| Servicio
Evangélico de Documentación e
Información
línea sobre línea |
La evidencia de la resurrecciónPor J. N. D. Anderson Versión castellana: Francesc Closa La Pascua no es primariamente un consuelo, sino un reto. El mensaje de la Pascua es o bien el hecho supremo de la historia o bien un fraude colosal. En los días de la iglesia primitiva parece que la gente se daba cuenta de esta antítesis. Por un lado había un pequeño grupo de hombres y mujeres que trastornaron el mundo con su apasionada proclamación del milagro que había transformado sus vidas; por otro lado, había los que denunciaban toda esta historia como una consumada blasfemia. Hoy día esta cuestión no es vista tanto como un todo o nada: la nuestra es una edad tolerante, y sospecha de todos los fanatismos. La mayoría de la gente no tiene ningún deseo de atacar el mensaje de la Pascua; pero sólo se lo creen a medias. Para ellos es una historia bonita, llena de significado espiritual, pero, concluyen: ¿por qué preocuparse de su importancia literal? Esta actitud se aparta de la realidad: o bien la resurrección es algo infinitamente más grande que una bonita historia, o bien es infinitamente menos. Si es verdad, entonces se trata del hecho supremo de la historia; y dejar de ajustar la propia vida a sus implicaciones significa una pérdida irreparable. Si no es verdad, si Cristo no hubiese resucitado, entonces el cristianismo sería un fraude total lanzado sobre el mundo por unos embusteros consumados o, en el mejor de los casos, por unos estúpidos engañados. Pablo se daba cuenta de ellos cuando escribió: «Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que Él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.»1 Por tanto, la cuestión es: ¿Es cierta o falsa la resurrección de Jesucristo? Nos es vital decidirnos por una respuesta a esta pregunta. Pero ¿cómo podemos hacerlo? ¿cómo podemos examinar la evidencia de un acontecimiento que sucedió hace más de mil novecientos años? Encontrar los datos relevantes no es una tarea tan dura como pudiera parecer. Tenemos al menos dos métodos disponibles: (1) Podemos examinar la evidencia histórica, y (2) podemos aplicar la prueba de la experiencia. Se podría examinar la evidencia histórica para determinar si es coetánea, honesta, convincente y susceptible de cualquier interpretación naturalista. La experiencia se pone a prueba verificando el efecto de las demandas y de la resurrección de Cristo en nuestras propias vidas y en las de otros. En este artículo nos atañe primariamente el primero de estos métodos. ... o bien la resurrección es algo infinitamente más grande que una bonita historia, o bien es infinitamente menos. Si es verdad, entonces se trata del hecho supremo de la historia; y dejar de ajustar la propia vida a sus implicaciones significa una pérdida irreparable. Si no es verdad, si Cristo no hubiese resucitado, entonces el cristianismo sería un fraude total lanzado sobre el mundo por unos embusteros consumados o, en el mejor de los casos, por unos estúpidos engañados.
EL TESTIMONIO ESCRITO ¿Qué documentos nos ofrecen la historia de la Pascua? Los documentos primarios son los testimonios escritos de seis testigos: Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo y Pedro, apoyados por los testimonios de la iglesia primitiva. Con frecuencia no nos percatamos de los grandes avances que la investigación moderna ha realizado en la determinación de la fecha y paternidad de estos registros escritos. En el siglo XIX, un número de incrédulos, dotados de una considerable erudición, hicieron grandes esfuerzos para demostrar que los evangelios habían estado escritos a mediados del siglo II d.C. (alrededor de cien años después de los acontecimientos), cuando la leyenda y la imaginación habrían podido distorsionar los hechos. Pero este intento ha fracasado. Ha quedado aplastado bajo el peso de la evidencia histórica positiva que crece más y más con el paso del tiempo. Los relatos escritos de la vida de Cristo fueron registrados en una fecha extraordinariamente cercana a los hechos. He aquí tres ejemplos:
Estos tres documentos fueron seleccionados porque los críticos sin prejuicios no podían excluir estos relatos apostólicos desde el punto de vista bien de la paternidad, bien de la antigüedad de fecha. Pero no hemos de olvidar los relatos escritos de Mateo, Juan y Pedro, porque estos hombres también escribieron documentos autorizados. ¿Qué hay, pues, de esta evidencia? Es extremadamente cercana a los hechos, y mucha se remonta a la primera década de la era cristiana. Así la evidencia es coetánea y ha de ser, al menos, aceptada4 como un registro sustancial de testigos oculares. ¿Cómo podemos esquivar las implicaciones? Se han hecho diversos intentos. Consideraremos los ejemplos principales, que son examinados brevemente a continuación.
En el siglo XIX, un número de incrédulos, dotados de una considerable erudición, hicieron grandes esfuerzos para demostrar que los evangelios habían estado escritos a mediados del siglo II d.C. (alrededor de cien años después de los acontecimientos), cuando la leyenda y la imaginación habrían podido distorsionar los hechos. Pero este intento ha fracasado. Ha quedado aplastado bajo el peso de la evidencia histórica positiva que crece más y más con el paso del tiempo.
TEORÍAS SOBRE LA RESURRECCIÓN La teoría más radical consiste en dejar de lado toda la historia como una invención deliberada. Pero pocos críticos inteligentes podrán ir tan lejos. Pensemos en el número de testigos. Pablo nos dice en el 56 d.C. que la mayoría de unos quinientos testigos originales aún estaban vivos. Hemos de recordar que la mayoría de los primeros registros fueron dados, por decirlo así, con la autoridad colectiva de la iglesia inicial. Pensemos en el carácter de los testigos. Ellos dieron al mundo la enseñanza moral y ética más grande que nunca ha conocido; y ellos vivieron conforme a esto, como incluso sus opositores se vieron forzados a admitir. Pensemos en el cambio formidable que tuvo lugar en estos hombres. ¿Se puede concebir, quizá, que una mentira deliberada cambiase un grupo de cobardes en héroes, y que los inspirase a vivir una vida sacrificada que frecuentemente acababa en el martirio? La psicología enseña que nada hace al hombre más propenso a la cobardía que una mentira que pese sobre su conciencia. ¿Es quizá posible que, incluso en la frustración o la agonía, ninguno de estos conspiradores divulgase el secreto? Otros utilizan un término algo más amable y describen los relatos de la resurrección como leyendas. Pero esto es igualmente imposible. Ya hemos visto que los registros escritos eran demasiado cercanos a los hechos para que se pudiese dar un crecimiento legendario. Unas «leyendas» puestas en circulación y registradas por testigos oculares originales no son demasiado distinguibles de unas invenciones deliberadas. Y una razón adicional para rechazar esta sugerencia la tenemos en la evidencia intrínseca de las historias mismas que contradicen la teoría de manera enfática. La clase de episodios que describen los fabricantes de leyendas (como la escena de la resurrección de Cristo, o una aparición de Cristo para confundir a sus enemigos) brillan por su ausencia, lo mismo que cualquier intento de describir su aparición a Santiago o a los otros. ¿Qué fabricante de leyendas hubiese inventado que la primera aparición de Cristo sería a María Magdalena, una mujer de poca categoría en la iglesia? Parece más probable que un falsificador hubiese dado este honor a la madre de Cristo, o a Pedro o Juan. ¿Quién puede leer estas historias del viaje a Emaús, de la aparición del Cristo a María Magdalena, o de Pedro y Juan corriendo hacia el sepulcro, sin la profunda conciencia de que no se trata en absoluto de leyendas? Los detalles de estos registros, dignos y refrenados, son demasiado fieles a la vida para ser considerados legendarios. Estas dos teorías, la de la invención deliberada y la de la leyenda, se desmoronan delante de la realidad de la tumba vacía. Pocos eruditos las consideran seriamente. Las únicas interpretaciones racionalistas de cualquier mérito admiten la sinceridad de los registros, pero intentan explicarlos sin recurrir a lo milagroso. Estas explicaciones están caracterizadas por una intensa distinción entre los registros de las visitas a la tumba y los registros de las apariciones de Cristo: las primeras son explicadas con una variedad de ingeniosas teorías, y las últimas son consideradas como fenómenos psicológicos o psíquicos. ¿Se puede
concebir, quizá, que una mentira deliberada cambiase un grupo
de cobardes en héroes, y que los inspirase a vivir una vida
sacrificada que frecuentemente acababa en el martirio? La
psicología enseña que nada hace al hombre más
propenso a la cobardía que una mentira que pese sobre su
conciencia.
La explicación más antigua de la tumba vacía es que los discípulos robaron el cuerpo.5 No obstante, esta sugerencia ha sido abandonada. Es imposible, tanto desde el punto de vista psicológico como ético. Los discípulos no eran precisamente el tipo de gente que hubiese podido llevar a término esta empresa, por mucho que se estire la imaginación; tampoco se puede conciliar un fraude deliberado de esta naturaleza ni con sus caracteres ni con su conducta posterior. Incluso si unos cuantos hubiesen actuado con independencia del grupo, es inconcebible que nunca lo hubiesen dicho a los otros. ¿Acaso es razonable que ninguno de ellos, ni bajo tortura o martirio, admitiese nunca el engaño? Nunca se ha conocido ni un murmullo de un rumor semejante dentro de la iglesia. Más plausible es la sugerencia de que o bien las autoridades judías o las romanas, o bien José de Arimatea, se hubiesen llevado el cuerpo del sepulcro. Pero ¿por qué? Cuanto más se estudian las hipotéticas razones para este traslado, junto con las ocasiones y circunstancias sugeridas, menos probables parecen. Pero hay una consideración aún más decisiva. Si las autoridades trasladaron el cuerpo, ¿por qué no lo dijeron, abortando de esta forma la predicación de la resurrección? Hemos de recordar que al cabo de siete semanas Jerusalén estaba hirviendo a causa de esta predicación. Las autoridades no sólo deseaban aplastar esta peligrosa herejía, sino que también se quejaban de que los apóstoles intentaban «echar sobre nosotros la sangre de este hombre».6 Los seguidores de Cristo acusaron públicamente a las autoridades de haber negado al Santo y al Justo y de dar muerte al Autor de la Vida.7 ¿Por qué el Sumo Sacerdote no hizo una declaración de que el cuerpo había sido trasladado bajo sus órdenes o cumpliendo órdenes de los romanos? ¿Por qué las autoridades no tomaron por testigos a los que habían tomado parte en el traslado? ¿Por qué no indicaron la verdadera tumba, o, como último recurso, no presentaron los restos corrompidos del cadáver de Cristo? ¿Por qué, en lugar de todo esto, aquella mísera calumnia contra los discípulos? Otra sugerencia es que las mujeres fueron a una tumba equivocada. No conocían Jerusalén demasiado bien y llegaron allí en la incierta luz de la madrugada; se perdieron. Un joven que se encontraba por allí se dió cuenta de sus propósitos, y les dijo: «Buscáis a Jesús ... No está aquí. Mirad (señalando a otra tumba) el lugar donde lo pusieron.» Pero las mujeres se llenaron de pavor y salieron corriendo. Después llegaron a creer que el joven era un ángel con el anuncio de que su Señor había resucitado de entre los muertos. Esto es muy ingenioso, aunque implica la omisión arbitraria de la frase «Ha resucitado» justo en el centro de las palabras del joven.9 Es significativo, no obstante, que los proponentes de esta teoría se dan cuenta que no es tan fácil como parece, viéndose impulsados a introducir interpretaciones en la misma. Por ejemplo, añaden por lo general que cuando las mujeres huyeron de la tumba no informaron inmediatamente a los apóstoles de lo que había sucedido. Pero ¿por qué los apóstoles no comprobaron los hechos, o no comenzaron a predicar la resurrección en el acto, sin aquel retardo de siete semanas? Los proponentes de esta hipótesis explican esta falta de contacto entre las mujeres y los apóstoles con la suposición de que los apóstoles ya habían huido de Jerusalén a Galilea, y que no regresaron hasta unas tres semanas después con los relatos de las apariciones a Galilea. Las mujeres no contaron la historia de su visita a la tumba hasta que los apóstoles regresaron a Jerusalén. Entonces, los apóstoles, obsesionados con sus propias experiencias místicas o psíquicas, sumaron dos y dos y lograron al menos cinco. Pero ¿por qué todos los apóstoles hubieron de huir tan precipitadamente? Sin duda que Jerusalén no era un lugar demasiado seguro para ellos en aquellos momentos, pero en este caso ¿por qué habrían de dejar las mujeres atrás? Una acción así hubiese sido totalmente cobarde y vil. Y las mujeres ¿por qué no los habrían de seguir? ¿Por qué se quedaron solas por tres largas semanas, en contra de sus costumbres normales y en circunstancias aparentemente peligrosas? Todo resulta muy difícil y oscuro. Pero esta teoría y la anterior se rompen en el mismo punto. ¿Por qué, si así fue, los sacerdotes no presentaron al joven y denunciaron todo el engaño? ¿Por qué no señalaron la tumba verdadera o enseñaron el cuerpo? ¿Y por qué no leemos de ningún rumor de la antigüedad mencionando alguna otra posible tumba como lugar de peregrinación y de reverencia? Parece que sólo hay una respuesta: todos, tanto los amigos como los enemigos, conocían la verdadera tumba y sabían que estaba vacía. ... esta
teoría y la anterior se rompen en el mismo
punto.
Se ha sugerido otra explicación de los fenómenos. La propuso Venturini a comienzos del siglo XVIII, y es como sigue: Leemos en los evangelios que se informó que Cristo había muerto un poco antes de lo normal; Pilato quedó evidentemente sorprendido de que «ya hubiese muerto».10 En realidad, naturalmente, no estaba muerto, y solamente había desfallecido debido al agotamiento provocado por la agonía de la crucifixión y de la pérdida de sangre. Es en esta condición que fue sepultado. La frescura y la quietud de la tumba lo reanimaron, y finalmente salió y se mostró a sus discípulos. Pero aquellos hombres ignorantes creyeron que había resucitado de entre los muertos. Esto vuelve a parecer ingenioso pero es totalmente insostenible. En primer lugar, los relatos más antiguos son enfáticos sobre el hecho de su muerte. Todo el mundo, los romanos, los judíos, los discípulos, resultaron igualmente unánimes. De entre todas las insinuaciones lanzadas contra el cristianismo desde el principio, no se ha oído ni un rumor de esta clase. Pero supongamos por un momento que Cristo desfalleciese de puro agotamiento y que fuese sepultado en esta condición. Por lo que parece, se nos pide que creamos que tres días en una tumba fría, sin alimentos ni atención médica, lo reanimarían de tal manera que, en lugar de resultar el último golpe sobre su vacilante vida, pudo:
Sobre este punto, escuchemos al escéptico Strauss:
Además, un Cristo así se hubiese constituido en parte de un grosero engaño. ¿Acaso un crítico inteligente sugeriría tal cosa? Quedan por considerar tres puntos adicionales sobre la tumba. Primero, ¿por qué no encontramos ninguna mención de la historia de las mujeres en las primeras predicaciones apostólicas, tal como quedan registradas en el libro de los Hechos y en algunas epístolas? Pedro y los otros, en sus predicaciones apologéticas y evangelísticas sobre el hecho de la resurrección, insistieron una y otra vez en que (1) era un cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento; (2) demostraba que Aquel así resucitado había sido enviado por Dios y está ahora exaltado como Príncipe y Salvador; y (3) ellos eran testigos oculares de aquello que proclamaban. Pero en toda su predicación pública no encontramos ninguna referencia a la tumba. Se encuentran los relatos solamente en los registros (los evangelios) que fueron escritos para la instrucción de los nuevos convertidos. Ciertamente, solamente puede haber una explicación de esta singular omisión: El hecho de la tumba vacía era de conocimiento general, y no era preciso insistir acerca de ello; la única controversia giraba en torno a la explicación de los hechos. Por esto, era en la explicación que se concentraban los apóstoles. Segundo: ¿Cómo podemos explicar el evidente descuido de la tumba en los tiempos de los apóstoles? No hay ninguna evidencia de que se convirtiera en un centro de peregrinación, ni tan sólo de reverencia o interés. Quizá se pueda comprender esto en hombres y mujeres creyentes en la resurrección, pero ¿qué diremos de todas las multitudes que, aunque no fuesen profesantes del cristianismo, deberían haber quedado profundamente influenciadas por el profeta de Galilea; algunos, incluso, habiendo sentido su toque sanador? Tercero, la frase que hemos utilizado repetidas veces, la tumba vacía, no es rigurosamente exacta. Un relato de un testigo ocular nos registra la visita de Juan y Pedro a la tumba, en un pasaje vívido, aunque contenido:
Así que las telas de lino y el sudario aún estaban allí, no deshechas o desordenadas, sino puestas justo como estarían si el cuerpo hubiese desaparecido o las hubiese atravesado, la capa superior caída sobre la inferior, y el sudario separado del resto por el espacio donde había estado el cuello. Pero el cuerpo no estaba allí. Así, la tumba vacía constituye una verdadera roca contra la que todas las teorías racionalistas de la resurrección se estrellan en vano. «Es imposible
que un ser que hubiese salido medio muerto del sepulcro,
arrastrándose medio muerto y enfermo, necesitando asistencia
médica y precisando de vendajes, recobrar fuerzas, y recibir
las atenciones de los suyos, y que finalmente cediese bajo sus
sufrimientos, hubiese podido dar a sus discípulos la
impresión de que era el vencedor sobre la muerte y el
sepulcro, el Príncipe de la Vida.»
LAS APARICIONES DEL CRISTO RESUCITADO ¿Se pueden marginar o racionalizar las mismas apariciones del Señor? Ya hemos visto que no pueden ser descartadas como mentiras o leyendas; fueron testificadas por testigos oculares que estaban convencidos de su veracidad. Todo esto es generalmente admitido por eruditos competentes. ¿Cómo, pues, podemos esquivar sus implicaciones? La única sugerencia factible sería la posibilidad de que se tratase de alguna alucinación o de algún fenómeno psicológico o psíquico. No obstante, la medicina moderna ha mostrado que incluso los fenómenos psicológicos obedecen a unas ciertas leyes y pueden ser sometidos a ciertas pruebas. Examinemos más de cerca estos fenómenos a la luz de estos principios.
Así, la tumba
vacía constituye una verdadera roca contra la que todas las
teorías racionalistas de la resurrección se estrellan
en vano.
Cuanto más cuidadosamente se estudia esta cuestión, tanto más imposible resulta explicar estas apariciones como un tipo de alucinación. Y no habrá ninguna teoría válida que intente explicar el fenómeno como una mera supervivencia del Espíritu de Jesús. La cuestión que estamos discutiendo es mucho más definida. Los registros son unánimes: Su Espíritu inmortal volvió a Su cuerpo humano mutilado; Su cuerpo fue cambiado instantánea y milagrosamente en un cuerpo nuevo, espiritual, diferente de Su carne y sangre mortales, pero de todas maneras identificable. Cuanto más
cuidadosamente se estudia esta cuestión, tanto más
imposible resulta explicar estas apariciones como un tipo de
alucinación. ... Los registros son unánimes: Su
Espíritu inmortal volvió a Su cuerpo humano mutilado;
Su cuerpo fue cambiado instantánea y milagrosamente en un
cuerpo nuevo, espiritual, diferente de Su carne y sangre mortales,
pero de todas maneras identificable.
Se podría decir mucho más, pero en este artículo sólo podemos compendiarlo brevemente:
¿Qué
cambió a Pedro de un hombre débil que negó a su
Maestro bajo las preguntas de una joven esclava, a un hombre que no
podía ser silenciado por todo el Sanedrín? Pablo y los
evangelistas nos dan parte de la explicación: Se
apareció a Pedro.
La prueba definitiva de la resurrección, para cada persona, está en su conocimiento del Cristo resucitado, porque en esta cuestión la evidencia de la experiencia puede hacer de suplemento a la evidencia de la historia. La promesa del Salvador resucitado se mantiene: «Mira, estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré a él y comeré con él, y él conmigo.»24 La promesa del
Salvador resucitado se mantiene: «Mira, estoy a la puerta y
llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré a
él y comeré con él, y él
conmigo.»
NOTAS 1. 1 Corintios 15:14-15. Volver al texto 2. Ver 1a Corintios 15:3-7. Volver al texto 3. Ver Gálatas 1:18-19. Volver al texto 4. Aunque acepta plenamente la inspiración divina de estos registros, el autor desea no dar nada por supuesto en este artículo. Volver al texto 5. Mateo, 28:11-15. Volver al texto 6. Hechos 5:28. Volver al texto 7. Hechos 3:14-15. Volver al texto 8. Mateo 27:57 y ss. Volver al texto 9. Ver Mateo 28:6; Marcos 16:6 y Lucas 24:6. Volver al texto 10. Marcos 15:44. Volver al texto 11. David Strauss, The Life of Jesus for the People, I (Londres, 1879). Volver al texto 12. W. Temple, Readings in St. John's Gospel (New York, St. Martins Press, Inc.) pág. 376. Volver al texto 13. Lucas 24:39. Volver al texto 14. Lucas 24:15. Volver al texto 15. Juan 21:9. Volver al texto 16. Lucas 24:41-43. Volver al texto 17. Juan 20:27. Volver al texto 18. Hechos 6:7. Volver al texto 19. Hechos 1:3-8. Volver al texto 20. Mateo 26:61. Volver al texto 21. Ver 1 Corintios 15:5 y Lucas 24:34. Volver al texto 22. 1 Corintios 15:7. Volver al texto 23. Santiago 2:1. Volver al texto 24. Apocalipsis 3:20. Volver al texto
Nombre original de fichero: 06 Resurrección.rtf - preparado el martes, 7 octubre 1997, 10:53
|
Índice:Índice de
boletines Descargue este fichero en formato PDF para imprimir y distribuir ![]() ![]() ![]() ![]()
|
||| General English Index ||| Coordinadora Creacionista ||| Museo de Máquinas Moleculares ||| ||| Libros recomendados ||| orígenes ||| vida cristiana ||| bibliografía general ||| ||| Temas de actualidad ||| Documentos en PDF (clasificados por temas) ||| |