LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIALA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
* * * *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por
John Nelson Darby
UNDÉCIMA Y ÚLTIMA CONFERENCIA
(Apocalipsis 12)
Recapitulación
y conclusión
He leído este capítulo 12 de
Apocalipsis no para explicároslo de manera detallada, sino
porque nos presenta de manera ordenada el sumario de lo que
sucederá al final de esta dispensación, o por lo menos
las fuentes celestiales de estos acontecimientos, y los ayes de la
tierra.(16) Mi intención, esta tarde, es la
de recapitular, también de manera ordenada, lo que he dicho de
los acontecimientos del fin, hasta allí donde Dios me
dé capacidad para ello.
Dos grandes frutos del estudio de las
profecías
Antes que nada, queridos amigos, quisiera repasar algunas ideas
dadas en nuestras primeras conferencias. Comienzo, pues, al tratar de
estas cosas, por recordaros una vez más su gran fin, que me
parece que es doble. Como primer resultado, deben separarnos de este
mundo, lo que es un efecto constante de toda la Palabra, en el bien
entendido de que el Espíritu de Dios actúe, pero la
profecía es particularmente eficaz para esto; quiero deciros
que la profecía tiende a separarnos «de este presente
mundo malo». En segundo lugar, es especialmente adecuada para
darnos a entender mejor el carácter de Dios y Sus caminos para
con nosotros. Estos son los dos grandes frutos del estudio de las
profecías, frutos que me parecen muy valiosos.
Se hacen muchas objeciones contra este estudio; pero es así
que siempre actúa Satanás contra la verdad. No me
refiero a objeciones contra este o aquel punto de vista, sino a las
objeciones contra el estudio mismo de la profecía; y
Satanás siempre actúa así contra la palabra de
Dios en su integridad. A uno le dice que siga la moral, y no los
dogmas, porque sabe que los dogmas alejarán a los hombres de
su poder, por la revelación de Jesús y de Su verdad en
sus corazones. A otro le sugiere que descuide la profecía,
porque allí se encuentra el juicio del mundo, del que
él es el príncipe. Pero, ¿no es esto acusar a
Dios, que nos la ha dado, y que además ha prometido una
bendición especial a la lectura de esta parte, considerada la
más difícil de Su Palabra?
La profecía arroja una intensa luz sobre las dispensaciones
de Dios, y, en este sentido, nos da mucho también para nuestra
liberación espiritual. Lo que más estorba al alma de
alcanzar esta libertad es el error que se comete de confundir la ley
con el Evangelio, las dispensaciones pasadas con la
dispensación actual. Si, en nuestra lucha interior, nos
encontramos cara a cara con la ley, nos es imposible hallar la paz.
Pero si insistimos en la diferencia existente entre la
posición de los santos antes de la actual dispensación
y la de los santos en la presente dispensación, esto
también perturba los espíritus de otros. Pero el
estudio de la profecía arroja una gran luz sobre estos puntos,
y, al mismo tiempo, sobre la norma de conducta de los fieles; porque,
aunque manteniendo siempre claramente la salvación totalmente
gratuita por la muerte de Jesús, la profecía nos lleva
a comprender esta diferencia entera de la que hemos hablado entre la
situación de los santos de otros tiempos y la de los santos en
la actualidad, y clarifica, con todos los consejos de Dios, el camino
por el que Él ha conducido a los Suyos, tanto antes como
después de la muerte y resurrección de Jesús.
Además, queridos amigos, como ya hemos dicho, es siempre la
esperanza que se nos presenta la que actúa sobre nuestros
corazones y sobre nuestros afectos. Así, siempre tenemos
delante de nosotros los gozos que imprimen su carácter en
nuestra alma; aquello que ocupa la atención del hombre como su
esperanza deviene la norma de su conducta.
¡Cuánta importancia tiene, entonces, que el
espíritu esté lleno de esperanzas según Dios! Se
pretende que esto es querer penetrar en vano en cosas escondidas;
pero si fuera cierto que no se debe entrar en la profecía,
también se tendría que decir que no se deben llevar los
pensamientos más allá del tiempo actual. La manera de
saber qué es lo que Dios quiere hacer en el futuro es desde
luego estudiar las profecías que nos ha dado. La
profecía es el futuro, el espejo escriturario de las cosas
futuras. Si no se estudia lo que Dios ha revelado acerca del
porvenir, se caerá necesariamente en las ideas propias. Decir
que «la tierra será llena del conocimiento de
Jehová» es ya una profecía, y no se puede saber
nada de cierto en cuanto a los caminos de Dios con respecto a esto,
como tampoco con respecto a las cosas celestiales, sin estudiar la
profecía. Es indudable que uno puede gozar de comunión
con Dios en el momento actual, y esto es a;gp que ya es nuestro desde
ahora; pero cuando hablamos de los detalles de la gloria venidera, se
trata de un tema profético. Todo lo que va más
allá del presente y no es profecía de Dios, es
especulación humana.
Por otra parte, se afirma que la profecía es, muy
importante cuando ha sido cumplida, y esto es indudable, porque
demuestra la veracidad de la palabra de Dios. Pero, ¿puede un
hijo de Dios emplear tal lenguaje, y hacer tal uso de la
profecía? Es como sí alguien me tratara como un amigo,
colmándome de beneficios, comunicándome todos sus
pensamientos e informándome de todo lo que sabe que ha de
suceder, y yo sólo me fuera a servir de lo que me dijera para
asegurarme posteriormente, cuando las cosas sucedieran así, de
que se trata de una persona veraz. Queridos amigos, es una gran
injuria a la bondad, a la amistad de Dios, actuar así con
Él. Y os digo que vosotros y yo, como cristianos, no
necesitamos ver el acontecimiento antes de creer que Dios ha dicho la
verdad. Vosotros creéis ya que la profecía es la
palabra de Dios.
Por demás, la mayor parte de las profecías se
cumplirán al final, en los tiempos postreros, y entonces
será demasiado tarde para convencerse de su carácter
divino. Nos han sido dadas para dirigirnos ahora dentro de los
caminos del Señor, y para ser nuestra consolación,
haciéndonos comprender que es Dios quien lo ha dispuesto todo,
y no el hombre. De esta manera, las pasiones, en lugar de ser
dirigidas a la política, se calman; veo lo que Dios ha dicho,
leo en Daniel que todo está dispuesto anticipadamente, y me
tranquilizo. Y separado de esas cosas mundanas, puedo estudiar por
adelantado la profundidad y perfecta sabiduría de Dios; me
ilustro y me adhiero a Él, en lugar de seguir mis propios
caminos. Veo, en los acontecimientos que se tienen lugar, el
desarrollo de los pensamientos del Altísimo, y no un dominio
abandonado a las pasiones humanas. Y es mediante la profecía,
especialmente en los acontecimientos que se cumplen al final, que nos
es mostrado el carácter de Dios, todo lo que Dios ha querido
decir acerca de Sí mismo, de Su fidelidad, Su justicia, Su
poder, Su longanimidad, pero también el juicio que
ejecutará con certidumbre sobre la orgullosa iniquidad, y la
venganza deslumbradora que arrojará sobre aquellos que
corrompen la tierra, para que sea establecido Su gobierno en paz y
bendición para todos. En una palabra, como aquello que
está anunciado por boca de los profetas, en cuanto a los
judíos, demuestra el carácter de Jehová,
Su fidelidad y todos Sus atributos, de la misma manera lo que se
enseña acerca de la Iglesia exhibe el carácter del
Padre. La Iglesia está en relación con Dios en Su
carácter de Padre, y los judíos con Dios en Su
carácter de Jehová, que es el nombre
característico de la relación de ellos con Dios.
El domingo pasado alguien os citó a algunos entre vosotros
aquel famoso pasaje de Pablo: «Me propuse no saber entre
vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado» (1 Co 2:2). Deseo decir algo con respecto a esto.
Este pasaje es constantemente presentado como objeción contra
el estudio de lo que está revelado en la Palabra. Esto
proviene de dos causas; lo primero, de aquella prolífica
fuente de error, que es la frecuente cita de un pasaje sin examinar
el contexto; la otra causa es, ¡ay!, una ausencia de rectitud,
un deseo de detenerse en los caminos del Señor, y de saber tan
poco como sea posible. No es cierto, no se dice que nos debamos
limitar al conocimiento de Jesucristo sólo como crucificado.
Hace falta conocer a Jesús glorificado, a Jesucristo a la
diestra de Dios; es necesario que lo conozcamos como Sumo Sacerdote,
como Abogado delante del Padre. Tenemos que conocer a Jesucristo
tanto como sea posible, y no decir: Me he propuesto no saber nada
entre vosotros más que a Jesucristo, y a éste
crucificado. Decir tal cosa es tomar la palabra de Dios para abusar
de ella.
El apóstol, hablando en medio de los paganos, de los
filósofos de Corinto, quería decir que no había
considerado entrar en el campo de la filosofía pagana, sino
que se limitaba a Jesucristo, a Jesucristo el menospreciado de los
hombres, para humillar mediante la cruz aquella vanagloria, basando
la fe de ellos en la palabra de Dios, y no en la sabiduría
humana. Pero también dice, en el mismo capítulo, que,
desde el momento en que se encuentra en medio de cristianos,
actúa de manera muy distinta: habla «sabiduría
entre los que han alcanzado madurez» (v. 6). No quería
filosofías humanas, pero, estando entre los maduros, dice:
«hablamos sabiduría entre los que han alcanzado
madurez». Querer limitarse a Jesús crucificado es,
insisto, querer limitarse a tan poco cristianismo como sea posible.
En Hebreos 6 el apóstol dice que no quiere aquello que se le
quiere hacer decir aquí; de hecho, condena lo que se nos
propone en base de una falsa humildad, y dice: «Dejando los
rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la
perfección.»
Después de estas observaciones acerca del estudio general
de la profecía, quiero recordar en pocas palabras cómo
se revela Dios por medio de ella.
El combate entre el postrer Adán y
Satanás
El capítulo 12 de Apocalipsis nos presenta el gran objeto
de la profecía y de toda la palabra de Dios, esto es, el
combate que tiene lugar entre el postrer Adán y
Satanás.
Es desde este centro de la verdad que resplandece toda la luz que
despide la Sagrada Escritura.
Esta grande lucha puede tener lugar o bien por las cosas
terrenales, y, en tal caso, es en el pueblo judío; o por la
Iglesia, y en tal caso es en los lugares celestiales.
Es por esto que la profecía tiene dos partes: las
esperanzas de la Iglesia y la de los judíos, aunque la
primera, hablando con propiedad, no se llama profecía como
tal, la cual trata de la tierra y de su gobierno por parte de Dios.
Pero, antes de entrar en esta gran crisis, el combate entre
Satanás y el postrer Adán, es necesario desarrollar la
historia del primer Adán, y esto es lo que se ha hecho.
Finalmente, para que la Iglesia sea puesta en la situación de
ocuparse de las cosas de Dios, es necesario ante todo que tenga la
feliz certidumbre de su propia posición delante de Él.
En Su primera venida, Cristo cumplió toda la obra que el
Padre le había encomendado en Su sabiduría en los
consejos eternos de Dios; esto es lo que asegura la paz de la
Iglesia. El Señor Jesús vino para introducir en el
mundo, esto es, en el corazón de los fieles, la certidumbre de
la salvación, el conocimiento de la gracia de Dios.
Después de haber llevado a cabo esta salvación, se la
comunica dándoles la vida. Su Espíritu Santo, que es el
sello de esta salvación en el corazón, les revela las
cosas venideras como hijos que son de la familia, herederos de los
bienes de la casa. Dentro del período que separa la primera
venida del Señor de la segunda, la Iglesia es reunida por la
acción del Espíritu Santo, para tener parte en la
gloria de Cristo cuando Él venga.
Estos son, en pocas palabras, los dos grandes temas que os he
expuesto; esto es, que habiendo Cristo cumplido todo lo necesario
para la salvación de la Iglesia, habiendo salvado a todos los
que creen, el Espíritu Santo actúa ahora en el mundo
para comunicar a la Iglesia el conocimiento de esta salvación.
No viene para proponernos la esperanza de que Dios será
bondadoso, sino a comunicarnos un hecho, el hecho de que Jesús
ha cumplido ya la salvación de todos los que creen, y, cuando
el Espíritu Santo comunica este conocimiento a un alma,
ésta sabe que es salva. Así, estando en relación
con Dios como hijos de Él, somos Sus herederos,
«herederos de Dios, coherederos de Cristo». Todo lo que
atañe a la gloria de Cristo nos pertenece a nosotros, y nos ha
sido dado el Espíritu Santo: en primer lugar, para hacernos
comprender que somos hijos de Dios. Es un Espíritu de
adopción; pero, además, es un Espíritu de luz
que enseña a los hijos de Dios cuál es su herencia. Por
cuanto son uno con Cristo, les es revelada toda la verdad de Su
gloria, la supremacía que tiene sobre todas las cosas,
habiéndole establecido Dios como heredero de todas las cosas,
y a nosotros como coherederos de Él.
Habiendo cumplido Cristo todo lo que era necesario, la Iglesia es
recogida de entre todas las naciones, hasta la segunda venida de su
Salvador, y es unida a Él. Ella tiene el conocimiento de la
salvación que Él ha consumado, y de la gloria venidera,
y el Espíritu Santo es, en los creyentes, el sello de la
salvación consumada, y las arras de la gloria venidera.
Estas verdades arrojan una intensa luz sobre toda la historia del
hombre. Pero recordemos siempre que el gran objeto de la Biblia es el
combate entre Cristo, el postrer Adán, y Satanás.
¿En qué estado halló Cristo al primer
Adán? En un estado en las profundidades del cual tuvo que
entrar Él como cabeza responsable de toda la creación.
Lo encontró en estado de caída, totalmente perdido. Y
era necesario manifestar todo esto antes de la venida de Cristo. Dios
no introdujo a Su Hijo como Salvador del mundo hasta que se cumpliera
lo necesario para demostrar que el hombre era incapaz en sí
mismo de todo bien. Toda la era del hombre, antes y después
del diluvio, bajo la ley, bajo los profetas, no hace más que
dar siempre testimonio, cada vez de manera más clara, de que
el hombre estaba perdido. Fracasó en todo, bajo cada
circunstancia posible, hasta que al final, habiendo enviado Dios a Su
Hijo, los siervos dijeron: «He aquí el heredero,
matémosle». Habiéndose llenado así la
medida del pecado, sobrepujó también la gracia de Dios,
dándonos la herencia a nosotros, miserables pecadores, la
herencia con Cristo en la gloria celestial, de la que poseemos las
arras, teniendo aquí abajo a Cristo por el Espíritu.
La sucesión de las dispensaciones
Entro ahora un poco en la sucesión de las dispensaciones, y
también en lo que toca al carácter de Dios a este
respecto, y lo primero que quiero observar es el diluvio, porque
hasta esta época no había habido, por así
decirlo, gobierno en el mundo. La profecía que existía
antes del diluvio era que Cristo iba a venir; las enseñanzas
de Dios siempre tendían a este fin. «He aquí, el
Señor viene», decía Enoc, «con sus santas
miríadas.»
Pero pasemos ahora a Noé. En él tenemos el gobierno
de la tierra, y a Dios entrando en juicio y confiando al hombre la
espada del castigo.
Después tenemos el llamamiento de Abraham. Observemos que
no es el principio del gobierno el que nos presenta aquí la
Palabra, sino el de la promesa y el llamamiento a entrar en
relación con Dios, en la persona de aquel que viene a ser la
raíz de todas las promesas de Dios, Abraham, el padre de los
creyentes. Dios lo llama, le hace salir de su patria, dejar su
familia, mandándole que vaya a un país que le
mostrará. Dios se le revela como el Dios de la promesa, que
separa a un pueblo para Sí mismo por una esperanza que le da.
Es en esta época que Dios se revela bajo el nombre de Dios
Todopoderoso.
Después de esto Dios toma de entre los descendientes de
Abraham, por este mismo principio de la elección, a los hijos
de Jacob para que sean Su pueblo aquí en la tierra, y que sean
objeto de todos Sus cuidados terrenales. Del seno de este pueblo ha
de venir Cristo según la carne. Es en el seno de este pueblo
de Israel que Él manifiesta todo Su carácter como
Jehová; no es sólo un Dios de promesa, sino que es un
Dios que reune los dos principios de gobierno y de llamamiento, que
habían sido manifestados sucesivamente en Noé y en
Abraham. Israel era el pueblo llamado, separado, pero
separado para bendiciones terrenales y para gozar de la promesa, al
mismo tiempo que para ser objeto del ejercicio del gobierno de Dios
según Su ley.
Tenemos así el principio señalado en Noé, el
del gobierno de la tierra, y el principio señalado en Abraham,
el de su llamamiento y de su elección; y tenemos a
Jehová que debe cumplir todo lo que Él ha anunciado
como Dios de promesa, «que era, que es y que ha de venir»,
y gobernar toda la tierra según la justicia de Su ley, la
justicia revelada en Israel.
Hemos visto que Dios hizo depender el cumplimiento de Sus
promesas, en aquellos tiempos, de la fidelidad del hombre, y que
preparó todas las ocasiones para ponerlo a prueba y
manifestar, de manera detallada y como en una ilustración,
todos los caracteres bajo los que actuaba para con él. Esto es
lo que hizo bajo los sacerdotes, los profetas, los reyes, etc. Ahora
deseo especialmente haceros observar que la profecía nos
desarrolla la sucesión de estas relaciones de Dios con Israel
y con el hombre, no sólo como manifestación de la
caída del hombre, sino principalmente como
manifestación de la gloria de Dios.
Cuando Israel transgredió la ley de todas las formas
posibles, incluso en el seno de la familia de David, que fue el
último sustento de la nación, en aquel momento de
fracaso comenzó la profecía, en todos sus aspectos, y
manifestando estos dos rasgos: El primero, la manifestación de
la gloria de Cristo, para demostrar que el pueblo había
faltado a la ley; el otro, la manifestación de la gloria
venidera de Cristo, para que fuera el sustento de la fe de aquellos
que deseaban observar la ley, pero que veían que todos
fracasaban.
Es demasiado tarde para prestar atención a las
profecías cuando ya han sido cumplidas. Aquellos a las que se
éstas se dirigían debían someterse a los
profetas mientras profetizaban; la palabra de Dios debía
hablar a sus conciencias. Y así es con nosotros. Al mismo
tiempo, había predicciones que anunciaban que el Mesías
sería enviado, para venir y padecer, a fin de cumplir otras
cosas de la mayor importancia.
La profecía tiene su aplicación propia a la tierra;
no se profetiza acerca del cielo; trata de cosas que tienen que
acontecer sobre la tierra, y es en esto en lo que la Iglesia ha
errado; se ha pensado que iba a ser ella misma el cumplimiento de
estas bendiciones terrenales, cuando en realidad es llamada a gozar
de bendiciones celestiales. El privilegio de la Iglesia es tener su
porción en los lugares celestiales, y, más tarde, las
bendiciones se extenderán sobre el pueblo terrenal. La Iglesia
es algo totalmente distinto, durante el rechazamiento del pueblo
terrenal, que es rechazado a causa de sus pecados, y dispersado entre
las naciones, de entre las cuales Dios ha escogido un pueblo para
darle a gozar la gloria celestial con el mismo Jesús. El
Señor, rechazado por el pueblo judío, ha venido a ser
una persona totalmente celestial. Es esta doctrina la que se halla
especialmente en los escritos de Pablo. No se trata ya del
Mesías de los judíos, sino de un Cristo exaltado,
glorificado, y la Iglesia unida con Él en el cielo; y es
debido a no haber comprendido bien esta regocijante verdad, queridos
amigos, que la Iglesia se ha debilitado de tal manera.
La iglesia glorificada
Habiendo seguido así de manera resumida la historia de
estas diversas dispensaciones, nos queda ahora por ver la Iglesia
glorificada, pero sin que el Señor haya hecho dejación
de ninguno de Sus derechos sobre la tierra. Él era el
heredero; Él iba a derramar aquella sangre que sería el
precio del rescate de la herencia. Como dijo Booz (cuyo nombre
significa «en Él hay fuerza»), «El mismo
día que compres las tierras de manos de Noemí, debes
tomar también a Rut la moabita, mujer del difunto, para que
restaures el nombre del muerto sobre su posesión». Era
necesario que Cristo rescatara a la Iglesia, coheredera por gracia
(como Booz, tipo de Cristo, rescató la herencia al tomar a Rut
como mujer), habiendo recaído en ella la herencia por decreto
de Jehová.
Así, tenemos a Cristo y la Iglesia teniendo derecho a la
herencia, esto es, a todas las cosas que Cristo mismo ha creado como
Dios. Pero, ¿cuál es el estado de la Iglesia en la
actualidad? ¿Es que ella ha heredado ya estas cosas? Ni una
sola, porque no podemos, hasta que estemos en la gloria, poseer
ninguna, excepto el Espíritu de la promesa que es «las
arras de nuestra herencia, hasta la redención de la
posesión adquirida». Hasta este momento, Satanás
es el príncipe de este mundo, el dios de este mundo; incluso
acusa a los hijos de Dios en los lugares celestiales, que sólo
ocupa por usurpación (lo cual debe tan sólo a las
pasiones de los hombres, y al poder que ejerce sobre la criatura
caída y alejada de Dios, aunque, en último
término, la providencia de Dios haga que todo redunde para el
cumplimiento de Sus consejos).
El gobierno es transferido a los gentiles
Ahora, queridos amigos, habiendo considerado los derechos de
Cristo y de Su Iglesia, consideremos cómo Cristo los
hará valer. Será precisamente esto lo que nos
llevará a ver, en su orden, el cumplimiento de estas cosas al
final de todo. Sólo que, al llegar aquí (porque hasta
ahora sólo he hablado de los judíos), debo echar un
vistazo a los gentiles.
Hemos visto que cuando la ruina de la nación judía
quedó consumada, Dios transfirió el derecho del
gobierno a los gentiles; pero el gobierno de la tierra quedó
entonces separado del llamamiento y de las promesas de Dios. Hemos
visto estas dos cosas reunidas en el pueblo judío, el
llamamiento de Dios y el gobierno sobre la tierra; pero quedaron
distinguidas en el momento en que Israel fue puesto a un lado. Ya
hemos visto estos dos principios: el gobierno en Noé, y el
llamamiento en Abraham. Estos dos principios quedaron reunidos en los
judíos; pero Israel fracasó, y desde entonces
dejó de poder manifestar el principio del gobierno de Dios,
porque Dios actuaba con justicia en Israel, y por cuanto el Israel
injusto no podía ya ser el depositario del poder de Dios.
Entonces Dios abandonó Su trono terrenal en Israel. Sin
embargo, en cuanto al llamamiento terrenal, Israel siguió
siendo el pueblo llamado: «porque irrevocables son los dones y
el llamamiento de Dios.» En cuanto al gobierno, Dios puede
transferirlo adonde quiera, y lo transfirió a los gentiles.
Hay llamados de entre las naciones, pero es para el cielo. Nunca se
transfiere el llamamiento de Dios para la tierra; este llamamiento
queda para los judíos. Si quiero una religión terrenal,
debo ser judío.
En el momento en que la Iglesia pierde su carácter
celestial, lo pierde todo. ¿Qué sucede con las naciones
después que se les asigna el gobierno? Se transforman en
«bestias»; es con este nombre que se designa a las cuatro
monarquías. Una vez que el gobierno ha sido transferido a los
gentiles, pasan a ser opresoras del pueblo de Dios. Tenemos, en
primer lugar, a los babilonios; en segundo lugar, a los medos y a los
persas; luego, a los griegos; y finalmente, a los romanos. Ahora
bien, esta cuarta monarquía consumó su crimen en el
mismo momento en que los judíos consumaron el suyo, al hacerse
cómplice, en la persona de Poncio Pilato, de la voluntad de
una nación rebelde, para dar muerte a Aquel que era el Hijo de
Dios y el Rey de Israel. El poder gentil está caído,
como lo está el pueblo llamado, el pueblo judío.
Y entre tanto, ¿qué sucede? Primero, tiene lugar la
salvación de la Iglesia. La iniquidad de Jacob, el crimen de
las naciones, el juicio del mundo, el de los judíos, todo ello
pasa a ser la salvación de la Iglesia, que es consumada en la
muerte de Jesús. En segundo lugar, todo lo que ha sucedido
desde estos hechos tiene por objeto tan sólo la reunión
de los hijos de Dios. Dios muestra en todo ello suma paciencia. Los
judíos, el pueblo llamado, se ha convertido en rebelde, y ha
sido echado de la presencia de Dios; las naciones se han vuelto
igualmente rebeldes, pero el gobierno sigue en ellas; en estado
caído, ciertamente, pero siempre está ahí la
paciencia de Dios, esperando hasta el fin. Y luego, ¿qué
sucederá?
Que la Iglesia se reunirá con el Señor en los
lugares celestiales.
Los acontecimientos después que la Iglesia
sea arrebatada
Supongamos ahora que ha llegado el momento decretado por Dios, y
que toda la Iglesia es reunida; ¿qué sucederá con
ella? Que irá de inmediato al encuentro del Señor, y
tendrán lugar las bodas del Cordero, siendo la
salvación consumada en la misma sede de la gloria, en los
lugares celestiales. ¿Dónde estarán entonces las
naciones? Seguirá estando allí el gobierno de la cuarta
monarquía; los judíos se reunirán en su estado
de rebelión, e incluso, en su mayoría, se
someterán al Anticristo, para hacer la guerra al Cordero.
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué el Evangelio
no ha impedido tal estado de cosas? Porque Satanás, hasta este
momento, no ha sido nunca expulsado del cielo, y que por
consiguiente, todo lo que Dios ha hecho aquí abajo para el
hombre ha sido arruinado, bien el gobierno de los gentiles, bien la
relación presente de los judíos con Dios; todo ha sido
deteriorado por la presencia de Satanás, siempre allí,
ejerciendo su funesta influencia.
Pero ahora Dios va a intervenir. ¿Y qué hará?
Desposeerá a Satanás, echándolo del poder. Esto
es lo que hará Jesús cuando se reuna la Iglesia con
Él, y cuando comenzará a actuar para poner todas las
cosas en orden.
Queridos amigos, cuando la Iglesia sea recibida por Cristo,
habrá una batalla en el cielo, para la purificación de
la sede celestial del gobierno de estas fecundas fuentes de mal, de
estos agentes activos de los males de la humanidad y de toda la
creación. El resultado de tal combate es fácil de
preveer; Satanás será echado del cielo, sin ser
aún atado; pero será lanzado sobre la tierra, adonde
llegará con gran ira, porque sabe que le queda poco tiempo.
Desde este momento, el poder quedará establecido en el cielo
según los propósitos de Dios. Pero en la tierra
será distinto, porque, cuando Satanás sea echado del
cielo, incitará a toda la tierra, y sublevará de manera
particular a la tierra apóstata rebelada contra el poder de
Cristo que viene del cielo. Se dice: «Por lo cual alegraos,
cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores
de la tierra y del mar!...»
Así, los cielos creados serán ocupados por Cristo y
Su Iglesia, y Satanás vendrá con gran ira sobre la
tierra, teniendo poco tiempo. Bajo la influencia del Anticristo, la
cuarta monarquía pasará a ser la esfera especial en la
que se manifestará entonces la actividad de Satanás,
que unirá a los judíos con este príncipe
apóstata contra el cielo. No entro aquí en las pruebas
escriturarias: ya hemos hablado de ellas; me limito a recapitular los
hechos en el orden de su cumplimiento. Es innecesario añadir
que el resultado de todo esto será el juicio y la
destrucción de la cuarta bestia y del Anticristo. Jesucristo
destruirá, en este mismo juicio, el poder de Satanás en
el gobierno que hemos visto confiado a los gentiles. El Inicuo que
ejerce este poder, unido a los judíos, y habiéndose
instalado en Jerusalén como el centro de gobierno de la
tierra, será destruido por la venida del Señor de
señores y Rey de reyes, y Cristo ocupará de nuevo esta
capital de gobierno, que se convertirá en la sede del trono de
Dios sobre la tierra.
Pero, aunque el Señor haya descendido a la tierra, y aunque
haya sido destruido el poder de Satanás, y haya sido
establecido el gobierno en manos del Justo, no por ello habrá
quedado toda la tierra sometida bajo Su cetro. El remanente de los
judíos está liberado, y la bestia y el Anticristo
destruidos, pero el mundo, no reconociendo aún los derechos de
Cristo, deseará poseer Su heredad; y el Señor
tendrá que despejar el terreno para que los moradores de la
tierra gocen las bendiciones de Su reinado sin perturbaciones ni
estorbos, y para que en este mundo, tanto tiempo sometido al Enemigo,
sean establecidos el gozo y la gloria.
Lo primero que hará el Señor será purificar
Su tierra (el país que pertenece a los judíos) de los
tirios, filisteos, sidonios, de Edom, Moab, Amón, en resumen,
de todo lo que se encuentra entre el Éufrates y el Nilo. Esto
será hecho por el poder de Cristo en favor de Su pueblo
restaurado por Su bondad. Tenemos entonces al pueblo morando en
seguridad; luego, todo el resto de Israel será recogido de
entre las naciones. Cuando el pueblo esté así recogido
en paz plena, vendrá otro enemigo: Gog; pero sólo
vendrá para su perdición.
Creo que habrá, dentro de este tiempo, probablemente al
comienzo de este período, aparte de los juicios
públicos, una manifestación más serena,
más íntima, del Señor Jesús a los
judíos. Esto es lo que tendrá lugar cuando
descenderá sobre el monte de los Olivos, donde Sus pies se
afirmarán sobre el monte, siguiendo la expresión de
Zacarías 14:3, 4. Es siempre el mismo Jesús; pero se
revelará apaciblemente, y se les mostrará no en Su
carácter de Cristo del cielo, sino como el Mesías de
los judíos.
Una vez haya tenido lugar la restauración de los
judíos y la manifestación del Señor,
vendrá también bendición para los gentiles. La
Iglesia habrá recibido bendición, habrá dejado
de existir la apostasía de la cuarta monarquía, el
Inicuo habrá sido destruido, lo mismo que los israelitas
infieles; en resumen, el país de los judíos
gozará de paz.
Pero después habrá el mundo venidero, preparado e
introducido por medio de estos juicios y por la presencia del
Señor, en lugar de la presencia del mal y del Maligno. Los que
habrán visto la manifestación de esta gloria en
Jerusalén saldrán a anunciar su venida a las naciones.
Éstas se someterán a Cristo; reconocerán a los
judíos como el pueblo bendito de Cristo, los llevarán a
su país, y vendrán a ser ellas mismas el escenario de
una gloria que, con centro en Jerusalén, se extenderá
en bendición por todo lugar donde la raza humana podrá
gozar de sus efectos. Al haberse extendido por todo lugar el
testimonio de esta gloria, los corazones, llenos de buena voluntad,
se someterán a los consejos y a la gloria de Dios,
respondiendo a este testimonio. Cumplidas todas las promesas de Dios,
y habiendo quedado establecido el trono de Jehová en
Jerusalén, este trono vendrá a ser la fuente de
bienaventuranza para toda la tierra; la restauración de los
judíos será para el mundo como vida de entre los
muertos.
Queda una cosa por añadir, y es que en esta época
Satanás quedará atado, y que, consiguientemente, la
bendición será sin interrupción, hasta que sea
«desatado por un poco de tiempo». En lugar de la presencia
del Adversario en las alturas, en lugar de su gobierno, que
está ahora en el aire, en lugar de la confusión y de la
desgracia que produce ahora hasta donde se le permite, estarán
ahí Cristo y los Suyos, como fuente y medio de bendiciones
siempre renovadas. El gobierno en los lugares celestiales
vendrá a ser la garantía, y no el estorbo o el
instrumento a regañadientes, de los beneficios de Dios. La
Iglesia glorificada, testimonio para todos, por su mismo estado, de
la magnitud del amor del Padre, y de aquella fidelidad que cumple
todas Sus promesas y que más que colmará las esperanzas
de nuestros débiles corazones, llenará con su gozo los
lugares celestiales, y en su servició constituirá la
dicha del mundo, para el que será instrumento de las gracias
de las que gozará su corazón. Así será la
Jerusalén celestial, testimonio en gloria de la gracia que la
habrá puesto tan en alto. De en medio de ella brotará
el río de vida en el que se encuentra el árbol de la
vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones; porque, en la
misma gloria, la Iglesia mantendrá este dulce carácter
de gracia. Al mismo tiempo, y sobre la tierra, la Jerusalén
terrenal será el centro del gobierno y del reino de la
justicia de Jehová. Al ser testimonio, por su posición
y gloria aquí en la tierra, de la fidelidad de Jehová
su Dios, como lo ha sido, en sus desdichas, de Su justicia,
pasará a ser, como sede de Su trono, el centro del ejercicio
de esta justicia. «La nación o el reino que no te
sirviere, perecerá» (Is 60:12). En efecto, dentro de este
estado de gloria terrenal, aunque situada en él por el nuevo
pacto, esta ciudad conservará aún su carácter
normal, para que pueda ser testigo del carácter de
Jehová, como la Iglesia lo es del carácter del Padre.
Dios manifestará el pleno significado de Su nombre de
«Dios Altísimo, poseedor de los cielos y de la
tierra»; y Cristo cumplirá, en su plenitud, las funciones
de Sacerdote según el orden de Melquisedec, quien,
después de la victoria lograda sobre los enemigos del pueblo
de Dios, bendecirá a Dios en nombre del pueblo, y al pueblo de
parte de Dios (véase Gn 14:18 y ss.).
Conclusión
Queridos amigos, comprenderéis que hay una multitud de
detalles que no he tocado; por ejemplo, las circunstancias de los
judíos que serán perseguidos en Judea. Hay pasajes que
nos enseñan acerca de ello. Pero este bosquejo general os
llevará a considerar por vosotros mismos la Palabra de Dios
acerca de todo este tema. Por lo que a mí respecta, le doy la
mayor importancia a los grandes rasgos de la profecía, y la
razón es ésta: Como ya he dicho, existe, por una parte,
la distinción de las dispensaciones, que se hacen sumamente
claras bajo la consideración de estas verdades; por otra
parte, se desvela plenamente mediante ellas el carácter de
Dios. Con todo, nada hay que impida estudiar la profecía hasta
en sus más mínimos detalles. Si intentamos examinar las
obras humanas de esta manera, encontraremos una multitud de
imperfecciones; pero es al contrario con las obras de Dios; cuanto
más se entra en sus más pequeños detalles, tanta
más perfección se ve.
Quiera Dios perfeccionar en nosotros, y en todos Sus hijos, esta
separación del mundo que debe ser, delante de Dios, el fruto
de la esperanza expectante de la Iglesia, al tener a la vista estas
bendiciones celestiales, y también los terribles juicios que
caerán sobre todo aquello que ata al hombre a este mundo.
Porque el juicio caerá sobre todos estos objetos terrenales.
¡Que Dios perfeccione también los deseos de mi
corazón, y el testimonio del Espíritu Santo!
NOTAS
16. La liberación de la tierra se
encuentra en otros pasajes de la Escritura. Volver al
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Traducido de la quinta edición
francesa
por Santiago Escuain
Publicado por
Verdades Bíblicas
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