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Duane T. Gish, Ph.D.
H. M. Morris
Bolton Davidheiser
Santiago Escuain
David J. Rodabaugh
Norbert E. Smith

CREACIÓN,  EVOLUCIÓN
Y  EL  REGISTRO  FÓSIL*



2

EL ORIGEN DEL HOMBRE

por HENRY M. Morris, Ph. D. - Editor


La cuestión de los orígenes llega a su punto crítico cuando trata del problema del origen del hombre. ¿Es el hombre simplemente el producto de un proceso evolutivo naturalista, o es una creación especial, preparado por el Creador para ejercer dominio sobre la creación? El modelo evolucionista presenta al hombre como evolucionando lentamente a partir de un antecesor no humano, mientras que el modelo creacionista requiere que el hombre haya sido creado directamente como tal hombre, con un cuerpo y un cerebro completamente humano desde el principio.

La historia evolutiva que se enseña comúnmente en los centros educativos sugiere que el hombre y los simios fueron ambos derivados a partir de un antecesor común desconocido que existió en algún sitio hace de unos 30 a 70 millones de años. La línea conduciendo al hombre pasó a través de varias etapas culminando en el verdadero hombre hace de unos tres millones a un millón de años. Desde aquel momento, la evolución física del hombre cedió su puesto a la evolución cultural y social.

En apoyo de esta idea, los evolucionistas señalan un número de fósiles de hominoides (término que incluye tanto a los simios como a los hombres) y de homínidos (término que se aplica a la línea de individuos que conduce al hombre, pero que todavía son subhumanos) que presuntamente muestran varias etapas de la evolución prehumana. Los creacionistas, por otra, parte, insisten en que ésos son tan solo fósiles o de simios o de hombres. No de animales intermedios entre los simios y los hombres.

Esta es el área más sensible en el estudio de los orígenes. Los «hombres de las cavernas» son, para la mayor parte de la gente, algo sinónimo con toda la idea de la evolución. A los niños se les enseña, casi desde el primer grado, sobre estos antiquísimos hombres que vivían en cavernas y como finalmente, en tiempos muy antiguos, algunos individuos desconocidos de entre ellos descubrieron el fuego o inventaron la rueda. Aun cuando estas ideas no lleven la etiqueta de «evolución» al ser enseñadas, el efecto neto es condicionarlos en la etapa más temprana, con lo que más tarde aceptan la historia de la evolución humana total.

Pero examinemos la evidencia en este punto tan vital, el del origen del hombre.

A continuación presentaremos y discutiremos cada uno de los más importantes tipos de fósiles en el orden de su supuesta aparición evolutiva.

1.  Antecesor común al hombre y al simio

No se indica ningún nombre para este animal, ya que jamás se ha hallado ninguno de ellos, y ya que es una presuposición puramente evolucionista el que haya existido en absoluto. El modelo creacionista predice que este «eslabón perdido» jamás ha existido.

2.  Ramapithecus

El sufijo «pithecus» significa «simio», y se ha publicado un considerable número de fósiles de «pitecos» extinguidos, de los cuales algunos han sido considerados como posibles antepasados del hombre. Entre éstos se hallan el Dryopithecus, Oreopithecus, Limnopithecus, Kenyapithecus y otros, a todos los cuales se les asigna una edad de más o menos 14 millones de años.

La mayor parte de los antropólogos evolucionistas consideran que el Ramapithecus es el más importante de este grupo. Este fósil fue hallado en la India en 1932 y consiste en varios dientes y fragmentos de mandíbula. Algunos evolucionistas consideran esta forma como homínida debido a que, a pesar de ser simiesca, tanto los dientes incisivos como los caninos son más pequeños que en los simios modernos. No obstante, el Dr. Robert Eckhardt, de la Pennsylvania State University, en un estudio exhaustivo de todo este grupo de fósiles, declaró:

«Parece que hay muy poca evidencia en base de estos cálculos de tamaños de dientes, cuanto menos, para poder sugerir a causa de ello que son varias las especies representadas en los fósiles dryopitecinos del Mioceno Posterior, y del Plioceno primitivo del Viejo Mundo. Tampoco hay ninguna evidencia concluyente de la existencia de ninguna especie homínida durante este intervalo de tiempo, a no ser que entendamos por la designación «homínido» a cualquier simio individual que resulte tener dientes pequeños y una cara resultante pequeña. Los hominoides fósiles tal como el Ramaphitecus pueden bien ser los antecesores de la línea homínida en el sentido de que fueran miembros individuales en una línea filética evolutiva a partir de la cual divergieron más tarde los homínidos. Pero ellos mismos parecen haber sido simios morfológicamente, ecológicamente y por sus hábitos». [1]

 Con toda probabilidad, pues, estos diferentes fósiles son meramente de diferentes individuos de la misma clase básica de simios extintos. Con toda certidumbre no pueden ser considerados como antepasados de los hombres. Sus peculiares dientes están con toda probabilidad condicionados por su dieta particular; no, por cierto, por ninguna conexión con el hombre.

3.  Australopithecus

Este nombre (que significa «Simio Austral») ha sido asignado a un considerable número de diferentes fósiles, hallados mayormente en África Oriental por Louis Leakey y otros. Además de aquéllos designados con el nombre de Australopitecos, hay otros asignados a este grupo como el Zinianthropus, Paranthropus, Plesianthropus, Telanthropus y Homo Habilis.

Se considera que el Australopithecus vivió hace de unos dos a tres millones de años, que caminaba erguido y que utilizaba herramientas rudimentarias. No obstante, el tamaño del cerebro era solamente de unos 500 c.c., el mismo que el de algunos simios. Los dientes eran similares a los del Ramapithecus.

Durante muchos años los antropólogos han estado divididos y confundidos en cuanto a los Australopitecos, algunos convencidos de que fueron antepasados del hombre, y otros convencidos de que se trata de una «vía muerta» evolutiva. No obstante, parece que el asunto ha sido ya decidido a causa de los últimos hallazgos de Richard Leakey, hijo de Louis Leakey, que ha continuado la obra de su padre. Los hallazgos de varias series, la mayor parte completas, de restos del Australopithecus ha exigido varios cambios significativos en la interpretación de su significado.

«Había sido difícil hallar fósiles de las extremidades del Australopithecus, pero ahora Leakey posee una muestra extensa. De ellos se saca la consecuencia de que el Australophitecus poseía largos brazos y piernas cortas. Probablemente andaba de una manera no erguida, al revés de lo que muchos arqueólogos creen en el presente». [2]

En otras palabras, el Australopithecus tenía no solo un cerebro de simio, sino también toda la apariencia de un simio y andaba como ellos. Él, lo mismo que el Ramapithecus, es indudablemente un simio extinguido, tan solo.

La razón de que poseyera estos dientes tan peculiares, lo mismo que en el caso del Ramapithecus, era probablemente a causa de su habitat y de la dieta resultante. En relación a esto podemos decir que, hoy en día, existe en Etiopía una especie de simios, un babuino, Theropithecus galada, que tiene unas características dentarias y mandibulares muy parecidas a las del Ramapithecus y del Australopithecus. Las características «homínidas» de los dientes y de la mandíbula de este babuino están, en toda apariencia, relacionadas con su habitat y dieta; ¡no son en absoluto indicativas de ninguna convergencia hacia la situación humana!

4.  Homo erectus

Son varios los hombres fósiles que están a grupados bajo el nombre genérico de Homo erectus, incluyendo a los bastante notorios Hombre de Java, Hombre de Pekín, Hombre de Heidelberg, y Meganthropus. Se cree que vivieron hace unos 500.000 años, que andaban erguidos, que sus cerebros medían unos 1.000 c.c., y que habían desarrollado una cultura rudimentaria que se componía de utensilios y armas simples.

No obstante, la evidencia que apoya toda esta historia es equívoca, por decir poco. El Hombre de Java fue más tarde rechazado por su propio descubridor, y los huesos del Hombre de Pekín desaparecieron durante la Segunda Guerra Mundial, no siendo conseguibles en la actualidad para su examen. El Hombre de Heidelberg consistd tan solo en una gran mandíbula y el Meganthropus consiste en tan solo dos mandíbulas inferiores y cuatro dientes, y hay muchos que lo han clasificado con los Australopitecos.

No obstante, se han hallado otros fósiles, según todas las apariencias pertenecientes a este tipo general, en otras partes del mundo. Bien podría ser que el Homo erectus fuera un verdadero hombre, pero algo degenerado en tamaño y en cultura, posiblemente a causa de aislamiento y de la resultante consanguinidad, de una dieta insuficiente y de un medio ambiente hostil. En cualquier caso, los últimos descubrimientos relacionados con el Homo erectus y sus restos parecen eliminarlo como posible antepasado del hombre moderno:

«Cráneos que fueron sepultados hace unos escasos 10.000 años sugieren que, en un tiempo cuando en las otras partes del Viejo Mundo la especie sucesora Homo sapiens estaba pasando de la caza y recolección a la agricultura, individuos del tipo Homo erectus persistían en Australia». [3]

Estos cráneos Homo erectus, hallados en Australia, muestran que el hombre moderno había estado en existencia ya mucho antes, eliminando al Homo erectus como posible antepasado; lo más posible es que sea un descendiente decadente.

Algunos pueden poner en duda la verdadera condición humana del Homo erectus basándose en lo pequeño de su cerebro (900–1.100 c.c.), pero no hay razón para esta objeción, puesto que este tamaño está claramente dentro del rango de tamaños de cerebro del hombre moderno, aunque en el extremo bajo de la clasificación. Además, no hay una correlación necesaria del tamaño del cerebro con la inteligencia:

«De hecho, el aumento del volumen del cerebro nos dice poca cosa por sí mismo, ya qué nos revela meros cambios en la organización interna del cerebro a una variedad de niveles». [4]

5. Hombre de Neanderthal

El más famoso de todos los pretendidos «eslabones perdidos» es el Homo neanderthalensis, presentado durante más de cien años como un ser encorvado, de apariencia embrutecida, con pronunciadas arcadas supraorbitales, y practicando los hábitos más crudos. Son muchos los restos esqueletales disponibles hoy en día, y ya no hay más ninguna duda de que el Hombre de Neanderthal era verdaderamente humano, Homo sapiens, no más diferente del hombre moderno que las diferencias hoy día existentes entre las varias tribus del hombre moderno. Su capacidad cerebral era ciertamente humana, como Dobzhansky ha señalado:

«La capacidad craneal de la raza Neanderthal de Homo sapiens era, en promedio, igual o aun mayor que la del hombre moderno. La capacidad craneal y el tamaño del cerebro, no obstante, no son criterios confiables para determinar la inteligencia o las habilidades intelectuales de ninguna clase.» [5]

Por lo que se refiere a la estructura encorvada del Neanderthal, la mayor parte de los antropólogos creen hoy en día que era debido a enfermedad, posiblemente artritis o raquitismo.

«El hombre de Neanderthal puede haber tenido su apariencia debido a que sufría raquitismo, y no porque estuviese relacionado de cerca con los grandes simios, sugiere un artículo en la publicación británica NATURE . Concluyentemente, la dieta del hombre de Neanderthal careció de vitamina D durante los 35.000 años que transcurrió en la tierra». [6]

Se conoce que el Neanderthal cultivaba flores, fabricaba elegantes herramientas, pintaba figuras, y practicaba cierta clase de religión, enterrando a sus muertos. Existe ahora además cierta evidencia de que el hombre de Neanderthal, o algunos de sus predecesores, tenían una forma de escritura.

«La comunicación por medio de signos inscritos puede hallarse en tiempo tan remoto como 135.000 años atrás en la historia humana. Alexander Marshack, del Museo de Harvard Peabody, se pronunció en este sentido recientemente, después de un intenso estudio microscópico de una costilla de buey de una antigüedad de unos 135.000 años cubierta con inscripciones simbólicas. Los resultados de sus hallazgos son que esto es una muestra de «preescritura», que hay una concluyente semejanza de estilo cognoscitivo entre ésta y aquella posterior en 75.000 años y ... establece una tradición de inscripciones que se extiende a lo largo de miles de años». [7]

6. El Hombre Moderno

Contrariamente a la opinión común, existe mucha evidencia de que el hombre moderno existió coetáneamente con todos estos dudosos hipotéticos antecesores.

«El año pasado Leakey y sus colaboradores hallaron tres mandíbulas, huesos de piernas y más de 400 herramientas de piedra elaboradas por el hombre. Los especímenes fueron atribuidos al género Homo y fueron datados en 2,6 millones de años.
    »Además, Leakey describió la forma completa de la cavidad craneal como claramente dirigiéndonos al hombre moderno, faltándole las pronunciadas arcadas supraorbitales y los gruesos huesos característicos del Homo erectus.
    »Además de la aun no nombrada calavera, la expedición desenterró partes de los huesos de las piernas de otros dos individuos. Estos fósiles muestran sorprendentemente que la locomoción bípeda, singularmente humana, ya se había desarrollado hace tanto como 2,5 millones de años». [8]

Aquí, según todas las apariencias, tenemos buena evidencia de que el hombre moderno –moderno anatómicamente, al menos– vivía con anterioridad al Neanderthal, al Homo erectus, ¡y hasta con anterioridad al Australopithecus! De esta manera, colocamos al hombre bien dentro de la Era Pliocénica y, para todo propósito práctico, eliminamos completamente su imaginaria línea de descendencia.

En un reciente artículo de divulgación. Ronald Schiller ha señalado la confusión presente entre los antropólogos:

«El origen del hombre ya no es conceptuado más como una cadena en la que faltan algunos eslabones, sino como una enredada vid cuyos pámpanos se enredan unos con otros conforme las especies se cruzan para crear nuevas variedades, la mayor parte de las cuales se extinguieron... Podría ser que no hayamos descendido de ninguno de los tipos humanos previamente conocidos, sino que hayamos descendido de una línea propia directa». [9]

Ahora que se empieza a reconocer que el origen del hombre es más primitivo (hablando geológicamente, en términos del sistema de tiempo geológico «ortodoxo») de lo que se pensaba previamente, quizás los antropólogos considerarán seriamente los muchos otros fósiles de hombre moderno que habían sido previamente señalados en estratos más primitivos, pero que habían sido ignorados o aparentemente refutados.

Por ejemplo, tenemos las calaveras de Castenedolo y Olmo, halladas en Italia en 1860 y 1863 respectivamente. Ambas fueron identificadas como modernas, y no obstante habían sido halladas en estratos del Plioceno no removidos. El cráneo de Calaveras fue descubierto en California en 1886, también en depósitos del Plioceno, y también era un cráneo moderno completamente desarrollado. Todos estos fueron bien documentados en su día, pero vinieron a ser más o menos ignorados y olvidados. Se ha informado también de muchos otros, pero ha sido difícil obtener de éstos documentación que fuera convincente. En todo caso, parece que el asunto debe ser reabierto.

En estas anteriores consideraciones hemos tomado como buenas las diversas edades asignadas a los diferentes fósiles de homínidos y de humanos. Han sido obtenidas mayormente por el método Potasio-Argón y otros métodos actualistas, que tienen su lugar en el marco estándar de tiempo geológico.

Existen varios estudios críticos sobre estos métodos, en los que se muestran las fuertes razones para descartarlos completamente, [10] a pesar de su popularidad entre medios científicos. De estas críticas, que por ser demasiado extensas para el espacio del que disponemos no reproducimos aquí, remitiendo al lector a la anterior referencia [10], concluimos que es evidente que el modelo creacionista interpretaría todos estos fósiles anteriores en un contexto cataclísmico–postcataclísmico, dentro del período de los últimos 10.000 años, aproximadamente. Pero de todas maneras, nuestro propósito ha sido mostrar que no hay ninguna evidencia que apoye el supuesto origen evolutivo del hombre desde un antepasado simiesco.

Aún en términos de la cronología standard, y aceptando la evidencia fósil tal como nos es presentada desde el punto de vista evolucionista, hemos mostrado que no hay evidencia objetiva de que el hombre evolucionara a partir de un simio, o de cualquier otra clase de ascendencia animal. En todo lo que está relacionado con la verdadera evidencia fósil, el hombre siempre ha sido un hombre, y el simio siempre ha sido un simio. No hay formas intermedias o de transición que conduzcan al hombre, así como tampoco hay formas transicionales entre las otras formas básicas de animales en el registro fósil.

Esta, naturalmente, era la explícita predicción del modelo Creacionista con respecto al origen del hombre.


[1] R. B. Eckhardt, “population Genetics and Human Origins”, Scientific American, Vol. 226 (Jan. 1972), p. 101.
[2] “Australopithecus a Long-Armed, Short-Legged Knukle-Walker”, Science News, Vol. 100 (Nov. 27, 1971), p. 357.
[3] “Last Adam”, Scientific American, Vol. 227 (Oct., 1972), p. 48.
[4] D. R. Pilbeam, “Review of The Brain in Hominid Evolution ” (New York: Columbia University Press, 1971), págs. 170; Science (March 10, 1972), p. 1101.
[5] T. Dobzhansky, “Changing Man”, Science, Vol. 155 (Jan. 27, 1967), p. 410.
[6] “Neanderthal padecía raquitismo”, Science Digest, Vol. 69 (Feb. 1971), p. 35. (La referencia a NATURE es a un artículo de Francis Ivanhoe en el número del 8 de Agosto, 1970).
[7] “Use of Symbols Antedates Neanderthal Man”, Science Digest, Vol. 73 (March, 1973), p. 22.
[8] “Leakey's Skull Changes our Pedigree and Lengthens our Past”, Science News, Vol. 102 (Nov. 18, 1972), p. 324.
[9] R. Schiller, “New Findings on the Origin of Man”, Reader's Digest (August, 1973), pp. 89-90. Octubre 1973, pág. 59 en la edición británica de Reader's Digest.
[10] H. S. Slusher, Las Dataciones Radiométricas–Crítica (SEDIN / CLIE, Terrassa 1980); T. G. Barnes, Origen y De stino del Campo Magnético de la Tierra (SEDIN / CLIE, Terrassa 1981).


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Traducción del inglés: Santiago Escuain
© Santiago Escuain 1977, por la traducción
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