Llegamos ahora a las
observaciones finales y a las salutaciones. El Señor no
permitió que se olvidase a la devota Febe. Era diaconisa, o
sierva, de la iglesia en Cencrea. Y se les dice: «que la
recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y
que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros;
porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo».
Estos versículos arrojan mucha luz acerca del verdadero
carácter del diácono, tal como había sido
designado por los apóstoles antes que la iglesia cayera de
manera tan triste en su fracaso. Aquí no hay ni sombra de la
moderna idea clerical. Ella era alguien que había
«ayudado a muchos». Es evidente que era en cosas
temporales. Ella debía ser recibida en el Señor, en esta relación.
¡Qué hermoso amor y solicitud! Ella debía ser
ayudada en cualquier cosa que tuviera que hacer en Roma. Entonces se
podría decir: Mirad como se aman estos cristianos.
También descubrimos que para este tiempo Priscila y Aquila
están en Roma. Se menciona la devoción de éstos,
y «la iglesia de su casa». Hasta el versículo 16,
tenemos diversos grupos de santos que parecen pertenecer a diferentes
casas, todos ellos constituyendo la una asamblea de Dios en Roma
(véase vv. 14-15). Y había también «todos
los santos que están con ellos».
Los que ejercían la supervisión de estos diferentes
grupos de hermanos eran llamados ancianos, o supervisores (obispos)
en otras epístolas tempranas. ¿Por qué no se
dirige ni una palabra a ningún Obispo de Roma? Simple y
evidentemente debido a que no existía tal persona. Es muy
notable que no hay ni una palabra en esta epístola que pueda
considerarse como autoridad en favor del episcopado de Roma. ¡De
qué manera tan notable exhibe esto la presciencia y la
sabiduría de Dios!
Contrastemos la Roma de aquel tiempo con la de nuestra época.
¿Qué encontramos en la iglesia que estaba en Roma cuando
fueron escritas estas salutaciones? Ni Papa, ni cardenales, ni clero,
ni frailes o monjas, ni un solo sacerdote celebrando misa, ni grandes
edificios. En lugar de ello, nos encontramos con distintas reuniones
de «santos por llamamiento» que conocen que sus pecados han
sido perdonados, que han sido justificados de todas las cosas, que
tienen paz para con Dios y que pueden amonestarse los unos a los
otros. Todas estas asambleas estaban bajo el cuidado del
Espíritu Santo, y se nombran obreros activos en cada grupo
—siendo el todo miembros del un cuerpo de Cristo. Somos
impulsados a reconocer que no hay semejanza alguna entre la Roma en
el año 60 d.C. y la Iglesia de Roma en estos días. La
Roma de hoy es evidentemente una desviación de la verdadera
iglesia de Dios.
¿No es digno de nota que la única persona que se nombra
con una posición oficial —si es que podemos considerar a
una diaconisa como tal— es una mujer? Para que las personas
saludadas no sean consideradas o designadas como sacerdotes, o
episkopoi, se nombran mujeres entre ellos.
¡Qué hermoso era aquel tiempo en que estos hermanos y
hermanas andaban juntos en la unidad del Espíritu, trabajando
tanto algunos de ellos en el Señor —como la amada
Pérsida! Querido joven creyente, ¿hay alguna razón
por la que no deberíamos contentarnos con la misma simplicidad
en la actualidad?
Versículo
17. «Mas os ruego,
hermanos, que os fijéis en los que causan [o, forman]
divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros
habéis aprendido, y que os apartéis de ellos.»
Aquí debemos observar dos cosas con todo cuidado. La
división es un mal en sí misma —es
enérgicamente condenada en otras escrituras (véase 1
Co. 1:3). También aprendemos que si hay algunos practicando
este mal, causando o formando divisiones contrarias a la doctrina que
habían recibido, otros debían evitarlos, esto es,
separarse de ellos. Pero si los creyentes se separan de aquellos que
forman divisiones y los evitan, ¿no forman también con
ello una secta o división? No, la obediencia a la Palabra no
es división. Además, aquellos que causan divisiones
pueden siempre ser conocidos por el espíritu con el que
actúan: «Porque tales personas no sirven a nuestro
Señor Jesucristo».
Nunca nos equivocaremos si Cristo es nuestro único objeto.
¡Qué felicidad cuando se puede decir: «Porque
vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, … pero
quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el
mal»! Es mortífero para toda vida espiritual ocuparse con
el mal.
Versículo
20. «Y el Dios de
paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros
pies.» Esto es cosa cierta. Sea que persiga o seduzca, es por un
breve tiempo. Él es el Acusador, pero pronto será
echado fuera. Mientras, «la gracia de nuestro Señor
Jesucristo sea con vosotros». Esto se repite en los vv. 20 y 24.
Sí, este favor sin nubes, este amor inmutable, soberano y
libre, sea con todos vosotros.
Siguen las salutaciones de otros. Incluso Timoteo es «mi
colaborador». ¡Qué humildad más sincera y
qué amor fraternal!
Así como Pablo encomendó a los ancianos de Éfeso
(Hch. 20), así él dice aquí: «Y al que
puede confirmaros según mi evangelio y la predicación
de Jesucristo, según la revelación del misterio que se
ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido
manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas [o, por
las escrituras proféticas], según el mandamiento del
Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que
obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante
Jesucristo para siempre. Amén.»
Sí, Dios es poderoso para confirmar a todos los creyentes
según aquello que Pablo designa como «mi evangelio».
Las gratas nuevas confiadas a Pablo tienen un gran alcance. En esta
epístola hemos visto el desenvolvimiento del sólido
fundamento de estas gratas nuevas —la justicia de Dios revelada
en la justificación de los impíos— tanto respecto
a los pecados, hasta el capítulo 5:11, como luego
también respecto al pecado, capítulo 5:128:4.
También contiene las gratas nuevas de liberación
respecto del pecado y de la ley, de la paz para con Dios, de que no
hay condenación para los que están en Cristo
Jesús, sea con respecto a los pecados o al pecado, y de que no
hay posibilidad de que nada nos separe del amor de Dios que es en
Cristo Jesús.
Aquí tenemos también una referencia a una
revelación aún adicional del misterio que se ha
mantenido oculto desde tiempos eternos. Este misterio se explica de
manera plena en Efesios 3. Esto no fue manifestado en las escrituras
del Antiguo Testamento. ¿Y cómo podría haberlo
sido, siendo que entonces era un profundo secreto? Pero fue revelado
por escrituras proféticas, esto es, del Nuevo Testamento. Es
sin embargo digno de nota lo pronto que este misterio celestial fue
olvidado, y que la Cristiandad se retrotrajo a un judaísmo
terrenal. No sólo se puso a sí misma bajo la ley para
justicia, sino que estableció un gobierno de tipo mundano para
la iglesia, en imitación del judaísmo. Pronto, y
durante largos siglos, se perdió toda huella de la iglesia tal
como la Escritura la contempla. Así es el hombre. Siempre ha
caído en la insensatez. Toda su sabiduría es
insensatez.
Las palabras finales de esta epístola nos dirigen no al hombre
ni a aquello que se designa a sí mismo como la iglesia, sino a
Dios: «Al único y sabio Dios, sea gloria mediante
Jesucristo para siempre. Amén.» Por mucho que el hombre
haya fracasado y por mucho que la iglesia pueda fracasar como
testimonio para Dios en la tierra, Dios será eternamente
glorificado mediante Jesucristo Señor nuestro.
Amén.