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«LOS HERMANOS»
(Según su designación común)
Su Origen, Desarrollo y Testimonio

UN BREVE BOSQUEJO

Andrew Miller


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CAPÍTULO 9

EL MILENIO

Aquí será bueno detenerse un momento y observar el orden en que tendrán lugar los importantes acontecimientos del período milenario. Hemos visto a los santos arrebatados para reunirse con el Señor según Su promesa en Juan 14. Ellos pasan al cielo, y, ya dispuestas todas las cosas, tienen lugar las bodas del Cordero según la visión del apóstol Juan (Ap. 19). «Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.» Él se presenta a Sí mismo una iglesia gloriosa, santa y sin mancha. ¡Qué día será éste! ¡Qué día incluso para el cielo, de siempre acostumbrado a la gloria! Pero esta será una nueva gloria, ¡la gloria nupcial del Cordero! Así como la novia participa de la dignidad de su novio, y la esposa de su esposo, ¡así la iglesia participará de la posición de Cristo en aquel día de gloria maravillosa, trascendente!

Terminada la escena de las bodas y de la cena de esponsales, el bendito Señor, o el postrer Adán con su amada Eva, los santos glorificados, y las huestes angélicas, se preparan para Su manifestación en gloria y para la toma de posesión de la tierra. Pero durante el intervalo entre la «venida» y la «manifestación», el amor de Dios ha estado activo reuniendo a los Suyos, y la tierra ha estado madurando para el juicio. Cuando la verdadera iglesia haya abandonado la escena del testimonio, y la parte meramente nominal haya sido rechazada para siempre, el Espíritu de Dios comienza a obrar en el remanente judío; y ellos, como misioneros de un nuevo testimonio, predican «el evangelio eterno» a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. El juicio de las naciones vivas en Mateo 25 distingue en cuanto a los resultados de esta misión. Y Apocalipsis 7 nos muestra a las multitudes salvadas de judíos y gentiles por medio del «evangelio eterno», como ha sido predicado por los «hermanos» judíos del bendito Señor. Pero en tanto que el amor de Dios está activo en estos términos, Satanás está ejerciendo todo su poder, y suscitando todas sus fuerzas, para corromper toda la tierra, y para disputar su posesión con el Ungido del Señor. Pero ha llegado la hora de su juicio.

«Entonces vi el cielo abierto;» dice el apóstol, «y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea» (Ap. 19:11). El Señor viene; está de camino. El cielo se abre, pero Él no viene solo: los ejércitos celestiales le seguían. «Viene en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (2 Ts. 1:8). «Herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío» (Is. 11:4). La cristiandad apóstata, y los judíos que habrán regresado a su propia tierra en incredulidad y que habrán concertado una alianza con el Anticristo, serán los especiales objetos de este juicio, pero un remanente de Israel se salvará. Los lugares celestiales serán librados de Satanás y sus ángeles; la tierra será limpiada de sus malvados reyes; la bestia y el falso profeta serán echados al lago de fuego, y Satanás quedará encadenado en el abismo; toda la escena quedará así limpia mediante juicios, y la victoria será completa, tras lo cual el Señor tomará el reino. «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap. 11:15). El remanente perdonado de Israel y su descendencia, y el remanente de los gentiles que sobrevivan a estos terribles juicios, junto con su posteridad, constituirán la población de la tierra durante el milenio, mientras que la iglesia reina con Cristo su Cabeza y Esposo en gloria celestial. «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (cp. Ap. 20:4_6).

El estado pasado y presente de
la iglesia profesante

Nunca podremos sentirnos suficientemente agradecidos al Señor por avivar por Su Espíritu la bendita verdad de la venida del Señor, y por darle, en estos últimos días, tanta preponderancia en la enseñanza de tantos de Su pueblo. Si se pasa por alto esta verdad sólo se puede comprender una porción muy pequeña de la Palabra de Dios. En tal caso se pierde totalmente el sentido de la primera resurrección, por ejemplo, y el reinado milenario de Cristo con Sus santos glorificados, junto con otras verdades colaterales. En tiempos anteriores era casi universal la creencia de que la venida de Cristo tendría lugar al final, y no al comienzo del milenio. Existía la idea, que todavía sigue extendida en muchos sectores, de que el mundo, o los gentiles, serán convertidos mediante el evangelio; que después de esto «todo Israel será salvo». Luego intervendría un milenio espiritual antes de la venida del Señor. Pero en todo esto se pasa por alto el propósito de Dios tocante a la iglesia, que es el llamamiento afuera de entre los judíos y gentiles. Nunca podremos tener celo suficiente en la extensión del evangelio, siendo que la comisión es: «Predicad el evangelio a toda criatura». Pero cada conversión es una adición a la iglesia, que será trasladada al cielo antes del milenio.

Si fuese cierto lo que se dice a menudo, que «Cristo no vendrá hasta después de mil años de bendición sobre la tierra», ¿qué es lo que el creyente tendría que esperar ahora? Necesariamente la muerte al final de su carrera, y el cumplimiento de los acontecimientos predichos mientras su cuerpo yace durmiendo en el sepulcro durante el gran jubileo de la tierra. ¡Qué pobre esperanza para la verdadera esposa, la amada novia del celestial Novio! Cierto, las almas de los creyentes estarían con Cristo, pero sus cuerpos estarían en la callada tumba mientras que toda la tierra estaría regocijándose bajo Su llamado cetro espiritual. Cada verdadero creyente debería rechazar esta teoría como rotundamente opuesta a toda la Escritura. En lugar de esperar la muerte y mil años interpuestos antes que su Señor venga, está esperándole como la expectativa sustentadora, consoladora y confortante de su vida diaria. El verdadero efecto de la conversión —excepto cuando el convertido es extraviado por una falsa enseñanza— es esperar del cielo a su Salvador.

Cuando el Señor venga, como hemos visto, la iglesia va a su encuentro en el aire. Ella es conducida a goces nupciales celestiales, y a la eterna bienaventuranza de la casa del Padre. Luego seguirán —una vez que el juicio haya limpiado la escena— las pacíficas glorias del reino. Todo lo que han cantado los salmistas y que han predicho los profetas acerca de la bendición de la tierra durante aquel gozoso período se cumplirá totalmente entonces. Excluidos Satanás y sus huestes, los malvados ángeles, de los cielos y de las moradas de los hombres, con Cristo reinando y con Sus santos resucitados asociados con Él en el trono de Su gloria celestial y terrenal, todo esto distinguirá de manera esencial el período milenario de todas las dispensaciones anteriores. Entonces llegará el día de alborozo y regocijo universal de la creación en la presencia del Señor, tan constantemente anunciado en el Antiguo Testamento. «Jehová reina; regocíjese la tierra, alégrense las muchas costas. ... Los montes se derritieron como cera delante de Jehová, delante del Señor de toda la tierra. ... Los ríos batan las manos, los montes todos hagan regocijo delante de Jehová, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud» (Salmos 97 y 98).

Hermosas más allá de toda descripción son las santas notas de gozo triunfante que brotan de labios de videntes del Antiguo Testamento en anticipación de este día de alegría. Toda la naturaleza es llamada a unirse al gran coro de gozo universal. Se alegrarán el páramo y la soledad, y el desierto se regocijará y florecerá como la rosa; la tierra seca se convertirá en estanque de aguas y el suelo sediento en manantial. Los montes destilarán mosto y los collados manarán con leche y miel. Las fieras del campo —curadas de su ferocidad— se volverán gentiles e inofensivas como los corderos, y cesarán las luchas y contiendas entre los hijos de los hombres. Así Dios dará la vuelta a la historia del hombre; Él sanará su dolor, aliviará su miseria; lo coronará de salud, paz y plenitud, y extenderá gozo por toda la creación restaurada, según Su estimación de Su Hijo amado. En aquel día se verá y reconocerá que la cruz del Señor Jesús es el fundamento de la extensa escena de gloria y bendición milenarias.[1] Col. 1:20; Is. 11; Sal. 72.

«Los reyes ante Él se postrarán,
   Y oro e incienso traerán;
Todas las naciones le adorarán,
   Y su alabanza todos cantarán.

»Extendido su dominio será,
   Sobre río, mar y las costas llegará;
Tan lejos como el águila en su volar,
   O vuelo de paloma pueda alcanzar.»

El gran trono blanco

Nada puede ser más humillante para el hombre que lo que encontramos al final del milenio. Dios mostrará entonces que mil años de gloria manifiesta no convertirán el corazón del hombre sin Su gracia salvadora. En el momento en que Satanás sea de nuevo libre y ejerza su poder, la porción no convertida de las naciones gentiles será engañada por él. Él los congrega en rebelión; pero fuego desciende de Dios del cielo y los consume totalmente. Y esto nos lleva a la última y definitiva escena en la historia del hombre —el juicio eterno. «Y vi», dice Juan, «un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos.» El lector no tendrá ninguna dificultad en distinguir entre este último juicio y el juicio de las naciones vivientes (Mt. 25). Cuando el Señor venga al principio del milenio, la tierra, como hemos visto, recibe una bendición universal bajo Su reinado durante mil años. Pero esto no es lo que aparece aquí. Lo que aquí tenemos es la resurrección y el juicio de los malvados al final del milenio. La idea general de que Cristo no dejará los cielos hasta el final del milenio, cuando habrá una resurrección general y un juicio general de los justos y de los malvados, carece de fundamento alguno en la Escritura; y no sólo esto, sino que está directamente opuesta a la naturaleza misma del cristianismo y a los propósitos de Dios en Cristo Jesús.

Al comienzo del milenio, los santos resucitados son vistos en tronos, asociados con Cristo. «Y vivieron y reinaron con Cristo mil años» (Ap. 20:4). Éste fue el tiempo de su recompensa pública por el servicio o por el sufrimiento con Cristo durante Su ausencia. «Ha venido ... el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes» (Ap. 11:18). Pero en el gran trono blanco se ve a Cristo solo. Cuando se trataba de la cuestión del gobierno de la tierra milenaria, los santos gobernaron con Él. Ahora se trata de una cuestión de juicio eterno, y Él actúa en solitario. Desnudos de toda falsa cubierta —sin púrpuras ni mitras, sin báculos ni mantos de una mera profesión de fe para encubrir su culpa ahora— cada uno es visto en su verdadero carácter y con todos sus pecados; ninguno ha sido borrado: todos han de encontrarse sobre ellos. «Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.» Las profundidades, el mundo invisible, son forzados a entregar sus miserables presos, para que oigan de boca de aquel que fue rechazado, Jesús, su sentencia definitiva.

Todos están ahora reunidos, y el tiempo ya no es más. Los cielos y la tierra creados huyen y desaparecen; nada se ve ahora más que el gran trono blanco de cegador resplandor, y la majestad gloriosa del Hijo del hombre.

La terrible sentencia, pronunciada en medio del augusto silencio de aquella solemne escena, envía a los malvados a las profundidades de una desventura sin esperanza. Pero la gloria y hermosura del Salvador Jesús, a quien despreciaron en el tiempo, y las miríadas de felices santos que le rodean, nunca podrán ser olvidados. Así culminan la historia del hombre y los eventos del tiempo. Comienza la eternidad —con los malvados juzgados, los justos bendecidos, y vindicados para siempre todos los caminos de Dios. «Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo [al antes humillado Jesús], y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:9-11). Esto ya cumplido, el amor crea nuevos cielos y nueva tierra como futura morada de los redimidos; y Dios desciende para habitar en medio de ellos. «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios» (cp. Ap. 21:1-7).

Conclusión

Las páginas que anteceden fueron escritas, creemos, alrededor de 1890, hace más de ciento diez años; es con sonrojo y tristeza que contemplamos todos estos años: el espíritu mundano, la contienda y las divisiones se han introducido entre los llamados «Hermanos» durante este tiempo, de modo que sólo podemos tomar nuestro puesto junto a Daniel, y con él orar y hacer nuestra confesión. Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente ... No hemos obedecido a tus siervos los profetas ... Tuya es, Señor, la justicia, ... Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, ... y de nuestros padres; porque contra ti pecamos. De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado ... Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu pueblo, por amor del Señor. ... porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado ... sobre tu pueblo (cp. Dan. 9:5-19).

Una última palabra de exhortación al lector de parte del autor de esta obra: lo que el pueblo de Dios más debe vigilar y orar en contra es respecto al mundo. Es difícil, lo sabemos, mantener un caminar constante en el camino de rechazamiento fuera del mundo, pero es la única senda coherente para los santos de Dios. «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn. 17:16). La muerte, resurrección y ascensión separan a Cristo del mundo; ésta es la medida del creyente y la responsabilidad también del creyente. Y es esto lo que tenemos tendencia a olvidar, y a perder de vista en los innumerables detalles de la vida cotidiana. Pero el creyente es uno con Cristo, unido a Él en gloria celestial, aunque todavía aquí abajo, y debería ser diligente y estar atento a todos sus deberes por amor al Señor. Pero vivir así aquí abajo mientras abrigamos el espíritu de nuestra ciudadanía celestial demanda velar y orar en comunión con el Señor. La prueba y la dificultad tendrán lugar en el mantenimiento del puesto de separación y rechazo que el bendito Señor les señala de manera tan llana en Su oración a Su Padre. Pero si Él les da el puesto de rechazo en la tierra, a la vez les da Su propio puesto de aceptación en el cielo. Cuando gozamos de esto último, no es difícil aceptar lo primero.

Tras haber hablado llanamente, podemos retirarnos al santuario, y orar por todos los que aman al Señor, sea cuál sea el nombre por el que sean designados. Sentimos que debemos decir: Estad unidos; abundad en oración, en oración unida, y en la plena confianza del amor fraternal. Sólo querríamos añadir —y de todo corazón— en el lenguaje de ruego ferviente del apóstol:

«Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.»

—Romanos 12:1, 2.



Notas

1. Plain Papers on Prophetic Subjects [Artículos sobre temas proféticos], por W. Trotter, pág. 481, antigua ed. Véase también Ocho lecturas sobre la profecía, por Trotter y Smith. Volver al texto



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Traducción: © Copyright Santiago Escuain 2001 por la traducción.© Copyright SEDIN 2001 para la presentación electrónica. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.

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