Nancy Pearcey
La Fe y la Nueva Física
Newton * Einstein * Heisenberg
Determinismo, Indeterminismo y Reduccionismo
«La idea del milagro se nos ha hecho imposible
debido a que entendemos la naturaleza como un decurso legítimo, y por ello
tenemos que entender el milagro como un acontecimiento que quebranta este
continuo legítimo. Esta idea ... no es aceptable ya aceptable para
nosotros» (citado en Shubert Ogden, Christ Without Myth, pág.
33).
«Es demasiado tarde en la actualidad para despachar la cuestión
diciendo que "los milagros son imposibles".... La ciencia adopta una visión
mucho más humilde y verdadera de la ley natural de lo que era característico en
tiempos anteriores. ... la Naturaleza no es un "sistema cerrado", y los milagros
no constituyen "intrusiones" en un "orden establecido"» (Vincent
Taylor, The Formation of the Gospel Tradition, pág. 135).1
¿Qué tiene que ver la física con la religión? «Nada»,
responderían muchos; y hasta cierto punto tienen razón. La física es una ciencia
y no puede decirnos nada acerca de la realidad no material -como detalles
acerca de la existencia de Dios.
Sin embargo, las dos citas que encabezan este artículo muestran que la
ciencia juega un papel en la discusión religiosa, porque son pocas las
religiones cuyas declaraciones se limiten al ámbito de lo espiritual: dan un
marco general para la totalidad de la realidad. Por cuanto las enseñanzas de la
religión son dirigidas a personas que viven en el mundo natural, no puede evitar
hacer algunas declaraciones acerca del mundo al describir la forma en que sus
seguidores han de creer y vivir.
Por ejemplo, el hinduismo enseña que el mundo físico es una ilusión. La mayor
parte de las formas de panteísmo enseñan que el universo es eterno. El
cristianismo enseña que el universo es creado, y por ello real (no una ilusión)
pero finito (no eterno). Cada concepción del mundo, incluyendo cada concepción
religiosa del mundo, incluye alguna filosofía de la naturaleza. A este nivel,
puede interactuar con lo que aprendemos acerca del mundo mediante las ciencias
naturales.
Por otra parte, la física no está limitada tampoco de manera estricta a
declaraciones científicas. Lo que creemos acerca del mundo físico tiene
implicaciones para los mundos orgánico, social y mental, por cuanto todos estos
descansan sobre el físico.
La física no se puede separar de otros campos
del conocimiento humano, porque las teorías científicas son siempre formuladas
desde dentro de la concepción general que el científico tiene del universo. Así,
como escribe F. S. C. Northrop, cada teoría científica «reposa sobre
presuposiciones filosóficas, además de físicas».2 Reposa
sobre presuposiciones acerca de lo que es la materia y de cómo la podemos
conocer -sobre lo que los filósofos llaman ontología y epistemología. Cuando una
teoría es verificada, sus presuposiciones filosóficas se consideran asimismo
verificadas.3
A su vez, estas presuposiciones filosóficas «generan
una mentalidad personal y social», prosigue diciendo Northrop -una
mentalidad que puede ser «muy diferente de, y en ocasiones
incompatible con», la religión, tradición o valores de quien sea.
En resumen, no se pueden aplicar los instrumentos de la moderna física sin
introducir, más tarde o más temprano, su mentalidad filosófica, y esta
mentalidad, al capturar a la juventud científicamente instruida, trastorna las
antiguas lealtades morales familiares y tribales.4
Northrop trata en esta sección acerca de los problemas que surgen con la
introducción de la ciencia moderna en sociedades no occidentales. Pero esta
descripción se ajusta también al curso gradual del secularismo en la cultura
occidental, en su gradual arrinconamiento de la influencia del cristianismo en
nombre de la ciencia.
Las conclusiones filosóficas a que llegan los científicos pueden ser o bien
compatibles o bien incompatibles con la perspectiva cristiana de la naturaleza y
de la esencia humana. Los lectores de esta revista, con su interés en el debate
creación/evolución, saben ya cuán cierto es esto en la biología y en las
ciencias históricas. En este artículo examinamos la transición de la física
newtoniana a la relatividad y a la mecánica cuántica. La cuestión que tenemos
ante nosotros es, ¿qué impacto tiene -si lo tiene- la revolución en la física
sobre la fe cristiana?
La máquina newtoniana del universo
La visión newtoniana del mundo no fue la visión personal de Newton. Newton
mismo era un devoto cristiano y creía que las leyes naturales que él tan bien
describió habían sido establecidas y eran sostenidas por Dios. No se habría
sentido cómodo en lo que los historiadores llaman la Edad Newtoniana con su
escepticismo religioso y su visión mecanicista del mundo.
El mecanicismo es la filosofía de que toda la realidad está gobernada
únicamente por fuerzas mecánicas. Mantiene que el mundo es como una gran máquina
y que puede ser entendido enteramente en términos de leyes de causa y efecto.
Todo el universo está determinado por el movimiento de sus partículas. Uno
puede, en principio, predecir de manera exacta el comportamiento futuro de
cualquier sistema conociendo su actual estado.
La filosofía mecanicista dominó el pensamiento de Occidente durante tres
siglos enteros. Se extendió a todos los fenómenos, incluyendo la vida, el
pensamiento humano y las emociones, y la actividad de Dios en el mundo. Condujo
a una crítica destructiva de la Biblia que alcanzó su punto culminante en el
siglo diecinueve.
Si el universo es una máquina, se decía, es imposible que
ocurra nada que no sea explicable por ley natural. Las leyes de la naturaleza
son inviolables; no admiten excepciones. Tal como escribió Buchner en Force
and Matter: «Las leyes naturales son inmutables. ... En nuestro día
podemos decir, con la más absoluta veracidad y con la mayor de las certidumbres
científicas: No hay nada de milagroso en el mundo.»5
El concepto de Darwin de evolución permitió que el mecanicismo se extendiese
a toda la realidad. Darwin afirmó que no sólo los procesos físicos, sino también
los procesos de la vida están totalmente determinados por causas naturales. Los
conceptos del cristianismo tradicional -alma, voluntad moral, ángeles, Dios-
fueron relegados a lo imaginario, y en muchos países europeos se desarrolló una
hostilidad abierta contra la religión. La fuerza y la materia debían ser
consideradas las realidades últimas. El cuerpo no necesita alma, y el universo
no necesita a Dios.
La crítica bíblica
La crítica bíblica del siglo diecinueve aceptó los decretos de la filosofía
mecanicista. Comenzó con la presuposición de que el orden fijo de la naturaleza
no puede ser alterado. La teología liberal resultante fue un intento de tener
religión sin lo sobrenatural.
Uno de los más destacados representantes de esta clase de
crítica es Rudolf Bultmann. Tan recientemente como 1958, escribió:
El hombre moderno reconoce como realidad sólo aquellos fenómenos de
acontecimientos que son integrables dentro del marco del orden racional del
universo. No reconoce los milagros porque no concuerdan dentro de este orden
legítimo.6
Y parece que lo que el «hombre moderno» no
reconoce, el teólogo se ha de librar de ello. Si, como dice Bultmann, «un
hecho histórico que involucra una resurrección de los muertos es totalmente
inconcebible»,7 entonces nosotros debemos idear un
concepto no sobrenatural de la resurrección. De esta manera la idea que tiene el
crítico liberal de la ciencia conduce a una reformulación de doctrinas
cristianas distintivas.
Una religión de la naturaleza
El mecanicismo afectó profundamente asimismo las teorías sociales: si las
acciones humanas están controladas por la ley natural, desaparecen los conceptos
de libre albedrío, pecado y responsabilidad moral. Surgió una cantidad de
teorizadores (entre ellos Marx y Freud los más
destacados) que expusieron que la voluntad y la elección son ilusiones, y que
estamos totalmente controlados por fuerzas económicas, biológicas, u otras.
De hecho, el mecanicismo devino un dogma que
todo lo abarcaba. Ernst Mach, un eminente físico del siglo diecinueve, se
quejaba: «Podemos ver que los físicos están bien de camino a convertirse
en una iglesia.»8 Hasta los no científicos, escribe
Jerome Frank, llegaron a aceptar el determinismo científico como «la
totalidad de la realidad»: así es como «llegó a ser una fe, una
religión».9
El fin del determinismo
La revolución de la física en el siglo veinte fue de esta manera nada menos
que la destrucción de una fe.
Durante los trescientos años en los que el determinismo newtoniano dominó el
pensamiento de Occidente, hubo, desde luego, algunas voces disconformes. La más
destacable era la de la iglesia, que reconoció pronto la amenaza que significaba
para sus doctrinas.
De vez en cuando fueron surgiendo retos de otros sectores, como los
vitalistas, románticos e idealistas. Pero ninguno de ellos pudo detener la
introducción de la filosofía mecanicista en todas las áreas del pensamiento. La
oposición, a fin de cuentas, procedía de fuera de la ciencia -de la religión y
de la filosofía. Y se interpretaba como oposición a la ciencia misma.
En el siglo veinte, por primera vez, el modelo del universo
como una enorme máquina fue atacado por precisamente los mismos científicos.
Dice Bertrand Russell: «Por primera vez en la historia, el determinismo
está siendo desafiado por hombres de ciencia sobre bases científicas.»10 El reto provenía de la teoría de la relatividad y de la
mecánica cuántica.
Tal como lo explica Sir Arthur Eddington: «No se trata
meramente de unos nuevos descubrimientos acerca del contenido del mundo:
involucran cambios en nuestra manera de pensar acerca del
mundo.»11 Lo que no está claro es exactamente
cómo cambian nuestra manera de pensar. Está extensamente aceptado que
niegan el determinismo, al menos en áreas limitadas (en lo superrápido y lo
superpequeño). Se sigue debatiendo qué otras consecuencias podríamos extraer de
la nueva física acerca de la naturaleza humana y de la teología.
Parece que todavía no se ha dicho la última palabra. El propósito de este
artículo es informar al lector acerca de las cuestiones suscitadas por la nueva
física, y de la gama de respuestas que se están ofreciendo. No entraremos en
detalles científicos. Hay muchos y buenos libros sobre relatividad y mecánica
cuántica disponibles al nivel del hombre de la calle. Más bien nos
concentraremos en los aspectos de estas teorías que parecen tener consecuencias
filosóficas de interés para los cristianos.
La creación de la materia
La materia es eterna -así lo enseñaba Aristóteles en los comienzos de la
filosofía occidental en la antigua Grecia. Sus argumentos fueron avivados a lo
largo de los siglos siguientes siempre que la enseñanza cristiana acerca de la
creación se debilitaba. Incluso los grandes pensadores de la Iglesia, como Tomás
de Aquino, enseñaban que aunque aceptamos la creación por la fe, la razón nos
enseña que la materia ha de ser eterna.
Esta idea consiguió la posición de dogma científico, sin
embargo, cuando se formuló la ley de la conservación de la materia. Se volvió en
una poderosa arma en manos de los que se oponían a la religión cristiana. Los
escritos de Buchner son una buena ilustración de ello:
Actualmente, la indestructibilidad o permanencia de la materia es un hecho
científico firmemente establecido.... Aquellos que hablan de una fuerza creadora
independiente o sobrenatural que ha hecho evolucionar el universo fuera de sí
misma o de la nada se enfrentan con el primero y más sencillo axioma de una
perspectiva filosófica de la naturaleza.12
Entonces Einstein escribió E = mc2. Y de repente dejó de ser
deshonroso hablar de un comienzo para la materia.
La masa, según descubrió Einstein, puede ser
creada en base de la energía. De hecho, se trata de una mera forma de energía.
Es cierto que la energía es simplemente una fuerza impersonal, y no el Creador
personal de la Biblia.13 También es cierto que la equivalencia
de la masa y de la energía ha llevado a los científicos a la cosmología del Big
Bang, no a la creación divina. Pero la teoría de Einstein ha dado origen al
menos a un clima intelectual más hospitalario para la afirmación cristiana de
que hubo un origen último del universo físico. La idea de un principio ya no es
ridiculizada como contraria a la razón y a la ciencia.14
Relatividad - No Relativismo
Einstein negó los conceptos de Newton de tiempo y espacio absolutos. A
velocidades superrápidas, el tiempo se enlentece y el espacio se contrae. En
resumen, el tiempo y el espacio son relativos.
El efecto de la relatividad sobre la física ha sido
devastador. Al contraerse el espacio, lo mismo sucede con todos los instrumentos
de medición. «La constancia de una escala de medición es la peña sobre la
que se había edificado toda la estructura de la física», escribe
Eddington, «y esta peña se ha desmoronado.»15
El efecto de esto sobre otras áreas de pensamiento ha sido el
de apoyar el relativismo -el rechazo de toda norma absoluta o universal
de verdad y moralidad. Jaki se refiere a que «no pocos filósofos de la
ciencia se apoyaron deseosos en esto como la prueba suprema de que todo era
relativo».16 A nivel popular es cosa común encontrar
personas que piensan que la teoría de Einstein da soporte al relativismo.
Esta extensión de la teoría de la relatividad, sin embargo,
carece totalmente de justificación. Einstein tenía sus propios absolutos. Él
enseñaba, por ejemplo, que la velocidad de la luz es la misma para todos los
observadores en todo lugar y en todo tiempo. Nigel Calder escribe en
Einstein's Universe:
Muchas veces se dice de Einstein que él sostenía que
«todas las cosas son relativas». No era así.
«Relatividad» es de hecho un nombre totalmente inadecuado
para esta teoría. Einstein consideró llamarlo de la forma
opuesta: «Teoría de la Invariancia». Él
descubrió lo que era «absoluto» y
«fiable» a pesar de las aparentes confusiones, ilusiones y
contradicciones producidas por movimientos relativos o por la
acción de la gravedad.17
Un nuevo espacio absoluto
Acontecimientos muy recientes sugieren que Einstein puede haberse equivocado,
a fin de cuentas, al rechazar el espacio absoluto. La ciencia newtoniana incluía
el concepto de un éter impregnando todo el universo. El éter constituía el punto
de referencia último para todo movimiento, el espacio absoluto e inamovible. El
experimento de Morley-Michelson se cita en todos los libros de física como
prueba de que no existe tal éter. Como resultado, los científicos llegaron a la
conclusión de que no hay base física para el espacio absoluto ni para el
movimiento.
Pero ahora se ha encontrado una nueva base física para un marco de referencia
absoluto: es la radiación de microondas de 3(o) K distribuida uniformemente por
el espacio. En la reunión de 1984 de la Asociación Americana para el avance de
la ciencia, División del Pacífico, Robert Gentry discutió esta nueva evidencia.
Citó un artículo de V. F. Weisskopf, que había escrito:
Es cosa notable que estemos ahora justificados en hablar de movimiento
absoluto y que podamos medirlo.... La radiación de 3(o) K representa un sistema
de coordenadas fijo. Tiene buen sentido decir que un observador está en reposo
en sentido absoluto cuando la radiación de 3(o) K aparece con las mismas
frecuencias en todas direcciones. La naturaleza ha proveído un marco de
referencia absoluto.
La significación más profunda de este concepto -concluye diciendo Weisskopf-
no está todavía clara.
«Con todos mis respetos a mi eminente colega -replica
Gentry- sugiero yo que el significado de este hecho no es en absoluto ignoto....
Está ahora claro que la existencia de la radiación cósmica de microondas falsa
de manera esencial los postulados fundamentales de la teoría de la
relatividad.»18
El mismo ataque a la relatividad se encuentra
en Thomas Barnes Physics of the Future. «Los cosmólogos emplean
como un marco de referencia absoluto la radiación de microondas que se supone
que "baña" el universo.»19 Cita a Martin Harwit, autor
de Astrophysical Concepts: «Es interesante que la presencia de un
campo de radiación así nos permita determinar un marco de reposo
absoluto.»20
Muchos podrán sentirse sorprendidos de que las teorías de Einstein no sean
aceptadas por todos los científicos. Los que deseen más información sobre este
tema pueden consultar el libro de Barnes para una lista parcial de científicos
que mantienen una actitud crítica ante la teoría de la relatividad. Barnes
propone soluciones alternativas a problemas modernos en la física, en base de un
enfoque newtoniano.
El incierto universo
La ley causal básica de la física newtoniana es que el desarrollo de cada
sistema mecánico aislado queda determinado por su estado inicial. Su conducta
futura puede ser predicha de manera precisa siempre y cuando uno conozca su
actual posición y velocidad.
Precisamente es esta información lo que es imposible obtener en la
microfísica, en base de la mecánica cuántica.
Un electrón puede estudiarse sólo cuando es excitado por un rayo de luz. Pero
el electrón es tan sensible que la energía de la luz es suficiente para
perturbar su curso. Esto suscita un problema:
Si al estudiar el electrón empleamos luz de onda larga y baja energía, la
perturbación será pequeña y la velocidad del electrón apenas si cambiará; pero
la imagen será tan imprecisa que no podremos determinar la posición del
electrón. Por otra parte, si empleamos luz de una longitud de onda corta y de
mayor energía, de manera que podamos precisar la posición del electrón, su
movimiento se hace impredecible.
Lo que esto significa es que «cuando con mayor
precisión podamos determinar su posición, con tanta menor precisión podremos
determinar su velocidad, y cuando con mayor precisión podamos determinar su
velocidad, con tanta menor precisión podremos determinar su posición».21
Por cuanto el estado de una partícula es determinado a la vez por su
posición y velocidad, nunca podremos conocer su estado de manera precisa. Y por
cuanto no estamos seguros de lo presente, no podemos predecir el futuro en base
de leyes causales estrictas. Esto significa la caída del determinismo clásico y
el surgimiento del indeterminismo o incertidumbre.
Podemos aún hacer predicciones acerca de la conducta de grandes grupos
de átomos. Pero estas predicciones son meramente estadísticas -suposiciones
acerca de lo que es más probable que suceda. El mejor ejemplo conocido proviene
de la desintegración radiactiva. Podemos calcular la tasa de desintegración para
cualquier elemento radiactivo determinado, pero se trata meramente de una media
estadística del tiempo necesario para que los átomos se desintegren. Por lo que
respecta a los átomos mismos, no hay ninguna ley conocida que determine cuándo
un átomo determinado se desintegrará.
La perspectiva de la realidad que nos ha legado la mecánica
cuántica es muy diferente de la gran máquina newtoniana. La historia no es la
ejecutoria mecánica de un movimiento de relojería, dice Hans Riechenbach en
Atom and Cosmos; es «mucho más parecida a una partida continuada
de dados, de modo que cada paso separado se corresponde con una nueva
tirada».22 El mundo no es causal, sino estadístico; en
nuestro conocimiento no tenemos certidumbres, sino sólo probabilidades.
CAMBIO MICROSCÓPICO -LEY MACROSCÓPICA
¿Qué significa la anarquía de las partículas al nivel microscópico para los
objetos que encontramos normalmente al nivel macroscópico? En la práctica,
nada.
La mecánica cuántica no afecta a nuestra observación de los acontecimientos
en el mundo de los asuntos cotidianos. Como observa Barnes, la tecnología se
sigue basando en la física newtoniana. La ley causal queda suspendida sólo
dentro del ámbito desde luego circunscrito de las partículas atómicas.
Pero la teoría cuántica desde luego suscita cuestiones.
¿Puede mantenerse el determinismo para grandes cuerpos cuando las partículas
de las que están constituidos
están indeterminadas? Estas partículas pueden jugar
papeles decisivos. «Son precisamente la clase de acontecimientos
que tienen lugar en los nervios y en el cerebro,» observa
Bronowski, y «en macromoléculas que determinan los rasgos
que heredamos» (por ejemplo, las mutaciones).23
Además, aunque la física clásica sigue siendo pragmáticamente
válida, «los principios que antiguamente la apoyaban se han
desmoronado.»24 Las leyes estadísticas, es cierto,
siempre han jugado un papel en la física, como en la descripción del
comportamiento de los gases. Pero la presuposición era que las leyes
estadísticas que describían la conducta de las grandes agregaciones de moléculas
se derivaban de leyes que regían la conducta de las moléculas
individuales. Lo novedoso en la mecánica cuántica es la sugerencia de que las
leyes estadísticas son finales -que los acontecimientos individuales no están
regidos por ley, sino por el azar.
Si en el pasado la presunta legitimidad de los comportamientos individuales
era el apoyo de la ley estadística, ¿qué es lo que la sustenta ahora? El
problema lo suscita el matemático y filósofo Bertrand Russell:
Pero si el átomo individual es anárquico, ¿por qué
habría de darse esta regularidad en los grandes números?.... La teoría de la
probabilidad está en un estado muy insatisfactorio, tanto con respecto a la
lógica como con respecto a las matemáticas; y yo no creo que haya ninguna
alquimia mediante la que se pueda producir una regularidad en grandes números en
base de un puro capricho en cada caso individual.25
Russell concluye diciendo que podría ser que la regularidad de los cuerpos en
gran escala sólo puede explicarse si suponemos que a fin de cuentas sí hay leyes
de comportamiento individual que todavía no hemos descubierto.
¿Es el azar la realidad última?
Russell nos ha conducido a un debate que sigue vigorosamente vigente entre
los físicos y los filósofos: ¿Es el azar la realidad última, o se trata
simplemente de que hay leyes que todavía no hemos detectado?
Hasta el fin de su vida Einstein «mantuvo la postura
de que la mecánica cuántica es una disciplina para representar nuestra
ignorancia, no una presentación de la situación en su verdadera
realidad».26
Las partículas atómicas no son ellas mismas
indeterminadas; sólo parecen ser así debido a que nuestro
conocimiento de las mismas es limitado. Einstein expresó su
objeción con su célebre dicho: «Dios no juega a los
dados.»
Los filósofos cristianos Sproul, Gerstner y Lindsley están de
acuerdo con él. En su libro Classical Apologetics argumentan que no hay
justificación para el salto de decir que no conocemos la causa del
comportamiento de las partículas atómicas a decir que no hay causa. Peor
que carente de justificación: es una arrogancia. Supone omnisciencia: deberíamos
conocer todas las posibles causas para saber que en este caso no hay
ninguna causa que esté operando.27
En cambio, Werner Heisenberg, el principal proponente de la
Indeterminación, mantiene que hay una contingencia última que subyace ineludible
en el centro de la cuestión. La determinación exacta de la posición y movimiento
de los electrones «no sólo es prácticamente imposible sino también
teóricamente impensable».28
... no hay justificación para el salto
de decir que no conocemos la causa del comportamiento de las partículas atómicas
a decir que no hay causa. Peor que carente de justificación: es una arrogancia.
Supone omnisciencia: deberíamos conocer todas las posibles causas para saber que
en este caso no hay ninguna causa que esté operando.
La crisis de la causalidad
Arthur Koestler escribe acerca del «trastorno
filosófico» que acompañó a la revolución en la física al surgir la
relatividad y la mecánica cuántica. Llegó a designarse como «la crisis de
la causalidad».29
Percy Bridgman enuncia la cuestión con energía:
Siempre que el físico penetra en su análisis al nivel atómico o electrónico,
encuentra cosas actuando de una forma para lo cual no puede asignar causa
alguna, para lo que nunca puede asignar una causa, y para lo que el concepto de
causa carece de significado, si el principio de Heisenberg es correcto. Esto
significa nada más y nada menos que se ha de abandonar la ley de causa y
efecto.30
Desde una perspectiva de pensamiento analítico, la esencia de
una cosa ha de encontrarse en los componentes más pequeños de los que está
constituida. De este modo, en la historia intelectual de Occidente, cuando los
pensadores se alejaron de Dios como explicación final del universo, se
volvieron a la disección de la materia para descubrir la clave de la
estructura y del origen del universo. «Desde el Renacimiento -escribe
Koestler- La Causa Última había ido desplazándose gradualmente de los cielos al
núcleo del átomo, del nivel de lo sobrehumano al nivel subhumano.»31
Con el surgimiento de la mecánica cuántica, esta «Causa Última»
se disolvió en el azar.
La revista Science Digest lo expresa de manera
gráfica: «El universo de sentido común de causa y efecto está edificado
sobre las arenas del reino de lo subatómico en el que cada partícula individual,
como los electrones y los protones, actúan de una manera totalmente
caprichosa.»32
Física y Fe
¿Qué efecto tiene este «trastorno filosófico» sobre nuestro
pensamiento? ¿Cómo afecta a nuestro concepto de ley natural? ¿De libertad
humana? ¿De Dios y de los milagros?
Las respuestas que se dan a estas preguntas varían mucho tanto entre
cristianos como entre no cristianos. Exploraremos algunas de ellas con brevedad
para dar materia de reflexión al lector.
Orden en el Universo
La nueva física ha tendido ha conducir a una filosofía de la ciencia conocida
como operacionalismo. Sus seguidores dicen que no podemos describir la
naturaleza tal como realmente es. La ciencia es meramente un método para dominar
y emplear la naturaleza.
Según el Operacionalismo, la verdad objetiva no es
conseguible mediante la ciencia. Tal como escribe Heisenberg:
... cada proceso de observación produce una gran perturbación. Ya no podemos
referirnos al comportamiento de la partícula con independencia del proceso de
observación. Como consecuencia final, las leyes naturales formuladas
matemáticamente en la teoría cuántica ya no tratan de las partículas
elementales mismas, sino de nuestro conocimiento de las mismas.33
Heisenberg concluye que no podemos hablar de la realidad objetiva de las
partículas atómicas, sino sólo acerca de cómo interactúan con nuestros
instrumentos de medición.
¿Cuál es la respuesta cristiana a esta nueva
perspectiva de la ciencia? El filósofo Gordon Clark, autor de The Philosophy
of Science and Belief in God, cree que este desarrollo es beneficioso para
el cristianismo. Los científicos están más dispuestos en la actualidad a admitir
que la ciencia no descubre verdades finales y absolutas. Jordan escribe, en
Science and the Course of History, acerca de un cambio de actitud entre
los científicos, «de la arrogancia a la humildad».34
También Koestler escribe acerca del derrumbamiento de la
«arrogante confianza en sí mismo que tenía el
científico del siglo diecinueve».35
Otros cristianos son menos optimistas. El Operacionalismo, lo
mismo que el Indeterminismo, contempla el mundo como básicamente desordenado. No
hay ningún orden universalmente válido de la existencia, ni hay ningún orden de
ley estructurando nuestra experiencia. Somos nosotros los que hemos de
imponer el orden sobre el mundo. La ciencia no refleja la estructura del
universo. Se trata meramente de normas de factura humana para manipular el mundo
con éxito.36
Esta perspectiva respecto al orden y la ley es contraria al concepto
cristiano de la naturaleza. Históricamente, los cristianos han mantenido que
existe un orden, una legitimidad, erigida en la creación. Es un orden objetivo,
esto es, no creado por la mente humana e impuesto sobre la creación, sino
intrínseco en la creación. La firme convicción de que un Dios racional
produciría un mundo ordenado e inteligible fue lo que inspiró a los primeros
científicos y dio origen a la ciencia moderna.
Si abandonamos esto, ¿dónde quedará la ciencia? ¿Sobrevivirá
aparte de la convicción de que hay una legitimidad que se puede descubrir en la
naturaleza? Barnes teme que el abandono de la ley de causa y efecto, del orden y
de la inteligibilidad, será perjudicial para la ciencia.37
Barnes está asimismo preocupado acerca de las consecuencias sociales de estas
ideas. Como lo explica el filósofo Henk Hart en The Challenge of our Age,
están teniendo lugar trastornos paralelos en todas las áreas de la vida y de la
cultura. «Se niega toda base de una ley-orden universal. En consecuencia,
se desafían todas las tradiciones, se ponen a prueba todos los principios, no
hay verdad permanente.»
En esta clase de situación, advierte Hart, «quedarán
en la estacada las bases de la sociedad».38
Una morada para los hombres libres
Los
que trabajan en las ciencias de la vida y en las sociales han modelado
sus campos de estudio desde hace mucho tiempo en base de las ciencias
«exactas», preeminentemente la física.
¿Qué sucede cuando aplican analogías de la nueva
física a la vida y a la naturaleza humana.
La mayoría de ellos han dado buena acogida al
impacto de la mecánica cuántica. Se sintieron «alentados», como
escribe el teórico político Matson, «por el fin del modelo mecánico que
parecía convertir toda la existencia en automatismos».39 La física newtoniana condujo a lo que el filósofo de la
ciencia Karl Popper llama «la pesadilla del determinista físico».
Si los átomos de nuestros cuerpos siguen leyes tan inmutables como los
movimientos de los planetas, entonces nuestra sensación interna de capacidad de
elección es una ilusión.40
Después de la mecánica cuántica «ya no se puede
justificar el empleo de la ley física como evidencia en contra de la libertad
humana».41 Los átomos individuales de los que están
constituidos los cuerpos mayores actúan «libres» de la ley
natural. Jordan aplica esto a las ciencias biológicas:
La vida orgánica participa de la misma libertad y
espontaneidad que los físicos han descubierto en la raíz del ser material....
Podemos decir que el intento de demostrar que el hombre es una máquina,
con el fin de negar su libre albedrío, ha quedado refutado por los innegables
hechos de la ciencia.42
Con el abandono del modelo determinista por parte de los
físicos, ya no tenemos que mantener una teoría determinista de la actividad
mental con la idea de hacerla «más conforme» a nuestro
conocimiento de la materia inorgánica. Así argumenta Eddington. Con el
surgimiento de la Indeterminación, «la ciencia, con ello, retira su
oposición moral al libre albedrío».43
Quien lo expresa de la manera más lírica es Sir James
Jeans:
Los antiguos físicos nos mostraban un universo que parecía más una cárcel que
una morada. La nueva física nos muestra un universo que parece como si pudiese
ser una morada apropiada para hombres libres, y no un mero refugio para
brutos.44
El azar no es libertad
Otros pensadores no están de acuerdo. Russell argumenta que
los seres humanos siguen cayendo bajo la aplicación de la física newtoniana,
como todos los cuerpos grandes.45
Otro argumento común es que
la mecánica cuántica habla de acaecimientos sin causas. Un acto incausado
no está más cerca de una conducta libre y responsable que un acto determinado.46 La mecánica cuántica admite una gama de variación aleatoria
que es «estrictamente inexplicable», escribe Michael Polanyi,
químico y filósofo. Sin embargo, «el juicio humano es cualquier cosa
menos una elección al azar estrictamente inexplicable».47 Cuando se introduce un elemento de azar en la acción humana,
como cuando tomamos decisiones precipitadas o cuando nuestra capacidad de
razonar está dañada, esto tiende a excusarnos de la responsabilidad, en
lugar de hacernos más responsables.48
El azar no puede explicar más la originalidad y
creatividad humana que la necesidad. Decir que este ensayo que tiene el lector
ante sí es resultado de azar es difícilmente más creíble que decir que fui
físicamente predeterminado a escribirlo.49
El verdadero punto del debate no está entre
determinismo e indeterminismo, sino en el reduccionismo. ¿Reducimos las cosas a
las características de sus átomos? ¿Vemos, tal como lo expresa Koestler, la
Causa Última en el átomo? Ambos lados del argumento acerca del libre albedrío
son reduccionistas. Suponen que la conducta se puede explicar en términos
físicoquímicos. Si los átomos están determinados, igual sucede con las personas.
Si los átomos son indeterminados, igual sucede con las personas.50 Como cristianos, parece que necesitamos una manera de pensar
acerca de la naturaleza humana que tenga en cuenta lo físico pero que no
reduzca a los seres humanos a los átomos que los constituyen.51
El verdadero punto del debate no está
entre determinismo e indeterminismo, sino en el reduccionismo. ¿Reducimos las
cosas a las características de sus átomos? ¿Vemos, tal como lo expresa Koestler,
la Causa Última en el átomo? Ambos lados del argumento acerca del libre albedrío
son reduccionistas. Suponen que la conducta se puede explicar en términos
físicoquímicos. Si los átomos están determinados, igual sucede con las personas.
Si los átomos son indeterminados, igual sucede con las personas. Como
cristianos, parece que necesitamos una manera de pensar acerca de la naturaleza
humana que tenga en cuenta lo físico pero que no reduzca a los seres humanos a
los átomos que los constituyen.
Dios contra la máquina
Algunos cristianos han aceptado bien dispuestos la mecánica
cuántica como medio de ajustar a Dios en nuestra imagen del mundo. «En
los días del determinismo clásico,» escribe Richard Bube, «el
concepto cristiano de la providencia se tornó insostenible». Y
explica:
Un mundo que responde a lo largo del tiempo a las leyes inexorables de la
naturaleza tomó el puesto del concepto de un mundo sostenido por el poder
soberano de Dios. Como mucho, Dios quedó reducido a una causa inicial ... que
había iniciado la inmensa maquinaria del universo, y que luego se había echado
atrás y la había dejado a sí misma para que siguiese su curso.52
Los
cristianos y los no cristianos por un igual han pensado que la
indeterminación, en palabras de Heisenberg, crea una
«apertura» hacia «conceptos como la mente o el alma
humana o la vida o Dios».53 Uno de los esfuerzos más
ambiciosos por apropiar la mecánica cuántica para la visión cristiana del mundo
es W. G. Pollard, Chance and Providence.54 Pollard es
un físico que contempla la indeterminación del mundo atómico como el lugar donde
se puede ejercer el control providencial de Dios.
Sir James Jeans es de nuevo el más lírico. Escribiendo acerca de la nueva
visión no mecanicista de la realidad, concluye:
El universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran
máquina. La mente ya no aparece como un intruso accidental en el reino de la
materia; comenzamos a sospechar que deberíamos aclamarla como creadora y
gobernante del reino de la materia....
Proseguía argumentando que por cuanto el universo tiene la
apariencia de un gran pensamiento, ha de ser un pensamiento en la mente de un
Gran Matemático.55
Aunque el entusiasmo de Jeans es digno de encomio, se deben
suscitar objeciones teológicas. La Biblia no presenta la creación como mental,
como un pensamiento en la mente de Dios. La doctrina de la creación implica que
el mundo físico es real, que forma parte del orden creado.56
Los límites de la ciencia
Si nos hemos de guardar de conclusiones metafísicas exorbitadas, la mecánica
cuántica desde luego parece mostrarnos los límites de la ciencia. Ya no podemos
emplear la ciencia para argumentar en contra de los milagros, del libre albedrío
o de la existencia de Dios.
En la época newtoniana, escribe James Moore, los científicos
pensaban que la ley natural les permitía «prescribir lo que podía
y lo que no podía suceder.... En la actualidad, los científicos admitirán que
nadie conoce lo suficiente acerca de la ley natural para poder decir que
cualquier acontecimiento sea necesariamente una violación de la misma.»
Las leyes son meramente nuestra descripción estadística de los acontecimientos
naturales, no prescripciones inmutables acerca de lo que es posible.57
Bultmann había argumentado que las personas modernas, que
emplean la electricidad y los otros productos de la ciencia moderna, no pueden
aceptar los milagros. John Warwick Montgomery responde que precisamente porque
somos personas modernas sí podemos aceptar los milagros:
Para nosotros, en contraste a las personas de la era newtoniana, el universo
ya no es un campo de juego cerrado, seguro, predecible en el que conocemos todas
las reglas. Desde Einstein, ningún hombre moderno ha tenido derecho a excluir la
posibilidad de acontecimientos debido a su previo conocimiento de la «ley
natural».58
Ya no podemos excluir los milagros sobre una base puramente filosófica, con
meramente decir que son contrarios a la ciencia y a la ley.
CONCLUSIÓN
Evidentemente, siguen quedando muchas cuestiones en pie
acerca de la nueva física y de su significado para nosotros. No debería
sorprendernos que siga habiendo tanta agitación y desacuerdo cuando recordamos
que estas ideas han estado ahí sólo desde comienzos de nuestro siglo. La gente
sigue aún tratando de decidir cómo reaccionar ante la «sorprendente
originalidad» de una teoría científica que en realidad hace patentes los
límites y la insuficiencia de la ciencia.59
No está claro aún si la indeterminación es una característica
perteneciente al orden natural o sólo una expresión de nuestra actual
ignorancia. Varios físicos creen que es sólo cuestión de tiempo antes que
lleguemos más allá del Principio de Incertidumbre. Esto significa que sería un
error edificar en base de este principio una apologética cristiana tocante a la
libertad humana o a los milagros divinos.60 Posiblemente, el
mejor consejo para los cristianos sea que se continúe trabajando sobre las
cuestiones suscitadas por la nueva física, mientras nos mantenemos abiertos a
nuevos desarrollos.
REFERENCIAS
1 Ambos citados en Josh McDowell, Evidencia que exige un
veredicto, Vol. II (Terrassa: CLIE 1988), págs. 37, 39. Volver
al texto
2 F. S. C. Northrop, Introducción a Physics and
Philosophy, por Werner Heisenberg (NY: Harper and Row, 1958), pág. 2. Volver al texto
3 Ibid., págs. 4, 25. Volver al
texto
4 Ibid., pág. 2. Volver al texto
5 Citado en Gordon Clark, The Philosophy of Science and
Belief in God (Nutley, N.J.: Craig Press, 1964), pág. 50. Volver al texto
6 Rudolf Bultmann, Jesus Christ and Mythology (NY:
Charles Scribner's Sons, 1958), págs. 37-38, énfasis añadido. Volver al texto
7 Rudolf Bultmann, Kerygma and Myth (NY: Harper and Row,
1961), pág. 39. Volver al texto
8 Citado en Jerome Frank, Fate and Freedom (NY: Simon
and Schuster, 1945), pág. 104. Volver al texto
9 Ibid., págs. 87-105. Volver al
texto
10 Bertrand Russell, Religion and Science (NY: Oxford
University Press, 1980), pág. 151. Volver al texto
11 Sir Arthur Eddington, The Nature of the Physical
World (University of Michigan Press, Ann Arbor Paperback, 1958), pág. 4;
énfasis añadido. Volver al texto
12 Citado en Clark, pág. 50. Volver al
texto
13 Arthur Smethurst, Modern Science and Christian
Belief (Nashville: Abingdon Press, 1955) va demasiado lejos al identificar a
Dios con la energía de los físicos. Escribe él:
Si la perspectiva cristiana es verdadera, ciertamente deberíamos esperar
encontrar la evidencia del Espíritu Santo en la esfera física precisamente en
señales como la energía y actividad dinámica que se indican en la moderna
física. Si la energía es la base esencial de todo el mundo material, esto es
para el cristiano una clara manifestación del activo y creador Espíritu de Dios
en el ámbito de lo físico.
Para el extremo opuesto, véase Barnes (nota N(o) 20), que ni siquiera acepta
el principio de Einstein de la equivalencia de la masa y de la energía. Volver al texto
14 Para un relato desde una perspectiva no cristiana de cómo
la ciencia ha llegado a un paralelismo con las enseñanzas de la religión acerca
del principio del universo, véase Robert Jastrow, God and the Astronomers
[Dios y los astrónomos] (NY: Warner Books, 1978). Volver al
texto
15 Eddington, pág. 8. Volver al texto
16 Stanley L. Jaki, The Origin of Science and the Science
of its Origin (South Bend, IN: Regnery/Gateway, Inc. 1978), pág. 98. Volver al texto
17 Nigel Calder, Einstein's Universe (NY: Penguin
Books, 1979), pág. 13, énfasis en el original. Volver al
texto
18 V. F. Weisskopf, American Scientist, 1983, citado en
Evolutionists Confront Creationists (San Francisco: California Academy of
Sciences, 1984). Volver al texto
19 Thomas G. Barnes, Physics of the Future (El Cajon,
CA: Institute for Creation Research, 1983), pág. 17. Volver al
texto
20 Citado en ibid. Volver al
texto
21 Clark, pág. 71 (énfasis añadido). Volver al
texto
22 Hans Riechenbach, Atom and Cosmos: The World of Modern
Physics (NY: Macmillan, 1933), págs. 278-279. Volver al
texto
23 J. Bronowski, The Common Sense of Science
(Cambridge: Harvard University Press, 1955), pág. 68. El argumento más poderoso
para la influencia directa de las leyes cuánticas a todos los niveles de
complejidad es el de Pascual Jordan, Physics of the Twentieth Century
(New York: Philosophical Library, 1944), págs. 150 ss. Volver al
texto
24 Floyd W. Matson, The Broken Image (NY: Doubleday
Anchor Books, 1964), pág. 130. Volver al texto
25 Russell, págs. 160-161, énfasis añadido. Volver al texto
26 Malcolm A. Jeeves, The Scientific Enterprise and
Christian Faith (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1969), pág. 145. Volver al texto
27 R. C. Sproul, John Gerstner, Arthur Lindsley, Classical
Apologetics (Grand Rapids: Zondervan Academie Books, 1984), págs. 112-113.
Volver al texto
28 Arthur Koestler, Arrow in the Blue (Londres: Hamish
Hamilton Ltd., 1952), pág. 258, énfasis en el original. Volver al
texto
29 Ibid., pág. 257. Volver al
texto
30 P. W. Bridgman, Reflections of a Physicist (NY:
Philosophical Library, 1950), pág. 93, énfasis añadido. Volver al
texto
31 Koestler, pág. 258. Volver al texto
32 John Gliedman, «Turning Einstein Upside
Down,» Science Digest, Octubre 1984, pág. 38. Volver al texto
33 Werner Heisenberg, «The Idea of Nature in
Contemporary Physics», Main Currents of Western Thought, Franklin
Le Van Baumer, edutor (New Haven: Yale University Press, 1978), págs. 706-707,
énfasis añadido. Volver al texto
34 Pascual Jordan, Science and the Course of History
(New Haven: Yale University Press, 1955), pág. X. Volver al
texto
35 Koestler, pág. 258. Volver al texto
36 Hendrick Hart, The Challenge of Our Age (Toronto:
Wedge, 1974), págs. 38-48. Volver al texto
37 Entrevista personal. En Physics of the Future,
Barnes escribe:
En tanto que los avances en tecnología han ido constantemente adelante, es
cosa de opinión respecto a la dirección de la curva de los verdaderos avances en
los fundamentos de la física moderna desde alrededor de 1940. Él concluía que
[la mayor parte de los Premios Nóbel dados en las últimas décadas] se habían
dado a físicos viejos, cuyo trabajo merecedor del premio había sido hecho con
mucha anterioridad al momento en que les fue otorgado. La conclusión era que el
progreso en los descubrimientos fundamentales reales en física está de capa
caída. (pág. 1)
Volver al texto
38 Hart, pág. 49. Volver al texto
39 Matson, pág. 126. Volver al texto
40 Karl R. Popper, Objective Knowledge (Londres: Oxford
University Press, 1972), pág. 217. Volver al texto
41 Arthur Compton, The Human Meaning of Science, citado
en ibid., pág. 218. Volver al texto
42 Science and the Course of History, págs. 112-113,
énfasis añadido. Volver al texto
43 Eddington, pág. 295. Volver al texto
44 Sir James Jeans, «On Free Will», Main
Currents of Western Thought, págs. 702-703. Volver al
texto
45 Russell, pág. 162. Volver al texto
46 Richard Taylor, Metaphysics (NJ: Prentice-Hall,
1974), pág. 52. Volver al texto
47 Michael Polanyi, Personal Knowledge (University of
Chicago Press, 1962), pág. 309.
La conducta del electrón muestra azar, no libertad. Desde luego, tanto la
libertad como el azar resultan en impredecibilidad, pero tienen poca cosa más en
común. Difícilmente atribuiríamos libertad a una ruleta simplemente porque no
podemos predecir dónde se detendrá. Un quebramiento de la causalidad no da por
sí mismo un concepto significativo de libertad; la acción incausada sería
caótica y aleatoria, y no en absoluto aquello que nosotros significamos por
elección responsable.
Volver al texto
48 Jeeves, pág. 141, cita a D. MacKay:
Si se introdujere un elemento de azar en la cadena de control de mis
acciones, esto tendería a excusarme de responsabilidad acerca de ello en
lugar de acreditarme con responsabilidad por ello. (Énfasis en el
original).
Volver al texto
49 Popper, pág. 227. Popper da aquí el argumento de M.
Schlick, con el que está esencialmente de acuerdo. Volver al
texto
50 Ian Barbour, Issues in Science and Religion (NY:
Harper and Row, 1966), pág. 313. Volver al texto
51 Herman Dooyeweerd, un filósofo holandés de este siglo,
expresó una filosofía cristiana de niveles o «etapas modales» que
hace un buen trabajo para representar cómo las etapas «superiores»
(mente, voluntad, espíritu) reposan sobre las etapas «inferiores»
(física, química, vida biótica), y que sin embargo no son reducibles a las
mismas. Barbour (nota n(o) 50) desarrolla una teoría similar de niveles. Volver al texto
52 Richard Bube, The Encounter Between Christianity and
Science, Grand Rapids: Eerdmans, 1968), pág. 184. Volver al
texto
53 Werner Heisenberg, Physics and Philosophy, págs. 200
ss. Volver al texto
54 William Pollard, Chance and Providence (NY: Charles
Scribner's Sons, 1958). Volver al texto
55 Jeans, The Mysterious Universe, citado en Matson,
pág. 122, 291. Volver al texto
56 Barbour, pág. 288. Volver al texto
57 James Moore, «Science and Christianity: Toward
Peaceful Coexistence,» Christianity for the Tough-Minded, John
Warwick Montgomery, editor (Minneapolis: Bethany Fellowship, 1973), pág. 79,
énfasis añadido. Volver al texto
58 John Warwick Montgomery, History and Christianity
(Downers Grove: InterVarsity Press, 1964), pág. 75. Volver al
texto
59 Matson, pág. 137. Volver al texto
60 Jeeves, pág. 146. Volver al texto
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Fuente: Bible-Science Newsletter, enero 1985, pags.
6ss.
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