Introducción
En las páginas iniciales, Broad y Wade dicen:
Según la opinión convencional, la ciencia es
un proceso estrictamente lógico, la objetividad es la esencia de
la actitud del científico ante su trabajo, y las afirmaciones
científicas son rigurosamente comprobadas por escrutinio de los
colegas y repetición de los experimentos. Mediante este sistema
de autoverificación, los errores de todo tipo son rápida
e inexorablemente echados fuera. (pág. 7).
No obstante, la tesis de los autores es que esta creencia es
falsa, y demuestran con claridad que este supuesto mecanismo de
indagación científica a prueba de fallos frecuentemente no
corrige los fraudes que ellos declaran que han llegado a ser una
«epidemia» en la ciencia moderna. La seducción de
ser el «primero», del prestigio, de los fondos de
investigación, de viajes a Hawai y a otros lugares
exóticos para conferencias, y de conseguir grandes cantidades de
dinero, lleva a muchos científicos a abandonar cualquier elevado
ideal que puedan haber tenido originalmente.
Tal como lo destacan Broad y Wade:
Los científicos no son diferentes de la otra gente.
Al revestirse de la bata blanca para penetrar la puerta del
laboratorio, no les abandonan las pasiones, ambiciones y faltas que
animan a las personas en otros campos de actividad. (pág. 19).
En la ciencia, el fraude pocas veces reside en la
invención de datos. La mayor parte de ellas implica su
alteración, dejar de lado ciertos resultados y manipular lo
suficiente para cambiar un resultado cercano pero
estadísticamente no significativo para conseguir un resultado
estadísticamente significativo.
Después de la lectura de este libro, uno se siente
inclinado a aceptar la declaración bíblica de que
«no hay hombre que no peque» (1 Reyes 8:46) y, de manera
más directa: «Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos» (1 Juan 1:8).
Los científicos como humanos
Se debe encomiar a Broad y a Wade por su soberbio trabajo de
detectives al presentar una imagen más realista de los
científicos. El fraude es algo tan extendido que ellos llegan a
la conclusión de que «la ciencia se parece poco a su
retrato convencional» (pág. 8). Un problema principal al
tratar acerca de esto, observan los autores (que citan a Robert Walker):
es una cierta arrogancia dentro de la comunidad
científica ... que mejor conocemos, y a eso se debe que hemos
hecho las preguntas; y si nosotros no hacemos las preguntas, nadie
más lo hará. (pág. 12).
Hay intereses creados que operan para demostrar teorías
favoritas, y los investigadores se ponen orejeras que les
prohíben ver nada más de lo que quieran ver. Estos son,
como los autores lo ilustran de manera muy adecuada, problemas comunes.
Los autores tratan también con detalle el método
científico, y de manera especial la dificultad de
«demostrar» hipótesis científicas. Un buen
ejemplo de esta dificultad, observan ellos, reside en «la
teoría de la evolución, [que] es otro ejemplo de una
teoría muy valorada por los científicos ... pero que en
cierto sentido está en una posición muy honda para que
pueda ser directamente demostrada o refutada» (pág. 17).
Destacan ellos que una vez que las teorías han quedado
establecidas, no son fácilmente derribadas, sea cual sea la
nueva información que salga a luz y que pueda contradecir la
teoría ahora santificada y «escrita en tablas de
piedra».
Entre las razones para el engaño está el hecho
de que la meta de la ciencia son las teorías, no una
colección de aburridos hechos. Debido a que en ocasiones es
difícil conformar los hechos a teorías en situaciones en
las que hay muchas anomalías, al tratar de
«demostrar» la propia teoría hay una fuerte
tentación a jugar frívolamente con los hechos. El deseo
de conseguir crédito, de ganarse el respeto de los colegas y de
llegar a ser eminente ha conllevado, desde los primeros días de
la ciencia, la tentación de mentir a sabiendas, de distorsionar
o echar a un lado la evidencia y de ir más allá de los
datos sin informar de ello al lector.
Un problema principal es que la ciencia, por su naturaleza de
comunicarse por medio de publicaciones, «tiende a registrar
sólo las acciones de los pocos que han contribuido con
éxito al conocimiento [de la ciencia] y a dejar de lado los
muchos fracasos». (pág. 35). Los autores observan que los
investigadores, deliberada e inconscientemente, destacan los hechos que
dan apoyo a su teoría, modifican los que no la sustentan del
todo y echan a un lado los que no la sustentan.
Más aún, el sistema científico alienta a
engañar. Hay en juego carreras y trabajos, y, literalmente, la
posibilidad de ganarse la vida. La presión por conseguir que se
publique un artículo, para hacerse famoso, por conseguir un
prestigioso premio o para que le pidan a uno que se una a un consejo
editorial, todo ello alienta a actuar fraudulentamente.
También se incluye una excelente sección acerca
de la mitología de la ciencia. Broad y Wade muestran que en
contra de la opinión popular, la ciencia a menudo no ejerce una
vigilancia propia. Los académicos no siempre leen cuidadosamente
la literatura científica. Muy a menudo la ciencia no es un
proceso muy objetivo. Los dogmas y los prejuicios, cuando se disfrazan
de una manera adecuada, penetran en la ciencia de una manera tan
fácil como en cualquier otra empresa humana, y quizá con
mayor facilidad por cuanto su penetración no es esperada.
La ciencia como religión
Broad y Wade observan que la ciencia cumple parte de la
función inspiradora que los mitos y la religión
cumplían en sociedades menos desarrolladas (pág. 130).
Añaden ellos:
... que los factores no racionales son también
importantes [en la ciencia] y que la creencia científica, en
particular cuando tiene lugar una conversión traumática
de un paradigma a otro, tiene ciertos elementos en común con la
creencia religiosa. (pág. 133).
Tal como lo observa Feyerabend en su libro Against Method
[Contra el método], para la mayoría de los
científicos, el eslogan «libertad para la ciencia»
significa «libertad para adoctrinar no sólo a los que se
han unido a ellos, sino también al resto de la sociedad
...» (pág. 134).
El principal problema en la cuestión del fraude es el
problema de la ciencia misma, es decir:
Los científicos contemplan su propia profesión
en términos del ideal poderosamente atractivo que han erigido
los filósofos y sociólogos [de la ciencia]. Lo mismo que
todos los creyentes, tienden a interpretar lo que ven del mundo en
términos de lo que la fe les dice que hay. (pág. 79).
... el sistema científico
alienta a engañar. Hay en juego carreras y trabajos, y,
literalmente, la posibilidad de ganarse la vida. La presión por
conseguir que se publique un artículo, para hacerse famoso, por
conseguir un prestigioso premio o para que le pidan a uno que se una a
un consejo editorial, todo ello alienta a actuar fraudulentamente.
La recolección de datos
Uno de los mejores capítulos trata acerca del
autoengaño y de la credulidad de los científicos. Los
autores dan ejemplo tras ejemplo de que «la propensión del
investigador al autoengaño es particularmente fuerte»,
especialmente cuando examina otras especies y les imputa varios rasgos
de la personalidad, añadiendo: «el hecho es que todos los
observadores humanos, por bien instruidos que estén, tienen una
fuerte tendencia a ver lo que esperan ver» (pág. 114).
Randi (1982) cree que en algunas áreas de investigación
los científicos son «más fácilmente
engañados» que el público.
Broad y Wade citan un estudio que demuestra cómo la
recolección de datos queda afectada por ideas preconcebidas.
Rosenthal dijo a unos observadores científicos escogidos que
debían ensayar dos grupos de ratas: un grupo era «diestro
en los laberintos» y el otro era «poco diestro». Como
se esperaba, las ratas brillantes fueron puntuadas como superiores
-cuando de hecho no lo eran, porque las ratas habían sido
distribuidas al azar en los dos grupos y ninguna de ellas
había sido adiestrada de manera especial. Los experimentadores
vieron lo que quisieron ver (o esperaban ver, demostrando el
«efecto de expectativa») -quizá de forma
inconsciente.
También examinan el estudio de Wolins, que involucraba
una petición de datos materiales a 37 autores de
artículos de psicología. De los 32 que replicaron, 21
informaron que «desafortunadamente sus datos habían
quedado traspapelados, se habían perdido o habían sido
involuntariamente destruidos». Los autores concluyen que uno
supondría que «algo tan valioso como datos
científicos materiales se guardarían en condiciones menos
propensas a los accidentes» (pág. 78). Y de los nueve
conjuntos de datos que fueron enviados a los investigadores, tres
contenían graves errores en sus estadísticas, lo que
lleva a los autores a la conclusión de que «las
implicaciones del estudio de Wolins son casi demasiado abrumadoras para
digerirlas» (pág. 78). En tanto que es posible que los
autores sean demasiado duros con la comunidad científica, sin
embargo es evidente que la crítica que presentan tiene mucha
validez. Citan también otros estudios que llevaron esencialmente
a las mismas conclusiones.
En mi lectura del libro, mi interés en la
discusión era el puramente intelectual, ¡hasta que me di
cuenta que algún trabajo que yo había empleado en mi
actividad había sido hecho por un investigador mezclado en un
escándalo! Estos estudios habían sido publicados en
prestigiosas revistas, y es indudable que muchos otros investigadores
también se habían apoyado en aquellos resultados. En
realidad, es probable que la mayoría de los
investigadores hayan citado datos fraudulentos o al menos inexactos. La
tragedia en todo esto es que, tal como lo admiten los autores,
«la ciencia ha reemplazado a la religión, hasta un grado
probablemente insano, como la fuente fundamental de verdad y valores en
el mundo moderno» (pág. 219). Aquí, la
ironía debería verse con claridad. La ciencia se apoya
enormemente en la autoridad humana, especialmente en la autoridad de
sus luminarias, las cuales llegan a puestos destacados por una serie de
acontecimientos aleatorios. Como lo observó Bacon (citado por
los autores), «la verdad es la hija no de la autoridad, sino del
tiempo» (pág. 224).
El problema de la objetividad es grave. La mayoría de
los investigadores creen apasionadamente en su propio trabajo, en la
técnica en que se apoyan y en las teorías que
están intentando demostrar. Aunque esta pasión puede
tener la ventaja de hacer que los científicos se mantengan en el
esfuerzo necesario para producir resultados, también puede
colorearlos e incluso distorsionarlos. Y, desafortunadamente:
La ciencia es un proceso complejo en el que el observador
puede ver casi cualquier cosa que quiera siempre y cuando estreche lo
suficientemente su campo de visión. (págs. 217-218)
En ninguna parte es esto más evidentemente que en el
área reconocidamente emocional de la evolución.
Reproducibilidad
La reproducibilidad es otro mito que atacan los autores. Ante
todo, esto demanda que el experimentador original delinee exactamente
lo que ha hecho -el método, cantidades de reactivos
químicos, o lo que fuere. Pero no es fácil reproducir un
experimento, porque a menudo no se pueden describir o no se describen
de manera bien detallada en la literatura. Puede haber variables
desconocidas que interfieran. La investigación puede que
funcione de una cierta manera con una cierta raza de ratas pero que una
raza algo diferente dé resultados distintos. Además, los
autores observan que las descripciones publicadas de los experimentos
son frecuentemente detalladas pero sin embargo incompletas. Muchos
investigadores tienen la capacidad de reproducir sólo aquellos
experimentos que pertenecen de manera específica a su
especialidad. Además, muchos carecen de los recursos de tiempo,
dinero y motivación.
Por esta razón, los autores declaran que «en
raras ocasiones se hacen ... reproducciones [de experimentos]»
(págs. 79-86). El sistema de recompensas de la ciencia, explican
los autores, es de tal forma que el gran interés es la
originalidad, y ser segundo no obtiene nada. La reproducción
desde luego no es algo original y es primariamente una tarea ardua con
poco potencial para recompensas. Concluyen ellos:
El concepto de reproducción, en el sentido de la
repetición de un experimento a fin de comprobar su validez, es
un mito, un concepto teórico soñado por los
filósofos y sociólogos de la ciencia. (pág. 77)
El prejuicio en la ciencia
Los autores dan ejemplo tras ejemplo del triste hecho de que
la evidencia experimental, por sí misma, no es por lo general
suficiente para desbaratar una teoría más antigua. Por
muy válidas que sean las evidencias experimentales, a menudo se
pueden echar a un lado con racionalizaciones. Un excelente ejemplo es
el del médico húngaro Semmelweis, que descubrió
que la fiebre puerperal, que típicamente causaba una tasa de
mortalidad de entre el 10 y el 30 por ciento en los hospitales
europeos, podía ser prácticamente reducida a cero si los
médicos se lavaban las manos en una solución de cloro
antes de examinar a la madre. En su propia consulta, la tasa de
mortalidad descendió del 18 al cero por ciento. Esta clara
evidencia no logró convencer a sus superiores a pesar del hecho
de que los médicos que no empleaban esta sencilla técnica
germicida seguían perdiendo la misma proporción de
pacientes que perdía Semmelweis antes de su innovación.
Este procedimiento, que para nosotros en la actualidad es algo simple y
evidente, iba en contra de todas sus teorías de la medicina. Sus
compañeros médicos, lo mismo que los científicos
en la actualidad, no estaban dispuestos a aceptar una nueva idea con
facilidad. Semmelweis fue finalmente despedido del hospital y
pasó el resto de su vida tratando de convencer a Europa de la
eficacia de su sistema. Sencillamente, los médicos no
podían aceptar que habían causado sin querer la muerte de
tantas pacientes por dejar de lavarse las manos. Una razón del
fracaso de Semmelweis en convencer a sus coetáneos fue que no
era un propagandista eficaz. Los resultados de la propia
investigación, sea cual sea su mérito, no serán
aplicados si no son eficazmente comunicados. Un científico
brillante tiene que ser primero un comunicador brillante.
Frustrado tras veinte años de intentos, Semmelweis
ingresó en un hospital mental y sus ideas fueron olvidadas hasta
que Lister libró de nuevo la batalla. Y triunfó. Tal como
lo expresa Broad (pág. 140), no es cierta la pretensión
de que la ciencia difiere fundamentalmente de otros sistemas de
creencia en que descansa de manera demostrable sobre la sola
razón. Esta pretensión ha de ser modificada a la luz de
lo que los historiadores tienen que decir acerca de la resistencia de
los científicos a aceptar nueva información y acerca de
su tendencia a rechazar observaciones que no pasen el filtro de sus
propias teorías. Evidentemente, «la historia muestra ...
que una comunidad de científicos está a menudo dispuesta
a tragarse entero el dogma que se les sirva, siempre que les sea
agradable al paladar y haya sido sazonado con la proporción
correcta de saborizante científico» (pág. 193).
El concepto de reproducción, en
el sentido de la repetición de un experimento a fin de comprobar
su validez, es un mito, un concepto teórico soñado por
los filósofos y sociólogos de la ciencia.
Elitismo en la ciencia
El sistema de arbitraje de la elite en el poder es a menudo un
sistema de censura que es a veces de lo más pernicioso. Los
autores tratan también acerca del problema del elitismo en la
ciencia, que da como resultado que unas ideas sean aceptadas por quien
las ha propuesto, y no por los méritos de lo que se propone.
Esto, concluyen ellos, es un problema grave: «Se aceptan ideas
malas porque sus proponentes son miembros de la elite.»
(pág. 98)
Cosa aun más grave, destacan ellos que «las
buenas ideas pueden ser ignoradas porque sus defensores pueden tener
una baja posición en la estructura social de la ciencia».
Y la elite tiende a la vez a perpetuar sus propias ideas y a crear la
siguiente elite. La siguiente elite está compuesta de aquellos
que están de acuerdo con las ideas de la anterior elite. De esta
manera, las elites y las idas se perpetúan, resistiendo el
cambio y el progreso, aunque también, con todo,
resistiéndose a las modas caprichosas.
Un problema principal en el proceso de la revisión
editorial es la falta de fiabilidad. Los autores citan varios estudios
apoyando la conclusión a que han llegado de que un factor muy
importante en la publicación o no de un artículo es el
azar. En un estudio se tomaron diez artículos de «alta
calidad» sobre psicología que habían sido
publicados hacía dos o tres años y se volvieron a someter
para publicación a las mismas revistas que los habían
publicado antes, cambiando los nombres y membresías de los
autores. Sólo el 18 por ciento de los artículos fueron
recomendados para su publicación, y el resto fueron rechazados
... ¡y en cambio estas revistas habían publicado antes
estos mismos artículos! Otros estudios descubrieron que cuando
los resultados del estudio se ajustan al prejuicio filosófico
del revisor, aumenta la probabilidad de su aceptación.
Broad y Wade tratan también de temas como la
revisión colegial para la financiación de estudios
(aquellas personas que determinan qué solicitante recibe fondos
para investigación tienen una gran influencia sobre lo que
está haciendo la ciencia). Un problema principal es que la
investigación «de moda» es financiada, y la que
contradice a estructuras de creencia de la ciencia, y especialmente
entre ellas a la evolución, tiene menos probabilidad de ser
financiada.
Científicos específicos
Broad y Wade y otros han lanzado serios ataques sobre Charles
Darwin. Obras como Darwin and the Misterious Mr. X [Darwin y el
misterioso Sr. X], de Loren Eiseley, y A Delicate Arrangement
[Un delicado arreglo], de Arnold Brackman, afirman que Darwin
plagió la mayor parte de la teoría de la evolución
y su teoría de selección natural.
Eiseley presenta una evidencia irrefutable de que los
principios fundamentales de la teoría de la selección
natural fueron propuestos por el naturalista ahora olvidado Edward
Blyth, años antes de la publicación de la obra de Darwin El
Origen de las Especies. (De la camisa del libro de Eiseley.)
El editor del libro de Brackman llega a la conclusión
de que el plagio que Darwin hizo de Wallace es «uno de los
más grandes males de la historia de la ciencia»,
añadiendo que «Darwin y dos eminentes amigos
científicos conspiraron para conseguir la prioridad y el
crédito para aquella teoría [de la evolución, y de
forma específica para el mecanismo de la evolución, la
selección natural] para Charles Darwin.» (De la
introducción al libro de Brackman.) Y un reseñador del
libro (Williams, 1982) observa que la conclusión de aquel libro
es que «Darwin robó (y no es un término demasiado
duro) la teoría a Wallace.» Broad y Wade incluyen una
excelente discusión de la apropiación por parte de Darwin
de la obra de Blyth y de otros. Las evidencias de esto son las
similaridades en la fraseología, la elección de los
ejemplos específicos para apoyar la teoría y el uso de
unas ciertas palabras de uso infrecuente. Broad y Wade exponen que
incluso coetáneos de Darwin, como Samuel Butler, criticaron a
Darwin por «dejar de lado en silencio a aquellos que
habían desarrollado ideas similares [antes que
él]». (pág. 31)
También se incluyen en un tratamiento excelente y
equilibrado el asunto del soviético Lysenko, el intento de
Krammerer de demostrar la biología lamarquiana (y que
acabó con su suicidio) y el asunto de Morton, en el que los
datos de sus puntos de vista racistas fueron recogidos entre 1830 y
1851 y no fue puesto en evidencia hasta 1978 por Stephen J. Gould de
Harvard. En cuanto al asunto de Piltdown, los autores parecen conocer
el tema con poco detalle y se han apoyado en mucho en la obra de Millar
(1972). Otros investigadores han llegado a diferentes conclusiones
acerca de quién perpetró el fraude. Los autores incluso
inciden en temas como el de Uri Geller y el Lienzo de Turín.
Aunque se trata de un libro excelente acerca de fraude en la ciencia,
la discusión de temas laterales, como el asunto de Cyril Burt,
la controversia de influencia genética frente a la ambiental,
etc., parece más bien superficial y en algunos lugares
inadecuada o incorrecta.
Recapitulación
Si la ciencia es autocorrectiva, ¿por qué
tenemos ejemplos como Ptolomeo, Galileo y Newton, la obra de los cuales
se mantuvo sin correcciones durante décadas, y era deficiente
incluso en base de la norma de la antigua astronomía
(pág. 24), según los autores? Aunque en algunos casos
podría deberse a que la oposición a la obra de un
científico pueda ser suprimida o no reciba la publicidad
necesaria o quizá que los opositores se desacrediten a sí
mismos automáticamente por poner en tela de juicio a una
lumbrera de la ciencia. En base de esto se podría argumentar que
aunque se pueda precisar de milenios, los errores quedan finalmente
corregidos. La verdad sale a la superficie y el proceso de la ciencia
funciona, pero puede ser infinitamente más lento de lo que creen
sus defensores. El volumen señala también la
sabiduría de evaluar y criticar teorías incluso muy
aceptadas, incluso las postuladas hace muchos años y raramente
cuestionadas desde entonces.
Algunos casos de engaño han sido descubiertos al
examinar las notas originales del investigador. Se descubre en
ocasiones que los casos que se «ajustan» fueron
seleccionados para los informes a publicar, y que los que no se
ajustaban fueron echados calladamente a un lado. Un ejemplo excelente
de esta forma de actuar es el eminente Millikan. Le dieron el Premio
Nóbel, y su oponente, cuyos experimentos eran evidentemente
honestos, quedó sumido en el desencanto, con «un
espíritu quebrantado». (pág. 35)
Los problemas desenterrados por Broad y Wade son
probablemente, como ellos mismos destacan, sólo la punta de un
iceberg. En la ciencia, aparte de la reproducción de los
experimentos (que es cosa bien infrecuente en muchos campos), el fraude
es desafortunadamente sumamente difícil de detectar.
Los problemas desenterrados por Broad
y Wade son probablemente, como ellos mismos destacan, sólo la
punta de un iceberg. ...
Referencias
Brackman, Arnold. 1980. A Delicate Arrangement. [Times
Books, New York].
Eiseley, Loren. 1979. Darwin and the mysterious [Mr.
X. (E. P. Dutton, New York].
Williams, Kenneth. 1982. «The origin of Darwinism».
[The New Republic, 187(17):4].
Millar, Ronald. 1972. The Piltdown Men. [St. Martin's
Press, New York].
Randi, James. 1982. Flim-flam psychics, ESP, unicorns and
other delusions. [Prometheus Books, New York, pág. 7].
Fuente: Creation Research
Society Quarterly, Vol. 21(2)89-91. septiembre de 1984.
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