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EL ORDEN DE DIOS
para los cristianos que se reúnen
para el Culto y el Ministerio

La respuesta bíblica al orden eclesiástico tradicional

Por Bruce Anstey



IIIª Sección

«
Entonces, ¿a dónde debería ir?»

Después que alguien ha descubierto que ha estado en un círculo de comunión en la Cristiandad que presenta mucho orden de hechura humana y se ha separado del mismo, entonces puede que se pregunte: «Entonces, ¿a dónde debería ir?»

Cuando contemplamos todos los nombres y las divisiones en el desorden de la Cristiandad, ésta es desde luego una cuestión que puede llevar a la perplejidad. Pero, sin dudarlo ni un momento, respondemos: «A Dios y a la palabra de su gracia» (Hch. 20:32). Debemos buscar la mente de Dios en Su Palabra. Si todos están de acuerdo en que la Palabra de Dios debe ser la guía para el cristiano, entonces será en Su Palabra que deberemos buscar para encontrar la clase de comunión cristiana donde Él querría vernos. Preguntamos entonces: «¿Qué denominación indica la Palabra de Dios a la cual debo unirme?» La respuesta es que a ninguna, porque no habla de unirse a denominaciones. «Entonces no puedo pertenecer a ninguna, porque si lo hago, ¡me situaré en una situación en la que la Palabra de Dios no me ha situado!»

Volviendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, descubrimos que no nos ha dejado sin luz tocante a esta cuestión. «Resplandeció en las tinieblas una luz para los rectos» (Sal. 112:4; Sal. 119:105, 130). Su Palabra dice: «Y éste es el amor, que andemos según sus mandamientos. Éste es el mandamiento, tal como lo oísteis desde el principio, para que andéis en él» (2 Jn. 6). Esto indica de manera clara que en un día de defección y de confusión, cuando las enseñanzas y prácticas malas prevalecen en el testimonio cristiano (porque este es el contexto de esta Segunda Epístola, véase vv. 7-11), debemos volver a lo que era «desde el principio»: los primeros principios del cristianismo. Debemos volver a la Palabra de Dios y ver cómo se reunía la iglesia primitiva para el culto y el ministerio, y que eso sea nuestro modelo.

La Iglesia no aparece en el Antiguo Testamento

Cuando buscamos en la Palabra de Dios para estudiar el orden y la función de la iglesia, debemos buscar en el Nuevo Testamento, y en particular en las epístolas. Allí es donde se expone la verdad de la iglesia.

Una de las claves mayores para comprender lo que es la iglesia es contemplar que no forma parte de la revelación del Antiguo Testamento. Cristo y Su iglesia es el gran misterio de Dios (Ef. 5:32). Misterio, en su sentido bíblico, no significa algo difícil de comprender, sino un secreto que Dios ha guardado oculto desde antes de la fundación del mundo (Ro. 16:25). El gran secreto de los propósitos eternos de Dios es que cuando Israel rechazase a su Mesías (Cristo) y, por consiguiente, fuese echada a un lado temporalmente en los tratos de Dios, que entonces el Espíritu Santo recogería por medio del evangelio, de entre todas las naciones, a creyentes de los judíos y de los gentiles para constituir una compañía celestial de santos que sería unida a Cristo como Su cuerpo y esposa. Esto es algo que estaba oculto en el corazón de Dios, y que no fue revelado en el Antiguo Testamento (Ef. 3:9). Los pertenecientes a otras edades no supieron nada de esto, porque no tuvo siquiera comienzo hasta el día de Pentecostés (Mt. 16:18, «edificaré»; Hch. 2:1-3, 47; 11:15). Así, este secreto no fue dado a conocer hasta los tiempos del Nuevo Testamento, por medio del ministerio especial del apóstol Pablo (Ef. 3:2-5, 9; Col. 1:24-27).

El misterio no es Cristo en Su persona, ni Su perfecta vida en este mundo como Hombre, ni Su muerte y resurrección, ni Su venida a reinar sobre este mundo en poder y gloria. Esas cosas fueron todas anunciadas en las Escrituras del Antiguo Testamento. ¡El maravilloso secreto es que Cristo tendrá la iglesia (Su cuerpo y esposa) a Su lado en aquel día venidero cuando reinará públicamente sobre este mundo! Desde el día de Pentecostés hasta la venida de Cristo (el arrebatamiento) Dios llama a gentes de todas las naciones por el evangelio para tener parte de este maravilloso privilegio (Hch. 15:14).

Ahora bien, siendo que la verdad de la iglesia no forma parte del Antiguo Testamento, ¡no recurrimos a él para aprender cómo la iglesia debería adorar y funcionar en cuanto a su administración, por cuanto no está ahí! Eso es de enorme importancia. Es algo que las iglesias denominacionales (y no denominacionales) han comprendido mal.

El Antiguo Testamento es un libro de tipos
y figuras para el cristiano

No decimos con esto que los cristianos no deban leer el Antiguo Testamento. Bien al contrario: «Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Ti. 3:16). El Nuevo Testamento deja bien claro que «las cosas que se escribieron en el pasado, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por medio de la paciencia y de la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Ro. 15:4). Esto muestra que aunque el Antiguo Testamento no fue escrito a nosotros como cristianos, sí que fue escrito para nosotros. Pero es de la mayor importancia que veamos que aparte de las cuestiones morales (las cuales nunca cambian ante Dios), la manera en que los cristianos deben leer y aplicar el Antiguo Testamento es como tipo y figura. Las cosas que se registran en las Escrituras del Antiguo Testamento son ahora tipos y figuras para nosotros como cristianos (1 Co. 10:11; He. 8:5; 9:9, 23-24; 10:1; 11:19; 1 Co. 9:9-10; Gá. 4:24; Ro. 4:23; 5:14; Jn. 5:39; Lc. 24:27, 44). Somos instruidos por el Antiguo Testamento aprendiendo los principios subyacentes en el mismo.

El judaísmo no es un modelo para el culto cristiano

Con todo, las iglesias de hechura humana en la Cristiandad han ignorado la llana enseñanza de la Escritura que dice que el tabernáculo es una figura del verdadero santuario al que ahora tenemos acceso por el Espíritu (He. 9:8-9, 23-24, RV). En lugar de ello, han usado el tabernáculo ¡como modelo para sus edificios eclesiales! Han tomado prestadas muchas cosas del Antiguo Testamento en un sentido literal para sus lugares de culto y para sus servicios religiosos. Con ello, se pierde de vista el verdadero significado de lo que significan aquellas cosas en sentido figurado. En la Cristiandad se han erigido magníficos edificios y catedrales siguiendo el modelo del templo del Antiguo Testamento. A veces designan esos edificios como «Templo» o «Tabernáculo», siguiendo el judaísmo del Antiguo Testamento. Algunas denominaciones han llegado hasta el extremo de acordonar una parte del edificio como más santo que el resto; y se refieren a ello como «el santuario», como en el tabernáculo del Antiguo Testamento. Todo esto deja patente que los cristianos han perdido de vista hace ya mucho tiempo la realidad de que la casa de Dios hoy es una «casa espiritual» formada por personas redimidas (1 Co. 3:9; Ef. 2:19-22; He. 3:6; 1 P. 2:5), y no una casa material literal.

También han constituido a una clase especial de personas (el clero) en distinción a los laicos (el pueblo) que llevan a cabo los servicios religiosos en lugar del pueblo, así como el sacerdocio aarónico había sido separado del resto de los israelitas para que ministrasen en el santuario. También tienen orquestas y coros como los que David y Salomón habían dispuesto para su culto judaico en el templo. ¿De dónde viene todo esto? ¿Hay alguna autoridad procedente de la Escritura para que la iglesia esté haciendo tal cosa? Podríamos dar una lista de más de dos docenas de puntos que practican las denominaciones y que han sido adoptadas de manera literal procedente del judaísmo. Es cierto que han alterado esas cosas hasta cierto punto, para conjugarlas con su idea de lo que es el cristianismo, pero todas esas cosas siguen teniendo todo el aderezo judaico.

Los edificios de iglesia —¿una ayuda
o un obstáculo para el evangelio?

El público en general se ha acostumbrado tanto a los edificios de iglesia y a las catedrales, que creen que es el ideal de Dios. En la manera de pensar de la mayoría de la gente son sinónimos del cristianismo. Pero el Nuevo Testamento ni siquiera insinúa que ése sea el designio de Dios para la iglesia. Hay al menos cuatro razones por las que esos edificios relacionados con el cristianismo tienden a estorbar en lugar de ayudar al evangelio.

1) No son escriturarios. Como ya hemos visto, sencillamente son inconsecuentes con la verdad del cristianismo del Nuevo Testamento. Las personas pueden ser llevadas a creer que el cristianismo es una continuación del judaísmo, sólo con algunas nuevas alteraciones cristianas. Pueden llegar a concluir erróneamente que Dios habita «en templos hechos por manos humanas», y que sólo puede ser adorado en ellos (Hch. 17:24-25).

2) Dan un falso mensaje al mundo. Al erigir enormes edificios, la iglesia demuestra de una manera práctica que está más preocupada por su propia comodidad que por las personas necesitadas. Las personas pueden ser inducidas a creer que Dios sólo está interesado en el dinero.

3) No son económicos. Poner este énfasis en edificios lujosos mientras hay millones de personas en el mundo con necesidades espirituales y materiales es simplemente un mal uso del dinero. La mayoría de los fondos que la iglesia recibe en sus colectas debería ser para apoyar el evangelio y para la diseminación de la verdad, no para modernos programas de construcción de edificios y de organizaciones paraeclesiales. Los pesados pagos del capital y del interés tienden a inducir a los líderes de la iglesia a animar a que se dé más generosamente en las ofrendas para poder pagar el edificio y su mantenimiento. Con los miles de dólares que se reciben semanalmente, parece que la iglesia no tiene tantos problemas en cuanto a las ofrendas que recibe como en cuanto a qué dedicar los fondos que recibe.

4) Es difícil conseguir que la gente asista a reuniones en los monumentales edificios de iglesia relacionados con el cristianismo. Esos imponentes edificios tienden a disuadir, y no a atraer, a personas con poca o ninguna influencia cristiana. Todo ello les es generalmente repulsivo. (¡La gente del mundo parece tener un mejor criterio de lo que es apropiado para el cristianismo que los mismos cristianos!) Hay una vigorosa reacción en contra del formalismo, en particular entre los jóvenes. Hay también un temor a que se les pida dinero. Pero muchas de estas mismas personas están bien dispuestas a asistir a un estudio bíblico conversacional en una casa o en un local con menos pretensiones. Se sienten más cómodas en una atmósfera informal y no profesional, y por ello son más susceptibles a recibir el evangelio.

El cristianismo es de carácter celestial

Si vamos a comprender lo que es el verdadero cristianismo, debemos ver que el judaísmo y el cristianismo son en realidad dos tipos distintos y contrapuestos de culto. El judaísmo es una forma terrenal de acercarse a Dios en adoración, por parte de un pueblo terrenal con esperanzas terrenales y con una herencia terrenal. El cristianismo es un orden de adoración celestial para un pueblo celestial que tiene esperanzas celestiales y una herencia celestial (He. 3:1; Col. 1:5; Fil. 3:20; 1 P. 1:4).

Consiguientemente, en el verdadero cristianismo no tenemos la observancia de días santos ni de festividades religiosas especiales, porque esas cosas pertenecen a la religión terrenal. Cuando los gálatas se volvieron en pos de los elementos débiles y rudimentarios de la religión terrenal, el Apóstol Pablo les dijo: «¿Cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar de nuevo? Seguís observando los días, los meses, las estaciones y los años» (Gá. 4:9-10). Israel observaba días santos religiosos especiales porque tenían una religión terrenal. Esto era correcto y apropiado en su caso, pero la iglesia no tiene tal cosa. Sin embargo, las denominaciones han perdido mayormente de vista el llamamiento celestial de la iglesia y se han inventado días religiosos especiales como Viernes Santo, Todos Santos, Cuaresma, etc. Esas cosas no se encuentran en ningún lugar de la Biblia. Colosenses 2:16-17 nos dice: «Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados.» Hay tan solo un día que debería tener significado para el cristiano, y éste es «el día del Señor» —el primer día de la semana (Ap. 1:10).

El verdadero cristianismo está
 «fuera del campamento»

El Nuevo Testamento indica que la iglesia primitiva, que era predominantemente judía, abandonó aquel orden judaico de cosas por el verdadero cristianismo. La carga de la Epístola a los Hebreos es mostrar que el culto cristiano está realmente en contraposición al culto judaico, en lugar de ser una extensión del mismo.

Después de elaborar toda una serie de argumentos a este fin en la epístola, la conclusión de toda la cuestión es exhortar a la iglesia a que abandone totalmente aquel orden judaico de cosas para seguir al Señor Jesucristo, que actualmente está fuera de todo ello. Dice: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13). El «campamento» es un término que designa al judaísmo y a todos los principios y prácticas relacionados con él. Un judío no tendría dificultad alguna para comprender lo que significaba este término, porque se usaba en el Antiguo Testamento en relación con Israel y Jerusalén. La iglesia primitiva obedeció (después de una cierta insistencia) porque comprendieron que el cristianismo no era simplemente una ligera alteración del judaísmo, como muchos cristianos piensan en la actualidad, sino un modo totalmente «nuevo» de acercarse a Dios en adoración (He. 10:20). Era algo difícil para un judío al principio, y fue la causa de la redacción de las epístolas hebreo-cristianas. Esas epístolas (Hebreos, Santiago, 1 Pedro) están especialmente dedicadas a tomar al judío convertido fuera del judaísmo y a establecerle en el cristianismo. Son también muy aplicables para la iglesia hoy, siendo que se ha sumergido en un orden de cosas inspirado en el judaísmo.

Por cuanto las llamadas iglesias de la Cristiandad han asumido esos elementos judaicos y los han entretejido en su sistema de culto, de modo que ha venido a formar parte integrante de sus servicios, Hebreos 13:13 es en principio una exhortación muy necesaria en nuestros días. Debemos dejar «el campamento» allí donde lo veamos; ¡tanto si aparece en las sinagogas judías como en las iglesias de hechura humana en la cristiandad! Este versículo que hemos citado (He. 13:13) también nos da otra razón por la que debemos separarnos de las iglesias denominacionales (y no denominacionales). Nos exhorta a salir a Cristo, que está fuera de este orden de cosas, porque el judaísmo es un orden de culto (aunque originalmente establecido por Dios) que ha sido ahora desechado.

La adoración cristiana es «en espíritu y en verdad»

Este cambio en la manera de acercarse a Dios en adoración fue anunciado por primera vez por el Señor Jesús a la mujer samaritana junto al pozo de Sicar. Dijo: «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre» (Jn. 4:21). Aquel «monte» (Gerizim) era el lugar donde adoraban los samaritanos; y «Jerusalén» era el lugar donde Israel adoraba a Jehová. Por eso aprendemos que el orden terrenal de cosas iba a tener fin. (En otros pasajes se nos dice que después que la iglesia sea llamada a su hogar en el cielo en la venida del Señor —el arrebatamiento—, el judaísmo volverá a tomar su puesto en la tierra con Israel, y luego será adoptado por los gentiles convertidos, porque es la forma apropiada para que un pueblo terrenal adore a Dios. Ezequiel 40—48.)

El Señor Jesús también dijo a la mujer samaritana que la primera diferencia en el culto cristiano es que, en tanto que Israel adoraba a Jehová, los cristianos adorarían ahora «al Padre». Ésta es una revelación cristiana, porque el Padre no era conocido en el Antiguo Testamento.

Además, le mostró que iba a haber un cambio en el carácter de la adoración. El Señor dijo: «Pero llega la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4:23-24). Adorar «en espíritu y en verdad» es una adoración espiritual según la revelación de la verdad. Se trataba de algo que no era característico del culto de Israel, porque el Señor indicó claramente que era algo que estaba para empezar. El culto de Israel a Jehová era mediante rituales y ceremonias. Tenían una religión ideada para, si era posible, inducir al hombre en la carne a adorar a Dios. Esto se debía a que entonces el hombre estaba todavía bajo prueba (desde Adán hasta la cruz de Cristo hay cuarenta siglos y cuarenta es un número que denota prueba). Por ello, para conseguir este fin se emplearon prácticamente todos los medios externos en el nombre de la religión. Pero los cristianos no necesitan una religión de ritos y ceremonias para adorar a Dios como lo hacía Israel, porque ahora tenemos acceso por el Espíritu a la misma presencia de Dios (Ef. 2:18; 3:12; He. 10:19-22). En el cristianismo, el culto es ayudado por el Espíritu Santo morando en los Suyos, no por los esfuerzos de las manos de los hombres (Fil. 3:3; Hch. 17:24-25). Ésta es una bendición que Israel no poseía. La Escritura dice que el culto cristiano es un «camino nuevo y vivo» (He. 10:20). Es «nuevo» porque no es una imitación del judaísmo, y es «vivo» porque se precisa poseer una nueva vida para acercarse a Dios de esta manera.

Sacrificios espirituales

Por todo lo anterior, los sacrificios cristianos no son algo externo, como en el judaísmo, sino que son «sacrificios espirituales» (1 P. 2:5; He. 13:15; Jn. 4:23; Fil. 3:3). Por cuanto un cristiano adora en espíritu y en verdad, podría estar sentado inmóvil en una silla, y allí podría producirse en su espíritu una verdadera alabanza y adoración a Dios mediante el Espíritu Santo morando en él. Esto es un verdadero culto celestial. El cristiano no precisa de una orquesta ni de un coro para suscitar la adoración de su corazón, como en el caso de Israel en el judaísmo. Adorar con ayuda de instrumentos musicales es en realidad adorar sobre un terreno judaico. La mezcla del conocimiento y de la revelación del cristianismo con el orden judaico de adoración, que es esencialmente lo que están haciendo la mayoría de las llamadas iglesias en la Cristiandad, no resulta en un verdadero cristianismo. En el cielo no habrá necesidad de esas cosas externas en el culto de Dios, y no tenemos necesidad de ellas ahora, porque podemos adorar a Dios ahora de ese modo celestial. De ahí que no leamos de ningún caso en el libro de Hechos ni en las Epístolas en el que los cristianos adorasen al Señor tocando instrumentos musicales. En el cristianismo sólo leemos de cantar «con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones» (Ef. 5:19). Esta distinción entre el culto cristiano y el judaico parece ser pasada por alto en las denominaciones.

No decimos que un cristiano no pueda tocar música; sencillamente, que no tiene lugar en el culto cristiano. J. N. Darby comenta: «Si pudiera ayudar a dormir a un padre enfermo con música, tocaría la más hermosa que pudiera encontrar; pero sólo estropea cualquier adoración al introducir el placer de los sentidos en aquello que debiera ser el poder del Espíritu de Dios.»

Vino nuevo en odres nuevos

Sin embargo, muchos cristianos insisten en que el modo de Israel de acercarse a Dios en adoración es en verdad el modelo para el culto cristiano. Preguntamos: «Si el modo de adoración de Israel en el Antiguo Testamento es el modelo para el culto cristiano, ¿por qué entonces dice la Escritura que el culto cristiano es un camino "nuevo" de adoración?» (He. 10:20).

El Señor sabía que se daría el intento de unir el viejo orden de cosas al nuevo orden en el cristianismo, y advirtió que ello sería como poner un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo, o vino nuevo en odres viejos (Lc. 5:36-39). El resultado sería que ambas cosas se echarían a perder. Eso es precisamente lo que ha sucedido en la esfera de la profesión cristiana. Luego prosiguió diciendo que el «vino nuevo» ha de ponerse en «odres nuevos». Esto significa que los nuevos elementos relacionados con el culto cristiano deben emplazarse en un nuevo marco cristiano adecuado para tal culto. El Señor dijo también que cuando se le da a probar el «vino nuevo» del cristianismo a uno que está acostumbrado al vino viejo de las cosas judaicas, dirá al principio que el añejo es mejor (Lc. 5:39). Uno que esté unido emocionalmente a aquel orden externo de culto que atrae tanto a los sentidos no lo dejará fácilmente. La epístola a los Hebreos trata cuidadosamente acerca de este problema. Va tomando un rasgo del judaísmo tras otro, y los compara con lo que tenemos ahora en el cristianismo, y llega a la conclusión, casi en cada capítulo, de que nosotros tenemos algo «mejor» (He. 1:4; 6:9; 7:7, 19, 22; 8:6; 9:23; 10:34; 11:4, 16, 35, 40; 12:24).

Los cristianos deben reunirse para el culto y el ministerio
en el Nombre del Señor Jesucristo y esperar la conducción del Espíritu

Mirando en el Nuevo Testamento como nuestra guía para la operación de una asamblea cristiana, vemos que el gran designio de Dios es exaltar a Su Hijo, el Señor Jesucristo. Aprendemos que Dios piensa hasta tal punto en Su Hijo que ha puesto el mayor valor en su Nombre. La Biblia dice que Él «le otorgó el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra, y debajo de la tierra (los seres infernales)» (Fil. 2:9-10; Ef. 1:20). El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que cuando la iglesia se formase después de Su muerte (en Pentecostés), entonces Su Nombre sería el punto de reunión de ellos. Les dijo: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt. 18:20). La iglesia primitiva actuaba así. Se reunían en aquel Nombre glorioso del Señor Jesús cuando se congregaban para el culto, el ministerio y otras funciones de la asamblea (1 Co. 5:4). No reconocían otro nombre que el Suyo. ¡Y este sigue siendo el modelo de Dios para la iglesia en la actualidad!

Desde luego, el Señor Jesús es digno de que no aceptemos otro nombre más que el Suyo. Pero, ¿qué deben pensar los ángeles, que conocen y se deleitan en el exaltado Nombre de Jesús, cuando ven a los cristianos congregándose en la tierra para el culto? Ven al pueblo redimido de Dios llevando toda especie de nombres denominacionales y no denominacionales. Preguntamos, «¿llevará el pueblo del Señor esos nombres en el cielo? ¿Habrá presbiterianos, bautistas, cristianos reformados, metodistas, pentecostales, Alianza Cristiana, etc., allá arriba?» No, todos los otros nombres caerán de inmediato. El Nombre de Cristo será supremo en el cielo. Y el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt. 6:10). A pesar de esto, los cristianos en la tierra siguen queriendo congregarse bajo toda clase de nombres sectarios, aunque admiten que en el cielo no habrá tal cosa. Si orásemos con sinceridad, «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra», tendríamos que abandonar todo nombre y secta en la tierra, como se hace en el cielo.

Dios da el más grande valor al Nombre de Jesús, ¡pero los hombres dicen que no importa qué nombre lleves! ¡Qué distinto es en la actualidad a como era en los días de los apóstoles. En su tiempo, Jesús era el excelso Nombre en torno al cual se congregaban; la exaltación de todo otro nombre, incluso si se trataba del de Pablo o de Cefas, era denunciada por el Espíritu de Dios como carnalidad y cisma (1 Co. 1:12; 3:3-5).

Si nosotros, por fe, sencillamente reconociésemos nuestra debilidad, y tomásemos nuestro puesto de dependencia expresa en Dios; si nos congregásemos al Nombre del Señor Jesús por el Espíritu, descubriríamos que Cristo está en medio, como Él lo prometió. Incluso si hubiere sólo dos o tres que tratasen de actuar en obediencia a esta Palabra, experimentarían el gozo de Su presencia con ellos. Puede que seamos denigrados por parte de otros cristianos por reunirnos de una manera tan sencilla (He. 13:13), pero tendremos también la feliz confianza de que estamos congregados de la manera que la Escritura establece para nosotros. Esto se debe a que hay un gozo incluido en hacer la voluntad de Dios que es conocido sólo por aquellos que la hacen.

La práctica bíblica de la reunión de los cristianos

Además de reunirnos al Nombre del Señor Jesucristo, aprendemos por el Nuevo Testamento que la iglesia primitiva también se reunía para al menos cuatro propósitos principales. Dice: «Y se ocupaban asiduamente en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hch. 2:42). Esos son los mismos propósitos para los cuales debería reunirse la iglesia en la actualidad.

En primer lugar, la iglesia primitiva se reunía para aprender «la enseñanza de los apóstoles». También nosotros necesitamos reuniones específicas para aprender la verdad de la Escritura. Sin embargo, muchos cristianos no consideran que la doctrina sea importante. A muchos les parece que en realidad, siempre y cuando todos nos llevemos bien y amemos al Señor, no importa demasiado lo que uno mantenga doctrinalmente. La enseñanza bíblica en las denominaciones refleja generalmente esta clase de actitud. El énfasis de la mayoría de los sermones recae usualmente en algún tema práctico de la vida cristiana. La consecuencia es que la mayoría no se arraiga en la verdad. Muchos amados cristianos pasan la vida «llevados por doquiera de todo viento de doctrina» que les llega (Ef. 4:14). Necesitamos tener reuniones como las que tenía la iglesia primitiva, abiertas a la dirección del Espíritu, donde dos o tres puedan dirigirse a los santos con una palabra de exhortación, o con una presentación de la verdad (1 Co. 14:26-32). Además, una reunión de lectura bíblica, donde se leen las Escrituras, y donde los hermanos tienen la oportunidad de exponer el pasaje para la edificación de la iglesia, es también un medio viable de comunicar la verdad «que ha sido una vez dada a los santos» (1 Ti. 4:13; Jud. 3). Esta es la forma en que Dios querría que Su pueblo fuese establecido en la verdad.

La iglesia primitiva también se reunía para la «comunión» cristiana. Muchos cristianos contemplan la comunión como nada más que reunirse con otros cristianos para recreo y deporte. Desde luego, no hay nada malo con recrearse, pero la comunión cristiana es la comunión acerca de temas cristianos. Esas son cosas divinas que tenemos en común con los demás miembros del cuerpo de Cristo. En la iglesia primitiva, esto, indudablemente, tenía lugar cuando se reunían para aprender la doctrina de los apóstoles, porque está estrechamente relacionado con ello en este versículo. Sin embargo, no deberíamos limitar nuestra comunión con otros creyentes sólo a las ocasiones en que estemos reunidos para aprender la verdad; necesitamos visitarnos unos a otros.

Además, la iglesia primitiva se reunía también para «el partimiento del pan». Después que fuese establecida la iglesia, se reunían cada primer día de la semana (el día del Señor, o domingo), para partir el pan (Hch. 20:7). Éste es un privilegio que también tenemos nosotros, como el Señor pidió: «Haced esto en memoria de mí» (Lc. 22:19). Sin embargo, esto es una vez más algo que aparentemente no tiene tanta importancia para los cristianos de hoy, porque la mayoría de los grupos eclesiales celebran la Cena del Señor una vez por mes, o una vez cada tres meses. Además, la manera en que se celebra es a menudo difícilmente reconocible en comparación con lo que tenemos en la Escritura. Incluso cuando se lleva a cabo, es generalmente algo que se introduce durante unos pocos minutos en medio de los «servicios de la iglesia». A menudo se hace con una compañía mezclada de creyentes e incrédulos, aunque cuando el Señor instituyó la Cena, indicó que sólo verdaderos creyentes podían partir el pan en memoria de Él (Jn. 13:30; Lc. 22:19; 1 Co. 11:23-26). Él quiere que aquellos que Él ha redimido se tomen tiempo para meditar en Él; que consideren, hasta donde sea posible, el gran precio de la redención de que han sido objetos.

Y, por fin, se reunían en ocasiones regulares para «las oraciones» (Hch. 4:23-31; 12:12-17). El plural indica que tenían ocasiones específicas en las que acudían para este propósito. Por ello, la iglesia primitiva tenía reuniones de oración en las que expresaban colectivamente su dependencia en el Señor para sus necesidades. Una vez más esto es lo que está tristemente ausente en la iglesia en la actualidad. Muchos grupos cristianos tienen sólo reuniones el domingo. La reunión de oración entre semana casi ha desaparecido en muchos lugares. Y los que tienen reuniones de oración generalmente tienen poca asistencia. Esto sólo demuestra que los cristianos hoy no deben considerar importante la reunión de oración. Sin embargo, el Señor desea que Su pueblo se reúna con regularidad para la oración.

Esas son las clases principales de reuniones para las que se congregaba la iglesia primitiva, y son las que necesitamos hoy en la iglesia. Son esenciales para la salud espiritual de una asamblea, y son la razón por la que Dios nos las ha registrado en Su Palabra. La «enseñanza de los apóstoles» constituye nuestra «comunión», el «partimiento del pan» la expresa, y las «oraciones» la mantienen. Esas cuatro cosas han recibido el nombre de las «cuatro anclas» de la vida de asamblea. (Hay otra clase de reunión de asamblea que la Escritura indica, una reunión para disciplina; pero es una reunión de carácter distinto 1 Co. 5:4-5.)

Ahora preguntamos otra vez: «¿Necesitamos todos los adminículos de la Cristiandad para hacer esas sencillas cosas?» ¡No! La iglesia primitiva no las necesitaba, y nosotros tampoco las necesitamos. Entonces, ¿por qué no volver al cristianismo puro y sencillo que se encuentra en la Biblia, y poder descubrir la bendición que conlleva?

Las consecuencias prácticas de soltar las cuatro anclas

Si soltamos cualquiera de esas «anclas», habrá graves consecuencias prácticas que se harán sentir en nuestras vidas. Una ilustración de esto lo tenemos en Hechos 27. Cuando los marinos cortaron las cuatro anclas, pronto cayeron sobre escollos y naufragaron (Hch. 27:29, 40-41, cp. 1 Ti. 1:19). Lo mismo que aquellos marinos, algunos cristianos creen que pueden dejar ir esas cuatro importantes instituciones y que no sucederá nada, pero más tarde o más temprano irán a la deriva por los peligros de la vida. Preguntemos: «¿Cuántas de esas anclas tenemos en nuestra vida?» Sin reuniones específicamente dirigidas para esos propósitos, vamos a ir a la deriva en alguna área de nuestras vidas cristianas.

Sin «la enseñanza de los apóstoles» no seremos «confirmados en la verdad presente» (2 P. 1:12). Y por ello mismo seremos «fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Ef. 4:14). J. N. Darby lo expresa así: «Ningún cristiano conoce su verdadero lugar sin ella.» La verdad ha sido «dada a los santos» por medio de los apóstoles (Jue. 3). No fue dada a los apóstoles, sino a nosotros por medio de los apóstoles. Ellos no son los terminales de la verdad, sino que fueron meramente canales por medio de los que la verdad llegase a nosotros. Por tanto, la doctrina cristiana es para el conocimiento y la práctica de cada cristiano. Prestemos atención a la doctrina, porque en relación con ella hay una salvación práctica (1 Ti. 4:15-16). No podemos vivir de manera apropiada sin ella.

Sin «comunión» con otros cristianos en las cosas divinas, no recibiremos corrección ni ajuste en nuestros pensamientos sobre la doctrina, ni en ningunas faltas o peculiaridades personales que pudiéramos padecer. La compañía de otros cristianos nos servirá en esta área. Además, si no andamos en comunión práctica con nuestros hermanos, surgirán malos entendidos, y esto lleva a menudo a luchas y contiendas (Fil. 2:2-3).

Sin el «partimiento del pan», nuestros corazones pueden enfriarse. La Cena del Señor es una ocasión en la que recordamos al Señor en Su muerte; recordamos entonces Su amor por nosotros que le hizo sufrir en nuestro lugar en la cruz. La meditación en tal amor eleva nuestros corazones hacia Él (2 Co. 5:14; Cnt. 1:2-4).

Sin la «oración», nuestras vidas se volverán independientes de Él, que es nuestra Cabeza. Comenzaremos a escoger nuestra propia vía por la vida, sin asirnos a la Cabeza (Col. 2:19). Sin depender del Señor para cada paso del camino, daremos pasos que seguramente nos apartarán de Su voluntad para nosotros.

Tres cosas tangibles peculiares del cristianismo

Cuando volvemos al sencillo cristianismo que aparece en la Palabra de Dios, vemos que hay realmente sólo tres cosas tangibles en todo el nuevo orden de adoración cristiana. Tenemos la ordenanza del bautismo, la ordenanza de la Cena del Señor, y la Biblia. (Quizá podría haber una cuarta si añadimos a esto la colecta 1 Co. 16:1-2. Por cuanto generalmente se hace junto con la Cena del Señor, la hemos incluido aquí.) Esto se debe a que el cristianismo es un sistema de fe: «porque por fe andamos, no por vista» (2 Co. 5:7). Poseyendo una nueva vida y el Espíritu de Dios morando en nosotros, no necesitamos nada más para practicar el cristianismo. Los cristianos podrían reunirse para el culto y el ministerio en una casa, en una cocina o en un granero, etc., y si se hiciese en conformidad a la Palabra de Dios y al Espíritu de Dios, tendrían al Señor en medio de ellos. La Cena del Señor fue instituida en su momento en una estancia para huéspedes en una casa de Jerusalén (Lc. 22:7-20). Todo lo que necesitaban era Su presencia en medio de ellos.

Ahora preguntamos: «¿Dónde están todos los ornamentos de la religión profesional de la cristiandad en este sencillo modelo para la reunión de los cristianos para el culto y el ministerio? ¿Dónde está la necesidad de construir enormes catedrales? ¿Dónde está la necesidad de complicadas organizaciones denominacionales? ¿Dónde está la necesidad de orquestas, de entretenimiento y de dinero, que tantas veces es el rasgo característico de las denominaciones en la Cristiandad?» La respuesta es que todo esto es innecesario y se desvanece. Si es cierto que el cristianismo sólo nos trae tres cosas tangibles, todo lo demás queda barrido de un plumazo. Pero, ¿dónde está Cristo en esta sencilla manera de reunirse? ¡Él está en medio, donde ha prometido estar! (Mt. 18:20).

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Traducción: © Copyright Santiago Escuain 1998
© Copyright SEDIN 2006 para esta presentación electrónica, www.sedin.org. Este texto se puede reproducir libremente para fines no comerciales y citando la procedencia y dirección de SEDIN, así como esta nota en su integridad.


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