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Santiago Escuain

Mentiras, mentiras gordas, y definiciones


¿Cómo se ha llegado al dominio de la universidad y de la vida académica por parte de los materialistas? Porque al principio no era así, sino que las universidades y la misma investigación científica son hijas de la Cristiandad, y de una situación que, con sus méritos y deméritos, era íntegramente teísta y basada en una firme creencia en un Dios creador y en una creación producto de Sus manos, producto de un Dios racional y que la había puesto a disposición del hombre.

En todas las discusiones acerca del origen del universo y de la vida, en la actualidad se sostiene que cualquier manifestación de creencia en Dios descalifica de cualquier discusión científica. ¿Por qué? Porque la introducción de Dios en el razonamiento, dicen, rompe la relación de causa y efecto que es la base del método científico. De modo que, con independencia de toda otra consideración, Dios ha de quedar necesariamente excluido de la empresa científica.

No era esta la opinión de Newton, ni la de Kepler, que en toda su investigación y teorización consideraban que el estudio del mundo que le rodeaba era «pensar los pensamientos de Dios en pos de Él»; intentar penetrar en la Mente del Creador por medio de las cosas que habían sido hechas. ¿A qué se debe el cambio?

El cambio se ha debido a un asalto deliberado de la universidad por parte de las fuerzas materialistas y ateas, que han mostrado su ingenio al definir de tal manera la empresa científica que han logrado mediante esta definición excluir todo aquello que no se ajuste a su visión del mundo. Efectivamente, los materialistas y ateos han definido la ciencia como el estudio de toda la realidad por métodos de causa y efecto en un sistema cerrado. Y han extendido este método de estudio no sólo al funcionamiento del cosmos, de todo el sistema del mundo, sino también a su origen. Parten de la proposición de que la ciencia, para serlo, ha de desechar de entrada toda consideración acerca de lo sobrenatural, pero no desde una perspectiva metodológica, debido a la limitación del instrumento científico, que no puede acceder ni a Dios ni a lo sobrenatural, sino desde una perspectiva absoluta: Que Dios no existe, o si existe, está tan alejado de toda posibilidad de acceso que a todas las consideraciones no interviene ni ha intervenido de manera personal en la historia y acontecimientos del universo.

Vemos pues que ha habido un gran giro paradigmático en la definición de ciencia. Y por medio de este giro en la definición, los materialistas han impuesto su propio criterio acerca de lo que es legítimo tratar en ciencia. Así, en ciencia ya no se trata de poner a prueba el paradigma del evolucionismo como una hipótesis: es una necesidad lógica, porque de entrada, por definición, se descarta la posibilidad de la creación directa por Dios: todo tiene que haber seguido un proceso de causas materiales y efectos asimismo materiales. Estamos aquí, luego la evolución es cierta, porque en caso contrario no estaríamos aquí para discutirlo. Pero se debe observar que no se trata de una conclusión de la ciencia, sino del punto de partida filosófico que adopta esta nueva versión de la ciencia, la ciencia filosóficamente materialista. Se ha corrido un gran trecho desde que los científicos estudiaban y contemplaban el mundo como testimonio de la sabiduría de Dios.

De esta manera, y a partir de la definición que ellos han amañado, se atreven a decir que los científicos lamentan las presentaciones creacionistas, y que la cuestión es creacionismo contra ciencia. Más bien deberían decir que los científicos de filosofía materialista se enfrentan a los científicos filosóficamente teístas, y que se trata de la perspectiva creacionista teísta que se enfrenta con la perspectiva materialista naturalista.

Naturalmente, aquí el materialista argumenta que como los creacionistas apelan a lo sobrenatural, que se trata de una perspectiva fantasiosa que impide el rigor científico. Esta es sin embargo una presentación falsa de la perspectiva creacionista. El creacionista cree y siempre ha creído, con Kepler y Newton, que Dios creó un sistema universal, creó la vida, creó al hombre, y le dio al hombre la potestad de dominar sobre la tierra y todo lo que hay en ella. El hombre es libre de explorar este dominio que le ha sido dado, y de investigar sus leyes y comportamiento, y sus leyes de causa y efecto como tales. Esto no impide la libre manifestación de Dios en este universo, en sus operaciones y respecto al hombre; el universo del teísta es un universo abierto al milagro, a la libre expresión de la voluntad del Dios creador y sustentador. Pero precisamente en el universo teísta el milagro es tal milagro porque es la excepción al curso del sistema del mundo. Y la ciencia no se ocupa, ni puede ocuparse, de estas excepciones. Estas excepciones, y la manifestación personal de Dios en el mundo, son tema de testimonio, de historia, de verdadera historia, porque Dios cuando ha irrumpido, ha irrumpido en la historia de los hombres. Y el hecho de que sean hechos al margen de la rutina del sistema universal no los hace falsos. Sencillamente, quedan fuera del campo de estudio de la ciencia cuanto que esta es el estudio de la operación uniforme de causa y efecto del sistema creado.

Entre estas irrupciones de Dios tenemos la Creación (la cual no es irrupción en el sistema creado de cosas, sino su mismo inicio); la intervención divina tras la Caída, con el cambio de estado de la creación, que queda ahora bajo maldición; el Diluvio; el llamamiento de Abraham; la forja de Israel en Egipto y su Éxodo y Pacto con Dios, con los milagros históricos concomitantes; la inspiración de la Escritura (el Pentateuco mediante Moisés y el resto de las Escrituras en las sazones posteriores); diversas intervenciones en el seno del Pueblo Escogido; la Encarnación, Vida, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo; el origen de la Iglesia en Pentecostés. El materialismo naturalista ha querido reinterpretar todos estos acontecimientos, y explicar (a) la Creación mediante una evolución al azar; (b) los efectos del Diluvio aplicando el criterio del actualismo geológico y la reinterpretación de todas las formaciones sedimentarias de la tierra, hasta el siglo pasado consideradas como debidas al Diluvio; (c) el origen de la nación de Israel mediante agregaciones de tribus nómadas de aquí y allá que fueron encontrándose en Canaán y lentamente desplazando a los originales pobladores; (d) el origen del Pentateuco como leyendas y narraciones refundidas en época siglos más tarde a los hechos que pretende relatar, y falsamente atribuido a Moisés; (e) el origen de los Evangelios a unas enrevesadas técnicas de redacción y recopilación legendarias en medio de unas comunidades eclesiales que habían conjurado una falsa historia de Cristo, de Su muerte y resurrección, un siglo o más tarde después del tiempo en que se afirma que ocurrieron los hechos; (f) el origen de la iglesia mediante el esparcimiento de rumores y falsas esperanzas acerca de la resurrección de Cristo.

En resumen, el materialismo naturalista ha tenido que inventar unas falsas historias acerca del origen y existencia de ciertas realidades patentes que se levantan siglo tras siglo en testimonio de la acción divina. Y se puede decir sin temor a contradicción que todas estas falsas historias son desmentidas por los hechos, y que se sostienen sólo por su necesidad. Proveen una explicación aparentemente racional y atea a estas realidades tangibles: (1) La existencia del universo y de una vida compleja y maravillosamente diseñada. (2) La existencia del pueblo de Israel y de su Torah (los cinco libros de Moisés) que dan testimonio de su origen milagroso. (3) La existencia de la Biblia como un todo como testimonio divino y persistente a lo largo de los siglos, que se levanta por encima de todos los intentos escépticos de negarla. (4) La existencia de la Iglesia como testimonio poderoso de la realidad histórica de Jesucristo, Dios manifestado en carne, muerto y resucitado, junto con (5) la existencia del Nuevo Testamento como testimonio de Jesucristo y del origen y misión de la Iglesia. Sin las ingeniosas hipótesis ad hoc inventadas desde bibliotecas y ansiosas reflexiones de personas cuyo mayor deseo era <<ecrasser l'Infame>> [<<aplastar al Infame>>, expresión blasfema de Voltaire con la que manifestaba su odio contra el Dios personal e interviniente], se ha de convenir en que los ateos se encontrarían sumamente incómodos en su carrera terrenal. Es admirable, desde luego, el gran esfuerzo intelectual desde el siglo XVIII, desde la Ilustración, hasta la actualidad, el gran derroche de ingenio y medios, para negar al Dios Creador y Sus justas demandas sobre la conciencia y la vida de los hombres.

Y así como es admirable este gran esfuerzo como tal, por su magnitud misma, es penoso observar el fracaso total de todos estos esfuerzos. Primero, porque ya en sí mismos eran meras especulaciones basadas de entrada en la conclusión a que querían llegar. Se basaban en una perspectiva metafísica atea. Segundo, no tenían ningún apoyo factual. No eran una consecuencia de hechos estudiados, sino meras especulaciones. El deseo era el padre del pensamiento. Tercero, el aumento de conocimientos en todas estas áreas han llevado a la refutación de todos estos inventos.

  1. Sobre azar y designio. El origen de la vida. El registro fósil. Biología

  2. Sobre el Pentateuco. El rollo de plata. El pentateuco samaritano. Los rollos de Qumrán

  3. Sobre el Nuevo Testamento y el origen de la Iglesia. Los fragmentos griegos de Qumrán 7

  4. ¿Qué es ciencia? Limitaciones de la ciencia.- Campo legítimo de la ciencia.- Definición de J. N. Darby.


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© Santiago Escuain 1997
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