LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIALA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
* * * *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por
John Nelson Darby
CUARTA CONFERENCIA
(Lucas 20:27-44)
La primera resurrección,
o, La resurrección de los
justos.
El tema que me he propuesto presentaros esta tarde es el de la
resurrección, y de manera particular la resurrección de
los justos como totalmente distinta de la de los malvados.
Hemos hablado de Cristo, el heredero de todas las cosas; de la
Iglesia, coheredera con Él, y de la venida de Cristo antes de
los mil años para reinar, acontecimiento éste que no
debe ser confundido con el día de la resurrección de
los malvados y del juicio que tendrá lugar ante el Gran Trono
Blanco, el cual no tendrá lugar más que después
del milenio. Ahora veremos que la Iglesia participará en esta
venida de Cristo; esto es lo que se lleva a cabo mediante la primera
resurrección.
La primera resurrección es de entre los
muertos
No tengo necesidad de hablaros de la
resurrección de Jesús como sello de Su misión;
esta cuestión la considero como una verdad admitida; para este
primer punto será suficiente citar Romanos 1:4, donde el
Apóstol nos dice que Jesucristo ha sido «declarado Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por
la resurrección de entre los
muertos».(5) La resurrección fue el
gran hecho que demostró que Jesús es el Hijo de Dios;
pero fue asimismo, por otra parte, el gran tema de la
predicación de los apóstoles, la base de sus
epístolas y de todo el Nuevo Testamento.
Digamos de entrada, queridos amigos, que la dificultad acerca de
estas cuestiones que tratamos no proviene de que la palabra de Dios
no sea sencilla, clara y convincente, sino de que, con la mayor
frecuencia, nuestras ideas preconcebidas nos privan de su sentido
natural. La dificultad reside en las maneras de pensar formadas al
margen de las Sagradas Escrituras; uno introduce sus pensamientos en
esta Palabra en lugar de derivarlos de ella; entonces se encuentran
inconsistencias e incompatibilidades en lo que se nos presenta, y ni
suponemos que estas incompatibilidades se deben únicamente a
ideas humanas preconcebidas.
La doctrina de la resurrección es importante desde
más de una perspectiva. Conecta nuestras esperanzas con Cristo
y con toda la Iglesia; en resumen, con los consejos de Dios en
Cristo; nos hace comprender que somos totalmente libertados en
Él, por nuestra participación en una vida en la cual,
estando unidos con Él por el vínculo del
Espíritu, encontramos la fuerza para glorificarle desde ahora
mismo, por el poder de este mismo Espíritu. Esta doctrina
establece nuestra esperanza de la manera más sólida; en
definitiva, expresa toda nuestra salvación en el sentido de
que nos introduce en una nueva creación, mediante la que el
poder de Dios nos pone, en el postrer Adán, más
allá de la esfera del pecado, de Satanás y de la
muerte. El alma, al partir, va a Jesús, pero no está
glorificada. La palabra de Dios nos habla de hombres glorificados, de
cuerpos glorificados, jamás de almas glorificadas. Pero, como
ya he dicho, los prejuicios y las enseñanzas de los hombres
han tomado el lugar de la palabra de Dios, y la expectativa de la
resurrección ha dejado de ser el estado normal de la Iglesia.
La resurrección era la base de la predicación de los
apóstoles.
Hechos 1:21, 22: «Es necesario, pues, que de estos hombres
... uno sea hecho testigo con nosotros, de su
resurrección.» He aquí el tema constante de su
testimonio. Veamos ahora los términos mismos de este
testimonio.
Hechos 2:24: «Al cual Dios levantó ...».
Igualmente en el v. 32: «A este Jesús resucitó
Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.»
Capítulo 3:15: «Y matasteis al Autor de la vida, a
quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos
testigos.»
Capítulo 4:2. Vemos que esta doctrina de la
resurrección era reconocida como la doctrina
públicamente predicada por los apóstoles, doctrina que
no se centra en que el alma irá al cielo al morir, sino en el
hecho de que los muertos revivirán.
Así como los fariseos fueron los que más se
habían opuesto al Señor mientras estaba sobre la
tierra, es decir, los falsos justos opuestos al verdadero Justo,
vemos cómo después de Su muerte Satanás suscita
a los saduceos, que eran enemigos de la doctrina de la
resurrección (Hch 4:1; 5:17).
Hechos 10:38, 40, 41. Pedro da testimonio de esta misma verdad
fundamental ante el centurión Cornelio y sus amigos. Pablo la
predicó de la misma manera a los judíos de
Antioquía de Pisidia (Hch 13:34), diciéndoles: Dios os
da las misericordias fieles de David en que Él ha resucitado a
Jesucristo de entre los muertos.
La resurrección del cuerpo
Hechos 17:18, 31. El apóstol anunció esta doctrina
en medio de los sabios gentiles, y esta doctrina fue piedra de
tropiezo para la sabiduría carnal de los mismos.
Sócrates y otros filósofos creían desde luego en
la inmortalidad; pero cuando aquellos sabios y otros curiosos oyeron
hablar de la resurrección del cuerpo, se burlaron. Un
incrédulo puede discurrir acerca de la inmortalidad, pero si
oye hablar de la resurrección del cuerpo, lo convierte en
objeto de burla. ¿Por qué? Porque por medio de la
inmortalidad del alma se puede exaltar a sí mismo, puede
resaltar su propia importancia. Se trata de algo que tiene que ver
con el hombre tal cual es. ¡Pero que el polvo resucite!
¡Hacer un ser vivo y glorioso es una gloria que sólo
pertenece a Dios, una obra de la que Dios, y sólo Dios, es
capaz; por cuanto si Dios, que reduce al polvo todos los elementos de
nuestro cuerpo, puede volverlos a reunir y hacer de ellos un hombre
vivo, desde luego tiene poder para todo.
Pasemos ahora a Hechos 23:6. No importa aquí si el
apóstol tuvo razón o no al apelar a los prejuicios de
los fariseos; lo importante es que afirma de manera directa que era
por la predicación de esta doctrina que había sido
sometido a juicio. En 24:15 él expone la misma verdad; en 26:8
la presenta al rey Agripa como el tema objeto de discusión; lo
mismo tenemos en el versículo 23.
Se ve por estos pasajes que la resurrección era
constantemente la base de la predicación de los
apóstoles y la esperanza de los fieles.
La resurrección especial de los
justos
Pasamos ahora a la segunda parte de nuestro tema: la
resurrección de la Iglesia por sí, o la
resurrección especial de los justos.
«Habrá, según nos dice el apóstol, una
resurrección, tanto de los justos como de los injustos»;
pero la resurrección de los justos y de la Iglesia es algo
totalmente aparte, que no tiene punto de contacto con la de los
malvados, no teniendo lugar ni al mismo momento que la de estos
últimos ni en base del mismo principio; por cuanto, aunque
ambas tienen que ser efecto del mismo poder, hay en la
resurrección de los justos un principio particular, esto es,
la morada del Espíritu Santo en ellos, lo cual es ajeno a la
resurrección de los malvados.
Observemos que el poder de la resurrección abarca la vida,
la justificación, la confianza y la gloria de la Iglesia. El
mismo Dios nos es presentado bajo el nombre de el Dios que
resucita a los muertos, quien introduce Su poder en las
últimas profundidades de los efectos de nuestro pecado, dentro
del dominio de la muerte, para hacer salir a los hombres por el poder
de una vida que desde aquel momento los pone fuera del alcance de
todas las funestas consecuencias del pecado; una vida según
Dios.
Romanos 4:23-25. Es en el Dios «que resucita a los
muertos» que somos llamados a creer; es la resurrección
de Jesús que es el poder, la eficacia, de nuestra
justificación. Ésta es la verdad que nos presenta este
pasaje. Nuestra unión con el Jesús resucitado es lo que
hace que seamos aceptados por Dios. Tenemos que considerarnos ya como
más allá de la tumba.
Ésta es la razón por la que la fe de Abraham era una
fe justificadora: él no consideró su cuerpo ya
muerto, sino que creyó en un Dios «que resucita a los
muertos»; es por esto que su fe le fue contada como justicia. La
resurrección de Jesús fue la gran demostración
y, al mismo tiempo, por lo que respecta a todos sus efectos morales,
el establecimiento de esta verdad, que el objeto de nuestra fe es que
Dios resucita a los muertos. Vemos esta verdad claramente expresada
en la epístola de Pedro (1 Pedro 1:21). Y esto nos es aplicado
a nosotros mismos por nuestra unión con el Señor.
Colosenses 2:12: «Sepultados con él en el bautismo, en
el cual fuisteis también resucitados con él, mediante
la fe en el poder de Dios que le levantó de entre los
muertos». La Iglesia, así, está ya ahora
resucitada, porque Cristo ha resucitado como cabeza de ella. La
resurrección de la Iglesia no es una resurrección cuyo
propósito sea el juicio; es sencillamente la consecuencia de
su unión con Cristo, que ha sufrido el juicio por ella.
Vemos así dentro de este pasaje cómo estas verdades
están unidas. La resurrección de la Iglesia es algo
especial, porque la Iglesia participa en la resurrección de
Cristo; resucitamos no sólo por el hecho de que Jesús
nos llamará fuera de la tumba, sino porque somos uno con
Él. Es por esto también que al participar de la fe
somos ya resucitados con Cristo, resucitados en cuanto al alma,
aunque no lo seamos aún de hecho en cuanto al cuerpo. La
justificación de la Iglesia es que está resucitada con
Cristo.
Es la misma fe la que se expresa en Efesios 1:18 y siguientes, y
2:4-6. Pablo nunca dice: «Me siento satisfecho con ser
salvo»; él sabía muy bien que es la esperanza la
que vuelve activa al alma, la que mueve los afectos, que anima y
dirige al hombre entero, y él deseaba que la Iglesia tuviera
el corazón lleno de esta esperanza. Nunca debemos tener
suficiente con decir: «Estoy salvado»; esto no es
suficiente para el amor de Dios, que no se queda satisfecho si no
somos partícipes de toda la gloria de Su Hijo. Y desde luego
nosotros no debemos mostrarnos indiferentes a Su voluntad.
Efesios 2:6 nos muestra la misma verdad.
La presencia del Espíritu Santo en la Iglesia es lo que
caracteriza nuestra posición delante de Dios. Así como
el Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios, siendo
nuestro consolador, ayudándonos en nuestras debilidades, y
haciéndonos capaces de servir a Dios, igualmente es a causa
del Espíritu Santo que está en nosotros que seremos
resucitados, y es también esto lo que hace que el principio de
la resurrección de la Iglesia sea totalmente distinto del de
la resurrección de los malvados. Nuestra resurrección
es la consecuencia de la morada en nosotros del Espíritu Santo
(Ro 8:11); se trata de una diferencia bien esencial. El mundo no
recibe al Espíritu Santo, porque el mundo ni le ve ni le
conoce (Jn 14:27). En cambio, nuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo (1 Co 6:19), y como nuestra alma es llenada, o
al menos debe serlo, por la gloria de Cristo, así nuestro
cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, será
resucitado según el poder del Espíritu Santo que mora
en nosotros, para participar de la gloria; esto no se puede decir de
los malvados.
Es la resurrección la cual, habiéndonos introducido
en el mundo del postrer Adán, y como ya participantes desde
ahora de esta vida, nos introducirá de hecho en un mundo nuevo
donde Él será la Cabeza y la gloria, puesto que
Él lo ha adquirido y reinará allí como Hombre
resucitado.
Observemos también que en los pasajes en los que se trata
de la resurrección, ninguno nos habla de una
resurrección simultánea de los malvados y de los
justos, y que los que tratan de la resurrección de los justos
hablan de ella como de una resurrección distinta.
La resurrección de los justos y de los
injustos
no tendrán lugar al mismo tiempo
Todos resucitarán. Habrá una resurrección de
los justos y una de los injustos, pero no tendrán lugar al
mismo tiempo. Citaré sucesivamente los pasajes que se
relacionan con esta cuestión.
Sabemos que será cuando venga Cristo que nosotros
resucitaremos (Fil 3:20, 21; 1 Co 15:23).
La idea de una resurrección de los justos era conocida por
los discípulos del Salvador, y nos es presentada como tal por
el Espíritu Santo, Lucas 14:14: «Te será
recompensado en la resurrección de los justos.»
Estoy totalmente convencido de que la manera en
que la esperanza de los cristianos se liga exclusivamente a la
inmortalidad del alma(6) no tiene su fuente en
el Evangelio, sino al contrario que proviene de los Platonistas, y
que fue precisamente a partir de esta misma época, en la que
se renegó de la venida de Cristo en el seno de la Iglesia, o
al menos a partir de que se comenzó a perder de vista, que la
doctrina de la inmortalidad del alma comenzó a tomar el puesto
de la doctrina de la resurrección. Fue en el siglo de
Orígenes. No hay necesidad de decir que no tengo duda alguna
acerca de la existencia eterna del alma; sólo hago la
observación de que esta idea tomó el puesto de la
doctrina de la resurrección del creyente -- y que por
consiguiente su muerte tomó el puesto de su
resurrección como el momento de su gozo y de su gloria.
Pero vayamos a las pruebas directas, y leamos Lucas 20:35, 36:
«Los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la
resurrección de entre los muertos». Así, la
resurrección mencionada aquí pertenece sólo a
los que serán considerados dignos. «Los que fueren
tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo», esto es, aquel
mundo de gozo, el reino de Cristo. Por tanto, esta
resurrección de entre los muertos pertenece a este
período, y no sólo a la eternidad. «Porque ya no
pueden más morir, pues ... son hijos de Dios, al ser hijos de
la resurrección.» Los malvados serán resucitados
para ser juzgados, pero estos serán resucitados porque han
sido hechos dignos de obtener la resurrección que Dios ha
obtenido. Vemos en el pasaje citado la prueba de una
resurrección que sólo atañe a los hijos de Dios:
son hijos de Dios, por ser hijos de la resurrección. Ser hijo
de Dios y tener parte en esta resurrección es el título
y la herencia de las mismas personas.
Juan 5:25-29: «De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y
ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y
los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en
sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener
vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer
juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de
esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en
los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno
saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo
malo, a resurrección de condenación.» Se usa este
pasaje para oponerlo a la resurrección de los justos como
aparte de la de los injustos; pero veremos que enuncia, y
además explica y fortifica, las pruebas de la verdad que
estamos considerando.
Se presentan dos actos de Cristo como los dos atributos de Su
gloria, el uno que consiste en vivificar; el otro, en juzgar.
Él da vida a todos los que quiere, y le ha sido encomendado
todo juicio, a fin de que todos, incluso los malvados, honren al Hijo
como honran al Padre. Jesús fue ultrajado aquí en la
tierra. ¡Pues bien! Dios el Padre provee para que los derechos
de la gloria de Su Hijo sean reconocidos. Él da vida a los que
Él quiere, a su alma primero, y luego a su cuerpo. Estos le
glorifican gustosamente. En cuanto a los malvados, la manera de
vindicar la gloria de Cristo con respecto a ellos es la de juzgarlos.
En la obra de vivificación, el Padre y el Hijo actúan
de consuno, porque los vivificados deben estar en comunión con
el Padre y con el Hijo. Pero, en cuanto al juicio, el Padre no juzga
a nadie, porque no es el Padre quien ha sido ultrajado, sino el Hijo.
Los malvados honrarán a Jesucristo mal que les pese, cuando
sean juzgados. ¿Cuándo se cumplirán estas cosas?
Para los malvados, en el tiempo del juicio, tanto de los vivos como
de los muertos, ante el Gran Trono Blanco. Para los hijos de Dios se
cumplirán cuando sus cuerpos participen de la vida comunicada
a sus almas, en la vida del mismo Cristo, cuando tenga lugar la
resurrección de los justos. La resurrección, para
ellos, no es una resurrección de juicio, sino sencillamente,
volviendo otra vez sobre ello, el acto de la potencia vivificadora de
Jesús para con los hijos de Dios, que ha operado ya en cuanto
a sus almas, y que, cuando llegue el tiempo señalado por Dios,
operará asimismo en cuanto a sus cuerpos. «Los que hayan
hecho lo bueno», dice nuestro texto, «a resurrección
de vida; y los que hayan hecho lo malo, a resurrección
de condenación.»
A esto se objeta que Jesús dijo (v. 28):
«Vendrá hora cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz»: Así, los malvados y los
justos evidentemente han de resucitar juntos. Pero tres
versículos antes se dice (v. 25): «Viene la hora, y ahora
es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los
que la oyeren vivirán.» Hora comprende
aquí todo el espacio de tiempo transcurrido desde la venida
del Salvador, y, bajo esta palabra, se encierran dos estados de cosas
bien distintos, siendo que los muertos oyeron la voz del Hijo del
Hombre mientras vivía en la tierra, y que la están
oyendo después de dieciocho siglos. Así, lo que
aquí se nos expone es esto: vendrá la
hora(7) para la vivificación del alma; es
una hora que ya ha durado casi veinte siglos; y también
vendrá la hora para el juicio.
El término hora tiene el mismo sentido en los dos pasajes.
Esto es, que hay un tiempo de vivificación y un tiempo de
juicio; hay un período durante el que las almas son
vivificadas, y un período en el que los cuerpos serán
resucitados. La resurrección, así, es sólo la
aplicación del poder vivificador de Jesucristo a mi cuerpo. Yo
seré resucitado porque ya he sido vivificado en mi alma. La
resurrección es la coronación de toda la obra, por
cuanto soy hijo de Dios, por cuanto el Espíritu mora en
mí, por cuanto, por lo que a mi alma respecta, ya he
resucitado con Cristo.
Hay una resurrección de vida que pertenece a los que
habrán ya sido vivificados en sus almas, y una
resurrección de juicio, para aquellos que habrán
rechazado a Jesús.
La relación entre la venida de Cristo
y la resurrección de los muertos
1 Corintios 15:23. En este pasaje vemos claramente la
relación entre la venida de Cristo y la resurrección de
los muertos, y el orden de la resurrección nos es expuesto de
manera sumamente explícita. Cristo es las «primicias de
los que durmieron» (v. 20); «de los que durmieron», y
no de los malvados. Los que son de Cristo resucitarán en Su
venida; después de esto vendrá el fin, el tiempo en el
que Él entregará el reino a Dios Padre. Cuando
Él llegue, tomará el reino, pero al final lo
entregará. La aparición de Cristo tendrá lugar
antes del fin; y tendrá lugar para destrucción de los
malvados; vendrá para purificar Su reino. Cristo, las
primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego
el fin.
1 Tesalonicenses 4. Cuando venga Cristo, Él traerá
también consigo a los creyentes, y los que murieron en Cristo
resucitarán primero. Éste es el cumplimiento de
nuestras esperanzas. Es el fruto de nuestra justificación, y
la consecuencia de la morada del Espíritu Santo en nosotros.
Los justos que hayan pasado por la muerte resucitarán
primero; luego, los justos aún vivientes serán
transformados, e irán juntos al encuentro del Señor en
el aire. Esto es algo que pertenece exclusivamente a los fieles, a
los que, viviendo o durmiendo, están en Cristo, y que desde
este momento estarán para siempre con el Señor.
Filipenses 3:10 y siguientes: «A fin de conocerle [a
Jesucristo], y el poder de su resurrección... si en alguna
manera llegase a la resurrección de entre los muertos».
¿Para qué hablar de esta manera, si fuera cierto que
tanto los buenos como los malos han de resucitar juntos y de la misma
manera? Esta resurrección de entre los muertos es
precisamente esta «primera resurrección» que Pablo
tenía constantemente delante de sí. Con esto
venía a decir: «Consiento en perderlo todo, en sufrirlo
todo, si, cueste lo que cueste, alcanzo la resurrección de los
justos: éste es todo mi deseo.»
Evidentemente, «la resurrección de entre los
muertos» era algo que tocaba exclusivamente a la Iglesia. Ella
podía decir, como el apóstol: «Prosigo a la meta,
al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús.»
El intervalo entre la resurrección de los
fieles
y la resurrección de los pecadores
En cuanto al período o intervalo que se interpone entre la
resurrección de los fieles y la resurrección de los
pecadores, se trata de una circunstancia que es realmente
independiente del principio como tal, esto es, de la
distinción entre ambas resurrecciones. Nuestra fe sobre este
punto tiene que depender exclusivamente de una revelación
dada, que no tiene otra importancia que el que así lo ha
querido Dios para Su gloria. Este período sólo se
menciona en el Apocalipsis bajo la mención de mil
años. Entre las dos resurrecciones transcurren mil
años. Así el único punto en el que cito este
libro es en cuanto al período de tiempo del reinado del Hijo
del Hombre sobre la tierra. Este pasaje se encuentra en Apocalipsis
20:4: «Y vi tronos...».
El mundo sabrá entonces que nos ha sido otorgada la gracia,
que hemos sido amados como el mismo Jesús ha sido amado por el
Padre.
Si la primera resurrección, la de los justos, no hubiera de
ser tomada literalmente, ¿por qué habría de serlo
la de los malvados? Como objeto de nuestra esperanza y fuente de
nuestra consolación y gozo, sería bien poco saber que
todos resucitarán, incluyendo los injustos; pero lo precioso,
y esencial, es saber que la resurrección de los fieles
será la consumación de su dicha; que por medio de ella
Dios cumplirá Su amor para con nosotros; que después de
habernos dado vida a nuestras almas, dará vida a nuestros
cuerpos, y sacará, del polvo de la tierra, una forma apropiada
a la vida que nos ha sido dada de parte de Dios. Nunca vemos en la
Palabra de Dios la mención de espíritus
glorificados, sino siempre de cuerpos glorificados.
Tenemos la gloria de Dios, y la gloria de los que serán
resucitados.
Es mi deseo, queridos amigos, que el conocimiento de esta verdad,
por el poder de Cristo, del que depende todo su cumplimiento, nos
vivifique en nuestros corazones para hacernos perfectos. Por cuanto
este conocimiento, en toda su extensión, es lo que las
Escrituras llaman «la perfección». Cristo fue
así hecho perfecto en cuanto a Su estado y posición
delante de Dios; también nosotros somos ahora perfectos por la
fe, reconociendo que somos resucitados con Él, como lo seremos
más adelante en cuanto a nuestros cuerpos. Que vuestro cuerpo,
alma y espíritu sean guardados irreprensibles hasta la venida
de nuestro Bienamado; que esta verdad de la resurrección de la
Iglesia quede atada, en nuestros espíritus, a todas las
preciosas verdades de nuestra salvación consumada en Cristo,
¡y que se cumpla por la plenitud de nuestra salvación en
cuanto a nuestros mismos cuerpos!
NOTAS
5. No es exclusivamente por Su
resurrección, aunque ésta fue la primera y más
importante prueba. El lector hará bien en estar atento a la
expresión «de entre los muertos», empleada en otros
pasajes, y que se distingue de la que aparece aquí (Gr.
«de los muertos»). Ésta expresión indica la
introducción de un poder divino en el imperio de la muerte,
poder que hace salir a algunos de una manera que los distingue
completamente de los demás. Esto es lo que asombró a
los discípulos (Mr 9:10). La resurrección era la fe de
cada judío ortodoxo, pero lo que no entendían era la
resurrección de entre los muertos. Vuelve al
texto
6. En la expresión que aparece en 2
Timoteo 1:10, «sacó a luz la vida y la inmortalidad por
el evangelio», «inmortalidad» significa la
incorruptibilidad del cuerpo, y no la inmortalidad del alma.
Vuelve al texto
7. Para el empleo de este término,
véase Juan 5:35; 16:4, 25, 26; Lucas 22:53; 1 Juan 2:18; 2
Corintios 7:8; Filemón 15. Vuelve al texto
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Traducido de la quinta edición
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por Santiago Escuain
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