LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIALA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
* * * *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por
John Nelson Darby
QUINTA CONFERENCIA
(Daniel 2)
El progreso del mal sobre la tierra.
Hemos hablado hasta aquí de la unión de Cristo y de
la Iglesia, hecha semejante a Él; de la venida misma de
Cristo, y de la resurrección de la Iglesia, por la que ella
tiene parte en esta gloria de Cristo como coheredera.
El tema que nos ocupará esta tarde no está
igualmente lleno de gozo y de felicidad, pero es necesario que
conozcamos el testimonio que da Dios acerca del mal que hay
en el hombre. Espero, queridos amigos, que la consecuencia
será la de volvernos sinceramente serios. La
contemplación del progreso del mal, y del juicio que este mal
atraerá, tiene como efecto, de entrada, llevarnos a evitar
este mal; luego, convencernos del poder de Dios, el único que
lo puede eliminar. «Mirad que no desechéis al que
habla», etc. (He 12:25-29). Veamos pues el pensamiento del
apóstol acerca del gran cambio que tendrá lugar cuando
sea destruido el poder del mal.
Lo que os quiero presentar esta tarde será para mostraros
que, en lugar de esperar un progreso continuado del bien, tenemos que
esperar, bien al contrario, un progreso del mal; y que la esperanza
de que la tierra vaya a quedar llena del conocimiento del
Señor antes que Él ejerza Su juicio y la
consumación de este juicio sobre la tierra constituye una
esperanza falsa.
Tenemos que esperar que el mal progrese, hasta que se vuelva tan
flagrante que demande que el Señor lo juzgue.
Primero, os mostraré que el Nuevo Testamento nos presenta
constantemente que el mal va creciendo hasta el fin, y que
Satanás lo impulsará hasta que el Señor destruya
su poder. En segundo lugar, trataré de exponeros el
carácter que asumirá este mal, en cuanto a su forma
externa, como poder secular. En otras palabras: lo que tengo que
deciros puede quedar reducido a estos dos encabezamientos.
Primero: La apostasía que tiene lugar dentro de la
misma cristiandad. Segundo: La formación, caída y ruina
del poder mundano del Anticristo, en el sentido de un poder
visible.
La parábola de la cizaña
Comenzaré por Mateo 13:36, la parábola de la
cizaña. Sabéis que nos presenta esta circunstancia: que
mientras los hombres dormían, el enemigo sembró
cizaña dentro del campo del padre de familia; y que, al
preguntarle los siervos si tenían que arrancar la
cizaña, les responde que no, que el trigo y la cizaña
tienen que crecer juntos hasta la siega. Ésta es, entonces, la
sentencia del Señor: que el mal que ha hecho Satanás
dentro del campo donde ha estado sembrada la semilla buena de la
Palabra permanece y madura hasta el fin. Se trata de una
declaración explícita de que los esfuerzos de los
cristianos no servirán de nada para quitar el mal, que
permanecerá hasta el día del juicio. «Dejad crecer
juntamente lo uno y lo otro hasta la siega.»
«La siega» es el fin del siglo, esto es, de la actual
dispensación.
Lo que está en acción actualmente en el reino de
Dios es la gracia, no el juicio; no estamos para juzgar el mundo.
Incluso si pudiéramos decir con certeza de alguien que es hijo
de Satanás, por este mismo hecho quedaría fuera de
nuestra jurisdicción. Tenemos que ver con la gracia; esto es,
no puedo tocar el mal que Satanás ha producido, pero puedo
actuar como instrumento de la gracia, por cuanto Dios nos permite
sembrar buena semilla.
Así, la cizaña no son simplemente
hombres malvados, o los paganos, por cuanto estos últimos no
han estado sembrados entre el trigo. La cizaña es todo mal
concreto sembrado por el enemigo después que Jesucristo ha
sembrado la buena semilla. Lo que yo puedo llamar herejía,
corrupción de la verdad, quedará entonces hasta la
siega; el mal que Satanás ha producido mediante la
religión corrompida se mantendrá hasta el fin; todos
nuestros esfuezos tienen que tender no a la destrucción de la
cizaña, sino a recoger a los hijos de Dios, a reunir a los
coherederos de Jesucristo.(8)
Los postreros tiempos
1 Timoteo 4:1. «Pero el Espíritu dice claramente que
en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios, por la hipocresía de mentirosos ...»
No puede esperarse el progreso universal del Evangelio propiamente
dicho. Podrá haber, y desde luego habrá lo
necesario para la reunión de los miembros de la familia de
Dios; pero lo que debemos esperar es lo que está encerrado en
estas palabras como cuadro de los últimos tiempos: que
«algunos apostatarán de la fe» (cp. 2 Pedro 2:1-3).
2 Timoteo 3:1-5: «Porque debes saber esto: que en los
postreros días vendrán tiempos peligrosos...»
¿Debemos acaso atenernos a lo que nos digan los hombres? No,
sino a lo que nos dice Dios. Observemos el lenguaje que emplea
Jeremías con Hananías (Jer 28:6ss.). Se nos
responderá que el conocimiento de Jehová llenará
la tierra como las aguas cubren el fondo de la mar. Y yo creo que
indudablemente el conocimiento de Jehová llenará la
tierra, pero no es de esto de lo que estamos tratando aquí. La
cuestión es ésta: ¿ Cómo se
cumplirá esto? Yo respondo que mediante los juicios de Dios.
«Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del
mundo aprenden justicia.»
Volvamos a nuestro pasaje en 2 Timoteo: «Porque habrá
hombres amadores de sí mismos...» (3:2). No se trata de
los paganos, sino de los cristianos, de los cristianos nominales;
porque se dice de estos hombres «que tendrán apariencia
de piedad, pero negarán la eficacia de ella.» Los
caracteres que indica el apóstol como pertenecientes a los que
profesan el cristianismo son los mismos que los de los paganos, tal
como se les describe en el más bajo nivel de su envilecimiento
al comienzo de la epístola a los Romanos, y en términos
muy parecidos. Y se añade, acerca de estos hombres de los
postreros días, que «irán de mal en peor».
Vemos la misma expectativa del mal en 2 Timoteo 4:1-4: «Te
encarezco delante de Dios», etc.
Algo que debemos destacar es que la cizaña ya había
estado sembrada en los tiempos de los mismos apóstoles, lo que
es cosa buena para nosotros. Si tal cosa hubiera venido con
posterioridad, no tendríamos el testimonio de la Palabra a
este respecto para advertirnos, para dirigirnos cuando llegaran estos
acontecimientos peligrosos, y para comunicarnos la perfecta luz de
Dios acerca de este estado de cosas.
1 Pedro 4:17: «Porque es tiempo de que el juicio comience por
la casa de Dios.» Comparemos estas palabras con Hechos 20:28-31:
«Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en
que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar
la iglesia del Señor, la cual él ganó por su
propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida
entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no
perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se
levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar
tras sí a los discípulos.» Éste estado de
cosas comenzó ya en vida de los apóstoles.
1 Juan 2:18. Vemos por este pasaje que «el último
tiempo» no significa el tiempo de Jesús, sino el tiempo
del Anticristo. Ha habido precursores del Anticristo. Lo que
caracteriza a los últimos tiempos no es el Evangelio extendido
por toda la tierra, sino la presencia del Anticristo.
La apostasía
Judas. Esta epístola es propiamente un tratado sobre la
apostasía, y encontramos en el versículo 4 una sucinta
descripción de su carácter. El apóstol anuncia
que encuentra necesario exhortar a los creyentes a que contiendan por
lo que ya habían recibido; que entre ellos se deslizaban, ya
entonces, gentes que propiciaban la apostasía; y que ello
debía proseguir hasta el juicio de Jesucristo; porque vemos
que después de haber descrito su carácter con mayor
detalle, añade, en el v. 15, que es esta misma clase la que
será objeto del juicio del Señor cuando Él
regrese; esto es, que el mal, que se ha manifestado en la Iglesia
desde el principio, tiene que persistir hasta la venida de Cristo. En
el v. 11 tenemos las tres clases de apostasía, y a los hombres
caracterizados por su espíritu: la apostasía natural,
la apostasía eclesiástica, y la rebelión
abierta, sobre la que caerá el juicio. Tenemos en primer lugar
el carácter de Caín: la apostasía de la
naturaleza, odio, injusticia; en segundo lugar, el carácter de
Balaam: enseñar el mal por recompensa; se trata de una
apostasía eclesiástica; y en tercer lugar, el
carácter de Coré, esto es, de aquel que se levanta
contra los derechos del sacerdocio y de la realeza, la realeza de
Cristo en los tipos de Moisés y Aarón.
¡Ay! Lo que reunirá al mundo no será el
Evangelio, sino el mal. «Y vi salir de boca del dragón, y
de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres
espíritus inmundos...», etc. (Ap 16:13, 14). Se puede
discutir para decidir a quién se aplican los rasgos de estos
tres espíritus inmundos, pero desde luego que no es al
Evangelio, sino al mal.
Pero se nos dirá que se ve la desaparición del poder
de la cristiandad corrompida por medio del juicio, y se pretende que
la destrucción de su influencia dará lugar al
Evangelio. Pero el Espíritu dice: «Y los diez cuernos
[reyes] que viste en la bestia [el Imperio Romano], éstos
aborrecerán a la ramera [el poder eclesiástico], y la
dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y
la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones
ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a
la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios» (Ap 17:16,
17). Esto es lo que los cristianos desearían: la
destrucción de la influencia de la ramera sobre el mundo.
Pero, ¿acaso si se destruyera su poder exterior, pasarían
los reinos a ser reinos de Jesucristo? Al contrario, los reyes
darán su poder a la bestia. La gran ramera ha dominado por
mucho tiempo a la bestia. Al final le serán arrebatados su
dominio y riquezas, pero sólo para que los diez cuernos den su
poder a la bestia, a fin de que se disipe toda incertidumbre, y para
que su voluntad y carácter blasfemos se manifiesten totalmente
en su última apostasía. Y el poder de la
corrupción y de la seducción dará paso al poder
de la rebelión abierta contra Dios.
2 Tesalonicenses 2:3-12: «No vendrá [este día
del Señor] sin que antes venga la apostasía, y se
manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual
se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios».
En el pasaje citado tenemos lo que tiene que llegar antes que
venga el día del Señor. Y tenemos que tomar las cosas
tal como nos las dice la palabra de Dios. Los cristianos, habiendo
visto en las Escrituras la promesa de que la tierra ha de ser llena
del conocimiento de Jehová, han dicho: «Bien, pues la
llenaremos de este conocimiento». Pero en las Escrituras este
logro se atribuye a la gloria de Cristo.
El aliento de Su boca, mediante el que el Señor
destruirá al hombre de pecado, no es el Evangelio, sino la
fuerza y el poder de Cristo en juicio. Véase Isaías
11:4: «Con el espíritu de sus labios matará al
impío»; Isaías 30:33: «El soplo de
Jehová» enciende el juicio.
Veremos que este Anticristo reunirá los caracteres de
maldad que han aparecido desde el comienzo. En primer lugar, el
hombre en Edén quiso hacer su propia voluntad; en segundo
lugar, quiso exaltarse como Dios; en tercer lugar, se puso bajo el
dominio de Satanás. Ahora bien, estas son las tres cosas que
veremos aparecer en el Anticristo: toda la energía humana
exaltándose contra Dios. Esto es lo que sucederá al
final bajo la última forma del Imperio Romano, o la cuarta
bestia. Es el fruto madurado del corazón humano, que es en
sí mismo un Anticristo.
La cuarta bestia
Sabéis que han existido tres bestias sucesivas: el imperio
de Babilonia; luego el imperio de Persia; a continuación el
imperio de Grecia, o especialmente el de Alejandro, y que el cuarto
es el Imperio Romano. Pero este último tiene un
carácter totalmente peculiar.
Sabéis que al comienzo, o más bien antes del
comienzo de estas cuatro monarquías, el trono de Dios sobre la
tierra estaba en Jerusalén. El Señor manifestaba Su
presencia por encima del arca donde estaba Su ley, en Su templo, de
manera sensible. Pero al comienzo del período actual, que es
el de los gentiles, el trono del Señor fue quitado de
Jerusalén. Veréis esto descrito bien claramente en los
capítulos 1-11 del profeta Ezequiel. La gloria del
Señor que había visto el profeta junto al río
Quebar, en el primer capítulo, la ve salir de Jerusalén
en el undécimo; de la casa, 10:18, 19; y de la ciudad, 11:23.
Es un hecho destacable que la gloria del Señor haya abandonado
Su trono terrenal. Además, al mismo tiempo este poder terreno
fue transferido de Jerusalén a los gentiles (el gobierno de
los hombres). Esto es lo que vemos en Daniel 2:26-38:
«Éste es el sueño; también la
interpretación de él diremos en presencia del rey.
Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha
dado reino, poder, fuerza y majestad...».
Veréis que por la destrucción del último rey
de los judíos, el dominio humano pasó a los gentiles en
persona de Nabucodonosor. Este rey comenzó estableciendo una
falsa religión por la fuerza; hizo una estatua para que todo
el mundo la adorara, y se enorgulleció; es por esto que se
volvió como una bestia durante siete años. Es decir,
que en lugar de comportarse como hombre, humilde delante de Dios,
como delante de Aquel que le había dado el poder, por un lado
se exaltó a sí mismo, y por otro se dedicó a
devastar el mundo para satisfacer su voluntad.
Dejando de momento a un lado las monarquías segunda y
tercera, que de momento no tienen una importancia tan directa, y
siguiendo el carácter de la cuarta, descubriremos algunos
rasgos dignos de atención. Los judíos se encuentran en
cautiverio desde los tiempos de Nabucodonosor hasta el día de
hoy. Es cierto que hubo un regreso de este pueblo del cautiverio,
pero sin que cesara de estar bajo el poder de los gentiles; y desde
luego el trono de Dios no fue restaurado. Y si Dios permitió
que los judíos regresaran temporalmente a su país, ello
se debe a que quiso que Su Hijo apareciera al principio de la cuarta
monarquía. Y, en efecto, es precisamente en el momento en el
que la cuarta monarquía, bajo su forma imperial, se
había convertido en el poder mundial, que les fue presentado
el Hijo de Dios, el legítimo Rey de los Judíos y de los
gentiles. ¿Y qué es lo que ellos hicieron? Lo
crucificaron. Los principales sacerdotes, que eran los representantes
de la religión terrenal dada por Dios, y Poncio Pilato, el
representante del poder terrenal, se unieron para rechazar y dar
muerte al Hijo de Dios. Así tenemos a la cuarta
monarquía culpable de rechazar los derechos del Mesías.
Los judíos, como veremos de manera detallada en una posterior
conferencia, son echados a un lado, y es entonces que tiene lugar el
llamamiento de la Iglesia para los lugares celestiales. Pero por lo
que respecta al estado de la Iglesia sobre la tierra, la hemos visto
alterada por la semilla del Maligno, y por la apostasía que
resulta de la misma; hemos visto a continuación que la
corrupción de la cristiandad dará lugar a una
rebelión más abierta y pronunciada, la de la misma
bestia: esto es, de esta misma cuarta monarquía, bajo una
forma nueva y última que está todavía por venir.
Esto es lo que dará lugar a su juicio (Dn 7:9-11, 13, 14).
«Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se
sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como
la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono era llama
de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de
fuego procedía y salía de delante de él;
millares de millares le servían, y millones de millones
asistían delante de él; el Juez se sentó, y los
libros fueron abiertos. Yo entonces miraba a causa del sonido de las
grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que mataron a la
bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado en el
fuego.» Versículos 13 y 14: «Miraba yo en la
visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo
venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de
días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue
dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca
pasará, y su reino uno que no será destruido.»
Aquí tenemos, pues, el reino dado al Hijo del hombre una
vez que la cuarta bestia sea destruida. Sin embargo, este juicio y
esta destrucción de la cuarta monarquía no han llegado
todavía. Como prueba citaré Daniel 2:34, 35:
«Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano,
e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y
los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el
hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como
tamo de las eras de verano, y se los llevó el viento sin que
de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la
imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.»
Esto es, que antes que la piedra cortada no por mano se extienda y
llene toda la tierra, destruye por completo a la estatua; oro, plata,
bronce, hierro y tierra son barridas como el tamo por el viento.
Desde luego, esto no está cumplido en absoluto. Con la
acción de la piedra lo que se consigue no es un cambio de
carácter de la estatua; se trata de un golpe, de un golpe
repentino; es un golpe que quebranta, que destruye, y que no deja ni
rastros de la existencia de la imagen, tal como lo dice aquí:
«Sin que de ellos quedara rastro alguno.» El Imperio
Romano, los pies, y, junto con los pies, todo el resto, desaparece.
Con este solo golpe queda todo pulverizado, destruido, aniquilado, y,
después de este juicio, la piedra que golpea la imagen llega a
ser un monte que llena toda la tierra.
Queridos amigos, ¿acaso el cristianismo golpeó la
cuarta monarquía cuando comenzó a extenderse? Al
contrario, el Imperio Romano siguió existiendo, y llegó
a cristianizarse; además, los pies de la estatua no
existían en este tiempo. El acto de destrucción
señalado mediante la caída de la piedrecita contra los
pies de la imagen no representa en absoluto la gracia del Evangelio,
ni tiene relación alguna con la obra que efectúa el
Evangelio. Además, no es hasta después de la
destrucción total de la estatua que comienza a
crecer la piedra, es decir, que el conocimiento de la gloria del
Señor, que tiene que llenar toda la tierra, no
comenzará a extenderse hasta después que la cuarta
bestia sea juzgada y destruida.
Queda una dificultad que se puede presentar en la historia de esta
bestia. Se puede alegar que el Imperio Romano no existe en la
actualidad. Pero esto es una prueba adicional de lo que estamos
diciendo. Apocalipsis 17:7, 8: «La bestia que has visto, era, y
no es», esto es, que el Imperio Romano dejó de existir en
tanto que imperio; pero, ¿qué sigue de ello? Que
«está para subir del abismo e ir a perdición; y
los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están
escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida,
se asombrarán». La bestia existía; luego deja de
existir; luego saldrá del abismo. Tendrá un
carácter propiameente diabólico, siendo la
expresión del poder de Satanás.
Así, lo que aprendemos de manera general acerca del
carácter de esta bestia es que, (1) Desde su inicio el Imperio
Romano ha sido culpable del rechazamiento de Jesús como Rey de
la tierra; (2) Que posteriormente, en el seno de esta cuarta
monarquía, aparece un cuerno pequeño que habla grandes
cosas; y, finalmente, (3) que esta cuarta bestia, después de
haber dejado de existir durante un tiempo, saldrá del abismo
para existir una vez más, y ser luego destruida, a causa de
las grandes palabras proferidas por el cuerno pequeño. Esto se
relaciona con 2 Tesalonicenses 2:9, en cuanto a la venida del hombre
de pecado, que es «por obra de Satanás, con gran poder y
señales y prodigios mentirosos». La destrucción de
este hombre se encuentra en el versículo 8.
Hay aún otra descripción de la última cabeza
de la bestia (véase Ap 17:11), que es la bestia misma.
El Anticristo
Daniel 11:36, etc. La relación entre este pasaje y 2
Tesalonicenses 2:9 está reconocida. Vemos en ambos pasajes la
misma exaltación de sí mismo contra Dios. Esta
última epístola añade el poder de
Satanás, por cuanto el Inicuo es presentado en su
carácter de apostasía e iniquidad, mientras que en
Daniel 9 aparece en su carácter terrenal y regio. En cuanto al
tercer carácter de iniquidad que hemos observado, aparece con
claridad la voluntad humana: «El rey hará su
voluntad.»
Deseo observaros también lo que está descrito en
Juan 5:43. La nación judía recibirá a aquel que
vendrá en su propio nombre. Vemos pues como la iniquidad del
corazón humano llega a su punto culminante bajo la
última cabeza de la cuarta monarquía.
En Isaías 14:13-15 tenemos la descripción del mismo
bajo el título de rey de Babilonia: «Tú que
decías...». Son precisamente todos los privilegios y
todos los derechos de Cristo los que este rey se atribuye a sí
mismo. «Subiré al cielo»; esto es lo que hizo
Cristo. «En lo alto, junto a las estrellas de Dios,
levantaré mi trono»; el trono de Cristo está por
encima de las potestades. «El monte del testimonio ... a los
lados del norte» es el palacio del gran rey, el rey de Israel en
Jerusalén. «Sobre las alturas de las nubes subiré,
y seré semejante al Altísimo.» Cristo ha de venir
con las nubes; él es la imagen del Dios invisible. «Mas
tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.»
El progreso del mal no impide
la presentación del evangelio
Esta tarde me temo que he herido muchas ideas queridas, queridas
para los hijos de Dios; me refiero a la esperanza de que el evangelio
se vaya a expandir por toda la tierra durante la actual
dispensación. Era precisamente la tarea de la Iglesia de
Cristo proclamar por todas partes la gloria de Cristo; pero en
realidad, si nos expresamos en conformidad a la Palabra, veremos en
acción todo lo que es eficaz y poderoso en el mundo, pero sin
tener a Dios en cuenta. Se exhibirán de una manera asombrosa
todos los medios humanos, todas las facultades, y todos los talentos
y conocimientos del hombre. Todo lo que pueda seducir el
corazón y dominar el espíritu, todo lo que exista de
recursos dentro del carácter y naturaleza del hombre, pero sin
conciencia alguna, asombrará al mundo, y lo atraerá
tras las huellas del Anticristo, haciéndole reconocer a la
bestia, porque la tendencia natural del hombre es la
autoglorificación, exaltarse contra Dios, y no el servicio a
Cristo, ni humillarse bajo Él. «Todo el que se exaltare,
será humillado.»
Pero se nos dirá que esto significa desalentar todas las
empresas que pudieramos mover para la propagación del
Evangelio sobre la tierra, si todo lo que van a conseguir es este
resultado. Pero la verdad es que si se conciben falsas esperanzas, ya
estamos engañados. En efecto, si se esperan grandes cosas, no
es muy alentador ver todas las esperanzas frustradas. Es bien cierto
que esta perspectiva del progreso del mal parece ofrecer bien poco
aliento para nuestros esfuerzos: pero esto se debe a que nuestras
esperanzas se han basado en nuestras propias ideas. Sin embargo, el
verdadero efecto de estas perspectivas es exactamente el contrario.
¿Acaso el hecho de que Dios le dijera a Noé que iba a
destruir el mundo, y de que Noé estuviera totalmente
convencido de la inminencia del juicio de Dios, le impidió
predicar a sus contemporáneos? Bien al contrario, esto es lo
que le impulsó a ganar a aquellos que tuvieran oídos
para oír. La convicción de que el falso cristianismo se
mostrará más y más refinado y corrompido en el
mundo debería dar aún más energía y
acción para el amor de aquel que cree; y la proximidad de los
juicios de Dios, en lugar de paralizar nuestros esfuerzos, nos
impulsará con tanta más fuerza, más
energía, más fidelidad, para presentar el Evangelio,
que es el único medio para evitar a los hombres los justos
juicios que les amenazan.
Cuando digo que la cizaña continuará creciendo, en
lugar de disminuir, ¿digo acaso con ello que no pueda aumentar
también el trigo? Naturalmente que sí puede aumentar.
Si el mal ha de empeorar con vistas al juicio, Dios da al mismo
tiempo eficacia al testimonio que debe separar el bien. Creo que
siempre es así como procede Dios. Si viéramos la
conversión de tres mil almas en Ginebra en un solo día,
habría quien diría: Llega el milenio; el Evangelio va a
extenderse por toda la tierra. Bueno, pues puede que al año
siguiente no haya más de trescientos convertidos.
¿Qué es lo que demostró la conversión de
miles de personas en Jerusalén, sino que Dios iba a juzgar
aquella ciudad, y que de aquella generación perversa
sacó a los que debían ser salvos? Todas las veces que
veamos crecer el mal, y a Dios actuando para apartar a los que creen,
se trata sólo de una señal de que el juicio de Dios
está cercano. No se puede negar: Dios actúa de manera
patente en nuestros tiempos, y debemos darle gracias de todo
corazón; y esto me demuestra tanto más que se acerca el
momento en el que Dios arrebatará a los suyos del mundo.
Hay dos señales de inminencia del juicio: Una es que el mal
aumenta, que la impiedad crece, que todos los recursos del hombre se
desarrollan de una manera maravillosa; la otra, que los cristianos se
retiran de este estado de cosas. En todo caso, nada hay que nos
impida trabajar en la obra de Dios. Veo que se hace el bien, que se
extiende y profundiza, y que Dios separa a Sus hijos del mal; por
otra parte, veo como todos los principios del Maligno se desarrollan
de manera clara; veo en la palabra de Dios una declaración
expresa de que la actual dispensación llegará a su fin,
y que el mal llegará a su culminación, hasta que el
Inicuo sea destruido por la venida de Cristo.
Romanos 11:22. Aquí tenemos, para concluir, la advertencia
que nos da el Señor: «Mira, pues, la bondad y la
severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron,
pero la bondad para contigo, si permaneces en esta bondad; pues de
otra manera tú también serás cortado.»
¿Se ha mantenido la Iglesia en esta bondad de Dios? La
Cristiandad está totalmente corrompida, los gentiles se han
mostrado infieles a las dispensaciones de Dios en favor de ellos.
¿Puede la dispensación gentil ser restaurada? No, es
imposible. Así como la dispensación judía fue
cortada, también lo será la dispensación
cristiana. ¡Que Dios nos dé la gracia de mantenernos
firmes en nuestra esperanza y de apoyarnos en Su fidelidad, que
jamás fallará!
NOTAS
8. Leemos, en 2 Samuel 23:1-7, una
profecía sumamente notable acerca del juicio de los malvados,
«los cuales no podrán ser tomados con la mano» (v.
6, V.M.), y de la hermosura y de las bendiciones de la venida de
Aquel que reinará en justicia, y cuyas bendiciones se
corresponderán con Su fidelidad en mantener Su pacto durante
nuestro estado de desdicha. Volver al texto
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Traducido de la quinta edición
francesa
por Santiago Escuain
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