Phillip E. Johnson
La Peligrosa Idea de Daniel Dennett
Nota introductoria: Este ensayo-reseña fue publicado
en el número de octubre de 1995 de The New
Criterion [El Nuevo Criterio], una revista de
temas culturales publicada en la ciudad de Nueva York. Hace frente al tema
central de tres importantes nuevos libros: Darwin's Dangerous Idea [La
peligrosa idea de Darwin], del filósofo Daniel Dennett; Reinventing Darwin [Reinventando a
Darwin], por el paleontólogo Niles Eldredge, y The
Construction of Social Reality [La construcción
de la realidad social], por el filósofo John Searle.
La fértil imaginación de Daniel Dennett queda cautivada por la muy peligrosa
idea de que la teoría neodarwinista de la evolución biológica debería llegar a
ser la base de lo que resultaría ser una religión estatal establecida del
materialismo científico. Dennett toma la componente científica de su tesis del
círculo interior de teóricos darwinistas contemporáneos: William Hamilton, John
Maynard Smith, George C. Williams y el brillante divulgador Richard Dawkins.
Cuando Dennett describe la gran idea que emana de este círculo como algo
peligroso, no se refiere sólo a que sea peligrosa para los integristas
religiosos. Las personas a las que acusa de arredrarse ante las plenas
implicaciones del darwinismo son científicos y filósofos de la mayor categoría:
Noam Chomsky, Roger Penrose, Jerry Fodor, John Searle y, especialmente, Stephen
Jay Gould.
Cada uno de estos muy secularistas pensadores parece intentar, como lo hacen
las gentes sencillamente religiosas, limitar la lógica del darwinismo en su
empuje por dominarlo todo. Dennett describe el darwinismo como «un ácido
universal; corroe todos los conceptos tradicionales y deja en su estela una
visión revolucionada del mundo.» Pensador tras pensador han intentado sin
éxito encontrar alguna forma de contener este ácido universal, para proteger
algo de su poder corrosivo. ¿Por qué? En primer lugar, pasemos a ver qué
es esta idea.
Dennett comienza el relato con el ensayo de John Locke de
finales del siglo xvii, Essay Concerning Human Understanding
[Ensayo acerca de la comprensión humana], en el que Locke
responde a esta pregunta: «¿Qué fue primero, la
mente o la materia?» La respuesta de Locke era que la mente
tenía que venir en primer lugar, porque «es imposible
concebir que la materia inconsciente produjese un Ser pensante e
inteligente.»1 David Hume presentó algunos potentes
argumentos escépticos contra este principio de la primacía de la mente, pero al
final no pudo presentar una alternativa sólida.
Darwin no emprendió la tarea de trastornar la imagen de la
realidad que da primacía a la mente, sino hacer algo mucho más modesto: explicar
el origen de las especies biológicas, y las maravillosas adaptaciones que
posibilitan que esas especies sobrevivan y se reproduzcan en maneras diversas.
La respuesta que desarrolló Darwin fue que esas adaptaciones, que habían
parecido diseñadas de forma inteligente, son en realidad productos de un proceso
inconsciente llamado selección natural. Dennett dice que lo que Darwin ofreció
al mundo, en términos filosóficos, fue «un plan para crear Designio del
Caos sin la ayuda de la Mente.»2 Cuando la perspectiva
darwinista llegó a ser aceptada por todo el mundo científico, quedó preparado el
escenario para una revolución filosófica mucho más amplia. Dennett explica
que
La idea de Darwin había surgido como respuesta a cuestiones
biológicas, pero amenazaba con desbordarse, ofreciendo respuestas -bien o mal
acogidas- a cuestiones cosmológicas (yendo en una dirección) y psicológicas
(yendo en la otra dirección). Si [la causa del designio en biología] podía ser
un proceso algorítmico inconsciente de evolución, ¿por qué no podría el proceso
mismo ser producto de evolución, y así indefinidamente de arriba abajo?
Y si la evolución inconsciente puede dar cuenta de los
artefactos maravillosamente llenos de inteligencia de la biosfera,
¿cómo podrían quedar exentos de una
explicación evolucionista los productos de nuestras propias
mentes «reales»? Así, la idea de Darwin amenazaba
con esparcirse hacia
arriba sin fin, disolviendo la ilusión de nuestra propia creatividad, de
nuestra propia chispa divina de genialidad y de entendimiento.3
El vuelco metafísico fue tan total que pronto
se hizo tan impensable dentro de la ciencia atribuir ningún rasgo
biológico a un diseñador como antes había sido impensable dejar de lado al
diseñador. Siempre que se encontraban obstáculos aparentemente insuperables
-como el mecanismo genético, la mente humana, el origen último de la vida- los
biólogos se mostraban confiados de que se encontraría una solución de tipo
darwinista. Desde luego, la causa del reduccionismo materialista sufrió a veces
reveses a causa de «reduccionistas ambiciosos» como el conductista
B. F. Skinner, que intentó explicar la conducta humana como consecuencia directa
de fuerzas materiales.4 La pegadiza metáfora que emplea Dennett
para describir la diferencia entre las clases codiciosa y buena de reduccionismo
es «grúas, no ganchos celestiales».5 Por poner un
ejemplo, el origen de la mente humana ha de ser atribuido a algún proceso
firmemente anclado en la sólida base del materialismo y de la selección natural
(una grúa), y no a un misterio o a un milagro (un gancho celestial): pero eso no
significa que la conducta humana o la actividad mental puedan ser comprendidas
directamente sobre la base de conceptos materiales como estímulos y
respuestas o selección natural.
Aunque muchos aspectos de la teoría evolucionista siguen siendo polémicos,
Dennett declara confiado que el éxito global del darwinismo-en-principio ha sido
tan colosal que el programa básico -de arriba abajo- ha quedado establecido más
allá de toda duda. Y a pesar de ello persiste la resistencia. Alguna de esa
resistencia procede de gente religiosa que quieren preservar algún papel para un
creador. Dennett simplemente echa a un lado a los creacionistas declarados, pero
dedica más esfuerzo para refutar a los que dirían que Dios es el autor de la ley
de la naturaleza, incluyendo aquel maravilloso proceso evolutivo que hace todo
el diseño. La alternativa darwinista a un Legislador al comienzo del universo es
posponer el principio de manera indefinida, conjeturando algo así como un
sistema eterno de evolución a nivel de universos.
Como ejemplo de eso último, el físico Lee Smolin ha propuesto
que los agujeros negros son efectivamente las cunas de universos hijos, en los
que las constantes físicas fundamentales diferirían ligeramente de las del
universo padre. Por cuanto esos universos que resultaron con la mayor cantidad
de agujeros negros dejarían la mayor cantidad de «descendencia»,
los conceptos darwinistas básicos de mutación y reproducción diferencial podrían
extenderse a la cosmología. Dennett mantiene que tanto si este modelo y otros
modelos son o no susceptibles de ensayo, al menos el darwinismo cósmico se apoya
en la misma clase de pensamiento que ha tenido éxito en campos científicos como
la biología en los que los ensayos son posibles, y eso es suficiente para
hacerlo preferible a una alternativa que introduce un gancho celestial. No
intenta explicar el origen del proceso evolutivo cósmico. Se trata simplemente
de universos mutantes de arriba abajo.6
Mucha de la resistencia al Darwinismo «de abajo
arriba» proviene de científicos y filósofos que niegan que la selección
natural tenga competencia para producir cualidades mentales específicamente
humanas como la capacidad para el lenguaje. Entre ellos se destaca Noam Chomsky,
fundador de la lingüística moderna, que describe un complejo programa de
lenguaje aparentemente impuesto mediante conexiones establecidas en el cerebro
humano, y sin analogía alguna en el mundo animal, y para el que no hay ninguna
historia demasiado plausible de evolución gradual a través de formas adaptivas
intermedias. Chomsky acepta bien dispuesto el naturalismo evolucionista en
principio, pero (apoyado por Stephen Jay Gould) contempla la selección
darwinista como nada más que una etiqueta para una verdadera explicación de la
capacidad del lenguaje humano, explicación que todavía no se ha encontrado.7
Para los verdaderos creyentes darwinistas como Richard Dawkins y Daniel
Dennett, todas estas objeciones adolecen de un error fundamental. Cuanto más
detalladamente «diseñada» parece ser una característica, tanto
más seguro que ha sido elaborada por la selección natural: porque no hay
ninguna manera alternativa de producir el designio sin recurrir a imposibles
ganchos celestiales. Incluso en los casos más difíciles, en los que es difícil
imaginar e imposible confirmar hipótesis darwinistas plausibles, sencillamente
la solución darwinista está ahí, esperando ser descubierta. La alternativa a la
selección natural es o bien Dios, o el azar. Lo primero está fuera de la
ciencia, y aparentemente también excluido de toda consideración por parte de
Gould o Chomsky; lo segundo no es ninguna solución. Cuando se han comprendido
las dimensiones del problema y los límites filosóficos dentro de los que se debe
resolver, el darwinismo es prácticamente cierto por definición -con
independencia de cuál sea la evidencia.
Me parece que tenemos aquí una situación sumamente
interesante. Dentro de la ciencia, el punto de vista darwinista ocupa claramente
la cota alta, porque nadie ha conseguido dar una alternativa para explicar el
Designio que no invoque una inaceptable Mente preexistente. (Dennett refuta
fácilmente conceptos tan difundidos como que una física de sistemas
autoorganizantes del Instituto de Santa Fe está en proceso de reemplazar el
darwinismo.)8 Pero los caballeros de esta inexpugnable
fortaleza están preocupados porque no todo el mundo cree que su ciudadela sea
inexpugnable. Se sienten turbados no sólo por estadísticas que muestran que el
público americano sigue favoreciendo de modo abrumador alguna versión de
creación sobrenatural, sino también por la tendencia de destacados científicos
de aceptar el darwinismo-en-principio, pero poniendo en duda la capacidad de la
teoría para resolver problemas específicos, generalmente los problemas que están
mejor calificados para tratar.
Dennett cree que los disidentes o bien no llegan a comprender
la lógica del darwinismo, o bien se arredran ante sus plenas implicaciones
metafísicas. Yo prefiero otra explicación: el darwinismo es mucho más potente
como filosofía que como ciencia empírica. Si uno no está dispuesto a desafiar la
premisa subyacente del materialismo científico, se tiene que quedar con el
darwinismo-en-principio como historia de la creación hasta que se encuentre algo
mejor, y no parece que haya nada mejor. Pero cuando se han examinado los
indiscutibles ejemplos de microevolución, como las variaciones de los picos de
los pinzones, la coloración de la polilla del abedul y la crianza selectiva,
toda certidumbre se disuelve en especulación y controversia. Nadie sabe de
verdad cómo se originó la vida, de dónde vinieron los phylums
animales, ni cómo la selección natural pudo producir las
cualidades de la mente humana. Al público se le presentan
ingeniosos escenarios hipotéticos para la evolución de
complejas adaptaciones como si fueran unos hechos realmente sucedidos,
pero los escépticos dentro de la ciencia los ridiculizan como
«cuentos de hadas», porque ni pueden ser puestos a prueba
experimental ni tienen apoyo en el registro fósil. Muchos
científicos que juran lealtad al darwinismo sobre bases
filosóficas lo echan de lado cuando entran en la práctica
científica. Un buen ejemplo de ello es Niles Eldredge, un
paleontólogo que colaboró con Stephen Jay Gould en los
famosos artículos que proponían que la evolución
procede mediante un «equilibrio puntuado», lo que significa
largos períodos sin cambios que son ocasionalmente interrumpidos
por la abrupta aparición de nuevas formas. Ese proceso fue
ampliamente interpretado al principio como un apoyo implícito a
una alternativa macromutacionista al gradualismo neodarwinista, un
malentendido que llevó a darwinistas burlones a descartar la
idea como «evolución a empujones», pero tanto Gould
como Eldredge insistieron en el sentido de que el proceso invisible de
cambio era darwinista. Eldredge, en particular, se sentía tan
decidido a lavar toda mancha de herejía que comenzó a
describirse a sí mismo como «neodarwinista hasta la
médula», etiqueta que parece ser demasiado vehemente e
implicar una disposición a pasar por alto evidencias contrarias.9
Por
otra parte, Eldredge rechaza lo que él denomina el
«ultradarwinismo», la posición de Dawkins y Dennett,
por unas razones que insinúan el rechazo de aquel mismo factor
que hace peligrosa la idea de Darwin, es decir, la afirmación de
que la selección natural tiene suficiente poder creativo para
explicar el designio. Por ejemplo, escribe en su libro de 1994 Reinventing Darwin [Reinventando a Darwin] que los ultradarwinistas
se hacen culpables de «envidia de la física» porque «tratan
de transformar la selección natural desde una sencilla forma de preservación del
registro... a una fuerza más dinámica, activa, que moldea y conforma la forma
orgánica con el paso del tiempo.» Eldredge no tiene problemas filosóficos
con el materialismo ateo; su ambivalencia procede enteramente del registro
fósil, embarazosamente no darwinista, tal como se describe en este típico
párrafo:
No es asombroso que los paleontólogos rehuyeran tanto tiempo
la evolución. No parece acontecer nunca. La diligente recolección acantilado
arriba da zig zags, oscilaciones menores, y la muy ocasional ligera acumulación
de cambio -a lo largo de millones de años, a una velocidad demasiado lenta para
explicar todo el prodigioso cambio que ha ocurrido en la historia evolutiva.
Cuando vemos la introducción de una novedad evolutiva, generalmente aparece como
un estallido, ¡y a menudo sin firmes evidencias de que los fósiles no
evolucionaron en otra parte! La evolución no puede estar siempre sucediendo en
alguna otra parte. Pero así es como el registro fósil ha impactado a muchos
desolados paleontólogos que buscan aprender algo acerca de la evolución.10
Sea lo que sea que motiva a Eldredge a dar todo este ferviente culto de
labios afuera a Darwin, es evidente que no es por nada que haya descubierto como
paleontólogo. De hecho, el verdadero problema lo comprenden todos, aunque tiene
que ser discutido con términos cautos. Lo que los paleontólogos temen no son las
consecuencias científicas de rechazar el darwinismo, sino las consecuencias
políticas. Tienen miedo que pudiera conducir a la entrada de
fundamentalistas religiosos en el gobierno, que pondrían fin a la
financiación.
Hay
paleontólogos que dan más apoyo al darwinismo que
Eldredge, así como hay otros eminentes científicos que
son más explícitos en su insistencia de que la variedad
neodarwinista de la evolución es válida sólo al
nivel «micro». Con independencia del número o de la
posición de los escépticos, la práctica
científica usual es retener un paradigma, por más
tambaleante que esté, hasta que alguien provea uno mejor.
Daré por supuesto, por seguir el argumento, que esta política de «eso es lo mejor que
tenemos» sea justificable dentro de la ciencia misma. La cuestión que
quiero tratar es si los no científicos tienen alguna obligación legal, moral o
intelectual de aceptar el darwinismo como absolutamente verdadero, especialmente
cuando la teoría se encuentra con tantas dificultades ante la evidencia. Este
tema surge en muchos contextos importantes. Aquí tenemos dos ejemplos. Primero
consideremos la situación de padres cristianos, no necesariamente
fundamentalistas, que sospechan que el término «evolución» está
saturado de implicaciones ateas. Todo el meollo de la tesis de Dennett es que
los padres tienen toda la razón acerca de esas implicaciones, y que los
educadores de ciencia que niegan eso o bien están mal informados, o mienten.
¿Tienen acaso los padres derecho a proteger a sus hijos del adoctrinamiento en
el ateísmo, e incluso a insistir que las escuelas públicas incluyan en el
currículo científico una exposición equilibrada de los argumentos en
contra de la pretensión atea de que nuestro verdadero creador es un conjunto
de procesos naturales carentes de inteligencia?
No se puede acusar a Dennett de evitar la cuestión de la
libertad religiosa ni de sepultarla con circunlocuciones corteses. Él propone
que la religión teísta debería seguir existiendo sólo en «zoos
culturales», y dice esto directamente a los padres religiosos:
Si insistís en enseñar falsedades a vuestros hijos -que la tierra es plana,
que el «Hombre» no es un producto de la evolución por selección
natural- entonces habéis de esperar, como mínimo, que aquellos de nosotros que
tenemos libertad de palabra nos sentiremos con la libertad de describir vuestras
enseñanzas como propaganda de falsedades, e intentaremos demostrar eso a
vuestros hijos a la primera oportunidad. Nuestro bienestar futuro -el bienestar
de todos nosotros en este planeta- depende de la educación de nuestros
descendientes.11
Naturalmente,
lo que preocupa a los padres no es la libertad de palabra, sino el
poder de los materialistas ateos para emplear la educación
pública para el adoctrinamiento, mientras se excluyen otros
puntos de vista como «religión». Si se quiere saber
cómo suenan esas amenazas a los oídos de los padres
cristianos, intentemos imaginar lo que sucedería si algún
destacado fundamentalista cristiano hablase con un lenguaje similar a
padres judíos. ¿Creeríamos que los padres
judíos serían irrazonables si interpretasen el
«como mínimo» como implicando que los niños
pueden ser quitados por la fuerza de los hogares de padres
recalcitrantes, y que esos metafóricos zoos culturales puedan
llegar un día a quedar rodeados de un alambre espinoso literal?
Podría parecer que habría justificación para
medidas duras si el bienestar de todos sobre el planeta depende de
proteger a los hijos de las falsedades que sus padres les quieran
contar.
Dejaré de lado las cuestiones legales que surgen de ese
programa de conversión religiosa forzada, porque las cuestiones intelectuales
son aún más interesantes. Concedido que el darwinismo sea el paradigma reinante
en la biología, ¿hay alguna norma en el mundo académico que exija que los no
científicos acepten los principios darwinistas cuando escriben, digamos, acerca
de filosofía o ética? Eso cree mi colega de Berkeley, John Searle. En el primer
capítulo de su reciente libro sobre The Construction of Social Reality
[La construcción de la realidad social], Searle declara que es
necesario «hacer algunas presuposiciones sustanciales acerca de cómo es de hecho
el mundo, a fin de poder siquiera hacer las preguntas a las que estamos
tratando de hallar respuesta (acerca de cómo se construyen socialmente otros
aspectos de la realidad).» Según Searle, «hay dos rasgos de
nuestra concepción de la realidad que no pueden ponerse en tela de juicio. No
son, por decirlo así, cosas optativas para nosotros como ciudadanos de finales
del siglo veinte y del siglo veintiuno.» Las dos teorías obligatorias son
que el mundo se compone enteramente de las entidades que los físicos denominan
partículas, y que los sistemas vivos (incluyendo los seres humanos y sus mentes)
evolucionaron por selección natural.12
Creo que Searle debilita todo su proyecto al prácticamente ordenar a sus
lectores que no observen que el materialismo científico y el darwinismo son
ellos mismos doctrinas socialmente construidas y no hechos objetivos. Los
científicos aceptan el materialismo como supuesto porque definen su empresa como
una búsqueda de las mejores teorías materialistas, y esta elección metodológica
culturalmente condicionada no es siquiera evidencia, y mucho menos prueba, de
que el mundo realmente se componga sólo de partículas. Como explicación para el
designio en la biología, el darwinismo está perfectamente a salvo cuando se
contempla como una deducción del materialismo, pero es notablemente vulnerable
cuando se le somete a la prueba empírica. Dado que lo que más respetamos en la
ciencia es su fidelidad al principio de que lo que realmente cuenta es la prueba
empírica, ¿por qué deberían los filósofos permitir a los científicos que les
digan que deben aceptar suposiciones que no pasan la prueba empírica?
Searle es un ejemplo particularmente patético, porque es
famoso por su defensa de la independencia de la mente contra el embate del
programa materialista «IA fuerte [strong AI]», * y también por su defensa de los estándares académicos
tradicionales contra el corrosivo relativismo de la distinción hechos/valores.
Es tan diestro en la argumentación que casi convence después de saltar
gratuitamente a una piscina de ácido universal, pero, ¿por qué aceptar la
desventaja? Searle podría mantener la cota alta si comenzase proponiendo que
toda teoría metafísica verdadera ha de explicar dos verdades esenciales que el
materialismo no puede acomodar: primero, que la mente es más que la materia; y
segundo, que cosas como la verdad, belleza y bondad existen realmente incluso si
la mayoría de la gente no sabe cómo reconocerlas. Los materialistas científicos
responderían que ya demostraron hace mucho tiempo que el materialismo es cierto,
o que lo demostrarán en algún tiempo en el futuro. Están echándose un farol.
La ciencia es algo maravilloso en su lugar.
Pero debido a que la ciencia es tan eficaz en su propio terreno, los científicos
y los filósofos aliados con ellos se sienten a veces atraídos por sueños de
conquista universal. Paul Feyerabend es quien mejor lo expresa: «Los
científicos no se sienten satisfechos con gobernar sus áreas de juego con lo que
ellos consideran como las reglas del método científico, sino que quieren
universalizar esas reglas, quieren que vengan a ser parte de la sociedad en
general, y emplean todos los medios a su disposición -la argumentación, la
propaganda, las tácticas de presión, la intimidación, el cabildeo-, para
conseguir sus propósitos.»13 Samuel Johnson dio la
mejor respuesta a ese absurdo imperialismo: «Una vaca es un animal muy
bueno en el campo, pero no la queremos en un jardín.»14
* IA: Inteligencia artificial. La «IA fuerte»
es un concepto materialista que contempla la mente como la función del cerebro
contemplado como un mero ordenador, y por lo que la informática puede llegar a
producir una inteligencia artificial equivalente a la mente humana, incluyendo
la conciencia. Volver al texto
REFERENCIAS
- 1. Dennett, pág. 26. Volver al texto
- 2. Dennett, pág. 50 . Volver al texto
- 3. Dennett, págs. 63 . Volver al texto
- 4. Dennett, págs. 80-83, 395. Volver al
texto
- 5. Dennett, ibid. Volver al texto
- 6. Dennett, págs. 177-180.. Volver al texto
- 7. Dennett, pág. 390 . Volver al texto
- 8. Dennett, págs. 220-228 . Volver al texto
- 9. Eldredge, Reinventing Darwin,
pág. 55: «Cuando me dirijo a nuevos oyentes, me gusta
presentarme como un «neodarwinista hasta la médula»,
al menos por lo que toca a la cuestión de la adaptación y
de la selección natural.» Volver al texto
- 10. Eldredge, pág. 95 . Volver al texto
- 11. Dennett, págs. 519-20 . Volver al
texto
- 12. Searle, págs. 6-7 . Volver al texto
- 13. Paul Feyerabend, Against Method (ed. rev. Verso
1988), pág. 169 . Volver al texto
- 14. Boswell, Life of Johnson, anotación del 15 de
abril de 1772 . Volver al texto
Nota para los asistentes a Tecnhociencia 95: El Profesor Francisco
Ayala, que participará conmigo en Madrid en este acontecimiento, sostiene
posturas similares a las de Hamilton, Maynard Smith, Williams, Dawkins y
Dennett, esto es, el grupo que Eldredge denomina como los «ultradarwinistas».
[Nota del Traductor: Este material se tradujo originalmente para ser
entregado a los grupos de trabajo de
TECNHOCIENCIA 95
unas jornadas convocadas anualmente por IUVE, la Universidad Complutense
de Madrid, la Universidad Politécnica de Madrid y la Universidad Nacional de
Educación a Distancia. En 1995 el tema a tratar era: Los límites de la
ciencia - ¿Es científica la teoría de la evolución?
En la nota anterior se suponía la asistencia del Profesor Francisco Ayala,
que había aceptado la invitación, pero que a última hora se negó a asistir. Ya
en anteriores ocasiones el doctor Francisco Ayala se había negado a debatir con
el doctor Phillip E. Johnson.]
- Phillip E. Johnson, A.B.,
J.D.
- Catedrático de Leyes,
- Cátedra Jefferson E. Peyser
- Boalt Hall, Universidad de California
- Berkeley, California 94720-2499
- Teléfono: (510) 642-5370 FAX: (510) 643-6171
- Internet: philjohn@uclink.berkeley.edu
- Compuserve: 74051,613
Nacido el año 1940 Formación académica: A.B., 1961, Harvard University;
J.D., 1965, University of Chicago
- Admitido en el Colegio de Abogados de California, 1966.
- Secretario Judicial del Juez Presidente Roger Traynor, 1965-66. (Tribunal
Supremo de California)
- Secretario Judicial, del Juez Presidente Earl Warren, 1966-1967. (Tribunal
Supremo de los EE. UU.)
- Profesor of Leyes, University of California, 1968-hasta el presente.
- Fiscal Adjunto de Distrito (Fiscal de casos criminales), Ventura County,
California, 1968, 1972.
- Decano Adjunto, Universidad de California, Berkeley, 1977-80.
- Profesor Visitante, Facultad de Leyes de Emory University 1982-83.
- Profesor Visitante, University College, Londres, Inglaterra, 1987-88.
- Materias Enseñadas: Ley Penal; Procedimientos Penales; Responsabilidad
Profesional; Daño Legal; Teoría Legal Contemporánea
Autor de los libros Darwin on Trial (2a edición, InterVarsity
Press, 1993, traducido al castellano como Proceso a Darwin, Ed. Portavoz,
1995), Reason in the Balance, the Case Against Naturalism in Science, Law and
Education [La razón en el fiel de la balanza: El argumento contra el
Naturalismo en la Ciencia, el Derecho y la Educación] (Intervarsity Press, 1995)
y Defeating Darwinism: By opening minds [Derrotando el darwinismo:
abriendo las mentes] (Intervarsity Press, 1997).
- Autor de una multitud de artículos y reseñas en revistas de derecho, como
California Law Review, Stanford Law Review, Colorado Law Review, Yale Law
Journal, etc.
Traducción del inglés: Santiago Escuain, director de línea sobre
línea, una publicación de SEDIN
- © Copyright Prof. Dr. Phillip E. Johnson, 1995.
- © Copyright de la traducción castellana: SEDIN, 1995.
- Publicado por SEDIN * Apartat 2002 * 08200 SABADELL (Barcelona)
España * D.L.: B-30934-94
Arriba un nivel
De vuelta al índice
general
De vuelta a la página
principal
Si conoce la lengua inglesa, puede consultar la
página personal del doctor Phillip E. Johnson:
-
Página Web de
Phillip Johnson
Nombre original de fichero:
Tecnhociencia95-Johnson.rtf - preparado el martes, 7 octubre 1997, 10:53
© SEDIN 1997
Nos puede escribir a nuestra dirección
postal:SEDIN
Servicio Evangélico - Documentación -
Información
Apartat 2002
08200 SABADELL
(Barcelona) ESPAÑA |
Índice:
Índice de
boletines
Índice
de línea
sobre línea
Página
principal
Índice
general castellano
Libros recomendados
orígenes
vida
cristiana
bibliografía
general
Coordinadora
Creacionista
Museo de
Máquinas Moleculares
Temas de
actualidad
Documentos en
PDF
(clasificados por temas)
Para la versión maquetada en
formato PDF para imprimir, pulse aquí
|