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EL HOMBRE FÓSIL

Frank W. Cousins


2—EL PROBLEMA BIOLÓGICO Y GENÉTICO

El rocío de tu nacimiento procede del vientre de la mañana. Sal. 110:3.

Se precisa en el acto de unas palabras de explicación acerca de la razón de la inclusión de un breve capítulo sobre genética en una obra dedicada al hombre fósil. Es difícil ver cómo se podría ignorar en cualquier argumento acerca del linaje del hombre, y sin embargo los huesos fosilizados no ofrecen la más mínima pista al genetista interesado en las relaciones o interfertilidad de los dueños de dichos huesos durante su vida. La realidad es que el argumento acerca de la descendencia del hombre o del quasi-hombre en base de una cantidad de huesos fosilizados es una mera abstracción e hipótesis—sin recurso a experimentos de reproducción en los que apoyarse. Las relaciones de descendencia, en este campo de investigación, se basan forzosamente en el arte de la anatomía comparativa y en biometría, en muchos casos en la craneometría. Pero nada de esto da indicación alguna en la búsqueda en pos de una genealogía. Pero si los huesos yertos no sirven de guía a los genetistas, ¿no deberíamos cerrar la indagación desde el punto de vista de la genética? No del todo, por cuanto se afirma muy ampliamente que el argumento en favor de la descendencia del hombre desde un ser inferior en la escala del reino animal está establecido como cierto. La evolución1 del hombre, nos dicen los evolucionistas, es sólo una pequeña parte de una gran cadena biológica que comienza desde un primitivo protozoo como la ameba. La prueba de la evolución del hombre, es decir, de su origen mediante graduales transformaciones a partir de un protozoo (un animal unicelular) puede proporcionarse de manera irrefutable sólo mostrando que hay un nexo ininterrumpido que vincula a los protozoos con el fílum de los metazoos y de los vertebrados. Para tener una evidencia completa, se tendría que añadir alguna evidencia que apoyase al menos que un miembro de los vertebrados se haya transformado en un miembro de los Hominidae. Nunca se ha podido proporcionar evidencia de ello, y ningún biólogo ha podido, hasta la fecha (1970), mostrar una sola transformación de un simple protozoo a un simple metazoo2—ni de un vertebrado a otro.


Filogenia Animal - según de Beer

Este árbol filogenético es típico de la manera en que los evolucionistas presentan su argumento. Ha sido vuelto a dibujar por el autor basándose en la obra de de Beer, Atlas of Evolution [Atlas de Evolución], Nelson, 1964, pág. 155. Al presentarlo, dice de Beer: «Los animales evolucionaron desde las Protophyta por pérdida de clorofila y adquisición de la nutrición holozoica. Desde los protozoos, las Parazoos produjeron esponjas y los Metazoos dieron origen a dos grupos principales que llevaron respectivamente a los invertebrados superiores y a los vertebrados». No hay evidencia de una cadena evolutiva así. No hay evidencia al principio de la cadena de que ningún simple protozoo se haya transformado a un simple metazoo.3 Este autor no encontró dificultad alguna en dibujar este árbol filogenético, pero las líneas, las pendientes de las líneas, el grosor de las líneas, la graciosa curva hacia arriba de las líneas, no deberían confundirse con una evidencia de verdaderos vínculos genealógicos.4

En tal situación, es a mi juicio una exhibición de descaro intelectual hablar de «la cadena biológica» o intentar mostrar sólo mediante dibujos una serie filogenética en la que las líneas «de conexión» o flechas forman la base entera de los imaginados vínculos. Este es un ejemplo de lo que el Profesor Thompson denomina, en su crítica5 del argumento darwinista, «un escandaloso rebajamiento de las normas científicas».

Así, es una irresponsabilidad de parte de cualquier antropólogo declarar que la evolución del hombre puede ser demostrada por medio de un argumento restringido solo a diferencias dentro de la familia Hominidae o la especie Homo sapiens. El intento de demostrar la evolución dentro de la familia de los Hominidae es reprensible por la elemental razón de que la especie es una construcción artificial —sin validez en la naturaleza, y sin posible recurso a experimentos de reproducción para su apoyo. Hay poderosas razones para creer, por ejemplo, que todos los hombres son interfértiles, y que por ello pertenecen a la misma especie Homo sapiens. El recurso de los evolucionistas a pequeñas mutaciones dentro de las especies no puede tener significado para la evolución como tal, por cuanto las pequeñas y continuas desviaciones desde el tipo original nunca pueden constituir un nuevo tipo específico —sólo oscilan alrededor del antiguo y nunca se separan de la especie madre. Lo cierto es que incluso los grandes mutantes (y aun más los pequeños mutantes) son interfértiles con ella. Por ello, se ve que existe una incompatibilidad de principio. Y la principal objeción del Profesor Kolliker al darwinismo en su época fue expresada en estos términos: «No se conocen ningunas formas de transición entre especies existentes; las variedades, tanto si son seleccionadas como si son espontáneas nunca llegan tan lejos como para constituir especies». Desde un punto de vista genético, podemos decir que si nos retrotraemos en el tiempo, la población humana disminuye más y más hasta que llegamos a las unidades reproductivas más pequeñas, esto es, un varón y una hembra humanos. Debido a que el proceso de formación de razas y de especiación va acompañado de una irreparable pérdida de genes (o de potencial de recombinación), las especies anteriores deben haber poseído más genes que las posteriores. Pero esta pérdida no puede seguir de manera indefinida. Por ello, tenemos que suponer que los genotipos básicos, incluyendo el hombre, aparecieron en la tierra dotados de un enorme potencial genético (constituyendo así la base de un fílum) y para este fenómeno es apropiado el término generatio spontanes. «Generación espontánea», tomado en este sentido, no dice nada acerca del origen absoluto u original del hombre mismo. No es nada más que un concepto descriptivo que limita nuestro horizonte teórico de la experiencia (genética).

A menudo se pierde de vista que en tiempos de Darwin el principal problema de la formación de las especies era si se podría demostrar que existían diferencias heredables entre las especies. Hace ya mucho tiempo que este problema quedó resuelto con la obra de Mendel. El problema tiene en la actualidad un planteamiento muy diferente, y es éste: ¿Se están formando nuevas especies en la actualidad?

El Profesor H. N. Nilsson señala que sólo dos teorías intentan proporcionar respuesta al problema y que al mismo tiempo ofrecen una posibilidad de ensayo. Todas las demás pertenecen al campo de la especulación filosófica. Las dos teorías son el Lamarckismo y las Mutaciones. Ninguna de las dos es capaz de «producir» nuevas especies. En los experimentos lamarckianos acerca de la evolución mediante adaptación, las conclusiones son tan contundentes que la idea de una adaptación mediante modificaciones heredadas queda relegada a la oscuridad de la especulación no verificada. Esto no impide a de Beer,6 en una reciente obra de divulgación, mostrar mujeres-jirafa en Birmania y árboles inclinados por el viento en un capítulo titulado «Acción mecánica que produce variación fenotípica»; pero de Beer tiene que saber que las mujeres-jirafa no dan a luz descendencia del tipo jirafa.

El problema de la mutación es complejo, y el lector interesado debería consultar la fascinante y autorizada obra de Nilsson.7 El problema es enfocado de manera precisa al considerar esta pregunta: ¿Poseen las mutaciones, tanto las espontáneas como las inducidas, más vitalidad que la especie madre? Esta es una pregunta fundamental. Las mutaciones pueden ser tan numerosas como los granos de arena en la playa; puede que se originen de muy diversas maneras; pero si no pueden competir con su variedad madre en una población natural, carecen de cualquier valor en el proceso de especiación —y no puede darse ninguna evolución.

Se puede mostrar, en base de los experimentos de Gonzales,8 Timofeeff-Ressovsky9 y Gustafsson,10 que en ningún caso se puede mantener que ninguno de los mutantes estudiados tuviera una mayor vitalidad que la especie madre. Por ello mismo, los mutantes tienen que ser considerados como variedades que sólo pueden existir bajo condiciones experimentales. Puede que aparezcan en la naturaleza, pero son inmediatamente eliminados y erradicados. Concluyamos esta breve nota con el poderoso y provocativo comentario del Profesor Nilsson:

«Una estrecho examen saca a la luz una imposibilidad empírica inherente en el concepto evolucionista. Si afirmamos que el Homo ha evolucionado desde la Ameba a lo largo de millones de años, no lo encontramos imposible, porque las diferencias entre las especies son biológicamente incomprensibles. Si como eslabones de la cadena escogemos animales específicos que son algo más similares al hombre, la aceptación no resulta entonces tan fácil para la mente. La declaración de que el hombre ha sido sucesivamente un bacalao, un ornitorrinco y un gorila repugna al pensamiento, porque estos cambios están fuera de nuestra comprensión empírica; pertenecen al mundo de Alicia en el País de las Maravillas.Si se sugiere que la evolución del hombre ha pasado por etapas de pez, reptil y simio podemos aceptar la declaración como no imposible, pero en hecho se trata de una repetición de la misma idea. Se debería tener en mente siempre el argumento del eminente anatomista K. E. von Baer: “Gradualmente aprendemos a considerar a las diferentes especies animales como evolucionadas de otras —y nos olvidamos de que esta metamorfosis es sólo una manera de expresar los hechos”.»

El estudioso puede aceptar que se le recuerde con algún mayor detalle la manera en que aparecen las variedades y el gran aumento de conocimiento que se ha conseguido acerca de esta cuestión desde los tiempos de Darwin. Por cuanto la observación es que los organismos se reproducen según su naturaleza, Darwin propuso la doctrina ahora desacreditada de la pangénesis.

Según esta teoría hay portadores de la herencia, pangenes, que el torrente sanguíneo lleva a los órganos sexuales y a las células germinales. Por este medio un cierto órgano, a causa de condiciones externas cambiadas, adquiere una función más fuerte, de modo que los pangenes aumentan y se transmiten a las células sexuales en esta forma multiplicada. De ahí, la progenie obtiene este órgano más poderosamente desarrollado. Estas características adquiridas, según Darwin, llegan así a ser hereditarias, pero él siempre había mantenido previamente que el medio no tenía parte alguna en el proceso evolutivo. Todo esto parece grotesco en la actualidad, en vista del redescubrimiento por parte de deVries de la obra de Mendel, que él rescató del olvido. Estos descubrimientos dieron un nuevo aspecto al problema del origen de las especies, porque nos mostraron que la pauta individual de la especie está controlada por los genes, que son supremos e inmutables. Así, si dos individuos tienen unas unidades hereditarias diferentes, estos genes no pueden fundirse en un nuevo gene en la descendencia. Pero cuando se cruzan dos variedades diferentes, tiene lugar en la descendencia una recombinación de los genes libres de modo que se constituyen nuevas variedades. Si los progenitores difieren en 10 rasgos, se pueden formar no menos de 1024 nuevas variedades. El más grande logro de Mendel reside en haber resuelto el conflicto entre herencia y variación. El mendelismo nos introduce en un nuevo concepto, por cuanto las formas de variabilidad que Darwin y otros habían imaginado como emergiendo sucesivamente unas de otras a lo largo de las eras en una cadena interminable surgen en un solo momento de uno y el mismo cruce en sus millones como una gran esfera de variantes. Estas variantes se pueden clasificar según su apariencia en una serie, pero NO han aparecido en aquella serie. Nosotros clasificamos todo según la SEMEJANZA, pero la semejanza NO demuestra una semejanza evolutiva, SÓLO una semejanza constitucional. Nada será mejor que dejar que la autorizada voz del difunto Profesor Nilsson explique la historia.11

«Así, el mendelismo ha resuelto el problema de la variación y también el problema de la herencia, pero al mismo tiempo su consecuencias sobre la teoría de la evolución son similares a las de un peñasco que caiga en un estrecho riachuelo. Porque el principal resultado del descubrimiento de Mendel es este: Los genes son constantes.La variación estácausada por la recombinación de los genes, no por el cambio de los mismos. Por ello, la variación queda limitada por las posibilidades combinatorias de los genes. Y estas quedan limitadas por las posibilidades de cruce. Además, por cuanto los individuos pertenecientes a diferentes naturalezas de plantas o animales no pueden siquiera emparejarse, y mucho menos producir progenie, la combinación de las variaciones queda limitada al interior de la especie. Se forman variantes, se entrecruzan y vuelven a surgir en una secuencia caleidoscópica dentrode la especie. Pero la especie permanece constante como una esfera de variaciones.Las diversas especies permanecerán como círculos que no intersectan. Las especies son constantes.

    »Con la solución del conflicto entre variación y herencia, ha surgido un nuevo conflicto, el que existe entre Mendelismo y evolución. ¿Es grave este conflicto?

    »Hasta ahora no hemos llegado exactamente a un punto crítico. Una posibilidad que queda es que se puedan formar nuevas unidades hereditarias, nuevos genes. ¿Y cómo puede suceder esto? Por mutación.

    »La aparición de mutantes se ha observado no sólo en plantas sino también en animales. Y la especie de la que más se habla en la actualidad, y la más estrechamente estudiada con respecto a su mutabilidad es la pequeña mosca de la fruta, la Drosophila melanogaster.

    »Así, tienen lugar mutaciones, esto es, aquellas formas de variaciones que no se pueden clasificar en el sistema ordinario de variaciones mendelianas. Se dice que surgen espontáneamente por un repentino cambio genético o por un cambio en los elementos portadores de los genes —los cromosomas— en el núcleo de la célula. Aquí tenemos entonces un factor de una regeneración totalmente nueva con respecto a las variaciones. Aquí tenemos nuevas posibilidades de evolución.

    »Pero —y aquí tenemos realmente otro pero—, no hay suficiente con que se formen mutaciones. Debemos tener la seguridad de que sean causadas por cambios en los genes, y de que el cambio sea positivo, en una dirección evolutiva.

    »Recientes investigaciones han demostrado que en ciertos casos las mutaciones no se deben a cambios en genes. Y surgen de una manera totalmente inesperada y totalmente fantástica. Se ha descubierto que ciertas variedades son, nos sentimos inclinados a decir, una clase de entidades dobles. También han recibido el nombre de quimeras. Estas variedades se encuentran entre nuestro pelargonio común. Se las reconoce por sus hojas abigarradas. Si llevamos a cabo un examen anatómico de una planta con hojas con márgenes blancos, observaremos que la capa o capas exteriores de células están formadas por células blancas, pero que debajo hay tejidos verdes. Toda la planta es como una estructura verde cubierta de un manto blanco. Así, estas variedades han sido designadas como quimeras periclinales.

    »Pero sucede que en ciertos casos aparecen ramas con hojas puramente verdes en estas plantas con márgenes blancos. Se pensaba antes que había tenido lugar una mutación, en este caso perjudicial. Pero ahora que conocemos la naturaleza de la planta, el proceso recibe una explicación bien diferente.

    »Han causado sensación en años recientes los experimentos efectuados por el científico americano Muller en el que suscitó mutaciones en la Drosophila por medio de irradiación con rayos X. Las quimeras (mosaicos) se conocen también en la Drosophila; lo cierto es que no son cosa infrecuente, y es muy probable que en este caso la radiación sólo causara perturbaciones en el tejido por medio del que se diferenciasen constituyentes quiméricos ocultos, de la misma manera que en el caso anteriormente mencionado. Se descarta que el proceso de mutación sea de manera general causado por radiaciones naturales, por cuanto no llegan a los valores cuantitativos precisos para suscitar mutantes experimentales. En la actualidad es imposible determinar qué proporción de los mutantes conocidos son causados por verdaderos cambios, y qué proporción está causada por una diferenciación del tipo de la quimera. Pero si suponemos que en todo caso algunos de ellos son mutaciones genéticas espontáneas, siguen permaneciendo algunas cuestiones que exigen una respuesta, esto es, si van en una dirección positiva y si tienen un valor selectivo evolutivo.

    »Por lo que respecta a la primera cuestión, es destacable el hecho de que la inmensa mayoría de los mutantes no han adquirido ningún nuevo carácter por mutación, sino que han perdido uno de los genes de la especie. Son mutantes por pérdida. Para erigir una evolución con tales mutantes sería necesario suponer que con la pérdida de genes va asociada una más elevada diferenciación, un desarrollo. La consecuencia de ello sería que la ameba debería estar dotada con un fondo de genes enormemente superior al del Homo, y nadie aceptará la consecuencia de tal punto de vista. Porque entonces los vertebrados serían, en su dotación genética, sólo amebas muy adelgazadas.

    »Sin embargo, una proporción muy pequeña de mutantes parecen haber sido enriquecidos con un gene, parecen ser mutantes progresivos. Y en el caso de los mismos será entonces de gran importancia la última prueba: ¿Tienen un valor selectivo que les capacite no sólo para prevalecer en la lucha por la existencia sino también para sustituir a la especie progenitora?

    »Por lo que respecta a la viabilidad, los mutantes están por lo general mal equipados. No menos de 60 de los 400 mutantes de la Drosophila han obtenido el nuevo carácter para perecer. Las plantas deficientes en clorofila y diabéticas y moscas con alas inútiles o con patas partidas están naturalmente condenadas a una rápida eliminación. Pero incluso los mutantes menos divergentes presentan una constitución más débil y una menor longevidad que la especie progenitora. Esto aparece de manera clara y concluyente en el hecho de que no se encuentran en la naturaleza mutantes de Oenothera ni de Drosophila. Naturalmente, aparecen, y se pueden encontrar casualmente, pero pronto son eliminadas y no forman un componente del fondo de la naturaleza, y mucho menos puede sustituir la especie actual. Evidencian ser sencillamente variantes no viables, y que podemos ver sólo en ciertas circunstancias favorables de cultivo, pero que en la naturaleza son rápidamente barridas y desaparecen sin dejar rastro. Y esto es cierto de los mutantes dominantes lo mismo que de los mutantes por pérdida. Como regla, se puede decir que cuanto más divergente sea un mutante, menos viable es. Intentar edificar una evolución en base de mutantes es más que difícil. Es como lanzarse a un mar tempestuoso en un cascarón.

    »Es evidente que las investigaciones de las últimas tres décadas acerca del problema del origen de las especies no han podido mostrar que se forme mediante mutaciones un material de variación capaz de competición en la lucha por la existencia. Además, ha resultado también imposible demostrar una adaptación progresiva por medio de la transmisión de los caracteres adquiridos (todos los numerosos experimentos efectuados han dado resultados negativos). Por ello, somos llevados a la conclusión de que la teoría de la evolución no ha sido verificada por investigaciones experimentales acerca del origen de las especies.»

Este comentario, que procede de una autoridad mundial en paleobiología, fue hecho ya hace treinta años, pero, ¿sabe alguien de ninguna evidencia que lo refute?

Que cada lector examine su posición intelectual con sinceridad. Si su estudio acerca del tema es superficial, que examine lo que los biólogos consideran como la obra más erudita disponible acerca del tema: Me refiero a la obra del doctor Ernst Mayr, Animal Species and Evolution, de Belknap Press, de Harvard University Press (Cambridge, Massachusetts, 1965). Verá allí la deficiencia del argumento evolucionista, por cuanto el doctor Mayr no trata acerca de los argumentos del Profesor Nilsson, pero declara (en las págs. 174-181) que

«No se debe olvidar que las mutaciones son la fuente última de todala variación genética que se encuentra en las poblaciones naturales y que es la únicamateria prima sobre la que puede trabajar la selección natural.»

En base de mi propio estudio acerca del problema, tengo la certidumbre de que no se conoce ningún mecanismo satisfactorio para la evolución y que esta hipótesis se mantiene por razones filosóficas.

Este punto de vista es ampliamente sustentado por la contribución de la doctora Marjorie Grene a Encounter, Vol. XIII, págs. 48-56, titulado «The Faith of Darwinism». Doy abajo un extracto procedente de su análisis de esta posición.

«Ni el origen ni la persistencia de los grandes nuevos modos de vida —la fotosíntesis, la respiración, el pensamiento—ni todos los intrincados y coordinados cambios necesarios para soportarlos, se explican o siquiera se hacen concebibles en el sistema darwinista. Y si uno pasa a leer el Origenencuentra, por cierto, que por mucha brillantez que tengan sus hipótesis amontonadas sobre hipótesis, que a pesar de toda la espléndida simplicidad del “mecanismo”por el que “explica”tantos y diversos fenómenos, simplemente no trata del origen de las especies, y mucho menos los grandes órdenes, clases, filas, en absoluto. Su argumento se desplaza en una dirección totalmente diferente, en dirección de diminutas adaptaciones especializadas que no conducen a ninguna parte, como no sea a la extinción. Lo mismo sucede con toda la inmensa, infinita e ingeniosa montaña de trabajo de los actuales darwinistas: C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre!Es bien posible que el color de las polillas o de los caracoles o que la flor en el tallo del ricino se “expliquen”mediante mutación y selección natural; pero lo que la teoría neodarwinista deja sin tratar es precisamente la cuestión de cómo a partir de unos antecesores unicelulares (y desde la misma materia inanimada) surgieron el ricino, las polillas y los caracoles, y cómo a partir de éstos surgieron llamas y erizos, leones y simios —y hombres. Con un ingenio infinito se han elaborado las condiciones microscópicas para estos acontecimientos macroscópicos; pero no proporciona ningún marco conceptual en términos del cual se pueda admitir su existencia, y mucho menos una “explicación”de su descendencia procedentes de formas “inferiores”. En resumen, las reflexiones acerca de algunos de los problemas de la microevolución pueden bien conducir a observaciones como la del Profesor Waddington, arropada en los pliegues de su ingenioso y “ortodoxo”argumento acerca de La Estrategia de los Genes (The Strategy of the Genes):

“... el estudiante carente de prejuicios podrá recibir la impresión de que el fracaso de la teoría actual en proporcionar ninguna explicación plausible para tales acontecimientos ha tenido una parte importante en hacer bajar la balanza en contra de la aceptación de su existencia real. Parecería de cierto que en este campo ... se pueda dudar de la idoneidad de la moderna teoría.”

»Además, los evolucionistas escépticos de la síntesis neodarwinista tienen evidencias empíricas para dar apoyo a sus dudas. Porque a pesar de las pretensiones neodarwinistas, hay dos grandes disciplinas biológicas, la paleontología y la embriología, que parecen aportar su principal peso contra el dogma seleccionista.»

1. Norma lateralis

2. Norma facialis

1 y 2. Un cráneo mesocéfalo de Furfooz.

3. Un cráneo dolicocéfalo
Norma basalis.

4. Un cráneo braquicéfalo.
Norma basalis.

Estas cuatro ilustraciones están tomadas de la magnífica obra por de Quatrefages y Hamy, CRANIA ETNICA (París, 1882). En la parte superior (1 y 2) se exhibe un cráneo de varón de la cueva Trou de Frontal en Furfooz, una aldea a unos 16 kilómetros de Dinant, en las Ardenas. Allí se excavaron, en 1872, tres cuevas conteniendo restos prehistóricos. Es un cráneo mesocéfalo producido aparentemente por el cruce de antecesores braquicéfalos y dolicocéfalos.

En los cráneos de la parte inferior (3, 4) se observa claramente el foramen magnum. El cráneo (3) es dolicocéfalo y pertenecía a un habitante de Nueva Guinea. El cráneo (4) es braquicéfalo y perteneció a un habitante de Córcega.

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1 Esto es, macroevolución: es decir, evolución más allá de la familia.

2 Cousins, F. W. The Protozoa-Metazoa Complex. E.P.M. pamphlet No. 116 (1965).

3 Véase referencia anterior, p. 19.

4 Heywood, V. H., y McNeill, J. Phenetic and Phylogenetic Classification. Nature, 203, 1220-1224 (1964). Es interesante registrar que el costoso y erudito volumen Fossil Record (un Simposio con documentación, patrocinado por la Sociedad Geológica de Londres y la Asociación Paleontológica), Londres 1967 ... deja de lado el engañoso árbol filogenético y emplea una gráfica discontinua.

5 Thompson, W. R. Introduction to Darwin’s The Origin of Species, Everyman Library No. 811 (1956).

6 de Beer, Sir Gavin. Atlas of Evolution, Nelson, 1964. Fig. 391, pág. 115.

7 Nilsson, Heribert, N. Synthetische Artbildung, Lund, Suecia, Verlag C. W. K., Gleerup, 1953.

8 Gonzales, B. M. Experimental Studies on the Duration of Life, 1923. Amer. Natur, 57.

9 Timofeeff-Ressovsky, H. A.: Röntgentsrahlungsversuch mit Drosophila funebris, 1930.

10 Gustafsson, A.: Mutation Experiments in Barley, Hereditas, 27, 1941. Mutations in Agricultural Plants, Ibid, 33, 1947.

11 Nilsson, H. The Problem of the origin of species since Darwin. Discurso inaugural. Universidad de Lund, 1934, 14 de abril. Hereditas 20, 227 (1935).



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