EL ORDEN DE DIOS
para los cristianos que se
reúnen
para el Culto y el Ministerio
La respuesta bíblica al orden eclesiástico
tradicional
Por
Bruce Anstey
IIIª Sección
«Entonces, ¿a
dónde debería ir?»
Después que alguien ha descubierto que ha estado en un
círculo de comunión en la Cristiandad que presenta
mucho orden de hechura humana y se ha separado del mismo, entonces
puede que se pregunte: «Entonces, ¿a dónde
debería ir?»
Cuando contemplamos todos los nombres y las divisiones en el
desorden de la Cristiandad, ésta es desde luego una
cuestión que puede llevar a la perplejidad. Pero, sin dudarlo
ni un momento, respondemos: «A Dios y a la palabra de su
gracia» (Hch. 20:32). Debemos buscar la mente de Dios en
Su Palabra. Si todos están de acuerdo en que la Palabra de
Dios debe ser la guía para el cristiano, entonces será
en Su Palabra que deberemos buscar para encontrar la clase de
comunión cristiana donde Él querría vernos.
Preguntamos entonces: «¿Qué denominación
indica la Palabra de Dios a la cual debo unirme?» La respuesta
es que a ninguna, porque no habla de unirse a denominaciones. «Entonces no puedo pertenecer a ninguna, porque si lo hago,
¡me situaré en una situación en la que la Palabra
de Dios no me ha situado!»
Volviendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, descubrimos que no
nos ha dejado sin luz tocante a esta cuestión. «Resplandeció en las tinieblas una luz para los
rectos» (Sal. 112:4; Sal. 119:105, 130). Su Palabra dice: «Y éste es el amor, que andemos según sus
mandamientos. Éste es el mandamiento, tal como lo
oísteis desde el principio, para que
andéis en él» (2 Jn. 6). Esto indica de
manera clara que en un día de defección y de
confusión, cuando las enseñanzas y prácticas
malas prevalecen en el testimonio cristiano (porque este es el
contexto de esta Segunda Epístola, véase vv. 7-11),
debemos volver a lo que era «desde el
principio»: los primeros principios del cristianismo.
Debemos volver a la Palabra de Dios y ver cómo se
reunía la iglesia primitiva para el culto y el ministerio, y
que eso sea nuestro modelo.
La Iglesia no aparece en el Antiguo
Testamento
Cuando buscamos en la Palabra de Dios para estudiar el orden y la
función de la iglesia, debemos buscar en el Nuevo
Testamento, y en particular en las epístolas. Allí
es donde se expone la verdad de la iglesia.
Una de las claves mayores para comprender lo que es la iglesia es
contemplar que no forma parte de la revelación del Antiguo
Testamento. Cristo y Su iglesia es el gran misterio de Dios (Ef.
5:32). Misterio, en su sentido bíblico, no significa algo
difícil de comprender, sino un secreto que Dios ha guardado
oculto desde antes de la fundación del mundo (Ro. 16:25). El
gran secreto de los propósitos eternos de Dios es que cuando
Israel rechazase a su Mesías (Cristo) y, por consiguiente,
fuese echada a un lado temporalmente en los tratos de Dios, que
entonces el Espíritu Santo recogería por medio del
evangelio, de entre todas las naciones, a creyentes de los
judíos y de los gentiles para constituir una
compañía celestial de santos que sería unida a
Cristo como Su cuerpo y esposa. Esto es algo que estaba oculto en el
corazón de Dios, y que no fue revelado en el Antiguo
Testamento (Ef. 3:9). Los pertenecientes a otras edades no supieron
nada de esto, porque no tuvo siquiera comienzo hasta el día de
Pentecostés (Mt. 16:18, «edificaré»; Hch. 2:1-3, 47; 11:15).
Así, este secreto no fue dado a conocer hasta los tiempos del
Nuevo Testamento, por medio del ministerio especial del
apóstol Pablo (Ef. 3:2-5, 9; Col. 1:24-27).
El misterio no es Cristo en Su persona, ni Su perfecta vida en
este mundo como Hombre, ni Su muerte y resurrección, ni Su
venida a reinar sobre este mundo en poder y gloria. Esas cosas fueron
todas anunciadas en las Escrituras del Antiguo Testamento. ¡El
maravilloso secreto es que Cristo tendrá la iglesia (Su
cuerpo y esposa) a Su lado en aquel día venidero cuando
reinará públicamente sobre este mundo! Desde el
día de Pentecostés hasta la venida de Cristo (el
arrebatamiento) Dios llama a gentes de todas las naciones por el
evangelio para tener parte de este maravilloso privilegio (Hch.
15:14).
Ahora bien, siendo que la verdad de la iglesia no forma parte del
Antiguo Testamento, ¡no recurrimos a él para aprender
cómo la iglesia debería adorar y funcionar en cuanto a
su administración, por cuanto no está ahí!
Eso es de enorme importancia. Es algo que las iglesias
denominacionales (y no denominacionales) han comprendido mal.
El Antiguo Testamento es un libro de tipos
y figuras para el cristiano
No decimos con esto que los cristianos no deban leer el Antiguo
Testamento. Bien al contrario: «Toda Escritura es inspirada
por Dios, y útil para enseñar, para redargüir,
para corregir, para instruir en justicia» (2 Ti. 3:16). El
Nuevo Testamento deja bien claro que «las cosas que se
escribieron en el pasado, para nuestra enseñanza se
escribieron, a fin de que por medio de la paciencia y de la
consolación de las Escrituras, tengamos esperanza»
(Ro. 15:4). Esto muestra que aunque el Antiguo Testamento no fue
escrito a nosotros como cristianos, sí que fue escrito
para nosotros. Pero es de la mayor importancia que veamos que
aparte de las cuestiones morales (las cuales nunca cambian ante
Dios), la manera en que los cristianos deben leer y aplicar el
Antiguo Testamento es como tipo y figura. Las cosas que se registran
en las Escrituras del Antiguo Testamento son ahora tipos y figuras
para nosotros como cristianos (1 Co. 10:11; He. 8:5; 9:9, 23-24;
10:1; 11:19; 1 Co. 9:9-10; Gá. 4:24; Ro. 4:23; 5:14; Jn. 5:39;
Lc. 24:27, 44). Somos instruidos por el Antiguo Testamento
aprendiendo los principios subyacentes en el mismo.
El judaísmo no es un modelo para el culto
cristiano
Con todo, las iglesias de hechura humana en la Cristiandad han
ignorado la llana enseñanza de la Escritura que dice que el
tabernáculo es una figura del verdadero santuario al
que ahora tenemos acceso por el Espíritu (He. 9:8-9, 23-24,
RV). En lugar de ello, han usado el tabernáculo ¡como
modelo para sus edificios eclesiales! Han tomado prestadas muchas
cosas del Antiguo Testamento en un sentido literal para sus lugares
de culto y para sus servicios religiosos. Con ello, se pierde de
vista el verdadero significado de lo que significan aquellas cosas en
sentido figurado. En la Cristiandad se han erigido magníficos
edificios y catedrales siguiendo el modelo del templo del Antiguo
Testamento. A veces designan esos edificios como «Templo» o «Tabernáculo»,
siguiendo el judaísmo del Antiguo Testamento. Algunas
denominaciones han llegado hasta el extremo de acordonar una parte
del edificio como más santo que el resto; y se refieren a ello
como «el santuario», como en el tabernáculo del
Antiguo Testamento. Todo esto deja patente que los cristianos han
perdido de vista hace ya mucho tiempo la realidad de que la casa de
Dios hoy es una «casa espiritual» formada por
personas redimidas (1 Co. 3:9; Ef. 2:19-22; He. 3:6; 1 P. 2:5), y no
una casa material literal.
También han constituido a una clase especial de personas
(el clero) en distinción a los laicos (el pueblo) que llevan a
cabo los servicios religiosos en lugar del pueblo, así como el
sacerdocio aarónico había sido separado del resto de
los israelitas para que ministrasen en el santuario. También
tienen orquestas y coros como los que David y Salomón
habían dispuesto para su culto judaico en el templo. ¿De
dónde viene todo esto? ¿Hay alguna autoridad procedente
de la Escritura para que la iglesia esté haciendo tal cosa?
Podríamos dar una lista de más de dos docenas de puntos
que practican las denominaciones y que han sido adoptadas de manera
literal procedente del judaísmo. Es cierto que han alterado
esas cosas hasta cierto punto, para conjugarlas con su idea de lo que
es el cristianismo, pero todas esas cosas siguen teniendo todo el
aderezo judaico.
Los edificios de iglesia —¿una ayuda
o un obstáculo para el evangelio?
El público en general se ha acostumbrado tanto a los
edificios de iglesia y a las catedrales, que creen que es el ideal de
Dios. En la manera de pensar de la mayoría de la gente son
sinónimos del cristianismo. Pero el Nuevo Testamento ni
siquiera insinúa que ése sea el designio de Dios para
la iglesia. Hay al menos cuatro razones por las que esos edificios
relacionados con el cristianismo tienden a estorbar en lugar de
ayudar al evangelio.
1) No son escriturarios. Como ya hemos visto,
sencillamente son inconsecuentes con la verdad del cristianismo del
Nuevo Testamento. Las personas pueden ser llevadas a creer que el
cristianismo es una continuación del judaísmo,
sólo con algunas nuevas alteraciones cristianas. Pueden llegar
a concluir erróneamente que Dios habita «en templos
hechos por manos humanas», y que sólo puede ser
adorado en ellos (Hch. 17:24-25).
2) Dan un falso mensaje al mundo. Al erigir enormes edificios, la
iglesia demuestra de una manera práctica que está
más preocupada por su propia comodidad que por las personas
necesitadas. Las personas pueden ser inducidas a creer que Dios
sólo está interesado en el dinero.
3) No son económicos. Poner este énfasis en
edificios lujosos mientras hay millones de personas en el mundo con
necesidades espirituales y materiales es simplemente un mal uso del
dinero. La mayoría de los fondos que la iglesia recibe en sus
colectas debería ser para apoyar el evangelio y para la
diseminación de la verdad, no para modernos programas de
construcción de edificios y de organizaciones paraeclesiales.
Los pesados pagos del capital y del interés tienden a inducir
a los líderes de la iglesia a animar a que se dé
más generosamente en las ofrendas para poder pagar el edificio
y su mantenimiento. Con los miles de dólares que se reciben
semanalmente, parece que la iglesia no tiene tantos problemas en
cuanto a las ofrendas que recibe como en cuanto a qué dedicar
los fondos que recibe.
4) Es difícil conseguir que la gente asista a reuniones en
los monumentales edificios de iglesia relacionados con el
cristianismo. Esos imponentes edificios tienden a disuadir, y no a
atraer, a personas con poca o ninguna influencia cristiana. Todo ello
les es generalmente repulsivo. (¡La gente del mundo parece tener
un mejor criterio de lo que es apropiado para el cristianismo que los
mismos cristianos!) Hay una vigorosa reacción en contra del
formalismo, en particular entre los jóvenes. Hay
también un temor a que se les pida dinero. Pero muchas de
estas mismas personas están bien dispuestas a asistir a un
estudio bíblico conversacional en una casa o en un local con
menos pretensiones. Se sienten más cómodas en una
atmósfera informal y no profesional, y por ello son más
susceptibles a recibir el evangelio.
El cristianismo es de carácter celestial
Si vamos a comprender lo que es el verdadero cristianismo, debemos
ver que el judaísmo y el cristianismo son en realidad dos
tipos distintos y contrapuestos de culto. El judaísmo es una
forma terrenal de acercarse a Dios en adoración, por
parte de un pueblo terrenal con esperanzas terrenales y
con una herencia terrenal. El cristianismo es un orden de
adoración celestial para un pueblo celestial que
tiene esperanzas celestiales y una herencia celestial
(He. 3:1; Col. 1:5; Fil. 3:20; 1 P. 1:4).
Consiguientemente, en el verdadero cristianismo no tenemos la
observancia de días santos ni de festividades religiosas
especiales, porque esas cosas pertenecen a la religión
terrenal. Cuando los gálatas se volvieron en pos de los
elementos débiles y rudimentarios de la religión
terrenal, el Apóstol Pablo les dijo: «¿Cómo es que os volvéis de nuevo a los
débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis
volver a esclavizar de nuevo? Seguís observando los
días, los meses, las estaciones y los años»
(Gá. 4:9-10). Israel observaba días santos religiosos
especiales porque tenían una religión terrenal. Esto
era correcto y apropiado en su caso, pero la iglesia no tiene tal
cosa. Sin embargo, las denominaciones han perdido mayormente de vista
el llamamiento celestial de la iglesia y se han inventado días
religiosos especiales como Viernes Santo, Todos Santos, Cuaresma,
etc. Esas cosas no se encuentran en ningún lugar de la Biblia.
Colosenses 2:16-17 nos dice: «Por tanto, nadie os juzgue en
comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o
sábados.» Hay tan solo un día que
debería tener significado para el cristiano, y éste es «el día del Señor» —el primer
día de la semana (Ap. 1:10).
El verdadero cristianismo está
«fuera del campamento»
El Nuevo Testamento indica que la iglesia primitiva, que era
predominantemente judía, abandonó aquel orden judaico
de cosas por el verdadero cristianismo. La carga de la
Epístola a los Hebreos es mostrar que el culto cristiano
está realmente en contraposición al culto judaico, en
lugar de ser una extensión del mismo.
Después de elaborar toda una serie de argumentos a este fin
en la epístola, la conclusión de toda la
cuestión es exhortar a la iglesia a que abandone totalmente
aquel orden judaico de cosas para seguir al Señor Jesucristo,
que actualmente está fuera de todo ello. Dice: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando
su vituperio» (He. 13:13). El «campamento» es un
término que designa al judaísmo y a todos los
principios y prácticas relacionados con él. Un
judío no tendría dificultad alguna para comprender lo
que significaba este término, porque se usaba en el Antiguo
Testamento en relación con Israel y Jerusalén. La
iglesia primitiva obedeció (después de una cierta
insistencia) porque comprendieron que el cristianismo no era
simplemente una ligera alteración del judaísmo, como
muchos cristianos piensan en la actualidad, sino un modo totalmente «nuevo» de acercarse a Dios en adoración
(He. 10:20). Era algo difícil para un judío al
principio, y fue la causa de la redacción de las
epístolas hebreo-cristianas. Esas epístolas (Hebreos,
Santiago, 1 Pedro) están especialmente dedicadas a tomar al
judío convertido fuera del judaísmo y a
establecerle en el cristianismo. Son también muy aplicables
para la iglesia hoy, siendo que se ha sumergido en un orden de cosas
inspirado en el judaísmo.
Por cuanto las llamadas iglesias de la Cristiandad han asumido
esos elementos judaicos y los han entretejido en su sistema de culto,
de modo que ha venido a formar parte integrante de sus servicios,
Hebreos 13:13 es en principio una exhortación muy necesaria en
nuestros días. Debemos dejar «el campamento»
allí donde lo veamos; ¡tanto si aparece en las sinagogas
judías como en las iglesias de hechura humana en la
cristiandad! Este versículo que hemos citado (He. 13:13)
también nos da otra razón por la que debemos separarnos
de las iglesias denominacionales (y no denominacionales). Nos exhorta
a salir a Cristo, que está fuera de este orden de
cosas, porque el judaísmo es un orden de culto (aunque
originalmente establecido por Dios) que ha sido ahora desechado.
La adoración cristiana es «en
espíritu y en verdad»
Este cambio en la manera de acercarse a Dios en
adoración
fue anunciado por primera vez por el Señor Jesús a la
mujer samaritana junto al pozo de Sicar. Dijo: «Mujer,
créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre» (Jn. 4:21). Aquel
«monte» (Gerizim) era el lugar donde adoraban los
samaritanos; y «Jerusalén» era el lugar donde
Israel adoraba a Jehová. Por eso aprendemos que el orden
terrenal de cosas iba a tener fin. (En otros pasajes se nos dice que
después que la iglesia sea llamada a su hogar en el cielo en
la venida del Señor —el arrebatamiento—, el judaísmo
volverá a tomar su puesto en la tierra con Israel, y luego
será adoptado por los gentiles convertidos, porque es la forma
apropiada para que un pueblo terrenal adore a Dios. Ezequiel 40—48.)
El Señor Jesús también dijo a la mujer
samaritana que la primera diferencia en el culto cristiano es que, en
tanto que Israel adoraba a Jehová, los cristianos
adorarían ahora «al Padre». Ésta
es una revelación cristiana, porque el Padre no era conocido
en el Antiguo Testamento.
Además, le mostró que iba a haber un cambio en el
carácter de la adoración. El Señor dijo: «Pero llega la hora, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad» (Jn. 4:23-24). Adorar «en
espíritu y en verdad» es una adoración
espiritual según la revelación de la verdad. Se trataba
de algo que no era característico del culto de Israel, porque
el Señor indicó claramente que era algo que estaba para
empezar. El culto de Israel a Jehová era mediante rituales y
ceremonias. Tenían una religión ideada para, si era
posible, inducir al hombre en la carne a adorar a Dios. Esto se
debía a que entonces el hombre estaba todavía bajo
prueba (desde Adán hasta la cruz de Cristo hay cuarenta siglos
y cuarenta es un número que denota prueba). Por ello, para
conseguir este fin se emplearon prácticamente todos los medios
externos en el nombre de la religión. Pero los cristianos no
necesitan una religión de ritos y ceremonias para adorar a
Dios como lo hacía Israel, porque ahora tenemos acceso por el
Espíritu a la misma presencia de Dios (Ef. 2:18; 3:12; He.
10:19-22). En el cristianismo, el culto es ayudado por el
Espíritu Santo morando en los Suyos, no por los esfuerzos de
las manos de los hombres (Fil. 3:3; Hch. 17:24-25). Ésta es
una bendición que Israel no poseía. La Escritura dice
que el culto cristiano es un «camino nuevo y vivo» (He.
10:20). Es «nuevo» porque no es una
imitación del judaísmo, y es «vivo» porque se precisa poseer una nueva vida
para acercarse a Dios de esta manera.
Sacrificios espirituales
Por todo lo anterior, los sacrificios cristianos no son algo
externo, como en el judaísmo, sino que son «sacrificios
espirituales» (1 P. 2:5; He. 13:15; Jn. 4:23; Fil. 3:3). Por
cuanto un cristiano adora en espíritu y en verdad,
podría estar sentado inmóvil en una silla, y
allí podría producirse en su espíritu una
verdadera alabanza y adoración a Dios mediante el
Espíritu Santo morando en él. Esto es un verdadero
culto celestial. El cristiano no precisa de una orquesta ni de un
coro para suscitar la adoración de su corazón, como en
el caso de Israel en el judaísmo. Adorar con ayuda de
instrumentos musicales es en realidad adorar sobre un terreno
judaico. La mezcla del conocimiento y de la revelación del
cristianismo con el orden judaico de adoración, que es
esencialmente lo que están haciendo la mayoría de las
llamadas iglesias en la Cristiandad, no resulta en un verdadero
cristianismo. En el cielo no habrá necesidad de esas cosas
externas en el culto de Dios, y no tenemos necesidad de ellas ahora,
porque podemos adorar a Dios ahora de ese modo celestial. De
ahí que no leamos de ningún caso en el libro de Hechos
ni en las Epístolas en el que los cristianos adorasen al
Señor tocando instrumentos musicales. En el cristianismo
sólo leemos de cantar «con himnos y cánticos
espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros
corazones» (Ef. 5:19). Esta distinción entre el
culto cristiano y el judaico parece ser pasada por alto en las
denominaciones.
No decimos que un cristiano no pueda tocar música;
sencillamente, que no tiene lugar en el culto cristiano. J. N. Darby
comenta: «Si pudiera ayudar a dormir a un padre enfermo con
música, tocaría la más hermosa que pudiera
encontrar; pero sólo estropea cualquier adoración al
introducir el placer de los sentidos en aquello que debiera ser el
poder del Espíritu de Dios.»
Vino nuevo en odres nuevos
Sin embargo, muchos cristianos insisten en que el modo de Israel
de acercarse a Dios en adoración es en verdad el modelo para
el culto cristiano. Preguntamos: «Si el modo de
adoración de Israel en el Antiguo Testamento es el modelo para
el culto cristiano, ¿por qué entonces dice la Escritura
que el culto cristiano es un camino "nuevo" de
adoración?» (He. 10:20).
El Señor sabía que se daría el intento de
unir el viejo orden de cosas al nuevo orden en el cristianismo, y
advirtió que ello sería como poner un remiendo de
paño nuevo en un vestido viejo, o vino nuevo en odres viejos
(Lc. 5:36-39). El resultado sería que ambas cosas se
echarían a perder. Eso es precisamente lo que ha sucedido en
la esfera de la profesión cristiana. Luego prosiguió
diciendo que el «vino nuevo» ha de ponerse en «odres nuevos». Esto significa que los nuevos elementos
relacionados con el culto cristiano deben emplazarse en un nuevo
marco cristiano adecuado para tal culto. El Señor dijo
también que cuando se le da a probar el «vino
nuevo» del cristianismo a uno que está acostumbrado al
vino viejo de las cosas judaicas, dirá al principio que el
añejo es mejor (Lc. 5:39). Uno que esté unido
emocionalmente a aquel orden externo de culto que atrae tanto a los
sentidos no lo dejará fácilmente. La epístola a
los Hebreos trata cuidadosamente acerca de este problema. Va tomando
un rasgo del judaísmo tras otro, y los compara con lo que
tenemos ahora en el cristianismo, y llega a la conclusión,
casi en cada capítulo, de que nosotros tenemos algo «mejor» (He. 1:4; 6:9; 7:7, 19, 22; 8:6; 9:23;
10:34; 11:4, 16, 35, 40; 12:24).
Los cristianos deben reunirse para el culto y el
ministerio
en el Nombre del Señor Jesucristo y esperar la
conducción del Espíritu
Mirando en el Nuevo Testamento como nuestra guía para la
operación de una asamblea cristiana, vemos que el gran
designio de Dios es exaltar a Su Hijo, el Señor Jesucristo.
Aprendemos que Dios piensa hasta tal punto en Su Hijo que ha puesto
el mayor valor en su Nombre. La Biblia dice que Él «le otorgó el nombre que es sobre todo nombre, para
que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que
están en los cielos, en la tierra, y debajo de la tierra (los
seres infernales)» (Fil. 2:9-10; Ef. 1:20). El
Señor Jesús dijo a Sus discípulos que cuando la
iglesia se formase después de Su muerte (en
Pentecostés), entonces Su Nombre sería el punto de
reunión de ellos. Les dijo: «Porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy
en medio de ellos» (Mt. 18:20). La iglesia primitiva
actuaba así. Se reunían en aquel Nombre glorioso del
Señor Jesús cuando se congregaban para el culto, el
ministerio y otras funciones de la asamblea (1 Co. 5:4). No
reconocían otro nombre que el Suyo. ¡Y este sigue
siendo el modelo de Dios para la iglesia en la actualidad!
Desde luego, el Señor Jesús es digno de que no
aceptemos otro nombre más que el Suyo. Pero, ¿qué
deben pensar los ángeles, que conocen y se deleitan en el
exaltado Nombre de Jesús, cuando ven a los cristianos
congregándose en la tierra para el culto? Ven al pueblo
redimido de Dios llevando toda especie de nombres denominacionales y
no denominacionales. Preguntamos, «¿llevará el
pueblo del Señor esos nombres en el cielo? ¿Habrá
presbiterianos, bautistas, cristianos reformados, metodistas,
pentecostales, Alianza Cristiana, etc., allá arriba?»
No, todos los otros nombres caerán de inmediato. El Nombre de
Cristo será supremo en el cielo. Y el Señor
Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra» (Mt. 6:10). A pesar de esto,
los cristianos en la tierra siguen queriendo congregarse bajo toda
clase de nombres sectarios, aunque admiten que en el cielo no
habrá tal cosa. Si orásemos con sinceridad, «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra», tendríamos que
abandonar todo nombre y secta en la tierra, como se hace en el cielo.
Dios da el más grande valor al Nombre de Jesús,
¡pero los hombres dicen que no importa qué nombre lleves!
¡Qué distinto es en la actualidad a como era en los
días de los apóstoles. En su tiempo, Jesús era
el excelso Nombre en torno al cual se congregaban; la
exaltación de todo otro nombre, incluso si se trataba del de
Pablo o de Cefas, era denunciada por el Espíritu de Dios como
carnalidad y cisma (1 Co. 1:12; 3:3-5).
Si nosotros, por fe, sencillamente reconociésemos nuestra
debilidad, y tomásemos nuestro puesto de dependencia expresa
en Dios; si nos congregásemos al Nombre del Señor
Jesús por el Espíritu, descubriríamos que Cristo
está en medio, como Él lo prometió. Incluso si
hubiere sólo dos o tres que tratasen de actuar en obediencia a
esta Palabra, experimentarían el gozo de Su presencia con
ellos. Puede que seamos denigrados por parte de otros cristianos por
reunirnos de una manera tan sencilla (He. 13:13), pero tendremos
también la feliz confianza de que estamos congregados de la
manera que la Escritura establece para nosotros. Esto se debe a que
hay un gozo incluido en hacer la voluntad de Dios que es conocido
sólo por aquellos que la hacen.
La práctica bíblica de la reunión
de los cristianos
Además de reunirnos al Nombre del Señor Jesucristo,
aprendemos por el Nuevo Testamento que la iglesia primitiva
también se reunía para al menos cuatro
propósitos principales. Dice: «Y se ocupaban
asiduamente en la enseñanza de los apóstoles, en la
comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones» (Hch. 2:42). Esos son los mismos
propósitos para los cuales debería reunirse la iglesia
en la actualidad.
En primer lugar, la iglesia primitiva se reunía para
aprender «la enseñanza de los
apóstoles». También nosotros necesitamos
reuniones específicas para aprender la verdad de la Escritura.
Sin embargo, muchos cristianos no consideran que la doctrina sea
importante. A muchos les parece que en realidad, siempre y cuando
todos nos llevemos bien y amemos al Señor, no importa
demasiado lo que uno mantenga doctrinalmente. La enseñanza
bíblica en las denominaciones refleja generalmente esta clase
de actitud. El énfasis de la mayoría de los sermones
recae usualmente en algún tema práctico de la vida
cristiana. La consecuencia es que la mayoría no se arraiga en
la verdad. Muchos amados cristianos pasan la vida «llevados
por doquiera de todo viento de doctrina» que les llega (Ef.
4:14). Necesitamos tener reuniones como las que tenía la
iglesia primitiva, abiertas a la dirección del
Espíritu, donde dos o tres puedan dirigirse a los santos con
una palabra de exhortación, o con una presentación de
la verdad (1 Co. 14:26-32). Además, una reunión de
lectura bíblica, donde se leen las Escrituras, y donde los
hermanos tienen la oportunidad de exponer el pasaje para la
edificación de la iglesia, es también un medio viable
de comunicar la verdad «que ha sido una vez dada a los
santos» (1 Ti. 4:13; Jud. 3). Esta es la forma en que Dios
querría que Su pueblo fuese establecido en la verdad.
La iglesia primitiva también se reunía para la «comunión» cristiana. Muchos cristianos
contemplan la comunión como nada más que reunirse con
otros cristianos para recreo y deporte. Desde luego, no hay nada malo
con recrearse, pero la comunión cristiana es la
comunión acerca de temas cristianos. Esas son cosas divinas
que tenemos en común con los demás miembros del cuerpo
de Cristo. En la iglesia primitiva, esto, indudablemente,
tenía lugar cuando se reunían para aprender la doctrina
de los apóstoles, porque está estrechamente relacionado
con ello en este versículo. Sin embargo, no deberíamos
limitar nuestra comunión con otros creyentes sólo a las
ocasiones en que estemos reunidos para aprender la verdad;
necesitamos visitarnos unos a otros.
Además, la iglesia primitiva se reunía
también para «el partimiento del pan».
Después que fuese establecida la iglesia, se reunían
cada primer día de la semana (el día del Señor,
o domingo), para partir el pan (Hch. 20:7). Éste es un
privilegio que también tenemos nosotros, como el Señor
pidió: «Haced esto en memoria de mí» (Lc.
22:19). Sin embargo, esto es una vez más algo que
aparentemente no tiene tanta importancia para los cristianos de hoy,
porque la mayoría de los grupos eclesiales celebran la Cena
del Señor una vez por mes, o una vez cada tres meses.
Además, la manera en que se celebra es a menudo
difícilmente reconocible en comparación con lo que
tenemos en la Escritura. Incluso cuando se lleva a cabo, es
generalmente algo que se introduce durante unos pocos minutos en
medio de los «servicios de la iglesia». A menudo se
hace con una compañía mezclada de creyentes e
incrédulos, aunque cuando el Señor instituyó la
Cena, indicó que sólo verdaderos creyentes
podían partir el pan en memoria de Él (Jn. 13:30; Lc.
22:19; 1 Co. 11:23-26). Él quiere que aquellos que Él
ha redimido se tomen tiempo para meditar en Él; que
consideren, hasta donde sea posible, el gran precio de la
redención de que han sido objetos.
Y, por fin, se reunían en ocasiones regulares para «las oraciones» (Hch. 4:23-31; 12:12-17). El
plural indica que tenían ocasiones específicas en las
que acudían para este propósito. Por ello, la iglesia
primitiva tenía reuniones de oración en las que
expresaban colectivamente su dependencia en el Señor para sus
necesidades. Una vez más esto es lo que está
tristemente ausente en la iglesia en la actualidad. Muchos grupos
cristianos tienen sólo reuniones el domingo. La reunión
de oración entre semana casi ha desaparecido en muchos
lugares. Y los que tienen reuniones de oración generalmente
tienen poca asistencia. Esto sólo demuestra que los cristianos
hoy no deben considerar importante la reunión de
oración. Sin embargo, el Señor desea que Su pueblo se
reúna con regularidad para la oración.
Esas son las clases principales de reuniones para las que se
congregaba la iglesia primitiva, y son las que necesitamos hoy en la
iglesia. Son esenciales para la salud espiritual de una asamblea, y
son la razón por la que Dios nos las ha registrado en Su
Palabra. La «enseñanza de los
apóstoles» constituye nuestra «comunión», el «partimiento del
pan» la expresa, y las «oraciones» la
mantienen. Esas cuatro cosas han recibido el nombre de las «cuatro anclas» de la vida de asamblea. (Hay otra clase
de reunión de asamblea que la Escritura indica, una
reunión para disciplina; pero es una reunión de
carácter distinto 1 Co. 5:4-5.)
Ahora preguntamos otra vez: «¿Necesitamos todos los
adminículos de la Cristiandad para hacer esas sencillas
cosas?» ¡No! La iglesia primitiva no las necesitaba, y
nosotros tampoco las necesitamos. Entonces, ¿por qué no
volver al cristianismo puro y sencillo que se encuentra en la Biblia,
y poder descubrir la bendición que conlleva?
Las consecuencias prácticas de soltar las cuatro
anclas
Si soltamos cualquiera de esas «anclas»,
habrá graves consecuencias prácticas que se
harán sentir en nuestras vidas. Una ilustración de esto
lo tenemos en Hechos 27. Cuando los marinos cortaron las cuatro
anclas, pronto cayeron sobre escollos y naufragaron (Hch. 27:29,
40-41, cp. 1 Ti. 1:19). Lo mismo que aquellos marinos, algunos
cristianos creen que pueden dejar ir esas cuatro importantes
instituciones y que no sucederá nada, pero más tarde o
más temprano irán a la deriva por los peligros de la
vida. Preguntemos: «¿Cuántas de esas anclas
tenemos en nuestra vida?» Sin reuniones específicamente
dirigidas para esos propósitos, vamos a ir a la deriva en
alguna área de nuestras vidas cristianas.
Sin «la enseñanza de los
apóstoles» no seremos «confirmados en la
verdad presente» (2 P. 1:12). Y por ello mismo seremos «fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de
doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean
con astucia las artimañas del error» (Ef. 4:14). J. N.
Darby lo expresa así: «Ningún cristiano conoce
su verdadero lugar sin ella.» La verdad ha sido «dada
a los santos» por medio de los apóstoles (Jue.
3). No fue dada a los apóstoles, sino a nosotros por
medio de los apóstoles. Ellos no son los terminales de la
verdad, sino que fueron meramente canales por medio de los que la
verdad llegase a nosotros. Por tanto, la doctrina cristiana es para
el conocimiento y la práctica de cada cristiano. Prestemos
atención a la doctrina, porque en relación con ella hay
una salvación práctica (1 Ti. 4:15-16). No podemos
vivir de manera apropiada sin ella.
Sin «comunión» con otros cristianos en
las cosas divinas, no recibiremos corrección ni ajuste en
nuestros pensamientos sobre la doctrina, ni en ningunas faltas o
peculiaridades personales que pudiéramos padecer. La
compañía de otros cristianos nos servirá en esta
área. Además, si no andamos en comunión
práctica con nuestros hermanos, surgirán malos
entendidos, y esto lleva a menudo a luchas y contiendas (Fil. 2:2-3).
Sin el «partimiento del pan», nuestros
corazones pueden enfriarse. La Cena del Señor es una
ocasión en la que recordamos al Señor en Su muerte;
recordamos entonces Su amor por nosotros que le hizo sufrir en
nuestro lugar en la cruz. La meditación en tal amor eleva
nuestros corazones hacia Él (2 Co. 5:14; Cnt. 1:2-4).
Sin la «oración», nuestras vidas se
volverán independientes de Él, que es nuestra Cabeza.
Comenzaremos a escoger nuestra propia vía por la vida, sin
asirnos a la Cabeza (Col. 2:19). Sin depender del Señor para
cada paso del camino, daremos pasos que seguramente nos
apartarán de Su voluntad para nosotros.
Tres cosas tangibles peculiares del cristianismo
Cuando volvemos al sencillo cristianismo que aparece en la Palabra
de Dios, vemos que hay realmente sólo tres cosas
tangibles en todo el nuevo orden de adoración cristiana.
Tenemos la ordenanza del bautismo, la ordenanza de la Cena del
Señor, y la Biblia. (Quizá podría haber una
cuarta si añadimos a esto la colecta 1 Co. 16:1-2. Por cuanto
generalmente se hace junto con la Cena del Señor, la hemos
incluido aquí.) Esto se debe a que el cristianismo es un
sistema de fe: «porque por fe andamos, no por
vista» (2 Co. 5:7). Poseyendo una nueva vida y el
Espíritu de Dios morando en nosotros, no necesitamos nada
más para practicar el cristianismo. Los cristianos
podrían reunirse para el culto y el ministerio en una casa, en
una cocina o en un granero, etc., y si se hiciese en conformidad a la
Palabra de Dios y al Espíritu de Dios, tendrían al
Señor en medio de ellos. La Cena del Señor fue
instituida en su momento en una estancia para huéspedes en una
casa de Jerusalén (Lc. 22:7-20). Todo lo que necesitaban era
Su presencia en medio de ellos.
Ahora preguntamos: «¿Dónde están todos
los ornamentos de la religión profesional de la cristiandad en
este sencillo modelo para la reunión de los cristianos para el
culto y el ministerio? ¿Dónde está la necesidad de
construir enormes catedrales? ¿Dónde está la
necesidad de complicadas organizaciones denominacionales?
¿Dónde está la necesidad de orquestas, de
entretenimiento y de dinero, que tantas veces es el rasgo
característico de las denominaciones en la
Cristiandad?» La respuesta es que todo esto es innecesario y
se desvanece. Si es cierto que el cristianismo sólo nos trae
tres cosas tangibles, todo lo demás queda barrido de un
plumazo. Pero, ¿dónde está Cristo en esta sencilla
manera de reunirse? ¡Él está en medio, donde ha
prometido estar! (Mt. 18:20).
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