Se prosigue aquí
acerca del caminar del hombre celestial en la tierra.
¿Cuál ha de ser su conducta con respecto al gobierno de
este mundo? Debe estar sometido. Debe considerar a los poderes de
gobierno que existen como designados por Dios. Debe alejarse de toda
rebelión e insubordinación. «Y los que resisten,
acarrean condenación para sí mismos», esto es, se
harán culpables. El cristiano debe, incluso por causa de la
conciencia, «Paga[r] a todos lo que [debe]: al que tributo,
tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que
honra, honra».
Obsérvese que no hay aquí precepto alguno de que
tengamos que tomar puesto o parte en la política del mundo,
sino a someterse. La iglesia y cada individuo en la misma son
contemplados como no de este mundo, pero, como en él, tiene
que estar sujeto a las autoridades que Dios ha ordenado en el mismo.
Sométete, querido joven creyente. Dios es más sabio que
nosotros.
Versículo
8. «No
debáis a nadie nada.» Estas pocas palabras son de gran
alcance. No sólo debemos pagar las deudas cuando vencen, sino
buscar pagar todas las demandas tan pronto como venzan. Para ello, un
cristiano debería siempre tratar de vivir dentro de sus
ingresos y hacer sus negocios dentro de sus medios. Esto puede que
exija mucha diligencia y negación del yo, pero,
¡cuánto sufrimiento se evitará! Estas palabras,
por tanto, son importantes cuando se aplican a los ingresos y a los
gastos. Además, toda aquella bondad que nos sea mostrada
debemos tratar de devolverla con buenos intereses. «No
debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros» (v. 8).
Esta es una deuda que nunca queda pagada del todo, porque es amarnos
unos a otros como Él nos ha amado.
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos fue dado» (Ro. 5:5). Ahora, en su
ejercicio, fluye a otros —el amor de Dios en nuestros corazones
por el Espíritu—, y el resultado es: «El que ama al
prójimo, ha cumplido la ley». Así se cumplen los
mandamientos respecto a nuestro prójimo: «Amarás a
tu prójimo como a ti mismo». Esto es por el doble poder
del amor de Dios, ya derramado en nuestros corazones, y por el
Espíritu que ha sido dado. Dios no está poniendo al
cristiano de nuevo bajo la ley, diciéndole que si la guarda,
lo amará y le dará el Espíritu Santo. Tampoco
está diciéndole que ore pidiéndole el
Espíritu a fin de poder guardar la ley. Es lo contrario a todo
esto. Tiene el amor de Dios en su corazón por el
Espíritu, y este amor no obra mal alguno a su prójimo.
Por ello, el amor es el cumplimiento de la ley. ¡Qué
hermoso es el orden de Dios! Y el efecto nunca se pone antes de la
causa.
Versículos
11-13. Tiene que haber
inteligencia a fin de que estemos «conociendo el tiempo». Si los cristianos no
conocen el tiempo, sino que suponen al contrario que el mundo
está para ser convertido y mejorar, que la noche no
está avanzada, que en realidad no hay noche en absoluto sino
un magnífico día de desarrollo y de adelanto humano,
¿cómo podrán conocer la perfecta voluntad de Dios
para andar en santa separación de un mundo que se dirige
indefectiblemente a su juicio? ¿No será cosa
imposible?
¡Qué palabra para este tiempo! «Conociendo el
tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; … La
noche está avanzada, y se acerca el día.»
¡Qué motivo para despertar a la santidad! Cuídate
de toda pretendida santidad que no tenga esta inteligencia y este
motivo. ¿Qué? ¿Está el Señor cercano,
y nosotros, los cristianos, estamos dormidos? ¡Qué cerca
está nuestra salvación y gozo de estar para siempre con
el Señor! Y también, qué cerca está el
día de la ira y del juicio sobre un mundo que ha rechazado a
Cristo.
«Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y
vistámonos las armas de la luz.» Si el mundo está
revestido de deshonestidad en esta negra noche, «andemos como de
día, honestamente». ¡Qué cambio habría
en la conducta, incluso de los cristianos, si realmente
estuviésemos despiertos, para esperar a nuestro Señor,
cada día!
¿Te gustaría ser encontrado por Él andando en
glotonerías y borracheras, en lujurias y lascivias, en
contiendas y envidia? Seguro que no. Por tanto, «vestíos
del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de
la carne». ¡Ah, que despertemos del sueño, y
esperando a nuestro Señor, nos vistamos así de
Él! El mundo no quiere escuchar el evangelio, y no quiere leer
a Cristo en la Palabra. Entonces, que vean a Cristo en nosotros, y en
todo lo que hacemos; que seamos epístolas vivientes,
leídas y conocidas de todos los hombres.
Ellos nos contemplarán; nos vigilarán de la manera
más estrecha. No saben cómo Satanás intenta
hacernos tropezar. No conocen las tentaciones y los golpes que recibe
el creyente, y cómo, sin la constante dependencia del poder de
Dios, es susceptible de fracasar. Que el mundo nunca nos vea
proveyendo para la carne, para dar satisfacción a sus deseos.
Que el Señor bendiga estos preciosos preceptos tanto para el
escritor como para el lector. La noche está avanzada, y se
acerca el día. ¡Oh, qué pronto estaremos para
siempre con el Señor!