LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIALA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
* * * *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por
John Nelson Darby
SÉPTIMA CONFERENCIA
(Salmo 82)
El juicio de las naciones,
que vienen a ser la herencia
de Cristo y de la Iglesia
El último versículo de este Salmo contiene el tema
que nos va a ocupar esta tarde: «Levántate, oh Dios,
juzga la tierra; porque tú heredarás todas las
naciones.» Es Dios quien juzgará la tierra, y,
después de este juicio, tomará todas las naciones como
Su posesión.
Hemos hablado de Cristo, heredero de todas las cosas, con la
Iglesia como coheredera; después, del advenimiento de Cristo,
que será cuanto tomará todas las cosas; y de la
resurrección de la Iglesia, que será cuando la Iglesia
resucitada compartirá con Él esta herencia. Las almas
de los santos que han dormido, dichosas con Él, esperan la
resurrección de sus cuerpos, para gozar de la plenitud de la
bendición y de la gloria. Es por esta razón que un
cristiano puede desear la muerte, porque por ella queda librado de
toda aflicción y de todo dolor; pero lo que espera es la
resurrección para la consumación de su gloria. Hemos
hablado asimismo del progreso del mal, y hemos demostrado que lejos
de que el mundo vaya a ser convertido por la predicación del
Evangelio, la cizaña debe crecer y madurar hasta el momento de
la siega. Y en nuestra última conferencia hemos visto como el
mal llega a su expresión culminante en la bestia que va a
perdición, en la apostasía del poder civil de la cuarta
monarquía, y en el falso profeta que ejerce su poder delante
de ella, y que es destruido junto con ella.
Hemos visto que hay dos bestias, y que la segunda se transforma en
el falso profeta (cp. Ap 13 con el final del cap. 19).
Ahora la escena se extiende un tanto, y veremos no sólo la
destrucción de la cuarta bestia, sino también el juicio
de todas las naciones. Todas las razas humanas que existen sobre la
tierra, que tuvieron su formación después de la
división de los hijos de Noé, se encontrarán por
fin reunidas y juzgadas por Dios; todo lo altanero, orgulloso,
será abatido por Su poder y gloria a fin de que Dios, en plena
bendición, goce del reino, y que tenga la herencia de todas
las naciones.
En nuestra última reunión traté la parte
más difícil, aquel punto en el que se encuentran las
dos dispensaciones, y donde el mal causado por la apostasía de
la dispensación actual demanda la intervención de Dios
y, como consecuencia, el juicio que da fin a esta
dispensación. Me he referido en especial a la apostasía
del Anticristo, porque es en efecto la consumación misma de la
apostasía. Pero en el momento en que tiene lugar este
acontecimiento tiene lugar también el juicio de todas las
naciones. Dios no juzga sólo la última rebelión
del Anticristo o de la bestia, sino que, habiendo dado paso a Su
poder, habiendo llegado el momento de Su ira, juzga a todas las
naciones.
El reino de Cristo
Esto es lo que leemos en Apocalipsis 11:15-18. «El
séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes
voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido
a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él
reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro
ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se
postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos
gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que
has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. Y se
airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los
muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a
los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a
los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.»
Sigamos los pasajes que hablan de este mismo tema.
Hemos visto que el Señor Jesús, el Mesías, el
verdadero Rey de toda la tierra, se presentó a la cuarta
bestia y a los judíos, esto es: al Imperio Romano y a los
judíos; a los gentiles en la persona de Poncio Pilato, y a los
judíos en la persona del sumo sacerdote. Se presentó al
mundo y a los Suyos, y fue rechazado. Pero veremos que hay un sentido
más amplio en el que se dice que las naciones se airaron, y
que la ira de Dios cae sobre ellas por medio del juicio entregado en
manos de Su Hijo.
En el Salmo 2 vemos ambas cosas. Primero, que el Hijo es ungido
Rey sobre Sión, el santo monte de Dios, y que como herencia
recibe las naciones; en Sión está Su trono, pero Su
herencia son las naciones. En segundo lugar, Su manera de tratar
estas naciones, totalmente opuesta al Evangelio: «Los
quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los
desmenuzarás». El cetro de Cristo, si queremos emplearlo
como figura en el lenguaje del Evangelio, es un cetro de bondad y de
amor; es todo lo que hay de más dulce y bondadoso en Su amor;
no se trata en absoluto de un cetro de hierro. Pero aquí es
con referencia a los reyes de la tierra. Por tanto, ¡oh reyes!,
honrad al Hijo. El decreto de Dios es que Su Hijo sea ungido; esto
es, que Dios ha querido poner a Jesús como rey de toda la
tierra, y Él invita a los reyes de la tierra a que se le
sometan. Les dice: He dicho en mi ira: Doy la herencia de las
naciones a Cristo; Él os quebrantará con vara de
hierro, os desmenuzará; por tanto, someteos a Él, a mi
Hijo, Rey en Sión. Estos reyes siguen sin embargo sus propios
consejos; ya han tomado partido en base de la sabiduría
humana, y no es en Cristo, Rey en Sión, en quien piensan.
¡Id a hablarles de Cristo, Rey en Sión, y os
tendrán por locos! Sin embargo, Dios lo ha decretado con toda
certidumbre, y de manera irrevocable, y lo hará, mal que les
pese a los reyes de la tierra; Él establecerá a Cristo
como Rey en Sión, y le dará las naciones como herencia,
y como posesión los confines de la tierra. «Y él
estará», dice por boca de Miqueas, «y ...
será engrandecido hasta los fines de la tierra» (5:4).
Cristo, el Juez entre los jueces
Vemos, cuando nació Cristo, cómo se desató el
odio ante la menor apariencia de Su condición regia. Desde que
se oyó decir: Hay un rey, se buscó Su
desaparición. Pero, ¿es que acaso las naciones
escucharán la invitación que se les hace de someterse a
Él? Encontramos la respuesta en el Salmo 82. Será
preciso que estos jueces de la tierra, estos Elohim, den cuenta de su
conducta. «Yo dije: Vosotros sois dioses», porque el mismo
Dios los había puesto con autoridad sobre la tierra, y porque
las autoridades que hay han sido puestas por Dios; pero Dios las
puede juzgar. No son los cristianos los que usan este lenguaje, sino
Aquel que tiene derecho de juzgar a aquellos que Él ha
constituido como jueces, y de destituir a estos poderes subalternos,
a fin de manifestar Su gran poder y de actuar como Rey.
Vemos aún (Sal 9:1-7) que el lugar donde tendrá
lugar este juicio es la tierra de Israel, y que el Señor se
revelará por este acto de Su poder. Versículo 5:
«Reprendiste a las naciones, destruiste al malo (al
Anticristo)... Las ciudades que derribaste, su memoria pereció
con ellas.» El final del Salmo 5:15-20 no es el lenguaje del
Evangelio, sino la demanda profética, la justa demanda de
juicio; esto es lo que explica los Salmos, en los cuales los
cristianos encuentran a veces tan grandes dificultades, por no haber
comprendido la diferencia de las dispensaciones. Convertir al
malvado, concederle la gracia, esto es el Evangelio; pero aquí
tenemos algo totalmente distinto, porque aquí no se trata del
Evangelio. Una vez que el Evangelio haya corrido su curso, Cristo
reclama el juicio contra el mundo. No es ya Cristo a la diestra del
Padre para enviar el Espíritu Santo y reunir a Sus
coherederos, sino Cristo demandando justicia, por Su Espíritu,
generalmente por boca de los humildes y de los abatidos de la
nación judía, contra el hombre orgulloso y violento. Si
Dios no ejecutara el juicio, el mal no haría otra cosa que
empeorar, sin que hubiera respiro alguno para los fieles de Dios.
Dios no ejecuta este juicio sino hasta que el mal alcanza su punto
culminante. El Anticristo y las naciones se levantarán contra
Dios y contra Su Cristo, y será necesario que la tierra sea
liberada de estos enemigos, para dar lugar al reino del mismo Dios.
No es David quien pide el dominio sobre sus enemigos, sino Cristo
quien demanda el juicio, por cuanto ha llegado el momento.
En el Salmo 10 vemos esta misma verdad. Jehová es el Rey, y
las naciones han sido exterminadas (vv. 15, 16).
He deseado, queridos amigos, haceros observar como principio
general que en estos Salmos, donde tenemos el terrible juicio de Dios
sobre la maldad de las naciones, Él actúa como juez en
medio de los jueces.
El juicio se aplicará a todas las
naciones
Un pasaje, Isaías 2:12-22, nos presenta todavía el
gran día de Dios sobre la tierra: «Porque el día
de Jehová de los ejércitos vendrá sobre todo
soberbio y altivo, sobre todo enaltecido, y será abatido ...
cuando él se levante para castigar la tierra.» No tenemos
aquí el juicio de los muertos, sino el de la tierra.
Para una mejor comprensión de que este juicio se
aplicará a todas las naciones, y que es por medio de esto que
Dios quiere llenar la tierra del conocimiento de Su nombre,
citaré Sofonías 3:8: «Por tanto, esperadme, dice
Jehová, hasta el día que me levante para juzgaros;
porque mi determinación es reunir las naciones, juntar los
reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira;
por el fuego de mi celo será consumida toda la tierra.»
El propósito del Señor es reunir a los reinos, para
derramar sobre ellos Su indignación. Éste será
un día terrible. Así, en cuanto a nuestra
expectación de que el conocimiento de Jehová
llenará la tierra, vemos cuándo sucederá eso en
el v. 9. Eso vendrá después que Él haya
ejecutado el juicio, y destruido a los malvados. Este pasaje
constituye la más explícita revelación de ello.
Siguiendo con esto, vemos que esta misma verdad, de que el
conocimiento de Dios se extenderá por toda la tierra como
efecto de Sus juicios, se nos presenta en Isaías 26:9-11:
«Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del
mundo aprenden justicia.» Y se añade: «Se
mostrará piedad al malvado, y no aprenderá
justicia». ¿Es éste acaso el efecto de la gracia? Es
cosa cierta que el propósito del Señor es reunir a los
reinos, para derramar sobre ellos Su indignación y todo el
ardor de Su ira. Será un día terrible, un día
que el mundo debiera estar esperando.
Otro pasaje que sustenta esta misma verdad es el que aparece en el
Salmo 110: «Jehová dijo a mi Señor:
Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies.» Jesús está sentado a la
diestra del Padre, hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de
Sus pies. Hasta entonces, Él actúa por medio de Su
Espíritu para reunir a los cristianos, habiendo enviado al
Espíritu Santo, el consolador aquí en la tierra, para
convencer de pecado, de justicia y de juicio; pero Dios pondrá
un día a los enemigos de Cristo por estrado de Sus pies. Es
por esto que Jesús dijo que «de aquel día y de la
hora nadie sabe, ... ni el Hijo, sino el Padre» (Mr 13:32).
Está escrito que Él tiene que heredar todas las cosas.
Esto es lo que ha sido profetizado acerca de Mí: Jehová
me ha dicho: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a
tus enemigos por estrado de tus pies.» No se trata del
año ni del día, sino que estaré sentado a la
diestra de Dios «hasta que», es decir, hasta el momento en
que el Padre cumplirá este propósito; por cuanto el
Señor Jesús, siempre Dios bendito eternamente, recibe
el reino como Hombre-Mediador. Veamos el cumplimiento de este
decreto: «Jehová enviará desde Sión la vara
de tu poder...» Vemos que el término de esta
dispensación está muy claramente marcado. Cristo
está sentado a la diestra de Dios, hasta que el Dios ponga a
Sus enemigos por estrado de Sus pies. Después de esto, le
dice: «Domina en medio de tus enemigos.» Esto es lo que
Dios ha de cumplir cuando el Señor, en aquel momento en que
vaya a obrar en poder, «quebrantará a los reyes en el
día de su ira. Juzgará entre las naciones, las
llenará de cadáveres; quebrantará las cabezas en
muchas tierras».
Jeremías 25:28. Aquí tenemos más de este
asunto que continuamente nos presenta la Palabra de Dios a nuestras
almas, y lo que vemos a nuestro alrededor es el fin de todas las
cosas: «Y si no quieren tomar la copa de tu mano para beber, les
dirás tú: Así ha dicho Jehová de los
ejércitos: Tenéis que beber.» Véase
también el v. 31.
Cristo juzgará las naciones en
Jerusalén
Hay todavía dos cosas que querría haceros observar.
Primero, que es sobre todo en Jerusalén que tendrá
lugar este desastre; segundo, que Dios ha designado en Su Palabra a
todas las naciones que participarán en ello. Veremos como
todos los descendientes de Noé, de los que tenemos el
catálogo en Génesis 10, van reapareciendo en escena en
el momento de este juicio de Dios. Los encontraremos a casi todos
ellos o bien bajo la bestia, o bien bajo Gog.
En cuanto a los pasajes que tratan de Jerusalén, podemos
citar Joel 3:1 y 9-17; Mi 4:11-13; Zac 12:3-11: «Y en aquel
día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a
todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán
despedazados, bien que todas las naciones se juntarán contra
ella. En aquel día, dice Jehová, heriré con
pánico a todo caballo, y con locura al jinete; mas sobre la
casa de Judá abriré mis ojos, y a todo caballo de los
pueblos heriré con ceguera. Y los capitanes de Judá
dirán en su corazón: Tienen fuerza los habitantes de
Jerusalén en Jehová de los ejércitos, su Dios.
En aquel día pondré a los capitanes de Judá como
brasero de fuego entre leña, y como antorcha ardiendo entre
gavillas; y consumirán a diestra y a siniestra a todos los
pueblos alrededor; y Jerusalén será otra vez habitada
en su lugar, en Jerusalén. Y librará Jehová las
tiendas de Judá primero, para que la gloria de la casa de
David y del habitante de Jerusalén no se engrandezca sobre
Judá. En aquel día Jehová defenderá al
morador de Jerusalén; el que de entre ellos fuere
débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de
David como Dios, como el ángel de Jehová delante de
ellos. Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las
naciones que vinieren contra Jerusalén, y derramaré
sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén,
espíritu de gracia y de oración, y mirarán a
mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por
hijo unigénito, afligiéndose por él como quien
se aflige por el primogénito. En aquel día habrá
gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón
en el valle de Meguidó.» Capítulo 14:3, 4:
«Después saldrá Jehová, y peleará
con aquellas naciones, como peleó en el día de la
batalla. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el
monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al
oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio,
hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande;
y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra
mitad hacia el sur.»
Se afirma, en Hechos 1, que Jesús volverá «como
le habéis visto ir al cielo», y vemos que esto
será así hasta el punto de que Sus pies se
asentarán sobre el monte de los Olivos (cp. Ez 11:23). En este
día, Sus pies se posarán sobre el monte de los Olivos,
dice el Espíritu por medio de Zacarías (14:4).
«Sus pies», los pies de Jehová. Aunque haya sido
Varón de Dolores, Jesús es Jehová, como lo es
desde la eternidad.
Los descendientes de Noé
En cuanto al segundo punto, se puede observar que las naciones,
los descendientes de Noé, se encontrarán bien sea bajo
la bestia, bien bajo Gog, los dos principales poderes; si consultamos
Génesis 10:5, veremos allí las islas de los gentiles
divididas por sus tierras: «De estos se poblaron las costas ...
conforme a sus familias en sus naciones.» En la
enumeración de los hijos de Jafet tenemos a Gomer, Magog,
Madai, Javán, Tubal, Mesec y Tiras. Entre estos pueblos
encontramos a Gomer, Magog, Tubal y Mesec bajo los mismos nombres en
Ezequiel 38, como seguidores de Gog; también encontramos a
Peres (los persas) unido a Madai (los medos), de cuyas manos
recibió este último la realeza, como vemos en Daniel 5
y otros lugares, de manera que de todas las naciones sólo
quedan fuera Javán y Tiras. La enumeración de Ezequiel
incluye todas las naciones que comprenden a Rusia, Asia Menor,
Tartaria y Persia (resumiendo, todos los pueblos que están
bajo el dominio de Rusia, o que se encuentran bajo su influencia).
Son descritos como bajo el dominio de Gog, príncipe de Ros
(los rusos), Mesec (Moscú) y Tubal (Tobolsk).
Los hijos de Cam aparecen en Génesis 10:6. De entre ellos,
Canaán fue destruido, y su país vino a a ser el de
Israel. Cus y Fut se encuentran bajo Gog (Ez 38:5); los de Cus
sólo en parte, debido a que una parte de la familia de Cus se
estableció junto al Éufrates, y otra junto al Nilo,
esto es, al norte y al sur de Israel; por ello los del norte, por su
posición, están en contacto directo con los partidarios
de Gog. Mizraim o Egipto (por cuanto Mizraim es precisamente el
nombre hebreo que designa a Egipto), y el resto de Cus y los libios,
se encuentran en las escenas de los últimos tiempos en Daniel
11:43.
Entretanto, entre los hijos de Sem, Elam es lo mismo que el
país de los persas, de los que ya hemos hablado. Asur es
nombrado en el juicio que tendrá lugar en el tiempo postrero
(Mi 5; Is 14:25; 30:30-33; en la coalición del Sal 83; y
también en otros pasajes). Arfaxad es uno de los antecesores
de los israelitas. La familia de Joctán no aparece
aquí; es un pueblo del Oriente. Aram, o Siria, fue desplazada
por Asur, que se encuentra designado con el título de rey del
Norte. Lo mismo parece que sucede con Lud. Javán se encuentra
en el último combate (Zac 9:13). De entre todas las naciones,
Tiras es la única, aparte de Joctán, que no se
encuentra nombrada en este último juicio. Hablamos sólo
de la Palabra de Dios. Hay autores seculares que unen Tiras y
Javán en Grecia; pero con esto nada tenemos que ver.
Hoy vemos cómo Rusia extiende su
poderío precisamente sobre las naciones que se encuentran bajo
el cetro de Gog.(13)
El rey del sur y el rey del
norte
En el capítulo 11 de Daniel aparecen otras dos potencias a
las que debemos dar nuestra atención: el rey del Sur y el rey
del Norte. Este capítulo incluye de entrada una larga
relación de acontecimientos ya cumplidos; después de
ello tenemos las naves de Quitim (v. 30). Después se da una
interrupción en la historia de los dos poderes. Estos reyes
fueron sucesores del gran rey de Javán; uno fue el que
poseyó Siria, el otro, Egipto. Lo que se disputaban en sus
guerras era Siria y la Tierra Santa. En los versículos 31, 35
tenemos a los judíos, que son dejados de lado durante mucho
tiempo; se dice de ellos que «algunos de los sabios
caerán para ser depurados y limpiados y emblanquecidos, hasta
el tiempo determinado; porque aun para esto hay plazo». Luego
viene en el versículo 36 que «Y el rey
hará su voluntad»: éste es el Anticristo. En el v.
41 lo tenemos en la tierra de Israel, en aquel territorio que es la
causa de las diferencias entre el rey del Norte y el rey del Sur.
«Pero al cabo del tiempo el rey del sur contenderá con
él.» Esto es, después de un largo intervalo, de
nuevo tenemos otra vez al rey del Sur en este capítulo,
entrando en escena. Y esto, históricamente, sólo ha
sucedido hace cuatro años, después de un intervalo de
casi dos mil años. La mayor parte de las naciones que, se nos
dice, tienen que estar a los pies de Gog, están ahora cayendo
bajo el dominio de Rusia. «Y el rey del norte se
levantará contra él como una tempestad.» En
Anticristo será objeto del ataque a la vez del rey del Sur o
de Egipto, y del rey del Norte, el poseedor de la Turquía
asiática o de Asiria. No pretendo decir quién
será el rey del Norte al final de los tiempos; pero vemos que
las circunstancias y los personajes, descritos en estas
profecías que contemplan este tiempo determinado, comienzan a
delinearse. Hacía ya dos mil años que no había
rey del Sur; hace unos pocos años que ya está
establecido sobre aquella tierra.(14) Igualmente
vemos una nación que hace un siglo era casi desconocida, y que
hoy domina precisamente aquellos países del Gog de Ezequiel.
No deseo en absoluto centrar vuestra atención sobre estos
acontecimientos que se están dando en nuestros tiempos. Pero
es después de haber mencionado la profecía que
mencionamos estas circunstancias que están sucediendo delante
de nuestros ojos. Vemos igualmente cómo todas las naciones
comienzan a ocuparse de Jerusalén (Zac 12:3), y sin saber
qué hacer con ella; el rey de Egipto exige todo el país
para sí; el rey del Norte no piensa cederlo. Se trata de
Turquía, que posee actualmente el norte, o el país de
Asiria. Hemos visto en nuestros días al rey del Norte y al del
Sur combatiendo por el mismo país, tal cómo se lo
disputaban hace dos mil años. Esto es precisamente lo que se
anuncia en la profecía para «el tiempo determinado».
No digo que todo se manifieste ya; por ejemplo, los diez reyes no
están aún en plena evidencia; el Anticristo no ha
aparecido aún; pero los principios que se encuentran en la
palabra de Dios actúan de manera visible en medio de los
reinos en los que tienen que aparecer los diez cuernos; esto es,
vemos como toda Europa occidental se está ocupando de
Jerusalén, disponiéndose para este combate; y a Rusia
preparándose por su lado, ejerciendo su poder sobre aquellos
países citados en la Palabra, y cómo todos los
pensamientos de los políticos del mundo se concentran sobre la
escena donde tiene que haber el encuentro final delante del juicio de
Dios, donde Jehová los reunirá como «gavillas en
la era» (Mi 4:12). Ésta es una coincidencia muy notable.
Al repasar lo que sucede a nuestro alrededor, reconocemos cosas que
aparecen en la profecía; al menos vemos aquellas naciones que
van a actuar, o sobre las que Dios va a actuar, desarrollando los
caracteres que la profecía les atribuye.
Bien, queridos amigos, si os tomáis el trabajo de seguir
estos capítulos que os he citado (y desde luego hay muchos
más), comprenderéis el capítulo 25 de Mateo, que
nos habla del Señor sentado en Su trono, reuniendo a todas las
naciones (es una cita de Joel 3), juzgándolas y
separándolas como se separan las ovejas de las cabras.
La posición de la iglesia
Recordemos ahora una cosa, nosotros los cristianos, y es que
estamos totalmente a cubierto del juicio. Esta tarde no he hablado de
la Iglesia; pero recordemos su situación, esto es, que durante
estos acontecimientos, y ya desde el presente, el puesto de la
Iglesia es con Cristo, es el de acompañarlo a Él. La
Iglesia tiene este privilegio, esta gloria, este carácter
especial, de estar unida con Cristo, y, si uno busca la Iglesia en el
Antiguo Testamento, es a Jesucristo a quien encontramos. Un ejemplo
destacable de esta verdad es que lo que dice Pablo de la Iglesia (Ro
8) se encuentra en el capítulo 50 de Isaías, donde las
palabras se aplican a Cristo. En aquel pasaje Cristo dice:
«¿Quién hay que me condene?» Al estar la
Iglesia unida a Él, el apóstol lo usa para mostrar la
posición que tiene ella.
La unión de la Iglesia en un solo cuerpo, sean
judíos o gentiles, no fue revelada en el Antiguo Testamento;
si buscamos, es a Cristo mismo a quien hallamos. Aunque haya muchas
cosas en la relación de Jehová con Sión que
existen también entre Dios Padre y la Iglesia, no es en
Sión que debemos buscar la Iglesia. En el Antiguo Testamento,
los privilegios de la Iglesia están en el mismo Cristo, en la
Persona de Cristo, por cuanto la Iglesia tiene la misma
porción que Cristo; ella es (ver Ef 1:22, 23) «la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo»; consiguientemente,
no podemos buscar la Iglesia en estas profecías, porque ella
es el cuerpo del mismo Cristo. Hemos visto que Cristo ha de golpear y
quebrantar a las naciones; pues bien, esto también se dice de
la Iglesia. La Iglesia no tiene nada que ver con todo lo que hemos
estado hablando esta noche, como si estuviera sujeta a los mismos
juicios (Ap 2:26, 27). Su lugar no está entre las naciones que
serán quebrantadas, sino en ser reunida con Cristo, poseyendo
los mismos privilegios que Cristo, y quebrantando las naciones con
Cristo. Nada hay que sea cierto de Cristo, en cuanto al puesto que ha
asumido como hombre glorioso, que no sea cierto también de la
Iglesia. Es siempre maravilloso para nosotros comprender nuestro
lugar, el de coherederos con Cristo, y cuanto más meditemos en
ello, tanto más serán multiplicadas nuestras fuerzas,
tanto más seremos en nuestros espíritus como herederos
de Dios, apartados de este mundo, de este mundo que está
juzgado, así como la Iglesia está justificada.
Todavía no vemos el efecto, porque la gloria aún no ha
aparecido. El mundo ha sido juzgado; no vemos todavía el
efecto, porque el juicio todavía no ha caído. La
Iglesia no recibirá los frutos de su justificación
más que en la gloria; el mundo no tiene sus frutos más
que en el juicio. Sin embargo, la verdad es que la Iglesia
está unida con Cristo. El mundo está juzgado, porque
rechazó a Cristo. «Padre justo», dijo el Salvador,
«el mundo no te ha conocido.» Y he aquí lo que hace
la gracia por nosotros. De la misma manera que la incredulidad separa
de Cristo, totalmente y por la eternidad, la gracia, por la fe, nos
ha unido, enteramente y para siempre, a Él; y por ello mismo
deberíamos bendecir a Dios.
NOTAS
13. El Gog de Ezequiel 38 debe ser distinguido
del Gog y Magog de Apocalipsis 20:8. Vuelve al
texto
14. Alusión a Mohamed-Alí (N. del
Ed.) Volver al texto
De
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De
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Traducido de la quinta edición
francesa
por Santiago Escuain
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