En el libro El Universo Inteligente (Grijalbo,
Barcelona 1984), Sir Fred Hoyle, el famoso físico y
cosmógono, se rinde ante la evidencia de designio y reconoce
paladinamente que la vida «no puede haberse producido por
casualidad» (pág. 12), y califica la opinión de una
formación espontánea de la vida a base de un encuentro al
azar de sus componentes químicos en una sopa orgánica, de
«mentalidad de trapero» (pág. 19). Estas palabras
las explica de esta manera: «En una trapería se encuentran
todos los fragmentos y las piezas de un Boeing 747, sueltos y
desordenados. Ocurre que un tifón se abate sobre la
trapería. ¿Cuál es la probabilidad de que
después encontremos un 747 totalmente ensamblado y listo para
volar? Es tan pequeña que resulta despreciable, incluso en el
caso de que el tifón soplara en tantas traperías que
llenasen por completo el Universo» (pág. 19). Y remata:
«En definitiva, no hay ni un ápice de evidencia objetiva
en favor de la hipótesis de que la vida empezase en una sopa
orgánica aquí, en la Tierra. ... ¿por qué
los biólogos se entregan a fantasías no contrastadas,
negando lo que es patente y obvio, es decir, que las 200.000 cadenas de
aminoácidos, y por tanto la vida, no aparecieron por
casualidad?» (pág. 23).
Hoyle postula una Inteligencia coexistente con el universo y que esta
Inteligencia y el Universo se necesitan mutuamente. No se trataría de un Ser
personal que creó el universo libremente, sino de una inteligencia que existe
sólo en mutua dependencia del universo cuya evolución dirige desde y
hacia el futuro, concretizándose en inteligencias cada vez más superiores
y convergiendo hacia un «Dios» en el infinito futuro. Un «Dios» que en suma se identifica de una manera quasi
panteísta, aunque parece que no totalmente impersonal.
Aquí, sin embargo, reside la paradoja: el Universo no es inteligente.
No puede evidenciarse ningún movimiento de auto-organización. Y la
resistencia de la vida ya constituida frente a la desintegración no puede ni
debe confundirse con ninguna auto-organización. La tendencia es inequívocamente
hacia la disolución, hacia la muerte térmica del cosmos. Todos los procesos que
se pueden estudiar en el Universo son desintegradores, aun cuando una
multitud de mecanismos en los sistemas cosmológicos en general y de la biosfera
en particular tiendan a una conservación, en definitiva limitada en el
tiempo y en el espacio. Esta conservación siempre tiene lugar con
pérdidas energéticas y estructurales; nunca se dan incrementos de
información y energía. Así, Hoyle, aunque reconociendo paladinamente que la Vida
material precisa de una Inteligencia que la suscite y sustente, sigue rehusando
darle el reconocimiento debido a Aquel que, exterior y anterior al Universo,
autosuficiente en Sí mismo y Eterno, creó todas las cosas por la Palabra de Su
Poder.
La postura de Hoyle es la de adscribir en último
término la sabiduría y poder que se hacen evidentes en la
Creación ¡a la misma Creación! La Creación
se dirige hacia el futuro para llegar a ser «Dios». Esto
tiene una gran semejanza de fondo con la postura de Teilhard de Chardin
y su Punto Omega, al que se dirigiría la humanidad, que en su
proceso de cerebralización llegaría finalmente a la
unidad mental espiritual, constituyendo un «Cristo»
cósmico, y llegando así a su propia deificación.
Se acepta la evidencia de designio, pero se niega la Revelación
del Creador. Con esto se mantiene la actitud de negar al Creador y
adorar en cambio a la criatura, actitud ésta denunciada en la
Epístola de Pablo a los Romanos, capítulo 1,
versículos 18-25 y ss.
Nosotros, que conocemos el origen del
hombre, sabemos con certidumbre que la muerte no procede de la naturaleza, sino
del pecado.
Tertuliano (160-230 d.C.)
Tratado
De Anima,
52
Los no creyentes no están solos en su campaña proevolucionista. Desde los
tiempos de Darwin tienen a cristianos como compañeros de viaje. Recientemente,
la revista Edificación Cristiana (Nov.-Dic. 1994) publicaba un artículo
titulado «En torno a la explicación sobre los orígenes». En él, su
autor, D. Francisco Javier Álvarez Ballesteros, afirma no tomar partido ni por
la evolución ni por la creación. En realidad, a lo largo de todo el artículo
argumenta en el sentido de que no hay incompatibilidad entre el evolucionismo y
el cristianismo bíblico. La tendencia clara del artículo, a pesar de su
afirmación de neutralidad, es la de presentar el evolucionismo como aceptable y
como acorde con las Escrituras. También trata de refutar lo que él presenta como
las razones de rechazo del evolucionismo teísta por parte de los creacionistas.
Parece sin embargo haber dejado a un lado el principal argumento para, desde una
perspectiva bíblica, rechazar el proceso evolucionista como tal. Por ello,
creemos necesario exponer la inconsistencia de su posición con respecto a los
orígenes, y las fatales consecuencias que ello puede acarrear a la hermenéutica
Biblia y -lo que es más importante- a nuestro conocimiento de Dios que, de todas
maneras, se consigue por medio de Su Palabra. Todo ello es debido a que los
orígenes forman la trama del entretejido bíblico. Uno de los
autores citados en el artículo es Miguel Zandrino. Pasando a examinar la obra de
Zandrino, El Origen del Hombre, leemos:
...la palabra «evolución» ha llegado hasta nosotros teñida por
un fuerte matriz antibíblico. Y aquí queremos detenernos para explicar que como
cristianos no somos ni evolucionistas ni antievolucionistas: consideramos al
evolucionismo como una teoría científica que nos tiene sin cuidado, como no
afecta a nuestra fe que el agua hierva a 100(o)C o que la interacción de los
cuerpos sea directamente proporcional a la masa e inversamente proporcional a la
distancia.
...
Queremos afirmar de una manera terminante que la evolución científica es
una teoría, un camino de trabajo sumamente valioso para el estudio de las
Ciencias Naturales.1
Unas pocas páginas antes de estas tajantes afirmaciones,
Zandrino generaliza sobre los opositores a la Evolución:
Muchos creen tener el derecho a opinar sin poseer una formación que les
permite hablar con conocimiento de causa. En realidad, un miedo supersticioso
les hace rechazar las conclusiones de estas ciencias [se refiere a la
Geocronología, Paleontología y Antropología -Ed.] por el falso temor de que sea
herida la fe. Se han escrito demasiados libros y artículos malos sobre el tema
por no técnicos que barajan citas, algunas de autores prestigiosos, pero
distorsionando por mera ignorancia académica los problemas que abordan.2
Naturalmente, no vamos a negar de plano que se hayan escrito libros y
artículos malos por parte de los Creacionistas. Pero como argumento no sirve; se
puede replicar con facilidad y documentar despropósitos y falacias en las obras
de destacados autores evolucionistas, y fraudes históricos. Zandrino sigue la
cómoda táctica de generalizar en sus ataques, implicando que todo aquel
que tome una posición contraria al dogma evolucionista lo hace porque su
ignorancia no le permite más y porque sus supersticiosos temores le atan. Eso es
más fácil que emprender la más ardua tarea de exponer los errores en el
argumento que intenta combatir.
Para Zandrino, pues, la Evolución no presenta consecuencias antibíblicas.
Para él, como cristiano que profesa ser, Dios creó, y el método fue la
Evolución.
¿Es ésta, en realidad, una postura sin más trascendencia? ¿No afecta éste
método a la personalidad de Quien lo hubiera utilizado? Esta pregunta nos lleva
de la mano a considerar la objeción moral a la teoría de la
Evolución.
Esta cuestión la planteó correctamente Bernard Ramm (aunque la
solución que propuso dista de serlo) cuando afirmó:
C. ¿Cuál es el problema real de la evolución? Consiste en saber si es en
esencia anticristiana. Pero, esta cuestión se basa en un presupuesto de
máxima importancia. Cabe preguntarse, cuándo una teoría científica es
anticristiana.
...
La evolución sería contraria al cristianismo sólo si se demostrase que es
anticristiana en su esencia. Y ello sólo se conseguirá cuando se pongan de
manifiesto los esquemas según los cuales cualquier teoría está en conflicto con
el cristianismo.3
Creemos que Ramm exagera: para ver si una teoría es esencialmente contraria
al cristianismo no creemos necesario conocer los esquemas generales por los que
cualquier teoría iría en contra del cristianismo. Con saber si ella misma
en particular va contra el cristianismo es más que suficiente para el caso que
nos ocupa.
Para Ramm, por lo que se desprende del resto de su libro -aunque él se
declara no evolucionista- la hipótesis de la evolución no es, en sí misma,
anticristiana. Pero no tiene en cuenta la objeción Moral ni la Escritural. A
continuación expondremos ambas, que están íntimamente relacionadas. Según los
Evolucionistas Teístas, Dios creó, y el método que Dios utilizó para crear fue
la Evolución.
La objeción
Si afirmamos que Dios utilizó la Evolución para crear, estamos
afirmando (1) que Dios es el autor del sufrimiento y de la muerte de incontables
organismos a lo largo de las vastas épocas de tiempo antes de que apareciera el
Hombre. (2) Que Dios siguió un proceso de ensayo y de error, en el que se
iban descartando las formas incorrectas, que quedaron extinguidas a lo largo del
proceso evolucionista. (3) Que Dios, por este proceso, fue el autor de la Ley de
la Selva: la depredación, la rapiña, la lucha por la existencia, la lucha por el
apareamiento, la eliminación de los más débiles por parte de los más fuertes,
etc., fue Su «modus operandi». En cambio, todo el marco
bíblico nos muestra que la muerte entró en el mundo [el kosmos]
por el pecado del hombre: «El pecado entró en el mundo por medio
de un hombre, y por medio del pecado la muerte» (Romanos 5:12). La causa
de la entrada de la muerte en el mundo no fue la acción de Dios como medio para
eliminar a los no aptos en Su búsqueda de la emergencia del Hombre. Fue la
apostasía del hombre, al darle la espalda a Dios, y esto en un mundo en el que
no se conocía la muerte ni ningún mal.
... todo el marco bíblico nos muestra
que la muerte entró en el mundo [el kosmos] por el pecado del hombre: «El
pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la
muerte» (Romanos 5:12). La causa de la entrada de la muerte en el mundo
no fue la acción de Dios como medio para eliminar a los no aptos en Su búsqueda
de la emergencia del Hombre. Fue la apostasía del hombre, al darle la espalda a
Dios, y esto en un mundo en el que no se conocía la muerte ni ningún
mal.
La introducción del proceso evolucionista en Génesis no es una mera
adaptación: se hace imposible comprender Génesis y valorar la realidad de la
muerte como salario del pecado. Para el evolucionismo, la muerte es parte
inseparable del proceso que conduce a la vida a estadios cada vez más elevados y
forma parte inseparable de lo natural y normal. En cambio, según la Escritura la
muerte es una presencia extraña e intrusa, una tragedia que cayó sobre el
mundo cuando Adán pecó y le dio la espalda a Dios. Son dos perspectivas
incompatibles en lo moral y en lo conceptual.
Acerca de esto, hay un interesante libro de John L. Randall.
Él no es cristiano, sino un tipo de Evolucionista finalista. En su libro
mantiene que la Evolución sería inconcebible sin imaginar una interacción entre
Mente y materia. Randall muestra que un origen de la vida por medio de sólo
mutaciones y selección natural es científicamente imposible, y que se debe
aceptar la actividad de una gran Mente. No obstante, no se decide a llamar Dios
a esta «Mente» por estas razones:
El teólogo atribuye ciertas propiedades infinitas a su Dios; se le
describe como omnipotente, omnisciente, y de infinita bondad. Ahora bien, la
Mente que se revela a sí misma en el desarrollo de la vida en este planeta no
es, evidentemente, omnipotente, pues si lo fuera habría producido organismos
perfectamente diseñados a partir del polvo de la tierra sin tener que ir a
través del largo proceso de prueba y error que llamamos evolución.4
También Bertrand Russell, famoso matemático y filósofo, tiene algo que decir
sobre este punto en su bien conocido libro en pro del ateísmo Religión y
Ciencia:
La religión, en nuestros días, se ha acomodado a la doctrina de la Evolución,
y ha derivado nuevos argumentos a partir de ella. Se nos dice que a través de
las eras va desarrollándose un propósito creciente y que la Evolución es el
desarrollo de una idea que ha estado toda ella en la mente de Dios.
Parece ser que durante estas eras que tanto habían preocupado a Hugh Miller,
cuando los animales se torturaban unos a otros con feroces cuernos y agonizantes
aguijones, la Omnipotencia estaba tranquilamente esperando la emergencia del
hombre, con su crueldad aún más ampliamente difundida.
La razón del por qué este Creador prefirió conseguir su propósito a través de
un proceso, en lugar de ir directo a su meta, estos teólogos modernos no nos la
dicen. Ni tampoco nos dicen demasiado para acallar nuestras dudas con respecto a
lo glorioso de su consumación.
Con cinismo corrosivo concluye Bertrand Rusell su ataque a los
que pretenden «nadar y guardar la ropa». Y la verdad es que
afirmar que Dios utilizó un proceso evolutivo como método
para crear al hombre es acusarlo de utilizar el camino más cruel
e ineficaz. ¡Si la Evolución fuera verdadera, no
deberíamos darle a Dios la culpa de ella! Sería afirmar
que Dios es el autor de la lucha por la existencia, por la
reproducción, por el espacio vital, el conductor de un proceso
que muchos teóricos políticos han empleado para
justificar la Lucha de Clases y la Lucha por el Espacio Vital,
así como la Supremacía de la Raza de turno (las
teorías supremacistas de la raza blanca por una parte, el
nazismo por otra). En realidad, el dios de este proceso sería el
dios de Hitler, de Stalin, y de sus semejantes; no el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo.
El hecho es que, digan lo que digan ciertos teólogos, y a pesar de lo que
ciertos teólogos quieren hacerle decir a la Biblia, el mensaje bíblico es
incompatible con el evolucionismo. El Evolucionismo no cuadra con la
naturaleza de Dios, su Omnipotencia, Omnipresencia e infinita Bondad. Además
contradice abiertamente a Su Revelación. Según la revelación Bíblica, Él creó
organismos perfectos directamente del polvo de la tierra. Toda la lucha,
miseria y corrupción que vivimos, según la revelación Bíblica, se deben a la
Caída y son posteriores a ella. Son consecuencia de nuestra rebelión, en Adán,
contra el orden de dependencia de Dios que era nuestro lugar, y no debido a que
éste fuera el orden original que Dios dispuso. Entre una posición y la otra hay
una gran sima infranqueable, y sus implicaciones afectan radicalmente a
toda nuestra visión de las cosas de Dios. La postura que adoptemos ante
este tema no es, pues, cosa de poca importancia, sino vital.
Es evidente que la «interpretación» evolucionista del Génesis
se debe a factores externos a su mensaje, y no a que Génesis enseñe la
doctrina evolucionista. El libro de Génesis, leído de una manera no artificial,
y dejando que nos enseñe él a nosotros, nos conduce a que la creación tuvo lugar
de una manera rápida, en 6 episodios sucesivos llamados «tarde y
mañana», «Primer día», etc., etc., que por sí mismos, por
evidencia interna, relatan al lector lo que sucedió durante la primera semana
literal de vida del Universo. Además, como ya se ha observado antes, se implica
que no había lucha por la existencia, pues todos los animales comían
solamente hierba verde del campo (eran herbívoros). Tampoco el hombre
consumía carne de animales, pues Dios le había dado para comer los frutos de los
árboles y las hierbas del campo (Génesis 1:29, 30). En Génesis se nos presentan
unas condiciones de vida que, como anteriores a la Caída y a la Maldición, no
tienen paralelo con el mundo actual. Repitamos que, según la Palabra de Dios
(Romanos 5:12), la muerte entró en el mundo después del pecado del
hombre, cabeza federal de la creación. Sin muerte no habría habido
selección. Como inciso podemos añadir que la selección de formas de vida
implica la existencia de ellas, pero no las explica. La economía actual de
lucha y muerte, de selección, extinción, dolor y tragedia, guerras y rapiña,
son, según la Escritura, consecuencia del pecado; difícilmente pueden
compatibilizarse como el método divino para la emergencia de formas de vida y
finalmente del hombre.
La economía actual de lucha y muerte,
de selección, extinción, dolor y tragedia, guerras y rapiña, son, según la
Escritura, consecuencia del pecado; difícilmente pueden compatibilizarse como el
método divino para la emergencia de formas de vida y finalmente del
hombre.
Es inútil insistir
en que el Génesis fue escrito para un pueblo de mentalidad primitiva. Esta es
una razón carente de base, ya que es un hecho bien documentado que ya
contemporáneamente existían concepciones evolutivas del universo (por ejemplo,
en Grecia y en otros países vecinos) y no es nada difícil enseñar la idea básica
de la Evolución a cualquier persona, sea esta un pigmeo o fueguino, un esquimal
o un europeo. En realidad, las implicaciones que el Génesis presenta son muy
claras, y todos los esfuerzos de «armonización» se derrumban.5
Ésta es la objeción fundamental desde una perspectiva bíblica al intento de
compatibilizar el modelo evolucionista con la Revelación.
Como consideración adicional, y aparte del peso propio de lo anterior, se
debe observar que la aceptación del tipo de «hermenéutica»
necesaria para hacer decir a Génesis lo contario de lo que dice, o para más
sencillamente descartarlo como mitos y folklore, ha llevado y seguirá
llevando a una perspectiva realmente no evangélica de la inspiración de las
Escrituras -si es que se mantiene la inspiración en ningún sentido real y
verdadero. Porque la suposición subyacente a esta nueva hermenéutica es que
nuestro Dios es un Ser incapaz de comunicar verdadero conocimiento, y ello en
cuestiones fundamentales. Y es lógicamente conducente a una interpretación
evolucionista global, -incluyendo «la evolución del genio religioso
hebreo» y a una negación o manipulación de todos aquellos contenidos de
las Escrituras que no nos plazcan incluyendo elementos sobrenaturales y «culturales».
REFERENCIAS
1 Zandrino, Miguel A., El Origen del Hombre (Ediciones
Certeza, Buenos Aires, 1976), p. 19. Volver al texto
2 Zandrino, Íbid, p. 10 Volver al
texto
3 Ramm, Bernard, Evolución, Biología y Biblia,
(Ediciones Certeza, Buenos Aires 1968), p. 90. Volver al
texto
4 Randall, J. L., Parapsychology and the Nature of Life,
(Souvenir Press, Londres, 1975), p. 235. Volver al texto
5 Ver E. J. Young, Studies in Genesis One, (Presbyterian
and Reformed Pub. House, Nutley N. J., 1975); E. J. Young, In the
Beginning, (The Banner of the Truth Trust, Edinburgo, 1976); Schaeffer, F.
A., Génesis en el Tiempo y en el Espacio, (Ediciones Evangélicas
Europeas, Barcelona, 1974), págs. 11-67. Volver al texto
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3
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