EL ORDEN DE DIOS
para los cristianos que se
reúnen
para el Culto y el Ministerio
La respuesta bíblica al orden eclesiástico
tradicional
Por
Bruce Anstey
VIIª Sección
¿A qué denominación se
unirían
Pedro, Pablo y Juan?
Vamos a plantear toda la cuestión de la organización
denominacional (y no denominacional) de la iglesia de otra manera.
Supongamos por un momento que pudiéramos transportar a Pedro,
Pablo y Juan y a algunos de los otros de la iglesia primitiva a
nuestros tiempos. Supongamos que los hemos traído de una de
sus reuniones donde han estado reunidos al Nombre del Señor
Jesús solamente (Mt. 18:20); donde han estado partiendo el pan
en memoria del Señor como acto regular cada domingo (el
día del Señor; Hch. 20:7); no conociendo nada
más que la libertad del Espíritu para conducir a quien
Él quiera para que hable en la asamblea en el culto y en el
ministerio (1 Co. 14:23-32); donde mantienen la disciplina
escrituraria (1 Co. 5:9-13; 1 Ti. 5:20; 2 Ts. 3:6, 14-15; 1 Ts. 5:14;
Gá. 6:1, etc.); donde intentan mantener la verdad en la
práctica de que «hay un cuerpo» en
cuestiones de recepción y de disciplina (Ef. 4:3-4), etc. De
todo esto, los traemos a una de las calles de una de las principales
ciudades en América del Norte, donde ven a la Cristiandad en
la mayor plenitud de la confusión; con las numerosas sectas y
divisiones, las doctrinas falsas y erróneas, los edificios
lujosos y ornamentados tomados prestados del judaísmo, los
clérigos que interfieren en la sencillez del orden divino del
culto y del ministerio, a las mujeres predicando desde los
púlpitos, a las mujeres con las cabezas descubiertas, los
coros con sus vestimentas, las orquestas, los famosos atletas del
mundo testificando acerca de sus conversiones, los conciertos de
música rock, personas inmorales en puestos de
responsabilidad en la iglesia, etc. Nos detenemos con calma y hacemos
esta pregunta: «¿A qué denominación cree
usted que se unirán?» No se precisa de mucho
discernimiento para concluir que no se unirían a ninguna de
ellas.
Para hacer esta pregunta más personal, si usted estuviese
andando con los apóstoles por las calles de una de esas
ciudades, habiendo conocido algo de la verdad del orden de Dios para
la operación de la iglesia según las Escrituras, al ver
la confusión que ellos contemplan al mirar con ellos estas
diversas llamadas iglesias, «¿A qué
denominación se uniría usted?»
¿Deberíamos comenzar una comunión
cristiana en base de esos principios bíblicos?
Después de haber aprendido alguno de esos principios que
tienen que ver con la iglesia y su orden tal como se halla en la
Escritura, alguien podría preguntar: «Por cuanto no
deberíamos unirnos a una denominación debido a su orden
de hechura humana, ¿deberíamos entonces comenzar una
comunión cristiana que siguiese el verdadero orden
escriturario?» Nuestra respuesta es que no, porque pensamos
que sería un acto de independencia. Hay otro principio
involucrado en la congregación de los cristianos que se
reúnen según la pauta de Dios en las Escrituras. Los
cristianos deben reunirse sobre la base de la verdad del «un cuerpo» (Ef. 4:4). Para estar sobre la base
de la verdad del «un cuerpo», un grupo de
cristianos necesitan estar en comunión con otras asambleas de
creyentes similarmente reunidos con los cuales puedan expresar esta
verdad de una forma práctica en cuestiones de
recepción, disciplina, cartas de recomendación, etc.
Unos pocos cristianos que quieran reunirse en el Nombre del
Señor, aislados de sus hermanos en general, no pueden
practicar esta verdad por sí mismos. La constitución de
una comunión de cristianos sin tener esto presente es en
realidad la adopción de un terreno de independencia.
El propósito de Dios es que el Señor Jesús
congregase «en uno a los hijos de Dios
que estaban dispersos» para que hubiese «un solo
rebaño, y un solo pastor» (Jn. 11:51-53; 10:16).
Esto significa que Dios desea que Su pueblo sea encontrado congregado
en una unidad visible sobre la tierra. Mateo 18:20 también
indica esto. Dice: «Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos.» El tiempo verbal en voz pasiva
(«están congregados») indica que un poder
superior al de ellos los ha congregado al Nombre del Señor
Jesucristo. Este poder es el del Espíritu Santo. Él es
el divino Congregador. Observemos: no sólo el Espíritu
congrega a creyentes al Nombre de nuestro Señor Jesucristo,
sino que Él los «congrega» a Su Nombre.
Esto tiene referencia a la unidad práctica; por otras
Escrituras llegamos a saber que esta unidad práctica no
sólo existe en aquella localidad en la que se reúnen
aquellos creyentes, sino también con otros creyentes en otras
asambleas similarmente reunidos sobre la misma base (1 Co. 1:2; 4:17;
5:3; 10:16-17; 11:16; 14:33-34; 16:1). Las decisiones vinculantes que
se toman en una asamblea deben ser reconocidas y aceptadas en las
otras asambleas; de modo que la verdad del «un cuerpo»
sea expresada en la práctica en la tierra. Si una asamblea
local toma una decisión vinculante excluyendo a alguien de la
comunión, el cuerpo en conjunto actúa en
comunión con aquella asamblea local e inflige el «castigo» (2 Co. 2:6, V.M.); de modo que la
persona «quitada» o excluida es considerada como «fuera» en todas partes; no sólo en la
localidad donde reside (1 Co. 5:13, «vosotros»,
la asamblea local en Corinto; 2 Co. 2:10, «vosotros», la asamblea local en Corinto, 2 Co.
2:6; la expresión «muchos» se refiere al
cuerpo en general como en 2 Co. 9:2). Esto muestra que una
decisión vinculante adoptada en una asamblea local se toma en
realidad en nombre del cuerpo en general. Ésta es una de las
maneras en que la iglesia debe actuar solícita «en
guardar la unidad del Espíritu» y dar
expresión a la verdad de que hay «un
cuerpo» (Ef. 4:3).
En la Escritura encontramos que cuando el Espíritu de Dios
comenzó a obrar en algunos, tuvo buen cuidado en unirlos con
otros sobre el mismo terreno, de modo que se guardase la «unidad del Espíritu» en la
expresión de la verdad del «un cuerpo».
Dice de los santos de Tesalónica: «Porque vosotros,
hermanos, vinisteis a ser seguidores de las iglesias de Dios en
Cristo Jesús que están en Judea» (1 Ts.
2:14. (N. del T.: el término traducido «imitadores» en las versiones castellanas
significa realmente «seguidores». Comparar el
mismo término en 1 P. 3:13: «¿Y quién es
aquel que os podrá dañar, si vosotros
seguís el bien?»)). Los Tesalonicenses
seguían en pos de las asambleas de Judea, hasta la
participación de los sufrimientos del evangelio. No se trataba
de que las asambleas en Judea fuesen más importantes o
más espirituales que los tesalonicenses; se trata
sencillamente de que el Espíritu había comenzado Su
obra de congregar almas a Cristo primero en Judea.
Según otros iban siendo salvos, eran vinculados en la
comunión práctica con aquello que el Espíritu de
Dios ya había comenzado.
Este principio se manifiesta en Hechos 8:4-24. Muchos en Samaria
habían llegado a creer en el Señor Jesús por
medio de la predicación de Felipe, pero el Espíritu de
Dios no los reconoció como estando en el terreno del «un cuerpo» hasta que tuvieron comunión
práctica con aquellos a los que Él ya había
congregado al nombre del Señor Jesús en
Jerusalén. Buscando guardar «la unidad del
Espíritu», dos representantes descendieron de
Jerusalén e impusieron las manos sobre los de Samaria (una
expresión de comunión práctica Gá. 2:9),
con lo que el Espíritu de Dios se identificó con ellos.
C. H. Brown lo expresa así: «Dios no permitió
que los samaritanos recibiesen reconocimiento oficial como
pertenecientes a la iglesia (o asamblea) hasta que lo recibieron de
esos emisarios que llegaron de Jerusalén.» El
Espíritu de Dios tuvo gran cuidado en vincular a esos
creyentes con los de Jerusalén para que hubiese una
expresión práctica del «un cuerpo»
en la tierra.
Cuando el Apóstol Pablo se encontró con un grupo de
creyentes en Éfeso que desconocían acerca de otros con
los que Dios había estado obrando, descubrió que el
Espíritu de Dios no los había reconocido como
pertenecientes al terreno divino de la asamblea (Hch. 19:1-6). No
fueron reconocidos como perteneciendo al terreno del «un
cuerpo» hasta que hubo una comunión práctica
(la imposición de manos) con aquellos que el Espíritu
ya había reunido. Con referencia a este grupo de creyentes,
dice C. H. Brown: «Necesitaban algo. Tenían que ser
introducidos en la misma unidad que ya existía. No
podían ser reconocidos como ocupando un terreno diferente al
resto. Pablo no podía decirles: "Vosotros no estáis
sobre el mismo terreno que los de Antioquía o
Jerusalén, pero tenéis mucho de la verdad, y voy a
unirme a vosotros". ¡No! Va a cuidarse que sean llevados al
mismo terreno que el resto. Fueron introducidos al mismo terreno que
había sido constituido antes que ellos oyeran de ello.»
Una vez más vemos el cuidado y la sabiduría de Dios en
el mantenimiento de la «unidad del Espíritu», de
modo que hubiese una expresión práctica de la
verdad del «un cuerpo».
Esto se ilustra de manera típica en Esdras 710. Dios
había iniciado una obra nueva al volver a Su pueblo de
Babilonia al centro divinamente designado de aquel tiempo, que era
Jerusalén (1 R. 11:32; 14:21). Unos 42.000 volvieron bajo
Zorobabel y Josué (Esd. 13). Unos 68 años
después, otros fueron movidos de manera similar a volver a
Jerusalén (Esd. 78). Cuando volvieron, descubrieron que Dios
había estado obrando de manera similar con otros mucho antes
que ellos fuesen movidos acerca de tales cosas. No encontraron un
grupo perfecto de judíos allí (Esd. 9), pero
sabían que era el único lugar legítimo donde el
pueblo de Dios debía adorar, de modo que se identificaron con
el testimonio que ya existía en Jerusalén. No hubo ni
un pensamiento de establecer un nuevo testimonio aparte del que ya
existía allí.
Creemos que esto nos da una respuesta a la pregunta de si los
creyentes deberían dar comienzo a un círculo cristiano
de comunión. Por cuanto el objetivo de Dios es reunir a Sus
santos en la tierra en uno al Nombre de nuestro Señor
Jesucristo sobre el terreno de la verdad del «un
cuerpo», no creemos que el Espíritu Santo
conduciría a los creyentes a salir para practicar esas
verdades sobre una base de independencia.
El Espíritu de Dios comenzó una obra en el
testimonio cristiano en las primeras décadas del siglo
diecinueve, reuniendo creyentes de las denominaciones al Nombre del
Señor Jesús. Creemos que sigue obrando en la actualidad
con cristianos a este fin. Él está dispuesto y es
poderoso para conducir a aquellos a los que ha mostrado la verdad a
la comunión con aquello que Él ya ha comenzado. Creemos
que el Espíritu de Dios no se sentiría satisfecho hasta
que haya llevado a buen fin Su obra no sólo en cuanto a
mostrar a los creyentes la manera escrituraria de reunirse, sino
también en cuanto a la asociación práctica con
aquellos que Él ya ha reunido, de modo que también
ellos estén sobre el terreno del «un cuerpo».
Si un grupo de cristianos bajo tal convicción está
en un lugar donde no hay una reunión de cristianos sobre la
base de la verdad del «un cuerpo», no por ello
deberían ponerse sobre un terreno independiente. Necesitan
entrar en contacto con los que están sobre este terreno, para
que la mesa del Señor pueda quedar establecida en aquella
localidad. Con ello se guardará la «unidad del
Espíritu». En base de los principios escriturarios
dados más arriba, creemos que ésta es la manera en que
se deberían establecer nuevas reuniones. Cuando la mesa del
Señor es establecida en una nueva localidad, debe serlo en
comunión con otras asambleas ya sobre el terreno del «un cuerpo».
¿Una secta más?
Quizá alguien podría decir: «Si
hiciésemos todo lo que usted nos dice y comenzásemos a
reunirnos con los que se reúnen sobre una base escrituraria,
¿no estaríamos sencillamente uniéndonos a otra
división o secta de la iglesia?» La sencilla respuesta
a esto es que la obediencia a la Palabra de Dios nunca puede ser
cisma. Es lo que los cristianos debieran haber estado haciendo
siempre. Si los cristianos se reúnen en obediencia a la
Palabra de Dios y en conformidad a la verdad del un cuerpo, nunca
podrán constituir una secta; incluso si hubiese sólo
dos o tres que adoptasen este terreno.
«¿Puedes venir a nuestra
iglesia?»
A veces nos encontramos con personas que nos preguntan: «¿Querrás venir a nuestra iglesia?» Es
difícil negarse a su invitación, sabiendo que lo hacen
con buena intención, y especialmente cuando no comprenden la
fuerza de nuestra convicción. Cuando respondemos «No,
no creemos que sería la voluntad del Señor», a
menudo se sienten ofendidos. A veces contestan: «¿Cómo es que a vosotros no os importa que
vengamos a vuestras reuniones, pero rehusáis cuando os pedimos
que vengáis a las nuestras? ¡No estáis mostrando
amor a otros miembros del cuerpo de Cristo!» Por nuestra
parte, tenemos claro que es antiescriturario abandonar el terreno
escriturario para adoptar el orden de hechura humana en las llamadas
iglesias. Así, no es la falta de amor a las almas en esas
denominaciones lo que nos impide acompañarlas en sus
servicios, sino el temor a pecar.
A veces se nos acusa de fanatismo y exclusivismo. Nos preguntamos
si jamás esas personas han ponderado lo que significa cada una
de esas palabras. Con respecto al fanatismo, W. Kelly dijo que es «la adhesión irrazonable, sin una sólida
justificación divina, a la propia doctrina o práctica,
en desafío abierto a todos los demás.»
Preguntamos entonces: «¿Es fanatismo abandonar las
propias asociaciones con las iglesias denominacionales para ir con
aquellos que desean reunirse para el culto y el ministerio en
conformidad a la Palabra de Dios?» Si en verdad esas
denominaciones están marcadas por la confusión y el
apartamiento de la Palabra de Dios que hemos descrito en las
anteriores secciones de este libro, si en verdad la Escritura no
permite a las personas que abrazan o promueven tales cosas estar en
comunión a la mesa del Señor, ¿cómo
podría entonces nadie esperar que seamos tan inconsecuentes
como para ir a esas llamadas iglesias de las que nos hemos separado?
W. Kelly dijo también: «Desde luego que es un
fanático, o peor, quien quisiera apremiarme, o esperar que me
uniese a él, en contra de mi convicción positiva de que
al hacerlo pecaría contra Dios. El pecado es un hombre que
está haciendo su propia voluntad, o la voluntad de otro, en
lugar de la voluntad de Dios. Si uno me pide que me aparte de aquello
que yo sé que es la voluntad de Dios, es evidente que
pecaría si accediese.»
Esto me recuerda el viejo profeta de Bet-el (1 R. 13). ¡Dicho
viejo profeta intentó que el profeta que había subido
de Judá, enviado por el Señor para clamar en contra del
culto antiescriturario de Bet-el, tuviese comunión con
él en el mismo lugar contra el que había clamado! Este
viejo profeta hizo esto para tranquilizar su conciencia, porque
entonces podría decir que había habido otros profetas
allí con él. Cuando el profeta de Judá
accedió a sus deseos, un león se encontró con
él por el camino y le dio muerte. Esto lo tomamos como una
advertencia. «Porque si vuelvo a edificar las mismas cosas
que destruí, me constituyo transgresor» (Gá.
2:18).
Conclusiones
Como ha visto el lector, hemos presentado un orden para los
cristianos que se reúnen para el culto y el ministerio
diferente del tradicionalmente aceptado en las llamadas iglesias.
¿Qué más es necesario decir con respecto a las
diferencias entre el sistema de hechura humana en la Cristiandad y el
orden de Dios en la Palabra de Dios? Hemos tratado de demostrar en
base de la Palabra de Dios que el orden en las iglesias
denominacionales en general, sencillamente, no es escriturario. Hemos
dejado evidente que hay una sencillo modelo en la Palabra de Dios
para los cristianos que se reúnen con este propósito. Y
esta fe y obediencia de nuestra parte son necesarias para practicar
estas verdades escriturarias. Si nos llamamos cristianos y afirmamos
que la Biblia es la guía del cristiano, entonces, ¿por
qué no guiarnos con la Biblia cuando se trata de la
cuestión de la reunión de los cristianos para el culto
y el ministerio?
Si un cristiano desea mantenerse en un sistema de orden
eclesiástico de hechura humana, y si quiere usar la
Palabra de Dios para respaldar dicho sistema, tendrá que
introducir cosas extrañas en las claras declaraciones de la
Escritura. Por ejemplo, tendrá que inferir que el
tabernáculo del Antiguo Testamento es el modelo del culto
cristiano; que cubrirse la cabeza era sólo para las mujeres en
la iglesia local en Corinto; que las mujeres predicaban en reuniones
públicas de la iglesia; que se imponían las manos en
los que eran ordenados, etc.
En cambio, aquellos que aceptan de manera sencilla las cosas de la
Escritura tal como Dios las ha dado tendrán la tranquila
confianza de que están cumpliendo la voluntad de Dios. Esto se
debe a que hay una paz que procede de hacer la voluntad de Dios que
es conocida sólo por aquellos que andan en ella. Volver al
simple cristianismo bíblico sin todas las añadiduras de
la Cristiandad moderna es ciertamente un privilegio.
Hemos observado, sin embargo, que muchas veces hay animosidad de
parte de los que rechazan el orden de Dios. Y esta animosidad se
dirige generalmente contra los que quieren practicar el sencillo
modelo que se da en la Palabra de Dios. Escoger permanecer en un
sistema de culto de hechura humana en la Cristiandad es una cosa,
pero no se puede acusar con razón a alguien por querer estar
entre cristianos que desean practicar el orden de Dios. A fin de
cuentas, ¡sólo están haciendo lo que está
en la Palabra de Dios!
Un
llamamiento
Queda finalizado nuestro examen y exposición del
carácter antiescriturario del orden eclesiástico
tradicional, y presentado el orden de Dios para los cristianos que se
congregan para el culto y el ministerio; nuestra oración y
esperanza es que el lector no entienda mal nuestro propósito
en este libro. No hemos tratado de criticar las diversas
denominaciones eclesiales de la Cristiandad por amor a la
crítica, sino para señalar con fidelidad, y esperamos
que con amor, el error de todo el sistema.
Esperamos que a través de las muchas cosas en que hemos
incidido pueda haber traslucido el amor genuino e interés que
sentimos por toda la familia de Dios. Desde el comienzo, nuestro
deseo ha sido dar a conocer la verdad, para que todo el pueblo de
Dios pueda conocer y practicar el verdadero cristianismo
bíblico, si sus corazones están dispuestos a ello.
Llamamos ahora al lector a prestar atención a la verdad
aquí recopilada. Nuestra oración es que cada cristiano
que lea este material tenga la espiritualidad y madurez para ver y
reconocer la verdad según ha sido presentada. Quiera Dios
darnos la gracia para hacer Su voluntad.
© B. Anstey — 2(a) Edición - 1994
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