Dr. George Grinnell
H. M. Morris, Ph.D.
GEOLOGÍA
¿ACTUALISMO, O DILUVIALISMO?
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
1. Los Orígenes de la
Moderna Teoría Geológica
George Grinnell
2.
¿Actualismo o Diluvialismo? - El Mensaje de los Fósiles
Por varios; Ed. H. M. Morris
3.
Sedimentación y el Registro Fósil - Consideraciones
a la luz de la Ingeniería
Hidráulica
H. M. Morris
INTRODUCCIÓN
Este libro que tiene usted en sus manos es un examen
crítico-científico del estado en que se halla la
disciplina de que se trata en relación con las teorías
sobre los orígenes de la Tierra, del Universo y de la
vida.
La cultura actual está dominada y encauzada por
la ideología evolucionista. Según esta ideología,
no existe ningún Relojero, ningún Creador que haya creado
el Universo, ni que pueda intervenir en él. El evolucionismo
pretende haber demostrado científicamente la realidad
de estas afirmaciones, y los que defienden esta ideología
están conduciendo la cultura actual hacia un énfasis en
la pretendida evolución de la Humanidad, directora
–dicen– de sus propios destinos en un Universo surgido sin
propósito, sin significado y sin destino.
Este enfoque cultural e ideológico lleva, pues,
a dos consecuencias, ambas corrosivas de la visión
Bíblica de Dios, de Su creación y de los valores
últimos:
A) El evolucionismo nos despersonaliza,
inculcándonos la idea de que nuestra existencia es fortuita, sin
propósito, sin origen ni destino. Esto lleva a la
aceptación pasiva de la despersonalización y de la
regimentación, como cosa totalmente lógica. Ello es
consecuencia lógica de intentar eliminar al Creador de Su
Universo. El intento de «liberar» al hombre de su Dios
desemboca consecuentemente en la deshumanización del hombre, y
en la más baja de las esclavitudes: la de enfrentarse a una
pretendida «nada» con tal de huir de la presencia de
nuestro Dios. Todo ello estaría muy en su sitio si esta
ideología fuera cierta, y estuviese comprobada
«científicamente», tal como su propaganda lo
pretende.
B) En vista del admirable orden y propósito que
se hace patente en el estudio del Universo y de todo lo que éste
contiene, los que rechazan al Dios trascendente y Creador y Su
Revelación, pero que se ven en la necesidad de aceptar,
maravillados, la sublimidad de la Creación, no tienen
otra alternativa que la de atribuir la eternidad, el poder y la deidad
que se manifiestan en el orden de la Creación a la misma
Creación. Así es como surge el Panteísmo y su
consecuencia última, el Monismo –el intento más
sistemático y consistente de explicar las cualidades
sobrenaturales del Universo aparte de su Creador trascendente y
personal (cf. Romanos 1:18-32). La serie a la que este libro pertenece
desafía las pretensiones evolucionistas de haber demostrado
científicamente el «hecho» de la evolución de
la vida y sus consecuencias. Tal pretensión es falsa. No
solamente no es cierto que hayan demostrado que la vida se haya
autogenerado y evolucionado de niveles más bajos a niveles
más y más elevados, sino que además es
científicamente imposible. Invitamos al lector a
sopesar cuidadosamente nuestra exposición del caso, y a decidir
honestamente por sí mismo.
A la objeción que alguien podría
presentar de que «Dios habría podido utilizar la
evolución como método de Creación», daremos
una respuesta breve: No se trata del poder de Dios tanto como
del carácter moral de Dios y de lo que Dios nos ha
revelado, tanto acerca de Su carácter como de la manera en que
creó. Dios no utilizó este método. Por lo
menos no el Dios de la Biblia. Según la Biblia, la muerte
entró en el mundo después del pecado del hombre, cabeza
federal de la
Creación. La objeción de que este relato
es alegórico implica haber prejuzgado la cuestión
precisamente objeto de debate, dando por sentado que el relato no es
históricamente cierto, lo que no procede. Además, es
imponer un sacerdocio, el de la ciencia, entre el creyente y Dios y Su
Palabra, con el fin de interpretar la Revelación en
base de este sacerdocio intermedio, lo que es totalmente improcedente.
Con respecto al carácter moral de Dios, está contra de
todo lo que la Biblia
nos enseña sobre Él el suponer que Él creara por
medio de ensayos, de prueba y error, por medio de la eliminación
de los débiles por parte de los fuertes, de la lucha
competitiva, hasta llegar por estos medios al Hombre. Esto haría
de Dios el autor de la lucha, del egoísmo, de la brutalidad –¡como medios dispuestos por Dios para
hacer avanzar Su creación por un camino de progreso evolutivo!
De nuevo, volviendo a la
Biblia, vemos que toda esta crueldad y rapiña
que hallamos a nuestro alrededor son consecuencia del pecado
cometido en el seno de una creación buena y perfecta, la cual
cayó sometida a vanidad al caer Adán y Eva en
rebeldía contra el Creador, cayendo de una posición de
inocencia y dependencia en que estaban a una posición de pecado
y sus consecuencias. Dios creó un mundo en paz, un mundo
dichoso. Fue la rebelión contra Dios lo que introdujo el caos,
la penuria y la lucha por la existencia y la rapiña donde antes
reinaba la armonía.
Más de 100 años de propaganda
evolucionista ha puesto a grandes sectores de la Cristiandad a la
defensiva, los cuales se han apresurado a «armonizar»
Génesis, capítulos 1–11, con los «hallazgos de la
ciencia», hipotecando gravemente su testimonio y su visión
de la naturaleza de Dios, del Hombre y de toda la Revelación
en general. Pero se han apresurado demasiado en sus deseos de
contemporizar con el mundo, pues el evolucionismo no es una
conclusión científica, como falsamente afirman la
inmensa mayoría de sus propagandistas, sino una premisa
filosófica materialista sobre la que los no creyentes,
científicos o no, tienen que construir una
visión del mundo atea o panteísta, mezclando
hábilmente los ingredientes filosóficos con datos
científicos seleccionados, y apartando otros muchos datos
científicos que no convienen. En palabras de Carl F. von
Weizsacker, físico y astrónomo materialista:
«No es por sus conclusiones, sino por su punto de
partida metodológico por lo que la ciencia moderna excluye la
creación directa. Nuestra metodología no sería
honesta si negase este hecho. No poseemos pruebas positivas del origen
inorgánico de la vida ni de la primitiva ascendencia del hombre,
tal vez ni siquiera de la evolución misma, si queremos ser
pedantes.»
La
Importancia de la Ciencia, Ed. Labor,
Nueva Colección Labor, nº 27, p. 125 (Barcelona, 1972).
No es, pues, que la evidencia de que el evolucionismo
sea absurdo y anticientífico sea endeble. En todos los campos
(Paleontología, Geología, Biología, etc.) se puede
ver con toda facilidad que no goza de ningún apoyo
científico. Y la termodinámica y la fisicoquímica
le asestan un golpe definitivo. La verdadera dificultad ante la que la
mayor parte de las personas se estrellan es que el abandono del
evolucionismo implicaría la aceptación total del Creador y ... esto es lo último que se quiere
hacer. Porque aceptar al Creador implicaría aceptar que el
Creador ha hablado, implicaría aceptar Su Revelación y el
lugar que nos corresponde como criaturas de Su mano. Y esto en realidad
ya no es un problema científico, sino que es un problema muy
personal, el orgullo humanista, o la soberbia: justamente la
verdadera causa de nuestro alejamiento de Dios, la actitud en que
cayó Adán en su acción de desobediencia, y que
nosotros hemos heredado.
TODAS las posturas sobre los orígenes tienen
tremendos efectos personales... excepto en las personas que afectan
ante estos asuntos una indiferencia improcedente y voluntariosa. En
este sentido no existe la pretendida «objetividad»
científica. Por el contrario, la intensa importancia del tema
debería llevamos a examinar con todo interés: «¿Qué hay de cierto en las
pretensiones evolucionistas?» «¿Ha
hablado Dios y se ha manifestado Dios a los hombres?» «Si
es así: ¿Qué ha dicho y qué ha hecho?»
En esta serie se demuestra desde el criterio
científico la insostenibilidad de la postura evolucionista. Las
consecuencias, consistentes en que la realidad es que el Creador
trascendente nos ha creado son tremendas, y aquí solamente se
pueden bosquejar:
–Dios
no solo ha creado al hombre y al mundo en el que él habita. Dios
también ha hablado, y Su palabra ha sido recogida en los 66
libros que forman la
Biblia.
–La Biblia nos da la
explicación no solamente de la grandeza del hombre, sino
también de su depravación y responsabilidad moral. El
hombre está caído en pecado ante un Dios Justo y Santo,
como resultado de la caída primera de Adán y Eva al
comienzo de la historia.
–Pero
está escrito en la
Biblia que
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
(Evangelio según San Juan, capítulo 3,
versículo 16.)
–Dios
tiene un propósito en Su creación. Una creación en
la cual, caída ella, Él interviene en Redención y
en Juicio. ¿Cuál será tu porción?
1
Los orígenes de la moderna teoría geológica*
Por GEORGE GRINNELL
«Charles
Lyell era un abogado, y su libro [Fundamentos
de Geología, 1830-1833] es uno de los más brillantes
alegatos que jamás
haya publicado un abogado.... Lyell se apoyó en verdaderas
astucias para
establecer su perspectiva actualista como la única verdadera
geología. Primero
erigió un hombre de paja para demolerlo ... De hecho, los
catastrofistas tenían
un enfoque mucho más empírico que Lyell. El registro
geológico parece desde
luego demandar cataclismos; las rocas están fracturadas y
contorsionadas; hay
faunas enteras que han sido aniquiladas. Para evitar esta apariencia
literal,
Lyell impuso su imaginación sobre la evidencia. El
registro fósil, argumentó él, es
extremadamente imperfecto y hemos de interpolar en él lo que
podemos inferir de
manera razonable pero no podemos ver. Los catastrofistas eran los
tenaces
empiristas de su época, y no unos ciegos teólogos
apologistas.»
Gould,
Stephen Jay. «Catastrophes and Steady-State Earth»,
Natural History,
febrero de 1975, págs. 16-17
«El gradualismo nunca fue
“demostrado
mediante las rocas” ni por Lyell ni por Darwin, sino que fue impuesto
como un
sesgo sobre la naturaleza. ... ha tenido un impacto profundamente
negativo al obstaculizar
las hipótesis y al cerrar las mentes de toda una
profesión hacia alternativas
empíricas razonables al dogma del gradualismo. ... Lyell
ganó mediante retórica
lo que no podía conseguir mediante los datos.»
Gould, S. J., Toward the
vindication of punctuational change.
In: W. A.
BERGGREN & J. A. VAN COUVERING (Eds.):
Catastrophes and Earth History:
The
New Uniformitarianism,
Princeton University Press, Princeton (New Jersey), pp. 14-16, 1984.
«… ha
sido mi intento demostrar cómo me parece que la geología
cayó en manos de los
teóricos condicionados por la historia social y política
de su tiempo más que
por las observaciones de campo. ... En otras palabras, hemos permitido
que se
nos lave el cerebro hacia la evitación de cualquier
interpretación del pasado
que incluyan procesos extremos y que pudieran ser denominados como
“cataclísmicos”.»
Ager, D. V., The Nature
of the Stratigraphical Record,
The Macmillan Press Ltd, London, pp. 46-47, 1981.
* Este artículo fue
primeramente presentado, en mayo de 1974, en el Simposio Velikovsky y
Amnesia cultural, celebrado en la Universidad de
Lethbridge (Alberta), Canadá. Se publica aquí procedente
de KRONOS, Vol. I n 4, pp. 68-76. © Copyright KRONOS 1976,
traducido y reproducido con permiso.
Introducción
«Creo que cualquier alegato de un reconocido
radical como yo lo soy —escribía Charles Babbage al
geólogo Charles Lyell el 3 de mayo de 1872— solamente dañaría a la causa, y por lo
tanto lo dejo gustosamente en mejores manos.»
Charles
Babbage (1792-1871) era profesor Lucasiano de Matemáticas
(1828-1839) en aquellos tiempos, y chapuzador en geología,
teología, y fabricación, y había fracasado
recientemente en su intento de conseguir un escaño en el
Parlamento. En 1837 había publicado su The Ninth Bridgewater
Treatise (El Noveno Tratado de Bridgewater), que constituía
un ataque contra la teología del sistema anglicano, y en 1851
había lanzado un ataque contra el campo Tory en su obra Reflections
on the Decline of Science in England (Reflexiones sobre la
decadencia de la
Ciencia en Inglaterra), cuyo propósito era
argumentar que los ricos aficionados Tories tenían el dominio de
la política científica, y que ejercían una
discriminación en contra de los científicos de
posición social más desaventajada, que eran los
más merecedores de apoyo.
Charles Lyell (1797-1875), a quien él estaba
escribiendo, había de publicar el segundo volumen de sus Principles
of Geology (Principios de Geología, volumen I: 1830,
volumen II: 1832, volumen III: 1833), una obra escrita en apoyo del
liberalismo político —aunque ostensiblemente era un trabajo
científico objetivo libre de cualquier implicación
política. En su carta del 3 de mayo a Lyell, Babbage le
explicaba por qué no quería escribir una reseña
favorable del libro. De una manera muy inteligente, los
científicos de ideas radicales, como Babbage, Lyell, Scrope,
Darwin y Mantell, no querían que el público llegase a
conocer que aquello que estaba siendo promovido como verdad objetiva
era poco más que propaganda política débilmente
disfrazada.
El propósito de este artículo es explicar
lo que Babbage quiere decir con las palabras «radical» y
«causa» cuando escribe el párrafo que se acaba de
citar:
«Creo que cualquier alegato de un reconocido
radical como yo lo soy solamente dañaría a la causa, y
por lo tanto lo dejo en mejores manos.»
La primera parte de este artículo
investiga las implicaciones políticas de la Geología
de la primera parte del siglo xix.
La segunda parte explora la naturaleza de la «causa» de
Babbage y de Lyell.
LAS IMPLICACIONES POLÍTICAS
DE LA GEOLOGÍA
A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX
SEn 1807 escribía Humphrey Davy a su
amigo William Pepys: «Estamos formando un pequeño club de
charlas-almuerzo geológicas, del cual espero que será
usted un miembro.» De los trece miembros originales cuatro eran
médicos, uno un ex ministro unitario, dos eran libreros; otro,
el conde Jacques-Louis, había huido de la Revolución Francesa.
Cuatro eran cuáqueros, y dos, William Allen y Humphrey Davy,
eran ricos e independientes aficionados a la Química. Tan
solo uno de ellos, George Greenough, tenía alguna
educación en geología o minerología —habiendo
hecho una visita a la
Academia de Friburgo algunos años atrás,
juntamente con Goethe— pero no hizo de ello su medio de vida ni por
imaginación. Era miembro del Parlamento. Desde luego, lo
extraordinario de la Sociedad Geológica
de Londres es que ninguno de los miembros originales era
geólogo. El «pequeño club de charlas-almuerzo
geológicas», como Davy lo describió, era un club
para caballeros que tenían ganas de hablar, no de martillear
rocas.
Al siguiente año se unieron 26 miembros a la Royal Society,
incluyendo a Joseph Banks, el presidente de la Royal Philosophical
Society, y un año después el número de miembros
pasó a 173. El concepto del «pequeño club de
charlas-almuerzo» se volvió insostenible; en lugar de ello
se alquilaron locales. Se habló de editar una
publicación, y Sir Joseph Banks, temiendo que la Sociedad
Geológica creciera pronto más que su
antigua y prestigiosa Royal Philosophical Society, dimitió como
protesta. Para el año 1817, solo diez años después
de su fundación, la Sociedad Geológica
tenía más de 400 miembros, y en 1825 estaba formada por
una membresía de 637.
La fundación y el temprano crecimiento de la Sociedad
Geológica de Londres son dignos de
mención por diversas razones. Las sociedades científicas
anteriores, como la
Real Academia francesa y la Sociedad Filosófica
de Londres tenían una base mucho más amplia. Había
habido unos pocos intentos abortivos de formar sociedades
científicas especializadas en Química y Botánica,
pero no habían quedado en nada. La Sociedad Geológica
de Londres era realmente la primera sociedad científica
especializada, y su temprano crecimiento no tenía precedentes
—de hecho, fue un crecimiento muy difícil de explicar,
especialmente si se tiene en cuenta que sus primeros miembros fueron
casi todos médicos, abogados y miembros del Parlamento; el
reverendo William Buckland, que era Deán de Westminster, y Sir
Roderick Murchison, que era un rico oficial retirado del
Ejército, independiente.
Con esto no se pretende afirmar que no hubiera personas
en Inglaterra entregadas activamente a lo que ahora
consideraríamos ocupaciones geológicas, porque lo cierto
es que Inglaterra estaba en aquel tiempo atravesando una época
de construcción intensiva de canales y de explotación
minera, y pronto iba a entrar en la era del ferrocarril; pero por
más que se busca, no se encuentran estos geólogos
prácticos en la lista de membresía. Por ejemplo, William
Smith, el ingeniero de drenajes más famoso de la época,
que descubrió la técnica de correlación de
estratos por medio de los fósiles y que es generalmente
mencionado en los libros de texto modernos de geología como el
geólogo clave de aquella época, no fue invitado a unirse
a la
Sociedad Geológica de Londres. Quizás
estaba demasiado ocupado haciendo Geología para tener tiempo de
hablar de ella, pero si se ha de decir la verdad, la Sociedad
Geológica de Londres era un grupo de
aficionados parlanchines cuyo único interés en la Geología
estribaba en sus implicaciones teológicas y políticas, y
no en su aplicación a la minería o a la
construcción de canales. Esas implicaciones teológicas y
políticas eran cruciales para la estabilidad de Inglaterra y no
fueron, por lo tanto, irrelevantes en la temprana historia de la Geología.
El término «Geología»
había sido introducido recientemente por el diluvialista suizo
De Luc. En los programas de la Universidad Medieval
no se halla ningún lugar para el estudio de la tierra, que
estaba considerada como corrompida, un producto del diablo y, por lo
tanto, indigna de ser estudiada. La Geometría,
Numerología, Armonía y Astronomía reflejaban mejor
la sabiduría de Dios que el estudio de las cosas de este mundo,
según creían los católicos medievales, siguiendo a
Platón, pero la Reforma Protestante
cambió todo este panorama. Entre los años 1680 y 1780 se
publicaron unos quinientos libros y artículos sobre
Geología, desde la popular obra del obispo Burnet, Sacred
Theory of the Earth (Teoría Sagrada de la Tierra, que
mereció siete ediciones entre 1681 y 1753) hasta la erudita
monografía de Klein sobre una sola clase de fósiles, Dispositivo
Echinodermatum (1732). Los protestantes estaban ansiosos de
demostrar que se podía ver la obra de Dios en este mundo con
tanta facilidad como en el venidero y, en particular, estaban deseosos
de demostrar la verdad literal de la Biblia, que declaraba no
solamente que Dios había creado todas las criaturas de la
tierra, sino que también provocó el Diluvio para castigar
al hombre por sus pecados.
Poco después de la Gloriosa Revolución
de 1688, cuando se expulsó a los católicos de Inglaterra,
apareció una gran cantidad de obras tratando de conciliar el
libro del Génesis con la nueva investigación de la
naturaleza. La de más éxito de todas ellas fue el Essay
Towards a Natural History of the Earth (Ensayo para una Historia
Natural de la Tierra)
en la que explicó la secuencia estratigráfica de las
rocas suponiendo que durante el diluvio de Noé todas las rocas
de la superficie de la
Tierra habían sido disueltas por el mar, para
ser después precipitadas gradualmente en secuencias
estratigráficas que ahora comprenden las formaciones
secundarias. Debido a que el esquema woodwardiano preservaba el tema
del Génesis de que el Diluvio había sido causado por el
decreto divino para retribuir a los hombres por sus pecados, fue
recibido favorablemente por la Iglesia Anglicana
y vino a ser después, en manos de los Tories, un importante
baluarte en su defensa de la monarquía. En 1728 se fundó
en Cambridge la cátedra woodwardiana, el primer reconocimiento
académico del área de estudio que hoy recibe el nombre de
«Geología». Las ideas de Woodward no fueron
articuladas solamente en Inglaterra, sino también en el
continente —particularmente en las populares clases de Abraham Gotlob
Werner en Friburgo, hacia el final de aquel siglo, en las que
estudiaron Greenough, von Buch, MacLure, Jamieson, Berger, y muchos
otros de los fundadores de la Geología.
Al desarrollarse la geología woodwardiana,
empezaron a presentarse un número de anomalías —en
particular una falta de correlación entre estratos del Antiguo y
Nuevo Mundo, así como sobrecapas de basalto y granito en lo que
se suponía eran depósitos secundarios. Como resultado,
Leonard von Buch y Georges Cuvier modificaron la primitiva
teoría diluvial, transformándola en una teoría con
un catastrofismo más general, en la cual no se contemplaba a la
tierra como habiendo sufrido una catástrofe, sino numerosas
catástrofes, de las cuales el diluvio era el ejemplo más
reciente.
Negar el catastrofismo era negar la verdad de la Biblia, y de ahí que
las implicaciones teológicas de la primitiva geología
estuvieran bastante claras.
En 1673, el obispo Bossuet, tutor del Delfín de
Francia, expuso sus argumentos en favor de la monarquía en un
tratado, Politics drawn from the very Words of Holy Scripture (Práctica
política según las mismas palabras de las Sagradas
Escrituras), en el cual argumentaba que la monarquía era la
forma más común, más antigua, y más natural
de gobierno. Aquí, la palabra clave era
«natural». Su argumento era que
la naturaleza proveía evidencias de ser gobernada por un monarca
divino, Dios mismo, Rey del universo, y que un Rey emulaba a Dios
cuando gobernaba con autoridad absoluta: «Así, vemos que
la monarquía toma su fundamento y modelo en el control paterno,
esto es, de la naturaleza misma», escribe el obispo Bossuet.
El defensor británico de la monarquía, Robert Filmore,
imitó el ejemplo de Bossuet. La monarquía es natural
porque toda la naturaleza está gobernada por un monarca absoluto
divino, Dios mismo.
En el siglo xviii,
al ir tomando auge los sentimientos democráticos no tan solo en
América, sino también en Europa, la teoría
política de Bossuet y Filmore fue seriamente desafiada. John
Locke en sus Treatises on Government y Jean-Jacques Rousseau
en sus Discourses se
enfrentaron contra la naturalidad de la monarquía y en favor de
la teoría de gobierno denominada «contrato social».
Pero para probar que la monarquía era innatural era necesario
demostrar que la descripción bíblica del Diluvio era
inexacta; que Dios no había creado los animales y las plantas de
la tierra, y que Él no había introducido
catástrofe alguna para castigar a los hombres por sus pecados,
ya que estos eran modelos bíblicos y geológicos sobre los
que se basaba la teoría monárquica. En 1789, en
vísperas de la Revolución Francesa,
acompañado por Erasmus Darwin y después por Jean Baptiste
Lamarck y Simon de Laplace, el geólogo liberal escocés
James Hutton publicó su Teoría de la Tierra, en la
que intentó demostrar que la naturaleza no estaba gobernada por
un monarca divino, sino por las leyes fijas del levantamiento
volcánico y del desgaste erosivo. El
amigo de Hutton, Adam Smith, estaba al mismo tiempo luchando en favor
de una política de laisez faire (dejar hacer), en la que
el poder monárquico paternalista era a su vez eliminado en favor
de un liberalismo sin límites.
«Algunas personas juiciosas que estuvieron
presentes en Ginebra durante los desórdenes que
últimamente convulsionaron aquella ciudad»,
escribía el reverendo William Paley en un contraataque contra el
nuevo liberalismo en su The Principles of Moral and Political
Philosophy (Los Principios de Filosofía Moral y
Política, 5ª edición, corregida, 1793),
«creyeron percibir, en las contenciones que allí se
manifestaban, la operación de aquella teoría
política que por los escritos de Rousseau, y gracias a la estima
sin límites en que le tienen sus compatriotas a estos escritos,
se había difundido entre el pueblo. Durante todas las disputas
políticas —continúa Paley— que han tenido lugar durante
estos pasados años en Gran Bretaña, en el reino hermano,
y en sus dependencias exteriores, era imposible no observar, en el
lenguaje de partido, en las resoluciones de los mítines
populares, en debates, en conversaciones, en la tendencia general de
aquellas charlas breves que tales ocasiones demandan, la prevalencia de
las ideas de autoridad civil expuestas en la obra del señor
Locke. Tales doctrinas —prosigue Paley— no carecen de efectos; y es de
importancia práctica cuidarse de que los principios de los que
se derivan la cohesión social y una medida de obediencia civil
sean correctamente explicados y bien comprendidos». Entonces
Paley se dedicó a explicarlos no tan solo en las
correspondientes páginas (567) de su Moral and Political
Philosophy sino también en los dos volúmenes de una
obra más voluminosa sobre Teología Natural (Natural
Theology) en los que reiteró otra vez los fundamentos
cosmológicos de la monarquía.
Vemos, pues, que la causa a la que se refería
Babbage cuando escribió a Lyell («Creo que cualquier
alegato de un reconocido radical como yo lo soy solamente
dañaría a la causa, y por tanto lo dejo gustosamente en
mejores manos») era la de desacreditar a Paley y a los otros
monárquicos Tories por medio de un ataque a sus fundamentos
geológicos y teológicos.
«La Causa»
Después
de las Guerras Napoleónicas, Inglaterra había
caído en una severa depresión. Las demandas
gubernamentales de suministros militares cesaron, y no había
mercado ultramarino para los productos británicos. La crisis y
el desempleo general aumentaron con la desmovilización de casi
400.000 soldados, que se encontraron sin donde ir. A fin de proteger a
los granjeros británicos de importaciones de grano barato, se
aprobaron en 1815 las Leyes del Trigo, que prohibían la
importación de grano hasta que el precio hubiera llegado a 80
chelines la arroba, un precio tan elevado que los trabajadores estaban
pasando hambre, sin poder comprar. Aunque las Leyes del Trigo se
pasaron para proteger al agricultor británico, tuvieron un
efecto devastador en las ciudades industriales de las Midlands. Los
altos precios no solo llevaron al hambre a los trabajadores, sino que
además muchos pequeños negocios fueron a la quiebra. La
solución Tory al problema fue aconsejar a las clases más
pobres que no criaran tan copiosamente. Aun así, las ciudades
industriales de las Midlands continuaron creciendo, mayormente a causa
de la inmigración de los hijos e hijas de los agricultores
más pobres. Manchester, por ejemplo, era en 1688 una
pequeña villa de 4.000 habitantes. Un siglo después
tenía un tamaño diez veces mayor, y para la época
en que Lyell publicó su Principles of Geology (Principios
de Geología), se estaba aproximando al medio millón, con
la mayor parte de sus habitantes viviendo en míseras
condiciones. Malthus clasificó a ciudades como Manchester junto
con las guerras y las plagas y hambres como medios de control natural
de la población, debido a su elevada tasa de mortalidad.
El 16 de agosto de 1819, una multitud desempleada, mal
pagada y hambrienta de habitantes de Manchester se reunió en el
campo de St. Peter para escuchar un discurso sobre la Reforma Parlamentaria
y sobre la derogación de las Leyes del Trigo. La milicia local
del campo, temiendo una rebelión, intentó arrestar al
orador. En la lucha que siguió hubo varios muertos y muchos
heridos. El gobierno monárquico Tory instituyó las
«Seis Actas», que limitaban el derecho de libertad de
palabra y prohibían la instrucción de personas en el uso
de las armas. Inglaterra estaba al borde de la Revolución —las
industriales Midlands liberales contra los monárquicos Tories;
pero la memoria de la Revolución Francesa
estaba aún fresca entre las clases medias. Deseaban una reforma
en el Parlamento, no desórdenes, pero reformar el Parlamento
significaba responder a los argumentos de Paley, y esto incluía
destruir la
Teología Natural de Paley.
Paley mantenía que la soberanía desciende
de Dios al Rey, y que el pueblo son sus súbditos. Como el
Parlamento es un órgano consultivo, si el Rey está
satisfecho con sus funciones no hay necesidad de reformarlo. Para
Paley, el hecho de que el Parlamento no representara la
distribución de la población en Inglaterra era
irrelevante, puesto que la soberanía no tenía su origen
en el pueblo. La soberanía descendía de Dios.
Los argumentos de Paley eran asombrosamente efectivos.
Su tratado sobre Filosofía Moral y Política, en el cual
afirma que «es la voluntad de Dios que el gobierno establecido
sea obedecido», debía ser memorizado (se tenía que
conocer su argumento básico) antes de que los estudiantes se
pudieran graduar en Oxford o Cambridge. El único medio por el
que los liberales de las Midlands podrían conseguir la Reforma del
Parlamento era demostrando que los fundamentos científicos de la Teología Natural
de Paley eran falsos, y esto significaba destruir la Geología Diluvial
y el Catastrofismo.
En 1825, George Poulet Scrope, asociado liberal de
Lyell, publicó su Considerations on Volcanos (Consideraciones
sobre los Volcanes) en el que transformó el argumento de los
Tories: Cada vez que ellos atribuían un suceso natural a Dios,
Scrope atribuía el mismo suceso a un volcán, intentando
así revivir las teorías geológicas de James
Hutton. Hutton y Scrope mantenían que las leyes que Dios
había creado al principio, en remotas eras en el pasado, de
levantamientos y erosión, eran tan perfectas que ya no se
había sabido más de Dios desde entonces, ni había
ninguna más necesidad de que Él se cuidara de los asuntos
del Universo de la que había de que un rey interfiriera con las
leyes naturales e intrínsecas de la economía y de la
sociedad.
El libro de Scrope fue demasiado radical por aquel
entonces para la Sociedad Geológica
de Londres, y fue rechazado sin oportunidad de defensa. Scrope, hijo de
un rico comerciante londinense, compró un escaño en el
Parlamento y se dispuso a defender la causa por medios más
directos. Pero sin una demostración cosmológica de que la
monarquía era innatural y que la soberanía
pertenecía al pueblo, los liberales permanecieron relativamente
impotentes.
Sin acobardarse por el fracaso de Scrope, el joven
abogado radical Charles Lyell se dispuso a medir sus fuerzas en la
tarea de destruir los fundamentos geológicos de la teoría
monárquica. En su obra Principles of Geology (Principios
de Geología) tomó una línea mucho más sutil
que la de Scrope. En su introducción de 100 páginas a los
Principles, Lyell mantenía no tanto que la
teoría diluvial era incorrecta como que era mitológica, y
que impedía el «progreso» de la Geología. En
su primer volumen discurrió largamente sobre las fuerzas de
erosión y los efectos del levantamiento volcánico en lo
que resultó ser una brillante evitación de todas las
evidencias de catastrofismo. Era exactamente lo que los moderados
estaban buscando. Se unieron alrededor de Lyell y le eligieron primero
secretario, y después presidente, de la Sociedad Geológica.
«Al
elegirle a usted —escribía Scrope a Lyell el 12 de abril de
1831—, el cónclave se ha comprometido decidida e
irrevocablemente con el bando liberal, y ha aceptado de la manera
más directa y abierta, con plena aprobación, los
principales puntos defendidos. Si por el contrario hubieran elegido a
un geólogo Mosaico como Buckland o Conybeare, los ortodoxos los
hubieran seguido, y por otro cuarto de siglo hubiera sido una
herejía negar las excavaciones de valles por el diluvio, y
ateísmo afirmar que hubo otras cosas en lugar del Caos antes de
Adán. Al mismo tiempo siento una
maliciosa satisfacción —prosigue Scrope— al ver a la
minoría de señorones tragándose la nueva doctrina
a la fuerza y no de grado, y me gozaré en ver sus muecas cuando
se vean obligados a tomarla como si fuera Física, a fin de
evitar el peligro de nuevos males. Siento una verdadera
satisfacción en ello.»
En estos tiempos en los que la Geología
está tan apartada de la religión y de la política,
y en los que los asuntos políticos se deciden mediante
elecciones y no por reuniones en sociedades geológicas, es
difícil para nosotros darnos cuenta de hasta qué punto el
giro social en cuanto a la visión del mundo, que tuvo lugar no
solo en la
Geología, sino también en
Astronomía y en Historia Natural, estuvo relacionado con el
movimiento Gran Reforma de 1832. Todos tuvieron parte en el cambio aun
mayor de cosmovisión de paternalismo a liberalismo, pero
aquellos que fueron responsables de promover el cambio eran muy
conscientes de lo que estaban haciendo. «Es un gran deleite haber
enseñado a nuestra sección de buscadores de canteras que
se pueden escribir dos gruesos volúmenes de Geología sin
utilizar una sola vez la palabra “estrato”, escribía Scrope a
Lyell el 29 de septiembre de 1832, después de que apareciera el
segundo volumen de la obra de Lyell. «Si alguien hubiera afirmado
esto hace cinco años, ¡cómo se le hubiera
escarnecido!» Así como los conservadores habían
rehusado escuchar a los del bando huttoniano, ahora los liberales
utilizaron las mismas tácticas en cuanto llegaron al poder. La
ciudadela del catastrofismo se mantenía sobre una
estratigrafía de disconformidades e inconformidades, por no
decir nada de los conglomerados masivos, que relataban una historia de
extensos desastres geológicos en el pasado. Lyell, como Scrope
antes que él, suprimió pura y simplemente la evidencia
que no estaba de acuerdo con sus doctrinas, y una vez que el voto le
llevó al poder, los catastrofistas encontraron que les era cada
vez más difícil publicar sus investigaciones.
La toma de posesión de la Sociedad Geológica
por parte de los liberales, y la supresión de la evidencia que
favorecía a la posición catastrofista, no tuvo lugar en
un instante. Más bien hubo una lenta asimilación de datos
catastrofistas hasta que no quedó prácticamente nada de
la teoría como un todo. Cuando en 1839 Louis Agassiz
intentó defender el catastrofismo con su teoría de las
edades glaciales, los actualistas simplemente aceptaron toda su
evidencia, pero la reinterpretaron en términos actualistas.
Así, los datos no cambiaban, pero la Gestalt en
la que se organizaban los datos y recibían coherencia fue
transformada del catastrofismo al actualismo, lo mismo que la
estructura social de Inglaterra fue cambiada del paternalismo Tory, en
el cual la soberanía descendía de Dios al Rey, al nuevo
liberalismo en el cual la soberanía ascendía del pueblo,
a través del Parlamento, a sus ministros.
Bien irónicamente, la batalla política
que corría subterráneamente en el debate
catastrofista-actualista de 1832 ya hace tiempo que ha terminado,
pero, debido a la inercia que conlleva la erección de un modelo
«científico», la Gestalt actualista
es aún asiduamente cultivada en las universidades y en las
sociedades geológicas profesionales. La «causa» por
la que lucharon Babbage, Lyell y Scrope hace ya tiempo que pasó,
y deberíamos sentirnos libres de examinar otra vez la evidencia
geológica que —si se ha de decir la verdad—presenta amplia
evidencia de catastrofismo, como siempre ha sido.
Epílogo
En
1905, la física estaba en un dilema; unas evidencias de
óptica indicaban que la luz se desplazaba en ondas, mientras que
otra evidencia indicaba que se movía en partículas. Los
dos conceptos parecían contradictorios, pero Niels Bohr y Werner
Heisenberg pudieron demostrar matemáticamente que los dos
conceptos eran en realidad complementarios y que nos presentaban una
visión más completa de la realidad si los
aceptábamos a ambos. Quizá la Geología
está hoy en la misma situación. Hemos heredado de
nuestros antepasados la idea de que o el catastrofismo es cierto o de
que el actualismo es cierto, pero que ambos no pueden serlo. La
razón por la que pusieron estas proposiciones: o lo uno / o lo
otro, era política. O la soberanía pertenecía a
Dios y al Rey, o pertenecía al pueblo: no podía
pertenecer a ambos; por lo tanto, la Geología
tenía que ir con los Tories al catastrofismo, o con los
liberales al actualismo: no podía ir en ambas direcciones. En el
presente no debemos preocuparnos por todo esto; por la evidencia de la Geología
parece claro que ambas teorías están en lo cierto.
El curso normal de los eventos es, desde luego, tal y como Lyell lo
describe: levantamientos suaves y erosión lenta, pero
también hay amplia evidencia de que Velikovsky está
también en lo cierto, y que la tierra ha estado sujeta a severas
catástrofes, como lo ha expuesto tan convincentemente en su
libro Earth in Upheaval (Tierra en Convulsión).
. . . el
«actualismo» fue promovido por los liberales como parte de
la «causa» a fin de minar los fundamentos teóricos
de la monarquía y no fue derivado de investigación de
campo.
He tratado, en este artículo, de presentar cinco
puntos importantes: Primero, la Sociedad Geológica
de Londres, que dio nacimiento al paradigma actualista, no se compuso
originalmente de un grupo de geólogos profesionales de campo,
sino de caballeros, miembros del Parlamento, clérigos y
abogados, que estaban interesados, y mucho, en las implicaciones
políticas y teológicas de la Geología en la
época del Proyecto de Ley de la Gran Reforma de 1832,
cuando los radicales estaban desafiando el concepto de monarquía
soberana, y los Tories lo estaban defendiendo. Segundo, que la Sociedad
Geológica de Londres estaba dividida en dos
bandos, y que los catastrofistas Tories prevalecieron hasta 1832 y que
los radicales liberales, bajo la guía de Lyell, Scrope y,
más tarde, Darwin, tomaron el poder durante el segundo cuarto
del siglo pasado (hasta el presente). Tercero, que el
«actualismo» fue promovido por los liberales como parte de
la «causa» a fin de minar los fundamentos teóricos
de la monarquía y no fue derivado de investigación de
campo. Cuarto, a causa de que los Tories estaban utilizando
tácticas represivas en política a fin de evitar la
reforma del Parlamento, la tensión social se derramó
sobre el debate geológico, causando el enorme interés
geológico de los años 1820 y 1830 y el crecimiento
exponencial de la recién formada Sociedad Geológica de
Londres. La toma por parte de los liberales del control de la Sociedad
Geológica de Londres antes de que se aprobara
el Proyecto de Ley de Reforma, presagió lo que pronto iba a
suceder en el campo político. Y quinto, una vez al control, los
liberales trataron de asegurar su hegemonía reprimiendo a los
catastrofistas y asimilando sus datos.
En los años siguientes del siglo XIX, la
geología se transformó en totalmente profesional y
dogmática. Creer en una teoría catastrófica
llegó a ser una herejía científica; y, muchos
años después, la reacción de la comunidad
científica fue de represión instintiva, no porque
Velikovsky estuviera equivocado, sino porque temían que pudiera
estar en lo cierto.