El autor de estas notas
recomienda de forma decidida un estudio detenido y en oración
de esta epístola como el fundamento de todo conocimiento de
las Escrituras. Bien recuerda el autor el beneficio que
recibió durante dos años, al dejar de lado todo otro
tipo de lectura y dedicarse al estudio de esta epístola, con
algunas otras personas, en su juventud, hará unos cuarenta
años.
No puede sorprendernos que contenga una verdad tan sólida y
fundamental cuando recordamos que fue escrita a la asamblea en lo que
entonces era la metrópoli del mundo entero.
Es importante y útil observar, al leer cualquiera de las
preciosas epístolas o libros de las Sagradas Escrituras, el
carácter y designio de cada libro, y también el orden y
las divisiones del mismo. El tema del Espíritu en esta
epístola es evidentemente revelar la relación de Dios
con el hombre y del hombre con Dios —la manera en que Dios
podía ser justo al justificar al hombre. Por ello, es el
fundamento de toda verdad.
El lector cuidadoso observará en el acto tres divisiones en
esta epístola. Los capítulos 1 a 8 revelan a Dios el
Justificador —el evangelio de Dios a judíos y gentiles
sin diferencia, exhibiendo a ambos la misma gracia. Los
capítulos 9 a 11 exponen que Dios no ha olvidado Sus promesas
a Israel, sino que a su debido tiempo las cumplirá todas a
ellos como nación. Los capítulos 12 hasta el final
contienen la parte preceptiva.
Tenemos, por otra parte, una subdivisión muy importante en los
primeros ocho capítulos. Hasta el capítulo 5:11 se
trata de la justificación respecto a los pecados; luego, hasta el final del
capítulo 8 se trata más de la cuestión de la
justificación y de la liberación respecto al
pecado. Pasaremos ahora al capítulo
1.