EL ORDEN DE DIOS
para los cristianos que se
reúnen
para el Culto y el Ministerio
La respuesta bíblica al orden eclesiástico
tradicional
Por
Bruce Anstey
IIª Sección
Llamamiento a la
separación
Aunque no somos llamados a corregir la confusión en el
testimonio cristiano, algo que sí podemos hacer es
corregirnos a nosotros mismos en relación con dicha
confusión. El apóstol Pablo describe la
defección del testimonio cristiano como algo tan conducente a
la confusión que sólo el Señor podría
distinguir entre quien era real y quien no (2 Ti. 2:15-19). Luego
prosigue diciendo que nuestra responsabilidad en toda esta
cuestión es apartarnos de aquello que sabemos que es malo e
inconsecuente con la Escritura, diciendo: «Apártese
de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo».
Para ilustrar este tema tan importante, emplea el apóstol
la figura de «una casa grande» para describir la
confusa situación de la Cristiandad. En la casa había
una mezcla de vasos de «oro y de plata»
(verdaderos creyentes) y de «madera y de barro»
(falsos profesantes). Algunos de esos eran «para usos
honrosos» y algunos eran «para usos
viles». Si un cristiano ha de ser un vaso «santificado» y «para
honra», y dispuesto para toda buena obra a la que el
Señor le pueda llamar, ha de pasar por el ejercicio de
limpiarse separándose de los vasos entremezclados en la
situación de confusión. «Si pues se
purificare alguno de éstos, será un vaso para honra,
santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra
buena» (2 Ti. 2:20-21, V.M.). El llamamiento del
Señor a cada cristiano que se encuentra sumido en la
confusión de la «casa grande» es a separarse de
tal confusión. Aunque no podemos abandonar la «casa
grande» (porque eso significaría abandonar totalmente
la profesión de cristianismo), podemos y debemos separarnos
del desorden en la casa. Véase también Segunda
Corintios 6:14-18; Segunda Timoteo 3:5; Romanos 16:17; Apocalipsis
18:4.
¿Por qué separarse?
Quizá alguien podría preguntar: «¿Por
qué es tan importante la separación?» La
respuesta es: porque por nuestras asociaciones podemos
contaminarnos, y nos contaminarán. La mayoría de
cristianos creen que pueden asociarse con lo que quieran sin quedar
afectados por ello. Pero la Biblia enseña que sí
quedamos afectados por aquellos con quienes nos asociamos. «Las malas compañías corrompen las buenas
costumbres» (1 Co. 15:33; 1 Ti. 5:22; Hag. 2:10-14; Dt.
7:1-4; Jos. 23:11-13; 1 R. 11:1-8, etc.). Sabemos que éste no
es un tema popular para los cristianos hoy en día, pero Dios
nos ha dado esas cosas en Su Palabra para que seamos preservados de
las sutiles corrupciones del adversario (Satanás). Las cosas
que Dios ha dado en Su Palabra son para nuestro bien, no porque
quiera destruir nuestro gozo. Él nos ama y se cuida de
nosotros, y sabe qué es lo mejor para nosotros. Recordemos
también, nunca somos más sabios que la Palabra de Dios.
La Biblia indica que el cristiano debe separarse de tres
cosas debido a que la asociación con tales cosas nos
afectarán y contaminarán. Esas tres cosas son:
1) El mal moral - Un ejemplo de ello se encuentra en el
problema que existía en Corinto, donde tenían a una
persona inmoral en medio de ellos. El apóstol les dijo: «¿No sabéis que un poco de levadura hace
fermentar toda la masa? Purificaos, pues, de la vieja levadura, para
que seáis nueva masa» (1 Co. 5:6-7). ¡Como
grupo, los cristianos asociados con un malo en medio de ellos
corrían el peligro de quedar leudados por el pecado de aquella
persona, aunque ellos personalmente no hubieran cometido aquel
pecado! El apóstol les instruye que debían disociarse
del mismo mediante la excomunión de la persona pecadora (1 Co.
5:11-13). Comparar también el pecado de Acán. Cuando
pecó, el Señor dijo: «Israel ha
pecado» (Jos. 7:1, 11). Aunque sólo un hombre y su
familia habían hecho el mal, el Señor acusó a
todo Israel de aquella culpa debido a que estaban asociados con
él.
2) El mal doctrinal - Un ejemplo de eso lo tenemos en el
caso de la «señora elegida» en la Segunda
Epístola de Juan. Fue advertida de que si alguien
acudía a ella que no permanecía en la doctrina de
Cristo, no debía recibir a tal persona en su casa, ni
debía siquiera saludarla, porque al hacerlo se hacía
participante de su mal. El apóstol Juan dijo: «Si
alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo
recibáis en casa, ni le saludéis. Porque el que le
saluda, participa en sus malas obras» (2 Jn. 9, 11).
¡Observemos que si saludaba o recibía a tal persona, se
haría incluso partícipe de la mala doctrina de aquella
persona, aunque ella misma no recibiese su mala
enseñanza! Así, su responsabilidad era mantenerse
pura de esas enseñanzas erróneas, y eso debía
hacerse mediante la separación.
Los gálatas son otro ejemplo de eso. Entre ellos se
habían introducido personas que trataban de judaizarlos,
enseñándoles que debían guardar la ley. El
apóstol Pablo dice a los gálatas: «Corríais bien; ¿quién os impidió
obedecer a la verdad? Esta persuasión no procede de aquel que
os llama. Un poco de levadura hace fermentar toda la masa»
(Gá. 5:7-9). Vemos aquí que esta errónea
enseñanza tuvo el mismo efecto de fermentación sobre
los gálatas que la persona inmoral en medio de los corintios
(1 Co. 5:6-7). Eran leudados por las doctrinas judaizantes con las
que estaban asociados.
Los corintios habían también admitido malas
doctrinas acerca de la doctrina de la resurrección, y el
apóstol Pablo lo relacionó con la asociación que
habían tenido con ciertos maestros entre ellos que
sostenían doctrinas torcidas. Por ello les advirtió,
diciendo: «No os dejéis engañar; las malas
compañías corrompen las buenas costumbres»
(1 Co. 15:33).
Pablo dijo también a Timoteo que si se encontraba con
alguien que enseñaba cosas contrarias a la sana doctrina, que
debía «apartarse» de tal persona, porque
si no lo hacía se haría partícipe del mal de
aquella persona (1 Ti. 6:3-5).
3) El mal eclesiástico - El mismo principio es
cierto en el mal y desorden religioso (esto es, clericalismo - el
sistema clero/laicos). Cuando nos asociamos con una comunión
particular de cristianos que tiene un sistema de cosas que no es
conforme a la Palabra de Dios, tanto si mantenemos lo que ellos
practican como si no, seguimos identificados con él. Este
principio queda claramente establecido por el apóstol Pablo en
Primera Corintios 10:14-22. Muestra allí que el principio de
identificación existe, sea en el cristianismo, el
judaísmo o el paganismo. En cada caso, la participación
en un orden religioso de cosas es la expresión de la
comunión de uno con todo lo que existe allí.
Con respecto al cristianismo, dice el apóstol: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la
comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no
es la comunión en el cuerpo de Cristo?» (1 Co.
10:16). Es evidente por ello que nuestro acto de partir el pan
(participando de la Cena del Señor) es la expresión de
nuestra comunión con aquellos con los que partimos el pan.
Con respecto a Israel, el apóstol expone que existía
el mismo principio, diciendo: «Mirad a Israel según
la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no están en
comunión con el altar?» (1 Co. 10:18). El que
participase de los sacrificios en el altar sobre el que se
ofrecían se identificaba con todo aquello que significaba el
altar.
Y el apóstol expone también que el mismo principio
es cierto con respecto a la idolatría en el paganismo,
diciendo: «Lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a
los demonios, y no a Dios; y no quiero que vosotros tengáis
comunión con los demonios» (1 Co. 10:20). En este
caso, los que participaban de la «copa de los demonios»
estaban en comunión con demonios.
¡Permanece por tanto el hecho de que nuestro acto de
participar con un grupo eclesial determinado constituye nuestra
identificación con todo lo que tiene lugar allí! Si
ellos enseñan mala doctrina, estoy en comunión con
ella. Si están dedicados a una práctica no escrituraria
de culto, también estoy en comunión con ella. Y Dios no
quiere que Su pueblo tenga comunión con malas doctrinas o
prácticas (2 Co. 6:14-18). Por eso dijo el apóstol
Pablo que cuando surge la confusión religiosa en la casa de
Dios, debemos limpiarnos de esas cosas separándonos de ellas
(2 Ti. 2:20-21).
Otra razón por la que es necesario separarse del orden de
hechura humana en las denominaciones es que si nos quedamos en ellas
no podremos practicar el orden de Dios tal como se encuentra en la
Escritura, porque esos lugares distan de practicar el orden
escriturario.
Un remanente de judíos
salidos de Babilonia
El Antiguo Testamento nos da una ilustración de este
ejercicio de separación de la confusión religiosa.
Siguiendo la historia de los hijos de Israel a través de los
libros de los Reyes y Crónicas, vemos que después de
haberse establecido en su tierra prometida con su servicio de culto
promulgado por Dios, fueron alejándose lentamente de la
Palabra de Dios. Introdujeron cosas que Dios nunca les había
mandado (p.e., 1 R. 11:7-8; 2 R. 16:10-18). A causa de su
desobediencia y fracaso por no confiar en el Señor, perdieron
poco a poco la tierra en manos de sus enemigos, hasta que por fin
llegaron los babilonios y los desarraigaron totalmente de ella.
Fueron introducidos en el vasto sistema de Babilonia (que significa
«confusión»). Muchos de los vasos del templo
fueron tomados e incorporados en el paganismo de Babilonia. Mientras
los hijos de Israel permanecieron en aquella tierra de
confusión religiosa que era Babilonia, apenas quedó una
traza de su culto promulgado por Dios. Allí estaban sus vasos
de adoración (Dn. 1:2; 5:2, 5), pero todos estaban mezclados
en aquel vasto sistema de cosas que no procedía de Dios.
¡Qué triste imagen de fracaso!
Lo que debemos ver en esta triste imagen es una correlación
con la historia de la iglesia. No mucho después de que Dios
hubiera establecido la iglesia en la simplicidad del culto y del
servicio cristiano, hubo también un apartamiento de la Palabra
de Dios. No pasó mucho tiempo antes que el testimonio
cristiano cayera en la gran ruina y el gran fracaso de que hemos
estado hablando. Con ello, la iglesia fue también llevada a la
confusión religiosa tipificada por Babilonia. El alejamiento
es hoy tan grande que el verdadero cristianismo bíblico es
apenas reconocible entre todos los aditamentos ajenos que han sido
adjuntados al Nombre de Cristo. ¡Qué triste testimonio de
la ruina de aquella que ha sido la depositaria de la más
excelsa verdad que Dios haya dado a conocer al hombre!
Después que los hijos de Israel pasaran setenta años
en Babilonia, hubo entre algunos de ellos el anhelo de volver
(mediante el decreto de Ciro, rey de Persia) a Jerusalén, el
lugar dado por Dios a Israel para el culto. Su deseo era entonces
adorar a Jehová en la manera y en el lugar que Dios les
había designado originalmente. De modo que Josué y
Zorobabel (y más adelante Esdras y Nehemías) partieron
de Babilonia acompañados de unos pocos miles de judíos.
Volver a Jerusalén significaba abandonar (o separarse de)
Babilonia. Abandonar Babilonia significaba dejar a muchos de sus
propios hermanos que no estaban interesados en dejar la
confusión que existía en aquella tierra.
Seis excusas que se dan generalmente para no separarse
del orden de hechura humana en las denominaciones
1) «¡No deberíamos juzgar a otros
cristianos!»
Hay ocasiones en que algunos dirán: «No
querría separarme de mi "iglesia" porque al hacerlo los
estaría juzgando, y la Biblia dice que no debemos juzgarnos
unos a otros.»
Para algunos cristianos, esas cuestiones que hemos estado
considerando pueden sonar semejantes al espíritu farisaico de
«juzgar». Y es cierto que no debemos juzgar los motivos
de los demás, porque sólo Dios es el Juez de los
motivos (Mt. 7:1; 1 S. 2:3; 1 Co. 4:4-5). Pero sí debemos
juzgar las doctrinas de una persona (1 Co. 10:15; 14:29), sus
acciones (1 Co. 5:12-13) y sus frutos (Mt. 7:15-20). No se trata de
que los que tienen esas inquietudes crean que son mejores que otros
cristianos, ni quieren juzgar los motivos de otros cristianos que
persisten en los arreglos humanos dentro de la casa de Dios. La
guía última del cristiano es la Palabra de Dios, y es
ella la que juzga que el orden humano de cosas en las denominaciones
está mal. Debemos juzgar aquello que la Palabra de Dios juzga.
Cuando todo el orden de hechura humana en la Cristiandad culmine en
la falsa iglesia en el libro de Apocalipsis (bajo la figura de
«Misterio, Babilonia la Grande», RV), Dios
ejecutará el juicio sobre ella, y desaparecerá para
siempre. Cuando ello suceda, la Palabra de Dios dice: «Dios
ha juzgado vuestro juicio de ella»
(Ap. 18:20, Gr.; cp. BAS, margen). Esto muestra que antes de
este tiempo los creyentes ya habían pronunciado juicio sobre
ella. En aquel día venidero, Dios llevará esos juicios
a su ejecución. Esto muestra que los cristianos tienen el
deber de juzgar lo que es antiescriturario en la Cristiandad de
una manera factual.
El Antiguo Testamento presenta otro tipo que ilustra este extremo.
Jeroboam introdujo en Israel un nuevo sistema de culto que era
puramente de su invención. No tenía orden de Dios para
establecerlo. Sin embargo, estableció dos nuevos centros de
culto en Israel, en Bet-el y Dan. También estableció un
nuevo sacerdocio en esos lugares que era «conforme» al
orden de Dios en Jerusalén. Lo hizo, sin duda, para dar a la
gente la impresión de que este nuevo orden de cosas
procedía de Dios. Pero condujo a Israel al pecado al inducir a
la nación a adorar en esos lugares (1 R 12:28-33). Apenas es
necesario añadir que aquello desagradó al Señor.
No mucho después de esto, el Señor envió a un
profeta a Bet-el a clamar contra el altar que Jeroboam
había levantado. El profeta «clamó contra el
altar por palabra de Jehová y dijo: Altar, altar, así
ha dicho Jehová: ... Y en aquel mismo día dio una
señal, diciendo: Esta es la señal de que Jehová
ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la
ceniza que sobre él está se
derramará» (1 R. 13:1-3). Observemos cuidadosamente
que el profeta clamó contra el altar, y no
contra la gente que adoraba allí. El altar con su becerro,
siendo el centro del culto en Bet-el, representaba todo el sistema de
cosas establecido por Jeroboam. Esto ilustra nuestro razonamiento. No
queremos clamar contra (ni juzgar a) nuestros hermanos mezclados con
la confusión de la casa de Dios, ¡sino en contra del
sistema, porque no es de Dios!
El mensaje del profeta molestó enormemente a Jeroboam, e
hizo un gesto contra el profeta, pero al hacerlo se le secó la
mano. Sin embargo, el profeta oró por la
restauración de la mano de Jeroboam. Esto indica que su
intención no era perjudicar a Jeroboam ni a la gente.
Quería el bien y la bendición de ellos. Muchos
cristianos que quieren seguir en el sistema de cosas dominante en la
Cristiandad se ofenden personalmente, como sucedió con
Jeroboam, cuando se suscita la cuestión de la
separación de la confusión en la casa de Dios. Sin
embargo, no es nuestra intención atacar a ninguna persona,
sino hablar la verdad de Dios en amor (Ef. 4:15). Nunca
deberíamos ofender personalmente a nadie, pero cuando la
verdad es presentada a alguien que no la quiere, a veces se
sentirán ofendidos por ella (Mt. 15:12; Gá 4:16). En
tal caso, debemos dejarlos en manos del Señor.
2) «Separarse demuestra falta de
amor.»
Algunos cristianos creen que separarse de otros cristianos que «piensan de modo diferente» es sencillamente algo
demasiado extremado, y que demuestra falta de amor.
Pero la Biblia dice que la manera más grande que tenemos de
mostrar amor a los hijos de Dios es mediante nuestra obediencia
personal a Dios. «En esto conocemos que amamos a los hijos
de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus
mandamientos» (1 Jn. 5:2-3). La pregunta es: «¿Qué es más importante, la obediencia a
Dios, que demuestra nuestro amor hacia Él, o nuestra
permanencia en una posición no escrituraria debido a que
queremos mostrar amor a las personas que se encuentran
allí?» La desobediencia a la Escritura no es amor. No
deberíamos poner al pueblo de Dios por encima del
Señor. Él debe tener el primer lugar. El Señor
Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis
mandamientos ... El que tiene mis mandamientos, y los guarda,
ése es el que me ama» (Jn. 14:15, 21).
3) «¡Nuestra iglesia está
creciendo!»
Otros podrían responder a esas cosas diciendo: «¡Pero estamos creciendo! Esto demuestra que Dios
está dando bendición a nuestra iglesia; y si Dios la
está bendiciendo, no estará equivocada. ¿Por
qué debería separarme de algo que Dios está
bendiciendo de manera evidente?»
El problema aquí reside en las definiciones. Cuando las
personas hablan de crecimiento, por lo general se refieren al aumento
en cantidad (de personas). La Biblia, sin embargo, se refiere al
crecimiento como un desarrollo y maduración espiritual en el
creyente (1 P. 2:2; 2 P. 3:18; Ef. 4:15-16; Col. 1:10; 2:19; 1 Ts.
3:12; 4:10; 2 Ts. 1:3; Hch. 9:22).
El crecimiento numérico no es señal de la
aprobación o bendición de Dios. Es una total
inconsecuencia identificar el aumento numérico con la
bendición de Dios. ¡Si ello fuese así, entonces la
Iglesia Católica Romana sería la denominación
aprobada por Dios, porque se jacta de tener la mayor cantidad de
miembros de todas las iglesias! Los Testigos de Jehová se
jactan de un crecimiento numérico fenomenal. ¿Significa
eso que Dios les está bendiciendo? Si el criterio para
discernir si Dios está bendiciendo algo reside en la cantidad
de seguidores que tiene, entonces Dios debe estar dando
bendición a los musulmanes: ¡el Islam se jacta de poseer
una quinta parte de la población mundial!
La Palabra de Dios dice que la única clase de personas que
van a aumentar numéricamente en la iglesia en los
últimos días son los malos hombres y los impostores,
afirmando que «muchos seguirán sus disoluciones»
(2 Ti. 3:13; 2 P. 2:2). Al jactarnos de grandes números,
podríamos estar reconociendo de manera irreflexiva que estamos
con un grupo de los que advierte la Escritura que surgirían en
la iglesia en los últimos días. Naturalmente, no es
éste siempre el caso, pero debería servir de
advertencia para que nadie quiera jactarse en números. Es
evidente por las Escrituras que los creyentes fieles y piadosos
irán disminuyendo al irse entenebreciendo la situación
(2 Ti. 1:15; Sal 12:1).
En un sistema de cosas que está mayormente sustentado por
donaciones y ofrendas de la congregación, los números
son importantes para esas iglesias. Pero Dios no está
interesado por los números como el hombre. La clase de
crecimiento que Dios busca en Su pueblo redimido es el crecimiento en
la madurez espiritual. En este contexto, ¿cuánto
crecimiento hay en los miembros de las diversas denominaciones? Si el
reconocimiento de la verdad es una prueba de la madurez espiritual (1
Co. 10:15; Fil. 1:9-10; He. 5:14), preguntamos: «¿Recibirían ellos la verdad acerca de la iglesia
(su orden y función) si fuera puesta delante de ellos?»
Estamos seguros de que la mayoría la rechazarían, como
Pablo predijo que harían en los últimos tiempos (2 Ti.
4:3-4).
4) «¡Dios está usando las
denominaciones!»
Algunos cristianos dirán: «Pero sigo pensando que no
está mal adorar con un grupo de creyentes en su
denominación sólo porque el orden de cosas en ella no
esté en la Biblia. ¡Después de todo, Dios
está usando esas iglesias denominacionales! Hay personas que
están siendo salvas, y los cristianos reciben bendición
allí. Si Dios puede usarlas, ¡no pueden ser tan malas que
deba separarme de ellas! ¿Por qué debo separarme de algo
de lo que Dios evidentemente no se ha separado?»
Aunque pueda parecer que Dios está usando las iglesias
denominacionales (y no denominacionales), queremos observar
inmediatamente que no son las denominaciones de hechura humana lo que
Él está usando, sino Su Palabra. La Biblia dice: «Mas la Palabra de Dios no está presa» (2
Ti. 2:9). Dios puede usar y usa Su Palabra para bendición
allí donde es ministrada. Cuando un llamado Pastor o Ministro
predica la Palabra (2 Ti. 4:2) y ministra su verdad a sus oyentes, el
Espíritu de Dios la tomará y la aplicará a los
corazones y a las conciencias de los que están allá.
Sí, se salvan personas en esos lugares. No hay duda alguna
acerca de ello. Pero el hecho de que Dios esté salvando
personas en esas iglesias no significa que Él esté
dando Su aprobación al orden de hechura humana contrario a Su
Palabra escrita. Él nunca aprueba algo que contradiga a Su
Palabra. Uno podría llevar la Palabra de Dios a un lugar de
impiedad como una taberna, y el Espíritu podría usarla
para la salvación de alguien. ¡Pero esto no
significaría que Dios esté usando las tabernas! Eso no
justifica su existencia. Naturalmente, éste es un ejemplo
extremo, pero ilustra nuestro argumento de que Dios puede usar Su
Palabra en cualquier lugar.
En tanto que Dios usa Su Palabra donde le place (Is. 55:11), el
cristiano no debe andar por donde le plazca, sino según el
camino que Dios le ha señalado en Su Palabra. El cristiano
debe amar a todo el pueblo de Dios, pero sus pies deben permanecer en
el camino de la obediencia a la Palabra de Dios que le llama a
separarse del desorden que el hombre ha introducido en la casa de
Dios (2 Ti. 2:20-21). El mero hecho de que haya una bendición
tangible en algún sistema o denominación no significa
que el cristiano quede exento de su responsabilidad de andar en la
verdad de la Palabra de Dios. No debe abandonar el camino de la
obediencia sólo para tener comunión con algo que sepa
que es antiescriturario.
5) «¡Puedo hacer mucho bien
quedándome donde estoy!»
Otros pueden decir: «Sé que hay muchas cosas que no
están precisamente bien en mi iglesia, pero, ¿por
qué debo dejar mucho de lo que creo es bueno por algunas cosas
que no sean conforme a las Escrituras? Además, me parece que
puedo hacer mucho bien ayudando a las personas aquí. Si me
voy, no podré ayudarlas.»
Si volvemos a la figura que emplea el apóstol Pablo de los
vasos en la «casa grande», veríamos que no se
trata de si el Señor puede usar los vasos de honra mezclados
con los vasos para deshonra. El fondo de la cuestión es que no
podrá usarlos para todo lo que el Señor pueda
querer hacer. Un plato sucio en casa es útil para algunos
trabajos. Si es necesario cambiar el aceite del automóvil, un
plato que no esté limpio puede ser utilizado sin problemas
para ese trabajo. Pero un plato limpio puede ser empleado para
cualquier propósito en casa. Este principio funciona de
manera idéntica en la casa de Dios.
Algunos pueden pensar que estamos hablando con menosprecio de
aquellos cristianos asociados con las iglesias, al decir que no
están limpios. Pero esperamos que no estamos hablando con
menosprecio de ninguno del pueblo del Señor. Querríamos
recordar al lector que no son nuestras palabras: es lo que dice la
Palabra de Dios. Es la Escritura la que dice que una persona no es un
vaso «santificado» hasta que se haya limpiado de la
confusión en la casa de Dios separándose de dicha
confusión (2 Ti. 2:21).
Algunos dirían: «De todos modos, ¿qué
servicio querría el Señor que se llevase a cabo que no
podría llamar a alguien de una denominación para el
mismo?» Para ilustrar nuestro argumento, supongamos que hay
algunos cristianos que están en ejercicio de alma en cuanto a
la verdad de cómo Dios quiere que los cristianos se
reúnan para el culto y el ministerio. ¿Podría el
Señor llamar a alguien de los sistemas eclesiásticos
para delinear la pauta escrituraria para el culto y el ministerio? E
incluso si alguien asociado con las iglesias supiera algo de la
verdad de la Escritura acerca de esa cuestión, si tratase de
explicarla estaría poniéndose en evidencia al no hacer
lo que estaba enseñando a otra persona que se debe hacer. Sus
palabras parecerían como una burla de la verdad, y por ello no
tendrían poder para librar a la persona de una posición
falsa (Gn. 19:14).
No hay duda alguna de que una persona puede hacer algún
bien en las iglesias. Eldad y Medad son un ejemplo de esto (Nm.
11:26). Permanecieron en el campamento de Israel cuando el
Señor los había llamado fuera a Sí mismo (Nm.
11:16, 24-26). Estaban siendo de utilidad allí, pero ¿era
acaso el más alto llamamiento para ellos cuando el
Señor había dicho claramente: «Reúneme
setenta varones de los ancianos de Israel»?
Otro ejemplo lo tenemos en Noemí en la tierra de Moab. Fue
de ayuda para Rut en cuanto que Rut se volvió de los
ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero (Rt.
1:16-17). Pero eso no justifica que Noemí estuviese en aquel
lugar. En primer lugar, ¡Noemí no debiera haber estado
allí! El Señor hubiera podido llevar a Rut al
conocimiento del verdadero Dios sin Noemí. La Escritura dice: «El obedecer es mejor que los sacrificios» (1 S.
15:22). Esto significa que obedecer es nuestro primer deber, y que
dejamos el resto en manos del Señor. El Señor considera
la obediencia como más importante que hacerle algún
servicio. La mayor ayuda que podemos ofrecer a los que están
atrapados en la confusión en la casa grande es mantenernos
fuera de la confusión y buscar sacar a otros de la misma (2
Ti. 2:24-26). Si vemos a alguien atrapado en un foso, no entramos en
el foso para ayudarlos a salir de él. Podríamos vernos
atrapados nosotros mismos allí. En lugar de ello, nos ponemos
en un lugar seguro y tratamos de sacarlo. Lo mismo sucede con las
cosas divinas.
6) «¡No deberíamos dejar de
congregarnos!»
Otros podrían decir: «¿Pero no nos exhorta la
Palabra de Dios a no dejar nuestra congregación? (He.
10:25, RV.) Si me separo de mi iglesia, no estaré obedeciendo
esta Palabra.»
Cierto, la Biblia nos ordena no dejar nuestra congregación.
Pero un cristiano no necesita pertenecer a una denominación no
escrituraria (ni a una comunión no denominacional) para
obedecer a la Escritura. El Señor Jesús dijo: «Porque donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt. 18:20).
Si la Palabra de Dios nos manda que nos congreguemos, desde luego
también debe decirnos cómo debemos hacerlo. Y
vemos esto como una confirmación de que Dios tiene ciertamente
un modelo según el que deben los cristianos reunirse para el
culto y el ministerio.
La separación no es aislamiento
Cuando la Palabra de Dios se refiere a la separación, no
está refiriéndose a un aislamiento. Ninguno de los
escritores del Nuevo Testamento, al tratar acerca de la ruina y de la
confusión en el testimonio cristiano, presenta que la
respuesta sea que el cristiano se aísle. De hecho, dicen lo
contrario. El mismo pasaje de la Escritura que nos manda limpiarnos
de la confusión de la casa grande separándose de dicha
confusión nos dice también: «Sigue la
justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón
limpio invocan al Señor» (2 Ti. 2:22). Esto muestra
que debemos buscar la comunión con aquellos que tratan de
mantener los principios de la Palabra de Dios.
¡Más luz!
Un importante principio para ser guiados en un tiempo de
defección es: «Dejad de hacer lo malo; aprended a
hacer el bien» (Is. 1:16-17). No será hasta que
estemos preparados para separarnos de aquello que sabemos
erróneo en el ámbito de la profesión cristiana
que podremos esperar recibir luz para los siguientes pasos en el
camino. Cuando tratemos de andar en la luz que Dios nos ha dado, nos
dará más luz. «En tu luz veremos la
luz» (Sal. 36:9). Este es un principio constante en toda
la Escritura.
Abraham es un ejemplo de eso. Dios lo llamó mientras
vivía en la tierra de Ur de los Caldeos, y le mandó que
fuera a un lugar en la tierra de Canaán que le
mostraría a su debido tiempo (Gn. 12:1-3; Hch. 7:2-3). Por la
fe «salió sin saber adónde iba»
(He. 11:8). Cuando se detuvo en el camino en Harán y se
estableció allí, no recibió más luz ni
comunicación de parte de Dios para su camino (Gn. 11:31). No
fue hasta que hubo continuado su viaje hasta la tierra de
Canaán, como el Señor le había mandado, que
recibió una nueva comunicación del Señor (Gn.
12:4-7). Y lo mismo nos sucede a nosotros en el camino de la fe. Es
algo como los faros de un automóvil que se desplaza en medio
de la noche. Sólo dan luz al viajero para 70 a 100 metros a la
vez. Al ir moviéndose el vehículo, el conductor tiene
luz para la carretera para los siguientes 70 a 100 metros. Pero si el
automóvil se detiene, el conductor no tiene luz para
más adelante. Y recordemos, es a aquellos que estén
dispuestos a hacer la voluntad de Dios, cueste lo que cueste,
que les será dado conocer la verdad (Jn. 7:17).
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