Dr. George Grinnell
H. M. Morris, Ph.D.
GEOLOGÍA
¿ACTUALISMO, O DILUVIALISMO?
3
Sedimentación y el registro
fósil
Consideraciones a la luz de la Ingeniería Hidráulica
por Henry M. Morris, Ph. D.,
Doctor en Hidráulica. Catedrático de Ingeniería
Hidráulica
y Director del Departamento de Ingeniería Civil
del Instituto
Politécnico de Virginia.
Introducción
La relación de
la ingeniería hidráulica con la controversia creación/Evolución puede, en un
principio, parecer muy débil. No obstante, existe una relación muy real y
significativa.
La Ingeniería
Hidráulica es aquella profesión que
se dedica al desarrollo y construcción de sistemas y estructuras que tienen el
fin de conseguir un control y utilización óptimos de los recursos hídricos
disponibles en la tierra, y está basada en una comprensión exhaustiva de las
ciencias llamadas Hidrodogía e Hidráulica.
La
Hidrología es la ciencia que trata de
las aguas naturales de la tierra y su distribución, especialmente en forma de
precipitaciones, corrientes, y agua estancada. La Hidráulica trata de las fuerzas,
velocidades y resistencias a la fricción asociadas con el transporte de
fluidos.
Una de las
funciones más importantes de las aguas naturales de la tierra es la de la
erosión, el transporte y la deposición de sedimentos. La mecánica del fenómeno
anterior controla la formación y el desarrollo de los sistemas fluviales. Los
ríos sirven no tan solo para conducir las aguas al océano, de donde provinieron,
sino que también sirven para transportar grandes cantidades de sedimentos
erosionados de sus cuencas, depositándolos finalmente a lo largo de su recorrido
en las crecidas, o en los deltas que forman en sus desembocaduras. Los
sedimentos del delta son gradualmente disgregados por la acción hidráulica de
las olas y por las corrientes del litoral, hasta que al final se depositan más o
menos permanentemente a lo largo de las plataformas continentales y en las
vertientes oceánicas. De esta manera se van rebajando las partes emergidas de la
tierra y se llenan los océanos.
Estos procesos
de sedimentación son muy importantes, tanto para el geólogo como para el
ingeniero hidráulico. La mayoría de los procesos geológicos involucran al agua
de una manera u otra, pero el proceso de sedimentación es, con mucho, el más
importante, ya que la mayor parte de la superficie terrestre consiste de
sedimentos, ya sean sin consolidar, o compactados y endurecidos formando rocas
sedimentarias. A fin de poder comprender y explicar las formaciones y fenómenos
geológicos, el geólogo debe poseer una comprensión completa de los procesos de
sedimentación.
El ingeniero
hidráulico tiene una necesidad más inmediata de estos conocimientos, a fin de
aplicarlos a la práctica. Se ocupa en evitar, o solucionar, la sedimentación en
canales, depósitos y puertos, le concierne la estabilidad de las estructuras
construidas a lo largo de los cursos fluviales, la erosión de los terrenos
aprovechables, la excavación de taludes y la formación de meandros en ríos
aluviales, así como otros problemas, prácticos y costosos, asociados con la
hidráulica de la sedimentación, al estar relacionados con el diseño de
estructuras y sistemas hidráulicos.
Así, vemos
cómo los ingenieros hidráulicos han estado dedicados, en las últimas cuatro
décadas, principalmente, a estudios intensivos, analíticos y de laboratorio
sobre los procesos de sedimentación. Estos fenómenos son extremadamente
complejos, pero se ha aprendido ya mucho sobre ellos, y más se continuará
aprendiendo.
Los geólogos,
por otra parte, con unas pocas y honrosas excepciones, han continuado
favoreciendo el tratamiento cualitativo y descriptivo de la sedimentación, en
lugar del cuantitativo y matemático. Debería ponerse en claro, no obstante, que
el grado de confianza que puede concederse a sus interpretaciones de los
depósitos sedimentarios del pasado depende directamente de su entendimiento de
los procesos de sedimentación en el presente. El presente estado del
conocimiento de los mecanismos de sedimentación, aun en el de aquellos
ingenieros hidráulicos que están desarrollando más actividad en tales estudios,
no es, por cierto, el suficiente como para permitirnos depositar demasiada
confianza en interpretaciones de los depósitos sedimentarios del pasado que
nadie presente, especialmente si no están completamente familiarizados con los
modernos estudios en hidráulica de sedimentación.
Ahora bien, el
punto de arranque de esta discusión que presentamos aquí sobre la evolución es
simplemente que las rocas sedimentarias depositadas en el pasado constituyen el
depósito de plantas y animales que vivieron en aquel pasado. Y este registro
fósil de la vida en la tierra durante su pasada historia constituye en realidad
la única evidencia que se presenta para apoyar la teoría de la evolución
orgánica —la única prueba histórica, no circunstancial, que se nos presenta con
la pretensión de que realmente nos confirma aquella teoría de la
evolución.
La cuestión de
cómo se depositaron originalmente los sedimentos fosilíferos es, por tanto, de
extrema importancia para la controversia evolución contra creación. ¿Pueden
estos sedimentos ser explicados adecuadamente por medio de los procesos
de sedimentación de la tierra, tal como ahora está constituida? ¿Fueron
depositados muy lentamente, durante largas épocas, o rápida y violentamente?
¿Bajo qué circunstancias, y en qué clase de medio, fueron originalmente
erosionados, transportados y redepositados?
Esta cuestión
no podrá nunca ser resuelta científicamente en su totalidad, por la sencilla
razón de que los sucesos del pasado no son reproducibles. No obstante, el
objetivo es conseguir la respuesta más razonable y probable, lo cual requiere,
como prerrequisito mínimo, un entendimiento completo de los fenómenos que
provocan y acompañan la sedimentación, los medios, y los procesos, tal como
actúan presentemente. Y hasta que los paleontólogos no hayan adquirido estos
conocimientos, y no hayan demostrado su consistencia con su interpretación
evolucionista y actualista del registro fósil, estamos totalmente justificados
en nuestro rechazo del concepto de evolución orgánica total.
Los varios
puntos de esta introducción se van a discutir con más detalle, y con más
documentación, en las siguientes secciones.
El lugar del agua en la
interpretación geológica
De todos los
factores físicos involucrados en el estudio de la Geología, uno de los más obvios y
más ciertos es el de que el agua ha sido el principal agente en la formación de
la superficie terrestre. El planeta Tierra, por lo que ahora se conoce, es el
único que está equipado con una gran cantidad de agua, y este hecho es
profundamente importante para comprender la historia de la Tierra.
Este
suministro de agua está íntimamente asociado con casi todas las estructuras y
procesos físicos de la Tierra.
Aproximadamente un 71% de la superficie terrestre está cubierta
por el océano. La vida vegetal y animal está mayormente compuesta de agua; el
cuerpo humano, por ejemplo, ¡es agua en más de sus dos terceras partes! La
mayoría de los procesos químicos importantes involucran la presencia de agua,
así como también los biólogos. No debe de asombrarnos que el apóstol Pedro
dijera: «... había cielos de antiguo tiempo, y una tierra consolidada de en
medio del agua, y por medio del agua, por la palabra de Dios» (2ª Epístola de
Pedro 3:5, Versión Moderna).
También es
obvio que hasta el 29% de la superficie terrestre que no está cubierta por las
aguas del océano, lo ha estado en el pasado, y que la mayor parte de las rocas
superficiales de la corteza terrestre fueron depositadas originalmente por agua
en movimiento. Las formaciones rocosas son clasificadas generalmente en ígneas,
metamórficas, o sedimentarias, habiéndose formado estas últimas, principalmente,
por la deposición de sedimentos transportados por el agua desde un área que
sufre su erosión. Es significativo que la mayor parte de las rocas de la
superficie son sedimentarias.
«En volumen, las
rocas sedimentarias forman un 10 % en relación a las rocas ígneas en la corteza
terrestre; pero cuando lo que examinamos son las rocas expuestas en la
superficie terrestre, las rocas sedimentarias cubren unas tres cuartas partes de
la misma.»
Además, muchas
de las rocas ígneas de la superficie terrestre cubren rocas sedimentarias, sobre
las que fluyeron en estado ígneo después de una erupción a través de fisuras
terrestres o chimeneas volcánicas. Similarmente, muchas de las rocas
metamórficas presentes en la superficie fueron sedimentarias anteriormente (por
ejemplo, el mármol, proveniente de la piedra calcárea por medio de procesos de
metamorfización).
Así, es
evidente que probablemente toda la superficie terrestre ha estado en alguna
ocasión, u ocasiones, completamente sumergida en agua, y que estas aguas han
sido muy efectivas en la misma formación de las propias rocas, así como de las
características de la fisiografía terrestre.
Desde luego,
esto no es sorprendente para quien acepta las Escrituras bíblicas. Según
la
Revelación, ha habido dos períodos en la historia de la tierra
en que ésta ha sido completamente sumergida bajo las aguas. La primera fue
inmediatamente después de la creación de los cielos y de la tierra, cuando se
dice de la tierra que estaba cubierta por agua (Gn. 1:2-3). La segunda fue
cuando la tierra quedó completamente cubierta por las arrasadoras aguas del gran
diluvio de Noé (Gn. 6:9). En ambos casos, es evidente que aquellas aguas
debieron haber efectuado mucho trabajo geológico en la corteza terrestre (tal
como se afirma en la 2ª Epístola de Pedro 3:5-6).
Pero los
geólogos modernos están en contra de aceptar una explicación tan sencilla para
la constitución de las rocas sedimentarias de la tierra, especialmente porque
involucra una catástrofe de extensión mundial por causas sobrenaturales. En
lugar de ello, y por más de cien años, se ha declarado más «científico» el
explicar las grandes masas de rocas sedimentarias, en algunos lugares con varios
kilómetros de grosor, en términos de procesos ordinarios de sedimentación que
están en operación en el mundo presente.
«La literatura
bíblica, y otras literaturas antiguas del Medio Oriente están dominadas por una
tradición de un Diluvio Universal. Una característica de este punto de vista es
una escala de tiempo extremadamente corta para la duración de nuestro planeta
—medida en miles de años, en lugar de en miles de millones. Un diluvio durante
tal período era suficiente para explicar todas las evidencias de los antiguos
mares que cubrieron las tierras actuales... Poco a poco, los pesos muertos de
la Edad
Media fueron cayendo al irse desarrollando la ciencia de
la Geología
... Hacia el final del siglo XIX solamente los fundamentalistas rehusaban
aceptar la evidencia abrumadora de que no una sola vez, sino muchas, los mares
habían cubierto lo que ahora es tierra seca.»
Sedimentación gradualista
contra catastrofista
Así, parecen
existir dos posibles tipos de explicaciones para el hecho de que, en esencia,
toda la superficie terrestre ha estado, en alguna ocasión u ocasiones en el
pasado, bajo el mar. Una es la diluvialista, la otra la actualista, o
gradualista.
En la primera,
un tremendo cataclismo de agua, precipitándose del espacio y surgiendo de las
profundidades de la tierra, produjo una hecatombe de un año de duración, de
erosión y deposición de sedimentos que explicaría, al menos, la mayor parte de
las formaciones sedimentarias en la corteza terrestre.
En la segunda,
los lentísimos procesos de erosión pluvial, denudación, erosión fluvial,
deposición en deltas, inmersión y emersión de tierras, y otros progresos
geomórficos similares, actuando a lo largo de muchos cientos de millones de
años, se han combinado para producir estas formaciones.
En ambos
casos, la cantidad de trabajo geológico efectuado es la misma, pero la potencia
requerida —el trabajo en relación al tiempo— es vastamente diferente. Es
cuestión de si grandes fuerzas actuaron durante un corto período de tiempo, o si
pequeñas fuerzas actuaron durante épocas inmensamente largas.
En cualquiera
de los dos casos, la inmensa mayor parte del trabajo geológico fue terminado
antes del principio de la historia humana registrada en documentos, y por tanto,
el asunto no está sujeto a un examen científico. Es completamente imposible
demostrar científicamente que el actualismo o el diluvialismo sean la
verdadera explicación.
Lo único, y lo
mejor, que se puede hacer es examinar los antiguos sedimentos, y compararlos con
los procesos modernos de sedimentación, para ver si estos últimos están
produciendo depósitos que sean comparables en carácter con aquellos de la
columna geológica, y también, en base de lo que conocemos de las leyes de la
hidráulica, tratar de estimar el posible tipo y extensión de sedimentación que
pudo haber ocurrido en una inundación universal, a fin de poder evaluar las
rocas sedimentarias en términos de esta posibilidad.
Es cierto que
en algunos casos la evidencia puede mostrarse de tal manera en la naturaleza
que, en muchos casos, la decisión sea subjetiva, condicionada por las
presuposiciones (aceptación del actualismo a priori, aceptación del
catastrofismo a priori, etc.,) pero creemos que, en algunos casos, la
evidencia habla muy elocuentemente y persuasivamente de una rápida catástrofe
que enterró a los representantes animales y vegetales del mundo antiguo. Estas
evidencias —algunas de ellas solamente, pues el espacio en este trabajo es
limitado— se presentan en la sección «La necesidad del diluvialismo», de este
trabajo. Naturalmente, como se desprende de lo anterior, el punto de vista que
aquí exponemos y defendemos es el del diluvialismo. Los depósitos fosilíferos se
pueden comprender muy adecuadamente en este contexto, pero no es lo mismo que
decir que el diluvialismo puede ser demostrado científicamente (lo que
significaría que se debería comprobar experimentalmente). Por la misma razón, se
debería reconocer claramente que tampoco se puede demostrar científicamente el
actualismo.
Nuestro
propósito aquí, pues, es simplemente mostrar que el catastrofismo acuoso provee
una explicación posible y razonable para las rocas sedimentarias, que el peso de
la evidencia lo favorece, que el actualismo está plagado de dificultades, y que
la afirmación actualista de que el diluvialismo es hijo de la ignorancia y de la
superstición es más fácil de hacer que de demostrar.
Sedimentación, Paleontología,
Evolución
La importancia
del estudio de los procesos de sedimentación, en cuanto a que están relacionados
con el registro geológico, consiste principalmente en su contribución a la
teoría de la evolución. El registro fósil, preservado en las rocas sedimentarias
de la corteza terrestre, es, por su misma naturaleza, la más importante de todas
las pretendidas pruebas de la evolución. Como Kerkut ha dicho:
«La evidencia más
importante para la teoría de la Evolución es la obtenida por medio
del estudio de la
Paleontología. A pesar de que el estudio de otras ramas de la
zoología, tales como la
Anatomía o Embriología, le pudieran guiar a uno a la sospecha
de que los animales están todos interrelacionados, fue el descubrimiento de
varios fósiles y su correcto emplazamiento en sus estratos correspondientes lo
que dio la base factual para la moderna visión de la evolución.»
Esto es, las
vastas extensiones y los grandes grosores de la Tierra, incluyendo como incluyen unas
tres cuartas partes de la superficie de la Tierra, han sido supuestamente
depositadas a lo largo de inmensidades de tiempo geológico, conteniendo cada
capa de turno los fósiles típicos del período de vida correspondiente a cuando
se efectuó aquella deposición. Las rocas más antiguas son las que contienen
solamente las formas primitivas de vida, y los fósiles van convirtiéndose en más
y más complejos y modernos en los depósitos recientes. Así, a pesar de que
cualquier otra evidencia de evolución sea por su misma naturaleza una evidencia
circunstancial, y se pueda explicar en términos de relación evolutiva, o en
términos de creación directa, se pretende que el registro fósil es la evidencia
documental de que hubo una evolución orgánica.
¡Pero al mismo
tiempo se datan los estratos rocosos por la antigüedad relativa de los fósiles
que contienen!
«Los paleontólogos
vertebrados se basaron en el “orden de la evolución” para establecer el criterio
con el que determinar la cronología relativa de las faunas. Antes del
establecimiento de los métodos físicos de datación, la progresión evolutiva fue
el mejor método para la datación de los estratos fosilíferos.»
De esta
manera, se supone de principio que las rocas que contienen fósiles simples son
antiguas, y que las que contienen sistemas complejos son más recientes. Los
sistemas físicos de datación mencionados en la anterior cita no se consideran
normativos en absoluto, ya que cualquier datación radiactiva que parezca
contradecir la edad geológica previamente determinada sería inmediatamente
descartada como errónea.
«La escala estándar
de tiempo está derivada directamente de la columna estándar, y no de ninguna
otra fuente, excepto para los detalles del Pleistoceno posterior. Los fósiles de
las unidades que forman la columna estándar, y de otras unidades en otras
columnas, son todavía nuestra principal guía en la correlación estratigráfica,
aunque aceptamos cordialmente la calibración estadística de la columna estándar
por medio de los métodos de datación radiométrica.
Vemos así que
hay un sistema muy sutil de razonamiento circular involucrado en la
interpretación estratigráfica de las rocas sedimentarias de la corteza
terrestre. La base para asignar a cada estrato una fecha relativa en relación a
todo el conjunto de la columna geológica es totalmente paleontológica, en base
de presuponer una progresión evolutiva a lo largo de épocas
geológicas.
Pero tenemos,
también, que la única evidencia presentable como verdadera de esta evolución
progresiva es el registro fósil. Y, de hecho, esto solamente es una parte de la
verdad. La datación se efectúa no mediante los conjuntos de fósiles como tales,
sino solamente por ciertos «fósiles de zona», que supuestamente son el criterio
seguro de las varias etapas específicas en la historia evolutiva.
«El mejor ejemplo
de cómo es la correlación paleontológica no estadística y cualitativa lo
tenemos en el hecho ya mencionado de que solamente una minoría de los fósiles de
la mayor parte de las faunas (¡y esto muchas veces resulta en la extrema minoría
de una sola especie fósil, o un solo género!) son fiables como índices de épocas
o fósiles-guía. La gran mayoría de los fósiles son, por otra parte, índices de
tiempo para su límite más antiguo (paracronológicos), o no tienen ningún valor
práctico biocronológico (índices ecostratigráficos). Cualquier espécimen
aislado, o cualquier fragmento conocido de los siguientes marcadores, ammonites,
belemnites, foraminíferos plantónicos, graptolitos, trilobites, etc., es,
consecuentemente, más significativo para la datación y correlación de las
unidades rocosas que todo el resto de las faunas fósiles tomadas en su
conjunto.»
Así pues, los
indicadores más fiables de la evolución y de los diferentes períodos geológicos
son, al parecer, un número restringido de organismos marinos simples. Estos se
suponen de extensión mundial, por lo cual se pueden utilizar para la correlación
mundial, y se les halla en series verticales bastante distinguibles, con las
formas más simples y menos especializadas en el fondo, y las formas más
complejas y más diferenciadas en los estratos superiores.
Y estos
indicadores marinos, desde luego, se hallan todos en rocas estratificadas, que
fueron depositadas como sedimentos por agua en movimiento y, con máxima
probabilidad, en un medio marino no muy profundo. Esto último lo confirman
Krumbein y Sloss de la siguiente manera:
«Tomado como un
todo, el medio sublitoral es quizás el más importante desde el punto de vista
del análisis estratigráfico. Twenhofel (en 1950) estimó que sobre un 80 % de los
sedimentos en la columna geológica fueron depositados en aguas de una
profundidad máxima de 200
metros.»
El doctor
Walter Lammerts, en una comunicación personal, llamó mi atención a un ejemplo
importante de un fósil específico de zona, y a cómo su distribución se podría
interpretar mejor en términos de selección hidrodinámica durante la deposición,
en lugar de explicarla mediante la presencia de cada grupo aisladamente en el
transcurso de diferentes épocas geológicas. Dice:
«Los fusulínidos,
del grupo de los foraminíferos, están considerados como un fósil de zona
excelente, indicador del Pensilvánico medio (Pensilvánico = Carbonífero tardío)
a diferencia de los schwagerínidos, tales como los géneros Schwagerina, y
Parafusulinidae, que son indicativos del Pérmico. Pero estos géneros
mencionados son bastante diferentes tanto en estructura de la concha como en
tamaño. Si consideramos esto, ¡solo por esta razón ya es de esperar que quedasen
segregados en diferentes estratos! Además, bien hubieran podido ocupar
diferentes nichos ecológicos, y así haber sido enterrados en diferentes
lugares.
»Muchos de los
Foraminíferos son arenáceos y, por lo tanto, no se hallarían, por lo general,
mezclados con formas calcáreas. Aunque desafortunadamente los fusulínidos y
schwagerínidos parecen extintos, sería muy interesante si se hubieran podido
hacer pruebas comparativas de la velocidad con que estos diferentes géneros se
hunden en el agua. Es altamente probable, por no decir seguro, que mostrarían
diferentes velocidades de deposición, lo cual es la razón obvia de que ahora se
encuentren en estratos distintos.»
Lo razonable
de esta sugerencia queda ilustrado por el hecho de que la sedimentación es, hoy
en día, utilizada como un método muy efectivo para la separación de diferentes
tipos de foraminíferos. Joseph Cushman, probablemente la mayor autoridad en
Foraminíferos, escribe así:
«Otro método por el
que se puede hacer una selección tosca es por medio de la sedimentación. Si se
agita el material en un vaso alto, los especímenes más ligeros estarán en
suspensión durante un tiempo, el suficiente para poderlos extraer, dejando a los
más pesados en el fondo. Etapas sucesivas separarán la mayoría de las piezas
calcáreas de entre los foraminíferos más pesados, arenáceos.
La efectividad
y significación de la selección hidrodinámica, como mecanismo que pudiera
producir conjuntos particulares que pudieran superficialmente parecer índices
cronológicos, o fósiles de zona, se discutirá en una próxima sección. Aquí
simplemente señalamos el hecho de que estos pocos organismos, que han servido
como fósiles de zona a causa de su distribución segregada, están así
distribuidos debido a una acción hidráulica, en lugar de tener una significación
evolutiva o cronológica.
Como sumario,
las bases reales que presenta la teoría de la evolución parecen consistir
mayormente en la serie de fósiles de zona marinos hallados en la columna
geológica. Estos se hallan en sedimentos estratificados y endurecidos,
depositados a poca profundidad en mares epicontinentales poco profundos, con una
datación supuesta de unos cientos de millones de años de tiempo geológico, y
después elevados en tiempos más recientes para formar, en muchos casos, nuestras
presentes regiones montañosas. Los procesos de sedimentación por los cuales se
formaron estos grandes depósitos fósiles tienen, por lo tanto, una gran
importancia y significación.
Incapacidad del
actualismo
Durante
alrededor de unos cien años el dogma de la uniformidad ha sido el orgullo y la
columna vertebral de la interpretación geológica. Los procesos geológicos
actualmente en operación —especialmente los de sedimentación, que son
obviamente los más importantes de todos los procesos geológicos, al haber
producido las rocas cuyos fósiles forman la base del análisis geológico— se
suponen capaces de explicar todos los sedimentos en la columna geológica. En la
familiar frase de James Hutton: «El presente es la clave del pasado».
No obstante,
el principio del actualismo, o de la uniformidad, demuestra ser completamente
inadecuado justo al llegar a este punto crucial de interpretación geológica. Los
modernos procesos de sedimentación son en general bien incapaces de explicar las
rocas sedimentarias de la columna geológica. Esto es cierto, sea que se piense
que el método de deposición sea geosinclinal, deltaico, lacustre, o alguno más
que se pueda mencionar.
De hecho, los
modernos geólogos están reconociendo más y más que el uniformismo ha fracasado.
Desde luego, se mantiene como arma frente a cualquier forma de catastrofismo o
creacionismo bíblico, pero se reconoce abiertamente que no es adecuado en
absoluto cuando se trata de correlacionar las formaciones geológicas con los
procesos modernos y sus ritmos de actividad. En un reciente artículo, por
ejemplo, un geólogo de California ha afirmado:
«La doctrina de la
uniformidad (o del actualismo) ha sido fuertemente atacada en los últimos
tiempos. Una buena cantidad de escritores, no obstante examinar el asunto desde
diferentes ángulos, han coincidido en que esta doctrina está compuesta en parte
de componentes intrascendentes, absurdos, y en parte de componentes erróneos, y
algunos han sugerido que se descartara como presuposición formal y normativa de
la ciencia geológica.»
Similarmente,
David Kitts, de la
Universidad de Oklahoma, ha tomado cuenta de este
problema:
«Existe un acuerdo
general entre los geólogos en que algún principio de uniformidad es ingrediente
fundamental de toda deducción geológica ... A pesar de este acuerdo general
sobre la importancia de este principio, los geólogos mantienen diversos puntos
de vista en cuanto a su significado. Tan divergentes son estos puntos de vista,
de hecho, que uno se siente obligado a concluir en que no ha habido ninguna
solución, o ha habido muy pocas, a los problemas que provocaron las famosas
controversias entre los «uniformistas» y los «catastrofistas» en el siglo XIX. A
pesar de que los problemas no han sido resueltos, la controversia ha
finalizado.»
Con esta
declaración se admite que, a pesar de que el uniformismo ha demostrado no ser
adecuado para dar cuenta de la constitución de los estratos terrestres, y que el
catastrofismo no ha sido demostrado falso, no obstante, «la controversia ha
finalizado». Naturalmente, esto es a causa de que las fuerzas del naturalismo y
del evolucionismo han conseguido un dominio tan universal en el campo académico,
y a que cualquier forma de catastrofismo sobrenatural es excluido
sistemáticamente de cualquier discusión. Como dice Valentine:
«Se puede utilizar
frecuentemente la doctrina del Uniformismo a fin de ilustrar el punto de vista
anticatastrofista de la historia, y a fin de iluminar el método práctico de
trabajo al consultar a la naturaleza para obtener indicios de su historia.»
O, como lo ha
expresado George Gaylord Simpson:
«Es una condición
necesaria, y parte de la definición de que solo se deben buscar explicaciones
naturales a los fenómenos materiales para que puedan ser consideradas como
científicamente sostenibles. Es interesante y significativo que la aceptación
general de este principio (o limitación, si se quiere expresarse así) llegó más
tarde en las ciencias históricas que en las no históricas. En la geología
histórica fue el resultado de la controversia uniformista-catastrofista. En
biología histórica fue aún más tardíamente el resultado de la controversia
darwiniana, y a duras penas quedó resuelta hasta nuestros propios días (y
todavía no está resuelta entre los no-científicos).»
Quisiéramos
señalar al lector, de pasada, cómo el profesor Simpson se cura en salud con la
gratuita afirmación de que todos los que puedan disentir de su punto de vista
naturalista son «no-científicos», lo que entra en la categoría de afirmaciones
ligeras que son muy fáciles de soltar, pero muy difíciles de probar,
especialmente dado el caso de que ni el diluvialismo (catastrofismo) ni el
actualismo (uniformismo) pueden demostrarse falsos «científicamente».
Naturalmente, cada uno puede inventarse su propia definición de ciencia, y
montarlo todo de manera que automáticamente quede excluida de la bendición
científica cualquier forma de explicación teleológica, y esto es lo que Simpson y
otros han hecho. Pero lo que permanece cierto es que el uniformismo ha
demostrado ser estéril por lo que a la historia de la geología
concierne:
«Es una pena que el
uniformismo, una doctrina que tiene un lugar tan importante en la historia de la
geología, continúe estando mal descrita en los textos y cursos contemporáneos
por la frase “el presente es la clave del pasado”, que es una máxima que no
tiene mucho crédito.»
El
creacionista bíblico, por su parte, no tiene ninguna objeción a hacer contra el
concepto de uniformidad de las leyes naturales, tal como
prevalecen en el presente cosmos. El desacuerdo completo surge con la
presuposición de que los procesos presentes (que operan dentro del marco
de las leyes naturales) deban siempre operar en las mismas magnitudes que en el
presente. Esta última suposición es tan atrevida como para llegar a afirmar ¡que
las mismas leyes se produjeron a sí mismas, por medio de sí mismas, a lo largo
de la pretendida evolución del universo!
La
distribución básica entre las leyes de la naturaleza y los procesos que operan
dentro del marco de estas leyes ha sido considerada en el artículo «Science
versus Scientism in Historial Geology» (La Ciencia contra el Cientificismo en la
Geología Histórica). En general, y
resumiendo, se puede concluir en que la propia existencia de la ley natural
presupone un Creador por medio del cual estas leyes vinieron a existencia. Ya
que esto es así, la permanencia e inviolabilidad de tales leyes depende de la
voluntad del Creador, y nuestro conocimiento de estas características es
dependiente de Su revelación a nosotros con respecto a ellas.
Aun dentro del
concepto de la semipermanencia de la ley natural y de los conceptos cósmicos
básicos que han sido establecidos y revelados por Dios (Gen. 8: 22), es cierto,
no obstante, que las magnitudes del proceso pueden cambiar, y que, de
hecho, varían tremendamente. Cada proceso, y las magnitudes en que el proceso
opera, dependen de varios parámetros diferentes, y un cambio en las condiciones
de uno de ellos puede cambiar materialmente la cantidad de magnitud del
proceso.
Por ejemplo (y
éste es evidentemente un ejemplo muy pertinente a nuestras actuales
consideraciones), la erosión de sedimentos, su transporte, y su deposición, es
un proceso que puede tener lugar muy lentamente o muy rápidamente. Es muy grande
el número de variables que influyen en la determinación de las velocidades de
sedimentación. Una lista incompleta incluiría:
a) Factores
hidráulicos, tales como la inclinación del canal, su tamaño y forma;
cantidad de agua suministrable, rugosidad del lecho del canal y de sus lados;
variabilidad del flujo del agua; temperatura del agua;
b) factores
topográficos, tales como forma y tamaño de la cuenca fluvial, inclinación y
aspecto del terreno, naturaleza del suelo y de su cubierta vegetal, sistema de
afluentes, y condiciones del agua estancada;
c) factores
meteorológicos, como frecuencia e intensidad de las lluvias tormentosas,
dirección de los movimientos de las masas de aire, duración de las
lluvias;
d) factores
sedimentarios, tales como el tamaño, la forma, variabilidad, densidad y
composición química del sedimento transportado.
Se podrían
añadir otras influencias, pero esta lista ya indica cuán fútil sería tratar de
establecer ningún tipo de promedio de actividades de sedimentación, y después
¡extropolar este «promedio» a cientos de millones de años de antigüedad, al
pasado, para tratar de explicar las inmensas formaciones sedimentarias de la
corteza terrestre! No existe ninguna razón a priori por la cual una
formación rápida (o catastrófica) de estas capas estratigráficas no pueda
constituir una explicación tan adecuada como podría serlo una deposición muy
lenta a lo largo de millones de años —lo que por otra parte no milita en contra
de la presuposición de uniformidad de la ley natural, que queda
incólume.
Mecanismos de
sedimentación
En principio
sería posible examinar por inducción el carácter de un depósito sedimentario
determinado, y a partir de este examen determinar 1) la naturaleza del área de
origen desde la cual fue erosionado el sedimento al principio; 2) la magnitud y
el carácter del flujo de agua que lo había transportado, y 3) el carácter y la
extensión de la cuenca receptora en la cual fue depositado. En realidad, debido
al inmenso número de variables involucradas que han podido contribuir a este
fenómeno, es generalmente imposible hacer ninguna de estas extrapolaciones con
algún grado de certeza.
Generalmente
se considera la sedimentación bajo sus tres etapas de erosión, transporte y
deposición. Ya que la primera y la última implican necesariamente unas
condiciones no uniformes (sea degradación o agregación), es útil considerar la
fase del transporte, en un principio, como un estado de equilibrio o de
cuasi-equilibrio. En otras palabras, se supone que el sedimento transportado por
el fluido es constante con respecto al tiempo y a la distancia, quedando
compensada cualquier erosión localizada por una deposición localizada. Las
condiciones de desequilibrio, por tanto, quedan caracterizadas por una erosión
neta, o por una deposición neta, de sedimentos.
Son muy
numerosos los estudios que se han realizado en instalaciones de laboratorio, y
en menor número en ríos, de velocidades de transporte de sedimentos. De ellos se
han derivado numerosas fórmulas empíricas, y algunas se han empleado con buen
éxito en problemas de ingeniería. Una fórmula típica de este grupo es la
siguiente, atribuida a M. L. Albertson y R. L. Grade, de la Colorado State
University (Universidad Estatal de Colorado):

En esta
fórmula, Gs representa el número total de libras de sedimento
transportado por segundo en cualquier punto del canal, W es el ancho del
canal, V es la velocidad del fluido en pies por segundo, y n es un
«coeficiente de rugosidad» del canal, que da la medida de la resistencia
hidráulica al flujo, D es la profundidad del flujo, y d es el
diámetro de las partículas sedimentarias, también en pies; k mide el
efecto de la temperatura, expresando la «viscosidad cinemática» del agua
(función de la temperatura). Valores típicos de k y de n podrían
ser, respectivamente, de 10–5 pies cuadrados por segundo, y de 3,5 X 10–2 (el
coeficiente n es adimensional), aunque pueden variar en un margen
amplia.
La fórmula
anterior se puede aplicar solamente a un canal constante, con un flujo a
velocidad constante, y para sedimentos compuestos predominantemente de granos de
arena de un solo tamaño. Aun con todas estas limitaciones, solo es capaz de dar
respuestas aproximadas. Hay muchas fórmulas que intentan distinguir entre la
carga de sedimento en suspensión, la carga saltante (rodante y de comportamiento
irregular), y la carga del lecho. También, dependiendo de la velocidad y de
otros factores, la forma del lecho en dunas puede cambiar materialmente,
cambiando así la rugosidad hidráulica, y por lo tanto modificando el
flujo.
Además, el
problema se complica si cualquiera de los otros factores se transforma en
variable. Si hay cambios en la sección transversal del canal, en la velocidad o
en la rugosidad, o si el sedimento es de varios tamaños, entonces el cálculo del
transporte de los sedimentos de una manera cuantitativamente exacta se
transforma en poco menos que imposible, aunque sí se puede determinar si habrá
arrastre o deposición.
Y los cálculos
aún se vuelven más complejos si las condiciones existentes son de no-equilibrio
—esto es, si el material va siendo erosionado o depositado, en lugar de
simplemente transportado. Así, queda bien claro que todavía no se ha conseguido
ninguna verdadera comprensión de los procesos y actividades de la deposición de
sedimentos, ni siquiera en los medios de nuestro tiempo presente. Por
consiguiente, la idea de que las rocas sedimentarias de la corteza terrestre
pueden ser explicadas en términos de procesos presentes de sedimentación en
aplicación de principios uniformitarios no es nada más que una especulación sin
base.
La necesidad del
catastrofismo
Ya que no
tenemos ninguna base científica para la evaluación cuantitativa de los antiguos
procesos de sedimentación, es evidente que la cuestión del diluvialismo frente a
actualismo en la interpretación de la sedimentación es todavía una cuestión
abierta, a pesar de las infundadas afirmaciones en contra (véase referencia nº
13). Si después de ello empezamos a hallar evidencias de que muchas de nuestras
formaciones geológicas presentes no hubieran podido ser formadas en absoluto por
actividades actuales, lentas, de deposición, la evidencia racional que favorece
al catastrofismo queda muy fortalecida.
De hecho, aun
los propios fenómenos modernos de sedimentación pueden ser atribuidos a breves e
intensos períodos de sedimentación, en lugar de a períodos normales, lentos y
uniformes. Más de la mitad de los sedimentos transportados y depositados por los
ríos modernos lo son durante períodos de inundaciones en los cuales el río
inunda las tierras ribereñas.
Hay un buen
número de fenómenos dignos de atención que caracterizan a las rocas
sedimentarias de la corteza terrestre, y que parecen ser clara evidencia de
deposición catastrófica, y que así muestran la falsedad de la suposición
actualista. Entre éstos están incluidos los siguientes:
1.
Sepulturas masivas de fósiles. Es muy bien sabido que cuando un organismo
viviente muere, especialmente si es uno de los animales mayores, sus restos
desaparecen rápidamente, a causa de la eficiencia de los basureros y de los
procesos de putrefacción que inmediatamente tienen lugar. A pesar de ello,
hallamos que en las rocas sedimentarias de la tierra existen grandes números de
plantas y animales enterrados, a menudo en grandes «cementerios» fósiles, donde
miles, y hasta millones de organismos se hallan aplastados juntos y enterrados
por los sedimentos. Aun después de siglos de haber estado recogiendo grandes
cantidades de fósiles por todo el mundo, se siguen hallando nuevas
«sepulturas».
2. Fósiles
poliestráticos. La estratificación (o secuencia de capas) es una
característica de las rocas sedimentarias. Un estrato de sedimentos se forma por
deposición bajo condiciones hidráulicas esencialmente continuas y uniformes.
Cuando la deposición se detiene por un tiempo antes de que empiece otra
deposición, se podrá distinguir el nuevo estrato del antiguo por medio de una
línea (en realidad es un plano) de estratificación. También se obtienen
diferentes estratos cuando hay un cambio en la velocidad del flujo o de otras
características hidráulicas. Las masas sedimentarias tal y como se hallan
actualmente están compuestas de muchos estratos, y es en este tipo de estratos
donde se hallan la mayoría de fósiles.
No es
infrecuente hallar fósiles grandes de animales y plantas
—especialmente troncos de árboles que se extienden a través de varios estratos a
menudo de 7
metros o más de grosor. Un joven geólogo holandés, N. A.
Rupke, ha sugerido que se les llame «polystrate fossils» (fósiles
poliestráticos), y ha documentado numerosos ejemplos de
este tipo muy dignos de consideración.
Está fuera de
toda duda que este tipo de fósil debe haber sido enterrado rápidamente o no
hubiera sido preservado intacto mientras los estratos fueran acumulándose
gradualmente a su alrededor. Y ya que los estratos que han sepultado estos
fósiles poliestráticos no son diferentes en apariencia o en composición a los
otros estratos, es probable que tampoco hubiera ninguna diferencia en la rapidez
de su deposición.
3. Marcas
efímeras. Otra evidencia de deposición muy rápida es la preservación de lo
que Rupke denomina «marcas
efímeras». Estas constituyen un tipo especial de fósil originalmente formado
cono marca transitoria en la superficie de un estrato de sedimentos depositado
hacía poco tiempo (y por tanto en estado plástico, blando). Estas incluyen
fenómenos como: a) marcas de ondas de agua; b) señales de gotas de lluvia; c)
rastros de gusanos, y d) huellas de pájaros y de reptiles.
Es cosa de
simple observación que unas estructuras tan frágiles, una vez que han sido
formadas, quedan borradas con mucha facilidad por corrientes de aire o por
subsiguiente erosión y sedimentación. La única forma por medio de la cual
podrían ser preservadas sería por medio de un enterramiento muy rápido (sin
erosión subsiguiente), seguido de una litificación anormalmente
rápida.
Sería muy
difícil, por no decir imposible, mostrar un ejemplo de tales fósiles en proceso
de formación en el presente. Se ha sugerido alguna explicación, como, por
ejemplo, un enterramiento rápido por medio de corrientes de turbidez. Por
ejemplo, Adolf Seilacher, del Geologisches Institut de la Universidad de Frankfurt, lo
presenta así:
«Las huellas de los
rastros de psamitas del Flysch aparecen solamente en capas delgadas en un
grosor particular de cada especie. Esto demuestra una deposición instantánea de
las capas individuales, tal como postula la teoría de corrientes de turbidez. La
mayoría de los rastros son excavaciones en el fango lavadas y moldeadas por
medio de las corrientes túrbidas. Así, una erosión de tipo desacostumbrado debe
haber precedido toda sedimentación túrbida.»
Pero el hecho
digno de atención es que las «marcas efímeras» de este tipo se hallan en gran
abundancia en las antiguas rocas sedimentarias de prácticamente cualquier «edad»
geológica, incluyendo las más antiguas. Más aún, aparecen con la misma claridad
y frescura cuando se desentierran hoy en día, no importe cuál sea la edad
geológica particular que se les suponga, ya sea la Proterozoica, o la Terciaria, o cualquiera
de las que se hallan en medio de ellas. Parece ser cierto que solamente alguna
clase de sedimentación abrumadoramente catastrófica puede en verdad explicar
estas huellas y su preservación.
4.
Preservación de las partes blandas. Se conocen muchos casos en los cuales
los restos fósiles no consisten en petrificaciones o moldes, o algo por el
estilo, sino en los que los verdaderos tejidos blandos del organismo se han
preservado. Esto es cierto hasta en los estratos más «antiguos», y a menudo
estos fósiles se encuentran agrupados juntos en grandes números. Estos depósitos hablan
no solamente de un enterramiento muy rápido por sedimentación, sino que también
dan evidencia de que han permanecido inalterables a la erosión, descomposición,
etc., ¿durante unos cientos de millones de años que, a la luz de estos hechos,
se ven como inaceptables?
5. El
fenómeno de la estratificación. No son solamente los fósiles contenidos en
los estratos sedimentarios los que demuestran la necesidad de la deposición
catastrófica diluvial, sino que los mismos estratos lo indican. Ya se ha visto
anteriormente que la mayor parte de la superficie terrestre está cubierta por
sedimentes o por rocas sedimentarias, depositadas originalmente en condiciones
de agua en flujo. Esto en sí es evidencia directa de que, en el pasado,
la tierra estuvo cubierta por aguas impetuosas. Aun más, como ya se ha
mencionado anteriormente, incluso bajo condiciones actuales la mayor parte de
los depósitos sedimentarios son el resultado de períodos breves e intensos de
inundaciones arrasadoras en lugar de ser debidos a una erosión lenta y
uniforme.
La evidencia
de laboratorio indica que un depósito sedimentario se puede formar bastante
rápidamente, como está documentado en los trabajos de Alan Jopling de Harvard,
quien hizo una larga serie de estudios relacionados con la sedimentación
deltaica en una instalación de laboratorio, y después aplicó los resultados al
análisis de un pequeño depósito deltaico, formado supuestamente hace unos 13.000
años. Su conclusión fue la siguiente:
«Se puede concluir,
por tanto, que el tiempo necesario para la formación de todo el depósito del
delta fue como máximo de algunos días.
... Basado en
las velocidades computadas del avance del delta y del grosor de las láminas
individuales, el tiempo medio para la deposición de una lámina debe haber sido
de varios minutos.»
El hecho de
que muchas formaciones sedimentarias en la columna estratigráfica consista de
gravas o conglomerados, o hasta de rocas, es otro testimonio de una actividad
hidráulica de alta intensidad, como también lo es el frecuente fenómeno de la
«estratificación cruzada», indicando corrientes con dirección rápidamente
cambiante.
6. Valles
aluviales. Prácticamente todos los ríos modernos fluyen por valles que
transportaron en tiempos pasados mucha más agua de la que transportan hoy en
día. Esto es indicado no solamente por la presencia universal de antiguas
terrazas ribereñas elevadas sobre las laderas de los valles, sino mucho más
significativamente por las vastas cantidades de arenas y gravas descansando más
arriba de los actuales planos de inundación, que ahora llenan lo que
antiguamente eran los lechos originales.
«Las exploraciones
subsuperficiales en valles serpeantes en la Driftless Area de Wisconsin
(área llana de Wisconsin), efectuadas por medio de sismógrafos de refracción,
revelan grandes canales rellenados de forma similar a los previamente
determinados en ríos ingleses, en los que se utilizó la técnica del sondeo. Los
canales son asimétricos y llegan a su mayor profundidad en los meandros que
forma el valle. En su sección transversal a su probable nivel máximo son unas 25
veces mayores que los presentes cauces.»
Esta clase de
fenómenos es prácticamente universal. El valle del Mississippi, por ejemplo, se
compone de depósitos aluviales ¡que se extienden a profundidades de
200 m!
Todo esto indica que los ríos, en toda la extensión del mundo, y en tiempos muy
recientes (probablemente durante y después de los levantamientos continentales
que tuvieron lugar al finalizar el año del Gran Diluvio) transportaron tremendas
cantidades de agua y sedimentos.
7. Meandros
tallados. Otra característica universal de las corrientes aluviales es el
fenómeno de la formación de los meandros. Se han efectuado muchos estudios
analíticos y experimentales a fin de poder determinar las causas y los
mecanismos de la formación de los meandros, pero solamente se ha conseguido un
éxito parcial. Es cosa generalmente aceptada, de todas maneras, que la formación
de un curso fluvial en meandros requiere unos gradientes de flujo suaves, y que
los cauces eran fácilmente erosionables. Si el declive del terreno es muy
pronunciado y los lados son resistentes, la erosión tendrá lugar principalmente
en el lecho del cauce y la acción del corte será esencialmente vertical,
formando un cañón.
Por tanto, son
muy dignos de atención los tortuosos diseños que se hallan frecuentemente
esculpidos en profundas gargantas de mesetas elevadas y de áreas montañosas.
Parecen desafiar cualquier explicación en términos de las actuales
características hidráulicas de los ríos, y los geólogos parecen olvidarse de los
principios de la hidráulica cuando sugieren soluciones actualistas (como, por
ejemplo, ¡meandros superpuestos!).
Estos
fenómenos nos indican un evidente origen catastrófico. Si aceptamos que grandes
regiones de formaciones sedimentarias horizontales, aún relativamente blandas y
erosionables cuando empezaron su elevación después del Diluvio, fueron hendidas
por grandes fisuras durante el proceso de elevación, tendremos con esto un
modelo realista de condiciones adecuadas para la formación de estas estructuras.
Las fisuras iniciales habrían sido rápidamente ensanchadas, hasta dar lugar a
nuestras actuales gargantas serpenteantes, conforme se drenaban rápidamente
grandes volúmenes de agua de los terrenos en elevación.
Evidencias de una sola época
deposicional
Nuestra
presentación no es, desde luego, una presentación completa, sino tan solo una
lista representativa de evidencias de catastrofismo acuoso. Tampoco tenemos
espacio en este artículo para considerar los varios tipos de formaciones que
superficialmente puedan parecer demandar actividades de actuación muy lentas. Si
se desea profundizar en estas consideraciones, se pueden consultar otros
trabajos publicados, y el segundo artículo de
esta monografía.
Se puede decir
que, en general, el Diluvialismo provee un marco muy adecuado de interpretación
para la mayor parte de, y probablemente todas, las características de la columna
geológica. El Uniformismo (o Actualismo), por otra parte, aunque es
satisfactorio como marco de interpretación para una parte de los datos que
poseemos, es completamente inadecuado para dar cuenta de la mayoría de
ellos.
Pero todavía
queda otra cuestión. Aun si se admite la validez del concepto de catastrofismo
acuoso a fin de poder dar cuenta de muchos fenómenos geológicos, como ya muchos
geólogos están haciendo hoy en día, todavía se presenta una resistencia casi
universal a la idea de una sola época cataclísmica tal y como está presentada en
la Biblia.
Los geólogos históricos continúan prefiriendo un marco
uniformitario y grandes épocas, a pesar de que estén
dispuestos a reconocer cualquier número de inundaciones cataclísmicas de gran
extensión e intensidad, y otras catástrofes locales, dentro de este
marco.
Así que la
cuestión pasa a ser si las numerosas evidencias de sedimentación cataclísmica,
incluyendo las discutidas en las páginas anteriores, fueron causadas por un gran
cataclismo solamente, o por un gran número de catástrofes menores.
Si no fuera
por las implicaciones religiosas que existen, si fuera tan solo asunto de buscar
una explicación lógica a la evidencia de los datos que poseemos, la aplicación
de la «Navaja de Ockham» (el principio que establece la necesidad de no
multiplicar innecesariamente las hipótesis) nos guiaría inmediatamente a
decidirnos a favor de un solo gran cataclismo.
La insistencia
en que han habido un gran número de catástrofes violentas (en todas las partes
del mundo a través de todas las inmensas épocas geológicas), afirmando que son
suficientes para explicar las muchas evidencias de catastrofismo, y más,
sabiendo a) que muchas de éstas catástrofes deben haber sido mucho más grandes
de lo que jamás se haya podido observar en nuestro mundo actual y b) que el
uniformismo (o actualismo) es completamente inadecuado para incorporarlas dentro
de ningún tipo de marco cuantitativo, muestra que existe un fuerte prejuicio
religioso en contra del registro
bíblico del gran Diluvio y una posición apriorística en favor de la
interpretación evolucionista de la historia.
Las varias
evidencias que hemos mencionado anteriormente de catastrofismo —los inmensos
cementerios fósiles, los fósiles poliestráticos, las marcas efímeras, y otras—
se hallan más o menos indiscriminadamente en estratos de toda la columna
geológica. No existen evidencias de cambios progresivos en las características
del catastrofismo a través de las supuestas eras geológicas, los cuales deberían
ser evidentes en respuesta a los consecuentes cambios climatológicos y de
regímenes geofísicos que postula la teoría de la evolución de la tierra. Los
depósitos sedimentarios de la Era Proterozoica manifiestan
en esencia las mismas características físicas que los del Terciario, y que
cualesquiera otros, siendo el conjunto de los fósiles la única diferencia
significativa que contienen, especialmente los fósiles de zona.
Y, desde
luego, los conjuntos fósiles mismos quedan mucho mejor explicados en términos de
cataclismo acuoso que no por medio del uniformismo (o actualismo) evolucionista.
Se les supone como evidencia de complejidad progresiva y, por lo tanto, de
evolución orgánica, pero esta interpretación es desmentida por el hecho de las
grandes discontinuidades que existen entre todas las
principales categorías taxonómicas, discontinuidades que son básicamente las
mismas que las que observamos entre los mismos grupos de plantas y animales en
el mundo moderno.
El hecho de
que, en general, los fósiles se encuentran segregados en grupos de tamaños y
formas similares es exactamente lo que se debe esperar en base de procesos
diluviales, ya que el agua turbulenta es un agente de «clasificación» muy
efectivo. En sus estudios en las instalaciones de Harvard, como ejemplo, Jopling
encontró que, a pesar de que los flujos eran constantes y uniformes, y que los
sedimentos transportados habían sido completamente mezclados al empezar el
ensayo, el flujo los separaba.
«La segregación
ocurre invariablemente aun cuando prevalezcan condiciones uniformes en el
proceso del transporte del sedimento, y aunque los diferentes tamaños del
sedimento hayan sido mezclados a conciencia al principio. Esta separación ocurre
en cualquier lecho de cualquier cauce, sea llano, ondulado, o con
irregularidades mayores, y es evidente tanto en dirección transversal como en la
longitudinal.»
Esta acción
selectora es producida en principio debido a que las fuerzas hidrodinámicas que
actúan sobre un objeto sumergido en el seno de un fluido (fuerzas de arrastre y
de flotación, etc.), están relacionadas con el tamaño y la forma del objeto. Lo
mismo se aplica a objetos que caen verticalmente a través del agua, por lo que
los objetos que son más similares en forma (esto es, los más «primitivos»)
tenderían a depositarse, en un flujo que perdiera velocidad, con más rapidez que
los de geometría más compleja, y de esta manera quedar sepultados más
profundamente que ellos. Esta tendencia quedaría reforzada por el hecho de que
estos organismos más sencillos (conchas, por ejemplo), tienen normalmente una
densidad mayor que los organismos más complejos.
Por tanto,
sería razonable esperar que la actividad hidráulica del Diluvio universal
hubiera tendido a depositar juntamente los organismos de tamaño y forma
similares, y que el orden de la deposición fuera el de una complejidad creciente
desde el fondo hacia las capas superiores. Además, esto también guarda un
paralelismo directo con el hábitat de los organismos. A igualdad de otras
condiciones, ya que los organismos más sencillos habitan a menores elevaciones,
sería de esperar que hubieran sido sepultados en las menores elevaciones. Y aun
más, la movilidad de los animales está bastante relacionada con su complejidad,
por lo que los animales más complejos hubieran, en general, escapado a la
inundación por un período de tiempo más largo.
Todos estos
factores hubieran contribuido a la preservación de los fósiles en los sedimentos
Diluvianos exactamente en el orden en que se encuentran, mientras que la
interpretación evolucionista acostumbrada es evidentemente
inadecuada.
Estos tres
factores —el hidráulico, el ecológico y el fisiológico—, actuarían de una manera
solamente estadística, no absoluta, por lo que las numerosas observaciones de
estratos que están invertidos de su orden usual no han de sorprendernos. En
cambio, son un tropiezo para el evolucionista, ya que los fósiles que ocupan un
orden estratigráfico fuera de lugar, indicarían una reversión en la evolución,
y, por tanto, arruinarían por completo el sistema de cronología de las «eras»
geológicas.
Pero es algo
ya establecido en el pensamiento evolucionista que no se puede permitir que
ningún hecho ponga en cuestión la presuposición básica de la evolución.
Consecuentemente, se emplea una mayor multiplicación de hipótesis aún, invocando
la posibilidad de grandes movimientos de tierra a fin de poder explicar la
manera en que los estratos fosilíferos puedan haber sido colocados en el orden
«inverso». Se ha ofrecido en numerosas ocasiones la explicación de vastas fallas
horizontales de empuje («thrust faults»), por las cuales vastas cantidades de
sedimentos estratificados puedan haber sido elevadas y después trasladadas sobre
las regiones adyacentes, a fin de poder —por medio de mecanismos aparentemente
plausibles— explicar las muchas áreas en las que hay formaciones «antiguas» que
reposan sobre formaciones «modernas». Pero si bien es cierto que hay
algún caso en que esta explicación (o la de falla inversa) tiene aplicación
debido a evidencias de fragmentación y trituración del material en la línea de
contacto, también es cierto que, en los casos más significativos, no hay ninguna
evidencia de esta acción de abrasión mecánica debido a un sobrecorrimiento de
estratos, sino que, según todas las observaciones hechas, el estrato superior
reposa con una concordancia total sobre el inferior.
Es interesante
el hecho de que entonces se haya propuesto una explicación a este hecho, basada
en otro principio hidráulico, ya que es bien sabido (y ya lo hemos mencionado)
que el deslizamiento mecánico ordinario, aún si los planos de deslizamiento
estuviesen lubricados, sería imposible a una escala tan grande sin destruir por
completo la integridad estructural de las formaciones en movimiento. La
explicación aceptada en la actualidad es de que el bloque inversor fue «flotado»
a su lugar por medio de presiones anormalmente elevadas de un fluido atrapado en
el plano de empuje.
Estas
presiones, para que sean efectivas, deberían ser mucho más elevadas que las del
agua en condiciones normales, y fueron causadas, supuestamente, por la
compresión del agua atrapada en los intersticios sedimentarios cuando los
sedimentos fueron formados originalmente. Esto es, mientras los sedimentos
originales iban siendo gradualmente comprimidos y litificados, el agua atrapada
en los sedimentos, propia a ellos, quedó en alguna manera sellada e impedida de
escapar, y fue, a la larga, comprimida de tal manera, como para desarrollar
presiones elásticas capaces de levantar y «flotar» la gran masa de roca que
descansaba sobre ella.
Esta es desde
luego una hipótesis digna de consideración. El «precinto» alrededor de los
bloques de empuje (frecuentemente de cientos y miles de kilómetros cuadrados de
extensión) tuvo que haber sido bastante elástico, permitiendo grandes
movimientos verticales y horizontales del bloque sin permitir ningún escape del
agua comprimida durante todo el proceso. En un análisis convincente de esta
hipótesis, Platt ha afirmado:
«Evidentemente, un
factor muy importante es la calidad del sello (precinto) que se forma en la
arcilla, o en la pizarra. No importa lo pequeña que sea la permeabilidad en la
capa relativamente impermeable que sella en efecto el agua, proveniente de la
sedimentación, bajo la capa rocosa, alguna filtración tiene lugar ... De aquí,
si el fluido debe estar disponible para sostener y «flotar» la masa rocosa, el
movimiento de empuje debe ser rápido (geológicamente hablando) después de la
deposición del último estrato de sedimentos. Si existe el suficiente retardo, el
sello de pizarra se transforma en perfecto, pero ... no
queda ya ningún líquido para precintar.»
Esta necesidad
presentada por Platt, de que el bloque hubiera debido flotar pronto
forzosamente, es completamente incompatible con el largo período supuestamente
necesario para la compresión y litificación de los sedimentos antes de que el
fluido pudiera desarrollar las presiones necesarias. El problema, aún más
importante, de cómo el necesario precinto hubiera podido ser mantenido durante
el proceso de empuje, no se menciona en absoluto.
Concluimos,
por lo tanto, que el concepto de un gran cataclismo hidráulico, acompañado por
actividad volcánica y tectónica de gran magnitud, y de extensión mundial, provee
un modelo mucho más realista para explicar la formación de los estratos
sedimentarios y del registro fósil, así como de muchas características
geomórficas, que el que provee la filosofía evolutivo-uniformista, con su
multiplicación anticientífica de hipótesis y su manipulación de
datos.