Francesc Closa
«THE BODY»
[El Cuerpo]
Reseña de la película
El pasado mes de enero de 2001 se proyectó en nuestros
cines la película «The Body» (El Cuerpo),
protagonizada por nuestro inefable Antonio Banderas. Ignoro
cuánta gente llegó a verla, pero en el mes de
marzo ya no se proyectaba ni en los cines de reestreno, lo que no es
de extrañar dada la frialdad espiritual de la sociedad
moderna.
Tampoco he oído ningún comentario en nuestros ambientes
evangélicos, donde posiblemente también ha pasado
desapercibida. Pero el tema que presenta la novela, plasmada
posteriormente en el cine, no puede dejarnos indiferentes.
El tema que presenta la película puede intuirse
fácilmente antes de verla. Sólo resta conocer el
desenlace, para lo que resulta necesario pasar previamente por
taquilla.
Las imágenes iniciales son muy impactantes (para los que somos
cristianos). En un punto sin identificar de Jerusalén, un
comerciante palestino, dueño de un bazar, quiere edificar un
bloque de pisos en el patio interior de la manzana. Pero en
Jerusalén es un requisito indispensable para toda
edificación nueva pasar un preceptivo examen
arqueológico, dada la riqueza que contiene el subsuelo de la
milenaria ciudad. Pues bien, tras hacer un buen agujero en el suelo,
aparece una tumba labrada en piedra, con la rueda circular tapando su
boca. Dos operarios mueven la piedra, escena que toca muy de lleno a
nuestros sentimientos, y la arqueóloga penetra en la cueva,
mientras un estremecimiento nos sacude ante las profundas
raíces bíblicas de este hecho. Lo que resulta
extraño en este cuadro es la aparición de una pared
tapiada con ladrillo antiguo. Y es precisamente en el interior de
este nicho tapiado donde aparece «el cuerpo». La
cámara nos muestra un clavo atravesando el talón del
esqueleto sepultado, y algún que otro resto
arqueológico. Como es natural, el Vaticano es informado sobre
tan extraño hallazgo y envía un sacerdote
arqueólogo, residente en Israel, para examinar «in
situ» el hallazgo. El rostro descompuesto y demacrado del
sacerdote, al retirarse del sepulcro muestra muy a las claras la
clase de hallazgo que la obra desea grabar profundamente en nuestro
subconsciente.
Antes de seguir vale la pena comentar que, salvo el gancho del actor
principal, bien elegido para este fin, la mayoría de los muy
numerosos títulos de crédito son nombres
israelíes, como también las magníficas vistas e
imágenes que aparecen en todo momento, con la única
excepción de las escenas en el Vaticano. Bien avanzada la
película, ante la acumulación de «evidencias»
el citado sacerdote se suicida lanzándose desde el terrado de
un monasterio. El actor principal, el «padre
Gutiérrez», es comisionado para el Vaticano para llegar
al fondo de la cuestión, pero con una consigna muy especial:
debe defender a la Iglesia, por lo que «el cuerpo no es el de
nuestro Señor …» (palabras textuales del
Cardenal de turno).
Naturalmente, el Israel moderno quiere dejarnos la sensación
de que el cuerpo encontrado es precisamente el de Cristo. No
se pretende demostrarlo, ni cambiar el mundo con ello, pero sí
dejar en el subconsciente de cualquier espectador la
sensación subliminal de que aún puede estar
allí … Con este objetivo, bien planteado en la
película, no tienen ningún inconveniente en hacer
desaparecer los restos del «crucificado», tras un golpe de
mano de un comando palestino que acaba destruyendo el tesoro con una
granada.
Pasado el estupor provocado por la contemplación de tan
tendenciosa obra, con la malicia que encierra su objetivo final, no
podemos menos que volver a la realidad y mostrar sin ningún
tipo de dudas el supino dislate de los «argumentos» que se
nos presentan. Salta a la vista que para acceder a la cueva excavada
en la roca se necesitan dos escaleras de mano, dado el grosor del
sedimento que cubre el sepulcro. La ubicación de esa tumba se
sitúa en el Jerusalén moderno, sin mostrarnos
dónde, pero muy cerca de la ciudad antigua.
Sólo siete semanas después de que se depositara el
cuerpo de Cristo en el sepulcro de José de Arimatea, toda
Jerusalén, en plena ebullición por la fiesta de
Pentecostés, es sacudida hasta sus raíces, al
contemplar los «prodigios y señales» que presentan
los seguidores del crucificado, y escuchar el mensaje de que
«a este Jesús a quién vosotros crucificasteis,
Dios lo ha hecho Señor y Cristo».
El que estaba pronunciando estas palabras era el atemorizado galileo
que cincuenta días atrás juraba no conocerle en el
abarrotado patio del Sumo Sacerdote. Muchos de los que lo oyeron en
aquel patio no podían dar crédito a sus ojos al ver a
la misma persona con un cambio tan radical en tan poco tiempo. Las
mismas autoridades romanas y judías sabían
perfectamente que había sido enterrado en el sepulcro de
José de Arimatea, un miembro del Sanedrín. ¿No
estaba en Jerusalén el dueño de la tumba? ¿por
qué se les «olvidó» a los judíos que
estaban en Jerusalén entonces ir directamente hasta el
jardín de José para ver si el cuerpo seguía o no
allí, como ahora pretenden hacernos creer sus obstinados
descendientes? Nada pudo detener el mensaje de la resurrección
…
Y es este mismo mensaje el que sacudió la vida de un hombre de
nuestro tiempo, Lee Strobel, el mismo que escribió la obra a
la que hacemos referencia en el artículo anterior.
El citado personaje es un prestigioso periodista, graduado en
estudios legales por la Universidad de Yale, muy apreciado por su
labor de investigación criminal en las páginas del
Chicago Tribune. Ese hombre, como tantos otros, fue un
escéptico espiritual hasta 1981. Pero algo cambió
radicalmente su vida, un hecho imprevisto que lo turbó
profundamente: su esposa se convirtió al cristianismo. Al
momento no pudo ocultar su enojo por este hecho, pero poco a poco fue
notando que el carácter de su cónyuge mejoraba a ojos
vista, y se sintió desconcertado por aquel Cristo del que su
mujer tantas veces hablaba. Naturalmente que sabía
quién era el personaje histórico, y que había
muerto crucificado. Pero no creía que pudiese haber resucitado
… hasta que se introdujo de forma tan impensable en su propia
vida. Tras una larga lucha espiritual tomó una decisión
clave en su vida: investigar si realmente Cristo había podido
resucitar de entre los muertos o aún seguía ocupando un
oscuro sepulcro. Para ello utilizó los mejores recursos de su
preparación profesional y planteó el asunto como un
examen exhaustivo de toda la evidencia disponible. Decidió
citar y entrevistar a los mejores expertos que conocía en cada
tipo de evidencia, y les presentó las objeciones más
difíciles que pudo encontrar en todo el bagaje del
escepticismo.
Al final tuvo que emitir su propio veredicto. ¿Saben cuál
fue? Nada mejor que el relato de primera mano del autor. Sus
referencias son: Sus referencias son: El Caso de Cristo, Lee Strobel. Ed. Vida, 2000
(versión original de 1998). ISBN 0-8297-2192-4. Una obra extraordinaria …
Para un examen más sistemático de la evidencia de la resurrección de Cristo,
lea el artículo escrito por un experto en evidencias legales, J. N. D. Anderson:
Francesc Closa es Licenciado en Ciencias Económicas y
cristiano comprometido en una asamblea cristiana en la ciudad de
Barcelona, España. Durante años ha estado activo en el
estudio y análisis de la controversia
Creación/Evolución, y ha dado numerosas conferencias
sobre aspectos relacionados con esta cuestión. También
ha desplegado una gran actividad en la enseñanza de la Biblia,
y ha investigado a fondo su trasfondo histórico.
También ha escrito numerosos artículos sobre cuestiones
apologéticas, doctrinales y evangelísticas.
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