El doctor E. O. Wilson, profesor de entomología de Harvard y principal
portavoz del campo de la sociobiología evolutiva, es un enemigo acerbo del
cristianismo bíblico, y durante décadas ha escrito penetrantes artículos
sustentando su punto de vista. Hace varios años explicó su propio trasfondo, y
cómo llegó a su actual posición.
«Al igual que muchas personas de Alabama, yo era un cristiano
renacido. Cuando tenía quince años ingresé en la Iglesia Bautista del Sur con un
gran fervor e interés en la religión fundamentalista; la dejé a los diecisiete
años cuando ingresé en la Universidad de Alabama y aprendí acerca de la teoría
evolucionista.» (E. O. Wilson, «Toward a Humanistic
Biology»; The Humanist, sept./oct., 1982, pág. 40).
Cosa interesante, muchas de las principales voces anticristianas en Occidente
proceden de hogares cristianos. Conocen, quizá mucho mejor que muchos
cristianos, que el evolucionismo y el cristianismo bíblico son visiones del
mundo incompatibles e irreconciliables. En este artículo se explora el punto en
el que el evolucionismo y el cristianismo entran en su más serio conflicto.
Sea como sea que consideremos la evolución, precisa de enormes períodos de
tiempo. Según la evolución, los organismos unicelulares habrían llegado a
existir por generación espontánea en el seno de reactivos químicos inertes hace
unos tres mil millones de años o más. La vida multicelular habría surgido hace
alrededor de mil millones de años, y los primeros peces aparecerían hace unos
500 millones de años. Los dinosaurios florecieron desde hace 230 millones hasta
65 millones de años, después de lo cual los mamíferos comenzaron a regir la
tierra. El hombre descendió de seres simiescos durante los últimos tres millones
de años.
Pero la evolución también involucra muerte.
Según ella, los organismos han estado viviendo y muriendo
durante eras en la «lucha por la existencia», permitiendo
la selección natural «la supervivencia de los más
aptos» y asegurando la extinción de los menos aptos. Por
ejemplo, la extinción de los dinosaurios habría permitido
que los mamíferos dominasen y finalmente condujesen al
surgimiento del hombre. Toda esta «historia»
multimillonaria en años estaría conservada en el registro
fósil, donde los restos de billones y billones de
cadáveres están sepultados en rocas que se suponen muy
anteriores al hombre. Tal como ha escrito Carl Sagan: «Los
secretos de la evolución son la muerte y el tiempo la muerte de
enormes cantidades de formas de vida que estaban imperfectamente
adaptadas a su medio; y el tiempo para una larga sucesión de
pequeñas mutaciones que por accidente fueron adaptativas; tiempo
para la lenta acumulación de pautas de mutaciones
favorables.» Cosmos, 1980, pág. 3.
En otras palabras: la muerte tiene un papel destacado en la evolución.
De hecho, para un evolucionista la muerte es algo normal y bueno; la muerte
provee el combustible para el cambio evolutivo; la muerte produjo al hombre. En
el último párrafo de su obra El Origen de las Especies, Charles Darwin,
después de haber explicado su propuesta de evolución por selección natural y de
haber defendido los conceptos de extinción y derramamiento de sangre como el
mecanismo de la evolución, escribió su conclusión:
Así, a partir de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte, sigue
directamente el objeto más exaltado que somos capaces de concebir, esto es, la
producción de los animales superiores [esto es, del hombre Nota
Ed.].
En otras palabras: la muerte es el orden natural de las cosas, y la muerte
llevó al hombre a la existencia.
Pero, ¿cómo comprende la muerte el cristianismo?
Tal como se registra en la Biblia, hace unos pocos miles de años
Dios escribió con Su dedo sobre una tabla de piedra (para que no
pudiésemos equivocarnos) a fin de informarnos de que «en
seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y
todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo
día» (Éxodo 20:11), dándonos con ello el
modelo para nuestra semana de trabajo (el Cuarto Mandamiento). No se
encuentra aquí tiempo para miles de millones de años de
evolución, sino sólo una creación rápida y
sobrenatural.
Además, las cosas eran muy diferentes en la creación original. Evidentemente,
el hombre y todos los animales que poseían verdadera vida en sentido bíblico
(con el «aliento de vida», con sangre en la que hay «la
vida de la carne», con una conciencia no presente en las plantas y quizá
en ciertos invertebrados) fueron creados para vivir para siempre. El hombre no
debía comer carne (Génesis 1:29), como tampoco los animales, porque «a
toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se
arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para
comer. Y fue así» (v. 30). En la creación original no hay consumo de
carne, derramamiento de sangre ni muerte de ningún ser «en que hay
vida».
La humanidad, en especial, fue creada para vivir para siempre. Adán y Eva
fueron creados «a imagen de Dios» (Génesis 1:27), el santo,
impecable, eterno e inmortal dador de la vida. Aquella imagen está ahora
distorsionada por el pecado, pero originalmente no fue así, porque el Creador
calificó todo en el mundo como «bueno en gran manera» (v. 31), y
puso en él el Árbol de la Vida (Génesis 2:9). ¿A qué clase de mundo podía el
Dios de la Biblia llamar «bueno en gran manera»? Como
mínimo, el mundo original debe haber sido muy diferente de nuestro mundo
actual.
Dios puso en aquel mundo una oportunidad para que el hombre y
la mujer probasen su obediencia a su Creador y manifestarle su amor.
Como Creador, Él estableció (y sólo por cuanto era
el Creador tenía autoridad para establecer) las normas para la
conducta apropiada, y la pena por la desobediencia. Y mandó:
«Del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás» (Génesis 2:17).
Pero la mentira de Satanás siempre ha incluido la idea de que no hay pena por
el pecado. Al tentar a Eva a desobedecer, «la serpiente dijo a la mujer:
No moriréis» (Génesis 3:4). Como sabemos, se creyó la mentira, se negó la
pena por el pecado, y entró el pecado en el mundo. Pero aunque la autoridad del
Creador fue contradicha e ignorada, esta autoridad permanecía, y Él actuó en Su
santa justicia. La resultante maldición sobre toda la creación fue la maldición
de la muerte, la cual no tocó sólo a la humanidad «pues polvo eres, y al
polvo volverás» (Génesis 3:19) sino también a los animales (v. 14), a las
plantas (v. 18) e incluso a la tierra misma (v. 17). En aquel punto, «la
creación fue sometida a vanidad (o futilidad)» a «la servidumbre
de corrupción». Ciertamente, «toda la creación gime a una, y a una
está con dolores de parto hasta ahora» (Romanos 8:20, 21, 22).
Observemos que «el pecado entró en el mundo [el kosmos, o
sistema constituido de cosas] por medio de un hombre, y por medio del pecado la
muerte» (Romanos 5:12). Esta muerte no sólo involucra la muerte
espiritual, sino también la física, como queda del todo claro en el clásico
pasaje que trata de la resurrección física de los muertos: «Porque ya que
la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los
muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán
vivificados» (1 Corintios 15:21-22). Si el pecado de Adán no introdujo la
muerte física, la resurrección física de Cristo de la muerte no introduce la
vida eterna.
Es evidente, pues, que la muerte es de suma importancia para la perspectiva
cristiana del mundo. La muerte es el resultado de la introducción del pecado en
el mundo. Pero es mucho más que esto, porque es también la expiación por el
pecado la justa paga del pecado. La primera muerte registrada en la Escritura
tuvo lugar cuando Dios, Él mismo, mató animales para proveer una cubierta para
el pecado las túnicas para Adán y Eva (Génesis 3:21). Más adelante observamos la
institución del sistema de sacrificios cruentos por el pecado, porque Dios
aceptó el sacrificio de animales de Abel y rechazó el sacrificio incruento de
Caín (Génesis 4:3-5; Hebreos 4:4). Tal como se expone tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento, «sin derramamiento de sangre no hay
remisión» (Hebreos 9:22, V.M.; véase también Levítico 17:11, etc.).
Podemos ver que Dios no sólo actuó en justicia al pronunciar la maldición de
la muerte debida al pecado, sino también en gracia. Porque al establecer la
muerte como pena por el pecado, hizo posible enviar a Su amado Hijo a venir y
morir para pagar la pena final por el pecado como sustituto. El «salario
del pecado» es la muerte, pero «Cristo murió por nuestros
pecados» (1 Corintios 15:4). Sólo el santo Creador, el justo Juez, podía
ser el impecable Sustituto.
El evolucionismo y la Biblia entran frontalmente en conflicto en este punto
(en sus respectivas perspectivas de la muerte, que son capitales para cada
perspectiva). Si la evolución (o siquiera el concepto de una tierra antigua, con
la muerte y los fósiles anteriores al pecado del hombre) es un concepto
correcto, entonces la muerte es algo natural; la muerte es cosa normal; la
muerte produjo al hombre. Aún más importante: desde este punto de vista, la
muerte no es la pena del pecado, porque precedió al hombre y a su
pecado. Pero si la muerte no es la pena del pecado, entonces la muerte de
Jesucristo no pagó esta pena, ni su resurrección de los muertos dio la vida
eterna.
Aunque la creencia en la creación especial y en la tierra reciente no son
artículos esenciales para la salvación (muchos cristianos creen erradamente y
hacen muchas cosas contra las que la Biblia advierte), si la evolución es
cierta, si la tierra es antigua, si los fósiles son anteriores al pecado del
hombre, ¡entonces el cristianismo está en un error! Estas ideas destruyen el
fundamento del Evangelio y niegan la obra de Cristo en la cruz. La evolución y
la salvación, como conceptos, se excluyen mutuamente.
Muchas veces los evolucionistas comprenden esta cuestión mejor que muchos
cristianos. En su artículo «The Meaning of Evolution» [El
significado de la evolución], el ateo G. Richard Bozarth afirma que «el
cristianismo ha luchado, sigue luchando y luchará contra la ciencia hasta el
desesperado fin acerca de la evolución, porque la evolución destruye total y
definitivamente la razón misma que se supone hizo necesaria la vida terrenal de
Jesús. Destruid a Adán y a Eva y el pecado original, y en las ruinas
encontraréis los tristes restos del hijo de Dios. Quitad el significado de su
muerte. Si Jesús no es el redentor que murió por nuestros pecados, y esto es lo
que significa la evolución, entonces el cristianismo nada es»
(American Atheist, febrero de 1987, pág. 30).
Así, los temas de la muerte y del tiempo revelan la total incompatibilidad de
la evolución, en cualquiera de sus formas, con el cristianismo.
Pero eso no es el fin. La Biblia revela no sólo el origen de la muerte, sino
cómo se resolverá el conflicto.
Vendrá el día en que este mundo, tan dañado por los efectos del pecado y de
la muerte, incluyendo los fósiles y los sepulcros, se deshará. «Los
elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay
serán quemadas ... Pero esperamos, según su promesa, cielos nuevos y tierra
nueva, en los cuales habita la justicia» (2 Pedro 3:10, 13).
Entonces se alcanzará la victoria definitiva sobre la
muerte. «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y ya no hará más muerte, ni habrá
más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron» (Apocalipsis 21:4). En nuestro eterno hogar sin muerte,
tendremos continuo acceso al «Árbol de la Vida. ... Y no
habrá más maldición» (Apocalipsis 22:2, 3).
¡Este es, pues, el mensaje de la Creación! Mucho más allá del origen de las
especies y de la edad de las rocas, es la magna imagen la obra de Jesucristo
desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. Como Soberano Creador, y
sólo por cuanto es Creador, tenía la autoridad para establecer las reglas y la
pena por la desobediencia, y juzgar aquella desobediencia. Pero como Creador, y
sólo por cuanto es Creador, podía redimir a la creación caída en conformidad al
plan que Él había trazado.
Y sólo como Creador el Autor de la Vida podía Él levantarse de la muerte por
Su poder. Luego, como Creador, Juez y victorioso Redentor, sólo Él es digno de
tomar el trono del universo y de reinar en justicia.
«Señor, eres digno de recibir la gloria y el honor y el poder;
porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron
creadas.»
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