LA ESPERANZA ACTUAL
DE LA IGLESIALA ESPERANZA ACTUAL DE LA IGLESIA
Y PROFECÍAS QUE ESTABLECEN LA VERDAD
DEL REGRESO PERSONAL DEL SALVADOR
* * * *
Once Conferencias pronunciadas en 1840 en la ciudad de Ginebra por
John Nelson Darby
NOVENA CONFERENCIA
(Ezequiel 37)
La decadencia y
dispersión de Israel
Las promesas de restauración
Lo que sucede con los huesos secos vistos por Ezequiel nos
representa de manera muy clara lo que quiero tratar esta tarde: lo
que Dios, en Su bondad, hará en favor de Israel. Al meditar este
tema, seguiré el método que he seguido en todo momento,
esto es, os presentaré sucesivamente los testimonios de la
palabra de Dios.
Recordaréis que en la última ocasión, al dar
comienzo al tema que nos ocupa, vimos la diferencia entre el pacto
concertado con Abraham y el pacto de la ley en el monte Sinaí,
y que, cada vez que Dios ha querido mostrar gracia a Su pueblo, ha
recordado el pacto concertado con Abraham. Hemos visto también
que Israel disfrutó las promesas bajo el pacto concertado en
el desierto, y no bajo el pacto con Abraham, y que desde aquel
tiempo, estando Israel bajo la condición de la obediencia para
conservar el goce de las promesas, siempre fracasó; pero que,
a pesar de todo ello, Dios pudo bendecir a Su pueblo, gracias a la
mediación de Moisés.
Veremos a continuación cómo Israel
fracasó de nuevo después de esto, incluso
después de haber sido establecido en el país que
Jehová le había dado; y que Dios suscitó los
profetas, de una manera peculiar, para llevarlo a la
convicción del pecado en el que había caído, y
para mostrar a los fieles que los consejos de Dios con respecto a
Israel no dejarían de ser cumplidos; que por medio del
Mesías se cumpliría todo lo que Dios había
anunciado. Y veremos que sería precisamente tras el fracaso de
Israel que estas promesas de su restauración llegarían
a ser preciosas para el remanente fiel del pueblo.
La historia del pecado de Israel
Recordad que en la historia del pecado de Israel bajo la ley
tenemos la historia del corazón de cada uno de nosotros; que,
si nos ponemos delante de Dios, reconoceremos que sólo es la
gracia conocida por la obra de Dios la que puede no sólo
sostenernos, sino sacarnos de la situación en que nos
encontramos debido al pecado.
Quisiera atraer vuestra atención a la decadencia y
destrucción de Israel, bajo todas sus formas de gobierno,
después de su entrada en tierra de Canaán.
Sabéis que fue Josué quien introdujo a los israelitas
en el país. El libro de Josué es la historia de las
victorias de Israel sobre los cananeos, la historia de la fidelidad
que Dios les mostró en el cumplimiento de lo que había
prometido a Su pueblo. Jueces y Samuel son la historia de la
caída de Israel en la tierra de Canaán hasta el tiempo
de David, pero también la historia de la paciencia de Dios.
Veamos, de entrada, cómo Josué expone a los israelitas
su condición y carácter.
Les expone (cap. 24) todo lo que Dios ha hecho en favor de ellos,
toda Su gracia y bondad; entonces el pueblo le responde (v. 16):
«Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a
otros dioses...». Y Josué le dice entonces al pueblo:
«No podréis servir a Jehová», a lo que el
pueblo responde: «No, sino que a Jehová serviremos ... A
Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos.»
«Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo
día» (v. 25). Este capitán de su salvación
los había llevado a la tierra prometida; gozaban del efecto de
la gracia, y ahora se comprometen de nuevo a obedecer a
Jehová.
En Jueces 2 los encontramos en un total fracaso. «No los
echaré de delante de vosotros [a vuestros enemigos], sino que
serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os
serán tropezadero», les dijo Dios, y vemos, en el v. 11,
«Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de
Jehová, y sirvieron a los baales ... y se encendió
contra Israel el furor de Jehová.»
Esto es lo que vemos una y otra vez: beneficios de parte de Dios,
e ingratitud de parte del hombre.
Citemos los pasajes que muestran cómo Israel
prevaricó bajo todas las formas de gobierno.
1 Samuel 4:11. Elí era el sumo sacerdote, juez y cabeza de
Israel; pero el pecado de sus hijos era insoportable, y vemos la
gloria de Dios echada por tierra: el arca de Dios fue tomada, y los
dos hijos de Elí, Ofni y Finees, murieron. Versículos
18-21: Elí mismo muere, y su nuera llama Icabod (sin gloria)
al hijo al que da a luz, diciendo: «¡Traspasada es la
gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la
muerte de su suegro y de su marido.»
Entonces Dios, que había suscitado a Samuel, llamado el
primero de todos los profetas (Hch 3:24), gobierna a Israel para
Él, pero, bien poco después, Israel rechaza al profeta
(1 S 8:7): «Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo
en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a
mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a
todas las obras que han hecho desde el día que los
saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y
sirviendo a dioses ajenos, así hacen también
contigo.» Dios, pues, les dio un rey en Su ira, y sabemos a
qué llegó este rey deseado por ellos (cap. 15).
1 Samuel 15:26. Se pronuncia la sentencia; y Samuel le dice a
Saúl: «No volveré contigo; porque desechaste la
palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no
seas rey sobre Israel».
Estos diversos pasajes demuestran que Israel ha fracasado, bajo el
rey, bajo el profeta, bajo el sacerdote; y que se encuentra perdido
bajo el rey que había escogido.
David es suscitado en lugar de Saúl; Dios hace Su
elección por gracia; es Él que da David a Israel;
David, tipo de Cristo y padre de Cristo según la carne.
Así, y por la bondad de Dios, Israel se
enriquece en gran manera y se hace glorioso bajo David y bajo
Salomón. Pero pronto se ve cómo otra vez este pueblo
prevarica bajo estos dos príncipes (1 R 11:5-11). «E hizo
Salomón lo malo ante los ojos de Jehová, y no
siguió cumplidamente a Jehová ... Y se enojó
Jehová contra Salomón.»(15)
Es cosa bien triste observar cómo el corazón del
hombre, en todas las posibles circunstancias, se aparta de Dios; y
esto es general; ésta es la enseñanza que podemos
extraer de la historia del pueblo de Israel. Sabéis que fue
dividido en dos partes, y que las diez tribus se volvieron totalmente
infieles. En la persona de Acaz, la familia de David, el
último apoyo de las esperanazs de Israel, comenzó a
volverse idólatra (2 Reyes 16:10-14). El pecado de
Manasés fue el punto culminante de toda esta infidelidad (2 R
21:11, 14, 15).
Ésta es, en pocas palabras, la conducta de Israel y de la
misma Judá, hasta el cautiverio de Babilonia. El
Espíritu de Dios resume la historia de ellos, la historia de
los crímenes de ellos y de Su paciencia, con estas
impresionantes palabras (2 Cr 36:15, 16): «Y Jehová el
Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por
medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia
de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían
escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras,
burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de
Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.»
Éste es el fin de su existencia en esta tierra de
Canaán, donde habían sido introducidos por
Josué. Finalmente fue puesto sobre ellos el nombre de
Lo-ammi (no mi pueblo).
Las promesas al remanente fiel
Habiendo recorrido rápidamente la historia de su
caída hasta su deportación a Babilonia, tenemos ahora
que considerar las promesas que sostuvieron la fe del remanente fiel
de este pueblo, durante la iniquidad y durante el cautiverio de la
nación.
Hay una promesa que es importante señalar, que
sirvió como segunda base de la esperanza de los judíos
fieles. Se encuentra en 2 Samuel 7 y en 1 Crónicas 17. Entre
estos dos pasajes hay esta diferencia: que el de Crónicas se
aplica directamente a Cristo; y esto se debe a la diferencia que
existe entre ambos libros, en el que uno de ellos (Samuel) es
histórico, mientras que el otro (Crónicas) es un
resumen que ata toda la historia, desde Adán, dentro de la
genealogía de Cristo y con las esperanzas de Israel, y de la
que por consiguiente quedan excluidas todas las infidelidades y
caídas de los reyes de Israel. Tenemos esta promesa: «Yo
fijaré lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré, para
que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los
inicuos lo aflijan más, como al principio» (2 S 7:10). 1
Crónicas 17:11: «Y cuando tus días sean cumplidos
para irte con tus padres, levantaré descendencia
después de ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su
reino. Él me edificará casa, y yo confirmaré su
trono eternamente. Yo le seré por padre, y él me
será por hijo...». La aplicación de estas palabras
a Cristo se encuentra en Hebreos 1, y encontramos, en este
testimonio, las promesas hechas a Abraham y a su posteridad, todas
las promesas hechas a Israel, puestas bajo la salvaguardia y reunidas
en la misma persona del hijo de David.
La promesa hecha a David es la base de todas las que tienen que
ver con su familia. Hemos visto la caída de esta familia, y
también la promesa hecha al hijo de David, el Mesías.
Los testimonios de los profetas
Sigamos el estudio de este tema con los testimonios directos de
los profetas.
Isaías 1:25-28 describe la total restauración de los
judíos, pero mediante juicios que destruirán a los
malvados.
Isaías 4:2-4. En aquel tiempo (tiempo de gran
tribulación), «el renuevo de Jehová será
para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para grandeza y
honra, a los sobrevivientes de Israel. Y acontecerá que el que
quedare en Sión, y el que fuere dejado en Jerusalén,
será llamado santo; todos los que en Jerusalén
estén registrados entre los vivientes, cuando el Señor
lave las inmundicias de las hijas de Sión, y limpie la sangre
de Jerusalén de en medio de ella, con espíritu de
juicio y con espíritu de devastación».
El capítulo 6 de la misma profecía nos hace entrar
de manera plena en el espíritu de la profecía. Se trata
del momento en que Acaz accedió al trono, este Acaz que iba a
enviar el profano altar de Damasco a Jerusalén; e
Isaías es enviado a encontrarse con este rey, hijo de David,
que introduce la apostasía. La Palabra nos muestra primero la
gloria de Cristo, manifestado como Jehová tres veces santo
(esto es lo que dice Juan en el capítulo 12 de su Evangelio),
esta gloria que condena a toda la nación, pero que produce por
la gracia el espíritu de intercesión, al que responde
la misericordia que restaura a la nación. Esta misericordia,
sin embargo, no se cumple sin unos juicios que eliminan a los
malvados de entre el pueblo y de la tierra, después de un
prolongado endurecimiento, llevado a su culminación con el
rechazamiento de Jesucristo y del testimonio dado acerca de Él
por el Espíritu en los apóstoles (léanse los vv.
9-13).
Isaías 11:10: «Acontecerá en aquel tiempo que
la raíz de Isaí ... será buscada por las
gentes». Vemos aquí cuándo y cómo
será llena la tierra del conocimiento de Jehová;
será cuando Él habrá dado muerte al Inicuo con
el Espíritu de Su boca. Entonces el Señor
recordará a Israel, y alzará otra vez Su mano
(léanse los vv. 9-12).
Isaías 33:20-24; cap. 49. Se ha dicho que, en estos
capítulos, Sión es la Iglesia. Pero, cuando todo el
gozo ha llegado, Sión dice: «Me dejó
Jehová, y el Señor se olvidó de mí».
Esto es imposible, si Sión fuera la Iglesia.
¡Cómo! ¡La Iglesia abandonada en medio de su gozo!
Leed entonces los vv. 14-23 del capítulo 49, y también
el capítulo 62 entero; también 65:19-25, donde vemos
bien claramente que se trata de bendiciones terrenales, de un estado
de cosas hasta ahora desconocido sobre la tierra. En aquel día
el mismo Dios se regocijará sobre Jerusalén.
Éstas son unas promesas que anuncian con gran claridad la
gloria que debe venir para Jerusalén y para el pueblo
judío. Paso a continuación a unos capítulos que
hablan todavía más directamente acerca de esta
cuestión.
Jeremías 3:16-18: «Y acontecerá que
cuando...», etc. Hay cosas que parecen ser el cumplimiento de
muchas profecías, como por ejemplo el regreso de Babilonia.
Pero Dios ha dado a esto una respuesta de una naturaleza peculiar. Ha
juntado unas cosas que nunca todavía han sucedido juntas. Por
ejemplo, dentro de este pasaje se dice: «Todas las naciones
vendrán a ella». Está claro que esto no
sucedió cuando tuvo lugar el regreso de la cautividad de
Babilonia. Se dirá: Esto es la Iglesia. Pero no lo es, porque
«en aquellos tiempos irán de la casa de Judá a la
casa de Israel, y vendrán juntamente de la tierra del norte a
la tierra que hice heredar a vuestros padres». En fin,
aquí vemos la reunión de tres cosas: Jerusalén,
el trono de Jehová, y la reunión de Judá e
Israel, así como las naciones reunidas hacia el Trono de Dios;
tres cosas que ciertamente nunca se han cumplido juntas. Cuando la
Iglesia fue fundada, Israel fue dispersado. Cuando Israel
volvió de Babilonia, no había ni Iglesia ni hubo
reunión de naciones.
Jeremías 30:7-11: «¡Ah, cuán grande es
aquel día! ... tiempo de la angustia para Jacob; pero de ella
será librado... y extranjeros no lo volverán a poner
más en servidumbre, sino que servirán a Jehová
su Dios y a David su rey, ... y Jacob volverá,
descansará y vivirá tranquilo, y no habrá quien
le espante.» Desde luego, estos felices tiempos para Israel
aún no han tenido cumplimiento.
Jeremías 31:23, 27, 28, 31, hasta el fin. Observemos
aquí el versículo 28. ¿A quién ha
arrancado, derribado y trastornado Jehová? A aquellos mismos
de quienes dice que edificará y plantará. Es, en
efecto, irrazonable aplicar todos los juicios a Israel y todas las
bendiciones, que se aplican a las mismas personas, a la Iglesia. Y si
es de la Iglesia que se trata aquí, ¿cuál es el
sentido de «desde la torre de Hananeel hasta la puerta del
Angulo», y de la mención del collado de Gareb, etc.?
Obsérvense estas últimas palabras del capítulo:
«No será arrancada ni destruida más para
siempre.»
Jeremías 32:37-42. Éste es un pasaje conmovedor en
cuanto a los pensamientos de Jehová acerca de este pueblo.
Después de haberles hecho promesas de bendición por
gracia, y de asegurarles que será el Dios de ellos,
Jehová les anuncia: «Y los plantaré en esta tierra
en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma. Porque ...
como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así
traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos
hablo.»
Jeremías 33:6-11, 15, 24-26. Aquí volvemos a tener
la bendición de Israel, y ello por la presencia del Renuevo
que hará surgir de David, que ejecutará juicio y
justicia en la tierra. Recordemos, queridos amigos, que la Palabra de
Dios no nos presenta nunca al Espíritu Santo como el Renuevo
de David, ni su función como la de ejecutar el juicio sobre la
tierra. Por otra parte, si alguien sueña con aplicar esto al
regreso de Babilonia, citaré Nehemías 9:36, 37:
«He aquí que hoy somos siervos; henos aquí,
siervos en la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su
fruto y su bien ... y estamos en grande angustia.» ¡En
absoluto fue el regreso de Babilonia el cumplimiento de todo lo que
hemos leído en cuanto a las promesas! ¿Es que acaso el
estado descrito por Nehemías expresa toda el alma, todo el
corazón de Dios, en favor de Su pueblo? Ya veis qué
valoración hace el Espíritu de Dios de lo que tuvo
lugar después del regreso de Babilonia. Así, estas
promesas de Dios no han sido aún cumplidas.
Ezequiel 11:16-20. Hasta el día de hoy, Israel, o mejor
dicho los judíos, están bajo la influencia del juicio
que comporta este pasaje: «Cuando el espíritu inmundo
sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo
halla» (Mt 12:43). Los versículos que siguen en Ezequiel
hablan de su estado postrero, en el que hemos visto que están
sometidos a juicio, y luego Dios le da al remanente un nuevo
corazón.
Ezequiel 34:22, hasta el fin del capítulo. Aquí
vemos de nuevo que David, su rey, está en medio de ellos, y
que las bendiciones son irrevocables.
Ezequiel 36:22-32. Si alguien objetara: Pero éstas son
cosas espirituales en las que participamos, responderé:
Sí, nosotros participamos de las bendiciones del buen olivo;
pero esto no desposee de ellas a aquellos que les pertenecen [cp. Ro
11:17-24]. ¿A qué se debe que nosotros participemos? A
que hemos sido injertados en Cristo. Si estamos en Cristo, somos
hijos de Abraham, y participamos de todo lo espiritual. Pero
aquí se trata también de cosas terrenales, y el pasaje
nos habla de una manera muy clara.
«Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres,
etc.». La Iglesia sólo tiene un Padre, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo.
Quisiera ahora señalar de pasada la alusión a este
oráculo que aparece en un pasaje muy conocido (Jn 3:12), donde
se hace una alusión a «cosas terrenales». Se trata
de una alusión, indudablemente, a lo que se dice en más
de un pasaje profético, pero en particular en el pasaje que
ahora nos ocupa, y del que tenemos una cita casi textual en las
palabras que nuestro Señor dirige a Nicodemo. Es por esto que
le dice: ¿Cómo es que vosotros, los doctores de Israel,
vosotros que debierais comprender que le es absolutamente necesario a
Israel, para poder gozar de las promesas, recibir un corazón
nuevo y purificado, cómo es que no comprendéis lo que
os digo? ¿No me comprendéis, cuando os digo que os es
necesario nacer de agua y del Espíritu? Si no me
comprendéis cuando os hablo de cosas terrenales,
¿cómo comprenderéis las cosas celestiales? Es como
si viniera a decirles: Si os he hablado de cosas que tocan a Israel,
si os he dicho que Israel tiene que renacer para gozar de las
promesas terrenales que le pertenecen, y no habéis
comprendido lo que vuestros propios profetas han dicho,
¿cómo comprenderéis las cosas celestiales, la
gloria de Cristo exaltado al cielo, y la Iglesia, Su compañera
en esta gloria celestial? No habéis siquiera comprendido las
enseñanzas de vuestros profetas. Vosotros, los maestros de
Israel, debierais haber comprendido al menos las cosas terrenales, lo
que Ezequiel y otros profetas han dicho acerca de estas cuestiones.
Efectivamente, aparecen en este pasaje de Ezequiel, como en muchos
otros pasajes que hemos citado, el fruto de los árboles, el
rendimiento de los campos, y muchas cosas semejantes, que son las
bendiciones terrenales prometidas a Israel; pero, al mismo tiempo, se
ve el cambio necesario de corazón para gozar de ellas. Es
necesario que Israel sea renovado en su corazón para recibir
las promesas de Canaán; es necesario que Dios los haga caminar
en Sus estatutos dándoles un nuevo corazón, y entonces,
y sólo entonces, gozarán de las bendiciones anunciadas.
Esto es, Nicodemo, lo que debías haber comprendido por el
mismo lenguaje de vuestros profetas.
En el capítulo 37 de Ezequiel tenemos un relato detallado
de la restauración de Israel, la reunión de las dos
partes de la nación, su entrada en su tierra, su estado de
unidad y de fidelidad a Dios en esta misma tierra, siendo Dios el
Dios de ellos, y estando presente David, su rey, presente para
siempre jamás, de tal manera que las naciones conocerán
que su Dios es Jehová, cuando Su santuario esté para
siempre en medio de ellos.
Ezequiel 39:22-29. Es evidente que esto no ha llegado aún,
porque en este tiempo Dios no esconderá más Su rostro
de ellos (v. 29) como lo hace aún hoy, y los habrá
recogido en su tierra, sin dejar a ninguno entre las naciones, lo que
evidentemente no se ha cumplido aún.
Recordemos, para acabar, los grandes principios sobre los que
descansan las profecías. La restauración de los
judíos se basa en las promesas hechas a Abraham de manera
incondicional. La caída de ellos viene por causa de que
ellos trataron de actuar en base de sus mismas fuerzas, y
después de haber puesto a prueba en todas formas la paciencia
de Dios, hasta que no hubo remedio. El juicio cayó sobre
ellos, pero Dios vuelve a Sus promesas.
Apliquemos esto a nuestros propios corazones. Tenemos siempre la
misma historia, nuestra historia, siempre la historia de la
caída. En el momento en que Dios nos pone en esta o aquella
situación, fracasamos en el acto. Pero detrás de todo
ello hay un principio de poder, esto es, la revelación de los
consejos de Dios, y como consecuencia de unas promesas
incondicionales, y vemos que es la mediación y la presencia de
Jesús (con Moisés como tipo de Él) la que es el
medio del cumplimiento de estas promesas. También hemos visto
que Dios no ejecuta el juicio, después de haber sido anunciado
mucho tiempo antes, más que después de una
extraordinaria paciencia, después de haber empleado todos los
medios posibles que debieran haber recordado al hombre sus deberes
para con Dios, si hubiera una chispa de vida en su corazón.
Pero no había nada.
Los individuos vivificados por la gracia se mantienen en las
promesas, que han de tener su cumplimiento en la manifestación
de Aquel que las puede llevar a cabo, y merecer su cumplimiento para
otros. Nada exhibe estos principios más claramente que esta
historia de Israel. «Estas cosas», dice el apóstol,
«les acontecieron como ejemplo, y están escritas para
amonestarnos a nosotros». Se trata de un espejo donde podemos
ver, por una parte, el corazón del hombre, que siempre
fracasa; por otra, la fidelidad de Dios, que jamás falla, que
cumplirá todas Sus promesas, y que manifestará un
admirable poder, que sobrepujará a toda la iniquidad del
hombre y al poder de Satanás. Fue cuando la iniquidad
llegó a su punto culminante que dijo: «Engruesa el
corazón de este pueblo»; y no es hasta Hechos 28:27 que
encontramos el cumplimiento de este juicio, anunciado casi ocho
siglos antes por el profeta Isaías. Fue cuando el pueblo lo
hubo rechazado todo que Dios lo endureció, para hacer de ellos
un monumento de Sus caminos. ¡Qué paciencia la de Dios!
Y así es también por lo que a nosotros atañe,
esto es, para los gentiles; la ejecución del juicio
está en suspenso desde hace dieciocho siglos, y Dios sigue
recurriendo a todos los tesoros de Su gracia, para hallar un eco de
bien en nuestros corazones. Como dijo el Señor: «Si yo no
hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado;
pero ahora no tienen excusa por su pecado ... Si yo no hubiese hecho
entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían
pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi
Padre.» ¡Paciencia admirable! ¡Infinita gracia de
Aquel que se interesa por nosotros, incluso a pesar de nuestra
rebelión e iniquidad!
¡A él sea toda la gloria!
NOTA
15. Y la realeza, suscitada por el mismo Dios,
fracasó así, y fue pronunciado el juicio sobre ella,
aunque se reservó para David lámpara en
Jerusalén hasta los días de Sedequías.
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