Santiago Escuain
Propuesta cristiana
Éste es un llamamiento cristiano que tiene un doble propósito: por una parte,
ofrecer una crítica del moderno contexto intelectual llamado «occidental
secular» dominante en nuestra sociedad, desde la visión cristiana de que Dios
es, de que Dios ha creado, y de que Dios ha hablado revelándose a los hombres. Y
por otra, dar una respuesta, desde luego no exhaustiva, pero sí veraz: la
respuesta cristiana, a las más vitales preguntas acerca de la vida y de la
muerte, acerca de Dios y del hombre, acerca de la justicia y del pecado, acerca
de la naturaleza de la fe y del conocimiento. Y ninguno de nosotros es ajeno a
estas cuestiones: cada ser humano, hombre o mujer, se encuentra entre la cuna y
la tumba, y no hay ningún tema más importante que el del origen y destino que
tenemos como individuos. Y el destino final de cada uno de nosotros depende de
su origen y de su actitud, de su respuesta, delante del propósito para el que
Dios le ha creado. De su actitud delante de su Creador.
Esta respuesta sólo puede provenir de la sabiduría de Dios, revelada en y por
medio de Jesucristo. Una respuesta que no sólo quiere dar respuesta a
interrogantes, sino que quiere resolver la gran cuestión del alejamiento del
hombre de Dios, de la naturaleza y contenido de la verdad, y de sus propias
contradicciones. Una respuesta que es además una invitación de Dios a cada
hombre para que le conozca, para que acepte la reconciliación con Él. Es a la
vez un llamamiento al hombre enemistado y adversario de Dios al arrepentimiento
y a la salvación. A pasar de la muerte espiritual y moral a una vida llena de
sentido y de gozo en el conocimiento de Dios y en la comunión con Él, el Creador
y Señor.
... cada ser humano, hombre o mujer,
se encuentra entre la cuna y la tumba, y no hay ningún tema más importante que
el del origen y destino que tenemos como individuos. Y el destino final de cada
uno de nosotros depende de su origen y de su actitud, de su respuesta, delante
del propósito para el que Dios le ha creado. De su actitud delante de su
Creador.
Una visión distorsionada
Según el consenso académico secular, el hombre proviene de animales
inferiores, que surgieron de otros aún más inferiores, que surgieron de unos
protozoos que se originaron al azar en un mar primitivo de un mundo que se había
condensado por procesos físicos sin dirección, un mundo que procedía de una
materia condensada que tuvo su origen en un acontecimiento que se cree que fue
una Gran Explosión («Big Bang») de un átomo primordial. Este proceso es conocido
como la Evolución, y constituye el marco de creencia confesado por prácticamente
todo el Establecimiento Académico.
Al mismo tiempo, desde este Establecimiento Académico se propone una visión
de las cosas en la que toda la realidad es materia y movimiento, y en la que la
realidad humana no es nada más que una manifestación de complejas reacciones
bio- y electroquímicas. Una maravillosa máquina surgida del azar. Toda la vida y
todo el significado del hombre son cosas relativas, y tienen su marco en esta
tierra ... y nada más. Se mantiene que el único conocimiento es el llamado
conocimiento científico.
El conocimiento científico: su naturaleza y
limitaciones
Es cierto que por medio del método científico podemos adquirir un
conocimiento de las cosas. Pero en esta visión del mundo no se tienen en cuenta
las enormes limitaciones del conocimiento científico, y se le atribuyen
capacidades que no puede tener en absoluto. En palabras de Darby:
«La ciencia no puede ir más allá de los fenómenos, y consiste en la
generalización de los mismos bajo una ley uniforme. Pero, antes del curso que
siguen las cosas existentes, tienen que existir las cosas que siguen este curso,
aunque este curso pueda haber comenzado con su existencia; e indudablemente fue
así. Pero sólo este curso de las cosas es el tema de la ciencia, su principio
general como ley fija. La existencia, y probablemente la ley que sigue, están
ahí antes que puedan comenzar las investigaciones de la ciencia, ... La ciencia
se ocupa de fenómenos, y sólo de fenómenos, y de descubrir los hechos y las
leyes que los gobiernan; pero todo lo que hace es investigar la operación actual
uniforme, allá donde existe, de aquello que existe antes que surja la
indagación.
...
La ciencia puede descubrir las leyes de lo que existe, pero allá tiene que
detenerse: no tiene leyes para su existencia. ...
Esto es, la ciencia debe detenerse en aquello que le
pertenece, en el curso y orden del kosmos, o universo ordenado, y por su
misma naturaleza no puede ir más allá de ello. Sé que ha de haber una causa
primordial o primitiva para todo lo existente; porque todo en su esfera es el
efecto de una causa, y afirma que debe serlo. Si es así, la existencia material
misma debe ser efecto de una causa, y las leyes fijas también. En cuanto a qué y
cómo es esta causa primordial (que es incausada, o no sería primordial), no
puede decir nada la ciencia. Naturalmente que no; y no se le debe reprochar por
esto. Pertenece a la misma naturaleza de las cosas. Pero la ignorancia no es un
base sobre la que hacer declaraciones —debería más bien decir que no es una
base válida, porque a la ignorancia le encanta hacer declaraciones. Esto es, la
ciencia me asegura en base de lo que conoce que ha de haber una causa primordial
de aquello sobre lo que investiga; pero es, necesariamente, totalmente ignorante
de esta causa —no la puede concebir; no se encuentra en su esfera de
conocimiento. ...».1
«La ciencia se ocupa de fenómenos, y
sólo de fenómenos, y de descubrir los hechos y las leyes de los gobiernan; pero
todo lo que hace es investigar la operación actual uniforme, allá donde existe,
de aquello que existe antes que surja la indagación.
...
La ciencia puede
descubrir las leyes de lo que existe, pero allá tiene que detenerse: no tiene
leyes para su existencia. ...»
Hablando estrictamente, el método científico sólo puede tratar aquello que se
encuentra bajo la capacidad humana de estudio y observación directa, o
manipulación en el laboratorio, lo que es presente y repetible. Sólo puede
darnos relaciones materiales y cuantitativas de causa y efecto (¡si creemos en
la causalidad!) dentro de nuestro universo. Pero, en sentido estricto, no puede
darnos otro conocimiento que éste: cómo se relacionan las cosas, no su por qué.
El método científico no puede tocar, hablando de manera estricta, el cómo del
origen del universo ni de la vida, ni lo que tiene que ver con propósito o
valores, ni lo que es único e irrepetible. Y mucho menos la razón de su
existencia.
Severo Ochoa, Premio Nóbel, investigador sobre la estructura material
bioquímica de la vida, declaraba a la revista Tiempo, poco antes de su
muerte: «Me he dedicado a investigar la vida y no sé por qué ni para qué existe»
(Tiempo, 24 de febrero, 1992, pág. 50). Quizá la clave se encuentre en su
declaración: «Hace mucho tiempo que no soy religioso» (Ibid. pág. 55).
Efectivamente, si dejamos de lado a Dios y el conocimiento que Él nos da en Su
Revelación, no podemos saber lo más importante de todo. De poco sirve conocer el
funcionamiento de algo si no sabemos por qué y para qué ha sido hecha. Y esto
sólo podremos saberlo si nos lo comunica quien lo ha hecho.
Es muy frecuente confundir el cómo y el por qué de las cosas, y de esta
manera sucede que en ocasiones profesores desorientados y con textos poco
rigurosos desorientan a sus alumnos acerca de estas cuestiones. El siguiente
ejemplo, adaptado de otro autor, ilustrará estas diferencias, tan poco tenidas
en cuenta:
—¿Lo explica todo la ciencia? Entre en mi cocina y pregúnteme: —¿por qué
está hirviendo la marmita?— Y yo le contesto: —la marmita está hirviendo
porque la combustión del gas produce calor, que es transferido al fondo de la
marmita, el cual, como que es un buen conductor, lo transfiere inmediatamente al
agua. Las moléculas de agua se agitan y giran haciendo ruido, pasando finalmente
al estado de agua en forma de vapor; y por eso hierve la marmita.
—Entonces mi mujer entra en la cocina y le preguntas: —¿por qué hierve la
marmita?— Y ella te dice: —La marmita hierve porque te voy a hacer un té.
—Yo no le dije por qué hervía la marmita. —Le dije cómo
estaba hirviendo la marmita. Y la ciencia no sabe en absoluto el por qué
de nada, sino solamente el cómo y el qué.
Cómo hierve la marmita (un proceso presente y susceptible de
repetición y de prueba) lo podemos determinar, hasta cierto punto, por medio de
nuestra observación, el método científico. Por qué hierve la marmita sólo
podremos llegar a saberlo mediante la comunicación personal.
Un poco de historia
En realidad, el concepto cientificista y evolucionista, en su
totalidad, no es un avance moderno del conocimiento, sino una reformulación de
las posturas naturalistas de los antiguos filósofos griegos acerca de la
naturaleza de la ciencia y el origen de la vida. Henry Fairfield Osborn, que fue
director del Museo Americano de Historia Natural, observa a este respecto:
Cuando comencé mi investigación en pos de anticipaciones de la teoría
evolucionista ... me vi conducido de vuelta a los filósofos naturalistas
griegos, y me quedé atónito al encontrar como muchas de las características más
destacables y básicas de la teoría de Darwin fueron anticipadas incluso en
fechas tan remotas como el siglo VII antes de Cristo.2
La realidad es que la tesis creacionista de la Biblia se
difundió en abierto debate en medio de un mundo pagano que rechazaba la acción
de un Dios soberano en creación y revelador en la historia, y que empleaba
argumentos filosóficos apriorísticos como el que esgrimía el célebre Galeno
(130-201 d.C.), que se enfrentaba así de manera específica al relato del
Génesis:
Es precisamente en este punto que nuestra propia opinión y la de Platón y
otros griegos que siguen el recto método de las ciencias naturales difieren de
la posición adoptada por Moisés. Para este último parece suficiente declarar que
simplemente Dios ordenó que la materia se estructurase en su debido orden, y que
así sucedió; porque él cree que todo es posible para Dios, incluso si quisiera
hacer un toro o un caballo de un montón de cenizas. Nosotros, sin embargo, no
sostenemos tal cosa; decimos que ciertas cosas son de natural imposibles y que
Dios ni siquiera intenta tales cosas, sino que él elige lo mejor de la
posibilidad del devenir.3
Curso natural e intervención inteligente
Naturalmente, hay cosas que son de natural imposibles, pero que algo
sea de natural imposible no significa que sea absolutamente
imposible. En el marco natural rigen unas condiciones muy determinadas,
naturales, en una dirección muy concreta. En cambio, en un marco
intervenido, con una acción dirigida con inteligencia y propósito,
rigen otras condiciones que pueden variar de manera total el curso de los
procesos. Por ejemplo, en el curso de la naturaleza, el calor pasa
siempre de cuerpos calientes a cuerpos fríos, descendiendo la temperatura
de los primeros y aumentando la temperatura de los segundos, hasta que llegan a
un equilibrio térmico (a la misma temperatura). Es de natural imposible
que el calor siga otro camino. Pero en el frigorífico, el hombre ha diseñado
un mecanismo conducido por una energía, y de esta manera
invierte localmente el flujo del calor, de modo que lo que es de
natural imposible, en cuanto a la tendencia de las cosas, que pase calor de
un cuerpo frío a un cuerpo caliente [la expulsión de calor del interior del
congelador, más frío, hacia el exterior, más caliente] es hecho posible por la
intervención humana. Así, este argumento acerca de lo que es de
natural imposible no es aplicable en el caso de la intervención de un ser
sobrenatural, sea este el hombre, con todas sus limitaciones, o Dios, sin
limitación de conocimiento o poder.
No hay evidencias históricas
El mismo registro fósil, tan frecuentemente presentado en publicaciones de
divulgación popular como evidencia de la evolución en el pasado, no da en
realidad evidencia alguna en favor de tal proceso. Sencillamente, no hay cadenas
ni formas verdaderas de transición. Por ejemplo, el evolucionista Stephen Jay Gould, profesor de Geología y Paleontología en la
Universidad de Harvard, decía lo siguiente en su columna mensual en la revista
Natural History:
La extrema rareza de las formas de transición en el registro fósil sigue
siendo el secreto del gremio de los paleontólogos. Nos imaginamos ser los únicos
verdaderos estudiosos de la historia de la vida, pero para preservar nuestro
relato predilecto acerca de la evolución por selección natural consideramos que
nuestros datos son tan malos que nunca vemos el proceso que profesamos
estudiar.4
También Colin Patterson, Conservador del Museo Británico de Historia Natural,
decía lo siguiente, en una entrevista a la BBC-TV el 4 de marzo de 1982, acerca
de los esfuerzos para dar explicaciones de la inexistencia de formas de
transición fósiles:
Lo que resulta de todo ello es que todo lo que se puede aprender de la
historia de la vida se aprende de la Sistemática, de los agrupamientos que se
descubren en la naturaleza. El resto es contar cuentos de uno u otro tipo.
Tenemos acceso a los extremos del árbol; el árbol mismo es teoría, y los que
pretenden conocer acerca del árbol y describir lo que sucedió —cómo
desaparecieron las ramas y las ramitas— están, creo yo, contando
historias.
Se podrían multiplicar las citas de profesionales de la
paleontología en este sentido. Es cierto que la percepción pública acerca de la
naturaleza del registro fósil no es la que aquí se señala. Hay una intensa
campaña de propaganda en diversos medios, que no suelen ser respetuosos con la
verdadera naturaleza de la evidencia, y el público no está informado de la
verdad de la cuestión. Está ampliamente aceptado el mito de que la evidencia
fósil apoya la creencia evolucionista. Y esto es lamentable.5
El mismo registro fósil, tan
frecuentemente presentado en publicaciones de divulgación popular como evidencia
de la evolución en el pasado, no da en realidad evidencia alguna en favor de tal
proceso.
Una creencia, no una conclusión científica
Debe quedar claro que el evolucionismo no es una conclusión de la ciencia,
sino que, como en la antigüedad, es en realidad una doctrina, un sistema de
creencia que rechaza la acción de Dios y busca explicar el origen de todo el
mundo de lo viviente desde una postura filosófica que excluye de entrada al
Creador. Éste punto lo expresa bien el cosmólogo evolucionista C. F. von Weizsäcker en su obra La importancia de la
ciencia:
No es por sus conclusiones, sino por su punto de partida metodológico
por lo que la ciencia moderna excluye la creación directa. Nuestra
metodología no sería honesta si negase este hecho. No poseemos pruebas
positivas del origen inorgánico de la vida ni de la primitiva ascendencia del
hombre, tal vez ni siquiera de la evolución misma, si queremos ser pedantes.6
...
Todavía no entendemos demasiado bien las causas de la
evolución, pero tenemos muy pocas dudas en cuanto al hecho de la evolución; ...
¿Cuáles son las razones para esta creencia general? En la última lección las
formulé negativamente; no sabemos cómo podría la vida, en su forma actual, haber
venido a la existencia por otro camino. Esa formulación deja silenciosamente
a un lado cualquier posible origen sobrenatural de la vida; así es la
fe en la ciencia de nuestro tiempo, que todos compartimos.7
Esto es, no se cree en el Evolucionismo debido a que existan unas pruebas
positivas reales que lleven a tal postura como conclusión científica. Más bien,
el hombre «moderno» toma como punto de partida un rechazo de toda posible
revelación de Dios, e interpreta todo el mundo que le rodea en términos de una
filosofía que de entrada rechaza a Dios. Así, el Evolucionismo y la
mentalidad racionalista atea no son una conclusión exigida por el estudio de
la realidad, sino el método, la actitud mental con la que se contempla todo,
desde una postura de incredulidad. Y vale la pena investigar si esta
actitud basada en la incredulidad se corresponde con la realidad del universo,
del mundo de lo viviente, de la historia, y de la naturaleza humana.
«No es por sus conclusiones, sino por
su punto de partida metodológico por lo que la ciencia moderna excluye la
creación directa. Nuestra metodología no sería honesta si negase este
hecho.»
¿Hay designio?
Charles Darwin escribió en su libro El Origen de las Especies que él
no tenía dificultad alguna para imaginar que una larga sequía hubiese podido
hacer que algunos hipotéticos antepasados de la jirafa con cuello corto
alargasen sus cuellos de manera continuada para conseguir una provisión de hojas
en continua disminución. Naturalmente, no tenía evidencia fósil para una
historia evolutiva semejante. Aparentemente, tampoco estaba consciente de
ciertos problemas peculiares de las jirafas que hacen que su ligera suposición
de la evolución de las jirafas sea más y más difícil de aceptar.
El corazón de la jirafa es probablemente el más potente del reino animal,
porque precisa de alrededor del doble de la presión normal para bombear la
sangre por su largo cuello hasta la cabeza. Pero el cerebro es una estructura
muy delicada que no puede resistir una elevada presión sanguínea. ¿Qué sucede
cuando la jirafa se arrodilla para beber? ¿Se le revienta el cerebro?
Afortunadamente, se han incluido tres elementos de diseño en la jirafa para
controlar este problema y otros que se relacionan con él.
En primer lugar, la jirafa ha de extender las patas para poder beber con
comodidad. Esto hace descender un tanto el nivel del corazón, de manera que se
reduce la diferencia de altura desde el corazón hasta la cabeza en el momento de
beber. El resultado es que el exceso de presión en el cerebro es menor que el
que existiría si las patas se mantuviesen derechas.
Segundo, la jirafa posee en sus venas yugulares una serie de válvulas
antirretorno que se cierran con el acto de bajar la cabeza, lo cual impide que
la sangre vuelva en reflujo al cerebro.
¿Pero que sucede con el flujo de sangre a través de la arteria carótida que
va del corazón al cerebro?
Un tercer elemento de diseño es «la red maravillosa», un tejido esponjoso
lleno de una multitud de vasos sanguíneos situado cerca de la base del cerebro.
La sangre arterial fluye primero a través de esta red de finos vasos que llega
al cerebro. Se cree que cuando el animal se agacha para beber, la red
maravillosa controla de alguna manera el flujo de sangre de modo que la presión
no se ejerce totalmente sobre el cerebro.
Los científicos que han estudiado el tema creen también que probablemente el
fluido cerebro-espinal que baña el cerebro y la columna espinal produce una
contrapresión que impide la ruptura o las fugas de los capilares del cerebro. El
efecto es similar al de un traje antigravitatorio como los que llevan los
pilotos de combate y los astronautas. El traje antigravitatorio ejerce una
presión sobre el cuerpo y las piernas del que lo viste cuando éste está bajo una
fuerte aceleración, e impide el desmayo. Las fugas de los capilares de las
piernas de la jirafa son también probablemente impedidas por una presión similar
del fluido de los tejidos fuera de las células. Además, las paredes de las
arterias de las jirafas son más gruesas que las de cualquier otro mamífero.
Hace poco tiempo se han hecho algunas cuidadosas investigaciones y se han
tomado algunas mediciones de presión de sangre en jirafas vivas y en acción. Sin
embargo, no ha quedado claramente demostrada la manera exacta en que estos
varios factores cooperan para permitir que esta extraña criatura viva. De todas
maneras, la jirafa es un gran éxito. Cuando termina de beber, se levanta, se
abren sus válvulas de paso, se relajan los efectos de la red maravillosa y de
los varios mecanismos de contra-presión, y todo funciona bien. Ésta es una de
las innumerables muestras de un designio inteligente de un sistema coordinado e
integral que es a todas luces incompatible con el evolucionismo.
Evidentemente, Darwin no conoció todos estos problemas peculiares de las
jirafas, como tampoco muchos otros que han surgido desde entonces, entre ellos
la misma estructura de la célula y sus intrincadas funciones cibernéticas. El
conocimiento añadido de la estructura íntima de la vida, así como de los
sistemas fisiológicos y anatómicos a mayor escala, amontona maravilla sobre
maravilla, todo lo cual potencia más y más el argumento del designio, que Darwin
tanto quiso combatir.
Así, el Evolucionismo y la mentalidad
racionalista atea no son una conclusión exigida por el estudio de la realidad,
sino el método, la actitud mental con la que se contempla todo, desde una
postura de incredulidad. Y vale la pena investigar si esta actitud basada en la
incredulidad se corresponde con la realidad del universo, del mundo de lo
viviente, de la historia, y de la naturaleza humana.
Más designio
Otra muestra de esta realidad, la del designio y propósito del ojo, era ya
tan evidente en tiempos de Darwin que él mismo confiesa que racionalmente
parecía constituir una dificultad insuperable para su intento de explicación por
una evolución al azar.
Según la hipótesis evolucionista, todo lo existente en el mundo de lo
viviente surgió por selección natural de aquellos elementos que iban apareciendo
al azar. Si eran útiles, eran preservados en el contexto de la lucha por la
existencia en un medio competitivo. Si no eran útiles, eran eliminados. Esto es,
el evolucionismo enuncia el principio de que todos los elementos del mundo de lo
viviente existen porque tienen una utilidad presente para la
supervivencia.
Darwin y Wallace (su colega y presentador conjuntamente con él de la
hipótesis de Evolución por Selección Natural en 1859) tuvieron un enfrentamiento
varios años después, a causa de este concepto. Wallace llegó, tras mucha
reflexión, a la conclusión de que la Selección Natural era incapaz de explicar
el origen de una estructura concreta que estaba evidentemente sobredimensionada,
y que el hombre no había llegado a emplear más allá del 10 por ciento de su
capacidad: el cerebro. Según Wallace, ¿cómo explicar el origen del
cerebro, todo su intrincado diseño, si el 90 por ciento del mismo no era
empleado? Si el 90 por ciento de la estructura del cerebro no había actuado ni
funcionado, ni lo usamos todavía, no se podía haber formado en el contexto de
unas condiciones de competencia y de lucha por la supervivencia. ¿Como podemos
entonces explicar su origen por evolución mediante selección natural? Darwin
reaccionó visceralmente contra este tipo de argumento, pero no lo pudo refutar.
Este argumento sigue en pie, y para toda mente reflexiva es tanto más poderoso
cuanto más se va conociendo de la maravillosa complejidad y diseño de este
órgano, la más grande maravilla del universo.
El conocimiento añadido de la
estructura íntima de la vida, así como de los sistemas fisiológicos y anatómicos
a mayor escala, amontona maravilla sobre maravilla, todo lo cual potencia más y
más el argumento del designio, que Darwin tanto quiso
combatir.
Complejidad y racionalidad
La realidad es que en las mentes de algunas personas se da un fenómeno muy
curioso por lo que respecta a la complejidad. La mayoría de nosotros reconocemos
que al aumentar la complejidad de información y de diseño ha de existir una
mayor inteligencia y capacidad en quien lo produce.
La mayoría de las personas reconocería que el dibujo de un niño de tres años
no es una mera colección de líneas trazadas al azar.
Ascendiendo en la escala de complejidad a través de diversos instrumentos,
máquinas fotográficas, etc., hasta la lanzadora espacial —que es considerada
como la máquina más compleja jamás construida por el hombre—, el aumento en
complejidad se relaciona de manera automática con una mayor destreza e
inteligencia. Cuanto más complejo es algo, tanta más inteligencia se necesita
para producirlo.
En cambio, cuando llegamos al gigantesco salto en complejidad que existe
entre la producción humana más compleja y los seres vivos, aunque se trate de la
humilde ameba, la irracionalidad ataca sin previo aviso. Los que frecuentemente
se consideran como las personas más racionales echan de repente su racionalidad
por la ventana. En lugar de seguir la lógica de que un aumento de complejidad
exige una inteligencia tanto más grande para crearla, dicen ahora que el aumento
en complejidad demanda una disminución de inteligencia, y ello hasta el punto de
que no se precisa de ninguna inteligencia para lograr producir el más complejo
de los sistemas existentes.
¿Cómo llegó a existir la primera célula viva, una entidad con una complejidad
funcional e informática más allá de nuestra comprensión, por métodos
absolutamente aleatorios? ¿Cómo llegó a existir el cerebro humano, cuya
funcionalidad no pudo llegar a ser gobernada por ninguna selección natural ni
por ninguna necesidad del medio, estando sobredimensionado muchísimo más allá de
cualquier utilización histórica conocida?
Observando este fenómeno, Darby apostilla:
«La incredulidad querría excluir un Creador. Esta negación es producto de una
actitud voluntariosa. [John Stuart] Mill habla de causas primordiales, de hechos
primitivos, de colocación de causas permanentes; pero esto sólo demuestra que se
vio obligado a acudir a lo primordial y permanente, a lo que existe por sí
mismo. Otro nos dice que nos vemos obligados a admitir una causa o causas
primordiales, de cuya naturaleza nada nos pueden decir ni la lógica ni la
ciencia. "Así, nos vemos llevados a una pared opaca por un método que es
totalmente impotente para penetrar en el misterio que se encuentra detrás". Y
añade: "A esto le podemos llamar ateísmo lógico o negativo". Esto lo comprendo;
porque este autor, aunque evolucionista, no niega la revelación, sino que se
confiesa cristiano; pero su postura no es correcta, porque pretende pensar en lo
que está más allá de la pared opaca, cuando nada conoce ni nada sabe. No tiene
siquiera derecho a lo negativo, sino sólo a decir: No lo sé; no está en la
esfera de mi conocimiento; sencillamente, ignoro, y lo dejo a la intuición y a
la revelación, donde todo queda aclarado.»8
La postura humanista criticada por Darby en este y anteriores párrafos niega
toda realidad trascendente de Dios y de la Revelación. Niega de entrada el Ser
de Dios, o que Dios pueda ser conocido, o que Él pueda revelarse. Según la
misma, el único verdadero conocimiento que el hombre puede llegar a tener es el
que se deriva de sus observaciones y razonamientos. No se admite, de entrada,
ninguna fuente de conocimiento fuera del hombre. Se niega todo conocimiento que
el hombre pueda recibir por revelación divina.
Con todas estas negaciones, se va necesariamente a una visión del hombre que
no sólo está apartada de la visión cristiana de que el hombre es responsable
delante de Dios, sino que es abiertamente hostil a esta visión. Se quiere que el
hombre llegue a ser la medida de todas las cosas, el punto de referencia
absoluto: Él ha de ser el amo de su destino, con todas sus potencialidades.
El hombre, su grandeza y su miseria
Desde la torre de marfil del Establecimiento Académico, y desde la comodidad
de un Occidente próspero, materialista y ahíto de los bienes de este mundo, se
puede acariciar por un momento la fatuidad de la autonomía y de la gloria del
Hombre como dios para sí mismo. Pero, en último término, tenemos la realidad de
la muerte, del sufrimiento, de la culpa. De la maldad del hombre. Aquí y allá
surge la realidad del hombre pecador. El evolucionado hombre marxista
autogestionario da paso a la realidad de la crueldad. El viejo tópico se hace
realidad una vez más: el hombre es lobo para el hombre. Para los orgullosos
europeos ya no se trata de Abisinia, ni del Irak. Ahora nos lo encontramos en
nuestro propio terreno, en el sueño de tantos intelectuales teóricos:
Yugoslavia. Y no tan atrás en la historia podemos todavía ver como el
secularismo alemán condujo de las falacias pseudocientíficas de un Hæckel a la
demencia humanista de un Nietzsche, dando el fruto amargo del hitlerismo en el
que cayó la culta, escéptica e ilustrada Alemania, con los horrores de las
matanzas frías, calculadas, desapasionadas, desnaturalizadas, tecnificadas,
científicas. Es en vano pretender que la respuesta a los problemas humanos se
encuentra en la educación: El problema del hombre no es el de carencia de
educación, sino su apartamiento de Dios. Es un problema moral. El hombre
necesita la conversión. Volverse al Dios revelado. En la cultura del moderno
occidente se ha proclamado la muerte de Dios. Apartado del Dios vivo y
verdadero, el Dios revelado, es el hombre quien ha muerto.
La creencia en el azar para explicar el origen del hombre conduce
inevitablemente a la creencia en la total futilidad del hombre. Y no quita los
interrogantes. La negación de Dios no elimina toda la problemática moral del
hombre: la realidad, íntima y conocida intuitivamente, de que hay bien y mal, de
que hay conductas y actitudes reprochables y que existe lo que es recto y
encomiable. Y el azar, la nada, no explica esto. El evolucionismo no es nada más
que una filosofía particular, un marco conceptual, un invento mental que quiere
explicar nuestro origen y el origen de todas las cosas, negando la incómoda
realidad del Dios Creador y de la finalidad de la Creación en general, y de la
finalidad del hombre y su responsabilidad moral en particular. Y las
pretensiones de la filosofía especulativa evolucionista de ser ciencia chocan de
frente contra un análisis crítico y riguroso de la realidad. Una visión del
mundo basada en falacias es como una casa edificada sobre la arena, carente de
fundamentos. La primera avenida de aguas derriba el edificio. La negación de
Dios y de la finalidad de la creación en conformidad a la voluntad de Dios se
basa en un conjunto de falacias que llegan a las personas y a la civilización
como un todo hacia la ruina. Y hacia el anunciado juicio de Dios.
La negación de Dios y de la finalidad
de la creación en conformidad a la voluntad de Dios se basa en un conjunto de
falacias que llegan a las personas y a la civilización como un todo hacia la
ruina. Y hacia el anunciado juicio de Dios.
La respuesta divina: gracia, vida y plenitud
Tenemos una revelación de Dios. Y la revelación es el único medio por
el que un ser personal puede darse a conocer a otro como tal ser personal La
palabra y la interacción son imprescindibles. Mediante la creación podemos
conocer algo acerca de Dios: su eterno poder y deidad. Pero es sólo mediante la
revelación que podemos conocerle a Él de manera personal, esto es,
mediante una comunicación verbal. De ahí las sublimes palabras de la Revelación:
«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. ...
Y el Verbo se hizo carne ...».
Naturalmente, se puede aducir que hay muchas pretendidas revelaciones. ¿Cómo
vamos a conocer cuál es la verdadera? Esta pregunta generalmente se plantea como
una objeción a la idea de la revelación.
Si reflexionamos acerca de esta pregunta, sin embargo, veremos que en
realidad con ello se confiesa algo muy grave. El hombre no conoce a Dios.
¿Qué ha pasado para que el hombre esté tan apartado de Dios que no solamente no
lo conozca ya, que su estado natural no sea el de feliz comunión con su
Dios Creador? Esta misma pregunta constituye una confesión de alienación. Algo
ha sucedido, y el hombre está alienado de Dios. Hay una barrera entre el hombre
y Dios. Y la Revelación que proclama provenir de Dios y en la que aparece Dios
dirigiéndose al hombre ya desde el principio, la Biblia, nos da desde el
mismo principio la explicación de ello, detallando, entre muchas otras
cosas:
* La causa de la alienación del hombre de Dios: el pecado del hombre.
* La
causa y naturaleza verdadera de la muerte del hombre.
* La intervención de
Dios en Cristo Jesús, para solucionar esta alienación y su fruto, la muerte y la
corrupción, por medio de la redención obrada por Cristo en la cruz y Su
resurrección y victoria sobre la muerte.
* El llamamiento de Dios a los
hombres para que dejen de darle la espalda y se vuelvan a Él en arrepentimiento,
aceptando Su obra en salvación.
* Los planes de Dios para este universo, en
salvación y restauración para los que se vuelvan a Él, y de juicio justo para
los que persistan en la rebelión.
... la incredulidad, y su expresión
filosófica, el agnosticismo, son posturas realmente irracionales, a la luz de la
naturaleza del hombre y de sus más profundas necesidades y
anhelos.
Por otra parte, la incredulidad, y su expresión filosófica, el agnosticismo,
son posturas realmente irracionales, a la luz de la naturaleza del hombre y de
sus más profundas necesidades y anhelos.
Intuitivamente, el hombre ve la muerte como algo extraño, hostil, enemigo. En
lo más íntimo de su ser, tiene el sentimiento, reprimido quizá, pero está ahí,
de que la muerte no forma parte de la verdadera naturaleza de su ser. La muerte,
en el hombre, no es la culminación de su existencia natural. Es una rotura.
La Revelación nos dice que la muerte entró en el mundo, en el sistema
ordenado de cosas bajo el hombre, y en la misma raza humana, como consecuencia
de la desobediencia del hombre a Dios. Como observaba Tertuliano
ya en el siglo III d.C., resumiendo la enseñanza de la Revelación acerca de la
muerte: «Nosotros, los que conocemos el origen del hombre, sabemos con
certidumbre que la muerte no procede de la naturaleza, sino del pecado.»9 Así, la muerte no es condición necesaria de la naturaleza humana
ni de la creación, sino un estado en el que se ha caído al apartarse el hombre
de Dios. Es el salario del pecado.
Delante de la muerte y de su causa, el pecado, interviene Dios con la
Redención, por pura gracia y amor a los hombres: Dios el Hijo se hace hombre, y
participa de carne y de sangre, a fin de liberar por medio de la muerte y de su
resurrección a los que estaban sujetos a esclavitud por temor a la muerte,
alejados de Dios y en condenación. La Redención, como la Revelación, es una
iniciativa de Dios. Y la mera negación de esta realidad, por quien sea, no
constituye una refutación. La realidad se mantiene.
... la muerte no es condición
necesaria de la naturaleza humana ni de la creación, sino un estado en el que se
ha caído al apartarse el hombre de Dios. Es el salario del
pecado.
La respuesta de Dios a la caída del hombre, a la apostasía del hombre, a la
enemistad del hombre contra Él, es una respuesta de amor, de revelación: de ir a
buscar la oveja perdida, de dar el Pastor la vida por las ovejas, de triunfo en
Resurrección, de la anulación del poder de la muerte, y del ofrecimiento de la
reconciliación con Dios para todo aquel que se vuelva a Él mediante Jesucristo,
Dios y Salvador, que murió Él, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
Y que si bien murió en manos de hombres que le odiaban, se entregó
voluntariamente por amor a nosotros. Y en medio de todo, su respuesta fue una
respuesta de perdón que nos invita a detenernos, que nos llama a arrepentirnos
de nuestra hostilidad contra Él y de nuestra ridícula afirmación de
independencia. Su respuesta fue: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen» (Evangelio de Lucas 23:34).
La respuesta de Dios a la caída del
hombre, a la apostasía del hombre, a la enemistad del hombre contra Él, es una
respuesta de amor, de revelación: de ir a buscar la oveja perdida, de dar el
Pastor la vida por las ovejas, de triunfo en Resurrección, de la anulación del
poder de la muerte, y del ofrecimiento de la reconciliación con Dios para todo
aquel que se vuelva a Él mediante Jesucristo, Dios y Salvador, que murió él, el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
Dios el Hijo se hizo Hombre. Era necesario que la justicia de Dios quedase
satisfecha en cuanto a nuestros pecados. Dios no podía simplemente pasar por
alto los pecados. Dejaría de ser justo. El pecado había de ser condenado y
castigado. Fue por esto que Jesucristo, Dios el Hijo, hombre verdadero, se
presentó como representante de los hombres. Tenía derecho a hacerlo, porque era
verdadero hombre. Podía hacerlo, en su naturaleza a la vez como Hombre perfecto
y Dios omnipotente. Su sacrificio en obediencia, en la cruz, vindicó de tal
manera la justicia de Dios respecto a los pecados del hombre, que Dios puede
otorgar el perdón y la absolución judicial, y aceptar a todo aquel que se acoge
a Cristo como su Salvador y Sustituto. Este sacrificio de Cristo en la cruz, del
Hombre-Dios sin pecado, bajo la ira de Dios en lugar de los hombres a quienes
representaba, fue necesario «a fin de que él sea el justo, y el que justifica al
que es de la fe de Jesús» (Romanos 3:26).
Con la Resurrección, Dios vindicó a Jesús. La muerte no lo podía retener a
él, pues era santo. Consumada la obra de la expiación, satisfecha la justicia de
Dios acerca de nosotros, Jesús resucitó, destruyendo en principio la muerte y su
poder, en cuanto a Él mismo. Y este poder se manifiesta en la vida de los
creyentes, y se manifestará en la resurrección y en la regeneración de la nueva
creación.
La base de nuestro conocimiento de
esta realidad no es desde luego la limitada ciencia, no es nuestra limitada
observación ni nuestra corta razón: es el testimonio personal y fidedigno de
Dios en Cristo, el Resucitado, Aquel por quien y para quien han sido hechas
todas las cosas, el Señor de todo y de todos.
Esta es la vida que Dios ofrece a todo aquel que cree en Jesucristo. Él dijo:
«Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia»
(Evangelio de Juan 10:10). Una vida que va más allá y vence a la muerte. Jesús
dijo también: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá» (Evangelio de Juan 11:25). Y la base de nuestro conocimiento de
esta realidad no es desde luego la limitada ciencia, no es nuestra limitada
observación ni nuestra corta razón: es el testimonio personal y fidedigno de
Dios en Jesucristo, el Resucitado, Aquel por quien y para quien han sido hechas
todas las cosas, el Señor de todo y de todos.
REFERENCIAS
1. Darby, J. N., «Science and Scripture», en The Collected
Writings of J. N. Darby, Vol. 31, págs. 139-141. Volver al
texto
2. Osborn, Henry Fairfield: From the Greeks to Darwin,
Charles Scribner's Sons (New York, 1929). Volver al texto
3. Sobre la utilidad de las partes del cuerpo, 11:14. Volver al texto
4. Natural History, vol. 86 (5), mayo de 1977, pág. 14.
Volver al texto
5. Si al lector le vienen en mente los argumentos tan
reiterados del Archæopteryx o de «la serie del caballo», le recomendamos la
lectura de la discusión de estas pretendidas evidencias en ¿Creación o Evolución?, que le mandaremos
gratuitamente y sin compromiso solicitándolo a SEDIN, apartado 2002, 08200
SABADELL (Barcelona) ESPAÑA. Volver al texto
6. Weizsäcker, Carl F. von: La importancia de la
ciencia, Ed. Labor (Barcelona, 1973), pag. 125. Énfasis añadido. Volver al texto
7. Ibid., pág. 131. Énfasis añadido. Volver al texto
8. Darby, J. N., «Science and Scripture», en The Collected
Writings of J. N. Darby, vol. 31, pág. 142. Volver al
texto
9. Tertuliano, De Anima, 52. Volver al
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