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LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIA

LA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
*  *  *  *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por

John Nelson Darby


OCTAVA CONFERENCIA

(Romanos 11, 21)

Las promesas de Jehová a Israel
La primera entrada a su tierra prometida

En Romanos 11:1 el apóstol hace esta pregunta acerca de Israel: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?» Él presenta, hasta el capítulo 8, la historia del hombre pecador, de todos nosotros, seamos judíos o gentiles; expone el Evangelio de la gracia de Dios, la reconciliación del hombre, sin diferencias entre judíos y gentiles, por la muerte y resurrección de Jesucristo. Después de haber establecido esta doctrina, demostrando que no anulaba las promesas hechas a Israel, comienza, en el capítulo 9, la historia de las dispensaciones; da a conocer la manera en que Dios ha actuado para con los judíos y gentiles, y, dentro de este capítulo 11, trata acerca de esta cuestión: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?»

¿Ha desechado Dios a los judíos según la carne?

Hemos visto, al estudiar la historia de las cuatro bestias así como la de la Iglesia, que los judíos han sido echados a un lado, y que ha aparecido el Evangelio en este mundo para salvación de los pecadores, sean judíos o gentiles, para revelar el misterio escondido de un pueblo celestial, y para dar a comprender a los principados y potestades en lugares celestiales la multiforme sabiduría de Dios (Ef 3:10). Un judío que se convierte ahora entra en la dispensación de la gracia; pero por ello mismo surge ahora esta pregunta: «¿Ha desechado Dios a su pueblo?»

Aquí no se trata de Su pueblo espiritual; se trata de Su pueblo según la carne, de los Suyos, de los judíos. El apóstol dice en el v. 28: «Son enemigos por causa de vosotros» por lo que respecta al Evangelio, pero en cuanto a la elección, son amados «a causa de los padres». En este capítulo 11 no se trata por tanto del Evangelio, del llamamiento de los judíos a la gracia por medio del Evangelio, aunque haya de entre este pueblo una elección para el Evangelio; se trata de los judíos como pueblo externo de Dios, de los judíos según la carne, que son enemigos en cuanto al Evangelio, pero amados a causa de los padres en lo que concierne a una elección nacional.

¿Es que Dios ha rechazado a este pueblo enemigo por lo que respecta al Evangelio? La respuesta del apóstol es: «¡En ninguna manera!»

Nosotros los cristianos nos gloriamos en este principio: que «irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios». Muy bien, es un principio Escriturario, pero, ¿a quién lo aplica aquí el apóstol? No a nosotros, sino a los judíos. Es siempre muy importante tomar cada pasaje de la palabra de Dios dentro de su contexto, y no arrancarlo del terreno en el que Dios lo ha plantado.

La dispensación de la iglesia

Durante la actual dispensación, Dios está llamando a un pueblo celestial; como consecuencia, deja de lado a Su pueblo terrenal, los judíos. La nación judía no puede jamás entrar en la Iglesia; al contrario, «ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles»; hasta que todos los hijos de Dios, que constituyen la Iglesia dentro de esta dispensación, sean llamados.

Las promesas dadas a Abraham

Pero Israel será salva como nación. Vendrá de Sión el Libertador; Él no ha rechazado a Su pueblo. Son enemigos por causa del Evangelio, y lo serán hasta que haya entrado la plenitud de las naciones; pero el Libertador vendrá. Esta es una declaración sumaria del propósito divino con respecto a los judíos.

Desde el momento en que se puede decir de la dispensación de los gentiles que no se ha mantenido en la bondad de Dios, se puede decir que más tarde o más temprano será cortada: «bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado» (v. 22).

La raíz del olivo no es desde luego Israel bajo la ley; bien lejos de esto. Es Abraham, a quien le fue dirigido el llamamiento de Dios. Fue el llamamiento de un solo hombre, separado, escogido, depositario de las promesas; la elección recayó sobre Abraham, y sobre la familia de Abraham según la carne. Israel sirvió de ejemplo, como depositario de las promesas y de la manifestación de la elección de Dios; actualmente lo es la Iglesia.

A fin de que podáis comprender esta raíz de las promesas que es Abraham, diré algo acerca de la serie de dispensaciones que han sido anteriormente.

La caída

Primero, tras la Caída, vemos al hombre dejado a sí mismo. Aunque no carente de testimonio, no tenía ni ley ni gobierno, y la consecuencia de ello fue el mal llevado hasta el mayor grado, de manera que el mundo quedó lleno de violencia y de corrupción; por ello, Dios lo purificó mediante el diluvio.

El gobierno dado a Noé

Después vino Noé. Tiene lugar un cambio; este cambio es que el derecho de vida y de muerte, el derecho de ejecutar venganza, es dejado en manos de los hombres: «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada.» A esto se une una bendición de la tierra, en mayor o menor grado: «Éste», dijo Lamec, acerca de Noé, «nos aliviará de nuestras obras, y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo»; y Dios hizo pacto con Noé y con la creación, en testimonio de lo cual Dios dio el arco iris: «Y percibió Jehová olor grato; y dijo ... no volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre» (Gn 8:21; 9:6, 12 y 13). Éste es el pacto concertado con la tierra a renglón seguido del sacrificio de Noé, tipo del sacrificio de Cristo.

Diré, de pasada, que Noé fracasó en cuanto a este pacto, como siempre ha sucedido con el hombre. En lugar de sacar bendiciones de la tierra mediante la labranza, plantó una viña, embriagándose. Por su culpa, el principio del gobierno perdió también su fuerza en sus primeros elementos, y Noé, que tenía las riendas de este gobierno, vino a ser objeto de ridículo para uno de sus hijos.

Cristo recuperará todo lo que el hombre perdió

Vemos, en todas las dispensaciones, la caída inmediata del hombre; pero todo lo que la insensatez humana ha perdido bajo todas las dispensaciones será recuperado en Cristo al final: la bendición de la tierra, la prosperidad de los judíos, el gobierno del Hijo de David, el dominio del gran rey sobre los gentiles, la gloria de la Iglesia. Todo lo que ha aparecido y que ha quedado marchitado entre las manos del primer Adán, volverá a florecer en las del segundo Adán, Esposo de la Iglesia, Rey de los Judíos y de toda la tierra.

Otra caída, todavía más terrible, tuvo lugar después de la que tuvo Noé. Dios había lanzado Su juicio con el diluvio, y Su providencia se había revelado de esta manera. Pero, ¿qué hizo Satanás? Satanás, en tanto que no sea encadenado, se apodera siempre del estado de cosas aquí en la tierra. Tan pronto como Dios se hubo manifestado mediante Sus juicios providenciales, Satanás se presentó también como Dios, haciéndose como Dios. ¿Acaso no se dice que lo que los gentiles ofrecen, a los demonios lo ofrecen, y no a Dios? Así, Satanás se hizo a sí mismo el dios de este mundo. El Señor dijo a los israelitas: «Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños.» (Jos 24:2). Ésta es la primera vez que vemos que Dios señala la existencia de la idolatría. Cuando ésta hizo su aparición, Dios llamó a Abraham; y aquí tenemos, por vez primera, el llamamiento de Dios a una separación exterior con respecto a las cosas de la tierra, por cuanto al, presentarse Satanás como gobernador celestial del mundo, se hizo necesario que Dios tuviera un pueblo separado de los otros pueblos, en el que se pudiera mantener la verdad; y todos los caminos de Dios para con los hombres giran alrededor de este hecho, que el Señor llamó en esta tierra a Abraham y a su descendencia como depositarios de esta gran verdad: Sólo hay un Dios. En consecuencia, todo lo que Dios hace en la tierra se relaciona, de manera entera y directa, con los judíos como centro de Sus consejos terrenales y de Su gobierno. Esto es lo que observaréis, leyendo Deuteronomio 32:8.

Veréis estos dos principios muy claramente enseñados en la Palabra; por un lado, tenemos las promesas incondicionales hechas a Abraham; por otro, a Israel recibiéndolas de manera condicional, y perdiéndolo todo. Pero como Abraham recibió las promesas de forma incondicional, Dios no puede jamás olvidarlas, por mucho que Israel haya faltado después de haberse comprometido bajo una condición. Éste es un importante principio; porque si Dios hubiera faltado a Sus promesas para con Abraham, bien podría faltar asimismo a Sus promesas para con nosotros.

En el Sinaí, Israel aceptó las promesas de manera condicional, y fracasó; pero esto no disminuyó en lo más mínimo la validez y la fuerza de las promesas hechas a Abraham, cuatrocientos treinta años antes. No hablo ahora de aquella promesa espiritual, que «todas las naciones serán benditas en ti», promesa parcialmente cumplida mediante el Evangelio en nuestra dispensación; sino que quiero mostrar que hay promesas hechas a Israel, que descansan sobre la misma fidelidad de Dios.

Las promesas dadas a los padres

Comenzaremos nuestras citas acerca de esta cuestión desde la promesa hecha en Génesis 12. Aquí tenemos el llamamiento de Abraham, que se encontraba entonces en medio de su familia idólatra. Ésta es una promesa muy general, pero que abarca las bendiciones temporales, como también las que son puramente espirituales. Las dos clases de promesas aparecen en el mismo versículo, y son igualmente incondicionales. La parte espiritual de la promesa se encuentra repetida una vez, una sola vez, en el capítulo 22, mientras que las promesas temporales son repetidas con frecuencia. En el capítulo 15 tenemos la promesa de la tierra, promesa basada en un pacto concertado con Abraham, igualmente de manera incondicional; se trata de una donación absoluta del país. Se encuentra allí también la promesa de una descendencia numerosa (vv. 5 y 18), e incluso aparecen los límites exactos del país que se le da (v. 18 y ss.). En el capítulo 17:7-8 se renueva la promesa de la tierra. Estas promesas son confirmadas a Isaac (26:3, 4), y a Jacob (35:10-12). Aquí, pues, tenemos «las promesas hechas a los padres», y a Israel amado a causa de los padres, promesas hechas a Abraham sin ninguna condición, tanto las terrenales como las espirituales. Si se dice que las promesas espirituales son incondicionales, también lo son las temporales. Hay tanta seguridad en la promesa hecha a Abraham, «te daré este país», como en las que nos han sido hechas a nosotros, los gentiles.

No cito aquí el combate de Jacob (Gn 32). Se cree que fue la demostración de una fe extraordinaria por parte de este hombre; y es cierto; pero también es cierto que se trata de una fe que, ejercitada después de una conducta muy reprensible, fue acompañada de una evidente humillación. Fue Dios quien luchó contra él, pero Dios sostuvo su fe.

Así, Dios vino a ser «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», herederos de sus promesas y peregrinos sobre la tierra.

Veremos que Dios, por así decirlo, se gloria en este nombre sobre la tierra, y que los fieles en Israel ponen siempre en él la razón de su confianza. «Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos» (Éx 3:15).

Pero, por otra parte, Israel entró en relación con Dios en base de un principio opuesto a todo lo anterior, el principio de la propia justicia, el principio de la ley, en virtud del cual, reconociendo que debemos obediencia a Dios, tratamos de obedecer con nuestras propias fuerzas. Porque la historia del pueblo de Israel es, en grandes líneas, e incluso en los detalles de sus circunstancias, la historia de nuestros corazones. Éxodo 19 nos muestra el inmenso cambio que tuvo lugar en la posición de Israel; hasta entonces, las promesas que les habían sido hechas lo habían sido sin condición. Si repasáis los capítulos de Éxodo, desde el 15 hasta el 19, veréis que Dios les había dado todas las cosas de gracia, incluso a pesar de sus murmuraciones: el maná, el agua, el sábado; y que los había sustentado en su combate con Amalec en Refidim. Todo esto Él se lo recuerda a ellos. «Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y como os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si...».

Las promesas condicionales

Vemos aquí la introducción, dentro de las relaciones de Dios con Israel, de este pequeño término si: «Ahora, pues, si diereis oído a mi voz ... vosotros seréis mi especial tesoro, sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.»

Pero en el momento en que Dios establece una condición, nuestra ruina es segura, porque, desde el primer día en que nosotros nos encontremos en pacto bajo una condición, no la guardamos en absoluto: ésta fue la insensatez de Israel. Es en vano que Dios envía Su ley, que es buena, santa y justa: para un pecador Su ley es la muerte, porque es pecador; y desde el momento en que Dios nos da Su ley y promesas bajo la condición de obediencia a la ley, nos la da no para que podamos obedecer, sino para hacernos comprender más claramente que estamos perdidos, por haber violado esta condición.

Los israelitas hubieran debido confesar: Es cierto que debemos obedecerte; pero hemos fracasado tantas veces que no osamos aceptar las promesas bajo tal condición. En lugar de ello, ¿que dijeron? «Todo lo que Jehová ha dicho, haremos». Se comprometieron a cumplir todo lo que el Señor les mandara. Este pueblo aceptó las promesas bajo la condición de obedecer con exactitud. ¿Y cuál fue la consecuencia de tal temeridad? El becerro de oro ya estuba terminado antes de que Moisés descendiera del monte. En el momento en que nosotros, pecadores, nos comprometemos a obedecer a Dios de manera exacta (aunque la obediencia es siempre un deber), y bajo la pena de perder la bendición si no obedecemos, en tal caso siempre fracasamos. Hace falta que digamos: «Estamos perdidos», por cuanto la gracia da por supuesta nuestra ruina. Y es esta inestabilidad total del hombre puesto bajo condición la que quiere demostrar el apóstol en Gálatas (3:17, 20) cuando dice: «El mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno»; esto es, que a partir del momento en que hay un mediador, es que hay dos partes. «Pero» Dios no es las dos partes. «Dios es uno», y, ¿cuál es entonces la otra parte? El hombre.

La ley no puede abrogar las promesas

Así, nada hay estable en el hombre; es por esto que ha sucumbido bajo el peso de sus compromisos, y esto es lo que siempre le sucederá. Pero la ley no puede abrogar las promesas dadas a Abraham; la ley, que vino 430 años después, no puede en absoluto abrogar la promesa, y la promesa había sido hecha a Abraham, no sólo para la bendición de las naciones, sino también para asegurar el país y las bendiciones terrenales para Israel.

El razonamiento del apóstol, con respecto a las promesas espirituales, se aplica igualmente a las promesas temporales hechas a los judíos. Vemos que Israel no pudo gozar de las mismas bajo la ley. En efecto, todo se perdió cuando hicieron el becerro de oro. Sin embargo, el pacto del Sinaí fue basado sobre el principio de la obediencia (Éxodo 24:7). «Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre...». El pacto fue solemnizado por la sangre sobre este principio: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho. Y bien sabéis que el pueblo lo que hizo fue el becerro de oro, y que Moisés destruyó las tablas de la ley.

Si ahora leéis Éxodo 32 veréis cómo las promesas hechas antes de la ley eran el recurso de la fe. Esto es lo que sostuvo al pueblo por la intercesión de Moisés, incluso en la caída, y veréis cómo, por medio de un mediador, Dios volvió al hombre tras su fracaso (vv. 9-14). «Este pueblo ... es de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios ... Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo.»

Así, aquí tenemos a Moisés, después de la caída de Israel, suplicando a Dios por Su gloria que recuerde las promesas hechas a Abraham, y a Dios arrepintiéndose del mal que quería hacer a Su pueblo.

Vayamos a Levítico 26. Este capítulo es una amenaza de todos los castigos que sobrevendrían sobre un Israel infiel. Pero se dice, en el versículo 42: «Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra.» Dios vuelve a las promesas hechas incondicionalmente mucho tiempo antes de la ley. Veréis que esto es de aplicación a los últimos tiempos.

Los otros dos pactos con Israel

Hay otros dos pactos concertados con Israel durante su peregrinación en el desierto. Vemos que, habiendo sido violado el pacto bajo la ley, la intercesión de Moisés dio lugar a otro pacto, cuyas bases tenemos en Éxodo 33:14 y 19. En el capítulo 34:27 dice el Señor: «Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel.»

Aquí se debe destacar la palabra contigo, por cuanto hay un notable cambio en la expresión de Dios. En Egipto, Dios siempre había dicho, «Mi pueblo, mi pueblo.» Desde el momento en que hicieron el becerro de oro, ya no lo dice más; usa «tu pueblo» (Éx 32:7), «Tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto», porque Israel había dicho: «Este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto» (Éx 32:1). Dios adopta el mismo lenguaje que ellos. ¿Y qué sucedió? Moisés intercedió, no dejando en manera alguna que Dios dijera «Tu pueblo»; Moisés le responde: « Tu pueblo»; e insiste constantemente en esta expresión: «Tu pueblo».

Ahora lo que tenemos es un pacto concertado con Moisés como mediador. Aquí tenemos el principio de la soberanía de la gracia, principio que se introduce cuando todo está perdido, como consecuencia de la violación de la ley. Si Dios no fuera soberano, ¿cuál habría sido la consecuencia de esta violación? La destrucción de todo el pueblo. Es decir, que aunque la soberanía de Dios es eterna, se revela cuando deviene el único recurso de un pueblo perdido en sus propios caminos; y esto tiene lugar por medio de un mediador.

Vemos aun otro pacto en Deuteronomio 29:1: «Éstas son las palabras del pacto que Jehová mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además del pacto que concertó con ellos en Horeb.» Y éste es el tema de este tercer pacto con los israelitas: Dios lo concerta con ellos a fin de que bajo este pacto, siendo obedientes, puedan continuar gozando de la tierra. Pero no lo guardaron, y fueron expulsados de su tierra. Fueron instalados en la tierra en la época de este tercer pacto, y si lo hubieran guardado habrían sido mantenidos en ella (véase 29:9, 12, 13; véase asimismo, para la apelación a las promesas incondicionales, Dt 9:5, 27; 10:15). En Miqueas 7:19, 20 encontramos estas mismas promesas hechas a Abraham como base de la esperanza profética. En Lucas vemos que el fiel israelita Simón las recuerda como la base de la confianza de Israel, que, por estas promesas, descansaba en la fidelidad de Dios.

Hasta aquí hemos visto en virtud de qué principio entró Israel en tierra de Canaán. Pero también hemos visto que Dios, antes de la ley, le había prometido la tierra en posesión perpetua, por medio de los pactos y de las promesas incondicionales; y es por medio de estas promesas, por la mediación de Moisés, que Israel fue perdonado, y que gozó finalmente de la tierra prometida por el tercer pacto, celebrado en los campos de Moab.

Después de la caída de los israelitas en la tierra prometida, quedan por serles aplicadas todavía, para su restauración, todas las promesas hechas a Abraham. Después que este pueblo haya faltado en todo a Dios, los profetas nos harán ver que Dios les ha prometido la restauración en su país, bajo Jesucristo su Rey, restauración que será el cumplimiento pleno de todas las promesas temporales.

Recordemos, amigos, que dentro de los caminos de Dios que acabamos de examinar nos encontramos con la revelación del carácter de Jehová; y que, aunque verdaderamente estas cosas le sucedieron a Israel, les sucedieron de parte de Dios; que, consiguientemente, son la manifestación del carácter de Dios en Israel para nosotros. Israel es el escenario en el que Dios exhibe todo Su carácter en el gobierno del mundo; pero no se trata sólo de Israel bajo Dios revelado en este carácter; se trata de la gloria de Dios y del honor de Sus perfecciones. Si Dios pudiera fallar en cuanto a sus dones para con Israel, podría fallar en Sus dones para con nosotros.

Seguiremos la historia del estado de este pueblo en la próxima reunión.


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Traducido de la quinta edición francesa
por
Santiago Escuain

Publicado por

Verdades Bíblicas

Apartado 1469
LIMA 100 - PERÚ


Casilla 1360
COCHABAMBA - BOLIVIA

P.O. Box 649
ADDISON, IL 60101 EE. UU



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