Índice
Capítulo 2 Apéndice Acceso al artículo original -Primitive Monotheism: And the Origin of Polytheism |
ACE CIEN AÑOS,
cuando Darwin publicó su libro El
Origen de las Especies, el clima de opinión
ya tendía hacia el punto de vista de que todo
estaba en estado de mejora, que los humanos
estaban mejorando más y más, que sus ideales eran
más y más elevados, y su fe religiosa más y más
pura, y su productividad cada vez mayor. El
corolario de todo esto, aunque no siempre se
sacaron las consecuencias de ello, era que
retrocediendo en el tiempo, todo tenía que haber
sido peor, y tanto más peor según se retrocediese
en la historia y en la prehistoria. Incluso los
que creían que ocasionalmente en el pasado y en
algunas zonas del mundo también se había dado un
proceso de degeneración —en particular donde había
hombres primitivos—, seguía habiendo una
persuasión emocional de que en general el progreso
era algo automático. La persuasiva filosofía de la
evolución parecía tener una calidad contagiosa, y
una por una, cada rama de la investigación
histórica sucumbió a la tentación de reconstituir
sus datos en escalas ascendentes, comenzando desde
lo simple, burdo o ingenuo, y conduciendo hacia lo
complejo, refinado o sofisticado en el presente.
Se dio por supuesto que todo se amoldaba a este
patrón: la historia del arte, de la tecnología, de
la organización social, en realidad de todo
—incluyendo las creencias religiosas. Había un
impulso lógico en todo ello. Y de cierto parecía
evidente que tenía que ser así. Hubo varias
teorías acerca del origen de la fe religiosa con
una interpretación evolutiva que precedieron a la
clásica obra de Darwin. Spencer escribió con
cierta extensión acerca de esta cuestión, como
otros autores, cada uno de ellos exponiendo la
manera en que suponían que «todo comenzó». Había
comenzado con el culto a los muertos, a veces de
los antepasados, pero no siempre, o comenzó con la
sensación que se suponía que el hombre primitivo
debía abrigar de que la Naturaleza estaba animada,
que las «cosas» tenían «voluntades» y que era
bueno reconciliarse con ellas, o comenzó
simplemente porque nuestros antiguos antepasados
vivían unas vidas tan rodeadas de peligros en
circunstancias tan atemorizadoras y por ello tan
constantemente asediados de cosas desconocidas,
que estaban amedrentados y temblando y casi
paralizados por el temor durante la mayor parte de
sus vidas. En estas circunstancias, lo que se
suponía que era una cierta disposición
supersticiosa de la naturaleza humana dio origen
de forma «natural» a sentimientos de asombro y
temor, que poco a poco evolucionaron y dieron
origen a creencias religiosas estructuradas. Esto
parece como una burda exageración de lo que
hombres desde luego inteligentes afirman que
sucedió, pero no es tal exageración. Por ejemplo,
Lewis Browne escribió con toda seriedad:[1] En el principio fue el temor; y
el temor estaba en el corazón del hombre; y el
temor controlaba al hombre. En todo momento lo
abrumaba, y no le dejaba un momento de
tranquilidad. Con el salvaje aullido del viento
caía sobre él; con el estallido del trueno y el
gruñido de las fieras que acechaban. Todos los
días del hombre eran grises por el temor, porque
todo su universo parecía cargado de peligros. ...
Y él, un pobre y balbuceante medio simio, cuidando
su herida en alguna caverna fría y desapacible,
solo podía temblar lleno de temor. Los escritores
cristianos que creían que la Escritura era un
verdadero registro de la historia temprana del
hombre consideraron esta tendencia como un
verdadero desafío, y con creciente frecuencia
comenzaron a aparecer eruditos artículos y libros
académicos, en los que se declaraba que el punto
de vista contrario era una interpretación mucho
mejor de la evidencia disponible. Fue una época de
gran expansión misionera; y, no debería olvidarse,
también de expansión en estudios realizados por
antropólogos sobre pueblos primitivos. Cosa
inesperada, los mejores informados entre dichos
antropólogos comenzaron a encontrarse con mayor
acuerdo con los primeros, y el resultado fue la
publicación de los escritos de alguien como Andrew
Lang. Lang influyó mucho sobre un autor católico
romano, Wilhelm Schidt, que era antropólogo y
fundador de una revista justamente célebre, Anthropos. En aquellos primeros
tiempos, la revista The Transactions
of the Victoria Institute iba repleta de
artículos sobre esta cuestión. Más adelante en
este artículo se da una lista de los mismos. Entre
los años 1900 y 1935, toda esta cuestión fue
tratada por hombres convencidos de que las
reconstrucciones evolutivas de las creencias
religiosas del hombre eran fundamentalmente
erróneas, y produjeron tal impacto que los
filósofos evolucionistas prácticamente abandonaron
toda esta línea argumental. A partir de mediados
de la década de 1930, esta cuestión ha estado
prácticamente muerta, aunque muchos seminarios
teológicos liberales desarrollan sus cursos de
historia de la religión como si nunca se hubiera
escrito nada de lo anterior. Debido a que los
evolucionistas han abandonado el tema, ha pasado a
ser un tema de relativo poco interés por parte de
muchos lectores cristianos bien informados, y se
oye bien poco acerca de esto en la actualidad.
Esto podría llevar a creer que la filosofía
evolucionista no ha sido una maldición absoluta,
porque allí donde ha sido rigurosamente seguida y
expuesta dogmáticamente, los evangélicos se han
visto forzados a reflexionar seriamente y a
escribir seriamente acerca de la cuestión. Los desafíos han sido algo
bueno, porque las circunstancias que rodean este
campo particular de estudio demuestran que tan
pronto desaparece la amenaza, el cristiano es
propenso a adormilarse. Sin embargo, vale
la pena quizá reconsiderar otra vez esta cuestión
desde una perspectiva ligeramente diferente. Así,
en el Capítulo 1 de este artículo me propongo
exponer, de forma breve, mi parecer de que,
remontándonos tan atrás como podamos estudiando
las tradiciones, sean orales o escritas, y
analizando las creencias presentes o recientes de
aquellos que siguen viviendo unas vidas
relativamente primitivas, parece que una fe
monoteísta pura precedió al sistema de creencias
supersticiosas, degradadas, ineficaces e
irrazonables que se aceptó posteriormente. Esto es
cierto de la antigüedad clásica, no meramente
alrededor del Mediterráneo, sino también en la
India y en el Lejano Oriente, e incluso —si es
aplicable el término antigüedad—
a las grandes civilizaciones del Nuevo Mundo.
Entonces me propongo, en el segundo capítulo,
considerar muy brevemente lo que me parece que son
algunas de las implicaciones de la tendencia
humana hacia la degeneración espiritual de la que
la historia da un testimonio tan frecuente. Así,
el primer capítulo constituye una especie de
bibliografía anotada, un resumen de los datos, un
artículo de reseña con la documentación apropiada.
El Capítulo 2 es más filosófico, una exploración
de ideas más que de datos, de implicaciones de los
acontecimientos más que de los acontecimientos
mismos. * * * * * Del monoteísmo al politeísmo En una
sociedad sofisticada
ACE ALGUNOS AÑOS
el prebendado Rowe observó que es más razonable
comenzar con lo que se conoce y razonar a partir
de esto hacia lo desconocido que comenzar con lo
desconocido con la esperanza de poder explicar lo
conocido. Ahora tenemos un cuerpo de datos
«conocidos» que es sustancial, y en algunas
maneras los datos más seguros se deben encontrar
en la vasta cantidad de literatura que se ha
preservado en la Cuna de la Civilización,
Mesopotamia. Cuando la
literatura cuneiforme comenzó a desvelar su
mensaje, los eruditos en cuneiforme y en
jeroglíficos egipcios pronto descubrieron en dicha
literatura una inmensa cantidad de dioses y
diosas, y demonios y otros poderes espirituales de
categoría inferior, que parecían estar siempre en
guerra entre ellos y muy destructivos gran parte
del tiempo. Pero al irse excavando y extrayendo
tabletas más y más antiguas, y al ir aumentando la
capacidad de descifrarlas, la primera imagen de un
burdo politeísmo comenzó a ser sustituida por algo
que se acercaba más a una jerarquía de seres
espirituales organizados en una especie de corte
con un Ser Supremo sobre todos. Uno de los
primeros eruditos expertos en cuneiforme que
reconoció la significación de esta tendencia fue
Stephen Langdon de Oxford, y cuando informó de sus
conclusiones lo hizo a sabiendas de que sería
difícil que le creyesen. Así, escribió en 1931:[2] Puede que sea difícil hacer
creer mi conclusión de que, tanto en la religión
sumeria como en la semítica, el monoteísmo
precedió al politeísmo. ... Las pruebas y las
razones para esta conclusión, tan contrarias a los
puntos de vista aceptados y corrientes, han
quedado expuestas con todo cuidado y a sabiendas
de la crítica contraria. Es, espero yo, la
conclusión derivada del conocimiento, y no de una
audaz idea preconcebida. Por cuanto
Langdon adoptó la postura de que los sumerios
representan la civilización histórica más antigua,
añadía: Es mi parecer que la historia
de la más antigua civilización humana constituye
un rápido abandono del monoteísmo hacia un
politeísmo extremado y a una extendida creencia en
los malos espíritus. Es en un sentido muy
verdadero la historia de la caída del hombre.
Cinco
años después, en un artículo que apareció en The
Scotsman, escribía:[3] La historia de la religión
sumeria, que fue la influencia cultural más
poderosa del mundo antiguo, pudo seguirse mediante
inscripciones pictográficas casi hasta los más
antiguos conceptos religiosos humanos. Los datos
señalan inequívocamente a un monoteísmo original,
las inscripciones y los restos literarios de los
más antiguos pueblos semitas indican también un
monoteísmo primitivo, y ha quedado ahora
totalmente desacreditado el pretendido origen
totémico de la religión hebrea y de otras
religiones semitas. Hasta donde yo
alcance a saber, solo una persona ha planteado un
desafío serio a la conclusión de Langdon desde
entonces. Y esta persona fue uno de mis
profesores, T. J. Meek.[4]
El argumento que utilizó Langdon se basaba en las
siguientes circunstancias: La religión sumeria en
su último desarrollo antes que desapareciera este
pueblo como colectivo, asimilado por los
posteriores babilonios, parece haber involucrado a
unos 5000 dioses. Las inscripciones de hacia En todo caso,
posteriores excavaciones en Tell Asmar desde el
período del tercer milenio a.C. han corroborado
totalmente sus resultados. Así, Henry Frankfort
escribió en su informe oficial:[5] Además de sus resultados más
tangibles, nuestras excavaciones han establecido
un hecho novedoso, que el estudioso de las
religiones babilónicas tendrá que tener en cuenta
desde ahora. Hemos obtenido, hasta nuestro mejor
conocimiento posible por vez primera, un material
religioso completo en su contexto social. Poseemos una masa coherente de pruebas,
procedentes en cantidades casi iguales de un
templo y de las casas habitadas por los que
adoraban en aquel templo. Así, pudimos sacar
conclusiones, que los hallazgos estudiados por sí
mismos no hubieran hecho posible. Descubrimientos, por ejemplo, de que las
representaciones sobre sellos cilíndricos, que
están generalmente relacionadas con diversos
dioses, pueden todas ellas ajustarse en una imagen
consistente en la que un solo dios adorado en este
templo forma la figura central. Así, parece que en
este temprano período sus diversos aspectos no se
consideraban como deidades separadas en el panteón
sumerio-acadio. Esto suscita un
punto importante, esto es, la posibilidad de que
el politeísmo nunca surgió por evolución desde un
polidemonismo, sino debido a que los atributos de
un solo Dios se fueron resaltando de forma
diferente por parte de diferentes personas hasta
que esta gente en años posteriores llegó a
olvidarse de que estaban hablando de la misma
Persona. Así, los atributos de una sola deidad
devinieron una pluralidad de deidades. No se trata
solo de que unos individuos determinados pusieran
énfasis en diferentes aspectos de la naturaleza de
Dios, sino que familias y tribus enteras parece
que desarrollaron ciertas perspectivas compartidas
acerca de lo que era importante en la vida y lo
que no lo era, y por ello, y de modo nada
innatural, pasaron a atribuir a su dios aquellas
características que les parecían de la mayor
relevancia, y a poner un énfasis especial en
ellas. Por ejemplo, un pueblo guerrero no es
probable que ponga énfasis en la bondad de Dios,
ni un pueblo legalista en el perdón de Dios. Más
bien destacarán Su poder en el primer caso, y Su
justicia en el segundo. En otros tres Artículos
del Pórtico[6]
hemos explorado la posibilidad de que los hijos de
Noé (Sem, Cam y Jafet) desarrollasen cada uno una
actitud ante la vida que los condujese a
diferentes énfasis: Sem sobre la característica
espiritual de la vida, Cam acerca de los intereses
prácticos de la vida, y Jafet en los aspectos
filosóficos de la vida. Por tanto, no es
sorprendente que el Dios de los semitas sea un
Dios de espíritu puro. En cambio, los dioses de
los camitas eran dioses de poder. Y los dioses de
los jafetitas o indoeuropeos, en cambio, eran
dioses de luz, en el sentido de ser dioses de
«entendimiento». Creo que el Evangelio de Mateo
fue escrito para los descendientes de Sem, y está
dirigido a su manera de pensar acerca de Dios. El
Evangelio de Marcos fue escrito para los
descendientes de Cam y está lleno de acción, de
actos, de servicio, de autoridad —donde la frase
característica es «inmediatamente», «acto seguido»
y términos parecidos. El Evangelio de Lucas fue
indudablemente escrito para los descendientes de
Jafet; y puede ser una mera coincidencia, aunque
lo dudo, que el nombre del escritor significa
«luz». Mucho antes que
Langdon hubiera hecho sus traducciones, Friedrich
Delitzsch había hecho una propuesta bastante
parecida relativa a la tendencia continuada hacia
la multiplicación de las deidades.[7]
Hace referencia a una comunicación de T. G.
Pinches sobre una tableta que, aunque preservada
solo de manera fragmentaria, nos dice que todas, o
al menos las más elevadas de las deidades en el
panteón babilónico se las designa como una con y
una en el dios Marduk. El dios Marduk es
presentado con el nombre de «Ninib» como «el
Poseedor del Poder»; bajo el nombre de «Nergal» o
«Zamama» como «Señor de la Batalla»; bajo el
nombre de «Bel» como el «Poseedor del Señorío»;
bajo el nombre de «Nebo» como «El Señor el
Profeta»; bajo el nombre «Sin» como «Iluminador de
la Noche»; bajo el nombre «Shamash» como «Señor de
todo lo que es Justo»; bajo el nombre «Addu» como
«Dios de la Lluvia». Por ello, Marduk era Ninib
así como Nergal, dios-Luna así como dios-Sol,
siendo estos nombres sencillamente diferentes
maneras de describir sus atributos, poderes o
actividades. Este mismo
proceso histórico puede seguirse en Egipto. En sus
Conferencias Hibbert para 1879, Renouf cita las
palabras de M. de Rouge donde dice que a partir
de, o más bien antes del comienzo del período
histórico, la religión monoteísta pura de Egipto
pasó a través de la fase del sabeísmo; el sol, en
lugar de ser considerado como símbolo de la vida,
pasó a ser considerado como la manifestación del
mismo Dios. Rouge observa:[8] Es incuestionablemente cierto
que las partes más sublimes de la religión de
Egipto no son el resultado relativamente tardío de
un proceso de desarrollo o eliminación de lo más
burdo. Las partes más sublimes son
demostrablemente antiguas; y la última etapa de la
religión egipcia, la que conocieron los escritores
griegos y latinos, paganos o cristianos, fue de
lejos la más degenerada y corrompida. M. de Rouge está sin duda en lo
cierto en su aserto que en los diversos centros
locales de culto, una y la misma deidad reaparece
bajo diferentes nombres y símbolos. . . . Infiere él del curso de la historia que
por cuanto el politeísmo estaba constantemente en
aumento, las doctrinas monoteístas tuvieron que
precederle. Un argumento,
éste, ciertamente muy sólido. De nuevo, como en
Sumer y en Babilonia, así en el curso del tiempo
los egipcios multiplicaron y fragmentaron en
facciones con lealtades tribales y con unas
preferencias algo provincianas el más puro
concepto de un Dios que todos ellos habían
compartido al principio y que involucraba un
considerable conocimiento de Sus atributos. Esto
llevó a una confusión de los atributos con
diferentes individualidades, y los términos
descriptivos pasaron a ser nombres de deidades.
Rawlinson escribió hace muchos años respecto a
esto:[9] Una vez fragmentada la deidad,
no había límite a la cantidad de Sus atributos de
diversas clases y de diferentes grados; y en
Egipto todo aquello que participaba de la esencia
divina devenía un dios. Se iban añadiendo emblemas
al catálogo; y aunque no se trataba realmente de
deidades, evocaban sentimientos de reverencia que
los ignorantes no podían separar de una adoración
efectiva. No era quizá
innatural que con el fin de simbolizar los
diversos poderes de Dios, se enseñase que Su
visión era tan aguda como la de un halcón, o que
fuese tan fuerte como un toro, o que contemplaba
sin ser visto, como los cocodrilos de los que se
dejaban ver solo los ojos. A su tiempo, estos
símbolos eran confundidos por el común de la gente
como dioses ellos mismos; así se cumplió aquello
que Pablo describe en Romanos 1:18-23, que los
hombres se apartaron del culto al mismo Dios para
adorar Sus criaturas, y con el tiempo se
envanecieron en sus razonamientos, y su
entendimiento quedó entenebrecido. En la segunda
parte de este artículo volveremos de nuevo a este
asunto, porque es importante ver por qué estos
aspectos más burdos de la creencia religiosa
abrumaron de tal manera aquellos aspectos más
elevados que vemos en los antiguos textos egipcios
que habían sido extraordinariamente puros. Se podría pensar
que la situación ha cambiado radicalmente desde
los tiempos de Renouf y sus Conferencias Hibbert.
Pero no es así. Sir Flinders Petrie, en un
excelente libro sobre el tema de la religión
egipcia, escribió lo siguiente:[10] Hay en las religiones y
teologías antiguas unas clases muy diferentes de
dioses. Algunas razas, como los hindúes modernos,
se deleitan en una profusión de dioses y
diosecillos que están en continuo aumento. Otras
... no intentan adorar grandes dioses, sino que
tratan con una hueste de espíritus animistas,
demonios o como sea que los podamos designar. ...
Pero todo nuestro conocimiento de las antiguas
posiciones y naturaleza de los grandes dioses
demuestra que se encuentran sobre una base
totalmente diferente en contraste a estos diversos
espíritus. Si el concepto de un dios fuese solo una
evolución de esta adoración a los espíritus,
encontraríamos la adoración de muchos dioses
precediendo a la adoración de un dios. ... Lo que
realmente encontramos es lo contrario: el
monoteísmo es la primera etapa que podemos seguir
en teología. ... Siempre que podemos remontar el
politeísmo a sus etapas más tempranas, encontramos
que resulta de combinaciones de monoteísmo. En
Egipto hasta Osiris, Isis y Horus, tan familiares
como tríada, se encuentran primero como unidades
separadas en lugares diferentes: Isis como diosa
virgen, y Horus como un Dios autoexistente. Cada ciudad parece haber tenido solo un
dios perteneciente a la misma, y luego se fueron
añadiendo otros con el transcurso del tiempo. De
modo parecido, las ciudades babilonias tenían cada
una de ellas su dios supremo, y las combinaciones
de los mismos y sus transformaciones para
formarlos en grupos cuando sus centros se unieron
políticamente exponen cuán esencialmente eran
deidades en solitario al principio. En todas partes
la dinámica parece haber sido muy semejante,
siempre que tenemos suficientes registros para
establecer la secuencia histórica. No es extraño
que una nación conquistadora estableciese su
propia deidad a la cabeza del panteón, pero
tampoco es extraño que buscando paz y armonía
rindiesen un homenaje externo a las deidades de
los vencidos, aunque asignándoles posiciones
inferiores. Esta especie de amplitud de miras la
elogiaríamos actualmente bajo el encabezamiento
general de libertad religiosa. Pero el
inconveniente de esta amplitud de miras es que la
verdad queda muy rápidamente desdibujada. La
solución no es sencilla: los jesuitas, por
ejemplo, han adoptado tradicionalmente la postura
de que solo la verdad debería recibir una completa
libertad de expresión y que por ello la tolerancia
debe identificarse con falta de convicción.
Cualquier persona que esté de acuerdo en que cada
uno puede adorar lo que le parezca mejor está en
realidad confesando, dicen ellos, que él mismo no
está absolutamente seguro de que tiene la verdad y
que por ello está dispuesto a mantener una mente
abierta. Tienen razón hasta cierto punto. Los
monarcas de la antigüedad, como Ciro, por ejemplo,
permitían una libertad total a los pueblos
vencidos para edificar sus templos y establecer
sus sacerdocios como mejor les pareciese. La
consecuencia era que estos hombres, con su
política «ilustrada», contribuyeron a la enorme
proliferación de deidades. Como he dicho, el
problema es difícil; pero el ecumenismo puede ser
una peor amenaza en la dirección contraria, al
insistir en que todos deben aceptar que se adora
al mismo «Dios», cuando es posible que no sea un
Dios en absoluto. Al dejar estas
antiguas civilizaciones para dirigirnos más al
este, llegamos a la India. Y aunque la literatura
de esta tierra es muy antigua, el seguimiento de
la historia del origen de sus creencias religiosas
no es cosa tan simple. Sin embargo, hay una medida
de acuerdo en que aquí, también, se ha dado una
constante multiplicación de deidades a lo largo de
los siglos, hasta que ahora son como las estrellas
del cielo en multitud. Una de las autoridades
mejor conocidas en esta área fue Max Müller, que
auque no tenía las convicciones cristianas que sí
tenían muchos eruditos de su tiempo, llegó sin
embargo a ciertas conclusiones que deberían
citarse. Max Müller nació en Alemania en 1823,
estudió en París y posteriormente enseñó en
Londres. Escribió muchos volúmenes, entre los que
quizá el mejor conocido sea Chips from a
German Workshop [Virutas de
un taller alemán]. También escribió Lectures
on the Origin and Growth of Religion, as
Illustrated by the Religions of India [Conferencias sobre el origen y
desarrollo de la religión, ilustrado por las
religiones de la India]. Finalmente,
redactó el trabajo monumental de su vida, una
serie titulada The Sacred Books of the East [Los Libros Sagrados de Oriente]. Él
no creía que la primitiva India tuvo una fe
monoteísta, pero tampoco creía que era politeísta
—siendo que el politeísmo fue una etapa posterior
que implicó un proceso de degeneración. En su
libro The Science of Language [La ciencia del lenguaje] escribió:[11] La mitología, que era el azote
del mundo antiguo, es de cierto una enfermedad del
lenguaje. Un mito significa una palabra, pero una
palabra que, desde su origen como nombre o
atributo, se ha dejado que asuma una existencia
más sustancial. La mayoría de los dioses griegos,
romanos, indios, y otros dioses paganos no son
nada más que nombres poéticos a los que
gradualmente se les dejó asumir una personalidad
divina que nunca había sido contemplada por sus
inventores originales. Eos era el nombre del alba
antes que llegase a ser diosa, la esposa de
Tithonos, o el día moribundo. Fatum, o el Hado,
significaba originalmente aquello que había sido
dicho; y antes que el Hado llegase a ser un poder,
incluso más grande que Júpiter, significaba
aquello que había sido pronunciado por Júpiter, y
que nunca podría ser cambiado —ni siquiera por el
mismo Júpiter. Zeus significaba originalmente el
cielo resplandeciente, en sánscrito Dyaus; y
muchas de las historias que se referían a él como
el dios supremo tenían significado sólo como
referidas originalmente al cielo resplandeciente,
cuyos rayos, como lluvia dorada, descienden sobre
el regazo de la tierra, la antigua Dánae, guardada
por su padre en la oscura prisión del invierno.
Nadie duda que Luna era simplemente el nombre del
satélite de la tierra; pero también Lucina, ambos
derivados de lucere, brillar.
Hécate, también, era un antiguo nombre de la luna,
el femenino de Hecatos y de Hecatebolos, el sol
lanzador de dardos; y Pirra, la Eva de los
griegos, no era más que un nombre de la tierra
roja, y en particular de Tesalia. Esta enfermedad
de la mitología, aunque menos virulenta en las
lenguas modernas, no está extinta en absoluto. Aquí vemos, una
vez más, como el politeísmo se desarrolla con
posterioridad. Volviendo de nuevo a la observación
de Rowe de argumentar de lo conocido a lo
desconocido, se puede decir con seguridad y sin
ninguna clase de vacilación que el monoteísmo nunca evolucionó del politeísmo en
ningún período de la historia primitiva del mundo
para la que tengamos evidencia documentada. Como
veremos, esto también es cierto en China. Muchos de sus
coetáneos manifestaron su desacuerdo con la
interpretación que Müller hacía de los datos, y
uno de ellos era Andrew Lang. Y desde su tiempo se
ha aceptado extensamente la idea de que la
historia de las creencias religiosas de la India
se ha caracterizado por la personificación, a
menudo de formas físicas burdas y con una
creciente multiplicidad, de unos pocos conceptos
de la naturaleza de Dios que al principio lo
consideraban como el Invisible, y que lo hacían
tan remoto que llegó a ser considerado como
virtualmente impersonal. Estos conceptos tan
elevados no atraen al común de los hombres, y lo
que sucedió en el Oriente Medio parece haberse
repetido en la India, excepto que el proceso fue
mucho más allá debido a la continuidad cultural
que las circunstancias permitieron en aquel país.
En el curso de este proceso, llegaron al punto en
que sus dioses se contaban no por miles, como en
Sumer, sino por decenas de millares. No cabe duda
de que si Egipto hubiera retenido su cultura
original de esta manera, también pudiera haber
acabado adorando a 50.000 deidades donde antes
habían adorado quizá solo a una. Edward McCrady,
en su obra acerca de las creencias religiosas de
la India, hace la observación de que incluso el
Rig Veda (Libro 1, p. l64) nos demuestra que en
los primeros días los dioses eran considerados
sencillamente como diversas manifestaciones de un
solo Ser Divino. Cita lo siguiente[12] Le llaman
Indra, Mythra, Varunna, Agni —aquel que es Uno, el
Sabio nombre por términos diferentes. Los eruditos en
Occidente se inclinan por la opinión de que los
más antiguos humnos en el Rig Veda datan de entre
1500 y 1200 B.C.[13]
La tradición en la India, por su parte, les
atribuye una antigüedad mucho mayor. Sea cual sea
la fecha, y aunque Müller compartiese en bien poco
la perspectiva cristiana de la historia espiritual
del hombre, sin embargo admitió abiertamente:[14] Hay un monoteísmo que precede al politeísmo de los Vedas; e incluso en la invocación de los innumerables dioses, irrumpe el recuerdo de un Dios uno e infinito a través de la neblina de la fraseología idolátrica como el cielo azul que está oculto por unas nubes pasajeras. Cuando llegamos a
China, la situación es todavía más confusa, porque
los chinos parecen haber sentido una aversión
peculiar a la adoración de deidades personales.
Pero algunos de los autores más antiguos se
sentían confiados en que podían discernir indicios
de una fe al principio monoteísta pura, que sin
embargo se perdió pronto de vista debido a la
naturaleza extremadamente práctica de la mente
china. Una fe tan pura, como ya hemos visto, no es
«útil», porque uno no puede esperar sobornar,
engatusar o en modo alguno persuadir para provecho
propio a un Ser Supremo que es absolutamente puro
y que está por encima de todo soborno o
engatusamiento. Y por esto mismo, desde un punto
de vista práctico, se pasa a buscar la atención de
poderes inferiores y se olvida al Altísimo. Un
trabajo notable a este respecto lo escribió John
Ross de la Iglesia Libre Unida de Escocia,
titulado The Original Religion of
China [La religión original de China][15]
(publicado en Nueva York, sin fecha), en el que el
autor examinaba los conceptos subyacentes de la
primitiva religión china según se podían juzgar
mediante sus nombres o designaciones para Dios,
con una referencia especial al título yuxtapuesto
Shang-Ti. Él interpretó estas dos palabras con el
significado de «por encima» o «superior a» y
«gobernante», esto es: «Gobernante Supremo». Dijo
que este nombre «estalla repentinamente ante
nosotros sin ninguna advertencia ... con la
integridad de una Minerva». Más recientemente se
ha arrojado un intenso haz de luz sobre la fe
china primitiva gracias al descubrimiento de los
llamados «huesos oraculares». Los eruditos chinos
han dividido su historia antigua en tres períodos:
primero, el primitivo-antiguo; segundo, el
medio-antiguo; y tercero, el proximal-antiguo. El
primer período se extiende aproximadamente desde
el siglo 21 al 12 a.C. Según Ron Williams, que
podía leer chino de corrido, cada uno de estos
períodos poseyó sus propias características
religiosas distintivas. El primero fue puramente
monoteísta. El segundo fue dualista con una
tendencia al materialismo, pero reteniendo todavía
un sabor del antiguo monoteísmo. El tercero fue
totalmente materialista. El Profesor Williams
comenta:[16] Sería quizá deseable en este
momento examinar los términos que se usan para
Dios. La escritura china, como los jeroglíficos
egipcios o los silabarios cuneiformes de
Mesopotamia, fue originalmente pictográfica. Es
decir, cada carácter era una imagen o un diagrama
que describía el objeto o idea a comunicar. Hay dos términos
que se encuentran en este período primitivo. Uno
es Y persiste en China en la actualidad una
antigua costumbre de año nuevo de atar primero un
manojo de tallos de sésamo o de ramas de cedro con
un cordón rojo y luego ponerlos derechos en el
centro del patio abierto para quemarlos como un
acto de adoración. Este era el sacrificio del haz
encendido al Dios Arriba, aunque ahora con
frecuencia lo llaman un sacrificio meramente al
cielo. Los términos Ti’en y Shang Ti se podrían
comparar respectivamente con las palabras Dios y Jehová en
el Antiguo Testamento. En palabras del Profesor
Gile: «Shang Ti sería Dios como andando en el
huerto al fresco del día; el Dios que olió el
aroma fragante del sacrificio de Noé, y el Dios
que permitió a Moisés ver Su espalda. Ti’en sería
el Dios de dioses de los Salmos, cuya misericordia
es para siempre». Williams observa
en su comunicación que el Libro de la
Historia afirma, en sus comienzos, que el
gobernante Shun, en su accesión en 2255 a.C.,
«ofreció el sacrificio usual a Dios». Esta
declaración, que aparece sin introducción ni
explicación, implica una serie desconocida de
acontecimientos precedentes que se remontan a la
más remota antigüedad. Estaban tan familiarizados
con aquella práctica habitual que no necesitaba
más detalles de las ceremonias implicadas. Su
autoridad era tan incuestionable que no había
razón para ningún prefacio. Williams prosigue: En este período de la historia
china, Dios el Supremo Gobernante era uno e
indivisible, incapaz de cambios, sin igual,
rigiendo de forma absoluta y solitaria sobre todos
en el cielo arriba y en la tierra abajo. Hacía lo
que quería y ningún poder podía estorbarlo, y Su
voluntad era siempre recta. Pero permitía con no
poca frecuencia que los malvados prosperasen, y en
las Odas oímos con frecuencia la
voz de aquel espíritu quejoso que dio pie al libro
de Job. Posteriormente,
Williams observa que ni en El Libro
de la Historia ni en las Odas
se puede encontrar ninguna referencia a los
ídolos. Nunca en China se ha hecho ninguna
representación de nada en los cielos arriba ni el
la tierra abajo para tipificar a Dios. Y se le
puede adorar en todo lugar y en cualquier momento,
al estar presente en todas partes. Hasta ahora hemos
recogido nuestra información solo de las páginas
de los Clásicos Chinos. Queda todavía otra fuente
de información ya mencionada, los llamados Huesos
Oraculares. Como observa Williams, J. M. Menzies,
de la Universidad de Cheeloon Tsinan, considerado
por los sinólogos como la mayor autoridad viviente
sobre la escritura china arcaica, descubrió unos
huesos inscritos con antiguos caracteres chinos.
Aparecieron alrededor de 20.000 fragmentos de
estos huesos cerca de An-yant, en el norte de
Honan, el emplazamiento de la antigua capital de
la dinastía Shang. Los huesos están inscritos con
preguntas formuladas por el rey a su sacerdote por
una parte, y con la respuesta que el sacerdote
recibió mediante adivinación por la otra.
Contienen el nombre de Dios, Shang Ti, y a pesar
de su gran cantidad no se hace referencia alguna a
ninguna otra deidad en absoluto. Examinemos
algunas
de estas inscripciones, los más antiguos escritos
chinos que poseemos. Para clarificarlo, el símbolo
de la deidad está encerrado en un cuadrado con
línea fina. 1. «Indaga
acerca de Dios ordenando lluvia; no habrá una
cosecha abundante.» 2. «Dios
ordena la lluvia: una cosecha abundante.» 3. «Indaga
en esta, la tercera luna, acerca de Dios ordenando
mucha lluvia.» 4. «Indaga
acerca de que el rey construya la ciudad; Dios
consiente.» Así, la forma Con el
tiempo, esta fe pura comienza a quedar eclipsada
al hacerse patente por documentos posteriores de
una naturaleza similar que ahora se estaban
presentando oraciones primero por
medio de los antepasados a Dios, a quien no
se dirigen directamente, y luego, con el tiempo, a
los antepasados mismos. Más adelante, las
peticiones a un Dios personal se sustituyen por
peticiones al cielo, y más posteriormente también
a la tierra. En el período medio-antiguo, el gran
filósofo Chu, el famoso anotador de los Clásicos,
definió el cielo como «la azul bóveda superior»,
o, alternativamente por algún proceso de evolución
mental, como «la rectitud abstracta». Recientemente, se
publicó un volumen de la serie The Great Ages
of Man [Las grandes eras del
hombre] que trataba de la antigua China. El
autor era Edward H. Schafer. Y él sigue
esta regresión de la siguiente manera:[17] Una de las más antiguas y desde
luego la más grande de las deidades era el Dios
Celeste Ti’en. En los tiempos más antiguos se
consideraba a Ti’en como un gran rey en el cielo,
más excelso que ningún rey de la tierra, más
brillante y más terrible. Posteriormente, muchos
pasaron a considerarlo como una dínamo impersonal,
la fuente de energía que animaba al mundo. Así, una vez más,
donde podemos acudir a registros escritos, tenemos
evidencia de la degeneración de la fe religiosa,
no de su evolución ascendente. Si pasamos del
Oriente Medio a Europa, la historia se repite.
Así, Axel W. Persson, en su obra The
Religious Beliefs of Prehistoric Greece [Las
creencias religiosas de la Grecia prehistórica],
observa:[18] A partir de dos deidades, la
gran Diosa y el Niño Dios, se desarrolló luego una
mayor cantidad de figuras más o menos
significativas que encontramos en los mitos
religiosos de Grecia. A mi parecer, su diversidad en aumento
depende en grado muy considerable de los
diferentes nombres de invocación pertenecientes
originalmente a una sola deidad. Este mismo
proceso básico se hace evidente en la antigua
Italia. Rosenzweig,[19]
escribiendo acerca de las Tablas Iguvinas, cuya
fecha no es segura, pero que probablemente
pertenecen al período primitivo de los etruscos,
observa «la curiosa flexibilidad» del panteón que
se pone de manifiesto en estas tablas, en las que
«las deidades se distinguen por adjetivos, que a
su vez emergen como poderes divinos
independientes. ...». El autor considera que ésta
es quizá la característica más notable de estas
tablas. Me parece que por
todo lo que ha salido a la luz durante los últimos
cien años por el estudio de antiguos documentos,
es decir, de los registros escritos de antiguas
civilizaciones, la imagen que surge de la historia
espiritual del hombre, por lo que se refiere a sus
creencias formalizadas, nos permite solo concluir
que comenzó con una pura fe en un Dios justo y
compasivo, que era omnipresente, omnipotente y
omnisciente, que podía ser adorado en espíritu sin
necesidad de imágenes ni de otros apoyos
materiales. De hecho, este concepto era demasiado
excelso para que pudiera sobrevivir entre hombres
ordinarios cuyo conocimiento no fuese o bien
reforzado de manera milagrosa o continuamente
aumentado por revelación. El burdo politeísmo del
paganismo en el mundo clásico de Roma y de Grecia
puede ser explicado no como por el esfuerzo humano
por purificar su fe, sino por su rápida pérdida de
la verdad que había tenido originalmente. Y el
grado en que este mundo clásico estaba en deuda
con Oriente Medio por la degeneración de su fe
queda ampliamente ilustrado en el estudio
justamente célebre de Hislop, The Two
Babylons [Las dos Babilonias].[20] En una sociedad no sofisticada No tenemos
registros escritos que cubran las creencias
originales de los pueblos primitivos, pero durante
los últimos cien años se ha llevado a cabo y
recogido una enorme cantidad de estudios
detallados y exhaustivos de sus creencias, de
forma destacada por Wilhelm Schmidt. La prueba
mediante inferencia nos permite decir con
confianza que el curso de su historia religiosa
fue precisamente el mismo que el de las
civilizaciones más avanzadas de la antigüedad, con
esta diferencia, que mientras que en los países
civilizados la fe pura se corrompió debido a un
razonamiento erróneo debido a la pecaminosidad de
la naturaleza humana, entre los pueblos primitivos
se corrompió la fe pura debido a la ignorancia y a
la superstición, de nuevo reforzado ello por la
pecaminosidad de la naturaleza humana. Si vamos a
seguir el principio enunciado por Lyell de
interpretar el pasado a la luz solo de lo sucedido
en tiempos históricos, entonces no tenemos derecho
alguno a suponer que el hombre comenzó a ir a
tientas en las tinieblas y que solo ahora ha
comenzado a aproximarse a la Luz. Los datos
demuestran que comenzó con la Luz verdadera, y que
a partir de entonces su entendimiento se ha ido
entenebreciendo progresivamente. La evidencia de
esto entre los pueblos primitivos se encuentra en
cada rincón del mundo donde existen ahora estos
pueblos, o donde hayan existido dentro del pasado
reciente. Y es paradójico que cuanto más
primitivos se muestra, más simple y pura resulta
ser frecuentemente su fe. Consideraremos muy
brevemente una serie de datos, que son tan solo
unas muestras representativas de una vasta
recopilación de información disponible en la
actualidad en obras como las que se enumeran en la
bibliografía de este artículo. Sin duda de
ninguna clase, la obra más informativa acerca del
monoteísmo de los pueblos primitivos es la de
Wilhelm Schmidt, que, aunque originalmente se
publicó en muchos volúmenes en alemán, se publicó
en 1930 en una traducción inglesa condensada en un
solo volumen.[21]
Es un excelente trabajo de investigación,
redactado con autoridad y fluidez, sin ninguna
rigidez que pudiera esperarse de un autor tan
erudito, y sumamente informativo. Schmidt explora
primero la historia del pensamiento acerca del
origen de la religión tal como se desarrolló
durante el siglo 19. Observa él que Spencer fue el
principal impulsor de la primera interpretación
evolutiva de la «religión», observando que
anticipó a Darwin en siete años, como aparece de
su artículo «La hipótesis del desarrollo», que
apareció en The Leader el 20 de
marzo de 1853. Vale la pena observar también, de
pasada, que Tennyson escribió In
Memoriam, con su errónea descripción de la
Naturaleza como «con los colmillos y las garras
enrojecidas» diez años antes que apareciese El Origen de Darwin. Schmidt
observa que Spencer no hizo ningún esfuerzo por
emplear unos métodos históricos genuinos para
fundamentar su tesis.[22]
En base de los datos actuales, queda claro que
Spencer estaba completamente equivocado. Spencer
mantenía que los pueblos primitivos comenzaron
adorando a los antepasados, y que al irse
desarrollando la civilización, los antepasados
fueron constituyéndose «de forma natural» en
jerarquías, y las jerarquías a su vez condujeron a
categorías, donde las más elevadas llegaron a ser
consideradas deidades. Lo que Schmidt pudo demostrar de forma
concluyente era que si se agrupan las culturas
primitivas en base a su nivel cultural y luego se
sitúan estos grupos en un orden ascendente, se
encuentra que los grupos más inferiores tienen el
concepto más puro de Dios y que al ir progresando
de meros cazadores a recolectores y almacenadores
de alimento, a cultivadores de alimento como
pastores nómadas que mantienen rebaños, a
cultivadores de alimentos con un uso sedentario de
la tierra, y se va ascendiendo por la escala a
comunidades semiurbanas, se encuentra al principio
una sencilla fe en un Ser Supremo que no tiene ni
esposa ni familia. Bajo Él y creados por Él están
la pareja primordial de la que desciende la tribu.
Según Schmidt encontramos esta forma de creencia
entre los pigmeos de África Central, a los
australianos meridionales, a los habitantes del
centro norte de California, a los algonquinos
primitivos, y hasta cierto punto a los Koryaks y a
los Ainu. Tan pronto como
llegamos al siguiente orden de las culturas
primitivas, para usar las palabras de Schmidt,
«las condiciones cambian completamente». Ya no se
trata solo de la pareja primordial o del primer
padre que recibe culto, sino de una cantidad mayor
o menor de otros antepasados difuntos. Ascendiendo
por la escala de la complejidad cultural, el culto
de los antepasados y de otros difuntos suplanta
totalmente al culto al Ser Supremo, y la
antropomorfización de los dioses que resultan de
esta ecuación da origen a hacer «imágenes» de
varias clases. El espíritu puro del Ser Supremo
queda reducido a una burda caricatura de un hombre
muerto. El progreso de la comprensión espiritual
humana fue realmente una regresión, siendo el
primer paso, con frecuencia, la transferencia del
culto del Creador del primer hombre al hombre
mismo creado al principio como cabeza de la raza
humana. Este progenitor de la raza aparece
entonces como un mediador entre Dios y los
hombres, pero al ser más fácilmente captado por la
visión mental, pronto desplaza completamente a
Dios. Así, citando a Schmidt:[23] La falsedad de la teoría
[evolucionista] de Spencer se demuestra por el
simple hecho de que el culto a los antepasados
está muy débilmente presente en las culturas más
antiguas, mientras que en las mismas se encuentra
una religión monoteísta de forma clara e
inequívoca. ... Es también contrario a la teoría de
Spencer que el desarrollo más elevado del culto a
los antepasados no aparece hasta los tiempos más
recientes. ...
Luego Schmidt analizó un segundo punto de vista
alternativo acerca del origen de la religión, el
concepto animista propuesto por E. B. Tylor. El
punto de vista de Tylor suponía que el hombre
primitivo usaba su propia existencia como medida
de todas las demás, y que llegó a creer que todo,
animales y plantas al principio, pero al fin que
incluso los objetos inanimados, estaban compuestos
de cuerpo y de alma como él mismo. Se suponía que
el hombre primitivo discerniría pronto por
introspección que tenía alma, alguna clase de
realidad espiritual interior que podía, por
ejemplo, viajar en sueños, o en éxtasis o en
alucinaciones. Luego hubiera atribuido a todas las
fuerzas de la naturaleza una vida anímica parecida
a la suya, que no se podía ver, pero que se
suponía. A partir de este concepto animista
hubiera pasado «de forma natural» al punto de
vista de que este mundo de los espíritus era
personal. Así hubiera surgido el polidemonismo.
Con el tiempo, al estratificarse socialmente la
sociedad, habría sucedido lo mismo con el mundo de
los demonios, hasta que llegamos a una etapa de
politeísmo en la que muchos de los demonios habían
sido elevados a la categoría de deidades. La etapa
final fue el reconocimiento de un ser espiritual
que devino Cabeza, esto es, Dios, y al que todos
los otros demonios y deidades inferiores estaban
subordinados, al pertenecer a una categoría
inferior. Incluso después que esta racionalización
hubiera dado origen a una fe monoteísta, Tylor
mantiene que un Ser así sería demasiado elevado,
demasiado exaltado, demasiado remoto, para
necesitar la adoración humana, «demasiado
indiferente para ocuparse con la insignificante
raza humana».[24]
De modo que fue sencillamente ignorado. Así, una
fe monoteísta que resultó de un proceso de
racionalización vino a ser, por un posterior
proceso de racionalización, una fe tan apartada de
las exigencias de la vida que llegó a ser
irrelevante. La vasta obra de
Schmidt resulta en la demostración de que a pesar
de la verosimilitud de la reconstrucción de Tylor,
que, de pasada, conquistó el mundo académico de
forma tan persuasiva como lo había hecho El Origen de Darwin, carece
totalmente del apoyo de la evidencia, lo que
expresa con estas palabras:[25] La teoría de Tylor, como la de
Spencer, se promulgó durante el apogeo del
Evolucionismo, y tiene toda la impronta de su
fuente, especialmente en su suposición
apriorística de un desarrollo ascendente de la
humanidad siguiendo una línea única, y en la
ausencia de prueba alguna de que las etapas
unitarias del proceso tengan ninguna relación
histórica entre ellas. Porque desde luego no se
encuentra ninguna prueba de ello para ninguna de
las etapas del largo camino evolutivo de Tylor. El
orden de las etapas y su relación entre ellas se
fundamenta pura y simplemente en la verosimilitud
psicológica de esta vinculación; y la
verosimilitud depende del supuesto de que lo
simple precede siempre a lo complejo. Schmidt analizó
otro punto de vista, el de Max Müller, que
desarrolló una compleja teoría en la que argumenta
que el intento de racionalizar las fuerzas
naturales operando en el mundo, el sol, la luna,
la lluvia, el trueno, la tierra, el firmamento, el
fuego, el agua, llevaron a historias que trataban
de explicar estas fuerzas, y que tomaron la forma
de mitos de la naturaleza. Los términos que
destacaban en estos mitos, la palabra para fuego,
por ejemplo, o el firmamento, llegaron a ser
considerados por los menos inteligentes como
nombres de deidades, y dieron origen a los
panteones de la antigüedad clásica. Pero como
observa Schmidt, Max Müller, a pesar de su fama y
de su gran erudición, vivió lo suficiente para ver
como sus ideas iban siendo gradualmente
abandonadas, hasta quedar totalmente descartadas. En el último
capítulo de Schmidt hay varios elocuentes pasajes
en los que recapitula lo que se sabe acerca del
origen de la idea del Ser Supremo en las culturas
primitivas. Dice él que el hombre tiene
necesidades sociales, morales y emocionales. Las
primeras necesidades, las sociales, quedaban
satisfechas por su primitiva creencia en un Ser
Supremo que es también el Padre de la humanidad.
Las segundas necesidades, las morales, encuentran
su respaldo en la creencia en un Ser Supremo que
es Juez de lo bueno y de lo malo y que está Él
mismo exento de toda mancha moral. El tercer grupo
de necesidades, las emocionales, quedaron
satisfechas por su creencia en un Ser Supremo
benevolente del que solo procede lo bueno. El
hombre tiene también otras necesidades. Busca una
causa racional y ésta queda satisfecha por el
concepto de un Ser Supremo que creó el mundo y que
lo ordena de una forma que tiene sentido, de una
forma que es fiable. El hombre necesita también un
protector y lo encuentra en este Ser que es
omnipotente. Y así, en todos estos atributos, esta
figura exaltada proporcionaba al hombre primitivo
la capacidad y el poder de vivir y amar, confiar y
trabajar, y de sacrificar fines indignos por
objetivos más dignos en el más allá. Schmidt dice:
«Así, encontramos, entre toda una serie de razas
primitivas, una notable religión, con muchas
ramificaciones y totalmente efectiva».[26] En las casi 300
páginas de argumentación demuestra que cuanto más
primitiva la cultura, tanto más claramente se
manifiestan estos atributos del Ser Supremo, que
se daban tan por supuestos que a menudo apenas se
expresan, circunstancia que llevó a muchos
investigadores a suponer que ni tan solo existían.
Así, para resumir sus conclusiones de forma muy
breve, usamos sus propias palabras:[27] Volviendo al pueblo más
primitivo, los pigmeos africanos o los
australianos centrales o los indios de la
California central —todos ellos tienen un supremo
Dios celestial a quien presentan ofrendas de su
sangre y de sus primicias de la cacería o de la
tierra. Todos estos pueblos tienen también breves
oraciones acompañadas ocasionalmente de
ceremonias, que dirigen al supremo Dios Creador
antes del cual nada existía. Muchos escritores
sobre este tema también señalan de forma
particular a estas tribus primitivas por una buena
razón. Todos ellos son pueblos que han estado en
cierto sentido aislados bien debido a su situación
insular (como los andamaneses o los malgaches), a
bosques inhóspitos (como los fueguinos de Tierra
del Fuego), regiones desérticas (como los
aborígenes australianos o los bosquimanos), climas
extremos (como los esquimales u otros pueblos
árticos), o debido a su abierta hostilidad contra
los blancos (como el caso de los zulúes en África
o el de muchas tribus amerindias). Andrew Lang,
después de observar que los aborígenes
australianos tienen probablemente la cultura más
simple de cualquier pueblo que conozcamos, dice
que tienen conceptos religiosos «tan elevados que
sería natural explicarlos como resultado de la
influencia europea».[28]
Sin embargo, al escribir consideraba que esta
explicación no estaba justificada. Dios es
omnisciente, vive en los cielos, es el Hacedor y
Señor de todas las cosas, premia la buena conducta
de los hombres y con Sus «lecciones» ablanda el
corazón. Esta era la creencia de ellos. El mismo autor,
refiriéndose a los andamaneses, a los que
consideraba como viviendo a aproximadamente el
mismo nivel cultural, aunque en circunstancias
algo más placenteras, afirma que el Dios de ellos
es invisible, inmortal, el Creador de todas las
cosas excepto de los poderes del mal, que conoce
los pensamientos del corazón, se encoleriza ante
las falsedades y malas acciones de todas clases,
siente compasión por los que están angustiados o
afligidos, y a veces les proporciona alivio de
manera personal. Él es el Juez de las almas y en
algún tiempo futuro presidirá sobre un gran
juicio. La información que Lang recibió procedía
de miembros ancianos de la comunidad que en aquel
tiempo no se habían familiarizado con otras razas.
Como dice Lang, la influencia exterior parece
haber quedado excluida en mayor grado que el
usual.[29] Samuel Zwemer se
refirió al carácter verdaderamente monolítico del
Ser Supremo de los pigmeos de África, de los
fueguinos de Tierra del Fuego, de los indios de
Norteamérica, de las tribus de Australia central,
y de los primitivos bosquimanos, así como de
muchos pueblos de las culturas árticas, que,
mantenía él, queda «claro incluso con un examen
breve».[30]
En su artículo no estaba meramente reiterando lo
que otros han observado, es decir, que todos estos
pueblos primitivos tienen el conocimiento de una
Suprema Deidad, sino más bien que la Deidad
Suprema que reconocen es en todas partes
esencialmente la misma figura con los mismos
atributos. El canónigo
Titcomb,[31]
refiriéndose a los belicosos zulúes que
establecieron su reputación guerrera cuando se
enfrentaron con las tropas británicas, citó a un
anterior Obispo de Natal que los conoció cuando
estaban todavía culturalmente intactos, que había
afirmado que no tenían ídolos (una observación más
bien excepcional en África), sino que reconocían a
un Ser Supremo que era conocido bien como el Gran
Grande —equivalente a «El Altísimo»—, o como el
Primer Causante —equivalente a «La Primera
Esencia». El obispo dijo que en contra de su
reputación de carecer de incluso el concepto de
Dios, los zulúes hablaban constantemente de Él, y
por sí mismos, como el Hacedor de todas las cosas
y de todos los hombres. El mismo autor
hizo una interesante afirmación acerca de las
creencias nativas de los malgaches, que, según
decía él, se encuentran a menudo expresadas en
forma proverbial.[32]
Tenían dichos como estos: «No consideres el valle
secreto, porque Dios está por encima» —donde se
reconoce claramente la verdad de la omnipresencia
divina. Otro era: «La testarudez del hombre puede
ser llevada por el Creador, porque solo Dios
gobierna» —que claramente reconoce la omnipotencia
de Dios. Un tercer proverbio dice: «Mejor es ser
culpable ante los hombres que ante Dios», lo que
implica claramente la creencia en la santidad y
justicia de Dios. Hablando de los
amerindios, Paul Radin escribe:[33] La mayoría de nosotros nos
hemos criado bajo los principios de la etnología
ortodoxa, que es principalmente un intento
entusiasta y nada crítico de aplicar la teoría
darwinista de la evolución a los datos de la
experiencia social. Muchos etnólogos, sociólogos y
psicólogos todavía persisten en esta empresa. Pero
no se logrará ningún progreso hasta que los
académicos se sacudan de encima, de una vez y por
todas, del curioso concepto de que todo posee una
historia evolutiva Algunos años
después, este mismo autor, refiriéndose a la
postura de Lang de que el politeísmo no precedió
ni llevó al monoteísmo, observaba: «su percepción
intuitiva ha quedado abundantemente corroborada».[34] Como conclusión
podemos observar que hacia 1950 la revista Journal
of the Royal Anthropological Institute estaba ya bien dispuesta a publicar
una comunicación de E. O. James en la
que el autor escribía lo siguiente:[35] Así, es imposible mantener una
evolución unilateral del pensamiento y de la
práctica de la religión de la manera sugerida por
la clasificación racionalista de Tylor y Frazer
siguiendo la línea de la «Ley de las Tres Etapas»
enunciada por Comte. Sin embargo, ni la
especulación Euhemeriana de que la idea de Dios
surgió del culto a los antepasados, reavivada por
Herbert Spencer, ni la evolución Frazeriana del
monoteísmo a partir del politeísmo y del animismo
como resultado de un proceso de unificación de
ideas, pueden conciliarse con la indistinta figura
de un Ser Supremo tribal que ahora se sabe que era
un rasgo constante del concepto primordial acerca
de la Deidad. De las culturas
avanzadas y de las atrasadas surge la misma
imagen. Es una imagen de un concepto
extraordinariamente puro de la naturaleza de Dios
y de Su relación con el hombre que se va
corrompiendo gradualmente, por una parte debido a
racionalizaciones que resultaron de la gradual
sustitución de la revelación por los propios
pensamientos humanos, y por otra parte debido a
una superstición surgida de la ignorancia y del
olvido de la revelación original. Como veremos de
forma sucinta en la siguiente sección de este
artículo, hay poco que escoger entre
racionalización y superstición. En ambos casos el
resultado final es el mismo —el necio corazón del
hombre queda entenebrecido. * * * * * Algunas Implicaciones
E ESTE breve
estudio emergen diversos puntos importantes. Lo
que más destaca, naturalmente, es la evidencia de
que al menos por lo que se refiere a la historia
religiosa del hombre, la teoría de la evolución es
totalmente contraria a los hechos. Se sigue dando
por supuesto que los pueblos más primitivos son un
paradigma del hombre primitivo, porque los
paralelismos entre su arte, sus armas y su nivel
cultural general y el arte y las armas del hombre
prehistórico se dan por asumidos. De los
esquimales, en particular, se dice que nos dan una
buena imagen del hombre del paleolítico. Pero del
hombre del paleolítico se supone que fue casi un
simio que apenas balbucía excepto por su posesión
de algunas capacidades de elaboración de
herramientas y por una organización social que los
simios jamás han conseguido, mientras que sus
modernos representantes en todas las partes del
mundo exhiben un sentimiento religioso sumamente
desarrollado que contradice totalmente cualquier
teoría de un origen animal. Es cierto que en
la actualidad hallamos a estos pueblos con
creencias religiosas casi sumergidos bajo una
cubierta de temores supersticiosos y distorsiones
que nos parecen de lo peor. Es fácil sentirnos
horrorizados por algunas de sus prácticas
religiosas (como, por ejemplo, el canibalismo
ritual). Pero cuando estas prácticas se comparan
con el uso moderno de las armas nucleares,
aparecen incluso más humanas cuando se contemplan
bajo la luz de su propósito, que en este caso no
es tanto la destrucción de sus enemigos como la
adquisición del valor que admiran en ellos y que
quieren capturar para sí mismos. Y, naturalmente,
por razones ya indicadas, han tendido a olvidarse
del benevolente y misericordioso Padre celestial
cuyo conocimiento parecen haber tenido en el
pasado, y de quien piensan que no tienen nada que
temer, y tratan más bien de aplacar a los
malévolos espíritus malignos más inmediatamente
presentes, al creer que son éstos a quienes
verdaderamente deben temer. Parece claro
ahora que el hombre tuvo que comenzar con un
concepto puro de un Ser Supremo, un gran Dios,
Señor de todos, Creador del mundo, misericordioso
y justo y observador de todo, omnipresente y
omnisciente. Esta era la fe de los pueblos
primitivos que los evolucionistas mismos
consideran que son nuestros «antecesores
coetáneos». ¿De dónde vino
esta fe pura? Fue revelada desde el mismo
principio, y esta revelación demuestra que la
mente humana desde el mismo principio era
evidentemente capaz de comprensión espiritual.
Adán y Eva no fueron unos animales excepcionales
acabados de escapar de alguna manada de primates,
sino criaturas pertenecientes a otro orden por un
acto de creación divina que los había preparado
para gozar de una relación singular con Dios y
para ser receptores de una revelación mucho más
completa de lo que surge de una lectura somera de
Génesis. Se paseaban con Dios en el Huerto, y
conversaban con Él. Además, por lo
que se refiere a los pueblos primitivos mismos,
creo que, culturalmente hablando, conocieron
mejores cosas en el pasado.[36]
Lo que se desprende de los datos es que los
hombres pueden preservar ciertos recuerdos de la
fe original del hombre si no han sido corrompidos
por las sofisticaciones de una civilización
avanzada. La civilización tiende más bien a nublar
que a clarificar la fe verdadera. Lord John
Avebury observó: «El materialismo es uno de los
productos tardíos de la mente humana; el
espiritualismo [y con esto no se refería al
espiritismo, sino a las realidades espirituales]
es uno de los más primitivos». Los pueblos
primitivos están mucho más dispuestos a atender a
las cuestiones espirituales, a aceptar a Dios en
Su realidad, que el hombre civilizado. La
civilización roba al hombre de su percepción
espiritual, en lugar de potenciarla. Este es un hecho
de la mayor importancia, porque es lo contrario de
lo que generalmente suponemos. Por alguna razón,
siempre nos sobresalta descubrir que la persona
gentilmente cultivada puede estar en una completa
ignorancia de las cosas de Dios, e incluso ser
hostil a la verdad espiritual. Son las personas
«refinadas» las que tan generalmente muestran
indiferencia espiritual. Por alguna razón, Dios
puede hablar con mayor facilidad y directamente a
personas con menos sofisticación cultural. No
muchos nobles son llamados (1 Corintios 1:26). Por consiguiente,
se tiene que hacer frente a la anomalía de que en
aquel mismo aspecto de la conducta humana que más
completamente distingue al hombre de los animales,
es decir, su sentimiento religioso, el hombre
parece haber tenido su mayor conocimiento cuando
se le supone haber recién abandonado su herencia
animal. En contraste, tras haberse esforzado «a la
cumbre» después de milenios de civilización, había
en realidad perdido su visión inicial y se había
vuelto espiritualmente decadente. A la vez, las
mismas personas que proponen este anacronismo
también nos quisieran hacer creer que al ir el
hombre evolucionando culturalmente, sus
percepciones espirituales se han ido purificando
gradualmente hasta que por fin ha llegado a un
elevado concepto monoteísta de la naturaleza de
Dios. ¡Y a la vez se nos asegura que este proceso
de «mejora» solo alcanzará su cima cuando el
hombre ya no tenga ninguna creencia religiosa en
absoluto! La extensión lógica de una premisa falsa
lleva inevitablemente a estas contradicciones. De nuevo, la
historia de la percepción religiosa de la
humanidad hace resaltar otro hecho de profunda
significación. Sostener una parte de la verdad,
pero no toda ella, puede ser tan peligroso como no
sostener ninguna verdad. Se dice que la herejía es
una verdad parcial llevada a su conclusión lógica.
La gran herejía «ecuménica» es que Dios es
benevolente. Y es cierto, Dios es en verdad
benevolente, aunque una palabra mucho mejor sería
misericordioso; pero Dios es también justo. La
persona irreflexiva que sepa solo que Dios es
bueno será extraviada a creerse segura con
independencia de sus acciones. Puede con
ecuanimidad ignorar a Dios, y no adorarlo ni
reconocerlo en absoluto. A Dios no le importará
cómo él se comporte, porque, haga lo que haga,
puede asegurarse a sí mismo que no tiene nada que
temer, y que Dios lo comprenderá todo incluso si
se olvida totalmente de Él. Sólo tiene que temer
lo malo. El concepto
cristiano de Dios como amante y misericordioso ha
sido bien acogido por la sociedad porque es una
«doctrina cómoda» en alto grado. Parte de la
verdad llevada a su conclusión lógica da una
visión totalmente falsa de la relación del hombre
con Dios. Y además hay todas las razones para
sospechar que de hecho es un punto de vista
totalmente insatisfactorio. La idea misma de que
Dios pueda sentir desagrado por la conducta
humana, o que pueda juzgar sus motivos, o que
quiera recompensar su vida de forma apropiada en
algún gran Juicio queda convenientemente
eliminada. Al principio, esta liberación del temor
de las consecuencias puede suponer un enorme
alivio. Pero así como el hombre en caída libre en
el espacio se siente temporalmente liberado de los
efectos conscientes de la gravedad —hasta que
impacta sobre el suelo—, así un hombre «liberado»
de la carga del pecado no perdonado sentirá un
enorme alivio hasta que, de repente, se destruye
la ilusión de «falta de peso». La mayoría de los
hombres sienten este terrible sentimiento de
«culpa» en ocasiones —y algunos con una abrumadora
sensación de terror. En realidad, los psiquiatras
han ido llegando gradualmente a la conclusión de
que el hombre no está sano sin algún temor por las
consecuencias del pecado. Quedar libres de la
gravedad incluso en el mundo físico puede resultar
en un inesperado trastorno del bienestar del
hombre.[37]
No es sano vivir en un mundo ilusorio donde todo
se perdona y olvida como si nada tuviese una
significación final ni vaya a ser traído ante
algún Tribunal Superior. Uno de los
extraños problemas humanos es la persistente
sensación de que de alguna manera uno debiera ser
castigado y no meramente perdonado, pues en tal
caso uno no puede perdonarse a sí mismo. Puede ser
algo muy perturbador sentir el impulso de
castigarse a uno mismo, de hacer alguna clase de
expiación, a la vez que se cree que en realidad no
hay nadie en el cielo ni en la tierra que se cuide
acerca de si se realiza tal expiación. Deja al
hombre con una sensación de culpa pero sing
sentido de pecado —el dilema moderno. Estamos
constituidos de tal manera que hay un mayor
sentido de liberación cayendo ante un Dios justo y
rogando misericordia, que tratando de persuadirse
a uno mismo que no se ha incurrido en nada malo
porque no hay ninguna fuente última de justicia.
La conciencia cargada persiste como si en una
burla, pero persiste con su carga. Y así los
pueblos más primitivos, como los más civilizados,
nunca han podido librarse de la sensación de que
es necesario ofrecer sacrificios que cuesten algo.
Pero debido a que se piensa en Dios sólo como un
ser benevolente y que por ello no demanda
sacrificios, estos sacrificios se hacen a los
demonios —porque en caso contrario, ¿a quién se
pueden hacer? Así,
originalmente la fe del hombre en la bondad de
Dios estaba equilibrada por un conocimiento
paralelo de Su santidad y justicia. Pero uno de
los efectos de la civilización fue «minimizar» el
aspecto más exigente de la naturaleza de Dios,
hasta que se ha perdido totalmente de vista Su
justicia y la conciencia ha llegado a ser el
juguete de valores culturales relativos. Nadie se
inquieta hoy en día porque se diga que Dios es
amor, pero no se considera a alguien muy
civilizado si dice que Dios es también justo. En
resumen, una parte de la verdad constituye algo
peligroso, y es necesario restaurar la verdad
igualmente importante de que Dios no es solo
benevolente y perdonador, sino justo y también
severo. Sospecho que sucederían cosas
extraordinarias para bien si los ministros de Dios
volviesen a proclamar el mensaje de juicio como lo
hizo Jonathan Edwards. El temor del Señor es el
principio de la sabiduría. ... Y esto me lleva
al punto final. Como hemos visto, hay pleno motivo
para creer, a partir del estudio de la «fe» de los
pueblos primitivos, que la humanidad compartió en
el pasado una revelación de la naturaleza de Dios
y de la relación del hombre con Él. Pero sabemos
que en tiempos de Abraham apenas si quedaba ningún
hombre vivo para quien aquella revelación
significase nada vital. ¿Cómo se llegó a esta
situación? ¿Acaso la verdad revelada es impotente
por sí misma? La respuesta, me parece, ha de ser
Sí, esta verdad es impotente. Es
impotente a no ser que sea revelada de forma
renovada en cada generación y a cada persona
individualmente. Un conocimiento de la verdad, por
preciso y exacto que sea, si ha sido adquirido
meramente por transmisión oral o por reflexión, es
impotente para engendrar un entendimiento
espiritual genuino. Las verdades que heredamos no
proporcionan una verdadera percepción. De modo que
las mismas verdades pueden sobrevivir durante
varias generaciones y ser sin embargo
espiritualmente estériles, y al ser estériles
llegan a tener poca relevancia, algo que se
preserva por hábito pero sin capacidad para
afectar a la conducta. Uno ve esto en las vidas de
los jóvenes que han sido criados en una atmósfera
de piedad cristiana, donde se han familiarizado
con la verdad, pero cuya verdadera significación
les ha sido totalmente extraña, porque han sido
enseñados solo por el hombre y no por el Espíritu
Santo. Esto es lo que
quiero decir por la necesidad de la inspiración.
Puede que se nos proclame una verdad salvadora,
quizá en la Escuela Dominical, hasta que la
sepamos al dedillo, y sin embargo ser totalmente
insensibles a ella, hasta que un día el Espíritu
Santo abre nuestro entendimiento. Está claro que
el Espíritu Santo no puede abrir nuestro
entendimiento a verdades que nunca hemos oído, y
hasta este punto la memorización de las Escrituras
es una especie de garantía de que al menos el
vehículo para la comunicación del conocimiento
espiritual estará a disposición del Espíritu
Santo. Pero el peligro es que aquella verdad con
la que uno se familiariza de esta manera puede
dejar de comunicar ningún significado, de modo que
la mente se endurece contra aquello que debiera
iluminarla, pero que no lo hace. Es aun más
lamentable que la Verdad misma adquiera la
reputación de carecer de trascendencia debido a su
impotencia. El punto crucial aquí es que la verdad
espiritual es impotente e incluso
un obstáculo a no ser que y hasta que el Espíritu
Santo haya abierto nuestro entendimiento real a su
verdadero significado. Aunque esto parezca bordear
la herejía, me parece que hay más esperanza para
los que nunca han oído la verdad del evangelio que
para aquellos que la han estado oyendo todas sus
vidas. Quizá, en la sabiduría de Dios, haya más
esperanza para la actual generación de analfabetos
bíblicos que para la generación que vivió bajo la
luz prestada de los tiempos victorianos. Así, resumiendo,
los datos demuestran de forma inequívoca que el
hombre no puede haber alcanzado por evolución sus
percepciones religiosas al modo en que ha
evolucionado en sus capacidades técnicas, por
ejemplo, porque en tanto que estas capacidades
fueron mejorando constantemente, sus percepciones
fueron precisamente en dirección opuesta. El
hombre comenzó evidentemente con una vital fe en
Dios y con un concepto de su propia relación con
Él que debe haber sido por revelación, por cuanto
nunca ha sido mejorada y ni tan solo mantenida a
no ser que fuese continuamente fortalecida o
confirmada por revelación. El hombre es una
criatura singular por lo que hace a la posesión de
la capacidad de comprensión espiritual, pero
también es una criatura caída, que necesita
constantemente la renovación de su mente, debido a
que está constantemente acosado por los efectos
cegadores del pecado. Ni la influencia
enriquecedora de la civilización, que le libera de
algunas de las cargas de la vida diaria, ni los
efectos ablandadores y represores de la cultura,
que imponen unos ciertos límites a sus propensión
al mal, son factores adecuados para disipar su
ceguera espiritual ni para liberarle de la
superstición, de los temores y del culto a los
ídolos. La revelación
original, de la que tantas naciones y tribus
tienen un borroso recuerdo, tiene que ser renovada
por el Espíritu Santo en el corazón de cada
individuo para que sea efectiva en la
transformación de su vida, para que ilumine su
mente y para que dé paz en su alma. Sin esta
inspiración divina, ni el conocimiento tradicional
ni la reflexión personal devolverán al hombre a la
comunión con su Creador. El que no nazca de nuevo
(Juan 3:3), no puede ver el reino de Dios, ni
entrar en él.
* * * * * Bibliografía adicional Collins, Roy, «Some
Characteristics of Primitive Religions», Transactions
of the Victoria Institute, vol.19, 1884,
p.216-252. Frankfort, Henry, y Frankfort,
H. A., The Intellectual Adventures of Ancient
Man, University of Chicago Press,
1946, 401 páginas. Jevons, F. B., An
Introduction to the History of Religion, Methuen,
Londres, 1896, 443 páginas. Keary, Charles F., Outlines
of Primitive Belief, Scribner's, Nueva York,
1882, xxii y 534 páginas. Kellog, S. H., The Genesis
and Growth of Religion, Macmillan, Londres,
1892, xiv y 275 páginas. Koppers, Wilhelm, Primitive
Man and His World View, Sheed & Ward,
Londres,1892, xiv y 275 páginas. Lang, Andrew, The Origins
of Religion, Watts, Londres, 1908, 128
páginas. Langdon, Stephen H.,
«Monotheism as the Predecessor of Polytheism in
Sumerian Religion», Evangelical Quarterly, Londres,
April, 1937. Müller, Max, Origin and
Growth of Religion as Illustrated by the Religions
of India, Hibbert Lectures, Longmans Green,
Londres, 1878. Rawlinson, George, The
Prevalence of Early Monotheistic Beliefs, Present
Day Tracts, vol. 2, Religious Tract Society,
Londres, 1883, p. 41. Thomson, J. Radford, The
Prevalence of Early Monotheistic Beliefs, Present
Day Tracts, vol. 2, Religious Tract Society,
Londres, 1883, tratado 11. Artículos
adicionales de la revista Transactions of the
Victoria Institute: Avery, J., «The Religion of the
Aboriginal Tribes of India», vol.19, 1885-86, p. 94-121. Brown, R., «The System of
Zoroaster Considered in Connection with Arabic
Monotheism», vol.13, 1879-80, artículo no. 51. Rule, W. H., «Monotheism, a
Truth of Revelation and Not a Myth», vol.12,
1878-79, p. 343-369. Welldon, Rt. Rev. Bishop, «The
Development of the Religious Faculty in Man, Apart
from Revelation», vol. 39, 1907, p. 7-21. Whitley, D. G., «Traces of a
Religious Belief of Primeval Man», vol.47, 1915,
p.125-148. * * * * * Samuel Zwemer tiene una
excelente bibliografía: ver pp. 241-248 de The
Origin of Religion, Cokesbury, Nashville,
Tennessee, 1935. [1] Browne, Lewis, This
Believing World: citado por Samuel Zwemer
en The Origin of Religion, Cokesbury, [2] Langdon, Stephen
H., Semitic Mythology, Mythology of All
Races, vol. 5, Archaeological Institute of
America, 1931, p. xviii. [3] Langdon, Stephen
H., The Scotsman, 18 de
noviembre de 1936. [4] Meek, T. J., Primitive
Monotheism and the Religion of Moses, University
of Toronto Quarterly, vol. 8, enero de
1939, p. 189-197. [5] [6] Véase acerca de
esto Arthur Custance, «The Part Played by Shem,
Ham, and Japheth in Subsequent World History [El
cometido de Sem, Cam y Jafet en la historia
posterior [8] Renouf, P. Le
Page, Lectures on the Origin and Growth of
Religion as Illustrated by the Religion of
Ancient Egypt, Williams and
Norgate, Londres, 1897, p. 90. [9] Rawlinson, George, editor, Herodotus, apéndice al Libro 2, p. 250. [10] Petrie, Sir
Flinders, The Religion of Ancient Egypt, Constable,
Londres, 1908, pp. 3, 4. [11] Müller, Max, Lectures
on the Science of Language, 1ª serie,
Scribner's, Armstrong, Nueva York, 1875, pp. 21,
22. [12] McCrady, Edward,
«Genesis and Pagan Cosmogonies», Transactions
of the Victoria Institute, vol. 72, 1940,
p. 55. [13] MacNicol, Nicol,
editor, The Hindu Scriptures, Everyman's
Library, Dent, Londres, 1938, p. xiv. [14] Müller, Max, History of Sanskrit Literature: citado por Samuel Zwemer como en la ref. 1., p. 87. [15] Ross, John, The
Original Religion of [16] Williams, R., «Early Chinese Monotheism», comunicación presentada ante el Instituto Kelvin, Toronto, 1938. [17] Schafer, Edward
H., Ancient China, en la serie, The
Great Ages of Man, Time-Life Inc., Nueva
York, 1967, p. 58. [18] Persson,
Axel, The Religion of [19] Reseña
bibliográfica, American Journal of
Archaeology, vol. 43, 1939, p. 170, 171. [20] Hislop, A., The
Two Babylons, Partridge, Londres, 1903. [21] Schmidt, Wilhelm,
The Origin and Growth of Religion: Facts and
Theories,traducido al inglés por H. J.
Rose, [22] Ibid., p. 63. [23] Ibid., p. 71. [24] Ibid., p. 77. [25] Ibid., p. 81. [26] Ibid., p. 284. [27] Ibid., p. 191. [28] Lang,
Andrew, The Making of Religion, Longmans
Green, Londres, 1909, pp. 175-182, 196. [29] Ibid., p.
196. [30] Zwemer, Samuel,
«The Origin of Religion: By Evolution or by
Revelation», Transactions of the Victoria
Institute, vol. 67, 1935, p. 189. [31] Titcomb, J. H.,
«Prehistoric Monotheism», Transactions of
the Victoria Institute, vol. 8, 1873, p.
145. [32] Ibid., p.
144. [33] Radin, Paul, Monotheism
Among Primitive Peoples, no publisher,
Londres, 1924, pp. 65ss. [34] Radin, Paul, Primitive
Men as Philosophers, [35] James, E. O.,
«Religion and Reality», Journal of the Royal
Archaeological Institute,
vol.70, 1950, p. 28. [36] Custance. Arthur
C., «Primitive Cultures: A Second Look at the
Problem of Their Historical Origin», Part II in
Genesis and Early Man, vol. 2 en The
Doorway Papers Series, Zondervan
Publishing Company. [37] M.D. Canada, vol. 11, 1968, p. 70. Título: El Monoteísmo Primitivo,
y el Origen del Politeísmo Autor: Arthur C. Custance,
Ph. D. Copyright © 2008 Santiago Escuain para la traducción. Se reservan todos los derechos.
© Copyright 2008, SEDIN -
todos los derechos reservados. SEDIN-Servicio
Evangélico |
Vuelta
al Índice de EL PÓRTICO ![]() ![]() ![]() ![]() |
||| General English Index ||| Coordinadora Creacionista ||| Museo de Máquinas Moleculares ||| ||| Libros recomendados ||| orígenes ||| vida cristiana ||| bibliografía general ||| ||| Temas de actualidad ||| Documentos en PDF (clasificados por temas) ||| |