LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIALA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
* * * *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por
John Nelson Darby
TERCERA CONFERENCIA
(Hechos 1)
La segunda venida de Cristo
Deseo ahora hablaros acerca de la venida de Cristo. Hay muchas
cuestiones que se relacionan con este importantísimo hecho,
como, por ejemplo, el reinado del Anticristo; pero esta tarde me
centraré en el acontecimiento mismo de la venida del
Señor.
He comenzado esta sesión leyendo Hechos 1, por cuanto la
promesa del regreso del Señor nos es presentada como la
única esperanza de los discípulos, y el primer tema que
debía fijar la atención de los mismos, cuando
seguían en vano con su mirada al Señor en Su
ascensión, que iba a quedar escondido en Dios.
En este capítulo hay tres cosas a observar con motivo de la
ascensión del Señor. La primera es que los
discípulos deseaban saber cuándo y cómo iba Dios
a restaurar el reino a Israel. Ahora bien, Jesús no les dijo
que este reino no sería restaurado, sino más bien lo
contrario; les dice sólo que la época de esta
restauración no está revelada. La segunda es que el
Espíritu Santo vendría; y la tercera es que mientras
los discípulos estaban con la vista fijada en el cielo, se les
aparecieron dos ángeles, que les dijeron: «¿Por
qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá
como le habéis visto ir al cielo».
Sí; tenían que esperar el regreso de Cristo.
Si estudiamos la historia de la Iglesia, la veremos decaer en
precisamente la misma proporción en la que pierde de vista el
regreso del Señor, y en que la espera del Salvador desaparece
de los corazones. Al olvidar esta verdad se debilita, se vuelve
mundana. Pero quiero demostraros, sin querer apartarme del
ámbito de la Palabra, sino mediante ella, cómo este
pensamiento del regreso de Cristo dominaba la inteligencia,
sostenía la esperanza e inspiraba la conducta de los
apóstoles. Y lo haré mediante citas textuales de
diversos libros del Nuevo Testamento.
Hechos 3:19-21: «Así que, arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que
vengan de la presencia del Señor tiempos de
refrigerio, y él envíe a Jesucristo ...» El
Espíritu Santo ha venido; Él ha permanecido con la
Iglesia; pero los tiempos de refrigerio vendrán «de la
presencia del Señor», cuando Él enviará a
Jesucristo. Es imposible aplicar este pasaje al Espíritu
Santo, por cuanto Él ya había descendido entonces, y
era Él quien decía, por boca del Apóstol:
«A quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los
tiempos de la restauración de todas las cosas...» Y, de
hecho, el Espíritu Santo no ha restaurado todas las cosas. En
base de este pasaje, el propósito atribuido al que debe venir
no es el de juzgar a los muertos, ni que el mundo sea quemado y
destruido; Su propósito es, ante todo, «la
restauración de todas las cosas de que habló Dios por
boca de sus santos profetas».
Escrituras que hablan de la venida del
Señor
Os cito estos pasajes para que comprendáis qué es lo
que yo entiendo por la venida del Señor; no tenemos
aquí el juicio de los muertos, ni el Gran Trono Blanco; de lo
que se trata es del regreso personal de Jesucristo, presente
y visible, cuando será enviado del cielo. Si comparamos
estos versículos con el pasaje en Apocalipsis 20,
veréis con claridad que la venida de Jesucristo y el juicio de
los muertos son dos acontecimientos distintos; que cuando tenga lugar
el juicio de los muertos no se habla de que Cristo vuelva del cielo a
la tierra, porque se dice que entonces el cielo y la tierra
huirán de delante de Su rostro.
El Señor volverá a la tierra.
Veamos ahora como ya desde el principio Él mismo, y luego
el Espíritu Santo por medio de los Apóstoles, dirigen
constantemente nuestra atención a este regreso personal.
Mateo 24:27-30: «Entonces lamentarán todas las tribus
de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las
nubes del cielo». Desde luego, la expedición de Tito
contra Jerusalén no fue la venida del Señor en las
nubes del cielo. Tampoco se trata del juicio de los muertos ante el
tribunal del Gran Trono Blanco. En este tiempo ya no hay tierra,
mientras que en el tiempo del pasaje citado están presentes
las naciones de la tierra, y se trata de un acontecimiento que tiene
que ver con esta tierra. «Y se lamentarán todas las
tribus de la tierra.» No se trata de un milenio como
consecuencia de la aplicación del poder del Espíritu
Santo; son las tribus de la tierra que se lamentarán cuando
verán al Señor Jesús. Versículo 33:
«Así también ... cuando veáis todas estas
cosas, conoced que está cerca, a las puertas».
Mateo 24:42-51. La fidelidad de la Iglesia dependería de la
atención continua que diera a esta verdad del regreso de
Cristo. Desde el momento en que comienza a decir «Mi
señor tarda en venir», comienza a dominar de manera
tiránica y a volverse mundana. «También vosotros
estad preparados», dice Jesús, «porque el Hijo del
Hombre [no la muerte] vendrá ...»
Mateo 25:1-13. La espera del regreso de Cristo es la medida
exacta, el termómetro, por así decirlo, de la vida de
la Iglesia. Así como el siervo se volvió infiel en el
momento en que dijo «Mi Señor tarda en venir»,
así también sucedió con las diez
vírgenes, porque se dice que todas se durmieron.
Además, no era ni al Espíritu Santo, ni a la muerte,
que tenían las vírgenes que esperar con fidelidad,
porque ni la muerte ni el Espíritu Santo son el Esposo de la
Iglesia. Todas las vírgenes se encontraron en la misma
situación; las prudentes (los santos verdaderos), lo mismo que
las insensatas que carecían del aceite del Espíritu
Santo, se durmieron juntas, olvidando el regreso inminente de Cristo.
En Marcos 13 tenemos casi lo mismo. El
versículo 26 nos impide aplicar este pasaje a la
invasión de los romanos;(3) y cuando en el
versículo 29 se dice: «Está cerca, a las
puertas», no se está hablando del juicio de los muertos,
ni del Gran Trono Blanco. En la época del Gran Trono Blanco no
habrá casas a las que pueda hacerse referencia.
Sólo aparecen cuatro pasajes en el Nuevo Testamento que se
refieran al gozo del alma de los que han muerto en el Señor.
El primero es cuando el ladrón le dice al Señor:
«Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino».
Aquí él estaba pensando en la venida de Jesús en
gloria, que era una verdad con la que los judíos estaban
familiarizados. Y el Señor le respondió: Para esto no
tienes que esperar a que vuelva: «Hoy estarás conmigo en
el paraíso». El segundo pasaje es el referente a Esteban,
que dijo: «Señor Jesús, recibe mi
espíritu.» El tercero es aquel en el que Pablo dice:
«Ausentes del cuerpo, presentes con el Señor» (2 Co
5). El cuarto, en Filipenses 1:22, 23, donde el apóstol dice:
«No sé entonces qué escoger ... teniendo deseo de
partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.»
En efecto, es muchísimo mejor esperar la gloria estando
presente con Cristo en el cielo, que quedándonos aquí
abajo; no que vayamos a la gloria cuando partimos, sino que dejamos
el pecado, quedamos al abrigo del pecado, y gozamos del Señor
sin pecar. Sí, éste es un estado muchísimo
mejor, pero es asimismo un estado de espera, como el estado en que
está el mismo Cristo, sentado a la diestra del Padre, y
esperando lo que falta.
Lucas 12:35: «Estén ceñidos vuestros lomos, y
vuestras lámparas encendidas...». Aquí nos
encontramos otra vez con la parábola del siervo infiel. Pero
aquí el Señor añade que el siervo «que
conociendo la voluntad de su señor, no se preparó
(aquí tenemos la cristiandad), recibirá muchos azotes.
Mas el que sin conocerla (aquí tenemos a los paganos), hizo
cosas dignas de azotes, será azotado poco». Todos
serán juzgados, pero la cristiandad está en un estado
infinitamente peor que el de los judíos o el de los paganos.
Lucas 17:30: «Así será el día en que
el Hijo del hombre se manifieste».
Lucas 21:27: «Entonces verán al Hijo del Hombre, que
vendrá en una nube con poder y gran gloria». La higuera,
de la que el Señor habla en este contexto, es de manera
especial el símbolo de la nación judía.
«Velad, pues,» añade Él, «en todo tiempo
orando que seáis tenidos por dignos ... de estar en pie
delante del Hijo del Hombre.» Estos dos capítulos de
Lucas, esto es, el 17 y el 21, lo mismo que Mateo 24 y Marcos 13,
tienen que ver con los judíos. A estos se puede añadir
Lucas 19, donde los siervos llamados y los enemigos que rechazaron al
noble son bien claramente los servidores de Cristo y la nación
judía (véanse los vv. 12, 13, 27).
Juan 14:2: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay... voy
pues, a preparar lugar para vosotros. Y ... vendré otra
vez». El Señor mismo vendrá a tomar la Iglesia, a
fin de que la Iglesia esté donde Él está.
Hechos 1:11: «Este mismo Jesús, que ha sido tomado de
vosotros al cielo, así vendrá ...»
Hechos 3:20. Aquí tenemos la predicacion del apóstol
a los israelitas: Convertíos, y Jesús volverá.
Vosotros habéis dado muerte al Príncipe de la vida,
habéis negado al Santo y al Justo; Dios lo ha resucitado.
Arrepentíos, y Él volverá. Pero no quisieron
convertirse. Durante tres años Jesús había
estado buscando en vano fruto en la higuera. Y bien al contrario, los
viñadores dieron muerte al Hijo de Aquel que los había
establecido sobre la viña. El Hijo de Dios, Jesús,
pidió para ellos el perdón, desde la cruz, de donde Su
voz es todopoderosa, diciendo: «Perdónalos, porque no
saben lo que hacen». Mientras tanto, el Espíritu Santo,
por boca del apóstol, responde a la intercesión de
Jesús: «Sé que por ignorancia lo hicisteis»:
arrepentíos, entonces, y Él volverá:
«Arrepentíos ... para que vengan de la presencia del
Señor tiempos de refrigerio...» Pero sabemos que se
resistieron obstinadamente al Espíritu Santo (Hch 7:51).
Hechos 3:20, 21: «Y él envíe a Jesucristo, que
os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo
reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas
de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido
desde tiempo antiguo.»
Aquí tenemos el gran fin de todos los consejos de Dios. Tal
como hemos visto antes el secreto de Su voluntad, que Dios
reunirá todas las cosas en Cristo, vemos aquí que
Él ha hablado de esto mismo, en lo que toca a las cosas
terrenales, por boca de sus santos profetas. ¿Y cómo se
cumplirán estas cosas? ¿Por el derramamiento del
Espíritu Santo? No, porque se dice que esto tendrá
lugar cuando envíe a Jesús. Sin duda alguna, yo creo
que el Espíritu Santo será derramado, y de manera
especial sobre los judíos; pero, en el pasaje que estamos
contemplando, este acontecimiento tendrá lugar por la
presencia de Jesús. No es del cielo de lo que se trata
aquí. No puede haber una revelación más
explícita de que las cosas de las que hablaron los profetas
tendrán su cumplimiento cuando Jesús sea enviado. No
sé cómo se puede esquivar el sentido y la sencillez de
esta declaración.
Vemos la caída, la ruina del hombre; vemos también a
toda la creación sujeta a la servidumbre de la
corrupción. La Esposa desea que el Esposo sea manifestado. No
es el Espíritu Santo el que restaurará la
creación ni el que es heredero de todas las cosas: es
Jesús. Cuando Jesús sea manifestado en gloria, el mundo
lo verá, mientras que al Espíritu Santo no lo puede
ver.
Toda rodilla se doblará al nombre de Jesús. La obra
del Espíritu Santo no es la de restaurar todas las cosas
aquí abajo, sino la de anunciar a Jesús que ha de
volver. Una vez más, es el Espíritu Santo quien dijo,
por boca de Pedro: «A quien de cierto es necesario que el cielo
reciba». ¿Que reciba a quién?... No al
Espíritu Santo; Él ya había descendido; y a
nosotros nos toca creerle.
Paso ahora a las Epístolas, para ver también en
ellas cómo la venida del Salvador era la esperanza constante y
viva de la Iglesia.
Vemos claramente en Romanos 8:19-22 a toda la creación en
suspenso, hasta el momento de Su manifestación;
compárese con Juan 14:1-3 y Colosenses 3:1, 4.
También en 1 Corintios 1:7: «De manera que nada os
falta en ningún don, esperando la manifestación de
nuestro Señor Jesucristo.»
Efesios 1:10. De este pasaje ya hemos hablado. Por cuanto en el
juicio final ya habrán desaparecido los cielos y la tierra, es
antes de esta época que Dios reunirá todas las cosas en
Cristo.
Filipenses 3:20, 21: «Mas nuestra ciudadanía
está en los cielos, de donde también esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará
el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al
cuerpo de la gloria suya, ...»
Colosenses 3:4: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con
él en gloria.»
Las dos epístolas a los Tesalonicenses giran enteramente en
torno a este tema.
1 Tesalonicenses. Todo tiene lugar con vista a la venida de
Cristo; todo lo que dice Pablo de su gozo y de su obra tiene
relación con ella.
Ya en primer lugar, la conversión misma tiene
relación con esta verdad (1:10). Los fieles de
Tesalónica, que habían servido de ejemplo a los de
Macedonia y de Acaya, y cuya fe era tan célebre que no
había necesidad de decirles nada, se habían convertido
«de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual
resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la
ira venidera». Es de destacar que esta iglesia, una de las
más florecientes de aquellas a las que los apóstoles
escribieron, sea precisamente la que el Señor escoge para
revelar con mayores detalles las circunstancias de Su venida.
«El secreto de Jehová es para los que le temen.»
Así era la fe de los Tesalonicenses: por todo el mundo se
hablaba de la misma, esto es, que esperaban a Jesús de los
cielos. Y a nosotros nos toca tener esta misma fe que tenían
los Tesalonicenses. Y es necesario esperar al Señor, como
ellos lo hacían, antes del período de los mil
años. Y, desde luego, ellos no estaban diciendo:
Pasarán mil años antes que el Señor vuelva. Cap.
2:19: «Porque ¿cuál es nuestra esperanza ...?
¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor
Jesucristo, en su venida?»
Capítulo 3:13: «Para que sean afirmados vuestros
corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre,
en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus
santos.» Ésta es la idea dominante de los pensamientos y
de los afectos del apóstol.
Capítulo 4:13-18. Es destacable que la única
consolación que el apóstol ofrece a los que estaban
alrededor de un lecho de muerte de un fiel es su regreso con
Jesús y su mutuo reencuentro. La costumbre es decir:
«¡Oh, consuélate; se ha ido a la gloria, y pronto le
seguiremos.» Pero no es éste el pensamiento del
apóstol; bien al contrario, la consolación que les da a
los que compartían los últimos momentos de los fieles
es: Consolaos: Dios los volverá a traer. Es preciso
que tenga lugar un enorme cambio en los sentimientos habituales de
los cristianos, porque la única consolación que el
apóstol ofrece es considerada hoy día como una
insensatez. Los fieles de Tesalónica estaban hasta tal punto
impregnados del pensamiento del regreso de Cristo que no se
imaginaban poder morir antes de tal acontecimiento; y cuando uno de
ellos partía, sus amigos se afligían temiendo que no
estaría presente en aquel feliz momento. Pero Pablo los
tranquiliza diciéndoles que «así también
traerá Dios con Jesús a los que durmieron en
él». Podemos comprender, por medio de este ejemplo,
cómo la Iglesia ha puesto a un lado la esperanza que llenaba
el espíritu de los primeros fieles; hasta qué punto nos
hemos alejado del pensamiento apostólico que hemos puesto en
su lugar la idea de un estado intermedio de bienaventuranza (el alma
separada del cuerpo), un estado que sin duda es cierto, y superior
desde luego a nuestro estado sobre la tierra, pero vago, y que es
además un estado de espera. El mismo Jesús espera, y
los santos muertos esperan.
No deseo en absoluto debilitar la verdad de este estado intermedio
de bienaventuranza; el apóstol habla así del mismo (2
Co 5:2): «Y por esto también gemimos, deseando ser
revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues
así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo
los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia;
porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para
que lo mortal sea absorbido por la vida... Así que vivimos
confiados siempre», etc. Es decir: Si el cuerpo mortal no queda
absorbido por la vida (no es transmutado), la confianza que tengo no
queda interrumpida en el momento de la muerte; ya he recibido la vida
de Cristo en mi alma, y no podrá dejar de ser. Puede llegar el
momento en que yo fallezca, pero la vida de mi alma no queda por ello
afectada; ya tengo la vida de Cristo; y si parto, será para
estar con Él.
Otra observación todavía acerca de 1 Tesalonicenses
4:15-17: «Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para
recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre
con el Señor.»
Si el apóstol hubiera estado esperando un milenio del
Espíritu Santo antes de la venida de Jesús,
¿cómo habría podido decir: Los que vivimos, los
que hayamos quedado aún para la venida de Cristo? Para
él se trataba, entonces, de una continua espera de la venida
de Cristo, de la que no sabía el momento, pero que
tenía motivos de esperar. ¿Acaso estaba engañado
en esto? No, en absoluto; tan sólo esperaba; y esta espera
tenía el buen fruto de que lo mantenía en perfecta
separación del mundo. Si esperáramos de un día
para el otro la llegada del Señor, ¿dónde
quedarían todos estos planes que se hacen para la familia,
para la casa, para lisonjear la soberbia de la vida, para
enriquecerse? Lo que forma nuestro carácter es la naturaleza
de nuestra esperanza, y, cuando venga el Señor, Pablo
gozará de los frutos de su espera. La esperanza que lo animaba
produjo sus hermosos frutos; fue debido a esta esperanza que dijo:
«Todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo»
(1 Ts 5:23).
1 Tesalonicenses 5:2-4. Obsérvese que este día no ha
de sorprender a los creyentes como ladrón.
2 Tesalonicenses 1:9, 10; 2:3-10. En lugar de un
mundo bendecido por un milenio sin la presencia de Jesús,
observamos al hombre de pecado yendo de mal en peor, hasta que es
destruido por la manifestación de la venida de Cristo. Esto
constituye evidentemente una prueba de que este milenio del
Espíritu a solas es falso, por cuanto el misterio de
iniquidad, que ya comenzó en tiempos del apóstol Pablo,
debía proseguir hasta que se manifestara el hombre de pecado,
que será destruido por la manifestación del mismo
Cristo en Su venida, con el espíritu de Su
boca.(4) Y en un estado de cosas así,
¿dónde queda lugar para tal milenio?
1 Timoteo 6:14-16: Guarda «el mandamiento sin mácula
ni reprensión, hasta la aparición de nuestro
Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará el
bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de
señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en
luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede
ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.»
2 Timoteo 4:1: «Te encarezco delante de Dios y del
Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los
muertos en su manifestación y en su reino.»
Tito 2:11-13. La gracia ha aparecido, mostrándonos la forma
de vivir, primero, y luego la esperanza de la gloria. La
aparición de la gracia ya tenido lugar; y ella nos
enseña a esperar la manifestación gloriosa.
Hebreos 9:28: «Así también Cristo fue ofrecido
una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá
por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los
que le esperan». Como Sumo Sacerdote, una vez haya terminado Su
obra intercesora, saldrá del santuario. Véase asimismo
Levítico 9:22-24.
Stg 5:9: «El juez está delante de la puerta.»
2 Pedro 1:16-21: Porque no os hemos dado a conocer el poder y la
venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas
artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su
majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y
gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que
decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y
nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando
estábamos con él en el monte santo. Tenemos
también la palabra profética más segura, a la
cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que
alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el
lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo
primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación privada, porque nunca la profecía fue
traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de
Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.»
Así, la transfiguración fue como un
espécimen, una muestra de la venida de Jesús en gloria.
1 Juan 3:2-3: «Sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como
él es.» No seremos semejantes a Él hasta que
aparezca. Antes no. «Y todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo.»
Sabiendo que cuando Jesús aparezca seré semejante a
él, tengo ya que asemejarme, desde ahora, todo lo posible a
Jesús. ¡Qué grande es la poderosa eficacia de esta
verdad del regreso de Cristo, y qué prácticos son los
efectos que se desprenden de esta esperanza! Esta esperanza nos es la
medida de la santidad, así como es su motivo.
También los que están en el cielo (Ap 5:10) dicen en
sus cánticos: «Reinarán sobre la tierra», y
éste es el lenguaje de los fieles que ya están en las
alturas alrededor del trono. Dicen: Reinarán, no
reinan. Ellos mismos están en estado de espera, como el
mismo Jesucristo; esperando lo que queda, hasta que sus enemigos sean
puestos por estrado de sus pies.
Estudiemos también la parábola de la cizaña y
del trigo (Mt 13). La cizaña, esto es, el mal que
Satanás ha hecho allí donde se ha sembrado el trigo,
tiene que crecer hasta la siega, que es el fin de esta
dispensación. El mal que él ha provocado mediante
herejías, falsas doctrinas, falsas religiones, todo este mal
ha de seguir, crecer y madurar. Esta cizaña tiene que
aumentar, y multiplicarse en el campo del Señor hasta la
siega. Ésta es una revelación positiva, que contradice
de manera formal la idea de un milenio del Espíritu Santo sin
un regreso del Señor.
Así, hemos visto que la venida de Cristo está unida
a todos los pensamientos, a todos los motivos de consolación y
de gozo, y a la santificación de la Iglesia, incluso en el
lecho de muerte, y que Cristo traerá consigo a los que hayan
abandonado el cuerpo. Hemos visto también, por una parte, que
la venida del Señor es lo que será el medio de la
restauración de todas las cosas, y, por otra parte, que el mal
ha de crecer en el campo del Señor hasta el momento de la
siega.
Que el Señor aplique estas verdades a nuestros corazones,
queridos amigos, por un lado para apartarnos de las cosas de este
mundo, y por el otro para atraernos a Su venida, a Él mismo de
manera personal, a fin de que nos purifiquemos, así como
Él es puro. Desde luego, nada hay más práctico
que estas verdades, nada más apropiado para separarnos de un
mundo que ha de ser juzgado, al mismo tiempo que para fortalecer
nuestra comunión con Aquel que ha de venir para juzgar. Nada
mejor que esto para mostrarnos cuál debe ser nuestra
purificación, y para provocarla en nosotros; nada que pueda
consolarnos de tal manera, y reanimarnos e identificarnos con Aquel
que padeció por nosotros, a fin de que los que ahora sufrimos
reinemos luego con Él, coherederos en gloria. Es cosa cierta
que si esperáramos al Señor a diario, se daría
entre nosotros una renuncia abnegada que no se ve demasiado entre los
cristianos actuales. ¡Que nadie diga: «Mi Señor se
tarda en venir»!
NOTAS
3. Aprovecho esta ocasión para observar
que aunque durante la toma de Jerusalén por parte de Tito
hubiera circunstancias en parte semejantes, en ciertos aspectos, a
las que se tendrán que dar más tarde cuando se cumplan
estas profecías de Marcos 13 y de Mateo 24, de modo que los
discípulos pudieran usar las advertencias que aparecen en
ellas (lo que admito, aunque no haya certidumbre a este respecto),
nos encontramos con dificultades insuperables si queremos aplicar
«la abominación de la desolación» al
ejército de Tito o a las enseñas romanas. Hay un
período que data a partir de este acontecimiento, del que no
vemos cumplimiento alguno si contamos a partir de la toma de
Jerusalén. De manera que se ha visto necesario transferir esta
parte de la profecía al papado, que nada tiene que ver con la
invasión de Tito. El pasaje en Lucas está más
relacionado con los acontecimientos que tuvieron lugar durante la
toma de Jerusalén por parte de Tito; pero insisto en que el
intento de aplicar estos pasajes que nos ocupan a este acontecimiento
es una pérdida de tiempo. Vuelve al texto
4. Para el sentido de la expresión
«el espíritu de su boca», véase Isaías
11:2. Vuelve al texto
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Traducido de la quinta edición
francesa
por Santiago Escuain
Publicado por
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