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LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIA

LA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
*  *  *  *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por

John Nelson Darby


CUARTA CONFERENCIA

(Lucas 20:27-44)

La primera resurrección,
o,
La resurrección de los justos.

El tema que me he propuesto presentaros esta tarde es el de la resurrección, y de manera particular la resurrección de los justos como totalmente distinta de la de los malvados.

Hemos hablado de Cristo, el heredero de todas las cosas; de la Iglesia, coheredera con Él, y de la venida de Cristo antes de los mil años para reinar, acontecimiento éste que no debe ser confundido con el día de la resurrección de los malvados y del juicio que tendrá lugar ante el Gran Trono Blanco, el cual no tendrá lugar más que después del milenio. Ahora veremos que la Iglesia participará en esta venida de Cristo; esto es lo que se lleva a cabo mediante la primera resurrección.

La primera resurrección es de entre los muertos

No tengo necesidad de hablaros de la resurrección de Jesús como sello de Su misión; esta cuestión la considero como una verdad admitida; para este primer punto será suficiente citar Romanos 1:4, donde el Apóstol nos dice que Jesucristo ha sido «declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos».(5) La resurrección fue el gran hecho que demostró que Jesús es el Hijo de Dios; pero fue asimismo, por otra parte, el gran tema de la predicación de los apóstoles, la base de sus epístolas y de todo el Nuevo Testamento.

Digamos de entrada, queridos amigos, que la dificultad acerca de estas cuestiones que tratamos no proviene de que la palabra de Dios no sea sencilla, clara y convincente, sino de que, con la mayor frecuencia, nuestras ideas preconcebidas nos privan de su sentido natural. La dificultad reside en las maneras de pensar formadas al margen de las Sagradas Escrituras; uno introduce sus pensamientos en esta Palabra en lugar de derivarlos de ella; entonces se encuentran inconsistencias e incompatibilidades en lo que se nos presenta, y ni suponemos que estas incompatibilidades se deben únicamente a ideas humanas preconcebidas.

La doctrina de la resurrección es importante desde más de una perspectiva. Conecta nuestras esperanzas con Cristo y con toda la Iglesia; en resumen, con los consejos de Dios en Cristo; nos hace comprender que somos totalmente libertados en Él, por nuestra participación en una vida en la cual, estando unidos con Él por el vínculo del Espíritu, encontramos la fuerza para glorificarle desde ahora mismo, por el poder de este mismo Espíritu. Esta doctrina establece nuestra esperanza de la manera más sólida; en definitiva, expresa toda nuestra salvación en el sentido de que nos introduce en una nueva creación, mediante la que el poder de Dios nos pone, en el postrer Adán, más allá de la esfera del pecado, de Satanás y de la muerte. El alma, al partir, va a Jesús, pero no está glorificada. La palabra de Dios nos habla de hombres glorificados, de cuerpos glorificados, jamás de almas glorificadas. Pero, como ya he dicho, los prejuicios y las enseñanzas de los hombres han tomado el lugar de la palabra de Dios, y la expectativa de la resurrección ha dejado de ser el estado normal de la Iglesia.

La resurrección era la base de la predicación de los apóstoles.

Hechos 1:21, 22: «Es necesario, pues, que de estos hombres ... uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.» He aquí el tema constante de su testimonio. Veamos ahora los términos mismos de este testimonio.

Hechos 2:24: «Al cual Dios levantó ...». Igualmente en el v. 32: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.»

Capítulo 3:15: «Y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.»

Capítulo 4:2. Vemos que esta doctrina de la resurrección era reconocida como la doctrina públicamente predicada por los apóstoles, doctrina que no se centra en que el alma irá al cielo al morir, sino en el hecho de que los muertos revivirán.

Así como los fariseos fueron los que más se habían opuesto al Señor mientras estaba sobre la tierra, es decir, los falsos justos opuestos al verdadero Justo, vemos cómo después de Su muerte Satanás suscita a los saduceos, que eran enemigos de la doctrina de la resurrección (Hch 4:1; 5:17).

Hechos 10:38, 40, 41. Pedro da testimonio de esta misma verdad fundamental ante el centurión Cornelio y sus amigos. Pablo la predicó de la misma manera a los judíos de Antioquía de Pisidia (Hch 13:34), diciéndoles: Dios os da las misericordias fieles de David en que Él ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos.

La resurrección del cuerpo

Hechos 17:18, 31. El apóstol anunció esta doctrina en medio de los sabios gentiles, y esta doctrina fue piedra de tropiezo para la sabiduría carnal de los mismos. Sócrates y otros filósofos creían desde luego en la inmortalidad; pero cuando aquellos sabios y otros curiosos oyeron hablar de la resurrección del cuerpo, se burlaron. Un incrédulo puede discurrir acerca de la inmortalidad, pero si oye hablar de la resurrección del cuerpo, lo convierte en objeto de burla. ¿Por qué? Porque por medio de la inmortalidad del alma se puede exaltar a sí mismo, puede resaltar su propia importancia. Se trata de algo que tiene que ver con el hombre tal cual es. ¡Pero que el polvo resucite! ¡Hacer un ser vivo y glorioso es una gloria que sólo pertenece a Dios, una obra de la que Dios, y sólo Dios, es capaz; por cuanto si Dios, que reduce al polvo todos los elementos de nuestro cuerpo, puede volverlos a reunir y hacer de ellos un hombre vivo, desde luego tiene poder para todo.

Pasemos ahora a Hechos 23:6. No importa aquí si el apóstol tuvo razón o no al apelar a los prejuicios de los fariseos; lo importante es que afirma de manera directa que era por la predicación de esta doctrina que había sido sometido a juicio. En 24:15 él expone la misma verdad; en 26:8 la presenta al rey Agripa como el tema objeto de discusión; lo mismo tenemos en el versículo 23.

Se ve por estos pasajes que la resurrección era constantemente la base de la predicación de los apóstoles y la esperanza de los fieles.

La resurrección especial de los justos

Pasamos ahora a la segunda parte de nuestro tema: la resurrección de la Iglesia por sí, o la resurrección especial de los justos.

«Habrá, según nos dice el apóstol, una resurrección, tanto de los justos como de los injustos»; pero la resurrección de los justos y de la Iglesia es algo totalmente aparte, que no tiene punto de contacto con la de los malvados, no teniendo lugar ni al mismo momento que la de estos últimos ni en base del mismo principio; por cuanto, aunque ambas tienen que ser efecto del mismo poder, hay en la resurrección de los justos un principio particular, esto es, la morada del Espíritu Santo en ellos, lo cual es ajeno a la resurrección de los malvados.

Observemos que el poder de la resurrección abarca la vida, la justificación, la confianza y la gloria de la Iglesia. El mismo Dios nos es presentado bajo el nombre de el Dios que resucita a los muertos, quien introduce Su poder en las últimas profundidades de los efectos de nuestro pecado, dentro del dominio de la muerte, para hacer salir a los hombres por el poder de una vida que desde aquel momento los pone fuera del alcance de todas las funestas consecuencias del pecado; una vida según Dios.

Romanos 4:23-25. Es en el Dios «que resucita a los muertos» que somos llamados a creer; es la resurrección de Jesús que es el poder, la eficacia, de nuestra justificación. Ésta es la verdad que nos presenta este pasaje. Nuestra unión con el Jesús resucitado es lo que hace que seamos aceptados por Dios. Tenemos que considerarnos ya como más allá de la tumba.

Ésta es la razón por la que la fe de Abraham era una fe justificadora: él no consideró su cuerpo ya muerto, sino que creyó en un Dios «que resucita a los muertos»; es por esto que su fe le fue contada como justicia. La resurrección de Jesús fue la gran demostración y, al mismo tiempo, por lo que respecta a todos sus efectos morales, el establecimiento de esta verdad, que el objeto de nuestra fe es que Dios resucita a los muertos. Vemos esta verdad claramente expresada en la epístola de Pedro (1 Pedro 1:21). Y esto nos es aplicado a nosotros mismos por nuestra unión con el Señor.

Colosenses 2:12: «Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de entre los muertos». La Iglesia, así, está ya ahora resucitada, porque Cristo ha resucitado como cabeza de ella. La resurrección de la Iglesia no es una resurrección cuyo propósito sea el juicio; es sencillamente la consecuencia de su unión con Cristo, que ha sufrido el juicio por ella.

Vemos así dentro de este pasaje cómo estas verdades están unidas. La resurrección de la Iglesia es algo especial, porque la Iglesia participa en la resurrección de Cristo; resucitamos no sólo por el hecho de que Jesús nos llamará fuera de la tumba, sino porque somos uno con Él. Es por esto también que al participar de la fe somos ya resucitados con Cristo, resucitados en cuanto al alma, aunque no lo seamos aún de hecho en cuanto al cuerpo. La justificación de la Iglesia es que está resucitada con Cristo.

Es la misma fe la que se expresa en Efesios 1:18 y siguientes, y 2:4-6. Pablo nunca dice: «Me siento satisfecho con ser salvo»; él sabía muy bien que es la esperanza la que vuelve activa al alma, la que mueve los afectos, que anima y dirige al hombre entero, y él deseaba que la Iglesia tuviera el corazón lleno de esta esperanza. Nunca debemos tener suficiente con decir: «Estoy salvado»; esto no es suficiente para el amor de Dios, que no se queda satisfecho si no somos partícipes de toda la gloria de Su Hijo. Y desde luego nosotros no debemos mostrarnos indiferentes a Su voluntad.

Efesios 2:6 nos muestra la misma verdad.

La presencia del Espíritu Santo en la Iglesia es lo que caracteriza nuestra posición delante de Dios. Así como el Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios, siendo nuestro consolador, ayudándonos en nuestras debilidades, y haciéndonos capaces de servir a Dios, igualmente es a causa del Espíritu Santo que está en nosotros que seremos resucitados, y es también esto lo que hace que el principio de la resurrección de la Iglesia sea totalmente distinto del de la resurrección de los malvados. Nuestra resurrección es la consecuencia de la morada en nosotros del Espíritu Santo (Ro 8:11); se trata de una diferencia bien esencial. El mundo no recibe al Espíritu Santo, porque el mundo ni le ve ni le conoce (Jn 14:27). En cambio, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co 6:19), y como nuestra alma es llenada, o al menos debe serlo, por la gloria de Cristo, así nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, será resucitado según el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros, para participar de la gloria; esto no se puede decir de los malvados.

Es la resurrección la cual, habiéndonos introducido en el mundo del postrer Adán, y como ya participantes desde ahora de esta vida, nos introducirá de hecho en un mundo nuevo donde Él será la Cabeza y la gloria, puesto que Él lo ha adquirido y reinará allí como Hombre resucitado.

Observemos también que en los pasajes en los que se trata de la resurrección, ninguno nos habla de una resurrección simultánea de los malvados y de los justos, y que los que tratan de la resurrección de los justos hablan de ella como de una resurrección distinta.

La resurrección de los justos y de los injustos
no tendrán lugar al mismo tiempo

Todos resucitarán. Habrá una resurrección de los justos y una de los injustos, pero no tendrán lugar al mismo tiempo. Citaré sucesivamente los pasajes que se relacionan con esta cuestión.

Sabemos que será cuando venga Cristo que nosotros resucitaremos (Fil 3:20, 21; 1 Co 15:23).

La idea de una resurrección de los justos era conocida por los discípulos del Salvador, y nos es presentada como tal por el Espíritu Santo, Lucas 14:14: «Te será recompensado en la resurrección de los justos.»

Estoy totalmente convencido de que la manera en que la esperanza de los cristianos se liga exclusivamente a la inmortalidad del alma(6) no tiene su fuente en el Evangelio, sino al contrario que proviene de los Platonistas, y que fue precisamente a partir de esta misma época, en la que se renegó de la venida de Cristo en el seno de la Iglesia, o al menos a partir de que se comenzó a perder de vista, que la doctrina de la inmortalidad del alma comenzó a tomar el puesto de la doctrina de la resurrección. Fue en el siglo de Orígenes. No hay necesidad de decir que no tengo duda alguna acerca de la existencia eterna del alma; sólo hago la observación de que esta idea tomó el puesto de la doctrina de la resurrección del creyente -- y que por consiguiente su muerte tomó el puesto de su resurrección como el momento de su gozo y de su gloria.

Pero vayamos a las pruebas directas, y leamos Lucas 20:35, 36: «Los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos». Así, la resurrección mencionada aquí pertenece sólo a los que serán considerados dignos. «Los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo», esto es, aquel mundo de gozo, el reino de Cristo. Por tanto, esta resurrección de entre los muertos pertenece a este período, y no sólo a la eternidad. «Porque ya no pueden más morir, pues ... son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.» Los malvados serán resucitados para ser juzgados, pero estos serán resucitados porque han sido hechos dignos de obtener la resurrección que Dios ha obtenido. Vemos en el pasaje citado la prueba de una resurrección que sólo atañe a los hijos de Dios: son hijos de Dios, por ser hijos de la resurrección. Ser hijo de Dios y tener parte en esta resurrección es el título y la herencia de las mismas personas.

Juan 5:25-29: «De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.» Se usa este pasaje para oponerlo a la resurrección de los justos como aparte de la de los injustos; pero veremos que enuncia, y además explica y fortifica, las pruebas de la verdad que estamos considerando.

Se presentan dos actos de Cristo como los dos atributos de Su gloria, el uno que consiste en vivificar; el otro, en juzgar. Él da vida a todos los que quiere, y le ha sido encomendado todo juicio, a fin de que todos, incluso los malvados, honren al Hijo como honran al Padre. Jesús fue ultrajado aquí en la tierra. ¡Pues bien! Dios el Padre provee para que los derechos de la gloria de Su Hijo sean reconocidos. Él da vida a los que Él quiere, a su alma primero, y luego a su cuerpo. Estos le glorifican gustosamente. En cuanto a los malvados, la manera de vindicar la gloria de Cristo con respecto a ellos es la de juzgarlos. En la obra de vivificación, el Padre y el Hijo actúan de consuno, porque los vivificados deben estar en comunión con el Padre y con el Hijo. Pero, en cuanto al juicio, el Padre no juzga a nadie, porque no es el Padre quien ha sido ultrajado, sino el Hijo. Los malvados honrarán a Jesucristo mal que les pese, cuando sean juzgados. ¿Cuándo se cumplirán estas cosas? Para los malvados, en el tiempo del juicio, tanto de los vivos como de los muertos, ante el Gran Trono Blanco. Para los hijos de Dios se cumplirán cuando sus cuerpos participen de la vida comunicada a sus almas, en la vida del mismo Cristo, cuando tenga lugar la resurrección de los justos. La resurrección, para ellos, no es una resurrección de juicio, sino sencillamente, volviendo otra vez sobre ello, el acto de la potencia vivificadora de Jesús para con los hijos de Dios, que ha operado ya en cuanto a sus almas, y que, cuando llegue el tiempo señalado por Dios, operará asimismo en cuanto a sus cuerpos. «Los que hayan hecho lo bueno», dice nuestro texto, «a resurrección de vida; y los que hayan hecho lo malo, a resurrección de condenación.»

A esto se objeta que Jesús dijo (v. 28): «Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz»: Así, los malvados y los justos evidentemente han de resucitar juntos. Pero tres versículos antes se dice (v. 25): «Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.» Hora comprende aquí todo el espacio de tiempo transcurrido desde la venida del Salvador, y, bajo esta palabra, se encierran dos estados de cosas bien distintos, siendo que los muertos oyeron la voz del Hijo del Hombre mientras vivía en la tierra, y que la están oyendo después de dieciocho siglos. Así, lo que aquí se nos expone es esto: vendrá la hora(7) para la vivificación del alma; es una hora que ya ha durado casi veinte siglos; y también vendrá la hora para el juicio.

El término hora tiene el mismo sentido en los dos pasajes. Esto es, que hay un tiempo de vivificación y un tiempo de juicio; hay un período durante el que las almas son vivificadas, y un período en el que los cuerpos serán resucitados. La resurrección, así, es sólo la aplicación del poder vivificador de Jesucristo a mi cuerpo. Yo seré resucitado porque ya he sido vivificado en mi alma. La resurrección es la coronación de toda la obra, por cuanto soy hijo de Dios, por cuanto el Espíritu mora en mí, por cuanto, por lo que a mi alma respecta, ya he resucitado con Cristo.

Hay una resurrección de vida que pertenece a los que habrán ya sido vivificados en sus almas, y una resurrección de juicio, para aquellos que habrán rechazado a Jesús.

La relación entre la venida de Cristo
y la resurrección de los muertos

1 Corintios 15:23. En este pasaje vemos claramente la relación entre la venida de Cristo y la resurrección de los muertos, y el orden de la resurrección nos es expuesto de manera sumamente explícita. Cristo es las «primicias de los que durmieron» (v. 20); «de los que durmieron», y no de los malvados. Los que son de Cristo resucitarán en Su venida; después de esto vendrá el fin, el tiempo en el que Él entregará el reino a Dios Padre. Cuando Él llegue, tomará el reino, pero al final lo entregará. La aparición de Cristo tendrá lugar antes del fin; y tendrá lugar para destrucción de los malvados; vendrá para purificar Su reino. Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin.

1 Tesalonicenses 4. Cuando venga Cristo, Él traerá también consigo a los creyentes, y los que murieron en Cristo resucitarán primero. Éste es el cumplimiento de nuestras esperanzas. Es el fruto de nuestra justificación, y la consecuencia de la morada del Espíritu Santo en nosotros.

Los justos que hayan pasado por la muerte resucitarán primero; luego, los justos aún vivientes serán transformados, e irán juntos al encuentro del Señor en el aire. Esto es algo que pertenece exclusivamente a los fieles, a los que, viviendo o durmiendo, están en Cristo, y que desde este momento estarán para siempre con el Señor.

Filipenses 3:10 y siguientes: «A fin de conocerle [a Jesucristo], y el poder de su resurrección... si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos».

¿Para qué hablar de esta manera, si fuera cierto que tanto los buenos como los malos han de resucitar juntos y de la misma manera? Esta resurrección de entre los muertos es precisamente esta «primera resurrección» que Pablo tenía constantemente delante de sí. Con esto venía a decir: «Consiento en perderlo todo, en sufrirlo todo, si, cueste lo que cueste, alcanzo la resurrección de los justos: éste es todo mi deseo.»

Evidentemente, «la resurrección de entre los muertos» era algo que tocaba exclusivamente a la Iglesia. Ella podía decir, como el apóstol: «Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.»

El intervalo entre la resurrección de los fieles
y la resurrección de los pecadores

En cuanto al período o intervalo que se interpone entre la resurrección de los fieles y la resurrección de los pecadores, se trata de una circunstancia que es realmente independiente del principio como tal, esto es, de la distinción entre ambas resurrecciones. Nuestra fe sobre este punto tiene que depender exclusivamente de una revelación dada, que no tiene otra importancia que el que así lo ha querido Dios para Su gloria. Este período sólo se menciona en el Apocalipsis bajo la mención de mil años. Entre las dos resurrecciones transcurren mil años. Así el único punto en el que cito este libro es en cuanto al período de tiempo del reinado del Hijo del Hombre sobre la tierra. Este pasaje se encuentra en Apocalipsis 20:4: «Y vi tronos...».

El mundo sabrá entonces que nos ha sido otorgada la gracia, que hemos sido amados como el mismo Jesús ha sido amado por el Padre.

Si la primera resurrección, la de los justos, no hubiera de ser tomada literalmente, ¿por qué habría de serlo la de los malvados? Como objeto de nuestra esperanza y fuente de nuestra consolación y gozo, sería bien poco saber que todos resucitarán, incluyendo los injustos; pero lo precioso, y esencial, es saber que la resurrección de los fieles será la consumación de su dicha; que por medio de ella Dios cumplirá Su amor para con nosotros; que después de habernos dado vida a nuestras almas, dará vida a nuestros cuerpos, y sacará, del polvo de la tierra, una forma apropiada a la vida que nos ha sido dada de parte de Dios. Nunca vemos en la Palabra de Dios la mención de espíritus glorificados, sino siempre de cuerpos glorificados. Tenemos la gloria de Dios, y la gloria de los que serán resucitados.

Es mi deseo, queridos amigos, que el conocimiento de esta verdad, por el poder de Cristo, del que depende todo su cumplimiento, nos vivifique en nuestros corazones para hacernos perfectos. Por cuanto este conocimiento, en toda su extensión, es lo que las Escrituras llaman «la perfección». Cristo fue así hecho perfecto en cuanto a Su estado y posición delante de Dios; también nosotros somos ahora perfectos por la fe, reconociendo que somos resucitados con Él, como lo seremos más adelante en cuanto a nuestros cuerpos. Que vuestro cuerpo, alma y espíritu sean guardados irreprensibles hasta la venida de nuestro Bienamado; que esta verdad de la resurrección de la Iglesia quede atada, en nuestros espíritus, a todas las preciosas verdades de nuestra salvación consumada en Cristo, ¡y que se cumpla por la plenitud de nuestra salvación en cuanto a nuestros mismos cuerpos!



NOTAS

5. No es exclusivamente por Su resurrección, aunque ésta fue la primera y más importante prueba. El lector hará bien en estar atento a la expresión «de entre los muertos», empleada en otros pasajes, y que se distingue de la que aparece aquí (Gr. «de los muertos»). Ésta expresión indica la introducción de un poder divino en el imperio de la muerte, poder que hace salir a algunos de una manera que los distingue completamente de los demás. Esto es lo que asombró a los discípulos (Mr 9:10). La resurrección era la fe de cada judío ortodoxo, pero lo que no entendían era la resurrección de entre los muertos. Vuelve al texto

6. En la expresión que aparece en 2 Timoteo 1:10, «sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio», «inmortalidad» significa la incorruptibilidad del cuerpo, y no la inmortalidad del alma. Vuelve al texto

7. Para el empleo de este término, véase Juan 5:35; 16:4, 25, 26; Lucas 22:53; 1 Juan 2:18; 2 Corintios 7:8; Filemón 15. Vuelve al texto


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Traducido de la quinta edición francesa
por
Santiago Escuain

Publicado por

Verdades Bíblicas

Apartado 1469
LIMA 100 - PERÚ


Casilla 1360
COCHABAMBA - BOLIVIA

P.O. Box 649
ADDISON, IL 60101 EE. UU



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