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||||||||||   Apartado 2002 - 08200 SABADELL (Barcelona) ESPAÑA | SPAIN   ||||||||


«LOS HERMANOS»
(Según su designación común)
Su Origen, Desarrollo y Testimonio

UN BREVE BOSQUEJO

Andrew Miller


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CAPÍTULO 2

LAS REUNIONES DE LECTURA

El Sr. Darby, que parece desde el principio haber sentido un gran amor por llevar la verdad de Dios de lugar en lugar, poco después de la formación de la congregación en Fitzwilliam Square se mudó a Limerick. Este fue el primer lugar que visitó; y con un espíritu verdaderamente apostólico prosiguió firmemente durante cincuenta años, y nunca con mayor intensidad que durante los últimos diez o quince años de su vida.

En la providencia de Dios tuvo una visita de gran interés en Limerick; el Señor le abrió la puerta para el ministerio de la palabra. Celebró reuniones de lectura a las que acudían muchos de la pequeña aristocracia y del clero, y la verdad tuvo entrada entre ellos por la bendición de Dios. El Sr. Maunsell, que vivía allí, trabajó con él, y fue el hermano activo durante un largo tiempo en aquel lugar. Por cuanto las reuniones de lectura han sido un medio principal empleado por los Hermanos para introducir y extender la verdad, podemos tratar brevemente acerca de ellas antes de proseguir.

En base de su historia primera es evidente que las reuniones de lectura, según se las denomina, han sido una forma de enseñanza practicada universalmente; y, sin ningún género de dudas, han sido grandemente empleadas por el Señor para dar un conocimiento preciso y extenso de la Palabra divina. Muchos cristianos tanto en la Iglesia Establecida como entre los No Conformistas, que acudían a la casa de un amigo, pudiera ser a media mañana o por la tarde, para leer y estudiar la Palabra de Dios, se habrían negado a entrar en ningún lugar público de culto que no fuera el propio de ellos. De esta manera, la Palabra de Dios es leída de forma intensa por pequeños grupos de veinte, treinta o más personas; y siendo que todos son libres de hacer preguntas, las dificultades se aclaran, y se ve con más claridad el verdadero sentido de la Escritura. Al ser estas reuniones consideradas de instrucción (no de iglesia), todos tienen libertad para expresar qué luz el Señor les haya dado acerca de la porción sobre la que están meditando.

De esta manera, cada uno encuentra su nivel, porque es sólo aquella persona que conoce más de la Palabra que crece moralmente. En esta clase de reuniones, el mismo arzobispo de Canterbury no encontraría ventaja alguna de su dignidad oficial, sino que tendría que tomar su puesto según su conocimiento de la pura Palabra de Dios. Hablando en general, este es necesariamente y siempre el resultado. El discernimiento espiritual de la congregación, por medio de la presencia del Espíritu Santo, es tan sensible que las opiniones o razones humanas son sumamente ofensivas y no tienen peso; pero en el momento en que se da el verdadero significado de la Palabra, se tañe una cuerda que vibra por toda la congregación. Aunque la verdad no tiene su propio poder, es empleada por el Espíritu Santo para llevar al alma que espera a que sienta su divina autoridad. Es la palabra que corta cuando Él la blande, y el vino y aceite para la conciencia herida cuando Él la aplica. Ninguna otra clase de reunión, como se verá, estimula tanto al cristiano a estudiar constantemente su Biblia; y esto puede explicar el dicho proverbial de que: «Sean cuales sean los defectos de los Hermanos, desde luego conocen la Biblia».

Y el verdadero secreto de su conocimiento de la Biblia es su conocimiento de Cristo. El Espíritu Santo, que conduce a toda verdad, relaciona todo con la Persona y la obra de Cristo. Es cosa meramente humana, dicen, considerar cualquier verdad concreta como un tema. En tales casos, la mente toma el mando en el aprendizaje de la verdad de Dios, y, como consecuencia, todo queda oscurecido y desequilibrado. No es mediante un aprendizaje humano, ni por el poder del intelecto humano, que se contempla la gloria de Cristo, sino por la enseñanza del Espíritu Santo. Un rayo de esta sagrada luz hará más para iluminar el alma respecto a la Persona, obra y gloria de Cristo, que las operaciones de la mente humana durante mil años. Y ahí reside la poderosa diferencia entre una reunión de lectura dirigida bajo la dirección de un líder designado, por sincero o espiritual que sea, y otra bajo la guía reconocida del Espíritu Santo. El estado de mente individual es muy diferente entre una y otra reunión. En la primera participa más de una disposición intelectual —se está dispuesto a discutir, a inferir, a sacar conclusiones y a edificar sobre ellas. En la segunda, cuando el alma es susceptible a la conducción del Espíritu Santo, la conciencia es ejercitada ante Dios, y los afectos quedan prendidos del bendito Señor Jesús. No se trata ahora acerca de que un grupo u otro no sean verdaderos cristianos, devotos y separados de lo mundano, sino acerca de a quién se considera como el director de la reunión. Tenemos amplia experiencia de ambas clases, y podemos hablar con certidumbre acerca de esta cuestión.

Pero hay otro punto, importante, que se mantiene en relación con todas estas reuniones: que la paz con Dios es necesaria para la edificación. Todos los cristianos experimentados lo admitirán, porque hasta que el alma tenga una paz fundamentada, se ocupará de sí misma, y no de Cristo. Dudas y temores acosarán, mientras que Dios quisiera que Sus hijos estén sin distracciones. Esta paz implica la plena certidumbre del perdón y la aceptación en el Amado. Delante de Dios en la plena y prístina luz de Su presencia, al ser uno con Cristo, Dios no tiene nada contra nosotros. Y por cuanto Cristo es nuestra paz, y está siempre ahí, y nosotros en Él, esta paz está asentada y es eterna; o, como lo expresa el apóstol de manera sucinta: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Ro. 5:1, 2). Estas cuatro cosas —ser justificados, tener paz, estar en la gracia, y esperar la gloria— son consideradas como verdades fundamentales del cristianismo, necesarias para la feliz comunión como santos, y para el crecimiento en la vida divina. Y a menudo hemos pensado por conversaciones personales con otros que este conocimiento es común a la comunidad. Personas que podrían ser consideradas obtusas e ignorantes en cualquier otra cosa son inteligentes y sanas acerca de la cuestión de la paz con Dios, y responden acerca de ello con la mayor certidumbre. No cuestionaremos que pueda haber excepciones a esta regla general, pero creemos que no hay muchas.

Pero se podrá preguntar, ¿por qué son tantos los logros, y tanto el precioso conocimiento, como muchos dirían, en común a una comunidad compuesta de tal diversidad de personas respecto a edad, inteligencia y condición social? Desde luego, no se debe a que sean mejores que otros cristianos, sino debido a que el Espíritu Santo es reconocido como el director y maestro en sus asambleas, y ello por quienquiera que ÉL quiere, y no por quienquiera que ellos quieran (1 Co. 12:11). Puede que haya faltas por parte de algunos al no ser conscientes de esta verdad, y una medida de estorbo a la acción del Espíritu; sin embargo, es Su presencia la que constituye sus asambleas y que las caracteriza como cristianas. En lugar de un clericalismo en su forma menos ofensiva, creen en la presencia y acción soberana del Espíritu Santo, y esto según la palabra del Señor: «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. ... Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Jn. 16).

Ésta es la gran verdad central que caracteriza a las reuniones de estos creyentes, reunidos al nombre del Señor, y contando con el Espíritu Santo en conformidad con la Palabra revelada. Con tanta firmeza creen ellos que el Señor exaltado ha enviado el Espíritu Santo para obrar en y guiar Su asamblea, que no considerarían correcto estar presentes en cualquier reunión de la asamblea cuando una persona ocupase el estrado como líder. Pero los Hermanos mismos no vieron al principio esta verdad con claridad; por un cierto tiempo consideraron necesario tomar algunas disposiciones, o tener algún entendimiento entre ellos, acerca de quién debería partir el pan o dar una plática. Sus primeros prejuicios estaban demasiado profundamente arraigados para que fuesen erradicados en el acto; y el Señor, en Su bondadosa gracia, dispuso que fuese gradualmente. Estaban sobre el terreno correcto, y moviéndose en la dirección acertada, y Dios tuvo paciencia con ellos, como siempre la tiene con la ignorancia honrada.

Nuestros recuerdos de la primera
Reunión de Lectura a la que asistimos

Al no tener mucho tiempo para esta clase de reuniones durante el día, las clases obrera y media aprovechaban su tiempo libre al atardecer para el estudio de la Palabra. Bien recordamos la primera, o una de las primeras, de estas reuniones a las que comenzamos a asistir. Fuimos invitados por un amigo cristiano a encontrarse con unos pocos cristianos en su casa para un té social y una lectura, y así acudimos la tarde en que habíamos sido invitados. Al observar a los amigos que se reunían, nos sentimos sorprendidos al ver lo llanamente vestidos que iban y por la ausencia de adornos. El tema de la conversación antes del té parecía ser sólo ellos mismos, o más bien, la obra del Señor en sus diferentes reuniones. En cuanto a las noticias generales, no se mencionaba nada, y la mención de cuestiones políticas hubiera parecido claramente profana. Los Hermanos, como cuerpo, no se registran, y nunca votan en elecciones.

Pero el té está listo; y toda la compañía se sume en un profundo silencio. Algún hermano, tras una breve pero clara pausa, pidió la bendición del Señor. Todos se mostraron muy libres y alegres durante el té; algunos estaban sentados y ocupados en conversaciones, otros andando por uno y otro lado con el propósito de hablar con tantos como pudiesen. Esta fue una parte muy feliz de la reunión, y duró hasta casi las siete de la tarde —una hora entera. Cuando terminó el té y llegó el tiempo para la edificación, cada uno se buscó un asiento, con una Biblia y un himnario a la mano. Todos habían acudido provistos de ambos libros. De nuevo hubo una pausa y una perfecta quietud. Después de esperar un poco se cantó un himno y se ofreció una oración pidiendo la presencia del Señor en luz y bendición.

El cabeza de la casa dijo ahora: «Si algún hermano tiene una porción de la palabra en mente que quisiera leer, tiene libertad de decirlo». Esta parecía una parte muy responsable de la reunión, y hubo una larga pausa. Al final, se citó un capítulo, y todos abrimos nuestras Biblias por él. Se leyó aquella porción, y se mantuvo un libre intercambio de pensamientos acerca de su significado, relaciones e importancia hasta alrededor de las nueve de la noche. Casi todos los hermanos tenían algo que decir acerca de alguna parte del mismo; otros se contentaban con hacer preguntas; pero pronto se hizo evidente quién estaba más ricamente instruido en la Palabra, por cuanto las preguntas se fueron dirigiendo a él. Después de un himno y una oración, la compañía se dispersó hacia las diez de la noche. Pero hubo una pausa clara entre cada parte del servicio, dejando al Espíritu Santo con libertad para usar a quien Él quisiera, aunque no se trataba de una reunión de asamblea.

Desde alrededor de las cinco y media hasta las nueve y media, pareció que estábamos en una atmósfera puramente espiritual, lo que tuvo un gran efecto sobre la mente. No hay manera de saber si todos lo sintieron así; hablamos sólo de lo que nosotros experimentamos. A partir de aquel momento, la Biblia vino a ser como un libro nuevo, la oración como algo renovado, la cercanía a Dios una realidad más clara que nunca, aunque habíamos conocido al Señor más de veinte años, y habíamos sido felices en Él y en Su servicio todo aquel tiempo. No había necesidad de presidente en una reunión así; el sentimiento de la Presencia divina era tal, que la menor impropiedad, o cualquier manifestación carnal, habría sido intolerable. El sentido espiritual de los así reunidos hubiera señalado su desaprobación de una manera inequívoca al intruso.

Esto podría considerarse como un ejemplo objetivo de estas reuniones en aquel tiempo, en el segundo cuarto del siglo diecinueve. Ahora puede que haya más multitudes, y tememos que se puede observar un mayor elemento del mundo en sus reuniones, por mucho que lo podamos lamentar. Pero incluso hasta el día de hoy muchas de las reuniones sociales y de lectura soportarían la comparación con la que acabamos de describir. Sin embargo, hemos de decir de algunas personas, como un hermano dijo de alguien hace mucho tiempo, «todavía no ha llegado el tiempo de hacer la muda».

Habiendo dicho todo esto acerca de las reuniones de lectura y acerca de su valor, parece necesario añadir que hay muchos de gran peso moral en estas congregaciones, que puedan no poder tomar mucha parte en estas reuniones; pero la piedad de sus vidas, su servicio como pastores del rebaño, y su espíritu cristiano, los encomiendan a la estima y afecto de todos. Debemos también añadir, aunque con profundo dolor, que estas reuniones han sido empleadas también para los peores propósitos del enemigo. Se puede congregar a un grupo cuidadosamente seleccionado y un capcioso falso maestro puede insinuar malas doctrinas, y las notas tomadas por sus partidarios pueden circular con gran profusión. Pero, ¿qué cosa buena no hay que el enemigo no trate de corromper, si no puede impedirla? ¿O que la carne no vaya a abusar, incluso en un cristiano? Incluso en los días del apóstol hubo un «Diótrefes» que gustaba de tener el primer lugar; y estos hombres aún existen (3 Jn. 9).

El estudio con oración de la Palabra de Dios

Al dar así nuestros recuerdos de una reunión de lectura, tengo un doble propósito a la vista. (1) Presentar un relato verdadero y fiel de cómo los Hermanos se daban al estudio de la Palabra de Dios con oración, bajo la conducción del Espíritu Santo, y aparte de toda perspectiva teológica preconcebida. No podríamos hablar de la gran bendición que se deriva de tales reuniones. No se trata de que las reuniones de lectura sean siempre provechosas; al contrario, si no hay una verdadera sujeción a la verdad, pueden ser muy problemáticas. La pobre, débil e inquieta naturaleza puede ocasionalmente exhibirse en la congregación, y hacer de ella cualquier cosa menos feliz y provechosa. Pero esto es fracaso y flaqueza, a pesar de la presencia del Espíritu Santo, así como un cristiano individual puede fallar aunque el Espíritu Santo habita en él. Hablamos de las reuniones de lectura tal como debieran ser.

(2) Llamar la atención a la diferencia entre tales reuniones y aquellas con las que estábamos anteriormente familiarizados. Y esto querríamos hacerlo, con todo amor y con el más sincero y fervoroso deseo de que los queridos amigos cristianos quieran considerar con imparcialidad cuál está más en conformidad con la mente del Señor. Después de la conversión, la mayor bendición que puede recibir un alma en esta vida es ser llevada por Él al terreno divino para la comunión y el culto. De las reuniones que conocíamos con anterioridad, la que se parece más a la reunión acabada de describir recibía el nombre de «Reunión de Compañerismo». En inglés, Fellowship Meeting. Esto puede consistir en una docena o más de cristianos fervientes de la misma denominación, y que viven no demasiado lejanos, y que acuerdan reunirse una vez a la semana o al mes, para oración y lectura de la Palabra. Se escoge un presidente, que escoge los himnos, ora, lee la porción de la tarde, y hace unas cuantas consideraciones introduciendo la Palabra; los primeros veinte minutos pueden ser tomados enteramente por él. Ahora se espera de los demás que den sus opiniones, y todas las observaciones tienen que dirigirse al presidente.

No nos cabe duda alguna de que esta clase de reuniones tiene la tendencia a alimentar la comunión cristiana y la piedad personal, pero carecen de la luz y poder vivientes que revelan a Cristo al alma y que la transforman a Su imagen. Aunque no de manera intencionada, el Espíritu Santo queda desplazado en la práctica, y la mente queda en la oscuridad causada por la falta de una sencilla dependencia del Señor. Luego se anuncia la porción para la siguiente reunión, y se espera que el presidente designado la estudie bien.

La única otra reunión que nombraremos es «la reunión social del té». Se selecciona a los invitados, que son convocados por el hermano en la casa del que tiene lugar la reunión. A veces puede haber una mezcla de ricos y pobres, según la voluntad del anfitrión. Después del té puede haber una conversación general, o círculos de conversación mientras otros disfrutan de algo de música. Nadie había pensado en llevar consigo una Biblia ni un himnario, pero alrededor de las 9 de la tarde se observaba el culto familiar. Se traía la gran Biblia a la mesa, y se pedía a alguien que oficiase, generalmente el ministro si estaba presente. Se leía un capítulo, y se elevaba una plegaria, y luego todos reanudaban su libre y cómoda actitud y conversación general, hasta que eran llamados a cenar. La hora de despedirse dependía un poco de la animación de la reunión o de la cordialidad del anfitrión. Difícilmente se podría considerar una reunión espiritual; sin embargo, tenía un buen objeto, en cuanto reunía socialmente a los miembros de una congregación y cultivaba un sentimiento fraternal entre ellos.

Los más familiarizados con esta clase de reuniones estarán bien dispuestos a testimoniar que los hemos descrito de la manera más positiva y a la mejor luz; no hay nada más lejos de nuestra intención de decir una palabra que haga dolerse a la mente más sensible. Nuestro objeto no es alabar a los Hermanos, sino buscar la gloria del Señor en la bendición de todo Su pueblo, y exponer y alentar a todos los cristianos a la adopción de estos medios que Él ha bendecido de manera tan rica para edificación. La bendición de Dios reposó evidentemente de la manera más abundante sobre aquellos que estaban así reunidos al nombre del Señor Jesús.

Los varios medios de difundir la verdad

Además del estudio con oración de la Palabra de Dios, estos creyentes mostraban un gran celo por predicar el Evangelio a los pecadores; y en base de su creciente conocimiento de la obra consumada de Cristo y de las riquezas de la gracia divina, se predicaba con claridad, plenitud y poder; y muchos en diferentes lugares fueron llevados a conocer al Señor. Tanto celo mostraban en difundir las buenas nuevas que en algunos lugares casi cada hermano se transformó en un predicador. También los más instruidos impartían enseñanza o conferencias sobre las Escrituras a cristianos. La importante distinción entre predicar el Evangelio a los inconversos y enseñar a cristianos, como ahora se practicaba, era algo totalmente nuevo. El don y la obra del evangelista son totalmente distintos del caso del maestro; pero en la iglesia, de manera general, no se había actuado siguiendo esta distinción, exceptuando siempre la era apostólica. Poco después del gran Avivamiento en 1859 comenzaron a celebrarse servicios evangelísticos especiales en salones públicos, y nunca han cesado desde entonces. La misión evangelística de los Srs. Moody y Sankey a este país en 1873-1875 fue una derivación del Avivamiento Americano; pero, por extraño que parezca, esta misión adoptó más la actitud de evangelizar en las denominaciones que a los de fuera.

Otro medio adoptado para extender la verdad fue la redacción y difusión de libros y tratados. Esto se hizo a gran escala. Al recibir una luz renovada de la Palabra de Dios acerca de cualquier cuestión importante, ésta era inmediatamente incorporada en un tratado, que era luego publicado. De esta manera no sólo se suplía instrucción, sino también alimento para el alma, recién salidos de los inagotables tesoros de la verdad divina. En un tiempo relativamente breve, el público tuvo en sus manos, y a bajo coste, los medios para familiarizarse con la Palabra de Dios, especialmente con aquellas verdades que estaban entonces atrayendo la atención de miles de personas. Podríamos hablar de muchos tratados que fueron escritos y que fueron apareciendo con las magnas doctrinas de la iglesia, el llamamiento celestial, las operaciones del Espíritu, el ministerio, el culto, la profecía, la eficacia de la redención, las vinculaciones celestiales del cristiano, la venida del Señor, el arrebatamiento de los santos, la primera y segunda resurrección, etc., etc.

De esta manera y por estos medios se difundía la verdad de manera rápida y amplia. Estos creyentes poseían evidentemente una gran ventaja sobre los cuerpos populares de lo que se designa como ministerio laico. Al ser la ordenación absolutamente esencial para el ejercicio del ministerio en estos cuerpos, la obra quedaba necesariamente limitada a los pocos autorizados. Los Hermanos siempre han mantenido que este sistema de ministerio está opuesto a la verdad de Dios, y en muchos casos resulta ruinoso en su funcionamiento. Por ejemplo, un hombre educado, aunque destituido de dones espirituales, y quizá incluso de vida espiritual, puede sin embargo, si está debidamente ordenado, ejercer cualquier rama del ministerio en la denominación a la que pertenece; en cambio, si un cristiano posee los más evidentes dones de predicación y enseñanza, no puede ejercer ni lo uno ni lo otro dentro de la jurisdicción de la iglesia excepto si es autorizado por la autoridad humana.

Felizmente para ellos, para la iglesia de Dios y para las almas de los hombres, descubrieron la verdadera fuente de ministerio, en todas sus ramas, en Cristo mismo la Cabeza glorificada en el cielo. «a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. ... Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4:7-12). Aquí tenemos la verdadera base y la única fuente de todos los dones ministeriales —la redención cumplida por Cristo en la cruz, y Su ascensión a la diestra de Dios en el cielo. Cristo como Cabeza de la iglesia es el Dador de estos dones; nada se dice de autoridad humana ni de ordenación humana. La iglesia profesante ha padecido de manera inmensa por sus ideas tradicionales acerca del ministerio, considerándolo como una profesión honrosa entre los hombres y dándole una cierta posición en la sociedad; mientras que el don ministerial es aquí denominado gracia, que es ciertamente poseída por todos los que aman a la iglesia y se cuidan de sus miembros, o que buscan ganar nuevas almas mediante el evangelio.

Antes de concluir este capítulo, desearía reproducir una carta escrita hacia el mismo tiempo que el resto del libro, aunque no es de su autor; una carta que describe la reunión más amada de todas por el corazón del pueblo de Dios, reunidos a Su solo Nombre:

«Porice Park,

27 de noviembre de 1891

»Querido Hermano—

Su carta del 22 llegó anoche y la he recibido con mucha alegría. ... Respecto a la cuestión que usted menciona, ha estado también durante mucho tiempo en mi corazón.

Tengo unos fuertes sentimientos acerca de ello, pero no estoy seguro de poder expresar de manera correcta lo que siento. Hay reuniones que están entre mis recuerdos más preciosos, cuando uno casi podía ver o tocar a Aquel que estaba presente con aquellos reunidos a Su Nombre. Recuerdo una reunión en que el espíritu de adoración nos embargó de tal manera que mientras cantábamos un himno de adoración, las voces cesaron una tras otra, hasta que sólo dos se oyeron al final de la estrofa —los corazones estaban demasiado llenos para hablar, y la emoción más allá del control físico.

Pero, ¡cuántas veces dejamos el local y la hora de adoración con una sensación de desilusión! Hemos "disfrutado de la reunión", como decimos, y puede que hayamos sido edificados —pero faltaba algo, y este "algo" era algo debido a Dios y que no habíamos ofrecido. Es difícil hablar acerca de ello, pero no el sentirlo y reconocerlo. Como en un ramo de flores, o en un fruto, pueden estar ausentes un aroma y una fragancia que el ojo no puede ver, pero toda la hermosura que el ojo capta no puede compensar esta pérdida.

Ahora le daré mis pensamientos acerca de la adoración y acerca de la reunión de la mañana, que espero que sean conforme a Su Palabra, pero no siempre citaré los pasajes, y dejaré que lleve a los mismos, si le agradan, la delicadeza de la fragancia —el sabor de las cuatro "especias principales" que eran sólo para Dios —la composición que no podemos hacer para nosotros, sino que es "sagrada para Jehová". Pero, observemos, esta "composición" la hacemos para Él. Se trata ciertamente del siempre bendito Señor Jesús —el propio Hijo de Dios—, pero el incienso se levanta cuando el sacerdote lo pone sobre el fuego tomado del altar de bronce, este perfume de cuádruple composición, bien molido y quemado sobre el altar de oro junto al velo.

Pongamos el símbolo en términos del Nuevo Testamento y tendremos el fondo de la respuesta a su pregunta. Quizá el resto de mi carta lo incluya. Establezcamos primero unas definiciones, comenzando desde nuestro lado, o desde nuestro acercamiento a Dios —desde "pecadores salvos" hasta nuestra posición ante Dios "en el lugar Santísimo".

Antes de llegar al primer punto se trata de "todo del yo" y nada de Dios: pero cuando somos adoradores es todo de Dios y nada de nosotros.

Pero cuando "nacemos de nuevo" recibimos una sensación de necesidad, y pedimos lo que necesitamos; esto es, oramos. Luego, al abundar Sus misericordias y llegar a la conciencia de Su amante reconocimiento y provisión de nuestra necesidad, le agradecemos las misericordias recibidas.

Aprendiendo más de nuestro Dios —el Padre del Hijo, por medio del Espíritu, reconocemos "Su grandeza—Su gloria", las glorias de la creación y de la redención, también de la preservación, y así alabamos. Hay todavía otra cumbre —estamos conscientes "en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo" y ante nosotros tenemos a Dios. Nos inclinamos ante Él (la palabra adoración significa primariamente una genuflexión o prosternación, como en Mt. 2:11), por lo que Él es en Sí mismo —el yo queda olvidado, de modo que no oramos ni presentamos acciones de gracias: adoramos, reverenciamos. Ésta será nuestra feliz ocupación en el cielo —en nuestra debilidad aquí más bien aspiramos a ello que lo alcanzamos. Nuestra adoración aquí irá mezclada de alabanza, su pariente más próximo, y a menudo también de recuerdo del yo —lo que Él ha hecho por nosotros, y por ello también damos gracias; y bajando más llegamos a la oración —pero si nuestros pensamientos se han movido juntos, distinguiremos entre una y otra actividad. La cruz, esto es, el altar de bronce, es la base de todo. Ahí acude el sacerdote y toma del fuego, esto es, del juicio de un Dios santo sobre el pecado, como ha sido soportado por Su Hijo, nuestro Salvador. Este fuego puede ser depositado sobre Su propia intrínseca santidad, y sobre él se dispone el incienso, y el perfume del mismo es la porción de Dios. Y cuando en el gran día de la Expiación el Sumo Sacerdote entraba más allá del velo, con sus manos llenas de incienso molido (manos llenas significa consagración), su humo le protegía del juicio del Santo de Israel, mientras presentaba a Israel a su Jehová.

Sólo para aplicar estas cosas a nuestra reunión de la mañana. Pero primero, como ejemplo escriturario, contemplemos los Salmos 28, 29 y 30, y vinculemos el primero con la oración, el segundo con la adoración y el 30 con la alabanza.

Acudimos a recordar al Señor Jesús —los símbolos son un memorial de Él: el maná, —Su carne, —Su sangre, —son símbolos que Él emplea de Sí mismo. Él toma asimismo el pan y la copa —y parte el pan —separa la copa del pan, e invita a Sus discípulos a repartirlo entre ellos. Estos actos hacen que estos símbolos nos sean recordatorio, no sólo del Señor Jesús en Su persona, sino que el comer el pan partido y el participar de la copa son proclamación de Su muerte. De modo que la Cena del Señor es el recuerdo de nuestro Salvador —de nuestro Señor Jesús— en Su muerte. Este es el pensamiento primordial de la reunión, y nada debería interferir con él ni nublarlo.

Pero no podemos pensar en Su muerte sin asociarla con el propósito y resultados de la misma, y estos en relación con Dios y con nosotros. ¿Podemos hacer nada mejor que seguir a nuestro mismo Señor en el Salmo 22 y en el 102? Él padece bajo la mano de Dios, pero le glorifica, le alaba, pero como el Director en la gran congregación; el resultado final se ha de manifestar todavía en Su Señorío sobre la tierra, y en la bendición a sus gentes.

No tenemos reglas dadas para la reunión, sino sólo como se nos enseña de forma general en Hechos 20 y en 1 Corintios 14 —de modo que nuestros sentidos espirituales han de estar despiertos y alertas para hacer todo lo idóneo y excelente u ordenado en nuestro papel. Si tenemos en mente el propósito de la reunión, y si somos conscientes de la invisible Presencia y estamos sujetos a Su Espíritu (y por nosotros me refiero a cada uno de los presentes), estaremos juntos a la hora señalada —esperando en el Señor. La asamblea alabará o adorará, expresando juntos en un himno de alabanza o de adoración, o mediante una voz en expresión audible.

El Evangelio de Su gracia, por inexpresablemente precioso que sea, no vendrá a la mente. Las pruebas del camino, nuestra peregrinación, serán olvidados. No tenemos necesidades, ni deseos. El corazón está lleno, y rebosa —la asamblea tiene que alabar o adorar —puede estar en silencio, o en voz: no importa. Así, con un solo corazón, "unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo". Jesús está ante nosotros —Su Persona — Su muerte — nuestras "manos llenas" de Él —molido— porque la comprensión de uno puede ser mayor que la de otro, esto no importa ahora; no se trata de cuánto de Jesús pueda yo recibir; estoy lleno, por poco que pueda contener de Él. El anciano y probado santo, que ha andado años con Jesús y le conoce íntimamente —el "padre"—, queda lleno; el recién nacido que acaba de emprender su camino queda lleno —no se trata de capacidad ahora: sino de Jesús que llena cada capacidad, sea ésta grande o pequeña. ¡Oh, cómo mi corazón anhela estar ahora en esta reunión! ¿Puede haber una regla —un orden de ritual para una reunión así? Un himno —una voz expresando la adoración de la asamblea; una porción de Su dulce Palabra que nos hace gozar tanto más de la conciencia de Su presencia, todo esto puede preceder o no al solemne cumplimiento del un rito que que está ordenado. Ahora "damos gracias" —todos nosotros — la asamblea — al ponerse uno en pie para pronunciarlas por nosotros. No sé quién —si hay alguien dotado, que dé más tiempo, no sea que interfiera entre el Espíritu Santo y Su elección de portavoz.

Si el Espíritu Santo es dejado libre para mover a la asamblea, Él escogerá aquel aspecto de Jesús que sea apropiado —porque no podemos contemplarlo en todas Sus glorias de una vez. Luego el himno — la Escritura — la expresión de la adoración de la asamblea, todo ello estará en armonía con el tema escogido. No se precisa de ningún arreglo previo — sólo de esperar verdaderamente en Él. Y el período después de la reunión mostrará también armonía respecto a ello: la palabra, si se da alguna, para edificación o exhortación, no atacará a ningún corazón. Es siempre una reunión hacia Dios, y por ello no es lugar ni ocasión para ejercitar los dones —mucho menos para una larga arenga o sermón.

Si lo he bosquejado de manera correcta, no caeremos en una rutina de una forma o procedimiento largamente continuados. Tampoco hay regla alguna acerca de dirigirse al Padre o al Hijo a la mesa; que sea como el Espíritu dirige. Hay sólo una regla, y es la de estar sujetos al Espíritu. Y luego que todas las cosas sean hechas "decentemente y con orden". Él empleará a aquel que Él escoja, Dios será adorado —nuestro Señor Jesús será recordado, y el santo dejará el lugar como uno que ha tenido un paladeo del cielo.

Pero, cuán infrecuente es una reunión así: porque si hay alguien que no esté "en sintonía" con el tema del Espíritu, la armonía queda afectada, quizá echada a perder. Especialmente si el tal toma parte audible, dando un himno no apropiado para la ocasión o una porción de la Escritura no ajustada al tema, u ora, por cuanto no está en disposición de adorar.

Entonces, ¿qué hará el adorador? Nada, sino poseer su alma en paciencia —unirse a ello cuando lo pueda hacer, y cuando no pueda, estar a solas con Dios.

... En el amor de Cristo a usted ...»

C. H. H.

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Traducción: © Copyright Santiago Escuain 2001 por la traducción.© Copyright SEDIN 2001 para la presentación electrónica. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.

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