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EL HOMBRE FÓSIL

Frank W. Cousins


10 — Consideraciones biológicas y matemáticas.

 
En años recientes, las ideas expresadas en el Capítulo 2 han quedado algo más claras gracias a las investigaciones de Scossiroli,
1 que ha demostrado que las mutaciones inducidas por medios artificiales llegan a un techo muy limitado en una característica seleccionada más allá de la que no tienen lugar ningunos cambios adicionales. Sin embargo, y esto es de crucial importancia, las mutaciones e incluso series de mutaciones dirigidas, nunca dieron lugar a la aparición de caracteres esencialmente nuevos de magnitud genética. En base de esto se desprende que los cambios mutacionales permanecen estructuralmente restringidos al genotipo básico al que pertenece la raza o especie en cuestión. En otras palabras, no se pueden producir experimentalmente transformaciones de un determinado genotipo básico a otro como resultado de una serie de mutaciones unidireccionales.

Si postulamos una pequeña población marginal que está esforzándose por sobrevivir, quedará claro que no puede tomar consigo todos los genes de su población matriz, sino sólo una parte de los mismos. De modo que cada nueva raza o especie posee un fondo genético empobrecido y no adecuadamente suplementado por nuevos materiales genéticos adquiridos por mutaciones.

Esto apunta sin duda alguna a un movimiento escatológico en la estructura de nuestro mundo orgánico que no se dirige hacia una evolución progresiva en el sentido de la ideología transformista de Huxley, sino de la muerte genética.

Si aplicamos esta perspectiva a la pretendida evolución del hombre desde un grupo ameboide, la idea del transformismo recibe un golpe mortal intelectual — y esto ha sido explorado por Duyvene de Wit.2

Cosa sorprendente, las investigaciones más recientes en embriología tienden a desacreditar el papel de los genes en el orden jerárquico del proceso del desarrollo. Los trabajos de Pasteels,3 Raven4 y Curtis5 indican que el proceso de desarrollo puede ser decidido principalmente por el córtex del óvulo. Lo cierto es que se ha demostrado que se pueden fertilizar fragmentos de óvulo, incluso si el núcleo del óvulo, con su material genético, está ausente. Esto corta por lo sano la atrincherada idea evolucionista de que las ontogenias individuales se deben únicamente a la secuencia ininterrumpida de la acción de los genes.6 La cohesión interna de la transmisión ininterrumpida de información dentro de un fílum podría estar almacenada en la corteza del óvulo; puede que se llegue a ver que el misterioso córtex del óvulo, que como un «tejido sin costura» encierra somáticamente cada fenotipo original, actúa inhibiendo el flujo de genes entre ellos. Este punto de vista es favorable a la génesis de organismos completos y adverso a sistemas genéticos que se transforman a través de los fílums, proceso éste que nunca ha sido constatado en el mundo de lo viviente.

Kerkut7 ha dejado bien claro que dentro de los mamíferos no hay una solución clara para la evolución, y que los hechos son más fácilmente acomodados desde la perspectiva de que los respectivos órdenes son polifiléticos, no monofiléticos. En efecto, la perspectiva de que la coherencia de las unidades en cualquier fílum pueda ser sólo genética recibe un giro, y el énfasis debe ponerse más bien en criterios estructurales y no genéticos.

Lo que se ha dicho más arriba se aplica con la misma fuerza a Homo como parte componente del fílum principal Chordata, y desde un punto de vista genético y embriológico es difícil ver cómo abarca más que una sola especie multirracial.

Los hay que buscan una perspectiva genética en la estructura molecular de la molécula de proteína, y aquí tenemos una tarea compleja y ardua. En la nueva edición de 1968 del Atlas of Protein Sequence and Structure, publicado anualmente por la Fundación Nacional para la Investigación Biomédica de Maryland, se publica la estructura química completa de unas 250 proteínas y fragmentos de muchas más. Aparecen unas claras diferencias entre las especies, y éstas tienen su mejor ilustración en las moléculas de la hemoglobina y del citocromo c. La secuencia del citocromo c ha sido determinada ya para más de 30 especies diferentes, desde el hombre hasta la levadura. Se sostiene que las semejanzas en las diversas moléculas de citocromo c destacan la vinculación de todas las formas de vida, y que las diferencias dan una medida de divergencia evolutiva de una a otra especie. Así, entre la secuencia aminoácida del citocromo c del hombre y del mono rhesus hay una sola diferencia, pero entre el citocromo c del hombre y del caballo hay doce. Las diferencias entre el hombre y otras formas de vida en la secuencia del citocromo c son:

perro   11
gallina   13
tortuga   15
serpiente de cascabel   14
atún   21
mosca de la «Chyromya marcellaria»   27
trigo   43
levadura   45

De este modo se abriga la esperanza de desarrollar un árbol genealógico que exhiba el desarrollo evolutivo de la proteína, y luego se debe preparar una escala de tiempo para exhibir cuándo se separó una especie de otra. No se debería dejar que este ejemplo de la versatilidad del biólogo oculte un truco muy hábil. Las diferencias en el citocromo c revelan divergencias, pero estos estudios morfológicos no pueden revelar nada más que esto, que las divergencias son constitucionales; la cuestión de si son producto de fuerzas evolutivas o creativas no se podrá resolver ni siquiera con las más audaces investigaciones acerca de la morfología.

El descubrimiento de Watson y Crick de la función genética del DNA (ácido desoxirribonucleico), junto con la evidencia que han dado de la duplicación del DNA, se han aceptado muy generalmente como demostración de que los seres vivos se pueden interpretar mediante las leyes de la física y de la química. Desde luego, han alentado a algunos a ver un vínculo más claro que hasta hoy entre la materia orgánica y la inorgánica. Pero la resolución del DNA no explica la especificidad heredada de la vida; más bien, hay razones convincentes para dejar patente que la vida se sigue derivando de nada menos que la misma vida. Estas dificultades las expresan con un enérgico lenguaje los famosos herejes de Watson-Crick: el Profesor Barry Commoner8 y el Profesor Michael Polanyi9 en sus recientes escritos, que deberían consultarse antes de que nadie se precipite a una conclusión en estos difíciles problemas biológicos y matemáticos.

El planteamiento matemático a la evolución de la vida es de considerable interés. Hace muchos años, el Profesor Mottram10 discurrió acerca de la improbabilidad de que la molécula de proteína se formase por azar. Más recientemente, el doctor F. B. Salisbury11 ha pedido a los biólogos que examinen el problema con mayor atención. Señala él que «Una proteína pequeña típica podría contener 300 aminoácidos, y su gene controlador alrededor de 1.000 nucleótidos (tres para cada aminoácido). Debido a que cada nucleótido en una secuencia representa una de cuatro posibilidades, la cantidad de diferentes clases de secuencias es igual al número 4 elevado a la potencia de la cantidad de secuencias en la cadena; es decir: 41000, o alrededor de 10600.

Imaginemos que el océano primitivo tuviera una profundidad uniforme de 2 km, que cubriera la Tierra entera, y que contuviera DNA a una concentración de 0,001 M (alrededor de 70 g de DNA/l de solución), cada molécula de doble hélice con 1.000 pares de nucleótidos. Imaginemos además que cada molécula de DNA se reprodujese un millón de veces por segundo, y que tiene lugar una sola sustitución de nucleótido (una mutación) cada vez que una molécula se reproduce, y que no hay nunca dos moléculas de DNA iguales. En cuatro mil millones de años se producirán 7,74 x 1064 clases diferentes de moléculas de DNA. Si tomamos 1020 planetas similares en el Universo, esto nos daría 7,74 x 1084 (digamos, en números redondos, 1085) moléculas diferentes. Si hay sólo una molécula apropiada de DNA para nuestro acto de selección natural, la probabilidad de producirla en estas condiciones es de 1085/10600, o de sólo 10-515. Si 10100 diferentes clases de moléculas pudieran llevar, cada una de ellas, la necesaria síntesis precursora, esto equivale a decir que se podrían cambiar 166 de los nucleótidos sin pérdida en la actividad última de la enzima. Con todo, sólo sería aceptable una molécula de cada 10500, y después de cuatro mil millones de años en 1020 planetas, 10415 de las primeras 10500 posibilidades quedarían sin ser sintetizadas. Así, las probabilidades son, entonces, todavía inimaginablemente pequeñas (10-415) de que se produzca en todo este tiempo una molécula apropiada de DNA. Y si surgiera la molécula adecuada por un fantástico golpe de suerte, el problema vuelve a suscitarse la próxima vez con las restricciones implicadas por un precursor.

En los océanos de 2 km de profundidad en los 1020 planetas durante los 4 x 1012 años, la cadena de DNA puede tener sólo 141 nucleótidos si se han de producir todas las 1085 posibles clases. Esto codificaría una secuencia de proteína de sólo cuarenta y siete aminoácidos de longitud.

El argumento de estos números es que una cadena de DNA de 1.000 nucleótidos de longitud puede ser un individuo singular en medio de una población de 10600 otros individuos singulares. Los números de esta clase no tienen precedente en ninguna otra parte más que en los conceptos de la teoría de la información. Supongamos, por ejemplo, un universo cúbico con dimensiones de 20 mil millones de años luz por arista. En Angstroms, el tamaño de la arista se expresaría como 1039 Å, con un volumen de «solamente» 10117 Å3. ¡Imaginemos la cantidad de universos necesarios para contener 10600 moléculas de DNA bien apretadas!

A pesar de las desatinadas suposiciones que se han permitido, el problema se hace evidente. En la suposición de una evolución de la vida en la Tierra estamos tratando con millones de diferentes formas de vida, cada una de ellas basada en muchos genes. Sin embargo, el mecanismo mutacional que se propone en la actualidad podría quedar corto por cientos de órdenes de magnitud de producir, en sólo cuatro mil millones de años, siquiera uno solo de los genes precisos.

Para complicar más el problema, consideremos el fantástico contenido de información del núcleo. El DNA en el hombre contiene alrededor de 109 de pares de nucleótidos por núcleo (otros organismos desde 107 a 1011 pares). Escrito en tipo estándar, esto ocuparía una biblioteca de alrededor de 1.000 volúmenes (109 bits, 2.000 bits/página, 500 páginas/volumen). Britten y Kohn han expuesto que ciertas secuencias de DNA de organismos superiores se repiten desde mil a un millón de veces por célula. De ahí que mucho de ello es redundante. Las investigaciones acerca de secuencias aminoácidas dentro de una proteína determinada implican también una elevada redundancia. Sin embargo, suponiendo que sólo una décima parte del genoma del hombre sea relevante, sigue habiendo 108 bits de información (100 volúmenes). ¿Podría esto ser explicado mediante el proceso de mutación?

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1 Scossiroli, R. 1954—On the role of mutation rate in evolution. Véase A. A. Buzzati—Traverso—Caryologica. 6.

2 Duyvene de Wit, J. J. Comunicación personal, registro de un discurso pronunciado ante la Sociedad Científica de la Universidad del Estado Libre de Orange, África del Sur, el 28 de agosto de 1963.

3 Pasteels, J. Arch. Biol., París 51, 335, 1940.

4 Raven, C. P. Morthogenesis: The Analysis of Molluscan Development. Pergamon Press, Londres, 1958.

5 Curtis, A. S. C. The Cell Cortex. Endeavour 22, 87. Sept. 1963.

6 La información del material cromosómico de una célula germinal mamífera se calcula como de 6 x 109 «bits». En el córtex del óvulo es de 6 x 1012 «bits».

7 Kerkut, G. A. Implications of Evolution 1960 (Pergamon Press). Incidentalmente, aparte de la obra de Nilsson, Kerkut nos da aquí el mejor informe en inglés de la naturaleza de fraude de la serie fósil del caballo, tantas veces citada por escritores mal informados como evidencia per se de evolución.

8 Commoner, B. «Failure of the Watson-Crick Theory as a Chemical Explanation of Inheritance». Nature, 220, pág. 334, 1968.

9 Polanyi, M. «Life Transcending Physics and Chemistry». Chemical Engineering News, 21 de agosto 1967, pág. 54.

   ––––––––, Knowing and Being (Ensayos). Routledge and Kegan Paul, Londres, 1969.

10 Mottram, V. J. «A Scientific Basis for Belief in God». The Listener, 22 de abril de 1948.

11 Salisbury, F. B. «Natural Selection and the Complexity of the Gene». Nature, 224, 342, 1969.

   ––––––––, Mathematical Challenges to the Neo-Darwinian Interpretation of Evolution (Edit. por Moorhead, P. S., y Kaplan, M. M.), Wistar Institute Press, Philadelphia, 1967.



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