Existe un error, muy
extendido y arraigado; es el gran error tocante a la
controversia creación/evolución. Este
error es la falsa creencia popular de que la
teoría de la evolución es resultado de
una ciencia pura, prístina, objetiva. Nada hay
más alejado de la realidad. Entre los
coetáneos de Darwin se discutían
ampliamente puntos de vista alternativos acerca de los
orígenes, como la creación,
evolución teísta e incluso nacimientos
monstruosos. En la actualidad, el único punto
de vista al que se le da una consideración
seria en los libros de texto y la mayoría de
las publicaciones periódicas es la
evolución atea, lo que perpetúa el gran
error. El evolucionismo ateo no llegó a ser
ortodoxo debido a que fuese probado y las otras
posturas refutadas, sino debido a los dos epistemas
opuestos que existen tocantes a la metodología
científica.
Un epistema
es el «a priori histórico que en
una época determinada delimita un campo de
conocimiento en la totalidad de la experiencia
...» Dicho en otras palabras, es un punto de
vista para un determinado período de tiempo. Un
epistema es similar a pero más amplio que el
paradigma de Thomas S. Kuhn, lo cual es «una
síntesis de suficiente mérito
científico para apartar a los profesionales de
teorías rivales y que funciona como fuente de
futuros métodos, planteamientos y
problemas».1 Los dos epistemas
en cuestión son el epistema de la ciencia
creacionista, y el epistema de la ciencia positiva.
El epistema de la ciencia creacionista
enfatiza la mente, el propósito y el designio
en la naturaleza, mientras que el epistema de la
ciencia positiva mantiene que el conocimiento
científico es «... la única forma
válida de conocimiento y se limita a las leyes
de la naturaleza y a los procesos que involucran
exclusivamente causas "secundarias" o
naturales.»2 El epistema de la
ciencia positiva «excluye a Dios del universo de
manera abierta y consciente».3
Gillespie describe la rivalidad entre las dos ciencias
como sigue:
Aquellos que argumentan que no
hubo una verdadera guerra entre la ciencia y la
religión en el siglo diecinueve ignoran la
presencia de estas dos ciencias. La vieja ciencia
estaba basada en la teología; la nueva era
positiva. La vieja había alcanzado los
límites de su desarrollo; la nueva estaba
haciendo preguntas que la vieja no podía ni
incorporar ni responder. La nueva tuvo que romper
con la teología, o hacerla un factor neutro
en su entendimiento del cosmos, para poder erigir
una ciencia que pudiese responder a preguntas acerca
de la naturaleza en términos
metodológicamente uniformes. Sus lemas eran
la uniformidad de ley, de operación y de
método. La vieja ciencia invocaba la voluntad
divina como explicación de lo desconocido; la
nueva ciencia postulaba leyes aún no
descubiertas. La vieja inhibía el crecimiento
debido a que era improbable que tales misterios
fuesen jamás clarificados; la nueva dejaba
abierta la esperanza de que lo serían.4
Desafortunadamente
para los proponentes de la ciencia positiva,
sencillamente hay demasiados científicos
creacionistas en la historia de la ciencia que han
hecho numerosos descubrimientos y contribuciones al
conocimiento científico para que afirmaciones
como las de la anterior cita se puedan mantener.
Los positivistas
querrían hacernos creer que el epistema de la
ciencia positiva beneficia a la ciencia. El
propósito de la ciencia, dentro de sus
limitaciones, es el de investigar y hacer
declaraciones veraces acerca de nuestro medio. En
cuanto al origen de la vida, a no ser que alguien
llegue a observar la evolución de una planta o
animal a otra clase de planta o animal, la
evolución ha de permanecer siendo
teoría. Pero al insistir en la exclusión
de la creación específica o de cualquier
otra alternativa, los evolucionistas de la ciencia
positiva han destruido su objetividad y el mismo
propósito de la ciencia misma en su
relación con la cuestión del origen de
la vida. La ciencia positiva es en realidad una
política prejuiciada de exclusión que
limita las capacidades de investigación de la
ciencia y del currículo educativo a una
creencia en la evolución.
«No es por sus
conclusiones, sino
por su punto de partida metodológico por lo que la ciencia moderna excluye
la creación directa. Nuestra metodología no
sería honesta si negase este hecho. No poseemos pruebas positivas del
origen inorgánico de la vida ni de la
primitiva ascendencia del hombre, tal vez ni
siquiera de la evolución misma, si
queremos ser pedantes».
...
»Todavía no entendemos demasiado
bien las causas de la evolución, pero
tenemos muy pocas dudas en cuanto al hecho de la
evolución; ... ¿Cuáles son
las razones para esta creencia general? En la
última lección las formulé
negativamente; no sabemos cómo
podría la vida, en su forma actual, haber
venido a la existencia por otro camino. Esa formulación deja
silenciosamente a un lado cualquier posible origen
sobrenatural de la vida;
así es la fe en la ciencia de nuestro
tiempo, que todos compartimos».
Weizsäcker,
C. F. von, La importancia de la ciencia
(Barcelona, Ed. Labor, Nueva Colección
Labor nº 27, 1972), págs. 125, 131.
Si en realidad el
epistema es la misma teoría, entonces esto
explica las técnicas anticientíficas que
se emplean para apoyar la teoría de la
evolución: p.e., el extravagante empleo de
analogías, que en realidad tienen bien poco
valor científico, la insistencia en concebir la
selección natural en términos
metafóricos y no literales (naturalmente, las
metáforas están fuera del ámbito
de la ciencia), en extrapolar la microevolución
a macroevolución, el prejuicio dominante en
todas las interpretaciones de la evidencia acerca del
origen de la vida, y la técnica de inmunizar la
teoría de la evolución contra toda
refutación introduciendo hipótesis
subsidiarias para racionalizar y neutralizar hechos
contradictorios. Como, por ejemplo, los esfuerzos por
explicar la ausencia de los fósiles
intermedios, un hecho que fue reconocido incluso antes
que fuese escrito El Origen de las
Especies.
La Era Victoriana
Los
autores proevolucionistas parecen esforzarse en omitir
toda consideración de las condiciones
socioeconómicas en la época de la
publicación de El Origen de las Especies.
Los lectores reciben la impresión de que el
entorno social de la época era irrelevante, y
que el epistema de la ciencia positiva es el resultado
«de la pura razón intocada por el
mundo».5 Yo estoy convencido de
todo lo contrario — de que la revolución
científica y tecnológica que
experimentó la Era Victoriana tuvo una
importancia transcendente para el desarrollo del
epistema de la ciencia positiva. Iría
más lejos, y diría que la teoría
de la evolución, y el positivismo que
ésta demanda, son un producto directo de lo que
hoy es generalmente designado como la
revolución industrial o científica. La
revolución industrial hizo que la actitud del
público fuese favorable a un epistema
prejuiciado. El factor de éxito para la
teoría de la evolución no fue la
evidencia convincente ni lo riguroso de la
teoría, sino el sueño utópico de
un nuevo mundo forjado por la ciencia. Este
sueño que casi todos compartían
llevó al público a una mentalidad
ingenua; ¿no había sido la teoría
de la evolución emitida bajo los auspicios de
la ciencia? ¿No son los científicos los
grandes benefactores de nuestro tiempo? ¿No es
infalible el método científico? Pocas
veces en la historia de la humanidad había
subido tan rápidamente el poder y el prestigio
de una fraternidad, y ello hasta tales alturas de
vértigo, como el de la comunidad
científica. Las impresiones de Macaulay, el
destacado historiador científico, son descritas
así:
- Macaulay estaba lleno de admiración por
la
revolución científica de la que fue
testigo a principios
del siglo diecinueve, y en esto, como en tantas
cosas, fue producto
típico de su época. Para él,
lo mismo que para
otros, entonces como ahora, «ciencia»
era sólo en
parte empirismo, una manera de contemplar los
datos. De manera
más inmediata, más tangible,
«ciencia»
significaba los resultados secundarios del
método: los productos
de la tecnología. Durante el largo reinado
de la Reina Victoria,
la «ciencia» transformó muchas
de las condiciones de
la vida de la gente. El primer ferrocarril se
construyó en
Inglaterra en 1825, cuando Victoria era una
niñita; antes de
esto, la máxima velocidad para el viaje en
tierra era para el
inglés más avanzado la misma que
había sido para
los Césares y los Faraones —la velocidad
del caballo. Pero antes
que muriese la Reina y Emperatriz, se
habían construido casi
todas las líneas férreas actualmente
existentes en Gran
Bretaña: la «ciencia»
había iniciado aquella
liberación del hombre del músculo
animal, aquella
aceleración hacia velocidades inconcebibles
que es tan
característica de nuestra propia edad y que
sigue siendo tan
impresionante para nosotros como lo era para los
Victorianos.
- Impresionante:
«la ciencia hacía cosas,
hacía que las cosas funcionasen. El
temperamento británico, práctico,
empírico, positivista, quedó
fascinado. Mientras Victoria ocupaba el trono,
comenzó el servicio de vapores
transatlánticos; las máquinas
movidas por electricidad revolucionaron la
industria; el telégrafo vino a ser un
instrumento práctico y se desarrolló
el teléfono; se produjeron la
lámpara eléctrica y el
automóvil. Ocho años antes de la
publicación de El Origen, los
Victorianos celebraron el Progreso en la
primera feria universal, en el fabuloso Palacio de
Cristal, donde Macaulay se sintió tan
reverente como en la Basílica de San Pedro.
La «ciencia» hacía que
sucediesen cosas; podía predecir su
ocurrencia; su éxito eliminaba toda duda. A
muchos les parecía, en aquel tiempo,
definitiva y clara. Se podía poner en ella
toda la confianza.6
Los sociólogos
inmediatamente reconocieron las implicaciones
filosóficas de la teoría y comenzaron a
presentarla al público sobre esta base. Y para
la mayoría de la gente, la cuestión de
la validez científica de la teoría
llegó a perderse y permanece perdida en sus
consecuencias filosóficas.
La teoría de la
evolución surgió, se supone, de la
ciencia, y por la ciencia ha de mantenerse o caer, y
sin embargo pronto sucedió que la teoría
vino a ser más bien un concepto ético,
social y filosófico que pronto impregnó
todos los aspectos de la cultura occidental.
Persuasiva porque la
«ciencia» era
persuasiva, la evolución vino a ser un lema
del período
Victoriano tardío. Para finales del siglo
pasado, apenas si
había algún campo del pensamiento que
no hubiese quedado
fertilizado por el «nuevo» concepto. Los
historiadores
habían comenzado a contemplar el pasado como
«un organismo
viviente»; los teóricos legales
estudiaban las leyes como
una institución social en desarrollo; los
críticos
examinaban la evolución de los estilos
literarios; los
antropólogos y los sociólogos
invocaban la
«selección natural» en sus
estudios de las formas
sociales; los apologistas de los ricos demostraban
que los pobres son
los «no aptos», y que era inevitable la
marcha del Progreso
bajo la guía de los «aptos»; los
novelistas
«observaban» a sus personajes al ir
evolucionando de una
manera «empírica», y los poetas
cantaban himnos a
una fuerza vital creadora.7
Los darwinistas
sociales se convirtieron así en un inesperado y
poderoso aliado de los evolucionistas. Los temas de
difusión social, ética y
filosófica propagados por la teoría de
la evolución y vigorizados por el sentimiento
abrumador de reverencia de los Victorianos delante de
la ciencia vinieron a ser la principal defensa de la
teoría de la evolución. George Bernard
Shaw dijo con sinceridad que
Nunca en la historia, por lo que
podamos saber, se dio un intento tan decidido, tan
bien financiado y tan políticamente
organizado para persuadir a la raza humana de que
todo progreso, toda prosperidad, toda
salvación, individual y social,
dependía de un conflicto sin frenos por el
alimento y el dinero, de la supresión y
eliminación de los débiles por parte
de los fuertes, de la Libertad de Comercio, de la
Libertad de Contratación, de la Libre
Competencia, de la Libertad Natural, del Laissez
Faire: en resumen, de «derribar al
otro» con toda impunidad ...8
Charles
S. Pierce llegó a una conclusión similar
de que la hipótesis de Darwin no estaba ni
cerca de ser confirmada, sino que la favorable
recepción que obtuvo «se debió
claramente, en una gran medida, a que sus ideas eran
aquellas a las que su siglo estaba favorablemente
dispuesto, y de manera especial por el aliento que dio
a la filosofía de la codicia».9
La
teoría llegó a quedar, en gran medida,
exenta de responsabilidad ante la comunidad
científica que la había producido. La
teoría de la evolución fue remolcada a
la aceptación cogida de la mano del epistema de
la ciencia positiva. El nuevo materialismo de la
época necesitaba una explicación
materialista del origen de la vida. Por ello, sin
importar cuántos hechos contradijesen a la
evolución, sin embargo tenía que ser
aceptada porque la alternativa era la creación,
y la creación era contraria al positivismo. En
otras palabras, los evolucionistas tienen la capacidad
mental de ser fieles al positivismo en tanto que son
infieles a la ciencia, pero dando todo el tiempo la
impresión de que son los grandes defensores y
amantes de la ciencia. Por ejemplo, «Joseph
LeConte creía en la evolución a pesar de
lo que él consideraba el veredicto adverso de
la geología, porque todo lo que la ciencia
conocía eran "causas y procesos secundarios" de
ocurrencia regular; y para él esto significaba
evolución».10
El prejuicio de los fundadores de la
teoría de la evolución
Hay evidencias de que
el principal atractivo de la teoría de la
evolución para algunos de los fundadores no es
su condición de científica, sino el
efecto negativo que tiene sobre la religión
organizada. La teoría de la evolución
fue considerada como una forma de impulsar su
filosofía mientras que disminuía la
influencia de la religión.
Edwin
G. Conklin, que fue profesor de biología en la
Universidad de Princeton, admitió abiertamente
que «el concepto de evolución
orgánica es muy apreciado por los
biólogos, para muchos de los cuales es objeto
de una devoción religiosa genuina, porque lo
consideran como el supremo principio integrador. Esta
es probablemente la razón de que la rigurosa
crítica metodológica aplicada en otras
áreas de la biología no ha sido
aún aplicada a la especulación
evolucionista».11
Como
ejemplo de ello se puede señalar a T. H.
Huxley. Huxley fue el autoproclamado enseñante
de la teoría en Inglaterra. Asumió
presentar la teoría al público con una
serie de artículos y conferencias.
Personalmente, consideraba la teoría de Darwin
como meramente «una hipótesis de
trabajo», lo cual es una posición
más bien baja; una hipótesis es
considerada como algo menos que una teoría. Sin
embargo, se dice que le dijo a su mujer: «Para
el viernes que viene, todos se quedarán
convencidos de que son monos.»12
¿A qué se debe esta
contradicción? ¿Por qué este
deseo de convencer a un público maravillado de
que la posición de una teoría es algo
más que una «hipótesis de
trabajo»? Quizá su pensamiento estaba
influido por su bien conocida hostilidad contra la
religión.
John
Dewey, uno de los fundadores del movimiento educativo
progresista, reconocía que «la nueva
lógica de Darwin elimina la búsqueda de
orígenes y finalidades de carácter
absoluto, a fin de explorar valores específicos
y las condiciones específicas que los generan.
Esta ha sido la mayor consecuencia común de El
Origen.»13
La exclusión de la
teología y el concepto de creación
específica fue considerado por algunos como la
gran virtud de la teoría de la
evolución. Julian Huxley, nieto de T. H. Huxley
y uno de los principales portavoces de la
teoría, declaró «que él era
ateo, y que el gran logro de Darwin fue eliminar de la
esfera de la discusión racional toda la idea de
Dios como creador de organismos».14
En la misma línea, Ludwig Plate, un defensor
alemán de la teoría, explica que
«en su opinión, el más grande
servicio de Darwin reside en el hecho de que
buscó explicar la finalidad de los organismos
mediante las fuerzas naturales, excluyendo todo
principio metafísico operando con una
inteligencia consciente».15
Ernest
Haeckel, el promotor alemán de la
teoría, reaccionó de manera similar
cuando para él «el cristianismo
quedó suplantado por una adoración de la
humanidad en general combinada con el entusiasmo por
las mentes ilustradas de la antigüedad
clásica y el odio contra la reacción
eclesiástica ...»16
Finalmente,
John A. Moore, el actual portavoz del evolucionismo
(que no debe ser confundido con John N. Moore, un
conocido creacionista) parece hacerse eco de los
fundadores acerca del epistema de la ciencia positiva
cuando, en un artículo en The American
Biology Teacher, se lamenta de las
estadísticas que indican que «entre los
jóvenes de 16 a 18 años, el 71 por
ciento creen en la ESP [percepción
extrasensorial], el 64 por ciento en ángeles, y
el 28 por ciento en fantasmas».17
Parece creer que es responsabilidad de la
educación secundaria erradicar la creencia en
lo paranormal y lo sobrenatural, y que las escuelas
públicas han fracasado en esta responsabilidad.
Las lamentaciones de Moore son contrarias a la
realidad. No creo que haya una mayoría de
padres que deseen que sus hijos no crean en lo
sobrenatural. Ni la mayoría de los educadores
creen que es responsabilidad suya adoctrinar a los
estudiantes a creer sólo aquello que sea pueda
explicar científicamente. Quizá la
preocupación de los evolucionistas respecto a
lo sobrenatural es que en tanto que haya gente que
crea en ello habrá algunos que crean en la
creación.
No quiero decir con
eso que todos los que aceptan la teoría de la
evolución como explicación del origen de
la vida comparten la misma hostilidad contra la
teología que manifestaban Haeckel y Huxley,
pero sí creo que la mayoría de ellos
están convencidos de que el epistema de la
ciencia positiva está justificado, y por
consiguiente que su objetividad está
comprometida. El fondo de todo esto es que una
teoría científica debería
mantenerse o caer por sus méritos
científicos y que no se debería mantener
sobre sus ramificaciones filosóficas o sobre un
epistema prejuiciado.
En
ocasiones, el positivismo es descrito con el
equívoco nombre de Doctrina de la Neutralidad
de la Ciencia. Chauncey Wright, un profesor ocasional
de matemáticas en Harvard, recibe el
crédito de esta idea. Se interesó en
evolución poco después de la
publicación de El Origen, hasta el
punto de que tuvo una correspondencia personal con
Darwin y publicó artículos en defensa de
la teoría. La doctrina de Wright de la
«neutralidad» demandaba de los
investigadores que se liberasen del dominio de
sistemas apriorísticos y que
mantuviesen en todo tiempo separados los sentimientos
éticos del conocimiento científico. De
este modo, el darwinismo era una teoría
científica de la biología, una
hipótesis que no tenía necesariamente
efectos causales sobre las cuestiones religiosas,
filosóficas o sociales. Además, la
teoría de la evolución debía
presentarse «sin contemplación alguna por
ninguna consideración que pudiese producir
innecesarios e injustificados "conflictos" con la
religión.»18 A primera
vista, el concepto de la neutralidad parece algo
lógico y aceptable, hasta que uno se da cuenta
de que si no podemos considerar los orígenes
desde una perspectiva teísta, entonces debemos
necesariamente, por falta de alternativa,
considerarlos sólo de una perspectiva
materialista. La Doctrina de la Neutralidad de la
Ciencia es en realidad una licencia a considerar la
evidencia científica para el origen de la vida
sólo desde una creencia a priori en la
evolución.
A primera vista, el concepto de la
neutralidad parece algo lógico y
aceptable, hasta que uno se da cuenta de que si
no podemos considerar los orígenes desde
una perspectiva teísta, entonces debemos
necesariamente, por falta de alternativa,
considerarlos sólo de una perspectiva
materialista. La Doctrina de la Neutralidad de
la Ciencia es en realidad una licencia a
considerar la evidencia científica para
el origen de la vida sólo desde una
creencia a priori en la evolución.
El dogma evolucionista
Quizá
sería útil exhibir cómo el
positivismo prejuicia la evidencia y el
currículo académico. Analicemos la
anatomía comparativa, una de las áreas
de estudio que se supone que suministran las
hipótesis que componen la teoría, y
quizá una de las más impresionantes
cuando se considera exclusivamente desde el prejuicio
evolucionista. La anatomía comparada significa
comparar partes del cuerpo, y, según la
creencia evolucionista, esto significa que cada vez
que se observan similitudes entre plantas o entre
animales, se toma como indicación de que
tuvieron un antecesor evolutivo común. Es muy
convincente ver imágenes de las similitudes
esqueletales de una tortuga y del ser humano, por
ejemplo, e interpretar las similitudes como
significando que evolucionaron desde un antecesor
común. De lo que el estudioso a menudo deja de
darse cuenta es que se pueden comparar las partes del
cuerpo hasta el nivel molecular, pero que esto nunca
nos dirá cómo se originaron estos
organismos. En otras palabras: la anatomía
comparada es útil sólo en tanto que el
observador suponga la evolución a priori.
No hay prueba que demuestre la interpretación
evolutiva en la anatomía comparada. Otras
hipótesis no susceptibles de ensayo en el
montón de hipótesis que componen la
teoría de la evolución se encuentran la
distribución geográfica, la
embriología y los órganos vestigiales.
Los evolucionistas, como los pioneros filósofos
naturalistas del pasado, cometen el fallo de no
distinguir entre hipótesis falsables y no
falsables. Darwin mismo admitió, en una carta a
Asa Gray: «Soy bien consciente de que mis
especulaciones van mucho más allá de los
límites de la verdadera ciencia.»19 La historia de la ciencia revela
la larga lucha entre los que descuidarían y
desenfatizarían la experimentación para
someter hipótesis a prueba, y aquellos que le
darían énfasis.
Ritterbush, al describir a los
naturalistas del siglo dieciocho, informa que
«aunque se invocaba la autoridad de la ciencia
en favor de ellos, los conceptos reflejaban un
entendimiento impropio de la naturaleza
orgánica, que iban mucho más allá
de la evidencia dados para ellos, y que demasiadas
veces llevaban a los naturalistas a descuidar la
observación y la experimentación en
favor de conceptos abstractos».20
También los describe como prefiriendo una
ilimitada
explicación basada en especulaciones antes que
explicaciones
limitadas basadas en la experimentación. En una
línea
similar, Nordenskiold observa que «durante el
reinado de la
filosofía natural romántica, las
condiciones eran
diferentes; los representantes de aquella escuela, que
se imaginaban
que podían resolver todos los enigmas de la
existencia mediante
la especulación, se burlaban a fondo de los
experimentos, que
consideraban que llevaban a infructíferos
artificios».21
En
cambio, Leonardo da Vinci, famoso por sus logros
científicos así como artísticos,
insistía en la experimentación:
«Si la experiencia falla en confirmar la
hipótesis, ésta ha de ser abandonada; y
aparte de una confirmación experimental
positiva, carece de valor.»22
René Descartes, reformador científico
del siglo
diecisiete, insistía en que las
hipótesis «... han
de recibir una demostración convincente y
completa antes de ser
apropiadamente admitidas como conclusiones
científicamente
válidas».23 Roger Bacon
«... vio con claridad el valor del método
experimental como el único camino a la
certidumbre».24 Bacon
vivió en el siglo trece y fue un pionero en
proponer la experimentación para poner las
hipótesis a prueba. (A veces es suficiente con
la observación crítica —no con la
especulación— como experimento o prueba.)
Pasando hacia el presente, Dellow declara que
«... el experimento es el árbitro
definitivo».25 Vemos
así una unidad de pensamiento que abarca unos
setecientos años.
Finalmente,
Sir Karl Popper avanza la cuestión un paso
más al
observar lo evidente: «Una teoría que no
es refutable por
ningún acontecimiento concebible no es
científica.»
Y, «... el criterio de la condición
científica de
una teoría es su falsabilidad, o refutabilidad,
o
susceptibilidad de ser puesta a prueba».26 También apremia a los
investigadores a «probar una y otra vez de
formular las
teorías que mantenéis y criticarlas. E
intentad erigir
teorías alternativas —alternativas incluso a
aquellas
teorías que os parezcan innegables; porque
sólo de esta
manera comprenderéis las teorías que
mantenéis.
Siempre que una teoría os parezca la
única posible, tomad
esto como señal de que no habéis
comprendido la
teoría ni el problema que tiene la
intención de
resolver».27
Así, hemos
visto que las hipótesis no susceptibles de
prueba no se encuentran siquiera en el reino de la
ciencia, y que se debería siempre dar
consideración a hipótesis alternativas.
Las alternativas introducirán el escepticismo,
el precursor de la objetividad. Pero si las
hipótesis no susceptibles de prueba no son
científicas, ¿cuál es su
posición? Se trata de enunciados de creencia
basada en un cierto conjunto de hechos influidos por
la filosofía, religión o
intuición personales del investigador. Otros
con una diferente filosofía, religión o
intuición pueden contemplar el mismo conjunto
de hechos de una manera totalmente diferente.
Las interpretaciones
creacionistas alternativas de la evidencia
servirían para eliminar la teoría del
ámbito del dogma científico. ¿Por
qué no considerar la creación? La
réplica creacionista a la interpretación
evolucionista de la anatomía comparada
sería: ¿Y qué si se observan
similitudes? Es de esperar que haya similitudes entre
los organismos en base de una suposición a
priori de creación. Uno no
esperaría necesariamente que cada clase de
organismo, todos ellos viviendo en la misma biosfera,
fuesen inequívocamente diferentes en todos los
detalles de toda otra clase de organismo. No hay
ensayo para poner a prueba la interpretación
evolucionista ni la creacionista para la
anatomía comparada. Por consiguiente, no
demuestra nada, por cuanto da apoyo a ambas creencias.
¿Puede censurarse la interpretación
creacionista, cuando la interpretación
evolucionista es evidentemente igualmente
cuestión de creencia personal?
... en una conversación con el
Duque de Argyll, que le comentó a Darwin
que «era imposible contemplar los
numerosos inventos en la naturaleza y no ver que
su causa residía en la
inteligencia», Darwin «lo
miró con mucha dureza y dijo: "Bueno,
esto me viene a veces con una fuerza abrumadora;
pero en otras ocasiones —y aquí
sacudió la cabeza vagamente, y
añadió— parece
desvanecerse".»
La confusión de Darwin
Probablemente, nadie ha estado
más confundido acerca de la cuestión del
origen de la vida que Charles Darwin. Él,
naturalmente, rechazó la idea de la
creación, e incluso llegó al extremo de
formular «pruebas» que, para él,
refutaban la creación. Por ejemplo, Dios
sólo habría creado especies tajantemente
separadas: no habría dejado la posibilidad del
hibridismo.28 Dios no habría
creado órganos rudimentarios.29
Dios no habría creado orquídeas con una
«diversidad tan sin fin de estructura»
simplemente para conseguir la fertilización.30 Dios habría creado los
animales ciegos de las cavernas de Europa y
América de modo que se pareciesen
estrechamente, debido a sus idénticas
condiciones de vida; en lugar de esto, no están
relacionados de cerca.31 Dios no
habría creado plantas tan pródigas en la
cantidad de polen que producen — cuando sólo
una pequeña cantidad del mismo se emplea en la
fertilización.32 Bueno, lo
que estos pintorescos «ensayos» nos dicen,
naturalmente, es cómo Darwin habría
creado o no. Aparentemente, el epistema de la ciencia
positiva sí que permite la consideración
de la creación, pero sólo si se
considera en un contexto negativo.
Darwin rechazó
también la evolución teísta o
dirigida, la idea
mantenida por algunos de sus coetáneos de que
el proceso
evolutivo estaba de alguna manera bajo la
dirección de Dios. Su
razón para rechazar la evolución
teísta era que
«era sólo una forma disfrazada de
creación
especial»:
Rechazo del todo, porque a mi
juicio es totalmente innecesaria, toda
adición subsiguiente de «nuevos
poderes, atributos y fuerzas»; o de
ningún «principio de mejora»,
excepto en cuanto a que todo carácter que es
seleccionado naturalmente o preservado es de alguna
manera una ventaja o mejora, o en caso contrario no
habría sido seleccionada. Si estuviese
convencido de que precisaba de tales adiciones a la
teoría de la selección natural, la
rechazaría como basura ... No daría
nada por la teoría de la Selección
Natural, si precisa de adiciones milagrosas en
cualquier etapa de la descendencia.33
Darwin tuvo que
rechazar la evolución teísta porque iba
en contra del epistema de la ciencia positiva en
cuanto que dejaba de «ateizar el
universo». Además, hacía superfluo
su mecanismo para la evolución: la
selección natural. Si las variaciones y/o la
selección estaban preordenadas, no había
razón para siquiera considerar el mecanismo. La
evolución venía a ser simplemente una
versión ralentizada de la creación.
El rechazo de la
creación especial y de la evolución
teísta nos llevan a la única optativa
que queda — a la evolución teísta o
atea, que es lo que se enseña en los libros de
texto típicos. Uno pensaría que
ahí debe ser donde estaba Darwin. Pero no,
también encontramos que rechazaba el azar. En
una carta a Asa Gray escribía:
Me duele decirle que honradamente
no puedo ir tan lejos como usted acerca del
Designio. Soy consciente de que estoy en un embrollo
irresoluble. No puedo creer que el mundo tal como lo
vemos sea resultado del azar; sin embargo, no puedo
contemplar cada cosa separada como resultado del
Designio.34
Más
tarde en su vida, en una conversación con el
Duque de Argyll, que le comentó a Darwin que
«era imposible contemplar los numerosos inventos
en la naturaleza y no ver que su causa residía
en la inteligencia», Darwin «lo
miró con mucha dureza y dijo: "Bueno, esto me
viene a veces con una fuerza abrumadora; pero en otras
ocasiones —y aquí sacudió la cabeza
vagamente, y añadió— parece
desvanecerse".»35
Habiendo rechazado la
creación, la evolución teísta o
dirigida, y la evolución atea o al azar, Darwin
parece haberse encontrado en un embrollo sin salida
acerca de la cuestión del origen de la vida.
Gillespie concluye que murió con algún
vago concepto de teísmo. Parece razonable que
si se enseña la teoría de Darwin, su
confusión acerca de esta cuestión
debería también formar parte del
currículo académico.
Las actitudes actuales
La generación
Victoriana ha pasado ya hace mucho tiempo, y la
nuestra ha venido a ser el hastiado heredero de una
revolución científica de la que algunos
aspectos inspiran temor y pavor en lugar de la antigua
confianza. La ciencia y la tecnología son
contemplados ahora desde los ceñudos ojos de
los que han descubierto sus «ocultos
gusanos», principalmente en forma de la
degradación ambiental y de los peligros
sanitarios. La nueva actitud del público hacia
la ciencia y la tecnología queda claramente
expuesta en un reciente número de Science:
- De importancia para el futuro de la ciencia y de
la tecnología es el hecho de que de alguna
manera el público ha perdido confianza en
el valor final de la empresa científica. No
se trata de que tengan en menor estima a la
ciencia pura o a los científicos. Pero hay
menos seguridad de que la investigación
científica dé inevitablemente
beneficios públicos.
- Por
primera vez en siglos, hay personas reflexivas que
no están moralmente seguras de que ni
siquiera nuestros mayores logros sean de veras
progreso. Para algunos filósofos ya no
está claro que el conocimiento objetivo sea
un bien incuestionable.36
En un ensayo en la
revista Time titulado «Science: No
Longer a Sacred Cow» [La ciencia: ya no
más una vaca sagrada], el autor señalaba
las exploraciones lunares como el gran epílogo
en el continuo ascenso del prestigio de la ciencia.
Contrastemos unos extractos del ensayo de Time
con la descripción de Macaulay de la ciencia y
tecnología citados más arriba:
- Y desde luego, abajo se fue su prestigio. Y en
su lugar se ha suscitado una nueva actitud
pública que parece la antítesis de
la anterior maravilla. Aquella maravilla ha dejado
paso a un nuevo escepticismo, la adulación
ha dejado paso a las diatribas. Para aturdimiento
de gran parte de la comunidad científica,
sus triunfos del pasado han sido rebajados, y el
entusiasmo popular por nuevos logros como
fotografías de Marte parece desvanecerse
con las palabras finales de las noticias de la
noche. Las promesas de la ciencia y de la
tecnología para el futuro, en lugar de ser
bien acogidas como heraldos de la Utopía,
parecen ahora a menudo ser amenazas. Los temores
de que la manipulación genética
puedan producir un Germen Aniquilador, por
ejemplo, preocupan a muchos americanos, junto con
el temor de que los estampidos sónicos de
los jets supersónicos puedan añadir
un horrendo ruido a los peligros que ya cargan a
la atmósfera (los escapes de los
automóviles, los freones, el estroncio 90).
- El nuevo
escepticismo se puede ver y oír en el
surgimiento de una renovada disposición a
retar a los depositarios de nuestro conocimiento
técnico sobre su propio terreno. Se
presenta de su manera más abierta en la
campaña ecologista y en la rebelión
de los consumidores, pero también
está en juego en un campo más
amplio. Se aplica la luz pública y el calor
político a los ingenieros de
automoción de Detroit, que durante
generaciones han pasado sus productos a un
público conformista. Incluye las protestas
contra la situación de pantanos masivamente
certificados por la ciencia, disputas abiertas
sobre la validez real de medicinas
científicamente aprobadas y la
disposición creciente de los pacientes a
poner pleito a los médicos para que den
cuenta de sus errores en los tratamientos. La
ciencia y la tecnología, en cierto sentido,
ha sido degradada de su posición de
semidiosa. El público actual se une, de una
manera desordenada, alrededor del concepto que
Hans J, Morgenthau expresó en Science:
Servant or Master? [La ciencia:
¿Sierva o Ama?]: «El monopolio de las
respuestas a las preguntas del futuro por parte
del científico es un mito.»
- El
desvanecimiento de esta mitología es el
resultado de la gradual toma de conciencia por
parte de los americanos de que las maravillas de
ensueño de la ciencia y la
tecnología se transforman a veces en
errores de pesadilla. Los detergentes que limpian
los platos pueden matar ríos. Los
colorantes que hermosean el alimento pueden causar
cáncer. Las píldoras que posibilitan
el sexo sin riesgo pueden causar peligrosas
complicaciones a la salud. El DDT, los ciclamatos,
la talidomida y los estrógenos son
sólo algunas de las bendiciones
equívocas que, juntas, han enseñado
una cosa al lego: Que las verdades prometedoras de
la ciencia y de la tecnología vienen a
menudo con gusanos escondidos.37
El papel de la educación
Ha llegado el momento
de despejar el gran error y de rechazar el epistema de
la ciencia positiva. Es hora de que la
educación establezca su propio criterio acerca
del currículo evolucionista. Darwin el
científico no es apto como Darwin el maestro.
El criterio que Darwin empleó para desarrollar
su teoría no está a la par como criterio
para enseñar la teoría. En otras
palabras: en educación, el positivismo es
adoctrinamiento.
A
continuación doy algunos de los objetivos
curriculares que he desarrollado a lo largo de un
período de diez años; sirven para
eliminar la teoría de la evolución del
ámbito del dogma científico, a fin de
poder enseñar en lugar de adoctrinar. Para
empezar, las multitudes de hipótesis que se
encuentran en el típico libro de texto, la
mayoría de las cuales empleó Darwin en El
Origen, deberían clasificarse bajo los
encabezamientos de hipótesis susceptibles de
ensayo y no susceptibles de ensayo. Las
hipótesis básicas quedarían luego
clasificadas tal como se muestra en la Tabla
1.
Un educador no
necesita enseñar ningún relato
particular de la creación, lo que probablemente
demandaría la enseñanza de todos los
relatos de la creación. La creación
debería ser considerada sólo en
relación con la evidencia científica
presentada en apoyo de la evolución, sin
ninguna elaboración teológica. Cuando se
haga así, se hará evidente para los
estudiantes que los libros de texto están
prejuiciados y que las hipótesis no
susceptibles de ensayo pueden ser interpretadas de
manera satisfactoria a la luz de la creación.
Una consideración creacionista de las
hipótesis no susceptibles de ensayo elimina en
el acto a la teoría del ámbito del dogma
científico. Esto es, naturalmente, contrario al
epistema positivista, porque ya no ateíza el
universo, pero la educación ha de rechazar el
positivismo.
Tocante a las
hipótesis susceptibles de ensayo, se debe
considerar lo impensable: ¿Pasa la
teoría de la evolución los ensayos o los
falla? En la mayor parte de los casos, el ensayo se
reduce a un examen crítico de nuestro medio.
Por ejemplo, Darwin nunca observó la
selección natural, y en El Origen se
vio obligado a emplear ejemplos imaginarios. Si la
selección natural no se observa, ¿por
qué no?
La pregunta de si la
teoría evolucionista pasa la prueba o no se
basa en la siguiente alternativa: Para hablar en
términos comunes, el fondo en la teoría
de la evolución es que el azar puede crear un
diseño inteligente: eso es lo que se
enseña en los típicos libros de texto.
La alternativa es que nuestra capacidad de razonar
como seres humanos es resultado de una creación
y no del azar. Recordemos también que la
ciencia es básicamente un proceso de
razonamiento. Si eso es así, quiere decir que
toda teoría científica que niegue la
existencia de Dios tendrá que ser irracional,
acientífica, y de alguna u otra manera
susceptible de refutación. La alternativa
creacionista —a diferencia de la evolución o
del dogma— demanda que hagamos preguntas
fundamentales.
Conclusión
El espacio disponible
no nos permite un análisis de las
hipótesis. Lo que quiero exponer es que se debe
hacer una distinción entre las hipótesis
susceptibles de prueba y las que no lo son, y que se
admita la consideración de la creación.
Mi experiencia personal de incluir la creación
como alternativa indica que los padres han rechazado
el positivismo y su prejuiciada política de
exclusión. Los educadores han de estar
dispuestos a hacer lo mismo. La vieja y retorcida
lógica del positivismo de que la
evolución ha de ser aceptada porque está
prohibido considerar las alternativas no tiene lugar
en la educación. Para los que están
filosóficamente comprometidos con la
teoría de la evolución, el problema es
evidente: deben decidir si pueden poner las normas del
rigor académico por encima de las creencias
personales o no.
Tabla
1.
Contraste de hipótesis susceptibles de
ensayo y no susceptibles de ensayo
Hipótesis
susceptibles de ensayo
|
Hipótesis no
susceptibles de ensayo
|
Selección
natural
|
Anatomía
comparada
|
Selección
artificial
|
Distribución
geográfica
|
Mutaciones
|
Embriología
|
Registro
fósil
|
Órganos
vestigiales
|
* Este artículo
comenzó como una reseña del libro Charles Darwin and
the Problem of Creation [Charles Darwin y
el problema de la creación], de Neal C.
Gillespie, pero debido a que este libro trataba de
cuestiones que yo estaba investigando,
resultó en un artículo incorporando
una reseña. Aunque Gillespie no observa
esto explícitamente, su libro confirma lo
que yo había estado ya sospechando, y es
que el epistema de la ciencia positiva es la
teoría de la evolución. El epistema
de la ciencia positiva es sencillamente una manera
educada de describir un prejuicio contra cualquier
creencia en lo sobrenatural. En otras palabras, la
teoría de la evolución no existe
para explicar el origen de la vida, sino para
hacer respetable y aceptable este prejuicio.
Vuelve al texto
REFERENCIAS
1
Gillespie, N. C., 1979. Charles Darwin and the
problem of Creation. The University of Chicago
Press, pág. 2. En griego, epistema
significa «entendimiento».
Aristóteles empleó alguna vez este
término para referirse a la ciencia por
excelencia. Volver al texto
2 Ibid., pág. 3. Volver al texto
3 Ibid., pág. 15. Volver al texto
4 Ibid., pág. 53. Volver al texto
5 Ibid., pág. 6. Volver al texto
6 Appleman, P., (ed.), 1970. Darwin—
a Norton critical edition. W.W. Norton Co., Inc.
págs. 632-633. Chesterton escribió en
alguna parte acerca del concepto de que Dios
haría que todo fuese para bien si sólo
el hombre era suficientemente malo. Volver
al texto
7 Ibid., pág. 633. Volver al texto
8 Wiener, P., 1969. Evolution and
the founders of pragmatism. Peter Smith
Publisher, pág. 78. Volver al
texto
9 Ibid., pág. 78. Volver al texto
10 Gillespie, N. C., op. cit.,
pág. 151. En otras palabras, creía
él en la evolución porque creía
en el positivismo, lo que, naturalmente, da por
supuesto cuál es el origen de la vida. Me
aventuraría a suponer que la actitud de LeConte
es típica de muchos actuales proponentes de la
evolución. Volver al texto
11 Conklin, E. G., 1943. Man Real
and Ideal, Scribner, pág. 147. Volver al texto
12 Huxley, L., (ed.), 1902. The
Life and Letters of Thomas Henry Huxley. Vol. I.
D. Appleton and Co., pág. 205. Volver
al texto
13 Dewey, J., 1951. The Influence
of Darwin on Philosophy. Peter Smith Co.,
pág. 13. Volver al texto
14 Macbeth, N., 1971. Darwin
Retried. Gambit Inc., pág. 126. Volver al texto
15 Nordenskiold, E., 1928. The
History of Biology. Tudor Publishing Co.,
pág. 572. Volver al texto
16 Ibid., pág. 506. Volver al texto
17 Moore, J. A., 1979. «Dealing
with controversy: a challenge to the
universities». The American Biology Teacher
41(9):544-547. Volver al texto
18 Weiner, P., op. cit.,
pág. 56. Volver al texto
19 Gillespie, N. C., op. cit.,
pág. 63. Volver al texto
20 Ritterbush, P. C., 1964. Overtures
of biology — the speculatons of eighteenth century
naturalists. Yale Univ. Press, págs. 1 y
156. Volver al texto
21 Nordenskiold, E. Op. cit.,
pág. 370. Volver al texto
22 Madden, E. H., (ed.) 1960. Theories
of scientific method: the renaissance through the
nineteenth century. University of Washington
Press, pág. 15. Volver al texto
23 Ibid., pág. 49. Volver al texto
24 Schwartz, G. y P. Bishop, 1958. The
Origins of Science. Basic Books, Inc.,
págs. 36-37. Volver al texto
25 Dellow, E. L., 1970. Methods
of Science. Universe Books, pág. 24. Volver al texto
26 Popper, K. R., 1962. Conjetures
and Refutations. Basic Books, Inc., págs.
36-37. Volver al texto
27 Popper, K. R., 1972. Objetive
Knowledge—An Evolutionary Approach. Oxford at
the Clarendon Press, pág. 265. Volver
al texto
28 Gillespie, N. C., op. cit.,
pág. 72. Volver al texto
29 Ibid., pág. 68. Volver al texto
30 Ibid., pág. 77. Volver al texto
31 Ibid., pág. 77. Volver al texto
32 Ibid., pág. 126. Volver al texto
33 Ibid., pág. 120. Volver al texto
34 Ibid., pág. 87. Volver al texto
35 Ibid., pág. 88. Volver al texto
36 Handler, P., 1980. «Public
Doubts about Science», Science,
208(4448):1093. Volver al texto
37 Trippett, F., 1977.
«Science: no longer a sacred cow». Time,
109(10):72-73. Volver al texto
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