondiente a Laodicea es la era de la democratización,
tanto en el mundo como en la Iglesia". Heijkoop, escribe que Laodicea
es allí donde se ha apropiado la gracia y arrogado la
posición de un cristiano; donde el lenguaje cristiano es
corriente en su uso, y exteriormente la posición de la Iglesia
está en orden; empero donde se encuentra todo esto sin ejercer
influencia alguna sobre el alma. ¿No está descrito
aquí nuestro estado presente de manera conmovedora;
aquella situación cuyos principios arrancan de Filadelfia?".
Ya ven los hermanos que esto tiene un carácter de denuncia
para nosotros. "¿Cuál es la situación de los que
profesan reunirse solamente en Su Nombre y según Su Palabra?
¿Lo hacemos esto de verdad?"
»Ahora bien, ¿se trata del estado general de la Iglesia
de los últimos tiempos, es decir, de la Iglesia como un
conjunto, o bien es característico también de un grupo
determinado? Porque si las cuatro últimas Iglesias van
colateralmente hasta el fin, y en todas hay vencedores y sin embargo
el cuerpo profesante es juzgado, salvo en Filadelfia, en que no
hallamos reprensión, ¿cómo podemos identificar
un tiempo histórico que corresponda a cuatro estados a la vez,
si éstos se suceden uno tras otro, y si cada cuerpo religioso
tiene sus propias características y un juicio dictado a tenor
de las mismas?
»Desearía ser ayudado en esto. Mis preguntas no son
formuladas en plan de duda, ni tampoco objetando algún
desacuerdo. Tal vez todo está claro. Antes lo aceptaba todo
—en relación con estos pasajes— sin entrar en
cualquier análisis, pero ahora desearía ser esclarecido
en esto que nos toca tan de cerca y nos afecta tan
íntimamente.
—No seré yo quien trate, ni tan siquiera intente,
aclararte nada de esto que has expuesto, querido Graells —dijo
Roura—. Solamente debo decir que sigo esto con todo el
interés, y no por mera curiosidad. Comprendo todos los
interrogantes que el hermano plantea con su ejercicio y me
gustaría ayudarle, pero ya me conocéis. Yo mismo
necesito ser ayudado. Sugiero que oremos unos días sobre este
asunto en particular y que meditemos bajo la dependencia del
Espíritu. Dios nos bendecirá y nos guiará y
también nos guardará, porque hemos de ser humildes.
Todo esto es difícil. Si no «acomodamos lo espiritual a
lo espiritual», no haremos progresos, y podemos desviarnos, y
más tratándose de una cuestión profética.
¿Qué te parece, Juan? ¿no opinas así?
Juan Reguant, había escuchado, absorbiendo, por así
decir, todo lo que Graells exponía. No le era difícil
entrar en el ejercicio de su hermano. Familiarizados como estaban
entre sí, se captaban las ideas, porque la comunión
todo lo hacía fácil.
—Estoy de acuerdo con Roura, y es tarde ya. Conviene orar y
meditar. Pediremos por todo esto; que Dios nos sea propicio. Si es Su
voluntad, Él ordenará en nuestros espíritus la
interpretación provechosa para la mente y el corazón.
Oraron con fervor, y después de desearse mutuamente la
bendición del Señor en todo este negocio espiritual,
acordaron una fecha, hecho lo cual Roura y Graells se despidieron,
dejando a Lidia y a Juan Reguant, pensativos.
* * *
—Graells está documentado —dijo Lidia a su
esposo—: y a mí me gusta mucho este tema, pero
según me doy cuenta, pienso que él espera que tú
le ayudes a ordenar su mente —con la ayuda del
Señor— en relación con el tema de su ejercicio. La
exposición de su preámbulo, podríamos llamarlo
así, ha sido extensa, y lo que se ha dicho invita a la
reflexión. ¿Retienes en la memoria todo lo que ha
presentado? ¿Podrás satisfacer los deseos del hermano?
Que el Señor te ayude, amado. Ya sabes que ellos suelen
confiar en tus juicios, pero te ruego, Juan, que oremos mucho antes
de responder. Que sea el divino Maestro quien nos enseñe a
todos. Que seamos pequeños a nuestros propios ojos, y no
vayamos más lejos de nuestra medida.
—Estoy de acuerdo, Lidia. Cada vez me doy más cuenta
de que sin Él nada podemos. Pero su gracia me da confianza a
esperar todo de Él. He interpretado claramente lo que el
hermano piensa, aunque no retenga en mi memoria todas las palabras
que ha dicho. Graells es tenaz. Lee mucho, y conoce el ministerio
escrito de los hermanos. Tiene muy buen material en sus
estanterías. Además, su mente es lúcida y su
corazón desborda de amor para todos. Es un hombre liberado y
por eso habla así; tiene verdadero temor de Dios, y
éste es el secreto de lo mucho que ha adelantado. Es para
mí un gozo tener semejante hermano y amigo. Su tónica
no ha variado con el tiempo. Su fervor por Cristo es prioritario, y
de ahí se desprende su conducta en favor de los demás.
Su vida le confiere autoridad moral. Tiene un don de Dios. Cristo
llena su vida y su corazón. Ya sabes como le amo y cómo
he penetrado en la intimidad de sus sentimientos. Los años nos
han unido cada vez más, bien que somos de tendencias naturales
diferentes.
»Al verle solitario, en la vida del desierto, le he repetido
e insinuado varias veces sobre la necesidad de buscarse una fiel
compañera. Siempre me responde lo mismo. "Gracias, Juan. Veo
tu solicitud y te lo agradezco, y más en un caso tan
importante como éste. El fantasma de la soledad tiene
influencia sobre el corazón humano y en mi debilidad a veces
he pensado en ello, pero el Señor suple y aún
suplirá mi futuro terrenal. En otro aspecto, su don de gracia
me basta. El apóstol Pablo decía: 'Quisiera más
bien que todos los hombres fueran como yo'. Yo soy como él, en
este sentido. ¿Por qué tengo que cuidarme de unas
preocupaciones que embarazarían mi vida de soldado?". Tiene
razón el bueno de Graells. Bendito él, que tiene un don
que le permite consagrar toda su vida al servicio del Maestro. Tengo
pues, un profundo respeto por sus ejercicios que sin duda obedecen a
un deseo sincero. Supongo que te das cuenta que a todo lo que ha
expuesto, no puede uno responderle con ligereza. Graells es un
hermano dotado, y espero que esto aportará bendición
para todos.
Coloquio tercero
Esta tercera vez —y con el espíritu a la expectativa
de lo que el Señor fuera a enseñarles— se hallaban
nuevamente juntos.
Después de la oración, permanecieron silenciosos.
Tenían conciencia de la solemnidad de las cosas de Dios, y
meditaban.
Graells levantó la cabeza y dirigió una mirada a
todos, y finalmente con plácida serenidad se dirigió a
Reguant:
—Queridos hermanos, ahora soy yo quien desea oíros.
Hemos hecho una pausa que ha dado lugar a la oración, al
estudio y a la meditación. Espero que el Espíritu tiene
algo que mostrarnos sobre esta porción de la palabra de Dios
en que hemos meditado.
—Soy consciente —respondió Reguant—, de que
pides una respuesta de mi parte. La daré. Pero es solamente a
título de opinión personal. No adelanto ningún
juicio definitivo, ni como poseyendo alguna autoridad en mis
expresiones. Si unos hombres estudiosos y consagrados, parece ser que
no han llegado a salvar ciertas lagunas (no juzgo; es una simple
expresión), ¿qué podría hacer yo, cuando
tantas gracias he de dar a Dios por haber sido ayudado por los
escritos de estos siervos del Señor, en especial los del siglo
pasado? Ahora bien, por medio de ese bendecido ministerio,
situándonos en la hora presente, y con la Biblia abierta a
nuestra mente y a nuestro corazón, bien podemos confiarnos a
la bondad de Dios para ser enseñados de Él.
»No intento responder punto por punto a todos los
interrogantes que Graells presentó, ni entrar en todas las
consideraciones, documentales o personales que expuso. Ahí
quedaron ante nosotros, como el análisis objetivo de un tema,
no por lo inesperado, menos interesante.
»De todo lo que está ante nuestros ojos, y de todo lo
que tenemos noticia, debemos concluir que, como dice Ironside, no
existe ningún grupo denominacional visible, en este momento,
que pueda reivindicar para sí, el nombre o la posición
de Filadelfia. ¿Hemos de deducir por esto que Filadelfia
sólo es un estado y no un hecho en el tiempo? No. Creo que no
hemos de deducir tal cosa. Filadelfia es un hecho histórico en
su tiempo, y ahora es un estado allí donde se dan estas
condiciones —es decir—, las del Santo y el Verdadero: Las
de guardar la palabra de Dios y no negar su Nombre.
»¿Quiénes son? ¿Dónde están?
El Señor conoce a los suyos y Él es quien puede
identificar este remanente.
»Procuremos peregrinar en este espíritu, sin
reivindicar nada, y no caer por lo tanto en la soberbia e
irresponsable pretensión de «ser ricos, de habernos
enriquecido y no tener necesidad de ninguna cosa».
»Allí donde exista una asamblea local de creyentes que
guardan la Palabra y no nieguen Su Nombre (con todo lo que esto
implica), allí está representada Filadelfia. No tiene
ningún valor —ni ninguna autoridad administrativa y
sí una grave responsabilidad— el reivindicar una
comunión «oficial» de carácter universal,
como siendo poseedores de una ortodoxia doctrinal y posicional,
si las condiciones y las vivencias de los que las profesan
están marcadas por la esterilidad del corazón y el
amor al mundo. Esto no es Filadelfia; esto es Laodicea.
»Es innegable, creo yo, que estos estados y lo que
representan en la historia, coexisten a los ojos del Señor,
bien que nosotros podríamos equivocarnos si
pretendiéramos identificarlos como un grupo confesional
determinado, sea exclusivo, o bien confederado.
»Repito, pero, que esto no excluye la responsabilidad que
tenemos en manifestar el carácter positivo de Filadelfia,
tanto más cuanto tenemos el privilegio de conocer alguna cosa.
»Hay vencedores en los cuatro estados que coexisten en este
tiempo de nuestra historia; y esto no tiene contradicción.
Basta leer los finales de las cartas a las Iglesias. Si Dios se lo
propusiera, Él puede todo. Podría, por la poderosa
acción del Espíritu, preparar a su pueblo
uniformemente y de manera a ser distinguido para recibir al
Señor (y esto se creyó por un tiempo), pero parece ser
que un estudio serio de la Palabra no avala esta idea. De todas las
Iglesias que colateralmente van hasta el fin y que coexisten
históricamente en estos días (las cuatro
últimas), la suma de los vencedores en estos días es la
Esposa de Cristo, conjuntamente con todos los creyentes que nos
precedieron. Bien es cierto, no obstante, que sólo Filadelfia,
en tanto que Iglesia distinguida de las otras, está marcada
con el carácter de un testimonio colectivo, y esto es
consolador. El Señor tiene pues, un Testimonio, en medio de la
profesión. ¡Bendito sea su Nombre! Tiene un testimonio
hasta su venida.
»Después la profesión sin vida
proseguirá, y Babilonia corresponde a aquel sistema que
amalgamará a todos aquellos que sin tener la vida de Dios en
el alma, se descansaban en la militancia religiosa, sin pertenecer al
cuerpo de Cristo. Al final el juicio de Dios les alcanzará,
«por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser
salvos» (2 Ts 2:10). Esta es la consecuencia de la
apostasía.
»No quiero guardar para mí un reciente trabajo
aparecido en el "Messager Evangelique" debido a la pluma del hermano
A. Gibert, y que después de la redacción de estas
cuartillas apareció en el primer número del año
1977. Por creerlo de utilidad y muy ilustrativo en relación
con el tema que nos ocupa, ofrezco la traducción del mismo a
mis hermanos:
«AUN UNA PALABRA SOBRE FILADELFIA»
«"Es una interpretación generalmente reconocida, que
los estados representados por las cuatro últimas asambleas de
Apocalipsis caps. 2 y 3, aparecen sucesivamente y coexisten hasta la
venida del Señor. Filadelfia será arrebatada antes de
'la hora de la prueba', mientras que Tiatira, Sardis y Laodicea
continuarán profesando un cristianismo sin Cristo y sin vida,
del cual Babilonia será la común y final
expresión, que culminará en la destrucción de la
misma por el juicio de Dios, consumado antes de la aparición
del Señor en gloria.
»"Pero existe un punto que tal vez no se toma demasiado en
cuenta: éste consiste en que Filadelfia es la única de
las cuatro asambleas a la que el Espíritu se dirige como un
todo. Aquí no se trata de 'los otros' como en Tiatira,
ni de 'algunos' que como en Sardis no han ensuciado sus vestiduras,
ni tampoco de 'alguno' oyendo como el Señor llama a la puerta
como sucede en Laodicea.
»"Nadie duda que los fieles distinguidos de la masa en estas
tres asambleas participarán en el arrebatamiento, así
como también será el caso de los santos de
épocas precedentes y pertenecientes a otras dispensaciones,
pero es en Filadelfia y solamente en ella, que el Señor
—que va a venir presto— ve a la Asamblea como tal sin hacer
distinción de residuo alguno. Este era el caso de las tres
primeras asambleas (que representan estados históricos
cumplidos). La Iglesia era vista en su conjunto y exhortada
globalmente, sea a arrepentirse (Efeso y Pérgamo), o a sufrir
como en el caso de Esmirna. En Filadelfia, el Señor tiene ante
sí al conjunto de los que salidos de Tiatira y de Sardis
(habiendo salido esta última a su vez de Tiatira), quienes en
la debilidad y el oprobio, no niegan su Nombre, guardan su Palabra y
le esperan en medio de una apostasía que va madurando.
»"Tal era el caso con el residuo piadoso de Israel en otros
tiempos (Lucas cap. 1 y 2). Solamente él conoce a todos: sea
como individuos dispersados como cuerpos extraños en el seno
de las múltiples denominaciones eclesiásticas, o bien
reunidos por aquí y por allá apartados de la sinagoga
de Satán. Así fue también en el Avivamiento, del
cual únicamente Él sabe cuando o como ha operado el
Espíritu para producir y extender sus bendecidos efectos.
Así mismo continuará siendo todo hasta el
arrebatamiento. Todos éstos forman una compañía
cuyo conjunto es indiscernible para otros ojos que no sean los Suyos,
asociados a Sí (y no al mundo) y de Quien también
reciben promesas, ánimos y exhortación. Se dirige a
ella como Su asamblea , de tal suerte que una
agrupación que tomara para sí el nombre de Filadelfia
no podría por menos que hallarse en contradicción con
el estado filadelfiano. Esta pretensión sería la
reivindicación tácita de poseer la fuerza, cuando uno
de los caracteres fundamentales de Filadelfia es el tener poca
fuerza. Por otra parte, todo cuerpo particular que se denomina
Iglesia, fragmenta la unidad del único cuerpo de Cristo; pero
los principios de esta unidad permanecen, y toda reunión
efectuada realmente en el Nombre del Señor es invitada a
testificar en relación con esta singularidad que ya existe,
pero que es en Cristo y solamente en Él, asegurada por su
Espíritu y expresada en su Mesa. Si entendemos esto y nos lo
apropiamos, sentiremos más profundamente el alcance de la
promesa: 'Yo te guardaré de la hora de la prueba', así
como de la advertencia que acompaña el 'vengo en breve':
'Retén lo que tienes para que nadie tome tu corona'. ¿Y
no es acaso en el gozo más profundo del amor del Señor
por su Asamblea, marcada por la debilidad en cuanto a sí
misma, que se desarrollará este 'amor fraternal' inseparable
de un testimonio filadelfiano? Esto es precisamente lo más
opuesto a un espíritu sectario.
»"Laodicea, la cual aparece como la reacción de la
cristiandad profesante frente al Avivamiento filadelfiano,
añade al tradicionalismo de Tiatira y al de Sardis, el
modernismo que deja a Cristo fuera de la puerta.
»"Filadelfia o Laodicea: ¿Qué es de nosotros?"
»Lo dicho y lo transcrito es todo lo que me sugiere el ejercicio
de Graells y doy gracias a Dios por estas buenas veladas que hemos
pasado considerando tema tan sugestivo.
—Yo también doy gracias a Dios —intervino
Graells—. En pocas palabras, es difícil hallar una
respuesta tan clara como ésta, después de tanto
argumentar por mi parte ... —y sin dar tiempo a proseguir,
Roura, con su voz poco disciplinada, pero cálida,
entonó en solitario este conocido cántico de esperanza,
al que embargados y felices se unieron todos los demás:
- Jesús en breve volverá
- Y tomará Su pueblo a Sí
- Del mundo, y El nos llevará
- Al buen hogar del Padre allí
- Para Su rostro contemplar,
- Y Sus loores entonar.
- En breve nos vendrá a buscar
- Nos urge el tiempo redimir;
- Cuidemos siempre de agradar
- A Aquel que pronto ha de venir,
- Mirando atentos el albor
- Cual los que esperan al Señor.
- En breve el tiempo pasará
- ¿Por qué esquivamos nuestra cruz?
- Benignamente aliviará
- Su peso el Salvador Jesús;
- Y su divina bendición
- Será cabal compensación.
- ¡En breve; ven, Señor Jesús!
- La Esposa y el Espíritu
- Exclaman, y en plena luz
- Tu rostro han de ver, y Tú
- Presencia en el celeste hogar
- Por siempre en gloria disfrutar.
C. Sanz.
¿Son personajes ficticios? ¿Es esto un relato
ficticio? Puede que sí, … pero puede que no. Mas en
cualquiera de ambas vertientes que miremos, no podrá negar el
lector que fuera de desear que, o bien la ficción valiera una
realidad, o bien que la realidad no fuera una ficción.
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© SEDIN 1999
Gracias a José María Capuz y Sonia Alegre por el
trabajo de digitalización de la obra y su primera
corrección.