EL ORDEN DE DIOS
para los cristianos que se
reúnen
para el Culto y el Ministerio
La respuesta bíblica al orden eclesiástico
tradicional
Por
Bruce Anstey
VIª Sección
La esfera de las hermanas
en el ministerio en la iglesia
Otra área donde las llamadas iglesias de la Cristiandad se
han apartado del orden de Dios es respecto al puesto y al ministerio
de las hermanas. Se podría plantear la pregunta: «¿Cree usted que una hermana puede ser una
ministro?» Respondemos: «Sí, lo creemos, porque
la Escritura lo dice así.» En Romanos 16:1 (RVR)
leemos: «Os recomiendo además nuestra hermana Febe,
la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea.» De hecho,
creemos que Dios querría que todas las hermanas en la iglesia
fuesen ministros: es decir, en el sentido bíblico de la
palabra. Sin embargo, si la pregunta se hace empleando la palabra «ministro» según la terminología
convencional, que presupone la falsa posición clerical,
entonces ni por un momento creemos que una hermana, ni para el caso
ningún hermano, pueda ocupar tal puesto. Por otra parte, es
bien evidente por la Escritura que el papel de las mujeres en la
iglesia no es de carácter público.
En cuanto a la oración pública, la Biblia dice: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo
lugar» (1 Ti. 2:8). No da tal exhortación a las
mujeres. Ellas deben orar, naturalmente, pero no «en todo
lugar», como en un foro público.
En cuanto a enseñar o predicar, la Palabra de Dios dice: «Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no
les es permitido hablar, sino que estén sometidas, como
también la ley lo dice» (1 Co. 14:34-38). Y: «La mujer aprenda en silencio, con toda sumisión.
Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre
el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado
primero, y después Eva; y Adán no fue engañado,
sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en
transgresión» (1 Ti. 2:11-12). También en
Primera Corintios 14:29 dice: «Asimismo, los profetas
hablen ...». No dice, «las profetisas
hablen.» En la iglesia de Tiatira había una mujer que
se había arrogado el papel de enseñante, y el
Señor expresa Su desaprobación diciendo: «Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa
mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe» (Ap.
2:20).
Asimismo, cuando se trata de ejercer la autoridad en los asuntos
administrativos de una asamblea local, la Palabra de Dios dice que
aquellos que están en aquel puesto deben ser «marido
de una sola mujer» (1 Ti. 3:2). La Palabra de Dios dice
también: «Y se reunieron los apóstoles y los
ancianos para considerar este asunto» (Hch. 15:6, y v. 7: «varones hermanos»). Esto muestra que las
mujeres, aunque formaban parte de la asamblea, no formaban parte del
liderazgo administrativo. La Escritura habla de «varones
principales entre los hermanos», pero nunca habla
favorablemente de mujeres guiando entre los hermanos (Hch. 15:22,
RVR). Ellas no deben «ejercer dominio sobre el hombre»
(1 Ti. 2:12).
Las hermanas tienen una gran área de ministerio que cumplir
para el Señor y que los hombres a menudo no pueden hacer. Pero
esas cosas pertenecen a la esfera doméstica. No tienen
necesidad de rivalizar con los hermanos en su esfera de ministerio
público y administración. La Escritura dice: «Las ancianas ... que enseñen a las mujeres
jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser
sensatas, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus
maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada»
(Tit. 2:4-5). Y: «quiero pues que las viudas jóvenes
se casen, críen hijos, gobiernen su casa ...» (1
Ti. 5:14). «Tu mujer será como fecunda vid en las
partes más interiores de tu casa» (Sal. 128:3, BAS,
margen). Se podrían citar muchas otras Escrituras para mostrar
la esfera en la que las hermanas deben ministrar.
Nos damos cuenta de que esto no es popular en la actualidad, y que
será particularmente difícil de aceptar por parte de
quienes se inclinan hacia la filosofía del Feminismo. Sin
embargo, la Biblia da al menos tres razones por las que las hermanas
deben tener un puesto de sujeción en el cristianismo.
Después que el Apóstol Pablo se refiere al puesto de
las hermanas en la casa de Dios en Primera Timoteo 2:9-12, pasa a
decir por qué, usando la palabra «Porque»
para comenzar el siguiente versículo (13).
1) Orden de creación. «Porque Adán fue formado primero,
después Eva» (1 Ti. 2:13). Dios pudo haber hecho
juntos al hombre y a la mujer, pero Él escogió hacer
primero a Adán. Lo hizo para indicar que era Su
intención desde el principio que el varón tuviese el
puesto de guía en la creación. Los hombres no se han
arrogado este puesto, sino que les ha sido dado por Dios. El hecho de
que Dios hiciese al varón el género más fuerte
de los dos indica que estaba en Su propósito que el hombre
tuviese el puesto de guía. También, la
constitución misma de la mujer es predominantemente emocional.
Esto es sumamente necesario para la esfera de servicio que Dios les
ha encomendado, pero puede ser calamitoso en la administración
y en otras responsabilidades de liderazgo, en las que las emociones
han de ser mantenidas bajo control. Dios dio la mujer al hombre para
que fuese su ayuda idónea y complemento, no su rival (Gn.
2:18; 1 Co. 11:9). Los dos se complementan maravillosamente el uno al
otro cuando operan en los ámbitos que Dios les ha designado.
2) Gubernamental. «Y Adán no fue
engañado, sino que la mujer, siendo engañada,
incurrió en transgresión» (1 Ti. 2:14).
Cuando Eva actuó con independencia y asumió el
liderazgo en la casa de Adán, vino la ruina. Desde aquel
momento, su puesto sería el de sujeción a su marido.
Ésta era la resolución gubernamental de Dios sobre
ella. El Señor dijo a la mujer: «tu deseo
será para tu marido, y él se enseñoreará
de ti» (Gn. 3:16). Una hermana que reconoce este puesto
que Dios le ha dado puede ser una verdadera bendición (Sal.
128:3, «como vid que lleva fruto»). En la Escritura,
las mujeres que rehusaron aceptar el puesto que Dios les había
asignado y que asumieron el liderazgo fueron generalmente causa de
perturbación y ruina (Gn. 3:6; Mt. 13:33; Ap. 2:20; 1 Co.
14:33-34). No debemos pensar que el gobierno de Dios recae
sólo sobre la mujer. El hombre está también bajo
el gobierno de Dios. Él es responsable para la
provisión de alimento y refugio para su familia (Gn. 3:17-19).
Un hombre que no haga esto es peor que un incrédulo (1 Ti.
5:8).
3. Testimonial: En otros pasajes, el Apóstol Pablo
dice: «Las casadas estén sometidas a sus propios
maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la
mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su
cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia
está sometida a Cristo, así también las casadas
lo estén a sus maridos en todo. ... Grande es este misterio;
mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef.
5:22-24, 32). Ésta es una tercera razón por la que las
mujeres cristianas deben asumir un puesto de sujeción. Las
hermanas que están en relación matrimonial pueden,
mediante su sujeción a sus maridos, exhibir ante el mundo una
pequeña imagen de la sujeción de la iglesia a Cristo.
¡Qué triste ver hoy que este orden es dejado de lado
en casi cada asamblea cristiana! Las Escrituras que hemos citado son
o bien torcidas, o bien consideradas como anticuadas y prejuiciadas.
Hoy las mujeres predican y enseñan desde púlpitos y
están en papeles que corresponden a ancianos en las diversas
llamadas iglesias. Sin embargo, las hermanas que han aceptado el
orden de Dios han encontrado una paz y un contentamiento en la
aceptación de la voluntad de Dios que va más
allá de toda explicación.
«¡Pero la Biblia dice que las mujeres
deben orar y profetizar!»
Algunos no creen que los pasajes citados de Primera Corintios
14:33-38 y Primera Timoteo 2:11-14 pueden referirse a la
predicación y a la enseñanza, porque iría en
directa contradicción a Primera Corintios 11:5, que dice: «Toda mujer que ora o profetiza ...». Se
argumenta que Dios no diría a las mujeres en un pasaje que
oren y profeticen, y que luego se volvería y les diría
que no lo hagan. Llegan a la conclusión de que el «hablar» en Primera Corintios 14 debe referirse a
algún problema local de Corinto, donde las mujeres
interrumpían el culto congregacional al hacer preguntas no
relacionadas que podían hacerse en casa.
En primer lugar, si creemos que la Biblia está inspirada
por el Dios infalible, entonces es cierto que debemos creer que no
hay contradicciones ni errores en Su santa Palabra. Si contemplamos
con más cuidado el pasaje de Primera Corintios 11, veremos que
el versículo que se refiere a mujeres orando y profetizando
(versículo 5) viene antes de las instrucciones a los
santos cuando se reúnen (versículo 17). El
versículo 17 de este capítulo marca un nuevo
párrafo y entra en el orden de cosas cuando los santos se
reúnen para el culto y el ministerio. Dice: «Pero al
daros las instrucciones que siguen, no os alabo; porque no os
congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer
lugar, cuando os reunís como iglesia, ...» A partir
de este versículo y hasta el final del capítulo 14, el
apóstol trata de cuestiones directamente relacionadas con la
reunión de los santos. Eso queda indicado por la
repetición de la frase «cuando os
reunís», o similares, por parte del apóstol
(1 Co. 11:17, 18, 20, 33, 34; 14:23, 26). Sin embargo, en los
versículos precedentes, cuando se menciona el tema de las
mujeres profetizando (vv. 1-16), no se está refiriendo a
actividades que tengan lugar exclusivamente cuando los santos
están reunidos para el ministerio. Es más amplio que
esto. R. K. Campbell dice: «Este pasaje (los vv. 2-16) permite
esta actividad de parte de una mujer, pero no indica cuándo
era ejercida. El capítulo 14 dice de manera bien clara que ese
ministerio de parte de las mujeres no está permitido en la
asamblea.» Esto muestra que Dios no impedía a las
hermanas que orasen y profetizasen. Tenían abundantes
oportunidades para hacerlo en su esfera doméstica fuera de las
reuniones públicas de la asamblea. Así, no hay
contradicción entre esos dos pasajes. El primero se refiere a «en la asamblea», como el versículo
especifica debidamente (1 Co. 14:34), y el otro se refiere a algo
más general, no a algo específico de la asamblea (1 Co.
11:5).
En segundo lugar, al responder a las objeciones que se presentan a
las claras declaraciones de la Escritura, nos encontramos
constantemente con las ideas que las personas han introducido
en las Escrituras. La suposición de que las mujeres de Corinto
perturbaban las reuniones con preguntas irrelevantes y con
murmuraciones es un ejemplo clásico de este tipo de
razonamiento. La Escritura no dice nada acerca de tales cosas. El
hábito del apóstol Pablo era totalmente contrario a
esto. No razonaba introduciendo sus pensamientos en las
Escrituras, sino que razonaba de lo que sacaba de las
Escrituras (Hch. 17:2). Ésta debería ser nuestra norma
de conducta.
Tercero, la palabra en la lengua original traducida «hablar» en Primera Corintios es la misma que se usa en
otras partes del capítulo, cuando se dice: «los
profetas hablen ...» o «si habla alguno ...». De
este modo, «hablar», en este versículo, se
refiere evidentemente a tomar parte pública en la
reunión, porque éste es el contexto del
capítulo.
«¡Pero en la Iglesia no debemos
contemplar
la distinción entre varón y mujer!»
Otros estarán de acuerdo en que Dios tiene papeles
distintivos para el varón y la mujer, creyendo que deben ser
observados, pero sólo en el ámbito de las relaciones
naturales en el hogar. Cuando se trata de la iglesia, creen que esas
distinciones entre varón y hembra no deben considerarse,
porque la Palabra de Dios dice: «Ya no hay judío ni
griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús»
(Gá. 3:28). Muchos teólogos piensan que esta
declaración universal predomina sobre los dictados más
estrechos de las otras declaraciones de Pablo en Primera Corintios 14
y de Primera Timoteo 2.
Este malentendido procede de no considerar la distinción
entre posición y práctica. La clave que
desenmaraña la confusión que pueda existir en las
mentes de algunos reside en comprender el significado de la frase «en Cristo Jesús». Describe nuestro
puesto de aceptación individual delante de Dios, en la misma
posición que Cristo ocupa ahora como Hombre en la gloria.
Denota la plena posición cristiana delante de Dios en
la nueva creación, y está inseparablemente ligada de la
morada del Espíritu Santo en el creyente. Pablo usa esta
expresión numerosas veces en sus epístolas (Ro. 8:1;
Ef. 1:6; 2 Co. 5:17; Gá. 6:15; Ef. 2:13, etc.). El argumento
en Gálatas 3:28 es que todos los creyentes, con independencia
de su nacionalidad, trasfondo social o sexo, se encuentran igualmente
en este lugar de aceptación delante de Dios. Es un
término posicional. Sin embargo, Primera Corintios 14 y
Primera Timoteo 2 se refieren a un orden práctico de
cosas entre los cristianos sobre la tierra. Así, tenemos dos
términos: «en Cristo» (Gá. 3:28) y «en las congregaciones» (1 Co. 14:34). Se
refieren a dos cosas diferentes. El primero se refiere a lo que los
santos son en el puesto de Cristo delante de Dios en el cielo
(«en Cristo»); el segundo se refiere a lo que son
cuando se congregan para el culto y el ministerio en la tierra
(«en las congregaciones»).
«¡Pero esas cosas sólo son
de aplicación en Corinto!»
Otros dicen que esta prohibición de que las mujeres hablen
en la asamblea era sólo de aplicación a Corinto, ciudad
particularmente señalada por sus mujeres estridentes y
libertinas. Esas mujeres corintias, cuando eran salvas, se
comportaban de una manera similar y causaban perturbaciones en las
reuniones. La respuesta de Pablo a este problema local fue que
estuviesen calladas hasta que aprendiesen a comportarse mejor. Por
tanto, llegan a la conclusión de que esta instrucción
no es aplicable a las mujeres en la iglesia en la actualidad. Una vez
más: es una mera suposición afirmar que las mujeres
estuviesen actuando de la manera que se describe. La Escritura no
dice que el problema fuese ése. Más aún, el
comienzo de esta epístola muestra que los principios que se
dan en la misma son para más allá de Corinto; son para «todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de
nuestro Señor Jesucristo» (1 Co. 1:2).
Además, el mismo pasaje en cuestión en Primera
Corintios 14 nos dice claramente que esta instrucción
trascendía a la asamblea en Corinto. Dice: «Como en
todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las
congregaciones» (1 Co. 14:33-34).
«¡Pero no queremos ahuyentar
a la gente del cristianismo!»
Algunos piensan que no deberíamos practicar esas cosas
porque podrían ofender a los inconversos (especialmente a las
mujeres) que contemplan el cristianismo. Son de la opinión que
esto podría hacer que esas personas se aparten definitivamente
de Dios porque pensarán que el cristianismo hace de las
mujeres personas de segunda clase. Este argumento parece sugerir que
no deberíamos obedecer las Escrituras porque nuestro
testimonio ante el mundo es más importante. Implica que es
aceptable desobedecer la Palabra de Dios si con ello podemos ganar a
algunos. Sin embargo, la Escritura dice que la obediencia a Dios es
más importante que ningún servicio que podamos hacer
para Él. «Ciertamente, el obedecer es mejor que los
sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los
carneros» (1 S. 15:22). Debemos obedecer a Dios en primer
lugar, y dejar los resultados en testimonio para Él. En
último término, de todas maneras, es Él quien
produce una obra en las personas mediante Su poder vivificador. El
Señor encomió la asamblea en Filadelfia, diciendo: «Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no
has negado mi nombre» (Ap. 3:8). Es cosa cierta que no
podemos esperar Su encomio y bendición si desobedecemos las
claras enseñanzas de Su Palabra.
«¡Eso es porque Pablo era un
anticuado!»
Algunos consideran que lo que Pablo escribió acerca de la
cuestión del puesto de la mujer se debe a prejuicios y a que
tenía una actitud dura con las mujeres. Consideran que sus
enseñanzas acerca de esta cuestión son sólo
algunas de sus ideas personales que resultaban de que no estaba
casado y que no comprendía a las mujeres. Sin embargo, en el
mismo capítulo en el que Pablo escribe acerca del puesto de la
mujer, dice también: «Si alguno se cree profeta, o
espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del
Señor. Mas el que ignora, ignore» (1 Co. 14:37,
RVR). No, esas cosas no son simplemente opiniones personales de
Pablo, sino que son «los mandamientos del
Señor».
La cubierta de la cabeza
Otra cosa que los cristianos descuidan en la actualidad es el uso
de las cubiertas de la cabeza. Primera Corintios 11 da unas
instrucciones muy claras y explícitas de que las hermanas
deben tener la cabeza cubierta cuando se están tratando temas
divinos. Por cuanto este pasaje de la Escritura no especifica
dónde deben llevarse las cubiertas de la cabeza, no estamos
autorizados a decir que sólo se aplique a las reuniones de
asamblea. Es más amplio que esto. Su aplicación se
extiende a cualquier momento en que se estudie la Palabra de Dios,
tanto si se trata de una reunión pública como de un
estudio privado.
A veces se hace esta pregunta: «¿Por qué iba
Dios a querer que las hermanas se cubran la cabeza? ¿De
qué sirve esto, de todos modos?» Lo cierto es que Dios
no sólo nos manda hacer algo, sino que también nos dice
por qué. Esta es la belleza del cristianismo. El
nuestro es un «culto racional» (Ro. 12:1, RVR).
Al comprender por qué Dios quiere que practiquemos algo
así, deberíamos sentirnos aun más interesados en
obedecer Su Palabra, porque podemos hacerlo de manera inteligente y
con propósito.
El apóstol nos muestra al principio del capítulo
que
en el cristianismo la cabeza del hombre es imagen de Cristo. Dice:
«Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo
varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la
cabeza de Cristo» (1 Co. 11:13). Luego muestra que por cuanto
esto es así, los hermanos deben tener la cabeza descubierta
cuando se están tratando temas divinos. Con ello, están
reconociendo que toda la gloria pertenece a Cristo. Es un testimonio
deliberado por parte de los hermanos, y refleja nuestro deseo de dar
toda la gloria a Cristo, nuestra Cabeza viviente en el cielo. El
apóstol escribe: «Porque el varón no debe
cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de
Dios» (1 Co. 11:7). Este acto glorifica a Cristo, y
debería llevarse a cabo con esto a la vista.
Por otra parte, en el cristianismo la mujer representa la gloria
del hombre. Dice el apóstol: «la mujer es gloria del
varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la
mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por
causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por
tanto, la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza,
por causa de los ángeles» (1 Co. 11:7-10). El
cabello de la mujer es una señal de la gloria natural del
primer hombre. Es su permanente velo de hermosura y de gloria (1 Co.
11:15). El apóstol Pablo enseña, por tanto, que el
cabello de la mujer debería estar cubierto cuando se
está tratando de cosas divinas, debido a lo que representa.
Cuando las hermanas llevan una cubierta, están expresando el
hecho de que no reconocemos que el primer hombre tenga puesto alguno
en el cristianismo. Es una confesión de que el hombre y su
gloria no tienen lugar en las cosas divinas. El apóstol
añade: «por causa de los ángeles»
(1 Co. 11:10). Dios ha establecido un cierto orden en Su
creación. Los cristianos, hombres y mujeres, no deben
desatender este orden, sino que deben recordar que son un
espectáculo dispuesto por Dios. Los ángeles
están aprendiendo la sabiduría de Dios en Sus caminos
entre los cristianos sobre la tierra (1 Co. 4:9; Ef. 3:10).
Estos actos en los que los hermanos se descubren la cabeza y las
hermanas se la cubren son una exhibición de los principios
involucrados en la confesión del cristianismo.
«¡Las cubiertas de la cabeza son
una antigua costumbre cultural que no
debe ser seguida en la actualidad!»
Se argumenta que esas instrucciones del apóstol Pablo eran
válidas sólo para los corintios de aquel tiempo.
Llevar una cubierta en la cabeza es generalmente explicado como una
antigua costumbre cultural que no tiene ninguna aplicación
para las mujeres en la actualidad.
De nuevo, esto es una mera suposición. Pablo nunca dijo que
esto era sólo para aquel tiempo. Preguntamos: «Si esto
fuese sólo para aquel tiempo, ¿a qué se debe que
la iglesia ha observado esas instrucciones acerca de las cubiertas de
la cabeza desde su nacimiento hasta hace unos cuarenta y cincuenta
años? ¡Las ha observado durante más de 1900
años! ¿Acaso la iglesia ha estado en un error al actuar
así durante todos estos años?» El
Espíritu de Dios parece haber anticipado este tiempo en que
vivimos, cuando habrían los que disputarían contra esas
cosas. De modo que el apóstol Pablo fue llevado a escribir: «Con todo, si alguno es amigo de discusiones, nosotros no
tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios» (1 Co.
11:16). El «nosotros» en este versículo se
refiere a los apóstoles que fueron dados a la iglesia para
echar el fundamento del cristianismo por medio de su ministerio. En
este versículo está diciendo que si hay algunos que
quieran argumentar en contra de esas cosas, que sepan que los
apóstoles no tienen «tal costumbre» de que las
mujeres aparezcan con las cabezas descubiertas cuando se están
tratando temas divinos. En ningún momento entregaron ellos tal
costumbre a las diversas iglesias locales de su época.
De nuevo recordamos al lector que lo que Pablo
enseñó acerca de las cubiertas de la cabeza no es algo
que fuese exclusivamente para los corintios, sino que es para «todos ... en cualquier lugar» (1 Co. 1:2).
¡Pero el cabello de la mujer es su cubierta!
Otro argumento comúnmente usado para desvirtuar el
mandamiento de usar cubiertas para la cabeza es citar el
versículo 15. Éste dice: «A la mujer dejarse
crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado
el cabello.» De esto deducen que si una mujer tiene
cabello largo (y algunas no lo tienen tanto), está cumpliendo
esta Escritura, porque el cabello actúa como velo. Por ello,
las mujeres no necesitan de cubierta para la cabeza.
Si contemplamos este pasaje con más cuidado,
veríamos que se mencionan dos cubiertas en estos
versículos. El Apóstol Pablo emplea a propósito
dos palabras diferentes para indicarlo. Si no vemos esto, nos
confundiremos sin remedio. La palabra que se usa en la lengua
original para «cubrirse» en los versículos 4-6
es diferente de la usada en el versículo 15. La palabra en el
versículo 15 (peribolaiou) indica el cabello
caído alrededor de la cabeza. El lenguaje moderno lo
llamaría un peinado o algo semejante. Por ello, el cabello de
la mujer es un velo (o cubierta) de gloria y hermosura que la
naturaleza le ha dado. Sin embargo, la palabra en los
versículos 4-6 (katakalupo) indica una cubierta
artificial para el cabello, como una mantilla, etc. En base de esto,
queda bien claro que no hay base para la idea de que las mujeres no
necesitan llevar cubiertas para la cabeza.
Algunos de los argumentos que la gente usa para poder hacer lo que
bien les parezca son generalmente bien absurdos cuando se llevan a su
conclusión lógica. Esta idea particular de que la
cubierta de la mujer puede reducirse a su cabello es un ejemplo
preciso de este caso. Si la cubierta a la que se hiciese referencia
en los versículos 4-6 fuese el cabello, ¡entonces los
hombres tienen también una cubierta, porque las mujeres no son
las únicas en tener cabello! Si fuese así,
¿cómo podrían ellos orar y profetizar, por cuanto
los hermanos no deben ministrar la Palabra de Dios con las cabezas
cubiertas? (1 Co. 11:4, 16).
Además, si fuese cierto este concepto de que el cabello de
la mujer es su cubierta, ¿por qué la iglesia ha
necesitado tanto tiempo para descubrirlo? Durante más de 1900
años la iglesia ha aceptado la clara enseñanza de este
capítulo, y las hermanas han llevado la cabeza cubierta.
¿Acaso la iglesia se ha equivocado universalmente acerca de la
mente del Señor en esta cuestión a lo largo de todos
los siglos?
Oprobio
El problema acerca de esta cuestión y acerca de muchas
otras cuestiones que hemos tocado en este libro es que los cristianos
no quieren sufrir el oprobio que conlleva la práctica del
cristianismo bíblico. Por consiguiente, inventan toda clase de
excusas acerca de por qué no quieren obedecer las claras
declaraciones de la Palabra de Dios. Los que atiendan a la
exhortación de la Palabra: «Salgamos, pues, adonde
él, fuera del campamento», se verán «llevando su vituperio» (He. 13:13). Debemos
estar preparados para aceptar esto. Sin embargo, hay un gozo en el
camino de hacer la voluntad de Dios que es conocido sólo por
los que caminan en él. «El hacer tu voluntad, Dios
mío, me ha agradado» (Sal. 40:8; Jer. 15:16).
Cuando contemplamos esta cuestión a la luz de lo que hemos
visto en las Escrituras tocante a la decadencia del testimonio
cristiano en los últimos días, se hace evidente que el
rechazo a cubrirse la cabeza es sencillamente otro aspecto de la gran
defección.
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